AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Aurelien Fournier
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Aurelien Fournier
Aurelien Fournier
-Edad: 22 años
-Especie: Humano
-Nivel Social: Clase Alta
-Ocupación: Pianista
-Lugar de Origen: Casseneuil, Francia
• Descripcion Fisica:
- Altura: 180 centímetros
- Complexión: delgado y con un cuerpo muy levemente musculado dado el casi nulo ejercicio que realiza.
- Rasgos faciales: extraños alejándose de la belleza clásica. Su rostro es de líneas claramente rectas, con el perfil en forma de un triángulo algo acentuado, cuyo vértice es la nariz. Sus labios son, quizás, demasiado carnosos, combándose hacia arriba en último término. Las cejas, por otro lado y, para más inri, son también grandes, al contrario de sus orejas, que, sin embargo, sobresalen en demasía. Sin embargo, a pesar de todos estos rasgos discordantes, su rostro presenta un áurea extrañamente atrayente, remarcada esta sensación por unos ojos profundamente azules. Por último, mencionar el color de su cabello: castaño.
- Apariencia: suele vestir de colores más bien neutros o de tonos acromáticos, teniendo predilección por el contraste entre blanco y agrisados o negro. A veces va vestido de traje, ya sea frac o chaqué, mientras que en otras ocasiones, más bien escasas, lleva una ropa más informal, normalmente en un ámbito privado. Su calzado suele variar entre algo más formal o unas botas igualmente de tonos oscuros.
- Otros datos: sus manos, como es de esperar, son de un considerable tamaño, debido a su profesión,
• Descripcion Psicologica:
- Personalidad: irascible, sarcástico, distante, mordiente, hiriente; en definitiva: difícilmente tratable. Muchos achacan su forma de ser a creerse superior a los demás, lo cual, en cierta medida es cierto, pero falso en esencia; su desprecio al mundo se debe, principalmente, por lo que ya en el pasado éste lo ha deparado, transformándole hasta convertirle, finalmente, en un monstruo. Le gusta la soledad, pero puede soportar la compañía; eso sí, que nadie espere de él conversación si él no está realmente interesado, o, al menos, un amable intercambio de palabras, pues difícilmente lo encontrará. Siempre suele ser muy irritable, hecho aumentado por la dificultad que tiene para dormir por regla general. En realidad, su único momento de debilidad es cuando despierta a continuación de haber tenido una de sus fuertes pesadillas, por lo cual jamás deja la puerta de su cuarto abierta.
- Intereses, gustos y placeres: el piano, desde luego, por gusto y, sobretodo, por desahogo. Vaya donde vaya suele pedir que le instalen un piano en donde se hospede, en su habitación, de pared normalmente, por obviedades técnicas, pues es prácticamente lo único que consigue aliviar su dolor interno. Al margen de eso, poco es lo que le tranquiliza o lo que disfruta realmente.
- Conocimientos y habilidades: realmente sus conocimientos no son muy extensos, debido a su bajo origen. A parte del piano, su interés no se centró realmente en ningún otro campo, aprendiendo, eso sí, a leer y a escribir, lo cual le permitiría extenderse levemente hacia la historia o la filosofía, por ejemplo. En cuanto a idiomas, apenas sabe poco más que el francés, dado que nunca se permitiría hablar mal un idioma, requisito casi indispensable para progresar en su estudio.
- Manías: a parte de dormir con la puerta cerrada con cerrojo, es un maniático del orden y de la puntualidad, sólo faltando a citas o llegando tarde cuando él mismo se lo propone, no admitiendo reprimendas por ello; por el contrario, si alguien llega tarde a sus citas en demasía, tiende a marcharse, más por desprecio que por aburrimiento. También cuenta con varios tics nerviosos, localizados en los músculos que rodean su ojo izquierdo o en las piernas, las cuales tiende a mover repetitivamente bastantes veces.
- Miedos: pese a todo, Aurel es un alma libre, que no soporta las ataduras o las imposiciones. Si hace algo, será porque así lo quiere, al fin y al cabo siempre ha sido capaz de escapar de las situaciones que no le gustaban. Odia la debilidad, no la ajena, si no la propia, por lo cual, se ha negado amar a nadie más, en parte también por respeto al recuerdo de Etienne. Él debe de ser el mejor en lo que se proponga, cueste lo que cueste, no puede ser inferior.
- Orientación sexual: ¿Hombres o mujeres? ¿Qué le puede importar eso a alguien que desprecia a ambos por igual? Realmente llegó a amar a un hombre, a uno sólo en su vida y fue él mismo quien acabó con su vida; a consecuencia de eso, se ha prohibido volver a amar a nadie, algo que, ya de por sí, le resultaría muy difícil. A pesar de eso, ha mantenido diversas relaciones sexuales, escasos encuentros con hombres y mujeres que no terminaron de satisfacerle, salvo en una ocasión, en la que la sangre estuvo presente. Quizás su violento pasado y la euforia de su primer asesinato lo hayan trastocado de forma irreversible.
• Historia:
Un grito de furia e impotencia fue ahogado, como otras tantas noches, contra la cubierta de una mullida almohada. A continuación, el lamento fue seguido de un leve sollozo que sólo hacía que insistir en las emociones ya descritas. Después, tras un suspiro, la pieza quedó en un inquietante silencio.
El largo cojín recubierto de raso se desprendió poco a poco del rostro aniñado de aquel muchacho, descubriendo unos rasgos simétricos a la par que discordantes, pero también unos ojos iracundos a la vez abatidos. Su pelo castaño oscuro, casi moreno, caía sudoroso, pegándose contra la frente, al tiempo que aquellas pupilas azuladas se perdían en el infinito, en la nada. Pensaba, sí, pensaba en el mal sueño que había tenido, una pesadilla ¿Una? No, una entre otras tantas. Se repetían constantemente, variaban en tema, forma o apariencia, pero siempre coincidían en algo: no eran agradables. Agravios, muertes, injurias o violaciones eran algunos de las visiones que bien pudieran a veces confundírsele con su vida real, con sus recuerdos, con su pasado...
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Aurelien había nacido hacia el final del otoño de – en Casseneuil, una villa localizada en la Aquitania francesa. Su padre era uno de los tantos jornaleros que poblaban la región, pero a diferencia de los demás progenitores del lugar, él, en realidad, no era su padre. Nadie, salvo quizás su madre, tenía constancia de quién podía ser el de verdad. Se rumoreaba que quizás fuese uno de los nobles de la zona, o quizás un amante de un circo ambulante, incluso se había llegado a decir que era fruto de un incestuoso encuentro con uno de sus parientes. Fuera como fuese, la mujer se llevó consigo el secreto a la tumba, cuando el muchacho tenía algo más del lustro de edad. Hasta entonces, el niño había crecido contando con el amor de su madre, aunque un escaso apego de su padrastro, por razones obvias.
A partir de los seis años, con su madre ausente a causa de una fatal neumonía, el niño fue relegado casi a la más profunda soledad familiar. Bastardo, como era, fruto de una relación extramatrimonial y amoral, sólo un reducido número de niños y de almas cándidas se atrevían a tratar a Aurel como lo que en verdad era: una persona; el resto, bien se afanaban en insultarle, rechazarle y hacerle objetivo de un buen número de humillaciones.
Su padrastro, como buen número de hombres de pueblo, era dado a la bebida, pasándose frecuentemente con ella, habiendo traído consigo la violencia a la casa. Al margen de lo ya mencionado, el hombre no era una mala persona, sólo un varón adulto con el ego herido a causa de aquella infidelidad y con una afición que le hacía perder el control sobre sí mismo. Así, sin tener una mujer con la que desfogarse, el hombre, al cabo de los meses, fue siendo objeto de necesidades físicas propias de su género. De esta manera, sin tener dinero suficiente como para pagarse a una meretriz, el hombre, bajo los efectos del alcohol, terminó por descargarse con el chico.
A partir de entonces, la vida de Aurel comenzó por volverse más complicada. Su contacto con el mundo exterior comenzó a ser cada vez más escaso, rehuyendo de la conversación o el juego con el resto de niños, incluso de aquellos que le trataban bien. Su carácter poco a poco se volvió más difícil de soportar, teniendo ataques de ira y comenzando a adquirir manías que tardaría años en quitarse, si realmente logró tal hazaña. Esa no fue la primera vez que su padrastro le violó. Los encuentros se repetían varias veces al mes, por mucho que el chico pidiera clemencia o intentara zafarse, incluso cuando, al fin, su padrastro volvió a casarse.
Así fue. Teniendo el muchacho nueve años, el hogar volvió a contar con presencia femenina y, por si no fuera suficiente con una mujer, el número se había elevado a tres. Casi se podría decir que aquel matrimonio había sido más bien por conveniencia que por verdadero amor. Ambos dos cónyuges eran viudos, uno con un hijo bastardo y la otra con dos muchachas de su matrimonio anterior, y, mientras una necesitaba de un sueldo más o menos fijo, el otro necesitaba de alguien que cuidara la casa y mantuviera a su hijo en vereda, al cual no hacía mucho que habían pillado cebándose con el cuerpo muerto de un conejo, al que, previamente, había roto el cuello. Su madrastra pertenecía a ese grupo de gente que creía que ese muchacho estaría mejor fuera del pueblo, no deseándole la muerte por no odiar al prójimo cristianamente, más que por deseo propio. Sus hijas, de igual modo, eran de opinar parecido.
Aurelien no aguantó mucho más de un año esa situación. Pasaba las horas, e incluso días o alguna semana fuera de casa, casi viviendo como un salvaje en los bosques. Milagro o suerte que hubiera sobrevivido a la intemperie, aunque su carácter lleno de furia y violencia contenida, era más que suficiente como para hacer frente a los pequeños contratiempos que le deparaba la vida, para él verdaderas pruebas, dado su temprana edad. Al fin, una noche, después de que su padre se hubiera vuelto a pasar con él, decidió que todo eso había terminado, que prefería cualquier otra cosa que le deparara el futuro a eso. Recogiendo sus casi nulas pertenencias, echó un último vistazo a aquel monstruo que había torcido su vida, reprimiéndose para no lanzar su mano hacia el tosco cuchillo que colgaba de su cinturón, y, dándose la vuelta, abrió la puerta para marcharse.
Su camino y sus pasos le alejaron de la costa, conduciéndole hacia la región de Auvernia, un viaje que, en realidad sin rumbo, le llevó varios meses, viviendo casi como había sobrellevado la temporada anterior. El destino quiso que, tras andaduras, terminara por arribar a la ciudad de Montluçon, donde, tras andar perdido por las calles, le terminaron por conducir hacia el orfanato local, donde le prometieron comida caliente y un lecho que no estuviera a la intemperie. El muchacho, esperanzado, aceptó. No le mintieron, tuvo lo que le habían dicho y, más aún, obtuvo lo que en su vida había conseguido: una compañía más o menos agradable. Allí, entre todos esos niños, encontró gente que no se interesaba tanto por su pasado y, a la que si lo hacía, podía eludir o engañar. En efecto, allí fue donde, en verdad, Aurel aprendió las grandes ventajas que podía traer consigo la mentira, sobretodo si era una mentira bien hecha y que difícilmente pudiera ser descubierta. En el orfanato el chico reencontró aquello que se pudiera llamar amistad, aunque él mismo desconfiara de los que se suponía que eran sus amigos, guardando gran parte de su vida y de sus pensamientos y opiniones para sí mismo. Por otro lado, su temperamento se templó, relajándose, pero aún presente aquella reserva hacia el mundo y aquellos arranques de furia, incontrolables y a veces impredecibles, en ocasiones fruto de nimiedades. La vida de Aurel no era espléndida, pero el “garçon” no se quejaba; prefería aquello mil veces a la vida en la naturaleza, por no hablar de lo que ya había pasado con anterioridad. Pero, como todo foco de felicidad, por muy ínfimo o dudoso que sea, éste también tendió a atraer la desgracia, como, de hecho, hizo.
Por aquel entonces, Aurel ya sufría aquellas pesadillas que, noche sí y escasa noche no, llenaban sus horas nocturnas. Tal era la intensidad de aquellos malos sueños, que habían tenido que habilitar un pequeño trastero para que el chico durmiera alejado de sus demás compañeros, para no despertarlos. Pues bien, aunque el muchacho era celoso con el verdadero contenido de sus sueños y, más aún, con el motivo que los causaba, al final sintió la necesidad de sincerarse con alguien y, ante la insistencia del administrador del orfanato, le contó su historia. La compasión por aquel muchacho y la escasa comprensión que pudiera haber mostrado pronto desaparecieron; en su lugar, solamente quedaron una retahíla de palabras que se tornaron en forma de extorsión: si Aurel no quería que el párroco se enterara, el cual, según él, le tacharía de sodomía, debería darle algo a cambio; debería hacerle “ciertos favores”. Así, a la edad de trece años, el muchacho se convirtió en una especie de amante para el administrador del orfanato.
Unos cuantos meses después, Aurel conoció a otra persona que, si bien en un principio chocaron, terminaría por convertirse en alguien bastante importante. Aquel al que nuestra historia se refiere, era Etienne de Lorraine, segundo hijo de una familia noble, reconocida en la región. En un principio, el agrio carácter del muchacho, sumado a, quizás, la envidia que sintiera con ese varón al que la vida había sonreído desde un primer momento, hizo que ambos dos chicos no terminaran por llevarse bien, pero, una pelea callejera en la que Aurel estuvo inmerso y de la que no salió bien parado, terminaron por unirles. El maltrecho estado en el que terminó Aurel pareció conmover a Etienne, el cual lo llevó a su casa para que se recuperara. Aquel fue el inicio de una amistad que, con el paso del tiempo, fue volviéndose más sólida y profunda.
Fue gracias a ese nuevo brillo de esperanza que volvió a encontrar un rumbo a su vida, una razón por la que luchar y, sobretodo, un punto alrededor del cual determinar qué quería y que no y, desde luego, los encuentros con el administrador no eran de su agrado. De esta forma, en solitario, comenzó a convencerse de que tenía que liberarse, que tenía que escapar de allí, pero sin ponerse en peligro, sin arriesgarse a que el párroco se llegara a enterar de aquella situación y de la que anteriormente ya había vivido, y él sólo creyó que había una forma de hacer tal cosa. Unas noches después, el administrador acabó con un cuchillo atravesando su pecho, al tiempo que la sangre caía sobre el torso desnudo de Aurel. Por unos instantes el chico se sintió extremadamente bien, eufórico, aunque, después, la urgencia por abandonar el lugar le atenazó. El muchacho ya tenía previsto dónde marcharse, así que no tardó en aparecer en las cercanías del palacete donde Etienne residía.
En un principio, Aurel vivió escondido del resto de los habitantes de la casa, pero, como era obvio, al final terminó siendo descubierto. El padre, que por algún casual se llamaba de igual manera, Aurelien, viendo la unión que había entre ambos, aceptó al chico bajo su techo. Por primera vez, Aurel tenía algo que llamar hogar de verdad, por mucho que pudiera sentirse que, en el fondo, no pertenecía a aquella familia. Allí fue donde entró en contacto con lo que, en realidad, pasaría a ser su pasión: el piano. Etienne sabía tocar decentemente aquel instrumento y Aurel pronto se mostró deseoso de imitarle. Al comienzo su avanzar fue lento, pero pronto, en no más de dos años, superó a su amigo, dado las largas horas que pasaba delante del instrumento.
Durante ese primer año en la casa, la convivencia y el roce diario terminaron por acercar aún más a ambos chicos, cuya diferencia era poco menos que dos años. Ambos dos tenían por costumbre pasar la mayor parte del tiempo posible juntos y, fue en uno de esos fríos días de invierno cuando, al final, sus miradas, sus pensamientos y sus deseos se encontraron para que, al final, sus labios terminaran por fundirse en uno solo. Aurel y Etienne se convirtieron en una especie de amantes ilícitos, pero, esta vez, con el apoyo de Aurel a tal relación. Siempre llevaron en secreto sus encuentros y sus sentimientos, cosa que, en realidad, no les resultaba muy difícil, pues desde siempre habían estado muy unidos y ya no extrañaba a nadie que casi no se separaran. Pero, unos pocos días antes de que Aurel cumpliera los diecisiete años, el mal azar volvió a hacer presencia en la vida del chico. Etienne le comunicó que estaba prometido. Su padre le había encontrado esposa entre la alta burguesía adinerada, de forma que una familia obtuviese un título nobiliario mientras que el futuro del muchacho estaba bien asegurado. Obviamente, a Aurel la noticia no le sentó muy bien. Días después, en la cama de Etienne, ocurrió la desgracia. El desvelo de la noche, el éxtasis del sexo, sus vivencias pasadas, las violaciones de su padrastro, el chantaje y el asesinato del administrador, los celos y el miedo a perder a Etienne, todo se mezcló en una amalgama que hizo al chico perder la cabeza, perder el norte, la conciencia acerca del tiempo y del espacio, el propio control de su cuerpo. En ese estado, el resultado sólo podía ser malo y, de hecho lo fue. Mató a Etienne.
Aurel escapó de aquella casa, de aquella ciudad y se marchó lejos, a donde fuera que el destino lo llevase. Durante aquellos años había ido consiguiendo unos fondos a partir de la asignación semanal que el padre de Etienne le otorgaba, por lo cual terminó viajando a París. En el camino poco hizo más que mortificarse.
Una vez en la capital, Aurel se dirigió a uno de los hoteles que plagaban la gran villa. El muchacho perdió dos semanas, viendo como su dinero iba disminuyendo, mientras que su vida, sencillamente, se hallaba estancada. Fue en una noche de aquel verano, a pocos meses después del segundo asesinato, que el chico encontraría la solución a aquella situación o, más bien, la respuesta le encontraría a él. Tocando un pequeño recital, para calmarse internamente, en uno de los cafés de París, el dueño de un teatro le escuchó. Dándose cuenta del gran potencial y de la calidad técnica del chico, le ofreció la posibilidad de dar un concierto en el lugar que él dirigía. Aurel, sin mucho que perder, aceptó. Aquel concierto, no fue sólo un concierto, pues pronto el número se multiplicó hasta convertirse en varias decenas de ellos.
La nueva vida de Aurel había comenzado. Su fama se extendió por las capitales europeas y pronto recibió ofertas para viajar a otras ciudades. Se volvió, de nuevo, un nómada, pero esta vez con un motivo real, su trabajo y, a la vez, su pasión. Era bastante reconocido entre las altas clases de la sociedad continental y, a consecuencia de ello, su fortuna comenzó a elevarse hasta unos niveles bastante respetables. El tiempo, desde entonces, pasaba volando, viviendo, pero casi sin vivir. ¿Qué era la vida para él? Una repetición de escasos momentos de felicidad que parecían sólo existir para hacer la caída más grande aún. Odiaba al mundo y sólo parecía amarse a sí mismo, pero odiándose por haberse convertido en un monstruo aunque, en realidad, creía ya haber nacido con ese mal destino. ¿Qué se podía esperar de un bastardo?
• -Otros datos:
- Su apellido es el de su padrastro, a pesar de no ser su verdadero progenitor.
Malkea Ruokh- Hechicero Clase Alta
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