Alianzas pactadas con sangre [Privado]

Una densa niebla envolvía  las calles de París esa fría tarde de invierno. Un invierno que había tardado en llegar a la capital, pero que lo había hecho con rabia y de forma borrascosa. El mal tiempo sumado a que era un día festivo, acompañaba a los ciudadanos a refugiarse en el calor de sus hogares, otorgándole a la ciudad un aspecto desangelado y fantasmagórico.
Había estado durante la mañana deambulando sin rumbo fijo por la ciudad, con el sentimiento clavado en mi pecho de haberle fallado a los míos por no haber sido capaz de encontrar al hombre que se convertiría en mi prometido. Un fantasma cuyo rostro había imaginado solo en mi mente mil veces durante mi exhausta búsqueda y que se volvía borroso con el paso del tiempo.
Llevaba demasiadas semanas siguiendo rastros equivocados, encontrándome con callejones sin salida que me hacían retroceder una y otra vez hasta el principio. Y eso era algo que no me ocurría en muy, pero que muy cosas ocasiones. Era una buena rastreadora y que la localización de una sola persona se me escapase de esa forma tan repetitiva de las manos comenzaba a causarme cierta confusión. Había algo extraño en todo esto, pero no alcanzaba a comprender el que.

Tras un rápido tentempié que mantendría mi estómago entretenido hasta la hora de cenar, decidí pasear por la playa que auguraba que estaría desierta a esas horas tan próximas al ocaso. Necesitaba tiempo a solas para pensar, para decidir si claudicar en mi búsqueda y volver a casa con las manos vacías sabiendo que decepcionaría a toda la manada, especialmente a mi hermano.

Andaba cabizbaja abrazándome a mi misma para contener la capa cerrada y mantener así la calidez de mi cuerpo intacto bajo la prenda, cuando llegué a la entrada de un pequeño bosque próximo a la playa. Tomé el camino trazado sin pensármelo demasiado y pronto me vi rodeada por un frondoso bosque de robles y abedules que con la niebla que cubría sus troncos se veía convertido en la típica escena de las historias de terror, donde el asesino podría estar acechando detrás de cualquier árbol, pasando desapercibido por la escasa visibilidad.
Sonreí de lado al recordar que en esas historias yo misma sería descrita como el monstruo que acecha a los pobres incautos que pasean por el bosque en luna llena. Debía agradecer que esa noche la luna no gozaría de su plenitud y que esperaba haber regresado al hotel antes de cruzarme con alguien que me causase problemas.

-¿Dónde vais tan sola, madame Yuri?- me sobresalté al escuchar tras mis espaldas la siniestra voz de un hombre que se acercaba con paso decidido hacia mí. Lo miré desconcertada durante unos segundos, tratando de recordar si conocía a ese humano cuya aura oscura me alertaba de lo peor. Caminé de espaldas alejándome del camino, sin dejar de observar al que parecía ser un cazador por su vestimenta.- ¿Os ha comido la lengua el lobo? ¿O es que la inútil búsqueda de su prometido la ha dejado tan agotada que no tiene ganas de hablar?

Una risa socarrona salió de sus labios mientras desenfundaba una larga espada y dirigía sus raudos pasos hacia mí. Podía haber sido casualidad que supiese mi nombre por el mero hecho de haberlo escuchado pronunciar cuando me había registrado en el hotel o al dejar mis datos en varias tabernas donde había empezado mi búsqueda; pero nadie más que yo en esa ciudad sabía a quién estaba buscando.

-¿Quién os ha dicho que es lo que busco en Paris?- pregunté confusa, dirigiendo mis manos a la espalda para aferrar las empuñaduras de las bastardas que llevaba allí sujetas, preparándome para defenderme si era necesario.
Mi espalda topó con el grueso tronco de un nogal, impidiéndome seguir manteniendo una distancia prudencial entre ambos. Una sonrisa triunfal se marcó en su rostro cuando de un rápido movimiento colocó la hoja de su espada en mi cuello, obligándome a ladear la cabeza para poder seguir mirándolo.

-No parecéis esa gran guerrera a quien me han contratado para dar muerte, parecéis más bien un cachorro con el rabo entre las piernas.- escupió frente a mis labios, sintiendo su cálido aliento sobre éstos. Acercó su mano hasta tocar el interior de mi muslo por encima del pantalón, provocando que mis ojos se oscureciesen hasta volverse ámbar por la rabia contenida. Detestaba que los hombres se creyesen con derecho a acariciar lo que no les pertenecía, especialmente si se creían superiores por estar amenazándome con un arma.- Aunque no es eso precisamente lo que parece que tengáis entre las piernas.- apuntó al subir un poco más la mano por mi muslo.

Un gruñido salió de mi garganta cuando de un saltó lo tumbé al suelo, cortándome superficialmente con su espada por lo brusco del movimiento. Saqué mis dos cimitarras, colocándolas en cruz sobre su cuello mientras pisaba con la bota la mano que portaba su espada.- ¿Quién os ha enviado a matarme? ¿Quién os ha contado tantas cosas de mí?- mi respiración se ajetreaba por la tensión del momento, culpándome a mí misma por haberme relajado tanto durante el paseo como para no ser capaz de haber sentido su presencia mucho antes y haber evitado esta situación.

Mi intención no era matarlo, no era una asesina sin escrúpulos, pero necesitaba que el cazador creyese que sería capaz de hacerlo para poder obtener información sobre ese que me odiaba tanto como para haberlo mandado a matarme. Le di un pequeño empujón con los puños para que respondiese a mi pregunta, mientras él continuaba riéndose como si de una broma se tratase mi amenaza. Y cuando creía que no tendría más remedio que terminar claudicando bajo mis espadas, sentí como un objeto punzante se clavaba en mi costado, provocando que bajase la guardia en un aullido de dolor y las tornas se cambiasen. De un violento golpe el cazador me tumbó en el suelo, clavando la rodilla en mi abdomen y amenazándome ahora él con la espada en mi cuello.- ¿Qué le parece si nos divertimos un poco antes de que acabe con su vida?- dijo sacando la daga que me había clavado en el costado, para hundirla en la hierba al lado de mi rostro. Cargué de aire mis pulmones despacio, todavía no estaba todo perdido y solo era un cazador con la lengua más afilada que la espada, aunque la calidez proveniente de la sangre que brotaba de la herida me traería problemas.

El cazador se aseguró de obligarme a soltar las dos cimitarras que todavía llevaba sujetas en las manos, pisándome las muñecas con fuerza hasta que éstas se abrieron y dejaron caer las armas al suelo sobre el que me hallaba tumbada. De un puntapié a cada una, las alejó varios metros de nuestra posición, evitando así que pudiese recuperarlas de nuevo y hacerle frente con ellas como era mi intención.

Su rodilla seguía hincada en mi vientre, aumentando su presión sobre éste  cuando acercó su rostro al mío para lamerme la cara con su asquerosa lengua. Gruñí levemente de rabia, pensando como volver a cambiar las tornas a mi favor. La espada que amenazaba mi cuello no me permitía mucha libertad de movimientos, especialmente ahora que se encontraba su cuerpo tan cerca del mío.

Un repentino sonido en unos árboles cercanos llamó nuestra atención, en particular la del cazador que parecía desconcertado por el origen del mismo. Fue una reacción que en un principio me extrañó, cualquier animal salvaje podría haberse movido entre la maleza y causar ese ruido, hasta que vi como detrás de uno de los troncos cercanos a donde nos encontrábamos otro hombre salía de su escondite, vociferando hacia nosotros. ¿A qué se refería con que había otros? Por la expresión del cazador que tenía todavía sobre mí, y la atención de su mirada que parecía centrarse en otro punto que se encontraba fuera de mi campo de visión, no era la presencia de ese otro cazador que disparaba con una ballesta a la nada lo que le desconcertaba, sino la de otro ser que parecía haberlos pillado desprevenidos.

Aproveché que durante unos segundos el cazador levantase la vista y dejase de ser yo su objetivo, para darle un rodillazo en las costillas y desestabilizarlo. La hoja de la espada pasó rozando mi cuello de nuevo mientras yo me ponía a horcajadas sobre él, tumbándolo sobre la hierba como poco antes estaba yo. Cogí la daga que todavía estaba clavada en el suelo, esa que todavía estaba manchada con mi sangre y con ella amenacé el corazón del cazador que con sus ojos cargados de rabia no dejaba de mirarme.

-¿Quién te ordenó matarme? Dímelo y te dejaré marchar con vida.- apunté sin duda alguna en mi voz, recuperando el resuello de mi respiración. Mi mirada se desvió durante unos segundos hacia la dirección desde donde parecían provenir signos de lucha; hacia ese mismo sitio donde minutos antes ambos cazadores miraban preocupados y cuya aura me indicó el porqué de su desconcierto. Un corpulento licántropo medía distancias con el otro cazador, prestándome su ayuda en una lucha que no le concernía, pero ¿por qué?

La esencia de ese lobo no era común, era fuerte, noble. Pude observar por los movimientos de éste que se trataba de un guerrero experimentado, curtido en batallas por lo que hacía de él un ser más extraordinario, un lobo que sin duda tendría un puesto importante en su manada.
Esa pequeña distracción fue lo que me hizo cometer un error, pues bajé la guardia durante el tiempo suficiente para que el cazador que tenía bajo mi cuerpo blandiese su espada hasta clavar la punta de ésta en mi cuello.

-¿Qué pasa loba?¿ No has encontrado a tu prometido pero sí un sustituto para que caliente tu lecho por las noches?- preguntó con cierto tono burlón en la voz que me encolerizó.

Gruñí por la impotencia, por ser incapaz de matar a un humano aunque se tratase de un ser tan despreciable, y aún así no moví ni un milímetro la daga de su corazón. Estábamos en tablas, con la única diferencia de que mi intención no era matarlo, y sin embargo él no duraría acabar con mi vida. Dirigí de nuevo la mirada hacia ese lobo que se encontraba todavía envuelto en la reyerta, negando confusa la cabeza cuando nuestras miradas se cruzaron. Se acababa de meter en un buen lío por mi culpa.

Mi respiración entrecortada por la tensión del momento, no ayudaba en demasía en que la punta de la espada del cazador no se clavase levemente en mi cuello con cada movimiento de mi pecho, mientras mi mirada se desviaba de forma inconsciente hacia ese otro lobo que con agilidad y destreza ganaba posiciones con respecto al otro cazador que se había mantenido oculto hasta minutos antes. Observé con atención cada uno de sus pasos, de sus gestos bien formados y curtidos en campos de batalla, y una rapidez de movimientos que denotaban su maestría en la lucha.

Sacudí la cabeza para volver a prestar atención a ese cazador que continuaba bajo mi cuerpo, en un encuentro en tablas del que saldría victorioso el primero que aprovechase el menor descuido del otro. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo y pude ver en ella el odio que tenía hacía mí, o en general, hacia todo ser que gozase de mi naturaleza. Sabía que no claudicaría ante mi amenaza ni me diría lo que quería saber con facilidad nada más que por la forma en que me miraba. Apreté un poco más la daga que tenía sobre su corazón, sesgando la chaqueta que llevaba y cortando superficialmente su piel. Yo también sabía jugar a aquello y se lo iba a demostrar con creces.

Pero el sonido de un objeto lanzado a gran velocidad captó mi atención durante unos segundos, buscando mi mirada con rapidez el origen del mismo. Entonces una flecha se clavó sin error ninguno de cálculo en la rodilla del cazador que hasta ese preciso instante me amenazaba con su espada, y que tras un alarido de dolor, soltó inmediatamente ésta sobre la hierba. Dirigí una mirada de agradecimiento al lobo y una leve sonrisa, pues él había sido el causante de dicho ataque y por quien tenía de nuevo ventaja sobre el cazador.

Opté por guardarme la daga en el cinturón, pues si el cazador estaba desarmado no me parecía correcto usar las armas contra él, intentando  entonces inmovilizarlo para obtener la información que necesitaba mientras éste continuaba gritando por el dolor intentando sacarse la flecha. Cogí ésta y la retorcí para que el humano me prestase atención, pero en lugar de rendirse y asumir que había perdido esa batalla, me dio un fuerte puñetazo en la herida del costado donde me había herido con la daga, abriéndola de nuevo junto a un gruñido escapado de mis labios.
Un puñetazo es todo lo que pude asestarle a ese desgraciado que se estaba resistiendo más de lo que hubiese deseado, cuando una daga rozó su mejilla clavándose en un árbol contiguo. De nuevo ese lobo misterioso había sido mi salvador, un hombre que aunque no conocía, estaría eternamente agradecida.

Cogí la muñeca del cazador antes de que me golpease de nuevo, retorciéndole el brazo frente a sus quejidos hasta que lo coloqué boca abajo, sujetando también su otra mano a la espalda. Apoyé mi rodilla sobre éstas, al tiempo que seguía sujetándolas con una de mis manos. Y alargando mi cuerpo hasta alcanzar la empuñadura de una de mis cimitarras, la blandí contra el lobo misterioso que avanzaba posiciones hacia nosotros.

-¿Qué queréis? ¿Quién os ha mandado a por mí?.- susurré dirigiéndome al lobo, junto a un gruñido que salía de lo más profundo de mi garganta, mientras sentía como el líquido carmesí empapaba mi camisa en un intento por mantener la espada en alza y luchar con el forcejeo del cazador que seguía sin asumir que había perdido.- Puedo terminar con el cazador y después presentaos batalla, no os confiéis al pensar que os será fácil cazarme.

Era absurdo pensar que después de haberme ayudado con los cazadores, ese apuesto lobo de ojos oscuros y un gran temple podría tener algo en contra mía, pero después de haber escuchado las palabras del cazador, me sería complicado confiar en cualquiera que se cruzase en mi camino. Aunque si su plan era cazarme como había intentado los cazadores, después de la herida que llevaba en el costado y habiendo visto la forma en que se movía, no le resultaría muy complicado.

Mi respiración se fue tornando poco a poco más acompasada  cuando el licántropo desconocido relajó su posición de ataque, mostrándome con su gesto que no estaba en sus planes continuar lo que esos cazadores habían empezado inútilmente. Nuestras miradas se cruzaron de nuevo y pude ver sin atisbo alguno de dudas, que la razón por la que había intercedido por mí en la pelea no era otra que ese honor que teníamos algunos guerreros de no permitir que un ser indefenso luchase solo contra una mayoría. No podía dudar de sus palabras si yo misma hubiese hecho lo mismo que él en caso contrario.

Una leve sonrisa se dibujó en mis labios cuando seguí con detalle su peculiar inclinación a modo de saludo, un gesto que decía mucho más de él que lo que podría haberme explicado con una larga descripción de su persona. El tono grave de su voz, acompañado de esas palabras en las que denotaba tanta seguridad en sí mismo y,  todos y cada uno de sus gestos que había estado observando desde su aparición,  me decían que si no era el alfa de una manada lo habían estado preparando para ello. Esa grácil forma de luchar, la lealtad y el honor de no matar a un humano si no hay necesidad de hacerlo, sumado a haber arriesgado su vida por una desconocida que creía en apuros, hacían de él un ejemplar digno de admirar.

El cazador seguía forcejeando en vano bajo la presión de mi rodilla, resultando tremendamente desesperante intentar mantener una conversación con el lobo al que todavía no había sido capaz de agradecer su intervención.

-Debería disculparme por haberme mostrado tan tensa con vos, рыцарь .- no sabía porqué de pronto me salían palabras en mi lengua natal; quizás fuese el hecho de haberme visto protegida de nuevo, por dejar de sentirme sola durante unos minutos. – No es común que en este mundo incierto que nos rodea se preste ayuda incondicional a un desconocido, pero mi gratitud con vos será eterna.

Me quedé un poco confundida cuando aseguró que ya no tenía nada que hacer allí y emprendió el camino de vuelta a ese sendero ya marcado y que nos llevaría de nuevo a la civilización (por llamarla de alguna forma), sendero del que ambos nos habíamos desviado durante la pelea y que yo también debería retomar en breve, faltaban pocas lunas para la luna llena y su sola presencia, aunque incompleta, enrarecía mi calma.

Fue entonces, en el momento en que me apremió por terminar con mi interrogatorio avisándome de que el otro cazador que se hallaba inconsciente no tardaría en despertar, cuando descubrí el por qué de ese sentimiento de hogar se había apoderado de mí durante unos segundos. Ese peculiar lobo con el que compartía valores y una forma distinta de ver el honor a como lo veían otros guerrero, era inconfundiblemente del mismo lugar de origen que yo. Su acento lo había delatado y mi curiosidad por saber más de él en lugar de perder más el tiempo con un cazador que sabía que no confesaría nada, aumentaba.

-Te dejaré que continúes con tu desgraciada vida por esta vez. Si vuelves a acercarte a mí o mandas a alguien para que intente terminar ese trabajo que has sido incapaz de realizar tu mismo, te mataré con mis propias manos.- susurré en el oído del cazador, antes de cogerle del cuello y con un rápido movimiento dejarle inconsciente.

Me levanté con rapidez, guardando la cimitarra que llevaba todavía en la mano y cogiendo la otra del suelo para hacer lo mismo. Sujeté la herida del costado con la mano para poder andar con mayor resolución,  dirigiendo mis pasos con premura tras ese lobo que había captado mi atención más de lo que reconocería jamás.

-Mi nombre es Ayshane Yuri.- apunté extendiendo mi mano derecha para presentarme correctamente; ahora, al colocarme a  su lado, me percaté de que era considerablemente más alto que yo, además de bastante corpulento; incluso podía apreciarse el contorno de su musculatura a través de la ropa. Un extraño suspiro salió de mis labios antes de que pudiese continuar.- De corazón le agradezco su ayuda, aunque no sería mala idea que continuásemos esta conversación mientras nos alejamos de aquí; no me gustaría tener que dar muerte a unos pobres cazadores que no saben lo que hacen.- sonreí con timidez, buscando algo en su mirada que me indicase que opinaba de la misma forma que yo

Me quedé petrificada cuando ese lobo, que hasta ahora había sido un total desconocido para mí, tomó mi mano entre las suyas, haciéndome sentir pequeña no solo por la diferencia de tamaño entre éstas, sino al presentarse y mencionar un apellido tan familiar a lo largo de mi vida, que me faltó poco para no ceder al temblor de mis rodillas en ese preciso instante.

-Mis más sinceras disculpas, conde Romanovs, no le había reconocido tan lejos de vuestras tierras.- susurré  realizando una suave reverencia, sujetando mi costado con la mano al hacerlo e inclinando mi cabeza en señal de respeto.
Había crecido escuchando las épicas historias de esa familia de nobles rusos que llevaban siglos luchando por nuestro país. Valientes guerreros que siempre habían tenido buenas relaciones con los licántropos, o al menos con la mayoría de las manadas que vivíamos en paz, integrados en una sociedad compuesta en su mayoría por humanos.

-Estoy bien, no se preocupe. Solo será una herida que tarde más en cicatrizar que de costumbre.- mentí con una sonrisa tímida en los labios cuando se refirió al profundo corte que llevaba en el costado, fruto del ataque del cazador que me había dejado con un enorme desazón por sus palabras. Sabía de sobra que su encargo no quedaría zanjado de esa forma, que tarde o temprano vendría de nuevo a por mí y que tenía que averiguar como fuese quien le había mandado a asesinarme si quería evitar la muerte de un cazador que no sabía a quién le habían mandado aniquilar.

Soltó mi mano y nos dirigimos hacia la playa donde horas antes había estado paseando. La niebla se había disipado y el reflejo de la luna sobre el suave oleaje del mar dotaba al paisaje de una calma que en esos momentos yo no sentía. Habíamos pasado los últimos minutos en silencio, caminando uno al lado del otro mientras nuestros pasos se alejaban del bosque hasta llegar a la fina arena. Podía sentir la calidez del líquido carmesí en la mano con la que trataba de taponar la herida; lo más recomendable sería marchar al hotel donde podría curarme adecuadamente, pero eso significaría que nuestro encuentro terminase de inmediato y era algo que no entraba en mis planes. Lo miré de reojo, repasando ahora que lo tenía cerca esos rasgos que tanto me habían llamado la atención mientras lo observaba luchar en la lejanía.

-Si me permite preguntar, ¿Cómo es que os encontráis tan lejos de vuestro hogar?- susurré de pronto, buscando su mirada en la oscuridad, sin pararme a pensar que mi atrevimiento podría resultar una ofensa para él. Me sonrojé de inmediato y desvié la mirada hacia la arena.- Lamento mi osadía, llevo tiempo sin conversar como alguien como vos.- ni siquiera supe que había querido decirle con aquello, solo que en él veía algo distinto de lo que veía en los demás; algo que no sabía definir pero que me empujaba a mantenerme a su lado.

Nuestros pasos nos llevaron hasta la orilla de la playa, donde la marea había crecido considerablemente en los últimos días fruto del cambio en el ciclo lunar que se avecinaba. Resultaba curioso como la proximidad de la luna llena no solo nos afectaba a nosotros, los licántropos, sino que una gran parte de ciclos en la naturaleza que nos rodeaba se veían influidos por sus fases. El paseo se vio interrumpido por el momento frente a esa preciosa escena que invitaba a dejarse llevar por el sonido de las olas en un remanso de paz y tranquilidad.

Cuando mencionó la muerte de su padre y me sentí una estúpida por no haber recordado antes el misterio con el que se había tratado el tema en su momento, fui recordando todas las historias que, dichas por las bocas de los humanos a los que procurábamos defender de los no muertos, escondían una verdad que hasta ese preciso instante no me había sido revelada. Todo este suceso fue envuelto en un halo de misterio que en su momento no entendí, pero si el culpable de la muerte del Conde había sido cosa de un vampiro, era comprensible que no hubiesen deseado sembrar el terror ente los habitantes humanos del país.

-Lamento mucho su pérdida, señor Romanovs. No estaba al tanto de las causas de la muerte de su padre, aunque siempre pensé que algo muy grave tendría que haber pasado para que un guerrero tan experimentado como él fuese vencido en una batalla que no aparentaba ser complicada.- respondí mirándolo a los ojos durante unos segundos, volviendo después la vista hacia esa luna que nos recordaba que en breve estaríamos bajo su inmenso poder.- Comprendo que posponga su búsqueda unos días, ya que aunque nuestros sentidos se vuelven más agudos con la proximidad de la luna llena, también nuestros instintos se tornan más volubles y descontrolados.- no podía estar más de acuerdo en sus palabras; ambos nos habíamos educado bajo un código bastante similar con respecto a la importancia de mantener a los humanos a salvo hasta de nosotros mismos.- Si cuando reanude su búsqueda de nuevo, precisa de la ayuda de un camarada, le cedo mis servicios para cuando sean dignos de su necesidad. Nada me queda por hacer ya en París y servirle sería un honor para mí.

Sopesé su pregunta durante un instante mientras nuestras miradas se cruzaban de nuevo y un suspiro lento escapaba de mis labios. Estaba en lo cierto cuando afirmaba que algo me preocupaba, pero era una historia demasiado larga y repleta de preguntas sin respuesta que tardaría tiempo en comprender.

-¿Le importa si tomo asiento un momento antes de continuar? - pregunté sin esperar respuesta, acomodándome con cuidado sobre la arena, cruzando mis piernas sobre ésta y descansando un poco de la intensidad de las últimas horas. La herida me tenía totalmente abatida y lo único que deseaba en ese momento es que dejase de sangrar para poder recuperarme del aturdimiento en el que me hallaba inmersa.- Tenéis razón al percibir en mí cierta preocupación, pues el ataque de esos cazadores no ha sido fortuito. Ese hombre tenía información sobre mí que muy pocos conocen, además de que alardeaba con haber sido contratado por alguien para convertirse en mi verdugo. Pero por mucho que intente pensar en quién podría estar detrás de todo este engaño, no se me ocurre nadie que me pueda odiar hasta tal punto como para mandar tras de mí a un asesino.-un siseo escapó de mis labios cuando al respirar con profundidad en las últimas palabras, sentí un punzante dolor en mi costado. Era absurdo seguir mintiéndome a mí misma sobre la herida que portaba, pero era la única opción si no quería demostrar mi debilidad frente al conde.

La arena se deslizaba entre mis dedos al pasar la mano sobre ésta, en un intento por relajarme de lo acontecido al comienzo de esa noche y que me había dejado con una extraña sensación de inseguridad en el pecho. Observé en silencio como el conde parecía sopesar mis palabras, manteniéndose impasible en pie a mi lado y afirmando con la cabeza levemente cuando aceptó mi propuesta. Al menos durante el tiempo que permaneciese en París antes de volver a casa sin haber completado la misión encomendada, podría prestar mis servicios a un noble ruso al que ya de por sí debía obediencia.

-Si ese inmortal cuenta con numerosos efectivos, no podremos hacerle frente nosotros solos. No son precisamente los humanos los que me preocupan, pero a no ser que tengamos esa enfrenta en luna llena tenemos todas las de perder si nos presentamos en minoría.- miré distraída como las olas rompían a escasos metros de donde nos encontrábamos, barajando las opciones que tendríamos de salir victoriosos ante no solo un vampiro, sino un ejército de éstos. Acostumbraba a deliberar sobre estrategias de lucha con mi hermano en voz alta, esperaba que al conde el hecho de que una loba tuviese sus propias ideas no le supusiese un problema.- Si el vampiro tiene un ejército, lo primero que deberíamos proponernos es como armar el vuestro. Puedo encargarme del adiestramiento de sus soldados si deséais; es algo que ya hacía en Rusia.

Lo miré pensativa durante unos segundos ante su oferta. Algo me decía que el conde podía tener sus dudas sobre quién era el responsable del asalto hacia mi persona por parte de los cazadores, y que su ofrecimiento era la forma de comprobar que estaba en lo cierto. Intentando no mostrar los estragos que esa herida estaba produciendo en mí, me levanté de la arena con la intención de continuar. Había descansado unos minutos y de seguro que el conde tendría otras cosas mejores que hacer que estar allí haciéndome compañía.- Agradezco su interés por averiguar quien está detrás de ese ataque, pues es algo que jamás hubiese esperado. Pero no se preocupe por los cazadores, si tienen la intención de volver, puede que en esa ocasión se lleven un mal recuerdo de nuestro encuentro. Si continúan vivos es porque no asesino humanos deliberadamente, no porque en realidad me supongan un problema.

Avancé un par de pasos hacia el lobo cuando una punzada de dolor proveniente de la herida atravesó todo mi cuerpo, obligándome a doblar este. Una de mis manos fue inconscientemente a la puñalada que había sido más peligrosa de que lo que había pensado en un principio. Apoyé la otra mano en el brazo del conde,dejando caer mi peso sobre éste. Busqué su mirada con la mía cargada de vergüenza e impotencia por sentirme tan débil en esos momentos.-No tendrá su montura cerca, ¿verdad? Necesito llegar a mi hotel cuanto antes.- susurré con la respiración entrecortada por el esfuerzo de mantenerme en pie, soportando ese dolor que sometía a mi cuerpo a su voluntad.

No sabría decir con exactitud si me resultaba más bochornoso estar siendo transportada en brazos por el conde, después de haberle prometido que podría entrenar a su propio ejército, o por la debilidad provocada por una herida que tendría que haber cicatrizado hacía varios minutos. Rodeé su cuello con mis brazos para facilitarle el caminar, colocando la cabeza sobre su hombro.
Me resultaba de lo más extraño como a pesar de apenas de conocerle, era capaz de sentirme segura entre sus brazos; como sin apenas haber cruzado dos palabras con él era capaz de confiarle mi vida y mi espada y como a sabiendas de que era un total desconocido, no me tensaba por la proximidad de nuestros cuerpos.

-No deseo convertirme en  una carga mayor para vos.- apunté refieriéndome no solo al peso que estaba soportando mientras sorteaba troncos y avanzaba con rapidez por la arena conmigo en brazos.- Seguro que tenéis mejores planes y no debería cambiarlos. Le aseguro que en el hotel tengo lo suficiente para curarme a mí y a medio Paris. Si me deja allí, estaré bien.

¿Cómo pedirle que no me dejase sola? ¿Qué tenía miedo a lo desconocido, porque no entendía que me estaba sucediendo? ¿Qué me asustaba la realidad de sus palabras y que esa persona que me quería muerta fuese alguien cercano y todo fuese una traición? Durante años había sido educada y entrenada para ser una alfa, y los alfas nunca nos rendíamos. Pero esa noche todos los muros que siempre ponía frente a mí se habían ido cayendo uno a uno, y solo el conde sería capaz de comprender que no era una muestra de debilidad, sino la necesidad de ser comprendido por alguien. La necesidad de no sentirse solo.

Sonreí agradecida cuando con delicadeza el conde Romanovs dejó mi cuerpo en el interior del carruaje antes de hacerse con las riendas del mismo en la parte anterior. Observé con atención todo lo contenido alrededor, buscando aquello de lo que me había informado. Tomé después las vendas para taponar la herida. Era muy extraño la forma en que se estaba desencadenando todo. A pesar de haber sido herida con una daga de plata, mi debilidad no tenía explicación, así como la continua hemorragia que no cesaba. Separé con lentitud la mano que hasta ahora taponaba la herida, sustituyéndola por un paquete de vendas. El flujo que emanaba de la herida era demasiado abundante; si no conseguía detenerlo pronto, terminaría desangrada en menos de una hora. Un olor dulzón proveniente de la herida llamó mi atención; el olor férreo de la  sangre era muy distinta. Acercando la mano que llevaba empapada de sangre me percaté que esa sustancia estaba en gran cantidad, impregnando toda ella. Y lo más extraño de todo es que no había solo una, sino dos sustancias que pude reconocer al probar levemente la sangre que tenía en mi mano.

-Ya sé que es lo que ocurre, la daga del cazador estaba impregnada de cumarina, un potente anticoagulante; por eso no me cicatriza la herida.- apunté entre jadeos, acercándome a la ventanilla que me separaba del conde.- Y también hay rastro de raíz de Aconitum napellus; es un veneno conocido como...matalobos.
Solo pude sentir como el carruaje paraba en seco y mi cuerpo caía al suelo de la parte trasera. Después de esto todo fue oscuridad.

Extraños sueños invadieron mi mente durante el estado de inconsciencia en el que me encontraba. Nítidas escenas en las que podía ver a mi manada liderada por mi hermano se agolpaban una tras otra atropellándose entre ellas. El recuerdo del momento en que me encomendaron la misión por la que estaba en París, y de la que había averiguado hacia escasas horas que había sido una trampa ideada para terminar con mi existencia. Durante unos segundos creí poder ver quien contrató a ese cazador mercenario para matarme, pero no conseguía detener las imágenes el suficiente tiempo para poder enfocar bien su rostro. Aunque podría decir sin miedo a equivocarme que era un hombre.

A pesar de encontrarme en estado comatoso pude sentir como el conde Romanovs me alzaba en brazos, trasportándome hacia el interior de algún lugar. Era incapaz de abrir los ojos, de pronunciar palabra alguna mientras sentía como todo mi cuerpo se abrasaba por dentro. No tenía dudas de que era la fiebre producida por el veneno lo que me inducía a ese estado de nulidad.

Sentí alivio cuando depositó mi cuerpo sobre una superficie fría que contrastaba con mi temperatura, calmando temporalmente la incomodidad de sentirme tan caliente. Todos mis sentidos se agudizaron al escucharle moverse por la estancia, tratando de imaginar que era lo que estaba preparando. No tardó en acercarse de nuevo a mí, y pude notar como desgarraba mi ropa para llegar hasta la herida, colocándome una especie de ungüento gelatinoso sobre ésta. Podía sentir como la sangre dejaba de salir de la herida, como el olor férreo de ésta mezclado con el veneno ya no era tan intenso, y en su lugar ahora era una mezcla de hierbas y otros elementos que no acertaba a identificar lo que aturdía mi olfato.

Sus fuertes manos alzaron levemente mi cabeza sujetándome la nuca, para darme de beber un líquido amargo que tragué con rapidez. Desconcertada, sentí como ataba mis extremidades con fuerza, pero ¿por qué? Quedaban varias noches para luna llena, no era peligroso tenerme en una cabaña en el bosq…un fuerte dolor interrumpió todos mis pensamientos, provocando que mi cuerpo se quebrase en dos. Abrí los ojos de golpe, podía sentir el color ámbar refulgiendo en ellos mientras mi espalda se arqueaba por el quemazón que sentía en cada molécula de mi ser. Busqué con la mirada al conde, dudando por unos momentos si era él mi verdadero verdugo y yo le había confiado mi vida. Podía ser que lo sucedido con el cazador hubiese sido solo puro teatro y que me tuviese allí para matarme despacio haciéndome sufrir.

-¿Qué me has hecho?- pregunté con apenas un hilo de voz, justo antes de que mi columna se curvase, levantando así mi pecho. Un grito desgarrador salió de mi garganta, cuando sentí como todo mi cuerpo se estremecía por ese líquido que me había hecho beber; tiraba con fuerza de las cadenas que me tenían apresada, incapaz de mantenerme quieta ante tanto dolor. Todo mi interior estaba en llamas, como si el mismo infierno se hubiese desatado en él. Situación que duró apenas unos segundos antes de que perdiese el conocimiento de nuevo.

Entonces, dejé de pensar, de sentir, de soñar. Aquello debía ser la muerte que por fin había llegado para llevarme a donde quiera que fuésemos los licántropos al morir.

Extraños presentimientos sobre todo lo sucedido aquella noche cruzaban mi mente sin un destino fijo, mientras sentía mi cuerpo resentirse de los bruscos movimientos producidos por los espasmos ante el antidoto que el conde me había administrado satisfactoriamente. Una vez más quedaba demostrado con creces que sobrevivir a la parca era mucho más doloroso que dejarse llevar por ella, que la vida era mucho más dura que la muerte y que gracias a  la rápida actuación de Vladimir yo continuaría con mi dura existencia en la tierra un día más al menos.

Podía sentir la humedad de un toalla limpia recorriendo mi piel con suavidad, como si alguien estuviese cuidando de los efectos secundarios de los sudores fríos provocados por la elevada temperatura.  Éste gesto y no otro fue lo que me hizo despertar del aturdimiento en el que me encontraba, para buscar con la mirada a ese buen samaritano que si no me equivocaba debía ser mi salvador. Me removí inquieta en la camilla improvisada donde todavía permanecía encadenada de pies y manos, consciente de que habían sido más que necesarias.

Poco a poco fui abriendo los párpados, dejando paulatinamente a mis ojos acostumbrarse a la poca luz que había en la habitación. Sin dudarlo ni un segundo, mi mirada buscó con impaciencia esos ojos castaños que había visto a lo largo de esa noche cada vez que había necesitado ayuda, y que una vez más no me habían decepcionado, encontrándose a escasos metros de mí.
-Siento lo sucedido.- susurré a duras penas, puesto que sentía la debilidad por haber perdido tanta sangre.-¿Os hice daño?¿Llegué a soltarme de las cadenas?- pregunté preocupada por lo que podría haber pasado si una de desas cadenas hubiese flojeado. Un ligero escalofrio recorrió toda mi espalda, consiguiendo que todo mi ser se erizase por el cambio de temperatura. Traté de levantarme para acercarme a la chimenea, pero todavía encadenada tenía poco que hacer.

- No tendrás una manta por ahí, ¿verdad? Siento entumeciemiento en las piernas, probablemente del frio..- deseaba volver cuanto antes al hotel donde me alojaba y meterme en la cama para dormir hasta dos días después, pero por otra parte no quería alejarme de ese lobo que había conseguido llamar mi atención.