Whispers — Privado

Lo único que verdaderamente anhelaba era poder encontrar a su pequeño hijo. Todos esos meses que habían transcurrido se convirtieron en una eterna nevada. Gwynneth sufría internamente su propia tragedia, más no lo demostraba ante nadie. Quizás aquel orfanato en París le había brindado fortaleza, y aunque estuviera rodeada de niños, se sentía cómoda ahí y mucho más motivada para hallar a su propio hijo. Por eso es que había partido a aquella ciudad extranjera, porque su ardua investigación la encaminaron hasta ahí. Incluso, Ludovic también coincidió en el mismo lugar, y le juró que no descansaría hasta encontrar a su único tesoro. Pero también estaba Klaus, y Gwynneth se preocupaba por todos los afectados por igual. Así que, mientras Ludovic buscaba a su hermano menor, ella movió sus influencias para llegar hasta alguien en la Inquisición.

No conocía personalmente al hombre, pero los comentarios que le habían hecho llegar sobre Astor Gray la motivaron a querer acudir a él. El fuerte deseo de hallar a su pequeño y la esperanza debida fortalecieron su espíritu. Tal vez el hombre no fuera el más simpático, pero confiaba en su integridad como inquisidor; además de contar como espectador de la extraña cofradía que lideraba el mismísimo Papa. ¿Serían los aliados del Santo Padre quiénes buscaban desesperadamente el Grial y la sangre preciosa de los merovingios? La única idea le aterraba, porque su bebé llevaba la misma sangre de aquella estirpe antigua.

Conservaba la misiva de la cita con recelo, como si de un tesoro se tratara. Encontraba en aquellas palabras, y en ese encuentro, una suerte de llave que la guiaría hasta su preciado bebé. Quizás otra mujer en la situación de Gwynneth se hubiera amargado y hasta sucumbido ante una terrible depresión, pero ella no era así. Le dolía la pérdida de su primogénito, claro; no obstante, su crianza la hizo fuerte y optimista. Todo aquel dolor lo transformó en valor, lo moldeó a tal punto que era imposible sentarse en un rincón a derramar lágrimas. No iba a gastar energías en hacerse la inútil, por más que la situación estuviera consumiéndola por dentro, iba a demostrarle a la vida que ella tendría el poder para acabar con cualquier obstáculo.

A temprana hora de la mañana se dirigió hacia el Hostal. Tal vez el lugar no fuera el más elegante o bien visto, pero se prestaba para ser sitio de una reunión como la que tendría con Astor. El tema de plática debía ser confidencial; nadie, ni siquiera sus propias sombras debían saber de tal cosa. Así que al cruzar el pórtico del lugar, avanzó con sigilo, intentando reconocer a alguien que encajara con la descripción que recibió. Y justo lo halló. Estaba sentado en el borde de lo que quedaba de una antigua fuente en medio del patio central. Gwynneth se llevó la mano al pecho; estaba cada vez más cerca de cumplir su más anhelado deseo.

—¿Señor Gray? —preguntó al estar cerca del hombre. Esperaba que no fuera una equivocación—. Soy Gwynneth, Gwynneth Aylwin.

Algo en aquella figura puso en alerta sus sentidos, y al percatarse de ello, simplemente mantuvo la distancia. El hombre era una bestia, aunque externamente sólo era el reflejo de un hombre de firmes convicciones, de quien esperaba demasiado.