AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dark Visions — Privado
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Dark Visions — Privado
—Sabía que mi elección fue la correcta al recibirte en mi familia —respondió Gwyddyon, mientras avanzaba despacio entre los amplios jardines de su residencia—. Hay muchos jóvenes talentosos allá afuera, pero no se topan con las personas indicadas. Yo tuve la buena estrella de encontrarte —aseguró—. Te convertiste en más que un artista al que apoyáramos; eres como el hijo que la inmortalidad no me dio en todos estos años. Audrey y yo estamos orgullosos de ti.
Hacía varios meses que Gwyddyon había acogido bajo su protección a un joven artista de nombre Gustav. El muchacho logró causar muy buena impresión en el Médici desde que le fue presentado por aquella poderosa marchand inglesa. Creyó regresar de nuevo al siglo que lo fue nacer, aquel Renacimiento del pasado en el que los artistas eran tan cotizados como en ese momento. Aunque, ya el arte estaba tomando otro rumbo; las técnicas iban cambiando lentamente, y los artistas poseían otro pensamiento. Todo aquello era agradable a Gwyddyon, pues él siempre había apoyado los cambios y la mentalidad abierta en las personas. Por eso en antaño se dedicaba a coleccionar códices, manuscritos y obras de todo tipo, escritas en diferentes lenguas, provenientes de cualquier rincón del mundo conocido. Siempre había adoptado su posición de un hombre culto, un comerciante tenaz y alguien que bien sabía administrar las riquezas. Eso fue lo que llevó a los Médici a la gloria en aquel entonces.
Gustav parecía la viva imagen de un Buonarroti, aunque, su carácter nada se comparaba con aquel escultor huraño. Había en él un futuro prometedor; era un artista que estaría dentro de la historia del arte. O al menos de eso se encargaría Gwyddyon. A pesar de ser un banquero y un empresario extraordinario, también continuaba involucrado en todo lo relacionado con el arte, y justo en ese momento, cuando éste se convertía en un maravilloso mercado, menos dejaría su magnífico gusto.
Mientras caminaba al lado de su protegido, una duda incierta acudió a sus pensamientos. Si bien Gustav gozaba de privilegios como un miembro de la familia, también debía adaptarse a las normas que establecía el líder.
—Gustav, hay algo que me ha estado generando cierta inquietud. Y no sólo a mí —habló finalmente—. Audrey me comentó algo que me cuesta aprobar en ti. —Dejó la duda en el aire y se detuvo a contemplar el cielo nocturno, apenas acompañado con la caída de agua de una fuente cercana, la cual estaba decorada con animales simbólicos en la alquimia—. Dime una cosa: ¿Qué clase de interés tienes en la señora de Kettering? Sé que es una marchand poderosa, pero siento que hay algo más.
Esta vez sostuvo la mirada de Gustav entre las penumbras, descubriendo las emociones internas que sus palabras pudieran causar.
—Mira, no tengo ningún problema con que tengas aventuras románticas, o como prefieras llamarlas. Sin embargo, ella es una mujer casada y tú apenas estás haciéndote un espacio en el mercado del arte. Porque no sólo quiero que te dediques a ser artista, también me gustaría que nos ayudaras; que te convirtieras en un futuro marchand —sentenció—. Tienes futuro, Gustav. Pero no lo vayas a arruinar. Puedes estar con quien desees, sólo ten cuidado; la envidia puede aprovecharse de tus debilidades para arruinarte, y yo no quiero eso para ti.
Hacía varios meses que Gwyddyon había acogido bajo su protección a un joven artista de nombre Gustav. El muchacho logró causar muy buena impresión en el Médici desde que le fue presentado por aquella poderosa marchand inglesa. Creyó regresar de nuevo al siglo que lo fue nacer, aquel Renacimiento del pasado en el que los artistas eran tan cotizados como en ese momento. Aunque, ya el arte estaba tomando otro rumbo; las técnicas iban cambiando lentamente, y los artistas poseían otro pensamiento. Todo aquello era agradable a Gwyddyon, pues él siempre había apoyado los cambios y la mentalidad abierta en las personas. Por eso en antaño se dedicaba a coleccionar códices, manuscritos y obras de todo tipo, escritas en diferentes lenguas, provenientes de cualquier rincón del mundo conocido. Siempre había adoptado su posición de un hombre culto, un comerciante tenaz y alguien que bien sabía administrar las riquezas. Eso fue lo que llevó a los Médici a la gloria en aquel entonces.
Gustav parecía la viva imagen de un Buonarroti, aunque, su carácter nada se comparaba con aquel escultor huraño. Había en él un futuro prometedor; era un artista que estaría dentro de la historia del arte. O al menos de eso se encargaría Gwyddyon. A pesar de ser un banquero y un empresario extraordinario, también continuaba involucrado en todo lo relacionado con el arte, y justo en ese momento, cuando éste se convertía en un maravilloso mercado, menos dejaría su magnífico gusto.
Mientras caminaba al lado de su protegido, una duda incierta acudió a sus pensamientos. Si bien Gustav gozaba de privilegios como un miembro de la familia, también debía adaptarse a las normas que establecía el líder.
—Gustav, hay algo que me ha estado generando cierta inquietud. Y no sólo a mí —habló finalmente—. Audrey me comentó algo que me cuesta aprobar en ti. —Dejó la duda en el aire y se detuvo a contemplar el cielo nocturno, apenas acompañado con la caída de agua de una fuente cercana, la cual estaba decorada con animales simbólicos en la alquimia—. Dime una cosa: ¿Qué clase de interés tienes en la señora de Kettering? Sé que es una marchand poderosa, pero siento que hay algo más.
Esta vez sostuvo la mirada de Gustav entre las penumbras, descubriendo las emociones internas que sus palabras pudieran causar.
—Mira, no tengo ningún problema con que tengas aventuras románticas, o como prefieras llamarlas. Sin embargo, ella es una mujer casada y tú apenas estás haciéndote un espacio en el mercado del arte. Porque no sólo quiero que te dediques a ser artista, también me gustaría que nos ayudaras; que te convirtieras en un futuro marchand —sentenció—. Tienes futuro, Gustav. Pero no lo vayas a arruinar. Puedes estar con quien desees, sólo ten cuidado; la envidia puede aprovecharse de tus debilidades para arruinarte, y yo no quiero eso para ti.
Gwyddyon de Médici- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 01/07/2015
Re: Dark Visions — Privado
Con el pecho henchido de orgullo por las palabras del vampiro que confió en él, brindándole de no solo un nombre apropiado sino también una carrera prometedora en la pintura, Gustav caminaba al lado de Gwyddyon por los jardines de la enorme residencia de los Médici.
– Ha sido tu apoyo y el de tu esposa lo que me ha llevado a crear maravillosas obras – aseguro, mirando con verdadero agradecimiento el rostro de su mecenas – sin todo lo que me han brindado, sería el mismo artista desconocido de hace meses – y es que si bien Gustav poseía el talento para la pintura, su estatus económico no era el de alguien que pudiera acceder de manera sencilla a todo lo que se necesitaba para crear una emblemática obra.
Meses atrás era un hombre tratando de hacerse de un nombre, de demostrar a los adinerados de cualquier lugar del mundo que merecía su apoyo. Gustav pasó de ciudad en ciudad en busca de un mecenas, pero no fue sino hasta que una conocida inglesa le presento a Gwyddyon de Médici que hallo lo que buscaba y mucho más. Aquel poderoso hombre no se limito a ofrecerle al artista lo necesario sino que lo convirtió también en un miembro de la dinastía. Ser parte de lo Médici estaba más allá de las expectativas del pintor, quien pensaba conformarse con recibir el apoyo y la protección de Gwyddyon. A pesar de sus renuencia inicial a aceptar aquel apellido tan importante, Gustav termino convirtiéndose en un miembro más de aquella importante familia y junto a su nuevo estatus social, aparecieron no únicamente beneficios sino también responsabilidades que antes no tenía.
Formar a ser parte de la poderosa dinastía lo llevó a conocer los secretos de la misma. Secretos tales como que su protector y su esposa eran criaturas inmortales, bebedores de sangre que no podían contemplar la luz del sol, poseedores de dones asombrosos pero no por eso, criaturas monstruosas, sino más bien todo lo contrario. Tanto Gwyddyon como su esposa Audrey se preocupaban por él, le expresaban sus dudas respecto a ciertas maneras de actuar de Gustav y le otorgaban sabios consejos cuando se los pedía. Y fue durante la apacible caminata que su mecenas se atrevió a cuestionarle sobre un asunto que Gustav sabía, venía incomodando a Audrey desde hacía ya algo de tiempo. Su relación con Juliette Kettering.
Juliette apreció en la vida de Gustav como un beneficio añadido a su nueva posición social y a su don para la pintura. Era una mujer tan poderosa como bella, quien en pocos encuentros acabó cautivando por completo al joven artista. Tanta era su fascinación con ella que incluso aceptaba convertirse en su amante, secreto que no era tan sencillo de ocultar de seres inmortales.
Que el tema de su amante saliera a flote llevó a Gustav a permanecer quieto, sosteniendo en silencio la mirada de Gwyddyon, quien descubrió más de su silencio que de sus palabras.
– Sé que esta casada y que nuestra aventura romántica deberá terminar algún día. No únicamente porque su esposo pueda descubrirla sino porque sé que tanto tu como Audrey esperan cosas de mi – respondió manteniendo la mirada fija en el vampiro – Lo último que quiero es defraudar la confianza que ponen en mi, por eso te pido, les pido, que confíen en mi. Me creo capaz de llevar este asunto de la mejor manera y ten por seguro que a la mínima señal de alarma, daré por terminado mi romance con ella – y es que adoraba a su amante pero no podía dejar de lado las responsabilidades con los Médici, no después de todo lo que le dieron y daban.
– Ha sido tu apoyo y el de tu esposa lo que me ha llevado a crear maravillosas obras – aseguro, mirando con verdadero agradecimiento el rostro de su mecenas – sin todo lo que me han brindado, sería el mismo artista desconocido de hace meses – y es que si bien Gustav poseía el talento para la pintura, su estatus económico no era el de alguien que pudiera acceder de manera sencilla a todo lo que se necesitaba para crear una emblemática obra.
Meses atrás era un hombre tratando de hacerse de un nombre, de demostrar a los adinerados de cualquier lugar del mundo que merecía su apoyo. Gustav pasó de ciudad en ciudad en busca de un mecenas, pero no fue sino hasta que una conocida inglesa le presento a Gwyddyon de Médici que hallo lo que buscaba y mucho más. Aquel poderoso hombre no se limito a ofrecerle al artista lo necesario sino que lo convirtió también en un miembro de la dinastía. Ser parte de lo Médici estaba más allá de las expectativas del pintor, quien pensaba conformarse con recibir el apoyo y la protección de Gwyddyon. A pesar de sus renuencia inicial a aceptar aquel apellido tan importante, Gustav termino convirtiéndose en un miembro más de aquella importante familia y junto a su nuevo estatus social, aparecieron no únicamente beneficios sino también responsabilidades que antes no tenía.
Formar a ser parte de la poderosa dinastía lo llevó a conocer los secretos de la misma. Secretos tales como que su protector y su esposa eran criaturas inmortales, bebedores de sangre que no podían contemplar la luz del sol, poseedores de dones asombrosos pero no por eso, criaturas monstruosas, sino más bien todo lo contrario. Tanto Gwyddyon como su esposa Audrey se preocupaban por él, le expresaban sus dudas respecto a ciertas maneras de actuar de Gustav y le otorgaban sabios consejos cuando se los pedía. Y fue durante la apacible caminata que su mecenas se atrevió a cuestionarle sobre un asunto que Gustav sabía, venía incomodando a Audrey desde hacía ya algo de tiempo. Su relación con Juliette Kettering.
Juliette apreció en la vida de Gustav como un beneficio añadido a su nueva posición social y a su don para la pintura. Era una mujer tan poderosa como bella, quien en pocos encuentros acabó cautivando por completo al joven artista. Tanta era su fascinación con ella que incluso aceptaba convertirse en su amante, secreto que no era tan sencillo de ocultar de seres inmortales.
Que el tema de su amante saliera a flote llevó a Gustav a permanecer quieto, sosteniendo en silencio la mirada de Gwyddyon, quien descubrió más de su silencio que de sus palabras.
– Sé que esta casada y que nuestra aventura romántica deberá terminar algún día. No únicamente porque su esposo pueda descubrirla sino porque sé que tanto tu como Audrey esperan cosas de mi – respondió manteniendo la mirada fija en el vampiro – Lo último que quiero es defraudar la confianza que ponen en mi, por eso te pido, les pido, que confíen en mi. Me creo capaz de llevar este asunto de la mejor manera y ten por seguro que a la mínima señal de alarma, daré por terminado mi romance con ella – y es que adoraba a su amante pero no podía dejar de lado las responsabilidades con los Médici, no después de todo lo que le dieron y daban.
Gustav De Médici- Humano Clase Alta
- Mensajes : 41
Fecha de inscripción : 29/09/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Dark Visions — Privado
Desde su mortalidad, Gwyddyon se había esmerado en proteger a los suyos, especialmente a sus hijos y alumnos. No deseaba formar fracasados, sino hombres que merecieran su digna consideración, pues, de ellos dependería gran parte del imperio forjado por el Médici. Con Gustav no había demasiada diferencia, el muchacho se ganó la estima del antiguo a pulso, y eso era algo admirable. Por más que Gwyddyon demostrará ser un hombre sereno, paciente, y hasta amable, poseía un carácter regio; era un personaje sumamente delicado y exigente, en especial con asuntos familiares. Podía decirse, que para ese entonces, ya Gustav pasaba a formar parte del linaje, sin embargo, debía demostrar más aptitudes, no sólo en el arte, obviamente. Precisamente, por esa misma razón, lo había citado, pues tenía en mente tratar todo asunto ajeno a la familia que pudiera perjudicar la imagen de Gustav.
Le tenía estima al joven, de eso no cabía duda, pero no podía aceptar cualquier fallo por parte de él, y mucho menos un escándalo. Por eso le aconsejaba, no para mal, sino para que conservara su estatus lo mejor posible; o al menos para que supiera hacer las cosas a puertas cerradas. Muchos líderes se iban a la quiebra por no saber controlar sus emociones, dejándose llevar por lo mundano de forma terrible, y eso era lo que Gwyddyon quería evitar. Hablaba desde su experiencia en el mundo, que no era poca.
—Me agradas, muchacho, y por eso quiero lo mejor para ti. También espero lo mejor de tu parte —contestó con absoluta seguridad. Aunque apenas aparentaba treinta años, sus palabras eran, sin duda, las de alguien mucho mayor. Alguien que debía superar la juventud de cualquier incauto—. Quizás puedas tomarte a mal mis palabras, sin embargo, como bien sabes, tiendo a ser exigente, pues me gustaría contar con la compañía de personas capaces. Yo confío en tus facultades; eres inteligente y muy talentoso, pero, como cualquiera, hay cosas que te pueden hacer flaquear si no las llevas con el debido cuidado.
Y quién mejor que un inmortal de gran apellido para hacérselo saber. Gwyddyon sabía de experiencias de ese estilo, pues, no sólo su edad lo delataba, también tuvo la dicha de haber nacido en pleno Renacimiento, un siglo de crecimiento y escándalos a nivel social, especialmente en Florencia.
—Claro que lo sabías, pues es algo obvio, ¿no? Aun así decidiste estar con ella. Los jóvenes no suelen contener sus deseos de ir en contra de lo correcto. No te juzgo, muchas veces no se puede dejar pasar ciertas oportunidades, aunque igual traigan consecuencias —afirmó, desviando la mirada hacia el paisaje que rodeaba a su jardín—. Estás entre la espada y la pared. Por una parte, quieres hacer lo mejor para nosotros, para ti, de cumplir tus metas, pero por otra, está la señora Kettering. ¿Sabes qué creo? Que ella no sólo te atrae, posiblemente sea algo más. Te lo digo desde la experiencia. Debes cuidar tus sentimientos, para evitar que se desboquen y hagan lo que les plazca.
Le habló como lo haría un padre a un hijo, incluso hasta apoyó una mano sobre el hombro del muchacho, un gesto en el que pretendía brindarle seguridad. Un gesto en el que le daba a entender que podía contar con su más sincero apoyo a pesar de todo.
Le tenía estima al joven, de eso no cabía duda, pero no podía aceptar cualquier fallo por parte de él, y mucho menos un escándalo. Por eso le aconsejaba, no para mal, sino para que conservara su estatus lo mejor posible; o al menos para que supiera hacer las cosas a puertas cerradas. Muchos líderes se iban a la quiebra por no saber controlar sus emociones, dejándose llevar por lo mundano de forma terrible, y eso era lo que Gwyddyon quería evitar. Hablaba desde su experiencia en el mundo, que no era poca.
—Me agradas, muchacho, y por eso quiero lo mejor para ti. También espero lo mejor de tu parte —contestó con absoluta seguridad. Aunque apenas aparentaba treinta años, sus palabras eran, sin duda, las de alguien mucho mayor. Alguien que debía superar la juventud de cualquier incauto—. Quizás puedas tomarte a mal mis palabras, sin embargo, como bien sabes, tiendo a ser exigente, pues me gustaría contar con la compañía de personas capaces. Yo confío en tus facultades; eres inteligente y muy talentoso, pero, como cualquiera, hay cosas que te pueden hacer flaquear si no las llevas con el debido cuidado.
Y quién mejor que un inmortal de gran apellido para hacérselo saber. Gwyddyon sabía de experiencias de ese estilo, pues, no sólo su edad lo delataba, también tuvo la dicha de haber nacido en pleno Renacimiento, un siglo de crecimiento y escándalos a nivel social, especialmente en Florencia.
—Claro que lo sabías, pues es algo obvio, ¿no? Aun así decidiste estar con ella. Los jóvenes no suelen contener sus deseos de ir en contra de lo correcto. No te juzgo, muchas veces no se puede dejar pasar ciertas oportunidades, aunque igual traigan consecuencias —afirmó, desviando la mirada hacia el paisaje que rodeaba a su jardín—. Estás entre la espada y la pared. Por una parte, quieres hacer lo mejor para nosotros, para ti, de cumplir tus metas, pero por otra, está la señora Kettering. ¿Sabes qué creo? Que ella no sólo te atrae, posiblemente sea algo más. Te lo digo desde la experiencia. Debes cuidar tus sentimientos, para evitar que se desboquen y hagan lo que les plazca.
Le habló como lo haría un padre a un hijo, incluso hasta apoyó una mano sobre el hombro del muchacho, un gesto en el que pretendía brindarle seguridad. Un gesto en el que le daba a entender que podía contar con su más sincero apoyo a pesar de todo.
Gwyddyon de Médici- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 23
Fecha de inscripción : 01/07/2015
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