Lluvia y Nieve | Soliloquio.

por **Jolene Clarke** Mar Ene 03, 2017 7:08 pm

Lluvia y Nieve

«Estoy ciega y muda para todo. Como si tuviera algodón en las venas, como si hubiera tragado nieve».

Las gotas de lluvia se acumulaban en mi ventana. Resbalaban como lágrimas caídas del cielo, jugando en una suave danza con los copos de nieve. Ese día permanecí sentada frente al cristal. Me olvidé de las necesidades que todo ser humano posee. Me olvidé de comer, me olvidé de mi baño diario. Observaba el suelo grisáceo encerrada en mi habitación, esperando a que una capa blanca lo vistiese. Guardaba la esperanza. En Inglaterra pocas veces había tenido el placer de ser testigo de este fenómeno. La lluvia limpiaba el suelo e impedía que la nieve se posase sobre este sin fundirse con ella antes.

Los días nublados de invierno son tristes, pero también hay beldad en la tristeza. ¿Por qué no se me era concedido aquel pequeño placer? Un cielo gris y un paisaje blanco que cubriese todo aquello que mis ojos acostumbraban a ver, para mostrarme así aquello que aún no había tenido ocasión de admirar con profundidad.

Yo amaba la lluvia, no me malinterpretes, solo me encontraba ansiosa por ver más. Lluvia siempre me había protegido de aquellas cosas que una niña jamás debe ver. Limpiaba y purificaba todo a mi paso. Mis zapatos jamás fueron posados sobre una capa gélida. Pero ¿no es la nieve también agua, como la lluvia lo es? ¿Por qué insistió durante tanto tiempo en hacerme creer que eran cosas distintas? Su empeño y dedicación no hizo más que alimentar mi anhelo, y huí con desesperación de la lluvia que traía consigo mi amada Inglaterra.

Mamá siempre me quiso proteger del frío, siempre estuvo ahí para ponerme el abrigo. Pero no existe el otoño eterno. Ambas sabíamos que solo era cuestión de tiempo.

Descendí con sumo sigilo por las escaleras y me detuve frente a la puerta. Alguien golpeaba. El viento gélido me llamaba, y tras insistir tras varios segundos, posé mi mano sobre la cerradura. Escuché los gritos de Lluvia en mi cabeza, sus sonoras advertencias golpeándome como siempre hacían, y abrí la puerta que daba acceso a mi corazón. Los copos de nieve se posaron en mi pelo, en mi vestido, en mi piel clara. Su tacto frío amenazaba con perforar el tejido hasta aprisionar mis huesos. Lo sentí, como una mano de hielo apretando mi cuello. Perdí el sentido del tacto y mi cuerpo se congeló. Apenas logré desviar la vista hacia abajo: mis pies descalzos se teñían del color de la rosa más viva, mas no sentí sangre que los regase.

Después de tanto tiempo, la vi alzándose ante mí, y me dejé abrazar por ella por vez primera.