Un camino errado { LIBRE }

De pequeño, Enric nunca había temido a la oscuridad ni a los monstruos que, según los cuentos para asustar niños, vivían en ella, pero, curiosamente, tampoco había terminado de acostumbrarse a la noche de París. Pese a que allí hubiera más luz que en su pequeña ciudad natal, donde casi tenían que guiarse por el capricho de la luna, había algo en el ambiente que le ponía nervioso. No sabía qué o quiénes eran lo que le alteraban de aquella manera, pero en ningún momento había logrado sentirse cómodo en las calles una vez el sol hubiera decidido ausentarse.

Esa noche, sin embargo, no se encontraba en el burdel que se había convertido tanto en su hogar como su prisión, sino que transitaba tomando atajos para perderse de camino a él. Sabía que si no se presentaba allí habría represalias, pero ese era el día de la semana en el que menos clientela acudía al local y, precisamente por ello, era el único momento en el que podía permitirse aquel capricho. Además, no tenía cabeza para atender a nadie. Aquella tarde la había pasado a orillas del Sena, en compañía de aquella marabunta ambulante, pero dedicado en exclusiva a sus pensamientos. Un error que había notado a la hora de emprender el camino de vuelta, pues se había descubierto irascible y cargado de rabia, y necesitaría sosegarse si no quería correr el riesgo de cometer alguna imprudencia. Así pues, estaba haciendo tiempo para que la pícara sonrisa que había aprendido a hacer que dominara sus labios volviera a salirle de manera natural a ocultar lo que fuera que sucediera en el interior de aquella cabeza, ya que era algo que a nadie le importaba en realidad.

Tanto anduvo y tanto se desvió, que de pronto se perdió por alguna de aquellas callejuelas que nadie sabría decir a ciencia cierta si pertenecían a París o a la vecina Montmartre, que era a donde se encaminaba. Las oscuras fachadas le resultaron desconocidas y, sin embargo, parecía que había pasado por aquel mismo lugar un centenar de veces. Por tanto, sólo podía aclararse en el hecho de que no tenía ni la más remota idea de dónde se encontraba. Tomó aire hasta llenar sus pulmones, intentando de tal manera tranquilizarse y evitar que la ansiedad se hiciera visible, quizás para lograr razonar con mayor claridad o simplemente como parte de esa costumbre que le obligaba a aparentar virilidad. Y, después, intentó ubicarse de nuevo. Fue en vano, ya que, por mucho que mirase, el oscuro callejón seguía resultándole extraño, pero logró dar con algo de lo que no se había percatado anteriormente: no estaba solo. Por ello, se acercó con prisa hacia aquella figura en la sombra, consciente de que, por peligroso que pudiera resultar, era una solución más razonable que el lanzarse a perderse aún más.

- Buenas noches y disculpe que le moleste – saludó con toda la amabilidad que pudo y ocultando su nerviosismo, guardando una distancia razonable, tanto para no representar una amenaza como para evitar cualquier riesgo innecesario -. ¿Sabría indicarme hacia dónde queda el centro de Montmartre? – si lograba llegar allí, el joven auvernés podría ubicarse.

Desde que se hubiera convertido en un paria social, Enric había perdido el gusto por una buena conversación. No es que no las mantuviera, por el contrario, en la casa en la que trabajaba había encontrado en el habla una buena aliada, pero lo hacía más por trabajo o astucia que por placer. Una vez dejaba su faceta profesional, si es que a su desempeño se le podía dar tal categoría, se volvía alguien más reservado. Y es que, por muy cándido que hubiera sido, el conocer las más bajas facetas y los inconfesables secretos de tantas personas, le hacían desconfiar de las intenciones de cualquiera. Y aún no había llegado al nivel de perversión para aceptarlas por considerarlas parejas a las suyas.

Esa era la razón por la que su amable rostro se enfrió por el ofrecimiento. Sí, era una mujer sola a esas horas de la noche y, por lo tanto, seguramente una amenaza nula. Pero, precisamente, era una mujer sola a esas horas de la noche y, por lo tanto, ¿no había algo extraño en ello? ¿Qué estaría tramando? ¿Se podría fiar de ella? De pronto, Enric tragó saliva, ahogando en ella aquella ristra de pensamientos sin sentido que sólo hacían que hundirle más en su malestar. No, no había nada de malo en dejar que aquella inofensiva joven le acompañase. ”Siempre y cuando mantengas la guardia” añadió para sus adentros.

- Sería muy amable por su parte – terminó por contestar apenas un par de segundos después, intentando volver a aparentar normalidad -. Es tarde y a estas horas todas las calles me resultan demasiado parecidas - trató de excusarse para no parecer un completo alelado, al tiempo que adelantaba el brazo para invitarla a iniciar la marcha -. Por favor.

Las condiciones no le permitían ver precisamente mucho de la mujer, pero lo que sí creyó atisbar era un extraño deje en su habla. No es que el auvernés fuera un letrado, ni mucho menos, ni que conociese los diferentes dialectos de Francia, pero algo quería decirle que se trataba de una extranjera. Aquel dato llamó su atención y la curiosidad le hizo dar un pequeño paso más, con el fin de indagar un poco más en la vida de esa extraña, intentando siempre no revelar, precisamente, su repentino interés.

- Por cierto, mi nombre es Enric - se presentó al tiempo que intentaba eludir un amplio charco que se había formado en medio de la calle -, discúlpeme por no haberme presentado antes, señorita... - y alargó deliberadamente la última sílaba de la frase con la intención de que fuera ella la que la terminase.