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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Radu V. Rosenthal Miér Ene 04, 2017 9:11 pm





A fugitive's hostage
¿quién es más dichosa, la rosa que embellece a la mujer o la mujer que por la rosa es embellecida?

Cuatro por la tarde en punto. Resultaba sumamente conveniente que los relojes cantaran las horas cuando la aguja daba por finalizada una más de sus perezosas elipses. Al son de las campanadas, Radu huía a toda velocidad entre transeúntes y carruajes, surcando al ritmo del viento la avenida que arropaba al Banque de France. Intentar escapar se había convertido en una rutina y obtener resultados satisfactorios en una carrera contra sus consecuencias; los centinelas que le perseguían con marcada desventaja eran un manojo de incompetentes vástagos a los que su hermano pagaba generosas sumas por custodiarle, o en tantos casos como ese, por pisarle los talones si las estacas se zafaban y el lobo salía a dar una vuelta y orinar farolas.
En esa ocasión, a su opresor le había parecido una fantástica idea colocarle un collar alrededor del cuello y amarrarlo a las columnas en cada parada que debía realizar durante su paseo. A Radu le escocían las entrañas de rabia pura, pues era mucho más dificultoso disimular un anillo de cinco centímetros de espesor por uno de grosor destellando contra su garganta que un par de pulseras, igualmente elaboradas en aleación de hierro y plata, ataviándole las muñecas. Le deseaba, sencillamente, la más cruenta de las muertes.

Era imprescindible que ningún ciudadano le pusiera atención, debía escabullirse con la habilidad de un ladronzuelo entre pomposas faldas e infinitos abrigos hasta dar con un escondite en el cual resguardarse y esperar a que sus perseguidores perdieran el rumbo y se alejaran de sus inmediaciones. Aunque este detalle pudiera sonar insignificante, para Radu se convertía en un desventajoso obstáculo; su aspecto le proporcionaba cualquier atributo menos el preferible para pasar inadvertido, ataviado con unos impecablemente lustrados zapatos de cuero azabache, una camisa de satén y pantalones de raso grisáceo a juego con su chaleco, en sumatoria con la abundante y prolijamente recortada barba que enmarcaba su rostro, se asemejaba a los nobles parisenses de afamada hipocresía y bien conocida predilección por hablar de más. Si algún ilustre adinerado le viera, era más que seguro que se aproximaría a saludarle por la simple e imperiosa necesidad de darse a conocer; y el joven Rosenthal no estaba en condiciones –porque los ánimos siempre le escaseaban– de entablar una plática con algún francés de pacotilla que le confundiera con alguien de renombre por el simple hecho de ir luciendo las prendas que su hermano consideraba adecuadas y le obligaba a usar sólo para joderle la existencia. Un licántropo enfundado en raso y satén, ¡salve la ironía!
Oh, el collar, no nos olvidemos del aro de plata cuya eterna cadena llevaba enrollada en el brazo izquierdo. Como para pasar desapercibido.

Era menester dar con un sitio en el cual ocultarse, Bertok se había detenido en el banco para encargarse de sus asuntos de conde charlatán y no tardaría en darlos por concluidos. Dicen que el método más efectivo para ocultar un árbol es plantarlo en un bosque, pero qué clase de bosque camuflaría a un lobo alemán disfrazado de aristócrata francés.
Presa de la exasperación, comenzó a deambular entre la multitud con la cabeza gacha y los hombros alzados hasta que sus orbes dieron con la ilustre arcada de hierro que rezaba «Jardín botánico». Como camarón en su salsa se aventuró por los senderos adoquinados custodiados por la abundante vegetación procurando evadir transeúntes que pudieran atestiguar al interrogatorio de sus perseguidores. Ya se creía a salvo de todo mal cuando el inconfundible hedor de los secuaces contratados por su hermano le colmó las fosas nasales, le venían siguiendo el paso, bastó con que se concentrara para identificar el repiqueteo de las ajetreadas pisadas de un grupillo de cinco hombres a escasa distancia.
Poseído por un subidón de adrenalina, Radu saltó los arbustos zigzagueantes aledaños al camino y atravesó a toda velocidad los islotes de césped, al diablo con la prohibición de ponerles pie encima, luego se excusaría con alguna tontería. Los individuos estaban próximos a la entrada del parque, pero a juzgar por las vibraciones que llegaban a sus oídos se encontraban desconcertados, debía detenerse ahora y camuflar su aroma o darían con él de inmediato.

Se aferró al tronco de un añejo ciprés y se desplomó detrás de una familia de tupidos jazmines. Allí aguardó inmóvil, valiéndose de los orificios entre las hojas para vigilar los caminos; nada parecía fuera de lugar, si dejaba pasar una media hora y volvía a revisar la periferia, seguramente podría dar rienda suelta a su libre albedrío desde entonces y hasta que le atraparan de una vez. Ningún testigo y en pleno auge del sol, cuán dichoso se sentía.
Dejó que la cadena se deslizara hasta el suelo, librando a su brazo de la carga y se dio la vuelta con intención de buscar un espacio idóneo para tumbarse en la espera. Pero se quedó inmóvil. Allí, frente a él, a un escaso medio metro de distancia yacía un joven. Estaba perplejo, se encontró clavándole la mirada sin recelo, presa del desconcierto, ¿cómo no le había oído?, ¿cómo no le había olido?, ¿cómo no le había visto siquiera? ¿Cuánto hacía que aquel sujeto se encontraba ahí? Oh, bueno, basta de rodeos, la mente de un asesino funciona más a combustible de reacciones que de meditaciones, así que Radu simplemente se abalanzó sobre el chico y le cubrió la boca con su diestra.
Silencio –le susurró al oído–, si sueltas una palabra o haces el más insignificante de los movimientos, me encargaré de desollarte vivo –concluyó con la sutileza de un príncipe, y lo retuvo contra su cuerpo, rogando que su escondite se mantuviera ignorado.


Última edición por Radu V. Rosenthal el Mar Mayo 08, 2018 9:08 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Cailen Gowan Dom Ene 29, 2017 12:09 am

Había sido una semana colmada de infortunios, primero me robaron el sitio donde solía ponerme al acecho por las tardes y noches en busca de transeúntes distraídos de los que solía aprovecharme, luego me había descubierto la policía y me vi en la necesidad de huir de ellos, terminando por buscarme un escondrijo hasta el otro lado de la ciudad, tercera y última, me había acabado todo el poco dinero que tenía y la gente por esa zona era más atenta, hasta el momento solo había conseguido concretar menos de cinco robos y ninguno de ellos verdaderamente fructífero, un par de pañuelos, brazaletes de las doncellas y un par de anillos de los caballeros. Con eso no podía vivir.

Decidido a redoblar esfuerzos para conseguir más dinero comencé a alterar mi horario de sueño (que de por sí no era nada sano, levantándome en cuanto saliera el sol y durmiendo hasta pasada la una de la mañana) y en dos días no había dormido más de cuatro horas, estaba exhausto y sin energía.

Caminé por las ajetreadas calles de París en busca de víctimas pero otra vez sin éxito, resignado seguí andando derecho hasta donde mis pies quisieran llevarme, llegaron momentos en los que prácticamente caminaba en estado de sonambulismo, me sentía a morir, quería dormir, tenía que dormir. Antes de que me diera cuenta había terminado cruzando el portón del jardín botánico y avanzaba por el mismo, buscando no sé qué. Fue entonces que, por estar tan concentrado en dormir algo, no vi una raíz que estaba en el suelo y terminé tropezando con ella y dándome de bruces contra el suave césped, solté un gruñido de irritación pero nada más, no hice ni ademán de ponerme de pie, estaba demasiado cansado para ello, en vez de eso me giré sobre mí mismo hasta quedar bajo la sombra de un árbol a menos de dos metros de mí. La sombra de este y el esponjoso manto verde debajo de mí resultaban demasiado relajantes, caí dormido casi al instante.

Pero no duró mucho, de repente escuché como el tintineo de metal golpeándose con metal y, si bien no me despertó, causó algo de irritación. Súbitamente y para mi espanto sentí que un brazo potente me alzaba del suelo y luego una mano me cubría la boca bruscamente, al principio grité pero el sonido era amortiguado y me removí en su agarre espantado sin comprender qué estaba pasando pero de inmediato me detuve en el acto al escuchar la amenaza. No quise ni siquiera asentir en comprensión, estaba paralizado del miedo y tenía una angustia creciente, no toleraba que la gente me tocara ni siquiera por tratar de ser gentil y aquella situación era más que insoportable y tenía ansias crecientes. ¡Joder, suéltame, no haré nada. No me hagas nada!

Unos pasos presurosos se escucharon cada vez más alto, obviamente acercándose y contuve el aliento sin reparar en ello. Luego se oyeron muchas voces masculinas que sonaban confundidas y exaltadas. -¡¿Dónde se fue?! -repetían una y otra vez, estaban demasiado cerca nuestro.
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Sáb Feb 04, 2017 8:47 pm





A fugitive's hostage
En cuanto despunte el Apocalipsis, has de aferrarte de las alas de tu ángel

¡Por las nueve fases lunares! ¿A qué clase de brujo había incordiado para que le colmara con tal desdicha? Había planeado todo espontáneamente y con ajetreada precisión, sus perseguidores habían sido advertidos de su condición de bestia, de su testarudez humana, sus costumbres de arrebato inmediato y su habilidad para desaparecer en un abrir y cerrar de ojos –bien, seamos sinceros, todo aquello era una exageración elaborada por su hermano para convencer a sus sirvientes de que se enfrentaban a un pez gordo–, entonces, ¿por qué demonios le iban a buscar al Jardín Botánico? ¡De todos los sitios que reunía París, justo allí!
Quizá fuese una coincidencia que realmente se encontrara oculto entre los florecidos arbustos de aquella impensable locación, pero el meollo del asunto recaía en que, debido a la incompetencia de sus inminentes captores, estaba acorralado en el último lugar de la ciudad, ¡qué va!, del mundo entero en el que habría optado por refugiarse.

Las voces de los individuos que le daban caza se oyeron demasiado próximas, no estaba seguro de si el aroma de las flores y la tierra sería suficiente para camuflar el propio. Se quedaba sin tiempo, debía pensar rápido si no deseaba ser capturado por enésima vez y adiestrado en la obediencia por su hermano –aunque de aquello último no se iba a salvar, sólo anhelaba poder postergarlo hasta haber recaudado algo de diversión por cuenta propia–.
¡Ah! Entre sus brazos aquel humano temblaba con ímpetu, la situación parecía más aterradora para el desafortunado mortal que para el lobo prófugo y, en medio del gozo por su padecimiento y la necesidad de salir inadvertido, una brillante idea se presentó a su dinámica mente.
Pequeño –murmuró contra su oído, inaugurando la gran hazaña–, no te muevas ni sueltes palabra alguna, retracto lo dicho, no te haré daño, pero necesito que colabores.
Tal y como había estimado, el cuerpo de su rehén emanaba el dulce aroma de la mortalidad por cada uno de sus poros, si le estimulaba adecuadamente, su fragancia se volvería suficientemente intensa como para disimular la suya. No demoró demasiado en poner en marcha su plan y comenzar a inducir la fuente del disfraz.

Mantuvo la diestra privando al joven de libertad en el habla, pero aprovechó la disponibilidad de la zurda para surcar con los dedos la extensión de su pecho; no tomó reparos a la hora de suspirar sonoramente sobre su cuello, instándolo a estremecerse con cada colisión entre el cálido aliento y su reluciente tez. El muchachito parecía sumamente reacio al contacto, más allá de que le estuviera manteniendo prisionero y que ahora hubiese comenzado a manosearlo, podía olfatear un temor creciente, aquella esencia que hacía a la presa y que tanto seducía al predador. Debió esbozar una sonrisa, pues se le olvidó exhalar por un momento; de inmediato posó sus labios sobre la nuca del manjar que yacía a su voluntad, volviendo a poner atención en el ajetreo a su alrededor.
El hedor de un mortal aterrorizado era la más sublime tentación para cualquier demonio, si alguno de sus buscadores le olfateaba, caería en tentación de inmediato; desafortunadamente para ellos –y de suma utilidad para el prófugo–, Bertok se había encargado de dejarles claro como el cristal que cualquier falta de comportamiento sería impiadosamente castigada, una distracción en el cumplimiento de su tarea era inadmisible, así era seguro que cualquier damnificado se marchara en otra dirección. ¿Qué había de los que carecían del instinto? Pues, bastaba centrarse en el aura, si el chico entre sus brazos manifestaba intensas sensaciones, su esencia teñiría con sus colores a cualquiera en las proximidades dejándola prácticamente indetectable.

En cuestión de minutos los peatones que merodeaban por los caminos menos alejados se esfumaron del escenario y Radu pudo descansar en su alivio. Liberó de su agarre al cautivo, conteniéndose de no atestarle una profunda mordida; alojó ambas manos sobre el suelo y con sus brazos brindó apoyo al peso de su torso.
¡Fatástico! –se alegró–, ¡ha sido magnífico! Te lo agradezco con toda sinceridad –se dirigió a su acompañante con suma confianza–. Eres un encanto, ¿sabes?
No había dudas, los secuaces de su malvado hermano –tal y como en una novela para niños–, habían abandonado el lugar. Podía permanecer sereno allí por unos cuantos minutos antes de que la esencia preponderante del joven comenzara a menguar; para cuando aquello ocurriera, se encargaría de encontrarse lo suficientemente lejos como para que perdieran su rastro por completo. Claro que podía considerar anteponer una excepción si el desenlace de los hechos se mostraba prometedor y aquello dependería de cómo decidiera reaccionar su tierno rehén.
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Mensaje por Cailen Gowan Sáb Mar 18, 2017 9:24 pm

Las voces eran cada vez más próximas y, a pesar de no tener ni la más remota idea de lo que estaba pasando, podía entender que, para el hombre de voluminosa barba, si se acercaban más significaría la perdición. El asunto era que, su condena sería repartida conmigo, el individuo me había involucrado en sus asuntos y me era imposible escapar

Dios, por favor, haz que se alejen… Pronto ya no eran murmullos inteligibles sino palabras claras y llenas de veneno, juraban amenazas y maldecían a diestra y siniestra, juraban venganza y prometían un castigo violento para el reo. Alcanzaron a mencionar otra cosa que, por lo que comentaban, era un nombre. Lo peor, yo estaba en medio de todo aquello. Las delgadas ramas y hojas marchitas cedían rompiéndose ante los pasos de los hombres que estaban acercándose con insoportable lentitud; por cada paso que avanzaban sentía mi corazón cada vez más veloz y amenazaba con detenerse en algún momento por causa del pánico que me inundaba.

El sonido nada reconfortante de la voz de mi captor se escuchó cerca de mi oído y su aliento cálido tan próximo no hizo nada por relajarme. Gritaba en silencio, me faltaba el aire, jadeaba contra sus potentes brazos que me sostenían, sin atreverme siquiera a tratar de librarme pues temía que cumpliera con la promesa que me había hecho antes, no le creía en absoluto que de repente no iba a tocarme un pelo; estaba convencido de que sí me lastimaría de intentar cualquier cosa; no iba a arriesgarme a hacerlo enfadar. La repentina gentileza con la que se dirigió a mí solo sirvió para perturbarme más aún, me di cuenta de que él estaba teniendo una idea, y no me agradaba nada.

Sin embargo asentí, indicando que cooperaría con lo que sea que tuviera tramado, de todas maneras ¿qué otra opción tenía sino contribuir a su plan? Sentí movimiento de él y lo que pasó a continuación fue el terror absoluto. Unos dedos juguetones comenzaron a pasearse por mi pecho y en ese entonces mi pulso se disparó y mi latir se volvió frenético. Luego, cuando pensé que ya nada podía empeorar, escuché suspiros y después un beso en la nuca. ¿Qué va a hacerme? Pronto la falta de aire provocada por el pánico se volvió peligrosa y jadeaba más fuertemente contra su agarre, me retorcí queriendo librarme y evitar una desgracia. ¡Quiere violarme!

En el momento en el que estuve a punto de dejar escapar el grito que contuve por tanto tiempo contra su mano, me soltó y, como yo estaba tratando de moverme hacia delante, cuando me soltó tan precipitadamente fue inevitable el que, por la inercia, terminara cayendo al suelo y aterrizando de rodillas. Me quedé en el suelo, enrollado en mí mismo y con respiración acelerada. Con un movimiento de mi brazo limpié con mi manga una lágrima que se había escapado.

Cuando pensé que la situación ya solo podía mejorar, empeoró aún más. Llevé ambas manos a mi entrepierna tratando de esconder mi bochorno, de repente sentía el pantalón demasiado ajustado.
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Jue Mar 23, 2017 7:34 pm





A fugitive's hostage
Fuerte es quien no reniega de sus debilidades.

El cuerpo de su rehén se hinchaba tembloroso con el paso de su frenética respiración; Radu se mantuvo inmóvil, a espera de una señal que le guiara en el posible desenlace de los hechos. El joven frente a sus ojos se mostraba aterrado, como si acabara de abandonar una temible pesadilla y aún no estuviese consciente de su estadía en el mundo de los mortales.
El licántropo flexionó las piernas delante de su cuerpo y se abrazó las rodillas con el brazo izquierdo, reduciendo en escasa medida la distancia que se interponía entre el desdichado y él. A juzgar por el comportamiento del susodicho y la falta de su intento por abandonar el sitio cuanto antes, la posibilidad de que algo ajeno a la implicancia del asunto le estuviera afectando se presentó como una posibilidad. El alemán se arrastró hasta el muchacho, más curioso que preocupado por el motivo de su inusual postura.

¿Qué sucede, pequeño? Ya no hay peligro, no voy a comerte, deja de temblar y huye si es lo que quieres –le aconsejó, escudriñando su cuerpo en búsqueda de una anomalía. Una amplia sonrisa desbordante de socarronería se dibujó en su rostro cuando reparó en el sitio que alojaba una de sus manos.
Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?, –se aventuró, extendiendo al propia extremidad para rosar el dorso de la contraria–. ¿Es esto una muestra de agradecimiento? No debiste molestarte –murmuró con gentil ironía, aproximándose hasta su oído–, veo que eres un jovencito muy sano, no irás a decirme que ese asuntillo es culpa mía.
Contuvo una carcajada mediante el acopio de todas sus fuerzas y le brindó algo de espacio para que se decidiera por una postura discursiva. Se acuclilló próximo a los arbustos, con intención de comprobar, por última vez, que los únicos individuos relevantes en los alrededores eran él, el joven y su animoso amiguito; aprovechando la ocasión para indagar en búsqueda de un resguardo más apropiado.
Debía razonar las posibilidades y en aquel apremiante momento, la más sencilla relucía como la de mayor efectividad. Aferró la mano libre del muchacho con la suya y le jaló para que se pusiera de pie, antes de emprender una breve caminata que juzgó sumamente necesaria.
No temas, creo que debemos hacernos cargo del pequeño inconveniente en un sitio más –meditó el término acertado– privado. –Sentenció finalmente.

El jardín botánico se extendía a diestra y zurda al cobijo de las avenidas empedradas, una mancha discorde en medio de la ciudad, perpetuando su belleza herbácea a lo largo de todo el año. Los capullos de invierno suplantaban a los veraniegos cuando la brisa gélida extendía su muerte corrosiva, impidiendo que lo inevitable le arrebatara visitantes. Para mantener la belleza de especímenes exóticos que residían a orillas de los senderos se requería de la intromisión del hombre, y los mortales, desde siempre, se valían de herramientas diversas que compensaban la incompetencia de sus manos. Por supuesto, aquellos artefactos descansaban al resguardo de estructuras edilicias siempre próximas a su lugar de empleo.
No debió caminar diez metros hasta dar con un depósito, que les recibió con un acogedor «Seul le personnel autorisé». Radu forzó la cerradura con suma sencillez, puesto que el metal y la madera se mostraban corroídos a raíz del paso del tiempo y la falta de atención.
Ingresó en el oscuro y reducido recinto en compañía de su rehén; la edificación rectangular no superaba los tres por dos metros de diámetro y estaba colmada de trastos diversos; palas deformadas, cacharros agujereados, horcas con dientes extraviados, frascos repletos de sabrá uno qué y sacos aglomerados en las esquinas.

Cerró la puerta detrás del joven, abandonando su suerte al escaso haz de luz que se filtraba por una única y reducida ventana oval. Se recargó contra el muro y, con los brazos cruzados, rebuscó el rostro del muchacho entre la horda de polvo que flotaba en el aire.
Bien, creo que aquí nadie podrá interrumpirte –acotó con serenidad–, puedes ocuparte de tu asunto sin restricciones, yo estaré cuidando la puerta.
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Mensaje por Cailen Gowan Jue Abr 27, 2017 12:27 am

Me quedé de rodillas como estaba, enrollado en mi propio cuerpo; el cual se sacudía en una mezcla de vergüenza ira y temor. ¿Qué acaso ese día no podía empeorar? Pocas habían sido las veces en las que había sentido vergüenza semejante. El recuerdo no me dejaría dormir en la noche, y posiblemente la siguiente a esa. No, en realidad no me permitiría a mí mismo mostrar la cara en público en un par de días ¿y si alguien se enteraba?, vaya humillación.

-No me toques.
-Murmuré por lo bajo, empujando su mano cuando sentí el contacto por sobre el dorso de la mía. -Solo no me toques. -Recalqué pero al parecer no había sido suficientemente audible. No me gustaba ese tono, mucho menos tan cerca de mi oído, se me antojaba al de uno burlón. ¿Quería regodearse en mi incomodidad? ¿aún más?

Apreté la mandíbula en una furia contenida. No era tan imbécil como para soltar un puñetazo a un hombre tan corpulento, por más que quisiera, tales acciones solo ocasionarían que se molestara, lo último que necesitaba en ese momento era un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, yo estaba armado, sí, pero nunca recurría a la daga más que para asustar a los transeúntes desprevenidos y poder hacerme con sus bienes. En realidad nunca había herido a nadie con el arma filosa, y no iba a empezar en ese momento, y contra semejante rival.

Dejé que tomara mi mano, más confundido que otra cosa. La amabilidad con la que me alzó y me invitó a seguirlo no me gustaba en absoluto, me hacía pensar lo peor, no confiaba en el hombre y razones me había dado bastantes en un corto periodo de tiempo. A pesar de la inseguridad que tenía, opté por caminar tras él en silencio; con una mano jalando mi camisa y estirándola lo más que pudieran resistir las costuras, todo con el fin de que cubrieran el bulto en los pantalones. Mi andar era torpe por el nerviosismo creciente y la incomodidad que resultaba tener que caminar. Tenía la vista fija en el suelo bajo mis pies, no quería tropezar también porque claro, al otro le parecería de lo más cómico; no quería empeorar más la situación, vergüenza ya tenía de basta y de sobra.

Mi rostro había adquirido una tonalidad roja entre más pensaba en lo que estaba aconteciendo. Situaciones de ese estilo solo podían ocurrirme a mí, tanta mala suerte tenía. Alcé la mirada y vi que caminábamos hacia un pequeño cobertizo. Cambié de opinión con respecto a usar el arma en el instante ¿y si se aprovechaba de la situación? ¡No podía permitir eso! Para cuando reaccioné y quise batallar de su agarre fue tarde, estábamos dentro de la pequeña construcción de madera desgastada por el paso del tiempo.

Finalmente solté su mano y lo contemplé ajustando mis ojos al cambio de luz. -Solo sal. -Prácticamente lo empujé fuera de la habitación sin dar importancia a nada más, ni siquiera me permití agradecer en silencio por no sacar ventaja de la situación. Cerré la puerta del lugar con un azote para después gruñir audiblemente por la frustración al tiempo que llevaba ambas manos al rostro. El día no se podía poner peor.

En vez de darme… alivio. Opté por sentarme en el polvoriento suelo a relajarme -en la medida de lo posible- y esperar a que mi cuerpo volviera a su estado normal, por suerte podía controlar esas urgencias, o al menos esperar para un momento apropiado y ese definitivamente no lo era. El otro seguía afuera, podía ver su silueta que se colaba por un pequeño espacio de la puerta, una mirada de desdén fue dirigida a esa sombra tras la puerta. ¿Por qué tenía que aparecer? lo  único que yo buscaba era echar una siesta y aún así logré involucrarme en un embrollo. Permanecí sentado con la espalda recargada en la pared a esperar a que o bien él se diera cuenta de que su trabajo resultaba inútil o hasta que yo me hartara del encierro. Lo que pasara primero.
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A fugitive's hostage –Priv. Cailen +18 Empty Re: A fugitive's hostage –Priv. Cailen +18

Mensaje por Radu V. Rosenthal Sáb Jun 17, 2017 11:52 pm





A fugitive's hostage
Piedad, bondad, recelo, compasión; manojo de manifiestos ineludibles del orgullo y la autosatisfacción.

¡Vaya! A pesar de la amabilidad que había demostrado para con el joven, fue expulsado del cobertizo a trompicones; en ningún momento ofreció resistencia ni impuso su presencia, aquel muchachito ya estaba lo suficientemente atemorizado como para entablar con él una conversación fluida que no se redujera a huérfanas palabras, precipitar el correr de los hechos a su antojo simplemente arruinaría la ocasión y, ciertamente, aquella era su última intención. Cuanta mayor diversión pudiera exprimirle a la situación, cuánto mejor.
Bufó con recelo una vez en el exterior del edificio, tan pronto como la puerta encajó en el orificio del muro, Radu recargó la espalda sobre su corroída superficie. Permaneció unos instantes de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho, hasta que la espera se delató interminable y optó por tomar asiento en el suelo.

Los alrededores del cuarto de herramientas estaban poblados de vegetación, inmensos arbustos camuflaban sus paredes y los árboles delgados que le guardaban como centinelas ascendían en una carrera hasta el cielo. La brisa trajo consigo el aroma de los jazmines y allí donde la luz alcanzaba en todo su esplendor, se podía vislumbrar la silueta de una agitada mariposa en su debate contra la gravedad. El joven recargó la cabeza sobre la puerta y, luego de presenciar el vasto cielo hasta el hartazgo, cerró los ojos con parsimonia. Aquel gesto suponía un inmenso cambio en la rutina, puesto que, al cegar el sentido de la visión, inmediatamente el olfato y el oído entablaban una lucha por encabezar la fuente de información.
Ciertamente el perfume amalgamado de infinidad de especies florales pululaba en el ambiente simulando la fragancia que podría haber caracterizado al paraíso de antaño; mas aquello resultaría obvio hasta para un ser humano convencional y lo que realmente llamó la atención del lobo fue el conjunto de sonidos que animaba el espectáculo. Las hojas de los árboles danzaban al ritmo de la brisa, rozándose y entrelazándose entre crujientes carcajadas; más próxima a la ciudad y los caminos se elevaba la algarabía de voces graves y agudas que oraba en francés, con ella el flamear de las telas, el repiquetear de los tacones, el chirriar de las espuelas y el tintinear de las joyas. El césped, las aves, los zumbidos y el fluir del agua parecían pertenecer a un mundo totalmente ajeno y, nuevamente, la respiración agitada del joven alojado al otro lado de la puerta volvía a tomar alarmante protagonismo. Radu deseaba con todo fervor divertirse con él, humillarle quizá y llevarle a desenvolver toda esa humanidad que encantaba a los seres inmortales.

De improviso, el aroma y el sonido acarreados por la presencia de una persona alertaron al licántropo que, sin pensárselo dos veces, abrió los ojos, se puso de pie y se refugió apresuradamente en el interior del cobertizo, ignorando cualquier advertencia que pudiera haberle formulado el joven.
Se adelantó hasta donde éste se encontraba, impidiéndole expresar objeción al taponarle la boca con la palma y aguardó en silencio a que el deslizar de las suelas se convirtiera en un susurro lejano y seguro. Solo entonces se apartó del muchachito y le observó de arriba abajo con una mirada inquisitiva.
¿Es que no te traje hasta aquí para que te encargaras del asunto? –interrogó, autoritario–, me obligaste a salir y tuviste suficientes minutos dorados de soledad como para hacer algo al respecto. –Alojó la mano derecha a un costado del joven, sosteniéndose de un cajón del revés, para permitirse aproximar su rostro peligrosamente al contrario–. Debiste aprovechar la oportunidad, pequeño, a los tipos como yo nos disgusta la desobediencia.
Estaba deseoso de llevar al muchachito a sus límites, ¿acaso no tenía suficiente de ser el muñeco de atracción? Sus intenciones no estaban teñidas con el oscurantismo de la hostilidad, pero no podía dejar de lado aquel impulso natural por llevar el dominio de la situación.

Aproximó los labios hasta el oído de su rehén y esbozó una sonrisa que le pasó desapercibida.
No temas, lo que suceda aquí adentro no saldrá a la luz jamás, se te está brindando la oportunidad de manifestar tu auténtica identidad sin mayores testigos, yo que tú aprovecharía la ocasión.
Su mano libre se deslizó con cautela rumbo al pantalón del muchacho, allí donde su condición se hacía evidente, se posó recatada, apenas presionando la delatora prominencia.
Primero que nada me gustaría conocer tu nombre.
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Mensaje por Cailen Gowan Dom Ago 06, 2017 2:00 am

Pasaron algunos minutos y yo permanecí inmóvil en mi lugar, tenía los ojos cerrados y una expresión extrañamente calmada dadas las circunstancias, parecía que estaba meditando. Tomé aire profundamente y exhalé; por fin estaba retomando el control de la situación. Pensar en lo que acababa de acontecer provocaba que se me subiera un para nada discreto color rojo a las mejillas, resultaba difícil mantener esos pensamientos alejados pero hacía lo posible, aparentemente estaba funcionando. Estaba.

De repente la puerta se abrió y, sobresaltado, me incorporé de un salto y reaccioné, poniendo mis manos al frente, escondiendo mi predicamento. Antes de tener la oportunidad de preguntarle por qué había decidido volver a entrar la escena de hacía unos minutos se repetía por segunda vez: el hombre entraba a invadir mi pequeño espacio personal, me sostenía y tapaba la boca, esperando a que quien estuviera acercándose se alejara de ahí. Se escuchó el claro sonido de unos pasos aproximándose, eran lentos y pesados, por suerte no venían hacia nosotros; por un momento tuve mucho miedo ¿y si se le ocurría entrar al cobertizo?

En cuanto el extraño se fue, no pude evitar mirar a los ojos de quien era mi inesperado acompañante, tragué saliva al darme cuenta de que me estaba examinando. -Lo sé, lo sé. No pude hacerlo ¿vale? no contigo afuera. - ¿Es que acaso no podía pasar un día sin hacerme quedar a mí mismo como un completo imbécil? sentí un calor subir a mi rostro, era el bochorno que se apoderaba de mí. Con una mano me cubrí el rostro y la otra la dejé sobre mi pantalón.

Cuando sentí su brazo rodeándome volvió la sensación de miedo, como siempre, había terminado metiéndome en un embrollo más grande de lo que ya era. Intenté dar un paso hacia atrás pero su agarre me lo impidió. Destapé mi rostro y puse la mano derecha en su pecho, empujándole en un desesperado intento por mantener una distancia entre ambos y, naturalmente apartando la cabeza cuando éste se aproximó a mi oído. -Esto no significa nada. -Musité mirando hacia abajo, del susto noté que mi pantalón se veía ligeramente más… normal. -No me conoces, no sabes nada de mí. También eres hombre, sabes que estas cosas siempre pasan en los peores instantes. -Empalidecí en cuanto vi que su mano libre se deslizaba hacia abajo, aquello se hizo más notorio en cuanto pude percibir su tacto. -No me toques. Mi nombre no es de tu incumbencia, solo deja de tocarme.
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Mar Oct 10, 2017 11:42 am





A fugitive's hostage
Confundir el animal con la bestia es de las faltas más graves, puesto que el primero existe, mientras que el segundo devora.

Para sorpresa del mayor, el jovencito se desenvolvió con completa insolencia en respuesta a sus palabras. Ya era suficientemente desalentador que no se hubiese atrevido, siquiera, a desabotonarse la bragueta estando en soledad como para añadir el que, ahora, se mostrara reacio a cooperar. Radu frunció el ceño, cualquiera hubiese meditado dos veces antes de enfrentársele en circunstancias tan poco prometedoras para la contraparte, no tenía verdadero interés en aquel ser humano con mala fortuna, simplemente había tenido un día agitado y aquel se había interpuesto en su camino; qué mejor forma de aliviar los ánimos que jugar con una víctima frágil y apetecible. El jovencito debía aprender cuál era su lugar.

El alemán aferró con rudeza el brazo de su rehén y le obligó a darse la vuelta sobre sus pies, presionándole, a continuación, contra el montón de elementos polvorientos que hubiese usado hasta hacía instantes como asiento. No se inmutó al arrinconarlo con su cadera, depositando el peso de su torso contra la delgada espalda del joven, apenas interrumpido por la extremidad que mantenía allí mismo flexionada, en peligro de sufrir una fractura.
Vaya, parece que en todo este rato se te ha escapado un pequeño detalle –espetó, procurando mantener la calma–. Pequeño, no sé nada de ti, pero qué tan bien me conoces tú a mí como para responderme con tal descaro. Dejemos algo en claro: tú, aquí, eres la víctima.
Radu recargó la frente sobre el omóplato encubierto del menor, se estaba comportando como su hermano –bueno, sin dudas con mucha más delicadeza–, hecho que le fastidiaba de sobremanera. Había sido culpa del vampiro que, en primer lugar, acabaran en aquella situación, tanto él como el humano.
Decidió que liberarlo era lo más prudente a llevar a cabo y así lo hizo, cuidándose de guardar cierta distancia por si al joven se le ocurría defenderse.

¿Te habían dicho antes que tienes un deplorable sentido de conciencia sobre el peligro? El que haya sido considerado contigo no implica que estés en posición de decirme qué hacer, mucho menos de negarte a mis peticiones.

Retrocedió un paso, alcanzando a recargarse contra el muro, el cobertizo era lo suficientemente pequeño como para que el vacío entre ambos no superara el metro de longitud. Se permitió contemplar de pies a cabeza la complexión de su acompañante, privándose por completo de la consideración de disimular.
No estoy teniendo el mejor de los días y tu actitud no colabora a subir mis ánimos. ¿Por qué no me entretienes un momento y, luego de hacerme saber tu nombre, te encargas de quitarte los pantalones?
Si hacía escasos minutos su compasión le había conducido a procurar la disminución del temor en el más joven, ahora que le había hecho conocer sus verdaderos colores, él se encargaría de recordarle su posición en la cadena alimenticia. No iba a lastimarlo, no, puesto que aquel espécimen se le hacía de sumo interés, pero que se divertiría un buen rato con su ingenua mortalidad, podía estarse seguro.
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Mensaje por Cailen Gowan Miér Dic 27, 2017 10:57 pm

No sé cómo esperé que el hombre que de cierta forma me tenía de rehén dentro de aquella diminuta habitación cediera a lo que le estaba pidiendo, definitivamente había sido algo ingenuo de mi parte. No tenía ni una buena razón para que me dejara marchar, de forma no explícita le estaba rogando porque me permitiera partir.

De forma imprevista el hombre me tomó por el brazo y me tumbó al suelo en un movimiento rápido y brusco. Intenté incorporarme pero cualquier leve movimiento que hiciera solo ocasionaba que me doliera el brazo que él mantenía sujeto. Como si la situación no fuera ya suficientemente mala, el mayor comenzó a recargar su cadera contra mi cuerpo, sentía el roce de su pelvis así como el de su torso contra mi espalda ¡Mi espalda! No, no, no, no... Como pude comencé a forcejear contra él, ya detestaba el contacto físico de por sí, pero mi espalda era simplemente un punto sensible y, en general, una zona a la que no permitía a casi nadie acercarse. Mucho menos a un sujeto al que no conocía y no tenía buenas intenciones conmigo. -¡Suelta, suelta! –Mascullé haciendo un intento por zafarme de su agarre. -¡Déjame ir!

Tal vez muy tarde logré vislumbrar la magnitud del problema en el que me había metido ¿y todo por qué? ¡Por no poder controlar mi cuerpo! Con la misma velocidad que fui sometido súbitamente estaba libre de nuevo. Aproveché ese instante para retroceder lo más que el espacio me permitió, lamentablemente no era mucho. Aun así  no pude evitar agradecer al cielo que me había soltado, aún podía sentir su cuerpo sobre el mío, su agarre contra mi brazo y su voz resonando cerca de mis oídos. De solo pensar en ello me dio un escalofrío imposible de ocultar. Lo vi moverse y de inmediato retrocedí hasta que mi espalda quedó contra el muro. Ambos estábamos contra la pared, cada uno en su lado del pequeño cobertizo.

Sus ojos recorrían cada centímetro de mi cuerpo, sus ojos se mostraban casi inexpresivos pero yo era incapaz de leer su mirada, ¿en verdad tendría él esas intenciones conmigo? ¿sería capaz? Decidí que cooperar era mi única opción por el momento, a ver qué ocurría. Si las cosas volvían a salirse de control tendría que recurrir a otros métodos para salir de ahí, los cuales tenían una alta probabilidad de fracasar. –Mi nombre es Cailen. –Respondí con obvia inconformidad. –No voy a hacer eso. ¿Qué pretendes? ¿Cuáles son tus intenciones conmigo?–De acuerdo, iba a cooperar con su cuestionamiento pero de ninguna manera iba a despojarme de la ropa delante de él.

Giré mi cabeza hacia el exterior, no había nadie cerca que pudiera irrumpir con lo que acontecía ahí dentro. –No vuelvas a tocarme. Ni tan siquiera lo pienses… ¿cuál es tu nombre? – lo examiné con mayor detenimiento, tal vez esa era la única oportunidad de estudiarlo. Tal vez era producto de mi imaginación pero tenía la impresión de que no estaba delante de un hombre ordinario como había pensado. Podría ser una adivinanza al azar, intuición… -¿Qué eres? –Pregunté al fin, más confundido que asustado.
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Lun Ene 08, 2018 9:41 pm





A fugitive's hostage
Ojo por ojo,y diente por diente, ¿en qué momento olvidamos los términos de la equidad?

Ah, humanos; criaturas en extremo interesantes, el origen de todo cuanto les excedía, víctimas de su evolución, de su mismísima monstruosidad. Eran frágiles y engreídos, inteligentes y avariciosos, presas de sus instintos más primitivos y esclavos de sus propias invenciones. Al fin y al cabo, todos los sobrenaturales disponían de una fracción esencial humana, acaso la más temible.
Cailen. Qué espécimen más cautivador; había entrado en celo a raíz de su proximidad, se había resistido a sus insinuaciones y negado la oportunidad de actuar por cuenta propia. Ahora recelaba su plática, acataba sus amenazas, pero se rehusaba a sus exigencias. ¿Cuán lejos planeaba llegar con aquella actitud?, la inconveniencia no residía, simplemente, en qué tanto quisiera distenderse con aquel chiquillo o la extensión de sus deseos para imponerle un castigo en consecuencia de su desobediencia; sino en el hecho de que sus hormonas superpoblaban el aire y en aquel reducido espacio, respirar comenzaba a volverse dificultoso.

Radu frunció el ceño, ligeramente molesto con la insistente terquedad del joven, que no parecía acabar de dimensionar el riesgo al que se estaba enfrentando. Estuvo a punto de erradicar la distancia entre sus cuerpos de un salto, cuando una curiosa interrogante brotó de los labios del muchachito.
¿Qué era él? Suspicaz. Tensó sus comisuras, dando sitio a una sonrisa socarrona; había decidido encontrar calma en su ventaja abismal.
No creo que estés en posición de hacer las preguntas aquí, pequeño. –Le advirtió con serenidad–, pero, ya que me revelaste el tuyo, no veo motivos para ocultarte el mío. Mi nombre es Radu, con eso te bastará.
Se adelantó hasta el sitio que ocupaba Cailen y, con los brazos extendidos, recargó las manos sobre el muro, acorralándolo.
¿A qué viene esa última pregunta?, ¿notas algo extraño? –Inquirió, con gozo–. ¿A qué le temes? Ya te he dicho que no voy a hacerte daño.

Un sonido en el exterior captó su atención, por un instante desvió la mirada en dirección de uno de los tragaluces, absorto en los indicios de compañía; mas, tras concluir en que su procedencia resultaba irrelevante, volvió a centrarse en el joven. Radu reparó, de improviso, en que el aroma emanado por su cautivo incrementaba su intensidad paulatinamente, debió retroceder un paso, brindándole algo de espacio, puesto que su proximidad parecía alterarlo en exceso.
Oye, sé que estás espantado, es decir, lo manifiestas a través de cada poro, pero si pudieras simplemente calmarte un poco, me resultaría más sencillo respirar. –Le increpó, como si se encontrara regañando a un niño pequeño–. Oh, y, con respecto a tu erección –soltó, sin más–, sigues produciendo hormonas y, digamos, este cobertizo apesta a ti, hecho que empeora lo anterior.
Alojó ambas manos sobre su cadera e inclinó la cabeza, con la mirada arraigada al rostro del joven; el problema principal no residía en qué tan terco se mostrara su rehén, tampoco en qué tan frustradas se vieran sus intenciones de imponer cierta autoridad, sino en el hecho de que, incluso a plena luz diurna y completamente en sus cabales, existía la posibilidad de perder los estribos frente a sus instintos animales y aquello supondría un terrible inconveniente tanto para él como para el muchacho.
Bien, hagamos lo siguiente –comenzó, frotándose la ceja derecha con la yema de sus dedos–, tú te pones de frente al muro y te encargas de tu asuntillo; yo, por otra parte, me coloco contemplando la pared opuesta, de espaldas a ti, y aguardo a que acabes. Sospecho que el personal del jardín se encuentra cerca, ¿escuchas las tijeras? No pueden descubrir que estamos aquí o nos meteremos en problemas, así que, si además procuras no hacer ruido, sería estupendo.

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Mensaje por Cailen Gowan Vie Mar 16, 2018 3:37 am

-Radu. –Pronuncié más para mí mismo que para llamar la atención del hombre con el que me encontraba atorado ene se embrollo. –Sé que no eres humano. –Declaré mostrándome seguro pero sin llegar a ser corajudo. –No me preguntes por qué lo creo, no lo creo, sé bien que no eres como yo. –Continué antes de encontrarme acorralado contra el muro. Su cuerpo estaba demasiado pegado contra el mío y en ocasiones incluso me robaba el aire que respirar, instintivamente ladeé la cabeza. Me rehusaba a ceder a sus peticiones pero tampoco quería salir herido, para colmo, el hombre ya me había mostrado que era perfectamente capaz de someterme de cualquier manera, era mucho más corpulento que yo y, claramente más fuerte. Yo estaba en desventaja y aun así me esmeraba en pelear una batalla ya perdida.

Encontrándome acorralado entre él y la pared sentí que mi pulso se aceleraba, aunque claro que no era por la misma razón que antes. Estaba aterrado. –Basta. –Mascullé ni queriendo voltear a verlo. ¿Qué me aseguraba que él no estuviera a punto de soltarme un golpe o algo peor? Si ya sabía que podía hacerlo si quisiera, tal vez solo estaba esperando el momento indicado para hacerlo. Para colmo, me pedía que me calmara ¿cómo diablos quería que me tranquilizara si estaba encerrado en un cobertizo con él? -¿Quieres dejar de hablar de eso? Ya te dije que fue algo involuntario que bien pudo haber pasado en cualquier momento. –Mascullé, estaba teniendo una extraña mezcla de emociones, terror e ira. No pude evitar colorearme de rojo entre más lo iba escuchando. –Tiene que ser una maldita broma. –Mascullé nuevamente, cubriéndome parte del rostro.

La presión entre mis piernas ya había cedido casi por completo y yo juraba que estaba recobrando algo de calma, cosa que según el hombre de nombre Radu, no era cierta pues podía “olerme” en el aire. -¿Cambiaformas u hombre lobo, qué eres? –Pregunté nuevamente, solo alguna de esas dos razas podía tener una nariz tan sensible como la que él mostraba. -¿Si lo hago me dejarás en paz?
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Mar Mayo 08, 2018 9:08 pm





A fugitive's hostage
Duerme, mi niño, duerme, mi sol; pues la consciencia es más cruenta que cualquier pesadilla.

Compartir un espacio tan reducido con otra criatura, indistintamente de su naturaleza, era algo que en ninguna circunstancia hubiese podido tolerar por mucho tiempo. Las personas eran egoístas, impacientes y aunque él poco pudiera desentenderse de un patrón tan estricto y habitual, sí contaba con un mínimo de prudencia mundana como para regular ciertas actitudes y mantenerse exento de los conflictos. Expongamos, sin embargo, cierta verdad a la luz, Radu se metía en problemas a menudo, mas no por un factor que no pudiese evitar, sino porque, aunque inconsciente de ello, los buscaba desesperadamente. Las distracciones se habían convertido en su piedra angular desde que arribara a París, el porqué, no obstante, se ocultaba enterrado en las remotas profundidades de sus inestables cimientos, lejos de su alcance, cubiertos para que no dolieran.
En esta ocasión, a pesar de todo, no podía evitar sentirse atraído por su escuálido rehén. No encontraba nombres para los motivos que le llevaban a sentir tal curiosidad, ni siquiera una buena excusa para permanecer allí encerrado; pero lo estaba y aún no exhibía ánimos de marcharse.
No iría a negar que el jovencito no fuese atractivo, de hecho lo era, bastante; estos detalles, claro, además de subjetivos, solían carecer de racionalidad alguna y, tomando en consideración los sitios e individuos que él frecuentaba, esta tampoco era la excepción. Quizá fuese la aparente fragilidad en su porte, cuán aterrado tiritaba y, a su vez, la insolencia de sus palabras.
Le fascinaba el hecho de que se jactara de sus conocimientos, como si distinguir en él la ardiente llama de los cambiaformas o el torbellino impiadoso de la licantropía fuese a elevarle en un pedestal de inmunidad absoluta. Desafortunadamente para los seres humanos, estar más o menos informado no garantizaba su supervivencia, no cuando sus predadores se vestían con la misma carne que los recubría a ellos.

¡El jovencito le daba órdenes!, y él no sabía si estallar en carcajadas o gruñirle iracundo. Bien, ahora podía estar seguro de que aquel interés creciente que profesaba por el muchachito no se extinguiría con el soplo de una ventisca, por el contrario, era preciso echarle agua antes de que las brazas se avivaran y provocaran un incendio.
Hábilmente sostuvo al chico por el brazo y lo acorraló contra el muro, su agitado pecho acariciando los ladrillos y el del germano intimando su espalda.
¿Saberlo qué provocará?, ¿que me temas un poco más o sacies tu curiosidad? —Gruñó, sonriente, contra el oído de su cautivo—. Dejaré que lo deduzcas por tu cuenta, si al acabar aciertas, puede que te dé un premio.
Radu condujo su diestra hasta la cadera del joven y, sin miramientos, le desabotonó el pantalón.
¿Te avergüenza?, oh, no te preocupes, considéralo un acto de caridad por parte de un benevolente desconocido; una compensación por arrastrarte a este encierro y animar involuntariamente a tu ávido amiguito —ronroneó, cautivador, mientras deslizaba sus yemas por la piel descubierta de su bajo abdomen.

Su mente se había desviado del objetivo original, ¡al diablo con la paciencia y consideración! Poco le restaba de libertad en aquella fuga y la insistente negativa de Cailen para cumplir con sus solicitudes, muy a pesar de ser para su propio beneficio —según consideraba el alemán—, le había colmado la paciencia. ¿Cuántas posibilidades existían de volver a verle en la inmensidad de la capital francesa? Pocas, muy pocas, así que por qué desaprovechar la ocasión.
Frotó cuidadosamente la extensión del falo del menor, instándole a adquirir rigidez y secretar insulsos fluidos.
Ah, ah —murmuró con una ternura maquiavélica, sosteniendo con la palma libre la frente del muchacho, obligándole a inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás, para recargarla sobre su hombro—. No intentes resistirte, sabes que es en vano. Aquí dentro somos sólo tú y yo, nadie sabrá jamás qué sucedió al resguardo de estas cuatro paredes. Haznos un favor a ambos, puesto que preferiría no tener que ser rudo contigo, y resígnate.
»Lo sientes, ¿cierto? Y te agrada, no te obligues a negarlo. Puedes imaginar que no es mía esta mano, sino de alguien más, así será más ameno para ti, supongo.
»Relaja los músculos, abandónate a las sensaciones, cuanto menos te resistas, más rápido acabará
—monologaba impasible, al tiempo en que presionaba con suma habilidad la zona más vulnerable en su desgraciado rehén. Ah, él lo estaba disfrutando enormemente, como una cruenta fiera jugueteando con su presa. Sin embargo y aunque lo callara, con aquella nimia recreación a él le bastaba.
En el fondo del abismo que era su alma, enterrado entre sus cimientos se resguardaba congelado un niño insatisfecho, uno que inmóvil pugnaba por el día en que pudiera volver a contemplar el sol.

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Mensaje por Cailen Gowan Sáb Jun 30, 2018 1:16 am

Por un momento la habitación quedó en un silencio y la tensión en el aire era palpable, lo miraba de frente y pude notar, aunque fue algo muy sutil, que su expresión cambiaba. En ese momento no me dio ni tiempo para arrepentirme de mis palabras antes de estar de cara contra aquella pared y comenzar a forcejear con él, cosa inútil puesto que con cualquier movimiento sentía una punzada de dolor en mi brazo. Sabía lo que pasaría pues no era la primera vez en la que me sostenían el brazo de tal forma y estaba perfectamente consciente de lo que pasaría si él decidía forzarlo más, ya había pasado antes; mi padre no solo me golpeaba con una caña en la espalda cuando éste estaba furioso, en muchas ocasiones habíamos forcejeado y había acabado en esa maniobra que él efectuaba, era como tener un deja vu. Y la situación era igual de aterradora. -¡Suéltame, suéltame!- Dije pero sin animarme a gritar, si alguien entraba a ver la escena corría el riesgo de que la situación empeorara antes de que pudiera mejorar.  

Como si aquello no fuera ya suficiente, volví a sentir el peso de su cuerpo recargado contra mi espalda y su aliento cálido contra mi oídoSu mano se deslizaba por mi pantalón, acariciando antes de llegar a donde estaban los botones y, en cuanto comenzó a desabrocharlos. –Espera ¿acabar qué? –Pregunté cada vez más asustado aunque sabía bien para donde iba eso y, viendo que mi otro brazo había quedado atascado entre su cuerpo y el mío, imposibilitándome alcanzar mi daga; tan solo podía esperar que aquello terminara pronto, puesto que negociar no era una opción.

Mi respiración era agitada, lo cual contrastaba con la rigidez de mi cuerpo, sobre todo cuando una de sus manos se deslizó por la parte descubierta de mi abdomen, sentí que uno de sus dedos pasaba por encima de una cicatriz que tenía cerca del ombligo, por el lado izquierdo. No era grande pero sí notoria, más si uno la palpaba. Aunque la mayoría de esas condenadas marcas estaban en mi espalda, había una que otra que adornaba otras partes de mi piel, por ejemplo, esa.  Al notar el tacto sobre aquella vieja herida volví a intentar forcejear, sin éxito, tan solo conseguí lastimarme un poco el brazo.

Encontrándome sin ninguna opción, finalmente desistí de mis intentos de pelea y me dejé hacer, esperando que así acabara todo más rápido. La forma en la que inclinó mi cabeza hacia atrás fue curiosamente gentil y contrastante a sus acciones previas, ¿es que acaso para él era un juego? –Me han dicho que el cuerpo responde de forma involuntaria. –Repliqué pero al instante me arrepentí de hacerlo, pues un jadeo se escapó de mis labios casi al final de la oración. Cosa que hizo que me pusiera sumamente rojo y me mordiera los labios con fuerza para evitar que sucediera otra vez.
La habitación pronto quedó en silencio que era interrumpido por mi suprimida respiración agitada y algún suspiro que se atoraba en mis labios, aunque pronto noté que yo no era el único, aún tenía su cuerpo prácticamente encima, sentía el subir y bajar de su pecho al respirar, también estaba exaltado. No faltaría mucho para que acabara, lo presentía.
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Lun Sep 03, 2018 9:17 pm





A fugitive's hostage
El dolor es el único sentimiento en el que un alma puede confiar.

La dulzura del muchachito que tenía entre manos excedía el alcance de las palabras, su cuerpo entero rebosaba juventud y la calidez que percibía a través de sus prendas se impregnaba en la propia piel, induciéndole placer. No le infundía, sin embargo, la lujuria que habría de esperarse en circunstancias como tales, por el contrario, la transparencia de sus reacciones despertaba en su pecho un sentimiento más aproximado a la ternura. Su comentario, incluso, le robó una sonrisa.
¿Te han dicho?, vaya, ¿qué clase de pláticas mantienes con tus amigos, pequeño? —inquirió juguetón, afianzando en la labor que realizaba con su diestra—. Yo diría… que el cuerpo es honesto, a diferencia del alma que lo habita.

Presionó con la pelvis la cadera del menor, arrimándolo todo lo posible al muro en el que se recargaba. El aroma que desprendía la complexión de su cautivo era sumamente grato, el eco de sus suspiros como música para los oídos. Radu había olvidado la última vez en que actuara con tal gentileza, en cierto punto dejó de pretender imponerse sobre el muchachito para abocarse en la simple tarea de hacerle sentir bien.
Con la mano izquierda, aquella que hubiese usado para manipular su cabeza, atinó a incursionar en la extensión de su abdomen; la musculatura firme al tacto contrastaba escandalosamente con la sedosidad de la piel, sin embargo, no pudo ignorar ciertas irregularidades que alteraban la uniformidad de la textura. Sin dejar de estimular el ávido miembro del jovencito, procuró distenderse en su recorrido bajo la camisa siguiendo de principio a fin los surcos en relieve que interceptaba aquí y allá, si sus deducciones no le fallaban, estaba palpando un extenso patrón de cicatrices.
El licántropo fue consciente del cambio de actitud que mostraba aquel humano cada vez que recorría detalladamente sus heridas y se preguntó si, acaso, reparar en ellas le traería malas memorias. No podía juzgarlo.

Radu aprovechó la ventaja que le propiciaban la posición y su altura para besar la nuca del más joven. Se estaba divirtiendo, ciertamente, pero lejos estaba de alimentar con ello su cinismo. De cierto modo, quiso sentirse identificado con su presa y brindarle, aunque a la fuerza, algo de la bondad que escaseaba en las calles.
Sin más preámbulos, los besos se transformaron en lamidas, el recorrido por el torso se redujo a estimular el pezón izquierdo y las atenciones en su virilidad tomaron un rumbo concreto rumbo al clímax.
Cuando, finalmente, el muchachito acabó, Radu retiró las manos y retrocedió un paso, limpiándose la secreción en el pañuelo de seda que extrajo de su bolsillo trasero. Al cabo de un momento, ofreció el textil a su acompañante y con la mirada ensimismada, buscó respuestas en su rostro.
¿Ya elaboraste una respuesta?, lo prometido es deuda, si atinas, voy a compensarte —soltó, aludiendo a la osada pregunta formulada por el joven que, entre otras cosas, había impulsado el corriente curso de los acontecimientos.
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A fugitive's hostage –Priv. Cailen +18 Empty Re: A fugitive's hostage –Priv. Cailen +18

Mensaje por Cailen Gowan Sáb Nov 17, 2018 10:10 pm

Por un breve instante dejé de pelear contra él, porque había dicho algo que me había calado hasta los huesos. “El cuerpo es honesto, a diferencia del alma que lo habita” traté de voltear a verlo, sus palabras me habían caído como balde de agua fría. ¿A qué se refería? Tan solo fue un instante, luego estábamos forcejeando nuevamente contra la pared mientras apresaba mi cuerpo con el suyo.

Naturalmente estaba muy cansado para seguir peleando con él pues me superaba en tamaño y fuerza, hubo un momento que incluso podría considerarse como calmo. Yo no me resistía a sus movimientos pero sí a que se escuchara mi voz, tenía mi mandíbula apretada y en ocasiones buscaba alternar al morderme los labios con fuerza. En esa situación, la idea de que alguien pudiera escucharnos me causaba pavor. Preferí dejar de resistirme con tal de que acabara su estúpido juego, de todas maneras ¿qué era lo peor que podía pasar ya? El sobrenatural se había entretenido y me dejaría en paz.

Continué de esa manera por un corto tiempo, pero otra vez comencé a retorcerme como podía pues sentí su mano deslizarse por debajo de mi camisa, lo cual desató una ola de pánico apenas percibí el primer roce. –No, oye. ¡No, basta ya! ¡Aléjate! –Mascullé retorciéndome, tal vez incluso con más fuerza que antes, en mis más de 20 años de vida solo un par de doctores habían tocado esas marcas; ni siquiera yo me atrevía a tocarlas, y de repente estaba este sujeto pasando su mano con descaro. -¡Quita tu mano ahora! –Continué, comenzando a empujarlo, claro que sin éxito.  solo que esta vez queriendo que alejara la mano de mi pecho y espalda. -¡Basta, basta, basta!  ¡Deja de tocarme ahí, hijo de puta! –Grité ya prácticamente en histeria y pánico a pesar del placer que estaba recibiendo de manera forzada. Repentinamente sentí el clímax llegar a mi cuerpo de manera forzada, interrumpiendo mi histeria en los últimos segundos.

Miré el pañuelo ofrecido aunque tardé en tomarlo pues estaba en shock por lo que acababa de pasar, simplemente me limpié y luego lo arrojé de ahí. –Eres un hombre lobo ¡¿Contento?! –Me volteé a verlo, sentía que veía rojo aunque sabía que una que otra lágrima estaba amenazando con salir. –¿Cuál es la recompensa? ¡¿Qué más quieres de mí?!
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Mensaje por Radu V. Rosenthal Sáb Ene 12, 2019 1:57 pm





A fugitive's hostage
Un fugitivo y su rehén son ambos presas de la desdicha, en compañía del otro, sin embargo, la pena propia se funde con la ajena.

El germano esbozó una sonrisa ladina. Desde el principio no había sabido deducir si acaso el muchachito descubriría su enigmática raza, mas, hacia la mitad de la faena, ya se había decidido a favorecerlo en caso de que adivinara correctamente.
El inicial asombro cedió paso a la satisfacción, eventualmente, ésta se transformó en dicha. Cailen había descubierto su esencia y, muy a pesar de permanecer reacio a sus avances, se había ganado la empatía del licántropo. Radu creía haber descubierto una especie de frágil mascota de la cual debía cuidar —irónico que el encadenado fuese él— y, por ello, había decidido brindarse en su favor.

¡Maravilloso! —exclamó, aplaudiendo con levedad—. Me has desenmascarado, pasaste la prueba, pequeñín.
El mayor volvió a aproximarse a su víctima y con sumo cuidado, se abocó a arreglarle las prendas. Cuántos jovenzuelos como aquel había visto perecer en las calles, cubiertos apenas sus huesos de piel áspera y embarrada cuando, aún agonizantes, eran forzados a cargar cajones que pesaban tres veces lo que sus cuerpos. Cuántas veces había sido azotado por intentar ayudarlos, puesto que había perdido la cuenta de las otras en que debió apilarlos, tardíamente, para incinerar.
El mundo que habían construido los hombres, orbitando un terrible juego basado en poderes ilusorios, había consumido más vidas inocentes que cualquier peste jamás vista. Radu se había prometido hacía tiempo, cuando su madre y la criatura que habitaba en su vientre le fueron arrebatadas impiadosamente, que haría todo lo que estuviera a su alcance para proteger a los más vulnerables y evitar a tantos como le fuera posible aquello que él había tenido que soportar.

Te equivocas, Cai —alegó con plena desfachatez—, las recompensas no exigen nada de los retribuidos, sino que les brindan un bien. Ven, acércate —le instó, envolviendo los hombros del aludido con su brazo derecho.
Te propongo lo siguiente: en agradecimiento por haberme ayudado a escapar y en favor de tu perspicacia al descubrir mi naturaleza, te ofrezco mi amparo —mencionado aquello, lo liberó con cierta brusquedad, retrocediendo hacia la entrada con los brazos elevados—. ¡Así es!, cuando necesites de mí, cualquiera que sea el motivo, sólo deberás acudir y te brindaré el servicio que requieras, cualquier servicio —aclaró, finalmente, con indicios de socarronería.
A continuación, arrancó un fragmento de papel polvoriento de un anuncio que yacía prendido al muro y con una pieza de carbón que obtuvo de una bolsa por ahí apostada, redactó su dirección en París. Se la colocó a Cailen en la palma apresuradamente y sobre ella cerró los dedos del muchacho.
Ahora ya sabes dónde encontrarme —aclaró, con gesto gentil—, ¡ah!, no te preocupes, no pasará mucho hasta que finalmente me libre de estas cadenas; llegado el momento, podrás contar conmigo para absolutamente todo, sin miramientos.

Se apartó y destrabó la puerta, echó un vistazo en el exterior y, antes de desaparecer entre las malezas del jardín, se volvió una vez más hacia su rehén.
¡Ten un bonito día! ¡Oh!, y la tinta es un velo muy útil para disimular las cicatrices —agregó, con mirada cómplice, dejando el cobertizo atrás.
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