Nouveaux alliés | Privé

Nouveaux alliés

Las calles de París estaban desoladas a esa hora. Pasaban de las 1am, y si un alma llegaba a verse por allí caminando, muy probablemente no era mortal. Todos dormían plácidamente en sus camas, al menos casi todos. En un día cualquiera Ninian estaría en ese momento también durmiendo muy cómoda en su enorme cama, o bien en el mismo lugar muy bien acompañada por un cuerpo masculino y musculoso que con certeza no la dejaría dormir en toda la noche, pero sin duda le daría mucho de otros placeres.

Aquella, que había prometido ser una noche muy tranquila, la joven decidió salir a buscar algún acompañante joven y fuerte. El hombre que con frecuencia la visitaba no estaba disponible esa noche, como no lo había estado los últimos 2 meses, y comenzaba a sentirse muy sola. De esa manera se había dirigido al burdel donde antes trabajara, entró por la puerta trasera como todas las demás chicas, se vistió muy provocativa, se puso una peluca rubia y maquilló su rostro con los excesos normales de una mujer de aquel mundo. Ahora que había dejado saber a todo París quién era realmente, debía esconder mejor su identidad cuando iba a aquel lugar.

Saludó como de costumbre a las otras chicas, con sus bromas sucias y palmadas en el trasero, y salió riendo al salón principal con una bandeja de copas de champagne. Tal como lo había presentido al salir de casa, todo iba muy bien aquella noche hasta que vio entrar a 3 hombres que recordaba muy bien. Eran hombres de su tío. La copa que sostenía en ese momento entre sus dedos mientras platicaba con un cliente frecuente del burdel resbaló de sus dedos, estrellándose contra el suelo y quebrándose en cientos de trozos. Aprovechando que ellos aún no la veían, intentó salir del salón, pero los nervios la traicionaron, llamando la atención más de lo debido. A partir de entonces su noche se convirtió en caos.

Dentro del burdel los hombres corrieron tras ella, pasando encima de otras trabajadoras, clientes e incluso los hombres de seguridad. Ninian logró a duras penas salir del local dejando atrás todas sus pertenencias y saliendo tal como estaba, corriendo con unos tacones inhumanos para caminar, mucho más para correr, pero la adrenalina que la recorría sólo decía “CORRE NINIAN, NO TE DETENGAS”, y ella no puso en duda que aquello era lo que debía hacer.

Habían pasado escasos 2 minutos cuando los hombres dieron con ella. Todavía les llevaba una ventaja de una cuadra, pero ellos eran 3 e iban armados. Corría por su vida, asustada como cuando era una chiquilla, pensando únicamente en perder a los hombres que con saña la seguían. Con escopetas le habían apuntado y errado por muy poco, aún podía sentir el ardor de la herida abierta al recibir el aire frío rozar con fuerza ante la velocidad con la que corría.

Cuando un segundo disparo sonó en el ambiente, por instinto Ninian se transformó en el cachorro de tigre blanco que con frecuencia aparecía cuando estaba más asustada. Así pues, dejando atrás todo el atuendo de mujer fatal con tacones incluidos, siguió corriendo en su forma compacta. No supo cuánto tiempo pasó, ni siquiera qué calles había tomado para huir, en lo que a ella concernía había sido una eternidad. Cuando su cuerpo ya no podía más, se escondió en el callejón más oscuro que consiguió y encontró refugió junto a un baúl de basura. Esperó que la suciedad de su pelaje fuera suficiente para hacerla pasar desapercibida, pues estaba tan sucia que su pelaje blanco se veía de un gris oscuro y negro en las patas.

Pero sus ruegos no fueron escuchados. Para el momento en que sintió una presencia acercarse, sus ojos ya no podían enfocar con claridad. Había perdido mucha sangre, y sin duda había estado corriendo al menos una hora con aquellos hombres pisándole los talones y disparando aquella odiosa escopeta hasta quedarse sin municiones. Quiso gruñir al extraño, creyó hacerlo, pero no podría asegurarlo, sólo supo que a su alrededor todo se volvió oscuro. Perdió el conocimiento.

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La sensación de movimiento no había hecho más que revolverle el estómago. Estaba segura que de haber estado en su forma humana habría buscado algo a lo que aferrarse para intentar calmar un poco el vértigo, pero la inconsciencia era más fuerte que ella en aquel momento. Cuando pudo abrir los ojos se encontraba en una habitación extraña, envuelta en un costoso saco que olía a hombre y a lobo, cosa que la aterró de nueva cuenta pues sabía que su tío tenía muchos aliados licántropos. El cachorro comenzó a temblar. ¿La habían atrapado? ¿La entregarían a aquel depravado?

Abandonó su forma animal y, sobre sus dos pies, recorrió la habitación. Era un cuarto pequeño pero cómodo, rentado sin duda, no había demasiadas pertenencias pero era evidente que allí sólo habitaba un hombre, no había señales de objetos u aromas femeninos. Se atrevió a mirar por la ventana y no reconoció el lugar donde se encontraba. Ahora que lo pensaba, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que cayera inconsciente? Era imposible de saber.

Vio la puerta de la habitación, pero ni siquiera intentó acercarse. A su tío le encantaban aquellos juegos. Luego de la muerte de sus padres, si hacía una travesura, la metía en una habitación oscura y le decía que no saliera del lugar, pero la puerta nunca estaba cerrada con llave. La primera vez intentó salir de allí e ir a su propia habitación, la tercera vez prefirió ahorrarse el castigo y permanecer allí sentada, simplemente esperando. Pensó que esta vez al menos la habían dejado en un lugar cómodo, con un cuarto de baño incluido.

Entró al pequeño cuarto y la alegró ver que había una enorme tina llena de agua. Debía estar helada, sin duda, pero le ayudaría a quitarse la mugre del cuerpo. Tomó una toalla blanca de una pequeña pila y, humedeciéndola, fue frotando su cuerpo hasta quedar considerablemente limpia, evadiendo en todo momento la herida en su hombre pues temía que vería el infierno si llegaba a tocarla. Con la misma velocidad, lavó su cabello rojizo. Podía ser una prisionera, pero bajo ninguna circunstancia le agradaba sentirse sucia.

Terminaba aquella tarea cuando escuchó fuertes pasos acercándose, volvió sin dudar a su forma animal más pequeña y, lo más rápido que pudo debido a la herida, se echó nuevamente en la cama y buscó el refugio que le daba el saco. Claro que el hombre, fuera quien fuera, sabría que estaba consciente, especialmente porque ahora se encontraba considerablemente más limpia y su pelaje seguía húmedo. Cuando la puerta se abrió no pudo evitar temblar ante la expectativa del castigo, pero no cerró los ojos, vería a su captor a los ojos y, si tenía oportunidad, escaparía. No dejaría que su tío controlara de nuevo su vida.

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Al quedar totalmente desprotegida no tuvo más opción que mirarlo directamente a los ojos desde aquella corta distancia. No lo reconocía como alguno de los hombres de su tío y no llevaba impregnado su olor por lo que, si acaso lo fuera, hacía tiempo que no estaban juntos si quiera en la misma habitación. Pudo finalmente relajarse un poco. Decidió entonces darle un voto de confianza a aquel hombre que, al parecer, la había salvado y ahora le ofrecía un ungüento que, por el olor, podía reconocer.

Se movió con lentitud junto al hombre y se sentó dándole la espalda para luego transformarse. Estaba completamente desnuda, y aunque estaba acostumbrada a lidiar con hombres de aquella forma, nunca lo había hecho sintiéndose tan vulnerable, era un negocio. Además, de aquella manera dejaba a su alcance la herida en su hombro para que pudiera aplicarle el mencionado ungüento. Pensó entonces que era la primera vez que un hombre hacía algo por ella desinteresadamente, o al menos eso parecía hasta el momento, no podía confiarse del todo pero debía actuar tranquila.

Cuando él terminó aquella tarea ella no se movió, pero giró el rostro lo suficiente para poder verlo de reojo. -Gracias. Cuando te acercaste, pensé que se trataba de los hombres que me hirieron.- Agradeció y explicó su actitud inicial. Intentaba cubrir su desnudez con los brazos pues la avergonzaba y el frío le ponía la piel de gallina.

Pensó entonces que debía pagarle de alguna manera por lo que había hecho por ella, pero no sabía cómo. No quería mencionar su nombre o su título, sólo por precaución. Podía ofrecerle dinero, se notaba que vivía humildemente, pero no tenía nada consigo y si se iba a por él, el hombre creería que intentaba zafarse y huir. Creyó entonces que lo más sensato era preguntarle, si quería dinero podían ir al burdel, allí podía pedir un préstamo y luego, al ir a casa, devolverlo. O puede que él quisiera algo más.

-¿Qué puedo hacer para agradecerte lo que has hecho por mí? Y por favor, no digas que nada pues, aunque digas que no te debo nada, me sentiría siempre en deuda contigo por ayudarme.-