Noches de pecados inconfesables. (Aryne)

Ariyne y yo llevábamos unas semanas llenas de encuentros fortuitos, la mayoría sumidos en la ebriedad del culo de una botella, y que terminaban llenos de despedidas desastrosas. Esta era la primera noche que ambos eramos conscientes de nuestros actos, ninguno habíamos bebido en demasía y conscientes de lo que queríamos, una noche en la que desfogarnos o simplemente apiadarnos del otro, escapamos de la fiesta en el palacio royal entre risas cómplices camino a un hotel de París.

Sobre la montura nos dedicamos caricias que nos encendían, risas que mostraban hasta que punto esa noche seria distinta a las demás y confesiones de cosas vanas, que no ayudaban a conocernos en demasía, pero que al menos no dibujaban el silencio en nuestros labios.
Así llegamos frente al hotel mas grande y lujoso de París.
Desmontamos en su puerta y entregamos al mozo la montura para que se ocupara de darle cobijo, agua y alimento en abundancia.

La recepción, un lugar amplio y bien iluminado pese a que la noche era la protagonista en el exterior. Sentado en una silla un hombre de mediana edad con gafas que reposaban sobre una nariz aguileña. Estaba enfrascado en un libro que pronto hizo a un lado para dedicarnos una amplia sonrisa.
-Buenas noches pareja -saludó con educación.
-Nos gustaría ocupar una de sus habitaciones, a poder ser con discreción.

Yo era el conde de Italia, perderme con una mujer en un hotel en plena noche no estaría excesivamente bien visto, ya no para mi, en esta sociedad el hombre podía hacer y deshacer a voluntad, mas ella, me preocupaba su buen nombre, también descendía de una noble casa.
El caballero entendió mi petición y no dio la llave de una cámara bastante alejada pidiéndonos practicamnete ningún dato para ocuparla, eso si, una buena suma de dinero fue puesta sobre le mostrador para asegurar su discreción.
-Podría subirnos un par de botellas de buen vino, fresas y champang.

Tras mi petición, emprendimos juntos el camino hacia las escaleras que nos llevarían a nuestro momentáneo lugar del pecado.
Sonreí rodeando su cintura, mientras pegaba mi pecho a su espalda y depositaba besos húmedos en su cuello, afianzando mis dientes con suavidad sobre su piel.
-¿Estas segura? -susurré en el lóbulo de su oreja antes de morderlo con suavidad.

Así nos adentramos en la cámara, sonriéndonos ampliamente, incluso antes de cerrarla nuestros labios se buscaron encendidos de una pasión desorbitada, aquella noche los dos necesitábamos arder en el infiernos, para ella la despedida de París, para mi, el deshago de las penas, obligaciones y devociones que me recorrían en un día a día cargado de preocupaciones.

Atravesamos le umbral mirándonos con llamas en los ojos, aquella noche ambos habíamos decidido arder en el infierno, olvidar el mundo y dedicarnos simplemente a incendiar nuestra piel en esa cámara. Un refugio que habíamos creado para los dos.
Nuestros labios se encontraron chocando como las olas contra las rocas, lengua que serpenteo furtiva reconociéndose de nuevo, húmedas trazaban nuevos senderos que prometían la pasión en cada encuentro.
Mi cuerpo empujó el suyo, jadeos que acallaba con su boca hasta que la cama hizo tope en sus piernas, sonrió divertida cuando ambos caímos sobre el mullido colchón, que nos acogió.

Mi mano navegó por su piel buscando las cintas de su corseé, sus caderas torturaban mi entrepierna buscándome aun con la ropa puesta.
Ropa que sobraba, pues nuestros cuerpos quemaban.
-Yo muevo -susurré empujando mis caderas contra su pelvis para que sintiera mi hacha entre sus piernas.

Tiré de las cintas dando libertad a un pecho que ahora subía y bajaba desbocado, mis labios surcaron el peligroso camino de su cuello, gruñí contra el, para un lobo era complicado no marcar a su pareja de baile, pero hacerlo significaba demasiado y ella me había dejado claro que se iría después de danzar ambos.
Era una despedida, nuestro principio y nuestro final.

Mis labios alcanzaron las montañas que erguidas se alzaban esperando ser coronadas por mi boca, que rauda, apasionada se apoderó de ellas tirando de sus pezones, lamiendo cada surco de su piel.
Mi mano afianzó su pecho, atrayendolo contra mi boca, mientras sus dedos se hundían en mi pelo, empujándome contra ella.
La oía gemir, restregándose contra mi, sus dedos buscaban por debajo de mi ropa rozar mi piel, ojos ámbar de ambos que por instantes se miraban hablando sin necesidad de usar palabras.

Rajé su falda de un tirón brusco, me encendía tan rápido que empezaba a perder la cordura. Perdido en su olor, en su esencia, en esa mirada de fiera. Ella no que quedo atrás, entre sus manos mi camisa arrugada, pronto los botones cayeron sobre su cuerpo, y la tela resbalo por mis hombros hasta perderse en el suelo.
Gruño buscando mi boca, necesidad de ambos de beber hasta apagarnos.

La oí reír cuando mi boca bajo por su ombligo, mordisco suave en su vientre, mis dedos deslizaron sus bragas por sus piernas, pronto acompaño a mi camisa, ahora expuesta, desnuda quedaba para mi.
Mordí su sexo antes de sumergirme en el, deslizando mi lengua por su raja, afianzando con mis manos sus caderas que se movían buscando mi lengua.
Oírla gemir, arquearse, me estaba poniendo enfermo, aquella mujer era puro fuego y yo, quería prender con ella,

Tiró de mi pelo sin vehemencia, en aquella guerra encarnizada ya no sonaba la corneta, ni arcos con la lluvia de flechas, ni lineas enemigas a la espera.
Batalla a melé de los guerreros, donde nuestros cuerpos se buscaban como el acero en una gesta de la que saltaban chispas sin remedio.
Su mano se perdió en mis pantalones, acero endurecido entre sus dedos que desenvainaban una y otra vez logrando que de mi boca escaparan profundos jadeos solo acallados por su lengua de fuego.

La succione, merendola, templada serpenteaba contra la mía, ambas insaciables devorándose, bebiéndose, sentenciándose a muerte mientras mi pantalón caía y mi falo era guiado hasta el abismo mas oscuro donde la guerra ya no tenia ningún sentido.

Rugí al adentrarme en el volcán de calientes paredes que se dilataban para mi, embestidas salvajes, llenas de rabia, de sentimientos encontrados, ambos habíamos perdido demasiado y ahora parecíamos decididos a vengarnos con cada movimiento que sacudía no solo nuestros cuerpos si no el firme lecho que nos servia de sustento.
-Vamos loba -la alenté empalandola de nuevo -aúlla conmigo.

La volteé insaciable, necesitaba mas, a decir verdad, lo queria todo, mi mano paso por debajo de su vientre, deslizándose hasta su húmedo sexo que insaciable alcé para que nuestros cuerpos volvieran a pegarse de nuevo.
Sus caderas me buscaron, mi virilidad la encontró profundizando de nuevo, arrancándole gruñidos mientras sus pechos se perdían en las sabanas erizándose al completo.

Mirada ámbar por la imagen de esa mujer que parecía rozar el cielo mientras yo me perdía en su infierno.
Mis dedos pellizcaron su clítoris, botón con el que jugaron las yemas de mis dedos mientras seguía adentrarme en ella como una bestia salvaje cuando monta sin control, sin necesidad de tenerlo.

Ambos eramos lobos, no eran necesarias las delicadezas cuando ninguno quería eso. Mi mano aprisiono su pelo, enredando allí mis dedos la lacé con fuerza para perderme de nuevo en su boca sediento, oasis en el mas puro desierto.

Mis dientes marcaron su cuello, succionando su piel, rasgandola con mis colmillos,demostrandole sin palabras que necesitaba poseerla aunque fuera solo por una noche, una en la que ella se despedía de París y yo..de la poca cordura que me quedaba intacta.

Un empujón y mi cuerpo cayó sobre el lecho, ladeé la sonrisa cuando esta me monto hundiendo mi miembro en ella de nuevo.
Cual amazonas cabalgo salvaje regalándome el desierto, mis manos trazaban cada galope, hundiéndose en la arena fina de su piel.
Jadeé contra su boca, mordidas que acompasaban a las serpientes que serpenteaban sedientas en nuestras bocas.

Hambre cuando me alce con violencia para hundirme mas en ella, en vilo mis manos afianzaron sus nalgas haciendo que aquel vaivén se tronara tormenta. Peligrosos nuestros cuerpos se abrasaban por dentro en busca del oasis que estaba tan cerca de alcanzar que mis gruñidos se tornaron guturales contra sus labios que como truenos eran acallados por los relámpagos.

La embestí muy dentro dejando que mi miembro diera sus últimos coletazos en su interior, mi simiente se esparció en ella mi mano busco como refugio la pared para sustentar nuestros cuerpos.
Jadeos que se acompasaban frente a nuestros ojos ámbar como la miel peligrosos como la misma luna que nos acompañaba.

Salí de su interior bajándola con suavidad, por su muslo resbalaba mi esencia, ladeé la sonrisa centrándome en ella mientras nuestros labios se buscaban sin necesidad de promesas.
Tiré de su mano para llevarla al lecho junto a mi, había hablado de venganza y a decir verdad poco o nada me importaban los motivos que la habían impulsado a cometer el pecado aquella noche entre mis brazos.

Ella había decidido marchar y yo no impedir que lo hiciera si esa y no otra había sido su decisión primera
-¿donde iras? Pregunté con aire distraído mientras paseaba mis dedos por su pelo castaño -¿el norte?
Enarqué una ceja mirándola fijamente, sabia que no había olvidado a Erlend, era tan obvio como que ambos estábamos en ese lecho y no estaba dispuesto a segur ni el segundo plato ni el tercero.
Ella tenia que buscarse, encontrarse y cuando lo hiciera, yo podía ofrecerle una manada que la acogiera, mas no antes.
-Busca tu venganza loba y regresa a mi cuando no quede nada de ese inmortal en tu cabeza.

Cerré por un momento los ojos, estaba cansado, cansado de muchas cosas, preocupaciones, guerras, el peso de un condado recaía sobre mis hombros y ahora ella que en ciento modo me había ofrecido un rato de paz en tiempos de guerra.
¿Era nuestro momento? No y si lo era, mas le valía hablar pues cuando saliera por esa puerta, no miraría atrás.

Entreabrí los ojos al escucharla decir que se tenia que ir, mas que volver a Escocia no era una opción, quizás tampoco lo era quedarse conmigo, ella estaba enamorada de otro y lo nuestro solo había sido un efímero encuentro en una noche de desesperación mutua.
Aun así yo necesitaba una beta para mi manada, Arely me había abandonado portándose en su vientre a mis hijos, había enviado a buscarla a dos de mis mejores soldados, mas si algo sabia de aquella loba blanca era lo sumamente escurridiza que podía resultar.
Mis problemas se multiplicaban y a decir verdad desconocía cuanto tiempo podría aguantar en este mundo de locos.
Ahora mismo solo una cosa me mantenía atado a París y no por mucho tiempo, mi hermano y su guerra en el norte.

Deslicé mi dedo por su tez desnuda mientras mis ojos ámbar se cernían sobre los suyos.
-¿y si te quedaras? No puedo ofrecerte mas que posición en mi manada, necesito alguien de confianza y tu podrías llegar a serlo siempre y cuando me obedezcas.
Ladeé la sonrisa observando como meditaba mis palabras.
-Sabes que tengo muchos problemas con los que lidiar, si no era suficiente que mi prometida me haya abandonado, también lo ha hecho la beta que portaba en su vientre a dos de mis hijos, no la culpo, no he sido el mejor padre del mundo ni el hombre mas complaciente pero estoy tan sumido en mi propia desgracia que soy incapaz de cumplir con otras cosas.

Mis labios buscaron los ajenos en un tibio beso mientras mi brazo tiro de su cintura para pegar nuestros cuerpos.
-No pido que te conviertas en mi prometida, el anillo de tu dedo me dice que no estas preparada para eso, pero quizás puedas ser mi amante, mi momento de paz en tiempos revueltos, no te pediré fidelidad si tu tampoco me la pides...

Me encogí de hombros antes de perderme en su boca de nuevo, lengua de fuego que surco el henchido mar de sus labios adentrándome en el con gesto fiero.
Había dicho mas de lo que estaba dispuesto a admitir, le había ofrecido una vida, cosa suya era tomarla o dejarla escapar.
Podía entender que se fuera, que se alejara por un tiempo de el hombre al que seguía perteneciendo, mas yo soy mas de los que se enfrentan a las cosa...las combaten.

Mi frente se apoyó en la ajena, mis ojos volvieron a cerrarse, estaba cansado, mas la idea no era quedarme en ese hotel, si no regresar a casa a descansar, no quería dar de que hablar.
París era pequeña y cabía la posibilidad de que el honor de la joven Aryne quedara manchado por un encuentro furtivo con un hombre de mayor edad.

Acaricié su nariz con la mía dejando que nuestros alientos se encontraran, mis labios se entreabrieron esperando mas de ella.
-No has de contestarme ahora, piénsalo y si la respuesta es si, te mandare a alguien que te ayude con el equipaje y te trasladas a mi caserón.

Mis ojos pardos se hundieron en los suyos, leía dolor e incredibilidad, me veía como a él, un hombre incapaz de cumplir las promesas, un hombre que le robaría si se unía a mi, la pobre felicidad que le ofrecería.
Se equivocaba, yo era infinitamente mejor que ese vampiro torturado, yo era un hombre que cumplía con su deber, cumplía con mi manada y cumpliría con ella si se convertía en mi beta.
Tendría que obedecer, mas así funcionan las manadas y ella era loba como yo, no una humana como mi ex prometida que no entendía nada de lo que le pedía.

Mi manada necesitaba una mujer que pudiera girarlas, yo estaba demasiado sumido en la guerra de mi hermano ahora y en las propias después, no podía ocuparme de los asuntos menores, cosas cotidianas que seguro que Ari manejaría bien. Nos necesitábamos mutuamente, ella no tenia hogar ni rumbo en su vida y yo necesitaba alguien que me ayudara a seguir mi camino.

Dejé escapar el aire contra sus labios, mi lengua repasó el inferior lentamente, mostrandole que mi compromiso iba mas allá de un pacto entre dos lobos, le ofrecía encuentros esporádicos que nos  saciaran a ambos.
-No soy él y sinceramente creo que ese hombre te hizo un favor dejándote libre. Por lo que se de él, es un hombre difícil. Los vi juntos, su mujer es la única con cabeza en ese matrimonio, él la quebrara, solo es cuestión de tiempo que la destroce.

Sabia que odiaba que hablara del amor de su vida, pero no era de esos que guardan su opinión, era un buen guerrero, en mis propias carnes había probado sus garras, mas no un hombre.
Ladeé la sonrisa cuando la loba me miro desafiante, odiaba mis palabras, odiaba a todo aquel que lo criticara, pero ese era su problema y no el mio.

Mis labios volvieron a apresar los ajenos, me alce sobre su cuerpo encarcelándola bajo el mio, beso que enturbio mi mirada, no estaba dispuesta a darme un si, tenia que pensarlo y yo estaba dispuesto a darle tiempo, mas desconocía cuanto seria ese tiempo pues en breve también yo abandonaría París, nada me ataba ay aquí.

Jadeé contra su boca paladeando su sabor a hierba fresca, a fuego y a maderos, mis ojos brillaron con ese tono ámbar que nos caracterizaba.
-Mi casa, sabes donde es pues un día ebria allí te llevé, si aceptas búscame.
Tiré de su labio inferior, mi boca se deslizó por su mandíbula, hasta surcar su cuello para succionar su piel y marcarla como mi propiedad, mas bien sabia que no lo era.
-Me marcho, nada hago ya aquí -confesé con sinceridad.

Ella tenia que pensar y enredada a mi cuerpo dudaba que fuera capaz. Me levanté y busqué mi ropa en el mas absoluto silencio, el fuego bailaba frente a mis ojos en aquella chimenea que daba calor a la estancia.