AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
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At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Señoras y señores: ante sus ojos, la imagen de la más pura liberación, la idea platónica de decadencia hecha carne, ¡y cuánta carne, precisamente, dadas las circunstancias…! ¿Cómo podía ser de otra forma si quien protagonizaba la escena era Miklós? Atrás habían quedado los días en los que el húngaro se prometía a sí mismo enderezarse y seguir el camino recto, lejos de los vicios del alcohol y otras drogas, en los que se refugiaba de cuando en cuanto; irónico, dado que hacía apenas una semana que se había encontrado así, embarcado (qué premonitorio…) en un camino tan estricto como él no lo era… ni, seguramente, lo sería nunca. Sin embargo, las circunstancias cambian al mismo tiempo que lo hacen las personas, y Miklós tenía sangre gitana en las venas, así que le venía en su propia herencia familiar esa tendencia a no permanecer nunca quieto, aunque en lo que se refería a sus emociones siguiera exhibiendo un encefalograma lo más plano posible. Consciente de ello, el húngaro había intentado con todas sus fuerzas agarrarse a lo estable que había conseguido hacer aparecer en su vida, un empleo, y no desviarse de ese rumbo, pero, como no podía ser de otra manera, la vida tenía planes diferentes para él. El más importante de todos, aquel que lo había enviado de una patada a lo más profundo del hoyo otra vez, ¡como si los últimos meses reconstruyéndose no hubieran sido más que un sueño!, había sido reencontrarse con su hermana Imara. Ni de lejos Miklós había estado preparado para verla, no después de tanto tiempo huyendo del momento en que la había perdido y acarreando en sus carnes las consecuencias físicas y emocionales del robo que habían cometido contra ella; verdaderamente, el cambiante se había acostumbrado a su apatía y a la pérdida, aunque no por ello dejaría nunca de doler, y que se lo quitaran todo de golpe… En fin, eso sí que era una sorpresa, y no verla tan preciosa como siempre.
Desde entonces, apenas si había sido capaz de comportarse con entereza. Lo intentó durante un día entero, pero cuando descubrió que sus pasos lo habían conducido a un fumadero de opio donde lo conocían tanto que le hacían precio, bueno, digamos que no pudo resistirse… No después de tanto tiempo sin aquella droga que efectivamente había llegado a convertirse en un sustento básico para él. Así, en la neblina del humo y del opio había pasado los días, moviéndose lo justo para bañarse cuando recordaba que debía intentar, al menos, sobreponerse y en una ocasión, extraordinariamente sobrio para lo que acostumbraba, para marcharse de aquel local en busca de otro antro de perdición. A aquellas alturas, el húngaro, que inexplicablemente llegaba un traje de los mejores que tenía, ya había asimilado que no podría abandonar esa caída en picado suya fácilmente, pero también se había dado cuenta de que no le importaba lo más mínimo que así fuera. No se creía con fuerzas de lidiar con las emociones que le había despertado la vuelta de su hermana, así que había optado por enterrarlas: al principio, con opio; después, como se dio cuenta en cuanto los brazos femeninos lo rodearon y le desabrocharon lentamente la camisa, con el más puro placer carnal. La mayor ventaja de la vida disoluta que había llevado el húngaro durante su estancia en París era que ya lo conocían en los peores círculos, y el burdel, aunque estuviera ciertamente glorificado, era el peor de todos los peores antros en los que un hombre con dinero (por una vez, lo tenía. Sorprendente, ¿no?) podía decidir pudrirse. Un agravante particular de esa situación era, además, que las fulanas que lo habían visto lo habían reconocido de ocasiones anteriores, ya que el rostro del húngaro era muchas cosas, pero difícil de olvidar no era precisamente una de ellas… Por eso, como lo conocían lo suficiente para saber lo que quería, hicieron lo que tantas veces, obviando completamente el hecho de que el húngaro estaba más cerca de hundirse hasta ahogarse que nunca antes.
Ah, pero eso era lo que le daba el particular encanto a la escena, ¿no? La sensualidad vulgar de las dos prostitutas que se turnaban para darle opio, que él no recordaba haber pedido (aunque muy probablemente no le hubiera hecho falta, era un viejo conocido del burdel a fin de cuentas), para desabotonarle del todo la camisa y para sentarlo en un sofá, en una zona discreta pero visible si se miraba en esa dirección con la suficiente atención. En un momento dado, echó la cabeza hacia atrás para encontrarse con los labios de la mujer, a la que, con los ojos entreabiertos del adicto en pleno viaje, confundió por supuesto con otra. Al separarse, bajó la mirada hacia la que se encontraba gateando hacia él, más como una gatita que como una infante, y entonces juró y perjuró que quien se acercaba era su Imara, no la prostituta también rubia que murmuraba su nombre con deseo. Y aunque estuvo a punto de apartarse, la otra mujer decidió darle un retal de satén carmín particularmente resistente, conocedora de sus vicios y gustos tanto como él mismo, así que, ante semejante tentación enredándosele entre los dedos con el tacto suave del material, no pudo evitarlo… Ni tampoco quiso. Con la magnanimidad de un soberano, permitió que se le deslizara por los muslos fuertes y torneados, que le desabrochara el pantalón y que empezara a devorarlo, y vicioso como solamente él podía ser, le ató el satén al cuello sin apretar demasiado al principio, al tiempo que con la otra mano guiaba su cabeza en el movimiento ascendente y descendente que ella realizaba con habilidad, la misma que él exhibía para elegir qué quería sentir y qué no. ¿Se trataba del efecto del opio o de un poder que Miklós siempre había poseído pero que ahora parecía más presente que nunca? No lo sabía, pero él en ese instante no estaba interesado en averiguarlo, no con el opio entre sus labios y la mujer entre sus piernas, dándole un placer que solamente la droga podía ampliar tantísimo como lo hacía… hasta el punto de que, al cabo de unos minutos, alcanzó un clímax brutal, que lo hizo cerrar los ojos incluso.
Con lo que definitivamente no contaba fue con que, al abrir los ojos con la lentitud perezosa que el opio imprimía en todos sus movimientos, aún estrangulando a la mujer que lo lamía todavía y con los dedos enredados entre mechones dorados, había tenido un testigo al que conocía como si lo hubiera engendrado… aunque, técnicamente, Thibault nunca hubiera llegado a ser su creador como tal.
Desde entonces, apenas si había sido capaz de comportarse con entereza. Lo intentó durante un día entero, pero cuando descubrió que sus pasos lo habían conducido a un fumadero de opio donde lo conocían tanto que le hacían precio, bueno, digamos que no pudo resistirse… No después de tanto tiempo sin aquella droga que efectivamente había llegado a convertirse en un sustento básico para él. Así, en la neblina del humo y del opio había pasado los días, moviéndose lo justo para bañarse cuando recordaba que debía intentar, al menos, sobreponerse y en una ocasión, extraordinariamente sobrio para lo que acostumbraba, para marcharse de aquel local en busca de otro antro de perdición. A aquellas alturas, el húngaro, que inexplicablemente llegaba un traje de los mejores que tenía, ya había asimilado que no podría abandonar esa caída en picado suya fácilmente, pero también se había dado cuenta de que no le importaba lo más mínimo que así fuera. No se creía con fuerzas de lidiar con las emociones que le había despertado la vuelta de su hermana, así que había optado por enterrarlas: al principio, con opio; después, como se dio cuenta en cuanto los brazos femeninos lo rodearon y le desabrocharon lentamente la camisa, con el más puro placer carnal. La mayor ventaja de la vida disoluta que había llevado el húngaro durante su estancia en París era que ya lo conocían en los peores círculos, y el burdel, aunque estuviera ciertamente glorificado, era el peor de todos los peores antros en los que un hombre con dinero (por una vez, lo tenía. Sorprendente, ¿no?) podía decidir pudrirse. Un agravante particular de esa situación era, además, que las fulanas que lo habían visto lo habían reconocido de ocasiones anteriores, ya que el rostro del húngaro era muchas cosas, pero difícil de olvidar no era precisamente una de ellas… Por eso, como lo conocían lo suficiente para saber lo que quería, hicieron lo que tantas veces, obviando completamente el hecho de que el húngaro estaba más cerca de hundirse hasta ahogarse que nunca antes.
Ah, pero eso era lo que le daba el particular encanto a la escena, ¿no? La sensualidad vulgar de las dos prostitutas que se turnaban para darle opio, que él no recordaba haber pedido (aunque muy probablemente no le hubiera hecho falta, era un viejo conocido del burdel a fin de cuentas), para desabotonarle del todo la camisa y para sentarlo en un sofá, en una zona discreta pero visible si se miraba en esa dirección con la suficiente atención. En un momento dado, echó la cabeza hacia atrás para encontrarse con los labios de la mujer, a la que, con los ojos entreabiertos del adicto en pleno viaje, confundió por supuesto con otra. Al separarse, bajó la mirada hacia la que se encontraba gateando hacia él, más como una gatita que como una infante, y entonces juró y perjuró que quien se acercaba era su Imara, no la prostituta también rubia que murmuraba su nombre con deseo. Y aunque estuvo a punto de apartarse, la otra mujer decidió darle un retal de satén carmín particularmente resistente, conocedora de sus vicios y gustos tanto como él mismo, así que, ante semejante tentación enredándosele entre los dedos con el tacto suave del material, no pudo evitarlo… Ni tampoco quiso. Con la magnanimidad de un soberano, permitió que se le deslizara por los muslos fuertes y torneados, que le desabrochara el pantalón y que empezara a devorarlo, y vicioso como solamente él podía ser, le ató el satén al cuello sin apretar demasiado al principio, al tiempo que con la otra mano guiaba su cabeza en el movimiento ascendente y descendente que ella realizaba con habilidad, la misma que él exhibía para elegir qué quería sentir y qué no. ¿Se trataba del efecto del opio o de un poder que Miklós siempre había poseído pero que ahora parecía más presente que nunca? No lo sabía, pero él en ese instante no estaba interesado en averiguarlo, no con el opio entre sus labios y la mujer entre sus piernas, dándole un placer que solamente la droga podía ampliar tantísimo como lo hacía… hasta el punto de que, al cabo de unos minutos, alcanzó un clímax brutal, que lo hizo cerrar los ojos incluso.
Con lo que definitivamente no contaba fue con que, al abrir los ojos con la lentitud perezosa que el opio imprimía en todos sus movimientos, aún estrangulando a la mujer que lo lamía todavía y con los dedos enredados entre mechones dorados, había tenido un testigo al que conocía como si lo hubiera engendrado… aunque, técnicamente, Thibault nunca hubiera llegado a ser su creador como tal.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Mar y putas, ¡cuán inevitable era esa combinación! Esa vieja amiga que siempre te recibe con los brazos abiertos por muchos siglos —literales— que pasen entremedias. ¿Y qué más se podía pedir para un pirata mordido por la eternidad?
Ah, que tu sangre hubiera sido engullida por los tórridos labios de Amanda Smith, por supuesto, no olvidemos que se trataba del imperecedero capitán Black Blood. ¡Qué osado retar cualquier metáfora sobre las musas, pobres víctimas del escorbuto!
Hacía mucho, demasiado tiempo mortal —especifiquemos— que la piratería para la cual todavía se arrojaban historias de mitos y cuentos sangrientos no obtenía unos beneficios tan apoteósicos como los de aquella última cruzada en las Américas. La tripulación de Thibault andaba pletórica, descontrolada como sólo unos hijos de perra perseguidos por la muerte más civilizada e hipócrita del mundo podían proclamar a los cuatro vientos a los que se enfrentaban día a día. Ni las crisis más desalentadoras ni el más certero roce de las puertas del infierno les hacían ser menos mundanos, estar menos enfermos de los bajos instintos que compartían con toda la sociedad, por mucho que ésta se esforzara en negarlo con la cabeza mientras hacía una felación en toda regla —tan coherente como de costumbre—. Así pues, por los viejos tiempos o los siempre nuevos para el legionario del océano al que habían jurado lealtad, en su regreso a territorio francés se plantaron de nuevo en el burdel como los dueños de la noche.
Se lo tenían más merecido de lo que cualquier finolis de clase alta allí aparcado pudiera tener la desgracia de suponer.
Naturalmente, hubo altercados compuestos por peleas, gritos y escándalo incivilizado, de lo contrario no serían unos piratas recién llegados de superar una sequía problemática. Algunos eran hombres incultos y adinerados encerrados en la misma ratonera aterciopelada que muchos caballeros incapaces de hacerse la mitad de su cama. ¿Qué esperaban? Aquello formaba parte ineludible de la fiesta que arrastraban consigo y aunque el vampiro responsable de aquel patio de recreo se había tomado la molestia de prevenir a la madame con el fulgor irresistible de un oro que doblaba la presencia de aristócratas, la diversión en su rostro era difícil de esquivar. Por no mencionar que hasta la supuesta dueña del picadero mejor perfumado de París hubiera regresado a sus pinitos sólo para acabar entre las piernas de semejante déspota de un control del que ni ella escapaba.
A pesar de todo, ni una sola de las mujeres, u hombres, que allí trabajaban podía quejarse del trato que les daban, más allá de la peste a alcohol y drogas diversas con la que su oficio ya estaría desgraciadamente familiarizado. Precisamente porque la prostitución y la piratería eran primas-hermanas sabían respetarse, cultivando así la hermosa ironía de los principios que un ambiente tan rechazado y ordinario tenía más avanzados que los incansables jueces 'de la justicia'. El pobre bufón de Planchett a veces se esmeraba el doble en dar las gracias a toda ramera que le sostuviera borracho que en acostarse con ellas y la pobre Anne hacía lo que podía con su bisexualidad reprimida. No se fijó en muchos más de sus hombres en concreto, por su parte se dedicaba a estirar la noche del modo en que lo hacen los inmortales casi desidiosos de serlo cuando en realidad simplemente controlan el déjà vu de tus propias taritas mentales. Y si no, que se lo dijeran a la imagen crecida de su escueto pasado y su continuo presente con la que las simpáticas algarabías de un tiempo al que estaba más que acostumbrado le brindaron aquella noche.
Muchas mujeres, muchos hombres; un solo hijo.
Le observó en aquel cuadro tan sexualmente onírico, con la tranquilidad de la que estaba hecha su inseparable veteranía —cómo la odiaría de no haberle salvado la vida que técnicamente ya no tenía—. Recostado un extremo de su cuerpo contra la pared frente al erótico espectáculo, lleno de marcas de carmín por el cuello, mas nunca a juego con el rojo de sus cabellos, escupió uno de los pelos de la barba del último mancebo que se había merendado mientras ahora se columpiaba sobre su media sonrisa para contemplar al suyo.
—Hay que ver cuánto has crecido, hijo mío... —comentó, escandalosamente cómodo en los parajes del doble sentido, conforme se recreaba sin pudor y sin excepción en cada zona de su cuerpo para recibir la adultez que no había podido supervisarle en todos esos años; esos suspiros de la longevidad que le precedía. Se aproximó hacia la cándida comitiva y apoyó la mano en la cabeza de una de las muchachitas cuando se encorvó para agarrarle a él del mentón con la otra y reencontrarse con la sobrenaturalidad de sus ojos de cachorro— ¿Qué pasa, Mik? Sé que te pillo ocupado pero, ¿tanto como para no darme un abrazo?
Ah, que tu sangre hubiera sido engullida por los tórridos labios de Amanda Smith, por supuesto, no olvidemos que se trataba del imperecedero capitán Black Blood. ¡Qué osado retar cualquier metáfora sobre las musas, pobres víctimas del escorbuto!
Hacía mucho, demasiado tiempo mortal —especifiquemos— que la piratería para la cual todavía se arrojaban historias de mitos y cuentos sangrientos no obtenía unos beneficios tan apoteósicos como los de aquella última cruzada en las Américas. La tripulación de Thibault andaba pletórica, descontrolada como sólo unos hijos de perra perseguidos por la muerte más civilizada e hipócrita del mundo podían proclamar a los cuatro vientos a los que se enfrentaban día a día. Ni las crisis más desalentadoras ni el más certero roce de las puertas del infierno les hacían ser menos mundanos, estar menos enfermos de los bajos instintos que compartían con toda la sociedad, por mucho que ésta se esforzara en negarlo con la cabeza mientras hacía una felación en toda regla —tan coherente como de costumbre—. Así pues, por los viejos tiempos o los siempre nuevos para el legionario del océano al que habían jurado lealtad, en su regreso a territorio francés se plantaron de nuevo en el burdel como los dueños de la noche.
Se lo tenían más merecido de lo que cualquier finolis de clase alta allí aparcado pudiera tener la desgracia de suponer.
Naturalmente, hubo altercados compuestos por peleas, gritos y escándalo incivilizado, de lo contrario no serían unos piratas recién llegados de superar una sequía problemática. Algunos eran hombres incultos y adinerados encerrados en la misma ratonera aterciopelada que muchos caballeros incapaces de hacerse la mitad de su cama. ¿Qué esperaban? Aquello formaba parte ineludible de la fiesta que arrastraban consigo y aunque el vampiro responsable de aquel patio de recreo se había tomado la molestia de prevenir a la madame con el fulgor irresistible de un oro que doblaba la presencia de aristócratas, la diversión en su rostro era difícil de esquivar. Por no mencionar que hasta la supuesta dueña del picadero mejor perfumado de París hubiera regresado a sus pinitos sólo para acabar entre las piernas de semejante déspota de un control del que ni ella escapaba.
A pesar de todo, ni una sola de las mujeres, u hombres, que allí trabajaban podía quejarse del trato que les daban, más allá de la peste a alcohol y drogas diversas con la que su oficio ya estaría desgraciadamente familiarizado. Precisamente porque la prostitución y la piratería eran primas-hermanas sabían respetarse, cultivando así la hermosa ironía de los principios que un ambiente tan rechazado y ordinario tenía más avanzados que los incansables jueces 'de la justicia'. El pobre bufón de Planchett a veces se esmeraba el doble en dar las gracias a toda ramera que le sostuviera borracho que en acostarse con ellas y la pobre Anne hacía lo que podía con su bisexualidad reprimida. No se fijó en muchos más de sus hombres en concreto, por su parte se dedicaba a estirar la noche del modo en que lo hacen los inmortales casi desidiosos de serlo cuando en realidad simplemente controlan el déjà vu de tus propias taritas mentales. Y si no, que se lo dijeran a la imagen crecida de su escueto pasado y su continuo presente con la que las simpáticas algarabías de un tiempo al que estaba más que acostumbrado le brindaron aquella noche.
Muchas mujeres, muchos hombres; un solo hijo.
Le observó en aquel cuadro tan sexualmente onírico, con la tranquilidad de la que estaba hecha su inseparable veteranía —cómo la odiaría de no haberle salvado la vida que técnicamente ya no tenía—. Recostado un extremo de su cuerpo contra la pared frente al erótico espectáculo, lleno de marcas de carmín por el cuello, mas nunca a juego con el rojo de sus cabellos, escupió uno de los pelos de la barba del último mancebo que se había merendado mientras ahora se columpiaba sobre su media sonrisa para contemplar al suyo.
—Hay que ver cuánto has crecido, hijo mío... —comentó, escandalosamente cómodo en los parajes del doble sentido, conforme se recreaba sin pudor y sin excepción en cada zona de su cuerpo para recibir la adultez que no había podido supervisarle en todos esos años; esos suspiros de la longevidad que le precedía. Se aproximó hacia la cándida comitiva y apoyó la mano en la cabeza de una de las muchachitas cuando se encorvó para agarrarle a él del mentón con la otra y reencontrarse con la sobrenaturalidad de sus ojos de cachorro— ¿Qué pasa, Mik? Sé que te pillo ocupado pero, ¿tanto como para no darme un abrazo?
Última edición por Thibault "Black Blood" el Sáb Jul 15, 2017 9:11 pm, editado 2 veces
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
- Mensajes : 132
Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Si bien Miklós se peleaba continuamente con la apatía emocional que la vida, por no decir directamente los cazadores (apuntar con el dedo era de mala educación, ¿recuerdas?), le había generado, podía admitir que, en ocasiones, aunque éstas fueran las menos, ser tan estoico tenía sus ventajas. Que sí, que normalmente apestaba; que nada le gustaría más al húngaro que poder sentir desesperación, amistad, amor, felicidad, rabia, ¡cualquier maldita cosa salvo el dolor! Bueno, eso no, el dolor le gustaba, pero a veces se cansaba de que fuera lo único que podía sentir, y eso nos llevaba de vuelta directamente al argumento: normalmente, Miklós odiaba ser tan poco emocional, pero había momentos en los que verdaderamente se lo agradecía al Dios en el que, contra todo pronóstico, aún creía. Precisamente la situación en la que se había visto envuelto era una de ellas, no por el hecho de encontrarse en un burdel porque hacía tiempo que había asimilado que no había nada de vergonzoso en eso, sino más bien en lo que sucedió a continuación. Y es que, a ver, sinceramente, si cualquier otra persona se hubiera reencontrado después de vete tú a saber cuántos años (26, exactamente. No es como si llevara la cuenta… qué va) con el único hombre al que había considerado padre de entre todos los muchos que había tenido por ser consortes de la facilona de su madre, probablemente sentirían alegría, para empezar. Si además, ese hombre en cuestión era testigo de cómo tenía un orgasmo con una prostituta, habría supuesto la máxima vergüenza para cualquiera, sumada a la humillación de que, con esa cara tan atractiva suya, tuviera que recurrir a fulanas para satisfacerse, pero Miklós no era un hombre cualquiera, y por eso, todo lo que sintió fue… casi nada. Poco sorprendente, pero ni siquiera sintió el deseo de cubrirse la desnudez ni, tampoco, de sonreír, aunque lo cierto era que, de verdad, se alegraba de verlo… Sólo que no lo suficiente para que su sonrisa fuera real, no aún.
– Jodido Sangre Negra. ¿Quieres un abrazo o unirte? Pareces a punto de relamerte; creía que el gato era yo. – espetó, con el opio soltándole la lengua igual que lo habían hecho las prostitutas precisamente con sus lenguas, órganos aparentemente muy ocupados esa noche, y eso que ni siquiera habían empezado la charla Thibault y su querido hijo díscolo, Miklós. Lo que sí había comenzado era el erótico espectáculo que, sin queriendo, estaban los dos protagonizados, pues el húngaro se incorporó, con lo que sus pantalones se resbalaron, y quedó tal y como había llegado al mundo, con la excepción de la camisa abierta que no había elegido quitarse, todavía. Así, ni corto ni perezoso, dio un rápido abrazo al gélido vampiro, tan pelirrojo e imponente como lo recordaba, y a continuación decidió volver a su silla, que se le antojaba un trono, y así mismo se sentó, como el rey de la nada más absoluta en el que se había convertido con los años. – Estás igual, Thibault. Gracias, Miklós, tú sin embargo has crecido mucho. Vaya, sí, es cierto, qué cosas. Tienes la misma cara que tu madre… Lo sé, pero soy más guapo. Sí, efectivamente. Y ya, fin. ¿O tienes algo más que añadir a la conversación? Porque creo que con eso tenemos un fascinante resumen con el que los dos podemos retomar nuestro camino. ¿O es que lo de unirte te lo estás planteando de verdad…? – increpó, sin acritud porque realmente era incapaz de sentirla, al menos por el momento, pero una vez más, Miklós se temió, esta vez con plena consciencia de ello, que estaba a punto de abrir el dique y que pronto podría sentir algo, de verdad, como llevaba tiempo deseando. ¿Por qué demonios, no pudo evitar preguntárselo, tenía que ir a suceder cuando peor le venía? ¿Es que no había sido suficiente reencontrarse con Imara que tenía que encontrarse también con su maldito padre? Demonios, sí que tenía que tener enfadado a Dios para que le hiciera semejantes bromas pesadas.
– Sigues aquí plantado, así que asumo que no planeas moverte. Bien, pues sienta el culo, ¿o quieres estar de pie toda la maldita eternidad? – preguntó, alzando una ceja, y a continuación hizo un gesto a sus prostitutas para que se le acercaran y pudiera pedirles los favores de forma algo más personal: con su tacto. Así, a la primera, a la que pidió más opio, lo hizo con la voz tan sensual que parecía la caricia de un gato, y con los dedos deslizándosele por el escote para acariciar sus pezones y erizarlos, sonrojándola en el intento. Sonriendo, se dirigió a la segunda, a quien le pidió, con los labios en el lóbulo de la oreja, que estaba siendo mordisqueado a la vez que su trasero acariciado, que le acercara un banco para Thibault (se negaba a llamarlo progenitor delante de ellas, al menos por el momento) y para que pudieran dialogar. En cuanto ambas se marcharon, Miklós se inclinó hacia delante, apoyando los codos en sus largos y potentes muslos y mirando al hombre al que había llamado padre hacía aproximadamente media vida (así, a ojo) y que se había aparecido delante de él como un completo desconocido. O, bueno, realmente no tanto: lo había hecho como capitán pirata, y el hecho de que pudiera ver de fondo al resto de la tripulación resolvía todas las dudas que pudieran planteársele con respecto a qué demonios hacia él allí, de entre todos los sitios posibles para acudir. – Qué coincidencia que hayamos tenido que acabar viéndonos en una ciudad como París, parece que tiene algo para que me proliferen los familiares como setas. Te creía más fiel a los puertos de verdad, como Le Havre, que a esta ciudad del demonio, así que supongo que, como siempre, tendrás otras intenciones que pasearte por las callejuelas medievales. Dime, ¿alguna mujer? ¿O algún hombre? – preguntó, con cierta curiosidad, pero los ojos completamente muertos mientras lo miraba.
No dejaba de resultar curioso que, pese a las veces que Miklós había soñado con aquel encuentro, estuviera llevándose a cabo de la forma más opuesta posible a sus fantasías: completamente aséptico, absolutamente impersonal, pero en el punto perfecto para que cualquier golpe destrozara toda la calma y lo molestara lo suficiente para que sacara las garras.
– Jodido Sangre Negra. ¿Quieres un abrazo o unirte? Pareces a punto de relamerte; creía que el gato era yo. – espetó, con el opio soltándole la lengua igual que lo habían hecho las prostitutas precisamente con sus lenguas, órganos aparentemente muy ocupados esa noche, y eso que ni siquiera habían empezado la charla Thibault y su querido hijo díscolo, Miklós. Lo que sí había comenzado era el erótico espectáculo que, sin queriendo, estaban los dos protagonizados, pues el húngaro se incorporó, con lo que sus pantalones se resbalaron, y quedó tal y como había llegado al mundo, con la excepción de la camisa abierta que no había elegido quitarse, todavía. Así, ni corto ni perezoso, dio un rápido abrazo al gélido vampiro, tan pelirrojo e imponente como lo recordaba, y a continuación decidió volver a su silla, que se le antojaba un trono, y así mismo se sentó, como el rey de la nada más absoluta en el que se había convertido con los años. – Estás igual, Thibault. Gracias, Miklós, tú sin embargo has crecido mucho. Vaya, sí, es cierto, qué cosas. Tienes la misma cara que tu madre… Lo sé, pero soy más guapo. Sí, efectivamente. Y ya, fin. ¿O tienes algo más que añadir a la conversación? Porque creo que con eso tenemos un fascinante resumen con el que los dos podemos retomar nuestro camino. ¿O es que lo de unirte te lo estás planteando de verdad…? – increpó, sin acritud porque realmente era incapaz de sentirla, al menos por el momento, pero una vez más, Miklós se temió, esta vez con plena consciencia de ello, que estaba a punto de abrir el dique y que pronto podría sentir algo, de verdad, como llevaba tiempo deseando. ¿Por qué demonios, no pudo evitar preguntárselo, tenía que ir a suceder cuando peor le venía? ¿Es que no había sido suficiente reencontrarse con Imara que tenía que encontrarse también con su maldito padre? Demonios, sí que tenía que tener enfadado a Dios para que le hiciera semejantes bromas pesadas.
– Sigues aquí plantado, así que asumo que no planeas moverte. Bien, pues sienta el culo, ¿o quieres estar de pie toda la maldita eternidad? – preguntó, alzando una ceja, y a continuación hizo un gesto a sus prostitutas para que se le acercaran y pudiera pedirles los favores de forma algo más personal: con su tacto. Así, a la primera, a la que pidió más opio, lo hizo con la voz tan sensual que parecía la caricia de un gato, y con los dedos deslizándosele por el escote para acariciar sus pezones y erizarlos, sonrojándola en el intento. Sonriendo, se dirigió a la segunda, a quien le pidió, con los labios en el lóbulo de la oreja, que estaba siendo mordisqueado a la vez que su trasero acariciado, que le acercara un banco para Thibault (se negaba a llamarlo progenitor delante de ellas, al menos por el momento) y para que pudieran dialogar. En cuanto ambas se marcharon, Miklós se inclinó hacia delante, apoyando los codos en sus largos y potentes muslos y mirando al hombre al que había llamado padre hacía aproximadamente media vida (así, a ojo) y que se había aparecido delante de él como un completo desconocido. O, bueno, realmente no tanto: lo había hecho como capitán pirata, y el hecho de que pudiera ver de fondo al resto de la tripulación resolvía todas las dudas que pudieran planteársele con respecto a qué demonios hacia él allí, de entre todos los sitios posibles para acudir. – Qué coincidencia que hayamos tenido que acabar viéndonos en una ciudad como París, parece que tiene algo para que me proliferen los familiares como setas. Te creía más fiel a los puertos de verdad, como Le Havre, que a esta ciudad del demonio, así que supongo que, como siempre, tendrás otras intenciones que pasearte por las callejuelas medievales. Dime, ¿alguna mujer? ¿O algún hombre? – preguntó, con cierta curiosidad, pero los ojos completamente muertos mientras lo miraba.
No dejaba de resultar curioso que, pese a las veces que Miklós había soñado con aquel encuentro, estuviera llevándose a cabo de la forma más opuesta posible a sus fantasías: completamente aséptico, absolutamente impersonal, pero en el punto perfecto para que cualquier golpe destrozara toda la calma y lo molestara lo suficiente para que sacara las garras.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Menudo festival de éxtasis gratuito, aquello no podía ser obra más que de un burdel en el que se hubiera reencontrado con el falso hijo pródigo después de, ¿cuánto era, Miklós? ¿media vida así a ojo?
Una obra no del burdel en sí mismo, claro está, sino de las circunstancias, de la situación, de la Gracia del Señor ante el que uno se meaba y el otro, mostraba un poco más de respeto —cosa que, de todas maneras, muy difícil tampoco era—. Responsabilizarle de haberles reunido de nuevo quizá no fuera tan disparatado como a algunos les cabría creer si teníamos en cuenta que Thibault, en sus vastos y continuos recorridos a través de la más insistente existencia, había llegado a la conclusión de que sólo rezaría por su único retoño.
—Has errado en el detalle más imbécil de todos, mi buen púber —tosió desganado y contribuyendo a los rubores de hembra de la habitación cuando se abrió de piernas para terminar de responder:— Nunca en mi insano juicio diría que eres más guapo que tu madre, ya sabes que siempre fui su fan número uno. —e idealizar algún tipo, todavía existente o no, de figura femenina era mucho decir viniendo del seguidor más jodidamente chiflado de la reina de los Países Bajos. Pero eso era información confidencial y privilegiada— ¿Qué fue de ella, a todo esto? Espero que muriera luchando, me pongo burro sólo de pensarlo.
Sin consideración, sin lubricante, el lobo de mar ensuciaba la tierra y a todos con los que se topara en ella, cercanos o no a su ingobernable corazón de acero. La mayoría de pobres infelices escapaban a esa infecciosa exclusividad que tenía reservada a unos pocos, no sabía si llamar afortunados, y eso daba plena libertad y a la vez incomprensión a quienes corrían la suerte de acabar ahí; directos a las puertas del Valhalla que había en su sonrisa pilla. Aunque 'pilla' sonara demasiado adorable para referirse a un peligro de tamañas magnitudes...
Las prostitutas se acabaron deslizando en torno al par de alphas como si flotaran en el agua, y esa sensación de placentera volatilidad con qué las manejaba no la había podido aprender de nadie que no fuera su reencontrado padre. Thibault contempló el espectáculo con divertida suspicacia, todo lo que no había podido mostrar durante el abrazo cuya materialización más allá de sus socarronerías no se había visto venir realmente, pero que había agradecido con toda la rimbombancia que se le podía otorgar a un acto tan humano en el monstruo de tantas leyendas.
Ahí estaba, pues: el poder estelar de sus exclusividades. Aquel cambiante podía emborracharse con eso mucho más que con todo el alcohol de Europa.
—¿Qué es esto, nene? ¿Quieres hacerme una demostración de lo bien que has aprendido a seducir? Muy bien, pequeño, sigues sin avergonzarte del tema ni aunque el destino quiera volvernos a juntar en una estampa tan escandalosamente poco familiar —aplaudió, y tomó asiento al tiempo que se regodeaba en sus felinos ojos-—. Pero a decir verdad, nos estamos tomando muchas familiaridades, ¿no es irónico?
Se esperó a que el perfume de mujer abandonara completamente la sala para dejar de recostarse y adoptar una postura calcada de la suya. Firme, penetrante, abrasiva; un puto calco de su estoicismo. Un calco del calco, de lo que calcara el calco hace mucho, mucho tiempo, derretido entre sus miradas hasta el cataclismo que iba a presenciar aquel gallinero reservado al pecado.
—Aún sigo en pie toda la maldita eternidad, Mik, dudo que se te haya olvidado esa costumbre —incidió, con el verde de sus pupilas removiendo el agua de aquel pozo sin secar. No, no tenía pinta de ir a secarse nunca—. Pero una vez escupido sobre las metáforas, queda hacernos las preguntas más impúdicas incluso para tu aparente insensibilidad. Date el gustillo conmigo, anda, que tampoco puede ser que hayas olvidado lo mucho que te gustaba sentarte en mis rodillas a desafiar el mundo.
Sin previo aviso, como siempre con él, Thibault volvió a levantarse y a rodear la espalda de Miklós, de tal forma que el acto reflejo de girarse mínimamente hacia la abrumadora estela del marino le fue inevitable por unos segundos. Suficientes para su efecto.
—Porque tú y yo sabemos que son más comprometidas que pensar que estoy aquí por un polvazo en tierra firme.
Una obra no del burdel en sí mismo, claro está, sino de las circunstancias, de la situación, de la Gracia del Señor ante el que uno se meaba y el otro, mostraba un poco más de respeto —cosa que, de todas maneras, muy difícil tampoco era—. Responsabilizarle de haberles reunido de nuevo quizá no fuera tan disparatado como a algunos les cabría creer si teníamos en cuenta que Thibault, en sus vastos y continuos recorridos a través de la más insistente existencia, había llegado a la conclusión de que sólo rezaría por su único retoño.
—Has errado en el detalle más imbécil de todos, mi buen púber —tosió desganado y contribuyendo a los rubores de hembra de la habitación cuando se abrió de piernas para terminar de responder:— Nunca en mi insano juicio diría que eres más guapo que tu madre, ya sabes que siempre fui su fan número uno. —e idealizar algún tipo, todavía existente o no, de figura femenina era mucho decir viniendo del seguidor más jodidamente chiflado de la reina de los Países Bajos. Pero eso era información confidencial y privilegiada— ¿Qué fue de ella, a todo esto? Espero que muriera luchando, me pongo burro sólo de pensarlo.
Sin consideración, sin lubricante, el lobo de mar ensuciaba la tierra y a todos con los que se topara en ella, cercanos o no a su ingobernable corazón de acero. La mayoría de pobres infelices escapaban a esa infecciosa exclusividad que tenía reservada a unos pocos, no sabía si llamar afortunados, y eso daba plena libertad y a la vez incomprensión a quienes corrían la suerte de acabar ahí; directos a las puertas del Valhalla que había en su sonrisa pilla. Aunque 'pilla' sonara demasiado adorable para referirse a un peligro de tamañas magnitudes...
Las prostitutas se acabaron deslizando en torno al par de alphas como si flotaran en el agua, y esa sensación de placentera volatilidad con qué las manejaba no la había podido aprender de nadie que no fuera su reencontrado padre. Thibault contempló el espectáculo con divertida suspicacia, todo lo que no había podido mostrar durante el abrazo cuya materialización más allá de sus socarronerías no se había visto venir realmente, pero que había agradecido con toda la rimbombancia que se le podía otorgar a un acto tan humano en el monstruo de tantas leyendas.
Ahí estaba, pues: el poder estelar de sus exclusividades. Aquel cambiante podía emborracharse con eso mucho más que con todo el alcohol de Europa.
—¿Qué es esto, nene? ¿Quieres hacerme una demostración de lo bien que has aprendido a seducir? Muy bien, pequeño, sigues sin avergonzarte del tema ni aunque el destino quiera volvernos a juntar en una estampa tan escandalosamente poco familiar —aplaudió, y tomó asiento al tiempo que se regodeaba en sus felinos ojos-—. Pero a decir verdad, nos estamos tomando muchas familiaridades, ¿no es irónico?
Se esperó a que el perfume de mujer abandonara completamente la sala para dejar de recostarse y adoptar una postura calcada de la suya. Firme, penetrante, abrasiva; un puto calco de su estoicismo. Un calco del calco, de lo que calcara el calco hace mucho, mucho tiempo, derretido entre sus miradas hasta el cataclismo que iba a presenciar aquel gallinero reservado al pecado.
—Aún sigo en pie toda la maldita eternidad, Mik, dudo que se te haya olvidado esa costumbre —incidió, con el verde de sus pupilas removiendo el agua de aquel pozo sin secar. No, no tenía pinta de ir a secarse nunca—. Pero una vez escupido sobre las metáforas, queda hacernos las preguntas más impúdicas incluso para tu aparente insensibilidad. Date el gustillo conmigo, anda, que tampoco puede ser que hayas olvidado lo mucho que te gustaba sentarte en mis rodillas a desafiar el mundo.
Sin previo aviso, como siempre con él, Thibault volvió a levantarse y a rodear la espalda de Miklós, de tal forma que el acto reflejo de girarse mínimamente hacia la abrumadora estela del marino le fue inevitable por unos segundos. Suficientes para su efecto.
—Porque tú y yo sabemos que son más comprometidas que pensar que estoy aquí por un polvazo en tierra firme.
Última edición por Thibault "Black Blood" el Mar Nov 14, 2017 11:28 pm, editado 1 vez
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Miklós creía conocerse muy bien, pese al tiempo que había transcurrido desde su nacimiento y al hecho de que se encontraba en una edad que, para los humanos, ya era comienzo de un declive considerable. Aunque el accidente de haber sido casi (énfasis en esa palabrita, por cierto) asesinado y de que le hubieran arrebatado a Imara lo hubiera cambiado, el magyar estaba convencido de que no tenía secretos para sí mismo, y de que en general él sabía todo lo que había que saber de sí mismo, pues si no lo hacía él, ¿quién lo haría? Y sin embargo allí se encontraba, atónito ante la apatía que sentía, sintiéndose indiferente hacia Thibault aunque el otro estuviera buscándole las cosquillas de una forma distinta a como lo hacía cuando él era pequeño y el pirata se disfrazaba de padre. Hablando de eso, ¿de verdad había dicho que su madre era más guapa? Eso, y sólo eso, lo obligó a reaccionar contra su propia voluntad, ya que alzó una ceja con incredulidad y negó con la cabeza en un movimiento que parecía acompañar a la perfección todo cuando salía por la jaula llena de dientes del otro, provocador y no solamente en apariencia. Eso sí, dentro de todo lo mucho que estaba sucediendo entre ellos, que era innegable; Miklós ni se planteaba hacerlo, pero lo cierto era que tenía sus sospechas (y su fuente de conocimiento era vivir en su propia y maldita cabeza, algo de crédito convendría darle al húngaro) de que no iba a negarse a casi nada de lo que le pidiera Thibault. Enfadado o no por el abandono, que a él le dolía más porque era menos longevo que el eterno (dolor de cabeza que era el) pirata, seguía siendo su “padre”, ¿no?, hasta si últimamente parecía que tendría que hacer una rifa entre todos los candidatos que querían serlo y que habían aparecido en su vida. Demonios, tanta complicación lo agotaba sobremanera, él que solamente quería fugarse con su hermana a hacer... ni siquiera él sabía qué, pero ya lo pensaría, igual que se estaba viendo obligado a pensar qué demonios hacer con Thibault frente a él, muertito y casi coleando... sólo había que darle tiempo para que lo hiciera.
– La diñó después de dar a luz, se le echaron encima todos los años y decidió que me cargaría a mí con mi hermana, como si le debiera cuidarla por todo lo bien que lo hizo ella. – replicó, y aunque parecía que había acritud, lo cierto era que Miklós no había mentido, y eso ambos lo sabían. Por mucha debilidad que el pelirrojo hubiera sentido por Eszter Rákóczi, era un hecho innegable que jamás se había comportado del todo como una madre con su descendencia, y era una auténtica sorpresa que hubiera tenido otro hijo para todo aquel que escuchara la multitud de quejas que ella había expresado, largo y tendido, por el vago de su hijo. Era un auténtico milagro que Miklós no tuviera traumas como consecuencia de su tiempo con ella, pero claro, también era un milagro que siguiera vivo después de lo mucho que habían intentado acabar con él, así que la única opción que resta es considerar lo evidente: el magyar debía de ser primo hermano del Mesías, como poco. – No necesito tu aprobación, te recuerdo que yo ya estaba aquí seduciendo antes de que tú vinieras porque te ha apetecido reencontrarte conmigo, así que deja de intentar buscar algo que no existe. – se defendió, y una vez más, solamente el tono calmado e indiferente que había utilizado pudo evitar que sonaran sus palabras como el inicio de una pelea verbal para la que, francamente, Miklós no tenía ni tiempo ni ganas, pero especialmente ganas. – Otros gustos que me dabas me gustaban más, no te mentiré, pero si quieres que me siente encima sólo dilo, a saber qué clase de fantasías eres capaz de tener después de que hayan pasado tantos años y yo no parezca un crío. – afirmó Miklós, tan soberbio como certero, y se permitió incluso esbozar una fría sonrisa, que era tan apática o más que su tono anterior. – Bien, ilústrame. ¿Qué te trae a París? ¿Algún encargo de alguna majestad...? La gente habla, especialmente del capitán Black Blood, y yo tengo oídos de gato. Dicho eso, ¿a cambio de contármelo qué quieres? ¿Mi historia? Me intentaron liquidar hace unos años en Székszard y he estado viajando desde entonces para que no me pillaran y acabaran el trabajito. Y no te creas, no me lo gané demasiado, fue todo culpa del gusto en hombres de Eszter, pero claro, de eso tú sabes mucho. – provocó, y esta vez el brillo divertido de sus ojos sí que fue sincero.
¿Qué habíamos dicho antes de que el húngaro ya no se sorprendía de sí mismo...? Si lo hiciera, seguramente habría alucinado en colores, como en sus mejores viajes con el opio, ante el hecho de que él, rencoroso como el que más, pareciera estar empezando a derretir el hielo del resentimiento hacia el padre más longevo que había tenido nunca, en todos los sentidos posibles además.
– La diñó después de dar a luz, se le echaron encima todos los años y decidió que me cargaría a mí con mi hermana, como si le debiera cuidarla por todo lo bien que lo hizo ella. – replicó, y aunque parecía que había acritud, lo cierto era que Miklós no había mentido, y eso ambos lo sabían. Por mucha debilidad que el pelirrojo hubiera sentido por Eszter Rákóczi, era un hecho innegable que jamás se había comportado del todo como una madre con su descendencia, y era una auténtica sorpresa que hubiera tenido otro hijo para todo aquel que escuchara la multitud de quejas que ella había expresado, largo y tendido, por el vago de su hijo. Era un auténtico milagro que Miklós no tuviera traumas como consecuencia de su tiempo con ella, pero claro, también era un milagro que siguiera vivo después de lo mucho que habían intentado acabar con él, así que la única opción que resta es considerar lo evidente: el magyar debía de ser primo hermano del Mesías, como poco. – No necesito tu aprobación, te recuerdo que yo ya estaba aquí seduciendo antes de que tú vinieras porque te ha apetecido reencontrarte conmigo, así que deja de intentar buscar algo que no existe. – se defendió, y una vez más, solamente el tono calmado e indiferente que había utilizado pudo evitar que sonaran sus palabras como el inicio de una pelea verbal para la que, francamente, Miklós no tenía ni tiempo ni ganas, pero especialmente ganas. – Otros gustos que me dabas me gustaban más, no te mentiré, pero si quieres que me siente encima sólo dilo, a saber qué clase de fantasías eres capaz de tener después de que hayan pasado tantos años y yo no parezca un crío. – afirmó Miklós, tan soberbio como certero, y se permitió incluso esbozar una fría sonrisa, que era tan apática o más que su tono anterior. – Bien, ilústrame. ¿Qué te trae a París? ¿Algún encargo de alguna majestad...? La gente habla, especialmente del capitán Black Blood, y yo tengo oídos de gato. Dicho eso, ¿a cambio de contármelo qué quieres? ¿Mi historia? Me intentaron liquidar hace unos años en Székszard y he estado viajando desde entonces para que no me pillaran y acabaran el trabajito. Y no te creas, no me lo gané demasiado, fue todo culpa del gusto en hombres de Eszter, pero claro, de eso tú sabes mucho. – provocó, y esta vez el brillo divertido de sus ojos sí que fue sincero.
¿Qué habíamos dicho antes de que el húngaro ya no se sorprendía de sí mismo...? Si lo hiciera, seguramente habría alucinado en colores, como en sus mejores viajes con el opio, ante el hecho de que él, rencoroso como el que más, pareciera estar empezando a derretir el hielo del resentimiento hacia el padre más longevo que había tenido nunca, en todos los sentidos posibles además.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Aquel maldito hijo de las Grandísimas —pues cuán grandes habían sido y eran sus dos madres, incluso si ya apenas se acordaba de la biológica con toda aquella inmortalidad a cuestas— podía ser un pirata chupasangres con demasiadas lunas atrás y a la eterna deriva, que sus años de sentir la paternidad como una purgación y, a fin de cuentas, una consecuencia inevitable no se los quitaba absolutamente nadie. Y mucho menos un Miklós crecidito y con toda aquella indiferencia encima como sus auténticas galas de la noche. Mientras a uno de los dos todavía le quedara sangre en las venas era suficiente, así que eso hacía especialmente irónico que se tratara de él; un jodido vampiro. A decir verdad, ¿quién sino iba a saber más de sangre que el que se dedicaba a engullirla como las zorras de antes al espléndido manubrio de su retoño?
No pudo evitar —ni lo quiso evitar, pero eso resultaba tan obvio para él como para el otro hombre de la sala afectado por un paso del tiempo que en su estampa familiar funcionaba distinto— soltar aquel chistido tan embaucador que precedía a sus carcajadas al comprobar el primer atisbo de emoción en el cambiante sólo por haber apelado a su ego físico. No podía decirse que no estuviera siendo un reencuentro entretenido, por muchas dicotomías que quisieran plantearle con el contraste apático al que se enfrentaba, como tantas otras veces en la vida gris que había parido el rojo de su cabellera.
Y el de su mirada.
—No te pongas celoso, Mik, sabes que sólo tú puedes decir que siempre fuiste mi favorito —y no mentía, no en vano la relación de ellos dos se había mantenido incluso mucho después de cortar lo que quiera que tuviera con la perra verde y gitana de Eszter, si acaso alguien como Thibault podía llegar a tener 'algo' con 'alguien' directamente—, además de porque la otra persona está, bueno, fiambre. —Refiriéndose, por supuesto, a que aparte del propio Mik no había nadie más que pudiera decir nada, pues como veníamos diciendo nosotros, que el hijo había ganado a la madre en fascinación ya quedó espectacularmente claro mucho antes de que ella muriera— Así que después de parir, ¿eh? Pues eso: luchando. Ya puedo terminar de excitarme tranquilamente —remató en aquella contradicción de significado tan exquisita, aprovechando el chascarrillo para más de una ambigüedad con la vista sobre la imagen de su descendencia… que tampoco necesitaba haber salido de sus entrañas para, ya puestos, conseguir ese mismo efecto en su entrepierna—. ¿Ni tus bufidos humanos son ya lo bastante viscerales? Porque te recuerdo que sí que necesitaste de mi aprobación cuando te ayudaba a controlar tus formas animales. Aprendizaje que, por lo que veo, te has tomado demasiado en serio —bromeó una vez más, antes de darse cuenta de lo quieto que se había quedado entonces, ahí plantado detrás de él.
Para Thibault, la distancia personal era algo relativo, muy contrario a lo poco relativas que solía sentir sus relaciones con el entorno y los seres que, junto a él, lo conformaban. De modo que el reencuentro con uno de ellos, de los que seguía conservando en su cajón desastre de memorias, tan cercano a él como para pincharle un poco en el músculo que ya no latía y ser como una plegaria que si no le dedicaba expresamente era por tratarse del hijo más blasfemo y sedicioso del señor Jesucristo al que Miklós sí que guardaba respeto… Bueno, juzgad vosotros mismos.
—¿Seguro que son sólo fantasías mías 'ahora que tú no pareces un crío' —replicó, mientras los escorzos que proporcionaba la iluminación, además de otras verdades físicas, rezumaban la clase de intensidad que ambos habían ido a buscar en una tienda de carne y fluidos— pero yo sigo viéndome exactamente igual que cuando me admirabas a tan poca distancia? —Si el incesto no escandalizaba a la Biblia, ¿por qué iba a hacerlo con el puto sinvergüenza del Sangre Negra?— Te ilustraré si es tu deseo, pero no quiero nada a cambio. A ti no te hace falta conmigo. —y esa afirmación se escuchó severa, así ocurría cuando a través del festival de insolencias que chorreaba su sola presencia, de repente asomaba la verdad de un capitán de barco. 'Solemnidad' no era exactamente la palabra, demasiado circunspecta para definir en algo a semejante cabrón, más bien transmitía una intimidad que por ser tan peligrosa resultaba un elogio. Masoquista o no, eso ya dependía de la otra persona pero ahí estaba, sólo para los que habían sido arropados por los bigotes del dragón de la montaña.
Del mar, en este caso.
Se movió un poco más, lo bastante para volver a quedar de frente, observándole desde arriba mientras el otro relataba 'su historia'. Y sin ton ni son otra vez, percibió algo raro en sus pupilas que a pesar de su insistente apatía, no vencieron a quien pudo llamar protector durante doce años. No, Thibault no pretendía fingir que lo sabía todo de él ahora que reaparecía en escena después del tiempo perdido —'¡Venga, nene, volvamos a lo que éramos! Aunque si quieres probar cosas nuevas, no voy a ponerme pijo…'—, pero sencillamente tampoco tenía ganas de mostrar un comportamiento justo o racional. Nunca sería indiferente a los tormentos personales de Miklós, cuanto antes se hiciera a la idea mucho mejor para éste, pues como bien decía el, o la, sinvergüenza de Shakespeare —sólo alguien que hubiera visto y oído en la misma época podía llegar a calificarlo de esa manera—: 'Sabio es el padre que conoce a sus hijos'.
—Gracias por el apasionante relato —dijo y encorvado como un ave rapaz, volvió a agarrarle de la barbilla para hablarle directamente a los ojos; serios, interesados, intrusivos sin ningún remilgo. Siempre había sido el precio a pagar por su confianza—, pero creo que hay algo de tu vida que todavía no me has contado.
No pudo evitar —ni lo quiso evitar, pero eso resultaba tan obvio para él como para el otro hombre de la sala afectado por un paso del tiempo que en su estampa familiar funcionaba distinto— soltar aquel chistido tan embaucador que precedía a sus carcajadas al comprobar el primer atisbo de emoción en el cambiante sólo por haber apelado a su ego físico. No podía decirse que no estuviera siendo un reencuentro entretenido, por muchas dicotomías que quisieran plantearle con el contraste apático al que se enfrentaba, como tantas otras veces en la vida gris que había parido el rojo de su cabellera.
Y el de su mirada.
—No te pongas celoso, Mik, sabes que sólo tú puedes decir que siempre fuiste mi favorito —y no mentía, no en vano la relación de ellos dos se había mantenido incluso mucho después de cortar lo que quiera que tuviera con la perra verde y gitana de Eszter, si acaso alguien como Thibault podía llegar a tener 'algo' con 'alguien' directamente—, además de porque la otra persona está, bueno, fiambre. —Refiriéndose, por supuesto, a que aparte del propio Mik no había nadie más que pudiera decir nada, pues como veníamos diciendo nosotros, que el hijo había ganado a la madre en fascinación ya quedó espectacularmente claro mucho antes de que ella muriera— Así que después de parir, ¿eh? Pues eso: luchando. Ya puedo terminar de excitarme tranquilamente —remató en aquella contradicción de significado tan exquisita, aprovechando el chascarrillo para más de una ambigüedad con la vista sobre la imagen de su descendencia… que tampoco necesitaba haber salido de sus entrañas para, ya puestos, conseguir ese mismo efecto en su entrepierna—. ¿Ni tus bufidos humanos son ya lo bastante viscerales? Porque te recuerdo que sí que necesitaste de mi aprobación cuando te ayudaba a controlar tus formas animales. Aprendizaje que, por lo que veo, te has tomado demasiado en serio —bromeó una vez más, antes de darse cuenta de lo quieto que se había quedado entonces, ahí plantado detrás de él.
Para Thibault, la distancia personal era algo relativo, muy contrario a lo poco relativas que solía sentir sus relaciones con el entorno y los seres que, junto a él, lo conformaban. De modo que el reencuentro con uno de ellos, de los que seguía conservando en su cajón desastre de memorias, tan cercano a él como para pincharle un poco en el músculo que ya no latía y ser como una plegaria que si no le dedicaba expresamente era por tratarse del hijo más blasfemo y sedicioso del señor Jesucristo al que Miklós sí que guardaba respeto… Bueno, juzgad vosotros mismos.
—¿Seguro que son sólo fantasías mías 'ahora que tú no pareces un crío' —replicó, mientras los escorzos que proporcionaba la iluminación, además de otras verdades físicas, rezumaban la clase de intensidad que ambos habían ido a buscar en una tienda de carne y fluidos— pero yo sigo viéndome exactamente igual que cuando me admirabas a tan poca distancia? —Si el incesto no escandalizaba a la Biblia, ¿por qué iba a hacerlo con el puto sinvergüenza del Sangre Negra?— Te ilustraré si es tu deseo, pero no quiero nada a cambio. A ti no te hace falta conmigo. —y esa afirmación se escuchó severa, así ocurría cuando a través del festival de insolencias que chorreaba su sola presencia, de repente asomaba la verdad de un capitán de barco. 'Solemnidad' no era exactamente la palabra, demasiado circunspecta para definir en algo a semejante cabrón, más bien transmitía una intimidad que por ser tan peligrosa resultaba un elogio. Masoquista o no, eso ya dependía de la otra persona pero ahí estaba, sólo para los que habían sido arropados por los bigotes del dragón de la montaña.
Del mar, en este caso.
Se movió un poco más, lo bastante para volver a quedar de frente, observándole desde arriba mientras el otro relataba 'su historia'. Y sin ton ni son otra vez, percibió algo raro en sus pupilas que a pesar de su insistente apatía, no vencieron a quien pudo llamar protector durante doce años. No, Thibault no pretendía fingir que lo sabía todo de él ahora que reaparecía en escena después del tiempo perdido —'¡Venga, nene, volvamos a lo que éramos! Aunque si quieres probar cosas nuevas, no voy a ponerme pijo…'—, pero sencillamente tampoco tenía ganas de mostrar un comportamiento justo o racional. Nunca sería indiferente a los tormentos personales de Miklós, cuanto antes se hiciera a la idea mucho mejor para éste, pues como bien decía el, o la, sinvergüenza de Shakespeare —sólo alguien que hubiera visto y oído en la misma época podía llegar a calificarlo de esa manera—: 'Sabio es el padre que conoce a sus hijos'.
—Gracias por el apasionante relato —dijo y encorvado como un ave rapaz, volvió a agarrarle de la barbilla para hablarle directamente a los ojos; serios, interesados, intrusivos sin ningún remilgo. Siempre había sido el precio a pagar por su confianza—, pero creo que hay algo de tu vida que todavía no me has contado.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
A cada palabra que Thibault, su “padre”, el que más había considerado como tal en sus casi seis décadas de vida, soltaba, Miklós iba ladeando un poco más la cabeza, como el gato que lo había acusado de ser, en un inconsciente empeño por demostrarle que sí, se lo había tomado en serio, pero no por obra y gracia del vampiro, sino por la suya propia. No era por ponerse exquisito y negar todo lo que el otro había hecho por él, pues el húngaro no estaba por la labor de negar una parte tan importante de su vida, pero quien era responsable de que su parte felina estuviera tan a flor de piel era Eszter, precisamente el nexo en común que tenían los dos y que había muerto hacía tanto tiempo. No en vano, ella había sido la cambiante, ella había sido la que lo había llamado Laborc, y ella también había sido la que, al marcharse Thibault, lo había alentado a abrazar esa parte suya que lo hacía distinto a los demás, pero semejante a otros de su propia familia, según Eszter. Bien, Miklós nunca se había parado a pensar si los demás Rákóczi serían cambiantes como él, aunque era consciente de que el parecido familiar existía porque él era clavadito a su progenitora y, además, tenía el orgullo de la nobleza húngara cuyo apellido había portado la mayor parte de su vida; suponía que así era, pero no se lo planteaba. De forma semejante, había supuesto muchas veces que Thibault estaba vivo, pero como se había largado por voluntad propia y a él que le dieran (no solía ser literal eso, por cierto), no se había planteado a dónde se había marchado o por qué. Y, sin embargo, ahí habían terminado encontrándose, el padre pródigo y el hijo paciente, invirtiendo las tornas de las historias en las que Miklós más o menos creía, aunque en defensa del húngaro había que decir que prefería pensar en Dios y no en lo demás, demasiado problemático para su gusto. Como si problemático no fuera su tercer nombre, de lo a menudo que su vida era así...
– Hay mucho que no te he contado. – confirmó para, a continuación, buscar la ropa que le faltaba y ponérsela. La excitación que había sentido antes, incitada por el opio y las fantasías impúdicas del rostro de su Imara, se había esfumado por completo, y lo había dejado solo y abrumado, incapaz de sentir correctamente aunque lo estuviera haciendo un poco, desde luego más que en los últimos tiempos. Laborc no tenía demasiado claro si eso era responsabilidad del capitán pirata que tenía por padre, o algo así, o de la reaparición de la mujer de sangre Rákóczi a la que había dado por perdida hacía no tanto; fuera cual fuese el responsable, seguía habiendo algo roto muy dentro de él, y no era necesario ser tan avispado como Thibault para darse cuenta de ello. – Nadie ha dicho que sean sólo tuyas, ¿o sí? Te recuerdo que solías ser mi rascador favorito. – añadió, inmune al efecto que sus palabras podían haber tenido en Thibault porque estaba muy ocupado restregándole las palabras que el otro había elegido para referirse a él, todo ese asunto de que había abrazado lo gatuno en demasía y tal y cual. Era evidente que así había sido, no hacía falta nada más que ver al húngaro comportarse como siempre, tan gato que daba ganas de acariciarlo nada más verlo (¿o eso era por su innegable atractivo? Deberemos vivir con la duda al respecto), pero su testarudez era tan evidente que le obligaba a explayarse en ese rasgo suyo con el otro, como si no tuvieran nada mejor de lo que hablar tras tantos años sin verse. O, quizá, enmascarando todo lo demás, como ese abandono que había sentido el cambiante al verse sin el vampiro después de haber sido criado por él o todo lo que estaba latente entre ellos pero que Miklós no pensaba solidificar ni confirmar por el momento, pese a sus palabras tentadoras pudieran hacer pensar lo contrario. No daba abasto para tanto dolor de cabeza, el pobre húngaro, y mucho menos para todos esos que no se había buscado él mismo, que eran más de los que parecían a primera vista.
– Mucho vas de viejo lobo de mar, pero eres más cotilla que una verdulera de pueblo. – opinó Miklós, ya vestido del todo, y se volvió a sentar durante un momento, planteándose a dónde iría después de todo. Como el pensamiento era demasiado abrumador, de nuevo, para él, optó por agarrar una taza llena de una sustancia que nadie había tocado y darle un trago; la tisana de opio bajó por su garganta despacio, fría pero pesada al mismo tiempo, y pese a saber bien, como buen adicto, que tardaría un poco en hacerle efecto, Miklós creyó tanto en el placebo que incluso visiblemente se relajó en ese asiento suyo, frente al, quizá, hombre más importante de toda su vida. Y sin quizá. – Creyeron que secuestré a mi hermana, que la tocaba, la mancillaba y la arrastraba por la vida disoluta que sólo he llevado cuando estaba sin ella. Claro, con esa clase de reputación, ¿cómo no iban a intentar matarme? Por otro lado, he hecho de todo por sobrevivir, ya sea solo, a cargo de Eszter o estando yo al cargo de mi hermana. Todo salvo prostituirme... excepto si timar a mujeres ricas para conseguir sus fortunas cuenta como eso en tu libro. ¿Y qué más quieres saber que no te haya contado? ¿A quién le he abierto mi cama y le he permitido que se me ponga delante de rodillas? A casi cualquiera, incluso a ti te dejaría, ¿qué más da a estas alturas? Ya tengo asumido que iré al Infierno a hombros y entraré por la puerta grande, por profundizar un poco más el hoyo no voy a perder mucho. – explicó, explayándose de una forma que le sorprendió incluso a él mismo, sobre todo porque continuó. – Cuando se la llevaron creí haberlo perdido todo. Cambié. Ahora ella ha aparecido y yo sigo más o menos igual de muerto por dentro. Así que, dime, ¿ahora qué? – cuestionó, y dio un trago a su tisana tan largo que se la terminó del todo.
Ay, Miklós, pobre de él, demasiado sobrio para asimilar las cosas pero demasiado colocado para darse cuenta de que nadie, ni siquiera el vampiro, tenía claro qué iba a pasar entre ellos... Más allá de las ya mentadas fantasías, claro está.
– Hay mucho que no te he contado. – confirmó para, a continuación, buscar la ropa que le faltaba y ponérsela. La excitación que había sentido antes, incitada por el opio y las fantasías impúdicas del rostro de su Imara, se había esfumado por completo, y lo había dejado solo y abrumado, incapaz de sentir correctamente aunque lo estuviera haciendo un poco, desde luego más que en los últimos tiempos. Laborc no tenía demasiado claro si eso era responsabilidad del capitán pirata que tenía por padre, o algo así, o de la reaparición de la mujer de sangre Rákóczi a la que había dado por perdida hacía no tanto; fuera cual fuese el responsable, seguía habiendo algo roto muy dentro de él, y no era necesario ser tan avispado como Thibault para darse cuenta de ello. – Nadie ha dicho que sean sólo tuyas, ¿o sí? Te recuerdo que solías ser mi rascador favorito. – añadió, inmune al efecto que sus palabras podían haber tenido en Thibault porque estaba muy ocupado restregándole las palabras que el otro había elegido para referirse a él, todo ese asunto de que había abrazado lo gatuno en demasía y tal y cual. Era evidente que así había sido, no hacía falta nada más que ver al húngaro comportarse como siempre, tan gato que daba ganas de acariciarlo nada más verlo (¿o eso era por su innegable atractivo? Deberemos vivir con la duda al respecto), pero su testarudez era tan evidente que le obligaba a explayarse en ese rasgo suyo con el otro, como si no tuvieran nada mejor de lo que hablar tras tantos años sin verse. O, quizá, enmascarando todo lo demás, como ese abandono que había sentido el cambiante al verse sin el vampiro después de haber sido criado por él o todo lo que estaba latente entre ellos pero que Miklós no pensaba solidificar ni confirmar por el momento, pese a sus palabras tentadoras pudieran hacer pensar lo contrario. No daba abasto para tanto dolor de cabeza, el pobre húngaro, y mucho menos para todos esos que no se había buscado él mismo, que eran más de los que parecían a primera vista.
– Mucho vas de viejo lobo de mar, pero eres más cotilla que una verdulera de pueblo. – opinó Miklós, ya vestido del todo, y se volvió a sentar durante un momento, planteándose a dónde iría después de todo. Como el pensamiento era demasiado abrumador, de nuevo, para él, optó por agarrar una taza llena de una sustancia que nadie había tocado y darle un trago; la tisana de opio bajó por su garganta despacio, fría pero pesada al mismo tiempo, y pese a saber bien, como buen adicto, que tardaría un poco en hacerle efecto, Miklós creyó tanto en el placebo que incluso visiblemente se relajó en ese asiento suyo, frente al, quizá, hombre más importante de toda su vida. Y sin quizá. – Creyeron que secuestré a mi hermana, que la tocaba, la mancillaba y la arrastraba por la vida disoluta que sólo he llevado cuando estaba sin ella. Claro, con esa clase de reputación, ¿cómo no iban a intentar matarme? Por otro lado, he hecho de todo por sobrevivir, ya sea solo, a cargo de Eszter o estando yo al cargo de mi hermana. Todo salvo prostituirme... excepto si timar a mujeres ricas para conseguir sus fortunas cuenta como eso en tu libro. ¿Y qué más quieres saber que no te haya contado? ¿A quién le he abierto mi cama y le he permitido que se me ponga delante de rodillas? A casi cualquiera, incluso a ti te dejaría, ¿qué más da a estas alturas? Ya tengo asumido que iré al Infierno a hombros y entraré por la puerta grande, por profundizar un poco más el hoyo no voy a perder mucho. – explicó, explayándose de una forma que le sorprendió incluso a él mismo, sobre todo porque continuó. – Cuando se la llevaron creí haberlo perdido todo. Cambié. Ahora ella ha aparecido y yo sigo más o menos igual de muerto por dentro. Así que, dime, ¿ahora qué? – cuestionó, y dio un trago a su tisana tan largo que se la terminó del todo.
Ay, Miklós, pobre de él, demasiado sobrio para asimilar las cosas pero demasiado colocado para darse cuenta de que nadie, ni siquiera el vampiro, tenía claro qué iba a pasar entre ellos... Más allá de las ya mentadas fantasías, claro está.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Thibault siguió con sus cinco sentidos puestos sobre su único hijo reconocido. Si realmente había dejado descendencia genética o no, poco importaba, al menos en cuanto a lo que sentía por el precoz Laborc, pues en lo otro parecía mentira pero normalmente el pirata inmortal prestaba atención a esos detalles y procuraba no dejar preñada a ninguna compañera de diversiones. Al menos cuando su semilla aún era humana, claro, Dios y sobre todo el Diablo sabrían cómo funcionaba la cosa con los señores sin pulso, que fuera uno de ellos no significaba que lo supiera todo del milagro en el que le habían convertido. Milagro, abominación… dependía del palo que tuvieran metido por el culo.
Y hablando de meter, la situación con su retoño estaba alcanzando un tinte… ¿podía llamarlo 'ambiguo' si el jovencito había hablado de follar con todas las letras? Ay, Miklós, había conseguido conquistar cierto terreno del corazón de un libertino de los océanos por algo… ¿Hasta era posible que ahora mismo estuviera logrando que un individuo tan atolondrado se topara con los parajes de la culpabilidad después de tantos siglos? Demasiados logros en un día —noche, Thibault, centrémonos— como para que ni la expresión de la cara le cambiase. Aunque bueno, ¿quién podía culparle tras todo lo que acababa de contarle? Pues su propio padre, claro estaba, le llevaba mucho más que unos cuantos años de ventaja en eso de las crisis garrafales de varias vidas y difícilmente aceptaba que los demás hicieran pucheros… eso y que había demasiada belleza en el rostro del cambiante como para dejarle el terreno ganado a la decadencia.
Bueno era el propio marino para hablar sobre eso último. De tal palo…
—Mi querido Mik, cuando las verduleras de pueblo aún gateaban, los viejos lobos de mar ya estábamos fornicándonos la noticia. —O algo menos gráfico— Descuida, es lo primero que he recordado al verte manchar el suelo. —bateó sus insinuaciones con respecto al rascador y demás metáforas felinas, en una actitud más tenaz que los posibles dolores de cabeza por los que estuviera atravesando el húngaro. No dejó de escucharle hasta el final del todo, con tanta atención que cualquiera se asombraría inevitablemente al ver al sujeto de tantas leyendas y mitos siendo el espectador de aquella historia. Y es que allí donde lo veíais podía llegar a ser el mejor fan de las que protagonizaban sus personas favoritas. Jodidamente arrebatador, como no había más remedio con este granuja— Con que 'me dejarías', ¿eh? —abordó como buen pirata con el barco más grande y le dirigió un último vistazo antes de darle la espalda deliberadamente— Allá donde me ves soy un marino, Mik, pero no significa que me gusten las estrellas de mar. —¡Sacad vuestra artillería, que viene un 'pullazo' a la deriva! ¿O quizá era más como la provocación de un auténtico blasfemo en general?— No, no te estoy retando. —Embustero filibustero— Más bien ya me estoy olvidando del seductor de furcias de hace tan sólo un momento...
A esas alturas no suponía ningún secreto que, a pesar de no haberlo expresado en voz alta —ni falta que le hacía, las palabras solían estar sobrevaloradas y por ese pensamiento, entre otros encantos, encajaba tan bien con la gente silenciosa—, no le gustaba ver a su hijo de esa manera, amarrado a una preocupación por él que ni entonces ni nunca se molestaría en ocultar. Se conocía de sobras la ironía de que Miklós siempre hubiera sido el más tranquilo de los dos, un contraste incluso adorable en la estampa de aquellos tiempos que ilustraban a un marino adulto y a un niño-no-tan-niño pero mucho menor que su alborotada figura paterna. Pero aun así, que la primera vez que comprobaba con deleite el resultado físico que, de algún modo, siempre supo que su retoño acabaría teniendo, éste lanzase la idea como si le importara lo mismo que comerse un filete churruscado... Bueno, al igual que a él se le podía pinchar por el lado de la vanidad física, a Thibault le gustaba defender la valía de sus seres queridos incluso ante ellos mismos —y sí, el hombre de corazón ennegrecido había dicho bien, 'queridos'— ¡Venga, hombre! Podía ser que el incesto, sanguíneo o no, ya no le sorprendiera por experiencia pero de ahí a ventilarse la enorme trascendencia de abrirse de piernas ante su mejor padre que no veía en decenios como si tal cosilla tras un trago de opio... Bien valía un poco de ácido.
El capitán aprovechó que se había ido alejando para hacerse también con un poco de ese mejunje que tan cautivado le tenía y conforme andaba, darle un reposado trago a la tisana que vete tú a saber si en alguien como él funcionaría. Ya tenía que ser bueno, bastante inmunizado estaba el cuerpo de semejante ritmo de vida, y luego no-vida, al alcohol y las drogas. Pero con ese gesto quizá buscara también demostrar que ahora que lo había vuelto a encontrar, no tendría reparos en seguirle allá donde fuera, como fuera y por muy estremecedor que fuera. Hablábamos de un maldito intrépido, ¿no?
—Es cierto que hay mucho que no me has contado —afirmó, serio de repente, y se aprovechó de que el menor no se había abotonado del todo la camisa para lanzar la primera toma de contacto agresiva y volverle a descubrir el pecho de un estirón. Los botones cayeron como canicas mientras sometía a las distancias de nuevo en esa posición de superioridad que seguiría teniendo hasta que el otro decidiera dejar de estar sentado en su presencia—. ¿Acaso no vas a preguntarme por qué tuve que irme o todavía te es más cómodo asumir que fue un abandono?
Sí, llevaba la libertad más tatuada que su propia piel, pero no desapareció por deseo propio de una vida a la que estuvo regresando durante doce años seguidos. Y aunque ya no iba en busca de excusas, Miklós tenía que saber la verdad.
Y hablando de meter, la situación con su retoño estaba alcanzando un tinte… ¿podía llamarlo 'ambiguo' si el jovencito había hablado de follar con todas las letras? Ay, Miklós, había conseguido conquistar cierto terreno del corazón de un libertino de los océanos por algo… ¿Hasta era posible que ahora mismo estuviera logrando que un individuo tan atolondrado se topara con los parajes de la culpabilidad después de tantos siglos? Demasiados logros en un día —noche, Thibault, centrémonos— como para que ni la expresión de la cara le cambiase. Aunque bueno, ¿quién podía culparle tras todo lo que acababa de contarle? Pues su propio padre, claro estaba, le llevaba mucho más que unos cuantos años de ventaja en eso de las crisis garrafales de varias vidas y difícilmente aceptaba que los demás hicieran pucheros… eso y que había demasiada belleza en el rostro del cambiante como para dejarle el terreno ganado a la decadencia.
Bueno era el propio marino para hablar sobre eso último. De tal palo…
—Mi querido Mik, cuando las verduleras de pueblo aún gateaban, los viejos lobos de mar ya estábamos fornicándonos la noticia. —O algo menos gráfico— Descuida, es lo primero que he recordado al verte manchar el suelo. —bateó sus insinuaciones con respecto al rascador y demás metáforas felinas, en una actitud más tenaz que los posibles dolores de cabeza por los que estuviera atravesando el húngaro. No dejó de escucharle hasta el final del todo, con tanta atención que cualquiera se asombraría inevitablemente al ver al sujeto de tantas leyendas y mitos siendo el espectador de aquella historia. Y es que allí donde lo veíais podía llegar a ser el mejor fan de las que protagonizaban sus personas favoritas. Jodidamente arrebatador, como no había más remedio con este granuja— Con que 'me dejarías', ¿eh? —abordó como buen pirata con el barco más grande y le dirigió un último vistazo antes de darle la espalda deliberadamente— Allá donde me ves soy un marino, Mik, pero no significa que me gusten las estrellas de mar. —¡Sacad vuestra artillería, que viene un 'pullazo' a la deriva! ¿O quizá era más como la provocación de un auténtico blasfemo en general?— No, no te estoy retando. —Embustero filibustero— Más bien ya me estoy olvidando del seductor de furcias de hace tan sólo un momento...
A esas alturas no suponía ningún secreto que, a pesar de no haberlo expresado en voz alta —ni falta que le hacía, las palabras solían estar sobrevaloradas y por ese pensamiento, entre otros encantos, encajaba tan bien con la gente silenciosa—, no le gustaba ver a su hijo de esa manera, amarrado a una preocupación por él que ni entonces ni nunca se molestaría en ocultar. Se conocía de sobras la ironía de que Miklós siempre hubiera sido el más tranquilo de los dos, un contraste incluso adorable en la estampa de aquellos tiempos que ilustraban a un marino adulto y a un niño-no-tan-niño pero mucho menor que su alborotada figura paterna. Pero aun así, que la primera vez que comprobaba con deleite el resultado físico que, de algún modo, siempre supo que su retoño acabaría teniendo, éste lanzase la idea como si le importara lo mismo que comerse un filete churruscado... Bueno, al igual que a él se le podía pinchar por el lado de la vanidad física, a Thibault le gustaba defender la valía de sus seres queridos incluso ante ellos mismos —y sí, el hombre de corazón ennegrecido había dicho bien, 'queridos'— ¡Venga, hombre! Podía ser que el incesto, sanguíneo o no, ya no le sorprendiera por experiencia pero de ahí a ventilarse la enorme trascendencia de abrirse de piernas ante su mejor padre que no veía en decenios como si tal cosilla tras un trago de opio... Bien valía un poco de ácido.
El capitán aprovechó que se había ido alejando para hacerse también con un poco de ese mejunje que tan cautivado le tenía y conforme andaba, darle un reposado trago a la tisana que vete tú a saber si en alguien como él funcionaría. Ya tenía que ser bueno, bastante inmunizado estaba el cuerpo de semejante ritmo de vida, y luego no-vida, al alcohol y las drogas. Pero con ese gesto quizá buscara también demostrar que ahora que lo había vuelto a encontrar, no tendría reparos en seguirle allá donde fuera, como fuera y por muy estremecedor que fuera. Hablábamos de un maldito intrépido, ¿no?
—Es cierto que hay mucho que no me has contado —afirmó, serio de repente, y se aprovechó de que el menor no se había abotonado del todo la camisa para lanzar la primera toma de contacto agresiva y volverle a descubrir el pecho de un estirón. Los botones cayeron como canicas mientras sometía a las distancias de nuevo en esa posición de superioridad que seguiría teniendo hasta que el otro decidiera dejar de estar sentado en su presencia—. ¿Acaso no vas a preguntarme por qué tuve que irme o todavía te es más cómodo asumir que fue un abandono?
Sí, llevaba la libertad más tatuada que su propia piel, pero no desapareció por deseo propio de una vida a la que estuvo regresando durante doce años seguidos. Y aunque ya no iba en busca de excusas, Miklós tenía que saber la verdad.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Cuando Miklós era un niño, o un adolescente, o lo que hubiera sido un cambiante con el crecimiento descolocado en el período de tiempo en el que Thibault se había convertido en su padre, todo había sido platónico, sutil, nada descarado como lo que tenían entre manos, no literalmente, en aquel momento. La responsable podía haber sido Eszter, sí, pero también que Miklós no se había entregado al lado oscuro del vicio con tanta felicidad como sí lo había hecho desde hacía unos años, y la situación no era tan propensa a que sucediera nada como entonces. También tenía que ver que se encontraban en un burdel, los dos abandonados al placer por motivos muy diferentes, y que cualquier inhibición que hubieran sentido se había esfumado desde el momento en que Miklós había descargado su rabia, su frustración y su semilla en la boca de una prostituta bien dispuesta ante los ojos de su... ¿padre? ¿Lo era, en realidad? Tal vez sí, si atendía al hecho de que lo apreciaba (demonios, eso lo hacía todo aún más complicado, ¡el magyar jamás aprendía del todo la lección!), pero si atendía a lo demás, más bien podía considerarse un mentor, ¿no?, pues de él había aprendido de más que de muchos, incluido el idioma que debía pronunciar cada uno de sus días en París. No era como si la mención al incesto le resultara escandalosa al admitir, en la privacidad de su retorcida mente, que Thibault siempre lo había atraído; no, se trataba de aclarar la verdad, algo que le parecía más importante que lo demás, tal vez por el opio que había consumido y que el otro también decidió probar, quizá por unirse a él, aunque seguramente con distinto efecto. Si a Miklós, cambiante como lo era, le afectaba poco, no quería ni imaginarse lo poquísimo que le afectaría a un vampiro como el que tenía enfrente, cerca, alrededor, lo mismo daba mientras compartían el aire, cargado de demasiadas cosas, que los estaba rodeando, indiferente a lo que tenía lugar entre ellos. No como el húngaro, para su eterna desgracia.
– Bien, pues olvídate. No he sido nunca una estrella de mar, al contrario, pero sé que tienen su encanto si soportan bien los azotes. Como no es mi caso, tendrás que quedarte con esa imagen que tan poco te gusta y olvidarte de ese... ¿seductor? Hablas de mí, no de ti. – replicó, rápido en pensamiento pero no tanto en ejecución, pues su lengua se sentía pesada y se tuvo que regodear en las palabras, e incluso en el idioma, para que salieran con la intención que él deseaba plasmarles. Ello tuvo una curiosa consecuencia: el tono de Miklós, por lo demás indiferente, tuvo que ser bajo, grave, casi un ronroneo del felino que era, tan a la luz que parecía extraño que no se hubiera puesto a maullar. Por supuesto, el magyar no tenía el menor control sobre ese rasgo de su personalidad, al contrario del que sí poseía sobre sus transformaciones, ya que sospechaba que venía de antes, e incluso que era un rasgo heredado de Eszter, de ella en concreto y no de los Rákóczi en abstracto. El hecho de ser un cambiante y, además, felino, para él, era casi como redundar en algo natural en él, como eran esos instintos que poseía desde antes de empezar a transformarse en enormes gatos, para nada dóciles, igual que tampoco él lo era. Sin embargo, se estaba comportando de ese modo con Thibault, pues pese a lo doloroso del trauma que escondía el húngaro (en gran parte superado, por cierto) y a que le respondía con tono e intenciones ariscas, no se había largado, y seguía escuchando con atención cada palabra del otro. Tal vez porque, en realidad, sí que era su padre en cierto sentido del término, en el que lo obligaba a aceptar su autoridad aunque él fuera un tipo rebelde como un buen adolescente que se preciase, excepto por la parte de que poseía la autoridad, la fuerza y los recursos de un adulto sumamente capaz, y sólo por eso ya era todo diferente a cualquier cliché imaginable. Como fuera, Miklós escuchaba, y por eso continuó hablando.
– Todos abandonaron, ¿por qué no ibas a hacer tú lo mismo? Tengo suficientes dificultades para no querer comodidad ahora mismo. – admitió, y en parte era cierto, pues el descubrimiento de su hermana en París había supuesto un escollo con el que no había contado y que lo había descolocado por completo, pero en parte era una mentira porque Miklós siempre buscaba complicarse más y más la vida, consciente o inconscientemente. Para su desgracia, así era; pese a que el masoquismo no le gustara lo más mínimo en el lecho, parecía que en lo demás sí, porque esa manera suya de autosabotearse y de flirtear con la muerte no tenía sentido, de lo contrario y por mucho que él se lo tratara de justificar a sí mismo. Ugh, se estaba empezando a aturullar demasiado, en parte por el opio pero sobre todo por Thibault; agotado, se dejó caer en un sofá cuan largo era y se frotó los ojos, el pelo cortado casi al rape, las sienes y finalmente los ojos de nuevo, que abrió para encontrarse con la mirada también azul de Thibault clavada en él. – Empieza a rajar, pirata legendario. Va para largo, así que prefiero oírlo tumbado. Ya que estás, podrías traerme a una fulana, ¿no? Siempre es más entretenido que te jodan otra vez todo lo que creías cierto si la estás metiendo en un agujero caliente y húmedo. – opinó, encogiéndose de hombros, y aunque pudiera parecerlo no bromeaba, ya que empezaba a dolerle incluso la cabeza y por todos era sabido que la mejor solución para eso era la carne tierna de una mujer o el trasero prieto de un hombre, dependiendo del momento. Alguna ventaja tenía que tener no hacerle ascos a ninguna de las dos posibilidades, ¿no...? – Estoy esperando. Llevas años de retraso, ¿vas a empezar a compensármelo? – incitó, alzando una ceja, y a continuación cerró los ojos.
Ya que parecía que el vampiro, su padre, de quien recibía órdenes al mismo tiempo que las daba, se iba a tomar su tiempo, pues él iba a aprovecharse de la coyuntura y descansar mientras pudiera, pues intuía que, después de esa conversación, ya no le sería tan fácil. Como si alguna vez lo hubiera sido...
– Bien, pues olvídate. No he sido nunca una estrella de mar, al contrario, pero sé que tienen su encanto si soportan bien los azotes. Como no es mi caso, tendrás que quedarte con esa imagen que tan poco te gusta y olvidarte de ese... ¿seductor? Hablas de mí, no de ti. – replicó, rápido en pensamiento pero no tanto en ejecución, pues su lengua se sentía pesada y se tuvo que regodear en las palabras, e incluso en el idioma, para que salieran con la intención que él deseaba plasmarles. Ello tuvo una curiosa consecuencia: el tono de Miklós, por lo demás indiferente, tuvo que ser bajo, grave, casi un ronroneo del felino que era, tan a la luz que parecía extraño que no se hubiera puesto a maullar. Por supuesto, el magyar no tenía el menor control sobre ese rasgo de su personalidad, al contrario del que sí poseía sobre sus transformaciones, ya que sospechaba que venía de antes, e incluso que era un rasgo heredado de Eszter, de ella en concreto y no de los Rákóczi en abstracto. El hecho de ser un cambiante y, además, felino, para él, era casi como redundar en algo natural en él, como eran esos instintos que poseía desde antes de empezar a transformarse en enormes gatos, para nada dóciles, igual que tampoco él lo era. Sin embargo, se estaba comportando de ese modo con Thibault, pues pese a lo doloroso del trauma que escondía el húngaro (en gran parte superado, por cierto) y a que le respondía con tono e intenciones ariscas, no se había largado, y seguía escuchando con atención cada palabra del otro. Tal vez porque, en realidad, sí que era su padre en cierto sentido del término, en el que lo obligaba a aceptar su autoridad aunque él fuera un tipo rebelde como un buen adolescente que se preciase, excepto por la parte de que poseía la autoridad, la fuerza y los recursos de un adulto sumamente capaz, y sólo por eso ya era todo diferente a cualquier cliché imaginable. Como fuera, Miklós escuchaba, y por eso continuó hablando.
– Todos abandonaron, ¿por qué no ibas a hacer tú lo mismo? Tengo suficientes dificultades para no querer comodidad ahora mismo. – admitió, y en parte era cierto, pues el descubrimiento de su hermana en París había supuesto un escollo con el que no había contado y que lo había descolocado por completo, pero en parte era una mentira porque Miklós siempre buscaba complicarse más y más la vida, consciente o inconscientemente. Para su desgracia, así era; pese a que el masoquismo no le gustara lo más mínimo en el lecho, parecía que en lo demás sí, porque esa manera suya de autosabotearse y de flirtear con la muerte no tenía sentido, de lo contrario y por mucho que él se lo tratara de justificar a sí mismo. Ugh, se estaba empezando a aturullar demasiado, en parte por el opio pero sobre todo por Thibault; agotado, se dejó caer en un sofá cuan largo era y se frotó los ojos, el pelo cortado casi al rape, las sienes y finalmente los ojos de nuevo, que abrió para encontrarse con la mirada también azul de Thibault clavada en él. – Empieza a rajar, pirata legendario. Va para largo, así que prefiero oírlo tumbado. Ya que estás, podrías traerme a una fulana, ¿no? Siempre es más entretenido que te jodan otra vez todo lo que creías cierto si la estás metiendo en un agujero caliente y húmedo. – opinó, encogiéndose de hombros, y aunque pudiera parecerlo no bromeaba, ya que empezaba a dolerle incluso la cabeza y por todos era sabido que la mejor solución para eso era la carne tierna de una mujer o el trasero prieto de un hombre, dependiendo del momento. Alguna ventaja tenía que tener no hacerle ascos a ninguna de las dos posibilidades, ¿no...? – Estoy esperando. Llevas años de retraso, ¿vas a empezar a compensármelo? – incitó, alzando una ceja, y a continuación cerró los ojos.
Ya que parecía que el vampiro, su padre, de quien recibía órdenes al mismo tiempo que las daba, se iba a tomar su tiempo, pues él iba a aprovecharse de la coyuntura y descansar mientras pudiera, pues intuía que, después de esa conversación, ya no le sería tan fácil. Como si alguna vez lo hubiera sido...
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Hablar del tema de las leyendas cuando se trataba de un pirata de la talla de Thibault resultaba casi monótono, ¿cansino quizá? Porque normalmente siempre te acababas sorprendiendo incluso en ese aspecto, siempre había nueva información que sacar de cada enfoque o interpretación de su fantasiosa y verídica imaginería, igual que si desenterraras los mismos tesoros de aquellas intrépidas historias de las que te hacía formar parte sólo con mirarle de reojo y suspirar cuando andaba lejos. La que más encajaba con la situación probablemente fuera también una de las más íntimas, y es que las leyendas no sangraban, no se apegaban a nadie, no se quedaban en un solo sitio…
Ni tampoco tenían hijos.
Así que todas y cada una de las veces que le revolvía el pelo a Miklós o le ayudaba a hiperventilar antes de una transformación contenida, la leyenda se jubilaba unos segundos para bajar su propia guardia y cedérsela a otro ser vivo. Todo aquello también le llevaba a recordarse a sí mismo siendo sólo un grumetillo de agua dulce obnubilado por las enseñanzas de quien apartara la carga de su enorme poder y le cediera un poco de las grandiosas vistas del mundo que parecía disponer completamente sólo con girar un poco el cuello, plantado en aquel buque con los puños enlazados tras la espalda y los ojos mezclándose con el clamor del mar.
Como si las leyendas también pudieran encariñarse de los demás…
Eso en cierto modo Thibault siempre lo había incumplido, incluso a pesar de recorrer el mundo siglo tras siglo, seguía enviándole cartas a la majestuosa aparición que le hundiera los colmillos hasta la eternidad, pero la verdad más importante en esta nueva información de hoy era que el cambiante de mirada rasgada y rencorosa apatía había conseguido algo único: enseñarle a la leyenda lo que se sentía cuando rompías una vez más con tus principios nómadas y regresabas a un mismo lugar para no encontrar lo que querías. Cuando su madre murió no miró atrás, cuando William murió no miró atrás, pero cuando se detuvo en mitad de la tormenta para traicionarse a sí mismo y voltear la vista una última vez, el magyar ya no estaba.
¿Qué clase de leyenda tenía un último momento de debilidad tan predecible y aun así, tan imperecedero?
—Supongo que tendré que imaginármelo. —se encogió de hombros con aparente resignación, como siempre jocoso, como siempre invicto, como siempre relajado cuando aquel reencuentro después del debilucho precepto del tiempo que ninguno de los dos compartía con los humanos suponía tal cantidad de cosas que el Thibault habitual podía abarcar sin problemas y aun así, ahí, con el crío convertido en mancebo…— Aunque con lo de soportar bien los azotes debo decir que tampoco te quedabas muy atrás en mis recuerdos.
Durante aquellos tiempos de paternidad postiza se había acostumbrado a aquel híbrido curioso que formaba la gravedad de su voz con los ronroneos de un felino, un rasgo más de los muchos que ese muchacho tenía tan interiorizado que ni siquiera se percataba de ello y que el vampiro identificaba sin más, como su olor o el color de sus pupilas. Tendría muchas enfermedades, pero la pedofilia o la pederastia nunca estarían entre su colección. La de excitarse con total naturalidad al volver a escucharlo de un Laborc ya crecidito, en cambio, se le unía encantada. Si el otro no se enteraba de sus encantos naturales, él tampoco de que tuviera que reaccionar ante ellos con pudor, como si alguna vez hubiera tenido de eso, por algo también se le conocía como el demonio que haría santiguarse hasta a un hereje.
Obviando aquel nimio detalle, volvió a centrarse en el asunto presente y a caer en la cuenta de que el hombre de sangre gitana le había preguntado desde un principio qué hacía ahí y su figura paterna parecía que hubiera buscado evadir la cuestión centrándose en el bueno de Miklós cuando en realidad simplemente se le había olvidado al estar tan obcecadamente interesado en ponerse al día respecto a su ahijado. Egoísmo puro y duro más bien. Siempre igual, pirata desalmado.
'Todos abandonaron, ¿por qué no ibas a hacer tú lo mismo?'
A lo mejor aún no estaba preparado para mirarse en el espejo de la misma sensación de resentimiento que no le pegaba nada en absoluto y para la que sabía que, de todas maneras, había llegado tarde. A fin de cuentas, fue el primero de los dos en irse, así funcionaban esas cosas. El mayor tenía eso que comúnmente denominaban culpa, ¿verdad? Lo cierto es que la materia se le daba de puta pena, le interesaba lo justo para saber que aunque en su caso fuese un hecho aislado, algo excepcional, el protagonista de aquel ¿dolor? seguía siendo el que debió de experimentar el crío.
¿Y quién le decía que no había sido algo excepcional también para Miklós?
Cuando el repantigado de turno se acomodó para escuchar la historia, o la excusa, Thibault se descubrió metido de lleno en otra, una que le era desconocida hasta a él, y actuó en consecuencia. Hizo lo que no había hecho desde que su mirada insolente se enganchara con la de su hijo crecido en medio del aroma a sexo y las perturbadoras delicias de su avanzada desnudez: alejarse. No por respeto, y Miklós lo sabía, no por vergüenza, y Miklós lo sabía; se alejó porque ahí estaba su jodida contradicción, su auténtica intimidad cuando lo que estaba a punto de decir era tan importante que no quería más contacto del que iba a ofrecer sólo con abrir la puta boca y hablar. ¿Cuántas veces se portaba así, aquel blasfemo de la moral y de los modales, aquel asesino de la civilización que no se tomaba nada en serio, aquel jodido bruto que derretía a los remilgos del espacio personal con una sonrisa manchada de sangre?
—Es gracioso que lo digas porque no va para tan largo. La impresión que te ha durado décadas puede resumirse en unas cuantas frases. —caminó, seduciendo a la estancia con el desprecio de sus lánguidos vistazos, como si el más joven estuviera charlando a su lado por los muelles del puerto o en la proa del Skyfall y pudiera distraerse con la imagen del océano. Pero no había nada más allí dentro con lo que pudiera entretenerse, salvo el significado de su siguiente declaración. También ignoró deliberadamente la petición de traerle a otra persona, por mucho que sólo sirviera de adorno carnal al momento, algo que tampoco hubiera tenido reparos en hacer en otra ocasión con los pocos problemas que le causaban ese tipo de escenarios en los que sobraba decir que ya había participado a lo largo de su extensa vida —cierto aquitano sabía que no hacía ascos a las multitudes—. Al menos, no mientras se descubriera tan serio como nadie que anduviera cerca le había visto nunca— En la última cruzada a la que partimos intentaron darnos caza, algún soplo demasiado escurridizo, incluso para mí, y la caballería venía bien preparada así que tuvimos que cambiar el rumbo a mares lo bastante peligrosos y suicidas como para que ni tu Dios pudiera seguirnos. Hasta hubieron rumores sobre nuestra muerte, pero asumo que no os llegarían en ese momento. De mientras buscábamos la forma de atravesarles la yugular con el mismo palo que tenían metido por el culo, al mundo no se le ocurrió otra cosa que ponerse a desenterrar un fantasma del pasado que me mantuvo ocupado a la vez que nos quitábamos el grano en el culo que el gobierno y la Inquisición alimentaban a la vez. No fue una de nuestras travesías más tranquilitas, puedes jurarlo, tú que eres devoto, pero en cuanto acabó, volví a por vosotros. Bueno, ¿para qué engañarnos? Hacía ya mucho tiempo que sólo era 'a por ti'. ¿Qué más da? No os encontré a ninguno. Cosas que pueden pasar cuando vuelves a un mismo sitio y de las que yo no tengo mucha idea porque contigo ha sido la primera y la última vez que lo he hecho desde entonces.
¿Por eso tampoco intentó buscarlo en adelante? No estaba seguro, ni le importaba mucho después de haber puesto palabras a sus propias fisuras. Ni siquiera se trataba de orgullo exactamente, había criado a ese chico sin esos complejos emocionales que a un descarado como él se la mamaban de canto, pero cuando se paraba a pensar en todo aquel desenlace se le borraba la sonrisa del rostro y eso nunca le había gustado. Así de sencillo.
—Ya he terminado, imagino que ahora puedo ir a traerte ese o esa profesional para que te quite el dolor de cabeza. —y por fin se detuvo contra una pared y se recostó contra ella, dándole la cara por primera vez en todo el relato aunque irónicamente continuara alejado— Pero si quieres un consejo de padre atípico, ahora mismo no te conviene ponerte a follar delante de mí.
Y si también queréis que yo os diga la verdad, la visión de su cuerpo no se sentía como si estuviera precisamente alejada.
Ni tampoco tenían hijos.
Así que todas y cada una de las veces que le revolvía el pelo a Miklós o le ayudaba a hiperventilar antes de una transformación contenida, la leyenda se jubilaba unos segundos para bajar su propia guardia y cedérsela a otro ser vivo. Todo aquello también le llevaba a recordarse a sí mismo siendo sólo un grumetillo de agua dulce obnubilado por las enseñanzas de quien apartara la carga de su enorme poder y le cediera un poco de las grandiosas vistas del mundo que parecía disponer completamente sólo con girar un poco el cuello, plantado en aquel buque con los puños enlazados tras la espalda y los ojos mezclándose con el clamor del mar.
Como si las leyendas también pudieran encariñarse de los demás…
Eso en cierto modo Thibault siempre lo había incumplido, incluso a pesar de recorrer el mundo siglo tras siglo, seguía enviándole cartas a la majestuosa aparición que le hundiera los colmillos hasta la eternidad, pero la verdad más importante en esta nueva información de hoy era que el cambiante de mirada rasgada y rencorosa apatía había conseguido algo único: enseñarle a la leyenda lo que se sentía cuando rompías una vez más con tus principios nómadas y regresabas a un mismo lugar para no encontrar lo que querías. Cuando su madre murió no miró atrás, cuando William murió no miró atrás, pero cuando se detuvo en mitad de la tormenta para traicionarse a sí mismo y voltear la vista una última vez, el magyar ya no estaba.
¿Qué clase de leyenda tenía un último momento de debilidad tan predecible y aun así, tan imperecedero?
—Supongo que tendré que imaginármelo. —se encogió de hombros con aparente resignación, como siempre jocoso, como siempre invicto, como siempre relajado cuando aquel reencuentro después del debilucho precepto del tiempo que ninguno de los dos compartía con los humanos suponía tal cantidad de cosas que el Thibault habitual podía abarcar sin problemas y aun así, ahí, con el crío convertido en mancebo…— Aunque con lo de soportar bien los azotes debo decir que tampoco te quedabas muy atrás en mis recuerdos.
Durante aquellos tiempos de paternidad postiza se había acostumbrado a aquel híbrido curioso que formaba la gravedad de su voz con los ronroneos de un felino, un rasgo más de los muchos que ese muchacho tenía tan interiorizado que ni siquiera se percataba de ello y que el vampiro identificaba sin más, como su olor o el color de sus pupilas. Tendría muchas enfermedades, pero la pedofilia o la pederastia nunca estarían entre su colección. La de excitarse con total naturalidad al volver a escucharlo de un Laborc ya crecidito, en cambio, se le unía encantada. Si el otro no se enteraba de sus encantos naturales, él tampoco de que tuviera que reaccionar ante ellos con pudor, como si alguna vez hubiera tenido de eso, por algo también se le conocía como el demonio que haría santiguarse hasta a un hereje.
Obviando aquel nimio detalle, volvió a centrarse en el asunto presente y a caer en la cuenta de que el hombre de sangre gitana le había preguntado desde un principio qué hacía ahí y su figura paterna parecía que hubiera buscado evadir la cuestión centrándose en el bueno de Miklós cuando en realidad simplemente se le había olvidado al estar tan obcecadamente interesado en ponerse al día respecto a su ahijado. Egoísmo puro y duro más bien. Siempre igual, pirata desalmado.
'Todos abandonaron, ¿por qué no ibas a hacer tú lo mismo?'
A lo mejor aún no estaba preparado para mirarse en el espejo de la misma sensación de resentimiento que no le pegaba nada en absoluto y para la que sabía que, de todas maneras, había llegado tarde. A fin de cuentas, fue el primero de los dos en irse, así funcionaban esas cosas. El mayor tenía eso que comúnmente denominaban culpa, ¿verdad? Lo cierto es que la materia se le daba de puta pena, le interesaba lo justo para saber que aunque en su caso fuese un hecho aislado, algo excepcional, el protagonista de aquel ¿dolor? seguía siendo el que debió de experimentar el crío.
¿Y quién le decía que no había sido algo excepcional también para Miklós?
Cuando el repantigado de turno se acomodó para escuchar la historia, o la excusa, Thibault se descubrió metido de lleno en otra, una que le era desconocida hasta a él, y actuó en consecuencia. Hizo lo que no había hecho desde que su mirada insolente se enganchara con la de su hijo crecido en medio del aroma a sexo y las perturbadoras delicias de su avanzada desnudez: alejarse. No por respeto, y Miklós lo sabía, no por vergüenza, y Miklós lo sabía; se alejó porque ahí estaba su jodida contradicción, su auténtica intimidad cuando lo que estaba a punto de decir era tan importante que no quería más contacto del que iba a ofrecer sólo con abrir la puta boca y hablar. ¿Cuántas veces se portaba así, aquel blasfemo de la moral y de los modales, aquel asesino de la civilización que no se tomaba nada en serio, aquel jodido bruto que derretía a los remilgos del espacio personal con una sonrisa manchada de sangre?
—Es gracioso que lo digas porque no va para tan largo. La impresión que te ha durado décadas puede resumirse en unas cuantas frases. —caminó, seduciendo a la estancia con el desprecio de sus lánguidos vistazos, como si el más joven estuviera charlando a su lado por los muelles del puerto o en la proa del Skyfall y pudiera distraerse con la imagen del océano. Pero no había nada más allí dentro con lo que pudiera entretenerse, salvo el significado de su siguiente declaración. También ignoró deliberadamente la petición de traerle a otra persona, por mucho que sólo sirviera de adorno carnal al momento, algo que tampoco hubiera tenido reparos en hacer en otra ocasión con los pocos problemas que le causaban ese tipo de escenarios en los que sobraba decir que ya había participado a lo largo de su extensa vida —cierto aquitano sabía que no hacía ascos a las multitudes—. Al menos, no mientras se descubriera tan serio como nadie que anduviera cerca le había visto nunca— En la última cruzada a la que partimos intentaron darnos caza, algún soplo demasiado escurridizo, incluso para mí, y la caballería venía bien preparada así que tuvimos que cambiar el rumbo a mares lo bastante peligrosos y suicidas como para que ni tu Dios pudiera seguirnos. Hasta hubieron rumores sobre nuestra muerte, pero asumo que no os llegarían en ese momento. De mientras buscábamos la forma de atravesarles la yugular con el mismo palo que tenían metido por el culo, al mundo no se le ocurrió otra cosa que ponerse a desenterrar un fantasma del pasado que me mantuvo ocupado a la vez que nos quitábamos el grano en el culo que el gobierno y la Inquisición alimentaban a la vez. No fue una de nuestras travesías más tranquilitas, puedes jurarlo, tú que eres devoto, pero en cuanto acabó, volví a por vosotros. Bueno, ¿para qué engañarnos? Hacía ya mucho tiempo que sólo era 'a por ti'. ¿Qué más da? No os encontré a ninguno. Cosas que pueden pasar cuando vuelves a un mismo sitio y de las que yo no tengo mucha idea porque contigo ha sido la primera y la última vez que lo he hecho desde entonces.
¿Por eso tampoco intentó buscarlo en adelante? No estaba seguro, ni le importaba mucho después de haber puesto palabras a sus propias fisuras. Ni siquiera se trataba de orgullo exactamente, había criado a ese chico sin esos complejos emocionales que a un descarado como él se la mamaban de canto, pero cuando se paraba a pensar en todo aquel desenlace se le borraba la sonrisa del rostro y eso nunca le había gustado. Así de sencillo.
—Ya he terminado, imagino que ahora puedo ir a traerte ese o esa profesional para que te quite el dolor de cabeza. —y por fin se detuvo contra una pared y se recostó contra ella, dándole la cara por primera vez en todo el relato aunque irónicamente continuara alejado— Pero si quieres un consejo de padre atípico, ahora mismo no te conviene ponerte a follar delante de mí.
Y si también queréis que yo os diga la verdad, la visión de su cuerpo no se sentía como si estuviera precisamente alejada.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Cerraba los ojos, pero no dormía, ¿cómo podría hacerlo? Su mente estaba extraordinariamente despierta, pese al opio y al adormecimiento pegajoso que siempre lo invadía tras cualquier clímax coital, incluso si éste no se hubiera producido en una copulación tradicional. El responsable de ese estado en el húngaro era, por supuesto, Thibault, el capitán pirata que lo había adoptado hacía años pero que se había convertido en un casi desconocido para el húngaro del demonio que, para su desgracia, seguía sin ser capaz de dejar de sentir cuando más sabía que iba a doler. Sí, ante la galería iba con esa actitud suya de “oh, quiero sentir, ¡necesito sentir”, y lo deseaba, claro que sí, pero las circunstancias más recientes le estaban recordando que no estaba muerto por dentro por completo, y ya no sólo se trataba de Imara recordándoselo, sino que también el no-muerto había resucitado. Ni siquiera para un creyente convencido como lo era él resultaba fácil de apreciar el milagro, cosa curiosa dado que no tenía problemas aceptando misterios de la fe como la virginidad de una mujer que había concebido a un bebé. Hasta ese punto afectaba Thibault a Miklós, hasta ese punto consideraba casi mística su relación, aunque teniendo en cuenta que era el único padre que había llegado a considerar como tal y que, pese a que tuviera ciertas excepciones, Miklós de verdad no sentía casi nada, no era tan extraño considerarla tan trascendente como lo hacía. Así pues, tuvo la deferencia de ignorar su dolor de cabeza y escucharlo, con el miedo inherente a un chiquillo abandonado de volver a serlo cuando creía que la posibilidad no existiría nunca más muy atrás en sus pensamientos, ya que éstos se encontraban total y absolutamente seducidos por la canción del pirata. Para bien y para mal, sobra decir, puesto que la sarta de excusas del capitán consiguió que incluso abriera un ojo y lo mirara, alejado, en aquella habitación pecaminosa. Lejos había quedado el deseo por parte del húngaro, casi tanto como el abandono. Oh, ¿demasiado pronto...?
– Casi estoy decepcionado. – fue lo único que dijo antes de abrir el otro ojo, clavando en Thibault una mirada tan azul como el mar y tan fría como un glaciar de los mares del norte. No era como si él los hubiera visitado, claro, pero sí había escuchado las historias del pirata como acababa de escuchar aquella, llena de excusas. Eso sí, que nadie se llevara a engaño: Miklós creía a pies juntillas lo que el pirata le había dicho, ¡por descontado! En parte porque sabía que no tenía ningún motivo para mentirle, en absoluto, y en parte porque antaño se había ganado la confianza ciega del húngaro como nadie más lo había llegado a conseguir nunca, salvo Imara, y aunque la mar se encontrara embravecida entre ellos, seguía permaneciendo algo de entonces... Algunas olas ocasionales en el, por lo demás, sereno océano; algunos ramalazos de confianza que eran inmerecidos porque los dos habían cambiado, pero que auguraban que... ¿Qué? ¿Que las cosas se iban a solucionar entre ellos? Qué ilusos, ¿no? – Así que una traición. No me sorprende, va tan en el código de los piratas como lo de tener un velero e izar las velas. No debería sorprenderte que te preste atención ahora si lo hacía entonces, ¿no?, así que eso lo ignoramos. Sin embargo, no puedo ignorar que vale, de acuerdo, volviste tú, el nómada, a buscar a un atajo de gitanos. ¡Gitanos, capitán, no estamos siempre en el mismo maldito sitio! – exclamó, y aunque el arranque de furia se fue tan rápido como había venido, fue lo suficientemente expresivo para que Thibault se diera cuenta de que no había sido suficiente con su explicación y para asegurarse de comprobar que su hijo seguía teniendo las mismas heridas que entonces, y además igual de mal cerradas que cuando se caía y el vampiro tenía que aplicarle ungüentos. Lástima que siempre le hubiera tocado hacerlo más a Eszter que a Thibault, ¿verdad?
– Te busqué. Hasta que me harté porque me di cuenta de que no merecía la pena si tú no estabas interesados. Siempre fuiste el que más medios tenía de los dos, la cosa no ha cambiado mucho desde entonces. – admitió, y así había sido, pero, con su reacción, ¿acaso alguien esperaba algo diferente? Miklós había sentido, sí, pero lo que lo había inundado era una oleada de dolor rabioso que prefería controlar porque, de lo contrario, lo transformaría en pantera allí mismo, y se negaba a dar ese espectáculo en medio del burdel. Le gustaba que no se reservaran el derecho de admisión con él, muchas gracias, y además una cosa tenía clara: su relación con el vampiro se iba a enderezar o no iba a hacerlo, ambas posibilidades existían, pero pasara lo que pasase él iba a seguir teniendo ciertos deseos físicos, y prefería asegurarse de poder satisfacerlos en el futuro. Nada personal, simplemente el gato asegurándose de poder tener un lugar en el que poder pasar sus períodos de celo, ¡nada que ver aquí! Volviendo a lo interesante, Miklós se enderezó hasta quedar sentado frente al vampiro, con los codos firmemente anclados en los muslos (que viva la terminología marinera, ¿no?) y de nuevo sin expresión alguna en el rostro, como si el arrebato anterior no hubiera sucedido. – Acepto tu motivo para irte. Acepto que has dicho la verdad y que era “sólo a mí”, como si eso importara ahora mismo lo más mínimo. Acepto toda tu retahíla de excusas, pero no me mientas ni me ofendas diciéndome que son algo más que eso, excusas, porque podrías haberme buscado y no lo hiciste nunca. Incluso volví a Székszard con el tiempo, pero como no tiene costa, ¿qué interés tiene para ti? No, Thibault. Esa explicación le servía al crío de entonces, pero los dos sabemos que eso no es lo que tienes delante, así que no es suficiente. Ya no. – afirmó, y esta vez sí que pudo controlar su rostro por completo.
Siempre y cuando, claro, por controlar se entienda borrar cualquier maldita emoción de sus ojos y sus labios, apartar los pensamientos más potencialmente dañinos de su mente para que no volvieran a acosarlo y encarar la situación más como una serpiente que como un minino, algo atípico para quien sabía que se transformaba en un lindo gatito y no en un reptil. Alguien como Thibault, justamente.
– Casi estoy decepcionado. – fue lo único que dijo antes de abrir el otro ojo, clavando en Thibault una mirada tan azul como el mar y tan fría como un glaciar de los mares del norte. No era como si él los hubiera visitado, claro, pero sí había escuchado las historias del pirata como acababa de escuchar aquella, llena de excusas. Eso sí, que nadie se llevara a engaño: Miklós creía a pies juntillas lo que el pirata le había dicho, ¡por descontado! En parte porque sabía que no tenía ningún motivo para mentirle, en absoluto, y en parte porque antaño se había ganado la confianza ciega del húngaro como nadie más lo había llegado a conseguir nunca, salvo Imara, y aunque la mar se encontrara embravecida entre ellos, seguía permaneciendo algo de entonces... Algunas olas ocasionales en el, por lo demás, sereno océano; algunos ramalazos de confianza que eran inmerecidos porque los dos habían cambiado, pero que auguraban que... ¿Qué? ¿Que las cosas se iban a solucionar entre ellos? Qué ilusos, ¿no? – Así que una traición. No me sorprende, va tan en el código de los piratas como lo de tener un velero e izar las velas. No debería sorprenderte que te preste atención ahora si lo hacía entonces, ¿no?, así que eso lo ignoramos. Sin embargo, no puedo ignorar que vale, de acuerdo, volviste tú, el nómada, a buscar a un atajo de gitanos. ¡Gitanos, capitán, no estamos siempre en el mismo maldito sitio! – exclamó, y aunque el arranque de furia se fue tan rápido como había venido, fue lo suficientemente expresivo para que Thibault se diera cuenta de que no había sido suficiente con su explicación y para asegurarse de comprobar que su hijo seguía teniendo las mismas heridas que entonces, y además igual de mal cerradas que cuando se caía y el vampiro tenía que aplicarle ungüentos. Lástima que siempre le hubiera tocado hacerlo más a Eszter que a Thibault, ¿verdad?
– Te busqué. Hasta que me harté porque me di cuenta de que no merecía la pena si tú no estabas interesados. Siempre fuiste el que más medios tenía de los dos, la cosa no ha cambiado mucho desde entonces. – admitió, y así había sido, pero, con su reacción, ¿acaso alguien esperaba algo diferente? Miklós había sentido, sí, pero lo que lo había inundado era una oleada de dolor rabioso que prefería controlar porque, de lo contrario, lo transformaría en pantera allí mismo, y se negaba a dar ese espectáculo en medio del burdel. Le gustaba que no se reservaran el derecho de admisión con él, muchas gracias, y además una cosa tenía clara: su relación con el vampiro se iba a enderezar o no iba a hacerlo, ambas posibilidades existían, pero pasara lo que pasase él iba a seguir teniendo ciertos deseos físicos, y prefería asegurarse de poder satisfacerlos en el futuro. Nada personal, simplemente el gato asegurándose de poder tener un lugar en el que poder pasar sus períodos de celo, ¡nada que ver aquí! Volviendo a lo interesante, Miklós se enderezó hasta quedar sentado frente al vampiro, con los codos firmemente anclados en los muslos (que viva la terminología marinera, ¿no?) y de nuevo sin expresión alguna en el rostro, como si el arrebato anterior no hubiera sucedido. – Acepto tu motivo para irte. Acepto que has dicho la verdad y que era “sólo a mí”, como si eso importara ahora mismo lo más mínimo. Acepto toda tu retahíla de excusas, pero no me mientas ni me ofendas diciéndome que son algo más que eso, excusas, porque podrías haberme buscado y no lo hiciste nunca. Incluso volví a Székszard con el tiempo, pero como no tiene costa, ¿qué interés tiene para ti? No, Thibault. Esa explicación le servía al crío de entonces, pero los dos sabemos que eso no es lo que tienes delante, así que no es suficiente. Ya no. – afirmó, y esta vez sí que pudo controlar su rostro por completo.
Siempre y cuando, claro, por controlar se entienda borrar cualquier maldita emoción de sus ojos y sus labios, apartar los pensamientos más potencialmente dañinos de su mente para que no volvieran a acosarlo y encarar la situación más como una serpiente que como un minino, algo atípico para quien sabía que se transformaba en un lindo gatito y no en un reptil. Alguien como Thibault, justamente.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
¿Que las cosas se iban a solucionar entre ellos? Qué ilusos, ¿no? ¿Realmente era eso una ilusión? ¿Acaso el acto de la reconciliación no formaba parte del cambio, del progreso, de la evolución humana y sobrenatural? Del puro y sencillo placer de volver a disfrutar con dignidad de lo que, hasta entonces, se creía perdido. Destruir las cosas estaba muy bien, y os lo decía un jodido salvaje que había asaltado a más navíos que pelos en su mítica barba de fuego, pero reconstruirlas suponía un desafío doble, triple, infinito e infravalorado, que se hacía incluso exótico al parecerse muchísimo más a una aventura de lo que muchos hijos sanos de la piratería llegaban a alcanzar nunca. Thibault, como pocos de sus compañeros, siempre cegados por el clamor de la batalla, era consciente de ello, y estaba mirando directamente a la cara de una de las razones que se lo confirmaban día a día.
Porque sí, jamás se deja de pensar en los hijos, aunque se cuelen décadas para desordenar tu vida. El capitán nunca había sido muy pulcro de todas formas.
Le escuchó, atento y callado, como fiel ejemplo del respeto que a pesar del cariz de la escena, ideal para el descontrol, no se apartaba de ellos. Ahí la confianza no daba asco, sino todo lo contrario, complicaba las cosas con un agrado espeluznante y el mayor de ambos lo asumió mientras despegaba la espalda de la pared para seguir mirándole erguido, cada vez más serio. Más padre.
—Piratas, gitano, no estamos siempre en el mismo maldito sitio —repitió, y casi resultó irónico que el más histriónico de los dos usara un tono mucho menos exclamativo. Efectivo para la situación, suficiente—. Por la parte que a mí me tocaba, sabes que funcionó igual durante todo el tiempo que sí pasé contigo. ¿Tan flácida te parece la esperanza de un último intento, hijo mío?
A él no le bastaba el enfado, los enfermizos vagares del azar habían vuelto a reunir a un par de personas lo bastante unidas en aquel golpe importante y definitivo que ninguno había olvidado, en una longevidad desigual que daba matices de más a algo que ya estaba bastante cocido. Demasiado como para que a nuestro bárbaro favorito le bastara el rencor que a tantos supondría la marcha del Skyfall en la lejanía, pero que la excepción de un cambiante volvía jodidamente único porque, al fin y al cabo, le importaba. En efecto, al despreocupado nómada de los mares que había grabado su sonrisa en las aguas, le importaba.
—Si tu excusa —El uso de esa palabra en aquella historia venía con un fiero rebote por ambas partes— para que 'no mereciera la pena' es que yo 'no estaba interesado', la historia que te he contado —ésa de la que te has creído hasta mi última letra, hablada y transcrita, porque es tan cierta como la majestuosidad de tus formas felinas— ha dejado bastante claro que mi interés nunca fue la cuestión. —Que un Laborc crecido prefiriera olvidarlo y enterrarlo entre el rencor era más bien otra cuestión, pero el interés del jodido Sangre Negra no había menguado un ápice en toda aquella cruzada que parecían no querer resolver en su abrumadora cabezonería— Dices que 'ya no importa', pero, ¿por qué te crees que yo, y ningún otro, me he ganado el título paterno en tu vida durante todos estos años? —Daba por hecho —estaba tan seguro de ello como del color de esos ojos en los que volvía a cernirse con la misma mirada que incendiaba hasta el océano— que en 'todos estos años' lejos de su supervisión, seguía siendo algo que no había cambiado— Alguien se corrió dentro de Eszter, pero si de ahí acabó saliendo algo con vida, fue sólo por ti. Yo te conocí a raíz de ella, vamos que sí, pero si finalmente acabé volviendo todas esas veces en las que ya ni siquiera retozábamos, fue sólo por ti. Ni los azares de la biología, ni el enésimo amante que se buscara tu madre después del que plantara la semilla definitiva: tú, y sólo tú, elegiste a tu padre, Miklós. —Éste había tenido siempre ese poder, por encima de cualquier persona o precepto, y eso también era una de tantas enseñanzas que había aprendido bajo la tutela de aquella leyenda inmortal— Así que claro que importa que fuera 'sólo a ti'. Siempre ha importado que fuera 'sólo a ti'. Lo siento, pero es una carga pegajosamente sentimental de la que tu apatía no va a poder librarse nunca. Supongo que para 'eso que tengo delante' siempre será un contratiempo, uno que también aceptó gustoso, lástima que ahora crea reprimir y controlar ese gusto tanto como yo le enseñé a hacer con sus transformaciones. Me pregunto si aun lidiando con todo ese rencor encima, seguirán siendo igual de fascinantes… —No había desprecio, ni burla alguna, claramente se estaba poniendo al mismo nivel que sus réplicas, o sobrepasándolas como buen ejemplo de paternidad si considerábamos el severo rol familiar en la vida del magyar al que ahora penetraba con sus palabras y sus pupilas a falta de otras vías más impúdicas.
Aquella tensión le hizo acordarse de cuando miraba directamente a ese rostro convertido por la belleza de su sobrenaturalidad, lleno de pelo, dientes mortíferos y un rugido que trataba de ahogar en vano, el torso subiendo y bajando, cada vez más lentamente gracias a los suaves seseos del pirata a pocos metros y a la seguridad de su voz, rasgada y tranquila. Una caricia domadora, pero también amiga. Las primeras veces que el niño-adolescente se decidió a compartir aquella parte de su naturaleza, de algún modo, debía de sentirse tan expuesto que la inseguridad, o la incomodidad, ante aquellos ejercicios de autocontrol siempre entorpecía sus posibles progresos. Hasta que un día, finalmente Thibault se arrodilló a la altura del felino transformado, quien, aun esbelto e imponente, naturalmente no era tan alto como la silueta humana del mentor que, con aquel gesto, además de la íntima proximidad de su mirada, se exponía igual, o más, a cualquier posible consecuencia de su letal descontrol.
Huelga decir que a partir de aquel acercamiento, alegórico y literal, las lecciones mejoraron hasta que al muchacho ya no le hizo falta su presencia para manejarse solo. También dicen que es el sino de todo progenitor, ¿no es cierto? Enseñarte a dejar de necesitarlo.
—¿Son excusas? No tengo ni puta idea, no es como si un hombre de mi vasto recorrido se hubiera visto antes en la posición de darlas. A estas edades está permitido que los hijos corrijáis un poco a vuestros viejos, por lo que está bien, tú ganas, digamos que son excusas. Excusas de lo que pasó, pero lo que pasó… ¿Fue 'un abandono' en realidad? Abandonar es cuando desistes o renuncias a alguien, cuando lo dejas deliberadamente solo, o a medias. —Es decir, nada de lo que él había confesado— Ya has escuchado los hechos, me entretuvieron y llegué tarde, tan escalofriantemente simple como eso. Es más, tampoco fue algo que no hubiera pasado antes, siempre supiste que mi trabajo nunca ha sido precisamente seguro ni apacible —gajes del puto oficio—. Sólo se diferenció porque entonces, las cosas se torcieron durante más tiempo del habitual, pero el resultado acabó siendo el mismo, y me parece buen momento para repetírtelo: volver a por ti. ¿Lo que te lleva a hacerme la cruz —Apropiado en su religión— es que, según tú, no me pusiera a buscarte después? Ahí nos estamos trasladando a otras esferas que ni yo mismo entendí muy bien en su día y que aún en estos precisos instantes sigo intentando entender. Por ese mismo motivo no me he aventurado a… ¿Cómo se diría? ¿'Ponerte excusas'? Sobre ese apartado en concreto. No voy a desvelarte los secretos de cómo funcionamos las figuras paternas, pero ya que lo mencionas, te diré que a la tuya nunca le ha importado reconocer la propia ignorancia con tal de no tener que 'mentirte y ofenderte'.
Y sin más preámbulos, sin ni siquiera esperárselo por su propia parte, se agachó frente a él para recrear aquella escena inversa del pasado, no porque ahora fuese Miklós quien se arrodillara a la altura de sus ojos verdes, pues tampoco se trataba de una inversión gráfica de los hechos, sino porque en aquella ocasión, se lo estaba haciendo a un Miklós humano, sin transformación animal. Un Miklós que volvía a abrazar la apatía y, por tanto, que no necesitaba un bálsamo contra el descontrol —o que, al menos, no creía necesitarlo—. Thibault estaba acostumbrado a tratar con el 'problema para sentir' del chiquillo, se fundió con su estoicismo en cada encuentro paternal que le hizo regresar repetidamente a un mismo lugar, de modo que para el húngaro, pocas personas se aproximaban tanto a la definición de armonía y comodidad durante ese tipo de situaciones. En tal caso, ¿por qué el capitán había hecho aquello? ¿Quizá porque después de tanto tiempo, el que necesitaba que le ayudaran a contenerse no era otro que el mismísimo Black Blood? ¿O porque quería enseñarle una nueva lección a su retoño: que aunque las cosas parecieran tan despiadadamente distintas, seguía existiendo una ineludible necesidad en el vínculo que compartían?
—El caso es que ahora estoy aquí. No habré tenido poder sobre eso, pero sí sobre lo que pase a continuación. Y dado que, por muy caótica que esté tu vida actualmente, para mí sigues siendo el único protagonista, sólo contéstame —'Contéstate a ti mismo'— a esta pregunta: —Y esperó pacientemente a que, durante el intercambio de miradas más abrumador hasta el momento presente, se distinguiera alguna mota, algún leve resquicio, por nimio que fuese, del adolescente al que cambió para siempre—¿Quieres que me vaya otra vez?
Incluso si el cambiante se consideraba en su peor momento, circunstancial, emocional, apático y al mismo tiempo no, seguía despertándole un orgullo de padre. La diferencia más importante de todas era que Miklós ya no tenía que recordarlo para verlo. Verlo, tocarlo, confirmarlo; redescubrirlo.
¿Que las cosas se iban a solucionar entre ellos? Qué ilusos, ¿no? Una vez más, decidme: ¿realmente era eso una ilusión? ¿Tan disparatado era conseguirlo para un pirata vampiro y un cambiante felino?
Porque sí, jamás se deja de pensar en los hijos, aunque se cuelen décadas para desordenar tu vida. El capitán nunca había sido muy pulcro de todas formas.
Le escuchó, atento y callado, como fiel ejemplo del respeto que a pesar del cariz de la escena, ideal para el descontrol, no se apartaba de ellos. Ahí la confianza no daba asco, sino todo lo contrario, complicaba las cosas con un agrado espeluznante y el mayor de ambos lo asumió mientras despegaba la espalda de la pared para seguir mirándole erguido, cada vez más serio. Más padre.
—Piratas, gitano, no estamos siempre en el mismo maldito sitio —repitió, y casi resultó irónico que el más histriónico de los dos usara un tono mucho menos exclamativo. Efectivo para la situación, suficiente—. Por la parte que a mí me tocaba, sabes que funcionó igual durante todo el tiempo que sí pasé contigo. ¿Tan flácida te parece la esperanza de un último intento, hijo mío?
A él no le bastaba el enfado, los enfermizos vagares del azar habían vuelto a reunir a un par de personas lo bastante unidas en aquel golpe importante y definitivo que ninguno había olvidado, en una longevidad desigual que daba matices de más a algo que ya estaba bastante cocido. Demasiado como para que a nuestro bárbaro favorito le bastara el rencor que a tantos supondría la marcha del Skyfall en la lejanía, pero que la excepción de un cambiante volvía jodidamente único porque, al fin y al cabo, le importaba. En efecto, al despreocupado nómada de los mares que había grabado su sonrisa en las aguas, le importaba.
—Si tu excusa —El uso de esa palabra en aquella historia venía con un fiero rebote por ambas partes— para que 'no mereciera la pena' es que yo 'no estaba interesado', la historia que te he contado —ésa de la que te has creído hasta mi última letra, hablada y transcrita, porque es tan cierta como la majestuosidad de tus formas felinas— ha dejado bastante claro que mi interés nunca fue la cuestión. —Que un Laborc crecido prefiriera olvidarlo y enterrarlo entre el rencor era más bien otra cuestión, pero el interés del jodido Sangre Negra no había menguado un ápice en toda aquella cruzada que parecían no querer resolver en su abrumadora cabezonería— Dices que 'ya no importa', pero, ¿por qué te crees que yo, y ningún otro, me he ganado el título paterno en tu vida durante todos estos años? —Daba por hecho —estaba tan seguro de ello como del color de esos ojos en los que volvía a cernirse con la misma mirada que incendiaba hasta el océano— que en 'todos estos años' lejos de su supervisión, seguía siendo algo que no había cambiado— Alguien se corrió dentro de Eszter, pero si de ahí acabó saliendo algo con vida, fue sólo por ti. Yo te conocí a raíz de ella, vamos que sí, pero si finalmente acabé volviendo todas esas veces en las que ya ni siquiera retozábamos, fue sólo por ti. Ni los azares de la biología, ni el enésimo amante que se buscara tu madre después del que plantara la semilla definitiva: tú, y sólo tú, elegiste a tu padre, Miklós. —Éste había tenido siempre ese poder, por encima de cualquier persona o precepto, y eso también era una de tantas enseñanzas que había aprendido bajo la tutela de aquella leyenda inmortal— Así que claro que importa que fuera 'sólo a ti'. Siempre ha importado que fuera 'sólo a ti'. Lo siento, pero es una carga pegajosamente sentimental de la que tu apatía no va a poder librarse nunca. Supongo que para 'eso que tengo delante' siempre será un contratiempo, uno que también aceptó gustoso, lástima que ahora crea reprimir y controlar ese gusto tanto como yo le enseñé a hacer con sus transformaciones. Me pregunto si aun lidiando con todo ese rencor encima, seguirán siendo igual de fascinantes… —No había desprecio, ni burla alguna, claramente se estaba poniendo al mismo nivel que sus réplicas, o sobrepasándolas como buen ejemplo de paternidad si considerábamos el severo rol familiar en la vida del magyar al que ahora penetraba con sus palabras y sus pupilas a falta de otras vías más impúdicas.
Aquella tensión le hizo acordarse de cuando miraba directamente a ese rostro convertido por la belleza de su sobrenaturalidad, lleno de pelo, dientes mortíferos y un rugido que trataba de ahogar en vano, el torso subiendo y bajando, cada vez más lentamente gracias a los suaves seseos del pirata a pocos metros y a la seguridad de su voz, rasgada y tranquila. Una caricia domadora, pero también amiga. Las primeras veces que el niño-adolescente se decidió a compartir aquella parte de su naturaleza, de algún modo, debía de sentirse tan expuesto que la inseguridad, o la incomodidad, ante aquellos ejercicios de autocontrol siempre entorpecía sus posibles progresos. Hasta que un día, finalmente Thibault se arrodilló a la altura del felino transformado, quien, aun esbelto e imponente, naturalmente no era tan alto como la silueta humana del mentor que, con aquel gesto, además de la íntima proximidad de su mirada, se exponía igual, o más, a cualquier posible consecuencia de su letal descontrol.
Huelga decir que a partir de aquel acercamiento, alegórico y literal, las lecciones mejoraron hasta que al muchacho ya no le hizo falta su presencia para manejarse solo. También dicen que es el sino de todo progenitor, ¿no es cierto? Enseñarte a dejar de necesitarlo.
—¿Son excusas? No tengo ni puta idea, no es como si un hombre de mi vasto recorrido se hubiera visto antes en la posición de darlas. A estas edades está permitido que los hijos corrijáis un poco a vuestros viejos, por lo que está bien, tú ganas, digamos que son excusas. Excusas de lo que pasó, pero lo que pasó… ¿Fue 'un abandono' en realidad? Abandonar es cuando desistes o renuncias a alguien, cuando lo dejas deliberadamente solo, o a medias. —Es decir, nada de lo que él había confesado— Ya has escuchado los hechos, me entretuvieron y llegué tarde, tan escalofriantemente simple como eso. Es más, tampoco fue algo que no hubiera pasado antes, siempre supiste que mi trabajo nunca ha sido precisamente seguro ni apacible —gajes del puto oficio—. Sólo se diferenció porque entonces, las cosas se torcieron durante más tiempo del habitual, pero el resultado acabó siendo el mismo, y me parece buen momento para repetírtelo: volver a por ti. ¿Lo que te lleva a hacerme la cruz —Apropiado en su religión— es que, según tú, no me pusiera a buscarte después? Ahí nos estamos trasladando a otras esferas que ni yo mismo entendí muy bien en su día y que aún en estos precisos instantes sigo intentando entender. Por ese mismo motivo no me he aventurado a… ¿Cómo se diría? ¿'Ponerte excusas'? Sobre ese apartado en concreto. No voy a desvelarte los secretos de cómo funcionamos las figuras paternas, pero ya que lo mencionas, te diré que a la tuya nunca le ha importado reconocer la propia ignorancia con tal de no tener que 'mentirte y ofenderte'.
Y sin más preámbulos, sin ni siquiera esperárselo por su propia parte, se agachó frente a él para recrear aquella escena inversa del pasado, no porque ahora fuese Miklós quien se arrodillara a la altura de sus ojos verdes, pues tampoco se trataba de una inversión gráfica de los hechos, sino porque en aquella ocasión, se lo estaba haciendo a un Miklós humano, sin transformación animal. Un Miklós que volvía a abrazar la apatía y, por tanto, que no necesitaba un bálsamo contra el descontrol —o que, al menos, no creía necesitarlo—. Thibault estaba acostumbrado a tratar con el 'problema para sentir' del chiquillo, se fundió con su estoicismo en cada encuentro paternal que le hizo regresar repetidamente a un mismo lugar, de modo que para el húngaro, pocas personas se aproximaban tanto a la definición de armonía y comodidad durante ese tipo de situaciones. En tal caso, ¿por qué el capitán había hecho aquello? ¿Quizá porque después de tanto tiempo, el que necesitaba que le ayudaran a contenerse no era otro que el mismísimo Black Blood? ¿O porque quería enseñarle una nueva lección a su retoño: que aunque las cosas parecieran tan despiadadamente distintas, seguía existiendo una ineludible necesidad en el vínculo que compartían?
—El caso es que ahora estoy aquí. No habré tenido poder sobre eso, pero sí sobre lo que pase a continuación. Y dado que, por muy caótica que esté tu vida actualmente, para mí sigues siendo el único protagonista, sólo contéstame —'Contéstate a ti mismo'— a esta pregunta: —Y esperó pacientemente a que, durante el intercambio de miradas más abrumador hasta el momento presente, se distinguiera alguna mota, algún leve resquicio, por nimio que fuese, del adolescente al que cambió para siempre—¿Quieres que me vaya otra vez?
Incluso si el cambiante se consideraba en su peor momento, circunstancial, emocional, apático y al mismo tiempo no, seguía despertándole un orgullo de padre. La diferencia más importante de todas era que Miklós ya no tenía que recordarlo para verlo. Verlo, tocarlo, confirmarlo; redescubrirlo.
¿Que las cosas se iban a solucionar entre ellos? Qué ilusos, ¿no? Una vez más, decidme: ¿realmente era eso una ilusión? ¿Tan disparatado era conseguirlo para un pirata vampiro y un cambiante felino?
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Miklós era un tipo problemático. No, corrijamos: Miklós había empezado como un problema, para una madre que no lo había querido con tanta intensidad como sí lo había hecho (de alguien había sacado el magyar lo de no ser un tipo nada fácil) y para muchos de sus consortes, pero con el tiempo se había vuelto problemático. ¿Era una diferencia tal cómo se había iniciado en la vida de cómo era entonces, en un burdel frente a Thibault? Probablemente no, estaba bastante convencido de que era una evolución natural de su personalidad con el tiempo, bastante más de lo que su aspecto físico aparentaba por esa maldición suya de convertirse en un animal. Sí, maldición, porque pese a que muchas veces adorara su naturaleza, otras la lamentaba, sobre todo al no poder haber seguido los pasos de quien había terminado por decepcionarlo. Eso, aparte de no ser capaz de creerse ya las excusas, era lo que más estaba molestándolo en aquel instante: ¿por qué no podía volver a una época en la que se creía cualquier cosa? Alguien le había dicho alguna vez, no recordaba cómo ni cuándo ni por qué, que la ignorancia daba la felicidad, y Miklós no había sido jamás ignorante ni feliz, así que había terminado por creerse que era cierto, lo cual hacía aún más tirante el hecho de que ahora era todavía menos ignorante y todavía más infeliz. Tal era el efecto de la decepción, una que el otro iba a intentar arreglar como pudiera para que pasaran página los dos, como si al magyar se le diera bien eso de dejar el pasado atrás... Aprender de él sí, desde luego, pero ¿olvidarlo? ¿Superarlo? Jamás. Por eso dolía también el abandono: el papel que había ocupado Thibault en su vida había sido tal, tan, que verse privado de él había supuesto un cambio que el pirata ni siquiera había sabido que provocaría, una maduración obligada como si su naturaleza no lo obligara a madurar lo suficientemente rápido, ¡demonios! Así que sí, estaba enfadado, vaya que sí, iba a discutirle sus palabras cuanto hiciera falta (y lo hacía), pero no llegó a hacerlo.
Miklós se quedó helado, casi de verdad, cuando Thibault recurrió a ese gesto que lo retrotrajo a años atrás para... ¿Qué? ¿Que lo escuchara? Como si no tuviera siempre su maldita atención, ágil aprendiz en el que lo había convertido a fuerza de presencia y sabiduría atemporales; como si Miklós no hubiera querido que Thibault estuviera siempre ahí, lo cual era el maldito problema al que los dos se estaban enfrentando. Aun así, Miklós se quedó de piedra, estoico en movimientos como casi siempre lo era en sentimientos mientras recordaba sus primeras y dolorosas transformaciones, con la única compañía de los ojos azules que tenía delante y que lo miraban como entonces. Por un momento se le pasó por la cabeza, fugaz, el pensamiento de que para el pirata bien podía haber sido el día anterior porque no había cambiado mientras que él sí, no lo suficiente pero sí bastante; sin embargo, hasta ese pensamiento se fue para verse sustituido por algo parecido a la paz. Era como aplicar un bálsamo a una herida: frenaba el dolor, sí, pero la herida seguía debajo, latente, esperando a que se pasara el efecto para volver a dar señales de vida y recordar a todos los interesados que había un tema por resolver. Pese a ello, Miklós estaba en guerra consigo mismo desde hacía demasiado tiempo, con ataques ocasionales de enemigos inesperados como el retorno extraño y sin previo aviso de su hermana Imara, y aceptó de buen grado la tregua que Thibault le ofreció, en el más puro silencio. Su mente bullía de pensamientos, los dos lo sabían, y el dique que los contenía no tardaría en romperse porque todo lo bueno tiene un final, siempre mucho más temprano de lo que uno se merecía o deseaba, pero por el momento disfrutaría del silencio y de la paz que vinieron antes de esa frase que lo cambió todo, como siempre terminaba sucediendo.
– Estúpido. – siseó, incapaz de contenerse, y sus ojos azules se entrecerraron mientras miraba a Thibault, quien no pareció esperarse lo más mínimo el insulto. Ni ese ni los otros que vinieron a continuación, probablemente. – Maldito y desgraciado, mal rayo te parta por bastardo. – comenzó, pero después se detuvo y respiró hondo, tratando de contener su lengua, ardiente, mucho más que sus ojos permanentemente congelados como si de permafrost se tratara. Se echó hacia atrás de nuevo y los cerró, tratando de quitarse al pirata pelirrojo de la cabeza para tratar de pensar, pero el opio que con tanta desesperación había consumido antes le estaba entorpeciendo la tarea, y decidió desistir y encarar al pirata como podía: colocado, recién devorado, caótico y confundido. Lo que venía a ser, en resumen, el Miklós de los últimos tiempos, vaya. – No puedo creerme que después de todo este maldito numerito de aprovecharte del pasado pretendas que te vaya a decir que te largues. Te tenía por más avispado. Gilipollas. – afirmó, por fin, sin poder contener ese insulto (y eso que Miklós no era de los que perjuraban en arameo tan a menudo... El efecto que tenía el pirata sin pata de palo ni cara de malo en el magyar era impresionante, desde luego), pero se detuvo al instante. El único movimiento que se permitió fue el de subir los dedos a sus sienes y masajeárselas, demasiado cansado y abrumado para poder responder con palabras elocuentes a todos los argumentos del pirata, y eso que ganas no le faltaban de discutir con él... – No te largues, pero no te pienses que te voy a perdonar tan rápido. De todas maneras, menuda pregunta: si te echo en cara que te fuiste, ¿cómo se te ocurre preguntar si quiero que vuelvas a hacerlo? Y luego el que no siente nada soy yo. – espetó, con algo parecido a sentido del humor.
Le convendría aprovecharse de ello mientras durara, porque lo que estaba a punto de acontecer en su vida le quitaría las ganas hasta de vivir, pero no tenía ni idea de que eso iba a ser así y, por tanto, no planeaba aprovecharse de nada que no fuera el regreso del capitán pirata a su vida, fuera como fuese el maldito regreso en cuestión.
Miklós se quedó helado, casi de verdad, cuando Thibault recurrió a ese gesto que lo retrotrajo a años atrás para... ¿Qué? ¿Que lo escuchara? Como si no tuviera siempre su maldita atención, ágil aprendiz en el que lo había convertido a fuerza de presencia y sabiduría atemporales; como si Miklós no hubiera querido que Thibault estuviera siempre ahí, lo cual era el maldito problema al que los dos se estaban enfrentando. Aun así, Miklós se quedó de piedra, estoico en movimientos como casi siempre lo era en sentimientos mientras recordaba sus primeras y dolorosas transformaciones, con la única compañía de los ojos azules que tenía delante y que lo miraban como entonces. Por un momento se le pasó por la cabeza, fugaz, el pensamiento de que para el pirata bien podía haber sido el día anterior porque no había cambiado mientras que él sí, no lo suficiente pero sí bastante; sin embargo, hasta ese pensamiento se fue para verse sustituido por algo parecido a la paz. Era como aplicar un bálsamo a una herida: frenaba el dolor, sí, pero la herida seguía debajo, latente, esperando a que se pasara el efecto para volver a dar señales de vida y recordar a todos los interesados que había un tema por resolver. Pese a ello, Miklós estaba en guerra consigo mismo desde hacía demasiado tiempo, con ataques ocasionales de enemigos inesperados como el retorno extraño y sin previo aviso de su hermana Imara, y aceptó de buen grado la tregua que Thibault le ofreció, en el más puro silencio. Su mente bullía de pensamientos, los dos lo sabían, y el dique que los contenía no tardaría en romperse porque todo lo bueno tiene un final, siempre mucho más temprano de lo que uno se merecía o deseaba, pero por el momento disfrutaría del silencio y de la paz que vinieron antes de esa frase que lo cambió todo, como siempre terminaba sucediendo.
– Estúpido. – siseó, incapaz de contenerse, y sus ojos azules se entrecerraron mientras miraba a Thibault, quien no pareció esperarse lo más mínimo el insulto. Ni ese ni los otros que vinieron a continuación, probablemente. – Maldito y desgraciado, mal rayo te parta por bastardo. – comenzó, pero después se detuvo y respiró hondo, tratando de contener su lengua, ardiente, mucho más que sus ojos permanentemente congelados como si de permafrost se tratara. Se echó hacia atrás de nuevo y los cerró, tratando de quitarse al pirata pelirrojo de la cabeza para tratar de pensar, pero el opio que con tanta desesperación había consumido antes le estaba entorpeciendo la tarea, y decidió desistir y encarar al pirata como podía: colocado, recién devorado, caótico y confundido. Lo que venía a ser, en resumen, el Miklós de los últimos tiempos, vaya. – No puedo creerme que después de todo este maldito numerito de aprovecharte del pasado pretendas que te vaya a decir que te largues. Te tenía por más avispado. Gilipollas. – afirmó, por fin, sin poder contener ese insulto (y eso que Miklós no era de los que perjuraban en arameo tan a menudo... El efecto que tenía el pirata sin pata de palo ni cara de malo en el magyar era impresionante, desde luego), pero se detuvo al instante. El único movimiento que se permitió fue el de subir los dedos a sus sienes y masajeárselas, demasiado cansado y abrumado para poder responder con palabras elocuentes a todos los argumentos del pirata, y eso que ganas no le faltaban de discutir con él... – No te largues, pero no te pienses que te voy a perdonar tan rápido. De todas maneras, menuda pregunta: si te echo en cara que te fuiste, ¿cómo se te ocurre preguntar si quiero que vuelvas a hacerlo? Y luego el que no siente nada soy yo. – espetó, con algo parecido a sentido del humor.
Le convendría aprovecharse de ello mientras durara, porque lo que estaba a punto de acontecer en su vida le quitaría las ganas hasta de vivir, pero no tenía ni idea de que eso iba a ser así y, por tanto, no planeaba aprovecharse de nada que no fuera el regreso del capitán pirata a su vida, fuera como fuese el maldito regreso en cuestión.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Algo que ni siquiera el propio Thibault se había permitido reflexionar —ah, 'reflexionar', ¿cuántas veces al día, al año y a la década se permitían el lujo, o el estigma dormido, de esa palabra, aquellos pobres desgraciados de su misma calaña en el mar y el punto de mira de la ley que continuaba perseverando en cada puerto?— con cautela —y mejor no hablábamos de la escasa participación de ésta— fue una de las emociones más comprometidas que logró despertarle aquel chiquillo gitano encerrado en una edad que le obligaba a ceñirse a una lógica humana que ninguno de sus cuerpos, cambiante y vampírico, podían llegar a compartir: la nostalgia. El niño no sólo se la despertaría por su propio pie en adelante, cuando la historia de sobras conocida los mantuviera separados hasta el candente encontronazo en aquel maldito burdel, sino desde el principio, nada más entender que, por encima de las simples exaltaciones de una amante nueva o del creciente fervor de una playa que ya se conocía y que, sin embargo, se moría por avistar al horizonte, el joven Miklós le estaba haciendo sentir padre.
¿'Nostalgia' sería el término adecuado si a fin de cuentas nunca había experimentado nada parecido antes de ayudarle a resistir un placaje o llenarle el pelo de arena en una de sus bastas caricias de reconocimiento? No tenía ni la más remota idea, pero como le hacía acordarse de William, también le parecía apropiado usarlo. Menuda paja mental, ¿eh? Que le resultase tan familiar un sentimiento de paternidad que no conocía y que, sin embargo, identificaba con tamaña naturalidad cada vez que volvía de otro viaje y el magyar lo estaba esperando para romper con los principios de su sensatez y correr a recibirlo. Y por fin, supo verlo con toda la claridad que, a pesar de la brutal evidencia para quienes sabíamos de su pasado, trataría de no reflexionar —la costumbre del fiero— durante su desarrollo, y es que hasta entonces él nunca había estado en el lugar de su tutor; de su mayor influencia paterna. Él ya había sido Miklós una vez; había tenido esa misma admiración en los ojos; había depositado su confianza en alguien que las leyendas idealizaron primero para confirmarse en su devoción después. Miklós no era un engranaje crucial dentro de la rugiente maquinaria de aquel espectro que se batía con el oleaje sólo por considerarle un hijo más que legítimo, sino por ser la primera persona en demostrarle que, por mucho que no pudiera morir, se estaba haciendo viejo.
¿Significaba eso que, ahora que lo había reencontrado bañándose en las bravas amenazas del rencor, tenía que repetir la comprometedora tarea de 'reflexionar' y caer en la cuenta de que había acabado haciéndole lo mismo que el temerario Death hiciera con él en su día? Es decir, desaparecer de su vida. Salvando las poderosas distancias, en otro contexto muy alejado y en un vertiginoso millar de diferencias más, pero al fin y al cabo, la sensación de falsa nostalgia volvía a reproducirse allí, arremetiendo contra sus defensas y poniendo todas sus cosas del revés. Sólo que aquella vez, sí que se debía a un recuerdo real. Que quisiera, o no, enfrentarlo era otra cosa. ¿Y desde cuándo el capitán Black Blood rehuía un reto? Quizá desde que la única realidad que todavía le traía buenos recuerdos se había convertido en uno. Uno al que, de todas formas, ahora no iba a dar la espalda, ni siquiera por otra misión rutinaria de la que supuestamente regresaría más pronto que tarde y que le acabara alejando de allí el tiempo suficiente para no encontrarlo a su vuelta. Cambiaría todo el itinerario necesario, se enfrentaría a todas las tripulaciones confusas que le deparara el día siguiente con tal de redimirse y aliviar el escozor que había hecho mella en el hijo paciente incapaz de sentir.
Hasta ese momento.
Pocos artistas aproximarían sus pinceladas a lo que realmente estaba pasando si pretendieran recrear la expresión de desconcierto, y al mismo tiempo, fascinación que atravesó el rostro de Thibault cuando finalmente el otro hombre comenzó a lanzar aquellos improperios. Apenas una sonrisa divertida llegó a curvarse en sus rasgos machacados por la veteranía y el pillaje, mientras sus pupilas verdes, azuladas por el reflejo del mar en su alma, lo estudiaban con respeto y escuchaba el resto de su conclusión —ya más civilizada— en silencio. Arrollado por su inesperada reacción a la pregunta más complicada que le había hecho a nadie, el jodido proscrito se dejó llevar por lo que aquella imagen y aquel sonido significaban para ambos, y de una maldita vez por todas desde que los dos se habían metido en aquella habitación, se permitió respirar hondo. Incluso él, que ya no respiraba, revolucionaría su propia naturaleza con tal de abrazar más y variadas formas de saborear el perdón de Miklós. O, al menos, la ilusión de la tregua. Ilusión o no, el más joven estaba tan dispuesto como el mayor a creérsela.
—Y dime, ¿tampoco quieres que me mueva de esta posición? —inquirió, medio en broma, medio insinuando, igual de enajenado que su interlocutor ante el significado de lo que estaba ocurriendo— Aparte de ser más cómoda, pareceré menos 'gilipollas' si te vuelves a apartar… seguramente porque ya estoy pareciendo un 'gilipollas' desde el principio. —tastó un poco del mismo sentido del humor que había expulsado el húngaro, sin variar su postura agachada, casi en cuclillas, frente a él, barajando el calor de la intimidad entre las poderosas sacudidas de la recreación de un momento pasado y el calor incitante, inevitablemente adulto, del momento presente…
No iba a decírselo todavía con palabras, porque ahora le estaba otorgando el alivio del lenguaje no-verbal, pero a lo que estuviera a punto de acontecer en su vida, iba a tener que añadirle el apoyo del pirata. Después de todo, aún hacía falta mucho más para dejar atrás los viejos tiempos.
¿'Nostalgia' sería el término adecuado si a fin de cuentas nunca había experimentado nada parecido antes de ayudarle a resistir un placaje o llenarle el pelo de arena en una de sus bastas caricias de reconocimiento? No tenía ni la más remota idea, pero como le hacía acordarse de William, también le parecía apropiado usarlo. Menuda paja mental, ¿eh? Que le resultase tan familiar un sentimiento de paternidad que no conocía y que, sin embargo, identificaba con tamaña naturalidad cada vez que volvía de otro viaje y el magyar lo estaba esperando para romper con los principios de su sensatez y correr a recibirlo. Y por fin, supo verlo con toda la claridad que, a pesar de la brutal evidencia para quienes sabíamos de su pasado, trataría de no reflexionar —la costumbre del fiero— durante su desarrollo, y es que hasta entonces él nunca había estado en el lugar de su tutor; de su mayor influencia paterna. Él ya había sido Miklós una vez; había tenido esa misma admiración en los ojos; había depositado su confianza en alguien que las leyendas idealizaron primero para confirmarse en su devoción después. Miklós no era un engranaje crucial dentro de la rugiente maquinaria de aquel espectro que se batía con el oleaje sólo por considerarle un hijo más que legítimo, sino por ser la primera persona en demostrarle que, por mucho que no pudiera morir, se estaba haciendo viejo.
¿Significaba eso que, ahora que lo había reencontrado bañándose en las bravas amenazas del rencor, tenía que repetir la comprometedora tarea de 'reflexionar' y caer en la cuenta de que había acabado haciéndole lo mismo que el temerario Death hiciera con él en su día? Es decir, desaparecer de su vida. Salvando las poderosas distancias, en otro contexto muy alejado y en un vertiginoso millar de diferencias más, pero al fin y al cabo, la sensación de falsa nostalgia volvía a reproducirse allí, arremetiendo contra sus defensas y poniendo todas sus cosas del revés. Sólo que aquella vez, sí que se debía a un recuerdo real. Que quisiera, o no, enfrentarlo era otra cosa. ¿Y desde cuándo el capitán Black Blood rehuía un reto? Quizá desde que la única realidad que todavía le traía buenos recuerdos se había convertido en uno. Uno al que, de todas formas, ahora no iba a dar la espalda, ni siquiera por otra misión rutinaria de la que supuestamente regresaría más pronto que tarde y que le acabara alejando de allí el tiempo suficiente para no encontrarlo a su vuelta. Cambiaría todo el itinerario necesario, se enfrentaría a todas las tripulaciones confusas que le deparara el día siguiente con tal de redimirse y aliviar el escozor que había hecho mella en el hijo paciente incapaz de sentir.
Hasta ese momento.
Pocos artistas aproximarían sus pinceladas a lo que realmente estaba pasando si pretendieran recrear la expresión de desconcierto, y al mismo tiempo, fascinación que atravesó el rostro de Thibault cuando finalmente el otro hombre comenzó a lanzar aquellos improperios. Apenas una sonrisa divertida llegó a curvarse en sus rasgos machacados por la veteranía y el pillaje, mientras sus pupilas verdes, azuladas por el reflejo del mar en su alma, lo estudiaban con respeto y escuchaba el resto de su conclusión —ya más civilizada— en silencio. Arrollado por su inesperada reacción a la pregunta más complicada que le había hecho a nadie, el jodido proscrito se dejó llevar por lo que aquella imagen y aquel sonido significaban para ambos, y de una maldita vez por todas desde que los dos se habían metido en aquella habitación, se permitió respirar hondo. Incluso él, que ya no respiraba, revolucionaría su propia naturaleza con tal de abrazar más y variadas formas de saborear el perdón de Miklós. O, al menos, la ilusión de la tregua. Ilusión o no, el más joven estaba tan dispuesto como el mayor a creérsela.
—Y dime, ¿tampoco quieres que me mueva de esta posición? —inquirió, medio en broma, medio insinuando, igual de enajenado que su interlocutor ante el significado de lo que estaba ocurriendo— Aparte de ser más cómoda, pareceré menos 'gilipollas' si te vuelves a apartar… seguramente porque ya estoy pareciendo un 'gilipollas' desde el principio. —tastó un poco del mismo sentido del humor que había expulsado el húngaro, sin variar su postura agachada, casi en cuclillas, frente a él, barajando el calor de la intimidad entre las poderosas sacudidas de la recreación de un momento pasado y el calor incitante, inevitablemente adulto, del momento presente…
No iba a decírselo todavía con palabras, porque ahora le estaba otorgando el alivio del lenguaje no-verbal, pero a lo que estuviera a punto de acontecer en su vida, iba a tener que añadirle el apoyo del pirata. Después de todo, aún hacía falta mucho más para dejar atrás los viejos tiempos.
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
Había que estar ciego, sordo y limitado en las capacidades intelectuales para no darse cuenta de que Thibault no se había movido de su posición, y desde luego Miklós no cumplía ni una sola de esas tres características, ni siquiera con los opiáceos en su sistema. Su principal carencia era la que afectaba a su sistema emocional, que o bien estaba continuamente ahogado o bien no se había desarrollado lo suficiente nunca y ahora lidiaba con las consecuencias de ese defecto casi congénito, lo más probable; por lo demás, el magyar era un ejemplar de hombre joven, más en apariencia que en la realidad, atractivo y sano, pese a que la enfermedad siempre acechara a los que eran como él. En concreto, la enfermedad de la plata en su sistema en cuanto la Inquisición decidiera que el hijo ilegítimo de Darko DeGrasso era el mejor objetivo posible y se lo cargaran de una vez, o lo intentaran al menos; Miklós era muy duro de matar, y no les pondría fácil la tarea ni a los compañeros de su progenitor biológico, ¡se sentía! En realidad, no mucho, pero hablando de progenitores, el que tenía delante, abajo también por la genuflexión en la que permanecía, condenadamente sugerente al tener lugar en un burdel, reclamaba su atención, ante lo cual Miklós le respondió con un gesto la mar de expresivo, irónico teniendo en cuenta que seguía tratándose de él, témpano de hielo en sus escasos ratos libres. Así pues, Miklós puso los ojos en blanco, con un deje lento y perezoso que podía deberse al opio o a que se estaba conteniendo para no darle una patada y borrarle la mueca satisfecha del rostro a su “padre”, o al menos al que había considerado como tal durante casi toda su vida. Si no lo hizo fue por respeto a Thibault y a los recuerdos que la postura traía consigo, mucho más puros, paradójicamente, que lo que la localización de ambos sugería.
– Muévete si es lo que quieres, pedirle a un pirata que se quede quieto en un sitio es como pedirle al sol que deje de brillar. El sol, esa cosa redonda y luminosa que da calor durante el día, por si lo has olvidado. – respondió. La sombra de humor de antes continuaba en sus palabras, pero no en su tono ni en cómo las había dicho; le había dado permiso, sí, pero rindiéndose a la evidencia de que los hechos pasados habían marcado un precedente que sería difícil de borrar por completo para él. ¿Y qué había pretendido que pasara salvo eso mismo, vamos a ver? Había sido casi un crío cuando se había ido, su marcha le había hecho heridas que ni su naturaleza le había podido curar, así que no todo iba a ser coser y cantar; aun así, el hecho de que casi bromeara con la naturaleza inmortal de Thibault daba ciertas esperanzas al respecto de la recuperación de la relación entre ambos, perdida hacía mucho tiempo. O quizás hundida, puestos a seguir con las metáforas marineras que casi parecían abalanzarse sobre ellos con la fuerza de las mareas cuando la luna así las dictaminaba. Resultaba inevitable... – No estoy de humor para dobles sentidos. Ni para ninguno, realmente, suficientemente duro está siendo esto, y ni se te ocurra poner esa sonrisa porque sé a dónde han ido tus pensamientos y a eso me refiero. – reprendió, casi con aburrimiento, pero sólo casi, porque hubo una chispa en su mirada que pudo pasar desapercibido para otros, pero no para Thibault, que lo había criado. Esa chispa era la de la advertencia, pero también algo de diversión por esa broma que tenían en común y que sólo Miklós había hecho más explícita que Thibault, aparentemente demasiado cómodo en la sutileza para atreverse a eso. Era una ventaja infinita de su apatía: le garantizaba frialdad suficiente para enfrentarse a ciertos temas, hasta si estaba emocionalmente delicado por culpa de su pelirrojo progenitor pirata. – No lo compliques más, estoy teniendo suficiente por una temporada. – solicitó, medio orden y medio súplica.
No debería resultar tampoco extraña esa ambivalencia: los dos se movían en un equilibrio complicado entre el pasado y el presente, sin intenciones de atacar el futuro con plena consciencia; los dos tenían demasiadas facetas para ser uniformes en su comportamiento, y sobre todo los dos estaban en una situación complicada de por sí que, al parecer, disfrutaban complicando más... Porque así eran, dignos padre e hijo aunque su sangre fuera diferente en mucho más de un sentido.
– Muévete si es lo que quieres, pedirle a un pirata que se quede quieto en un sitio es como pedirle al sol que deje de brillar. El sol, esa cosa redonda y luminosa que da calor durante el día, por si lo has olvidado. – respondió. La sombra de humor de antes continuaba en sus palabras, pero no en su tono ni en cómo las había dicho; le había dado permiso, sí, pero rindiéndose a la evidencia de que los hechos pasados habían marcado un precedente que sería difícil de borrar por completo para él. ¿Y qué había pretendido que pasara salvo eso mismo, vamos a ver? Había sido casi un crío cuando se había ido, su marcha le había hecho heridas que ni su naturaleza le había podido curar, así que no todo iba a ser coser y cantar; aun así, el hecho de que casi bromeara con la naturaleza inmortal de Thibault daba ciertas esperanzas al respecto de la recuperación de la relación entre ambos, perdida hacía mucho tiempo. O quizás hundida, puestos a seguir con las metáforas marineras que casi parecían abalanzarse sobre ellos con la fuerza de las mareas cuando la luna así las dictaminaba. Resultaba inevitable... – No estoy de humor para dobles sentidos. Ni para ninguno, realmente, suficientemente duro está siendo esto, y ni se te ocurra poner esa sonrisa porque sé a dónde han ido tus pensamientos y a eso me refiero. – reprendió, casi con aburrimiento, pero sólo casi, porque hubo una chispa en su mirada que pudo pasar desapercibido para otros, pero no para Thibault, que lo había criado. Esa chispa era la de la advertencia, pero también algo de diversión por esa broma que tenían en común y que sólo Miklós había hecho más explícita que Thibault, aparentemente demasiado cómodo en la sutileza para atreverse a eso. Era una ventaja infinita de su apatía: le garantizaba frialdad suficiente para enfrentarse a ciertos temas, hasta si estaba emocionalmente delicado por culpa de su pelirrojo progenitor pirata. – No lo compliques más, estoy teniendo suficiente por una temporada. – solicitó, medio orden y medio súplica.
No debería resultar tampoco extraña esa ambivalencia: los dos se movían en un equilibrio complicado entre el pasado y el presente, sin intenciones de atacar el futuro con plena consciencia; los dos tenían demasiadas facetas para ser uniformes en su comportamiento, y sobre todo los dos estaban en una situación complicada de por sí que, al parecer, disfrutaban complicando más... Porque así eran, dignos padre e hijo aunque su sangre fuera diferente en mucho más de un sentido.
Invitado- Invitado
Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
¿Cuántas veces al día —o a lo que una criatura que ya no podía ver la luz del día diera esa denominación— habría pensado que ya era suficiente? ¿Que la gente atormentada por su presencia ya había tenido suficiente ración de Sangre Negra 'por hoy'? Porque poniéndonos serios —ponerse a secas ya estaba garantizado en el repertorio de impresiones que se creaban a su paso—, él sabía de sobras cuán inabarcable podía volverse la intensidad de sus efectos cada vez que la marea traía consigo momentos tan jodidamente importantes, de la mano de personas tan irremediablemente importantes. Y aquélla, sin lugar a dudas, era la primera vez en mucho tiempo que desenterraba un momento así; una persona así; un tesoro así.
Cualquiera diría que el monstruo de las leyendas tenía preocupaciones. Sentimientos, para ser más exactos. ¿O acaso no iban parejos cada vez que se trataba de un ser querido? Estaba demasiado oxidado en aquellos parajes, mucho más de lo que su hijo se merecía, pero jamás había sido un modelo de paternidad perfecto. Joder, ¡ni siquiera había sido el ideal! Y sin embargo, el Dios en el que Miklós creía —y Thibault, desde su desafiante burla, también— daba fe de que lo había intentado. De que continuaba intentándolo, incluso en aquellas nuevas lecturas incestuosas.
¡La Biblia precisamente no tenía que fingir sorpresa, ni escándalo, ante la idea!
Finalmente, aquella pregunta retórica que había sobrevivido al tiempo y al espacio hasta acabar en las impúdicas posaderas del comercio sexual de París se impuso a su torpeza empática y respondió al cambiante con lo que necesitaba: silencio, tranquilidad, menos intensidad después del carrusel de emociones al que habían tenido que montarse para llegar a aquella pacífica conclusión que les permitía compartir una sonrisa cómplice. Claro que el pelirrojo seguía siendo humano, aun cuando definitivamente no lo era, para poder resistirse a un doble sentido tan suculento que ni él mismo había tenido que resaltar
—Si sabes de sobras adónde han ido mis pensamientos es porque se han encontrado con los tuyos. Amárralos bien, Mik, que no tenga que acercarme a supervisar los nudos marineros que te enseñé con tanto ahínco —replicó, aunque toda la expresión de su rostro diera a entender que él nunca le había enseñado a contenerse de manera figurada. Pero si para volver a acercarse a su antiguo retoño —y quién sabía de qué nuevas formas— debía alejarse un poco, lo haría contra cualquiera de las naturalezas que batallaban dentro de su cuerpo y su mente. Trastocaría todos las historias de fantasmas que fueran necesarias para que el magyar pudiera cerrar los ojos sin necesidad de alcohol y drogas.
El sexo, no obstante, prefería no descartarlo. ¿Qué? ¡Si se habían reencontrado en un burdel por algo debía de ser!
En respuesta a su petición camuflada de orden, accedió con el respeto que implicaba la sola acción de saber cuánto significaba algo así viniendo de Miklós, y la distancia que Thibault pasó a ampliar para continuar hablando debió de doler hasta en el apático perímetro donde se recluía el cambiante. Pero ya lo habíamos dicho, estaba dispuesto a muchos esfuerzos que no coincidían para nada con sus comportamientos habituales, si acaso una figura tan incontrolable podía seguir alguna clase normal de patrones.
—Aunque no lo parezca, me estoy portando bien. ¿Ves lo que consigues en mí? A pesar de las muchas complicaciones, la noche ha tenido sus pequeñas victorias. Pero descuida, no estoy dispuesto a abusar más de ellas. Ahora voy a repantigarme aquí, a unos considerables metros, mientras terminas de amortiguar tu visita, o mientras desapareces del todo por esa puerta, o lo que quiera que decidas hacer a continuación. No pienso ser yo quien se largue esta vez, y ya hemos admitido los dos que tampoco queremos que eso pase, así que sencillamente me quedaré callado y no molestaré. Seré lo último que veas hoy y quizá una de las primeras cosas que veas próximamente si aceptas la proposición de volver a encontrarnos, esta vez apropósito y en un sitio ¿menos intenso? —Como si todos los sitios que incluyeran al jodido pirata no lo fueran— Dejémoslo en que más sutil que el comercio del placer. Me gustaría que quedáramos en los acantilados. Mar, tierra y la vastedad de antaño. No es casualidad. Pon la fecha y la hora, y te demostraré que ya he dejado de faltar a las citas.
Porque con muy pocas personas se molestaba en tenerlas y más bien, Miklós nunca había dejado de estar entre ellas.
Cualquiera diría que el monstruo de las leyendas tenía preocupaciones. Sentimientos, para ser más exactos. ¿O acaso no iban parejos cada vez que se trataba de un ser querido? Estaba demasiado oxidado en aquellos parajes, mucho más de lo que su hijo se merecía, pero jamás había sido un modelo de paternidad perfecto. Joder, ¡ni siquiera había sido el ideal! Y sin embargo, el Dios en el que Miklós creía —y Thibault, desde su desafiante burla, también— daba fe de que lo había intentado. De que continuaba intentándolo, incluso en aquellas nuevas lecturas incestuosas.
¡La Biblia precisamente no tenía que fingir sorpresa, ni escándalo, ante la idea!
Finalmente, aquella pregunta retórica que había sobrevivido al tiempo y al espacio hasta acabar en las impúdicas posaderas del comercio sexual de París se impuso a su torpeza empática y respondió al cambiante con lo que necesitaba: silencio, tranquilidad, menos intensidad después del carrusel de emociones al que habían tenido que montarse para llegar a aquella pacífica conclusión que les permitía compartir una sonrisa cómplice. Claro que el pelirrojo seguía siendo humano, aun cuando definitivamente no lo era, para poder resistirse a un doble sentido tan suculento que ni él mismo había tenido que resaltar
—Si sabes de sobras adónde han ido mis pensamientos es porque se han encontrado con los tuyos. Amárralos bien, Mik, que no tenga que acercarme a supervisar los nudos marineros que te enseñé con tanto ahínco —replicó, aunque toda la expresión de su rostro diera a entender que él nunca le había enseñado a contenerse de manera figurada. Pero si para volver a acercarse a su antiguo retoño —y quién sabía de qué nuevas formas— debía alejarse un poco, lo haría contra cualquiera de las naturalezas que batallaban dentro de su cuerpo y su mente. Trastocaría todos las historias de fantasmas que fueran necesarias para que el magyar pudiera cerrar los ojos sin necesidad de alcohol y drogas.
El sexo, no obstante, prefería no descartarlo. ¿Qué? ¡Si se habían reencontrado en un burdel por algo debía de ser!
En respuesta a su petición camuflada de orden, accedió con el respeto que implicaba la sola acción de saber cuánto significaba algo así viniendo de Miklós, y la distancia que Thibault pasó a ampliar para continuar hablando debió de doler hasta en el apático perímetro donde se recluía el cambiante. Pero ya lo habíamos dicho, estaba dispuesto a muchos esfuerzos que no coincidían para nada con sus comportamientos habituales, si acaso una figura tan incontrolable podía seguir alguna clase normal de patrones.
—Aunque no lo parezca, me estoy portando bien. ¿Ves lo que consigues en mí? A pesar de las muchas complicaciones, la noche ha tenido sus pequeñas victorias. Pero descuida, no estoy dispuesto a abusar más de ellas. Ahora voy a repantigarme aquí, a unos considerables metros, mientras terminas de amortiguar tu visita, o mientras desapareces del todo por esa puerta, o lo que quiera que decidas hacer a continuación. No pienso ser yo quien se largue esta vez, y ya hemos admitido los dos que tampoco queremos que eso pase, así que sencillamente me quedaré callado y no molestaré. Seré lo último que veas hoy y quizá una de las primeras cosas que veas próximamente si aceptas la proposición de volver a encontrarnos, esta vez apropósito y en un sitio ¿menos intenso? —Como si todos los sitios que incluyeran al jodido pirata no lo fueran— Dejémoslo en que más sutil que el comercio del placer. Me gustaría que quedáramos en los acantilados. Mar, tierra y la vastedad de antaño. No es casualidad. Pon la fecha y la hora, y te demostraré que ya he dejado de faltar a las citas.
Porque con muy pocas personas se molestaba en tenerlas y más bien, Miklós nunca había dejado de estar entre ellas.
Thibault "Black Blood"- Vampiro Clase Media
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Fecha de inscripción : 30/09/2016
Localización : Allá donde los puertos no alcanzan a ver
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Re: At least I know I'm a sinner {Thibault "Black Blood"}
El dolor de lo dolorosamente consciente que era Miklós de que Thibault se estaba portando bien, como si encima tuviera que darle las gracias a su profano progenitor por un comportamiento que parecía hasta razonable dadas las carencias emocionales de su criatura, era, con toda probabilidad, lo único que el magyar sabía distinguir de toda la maraña que tenía dentro, debajo de las paredes del cráneo y de la caja torácica por igual. Nunca había sido muy ducho en sentimientos ni muy rico en emociones, algo inevitable con la madre y la crianza a la que había sido sometido, y aun así parecía que incluso en ese pretérito glorioso y dignificado había sido mejor que en aquel preciso instante, cuando la vuelta de su hermana a la vida, a su vida, le había trastocado absolutamente todo lo que había creído cierto y seguro, casi sagrado. Miklós sabía, sin embargo, que la divinidad poco iba a hacer por él cuando se trataba de Thibault, un marinero legendario por revolcarse con el Diablo y hacerlo parecer dócil y débil a su lado, de modo que podía ahorrarse los avemarías antes incluso de haberlos pronunciad, y más le valía ir abrazando la soledad y acostumbrándose a ella... Como si esa costumbre no fuera parte de ese problema que tenía con el capitán y el origen de la discusión que ambos habían estado manteniendo hasta aquel momento. Valiente, pero rozando lo suicida como los dos también sabían que Miklós era, elevó la barbilla hasta que pareció que su orgullo Rákóczi arañaba el cielo a través de sus rasgos cincelados por el capricho de algún escultor brillante a la par que esperpéntico. Con la cabeza alzada, dispuesto a presentar la batalla a la que equivalía no rendirse, Miklós se adentró en la marejada de la intensidad del pirata pelirrojo, algo a lo que no muchos podían siquiera aspirar y que a él le salía con una facilidad, pese a todo, condenadamente sencilla.
– Vaya forma de deshacerte de las consecuencias de lo que sea que vaya a pasar ahora. Me das la posibilidad de largarme y tal parece que sea lo que deseas que haga, como si así contaras con material para la próxima vez que discutamos. – bufó. Era inevitable que lo hiciera, con lo felino que era Miklós hasta para mostrar su disgusto, y si bien ya era considerablemente destacable que hubiera podido llamarse a lo suyo discusión (dada la inexpresividad de Miklós, eso no era algo que le sucediera todos los días, ni siquiera contando con la ocupación tan poco pacífica y tan beligerante a la que se había entregado el magyar hacía la tira con premeditación y alevosía a partes iguales), él decidió ignorarlo. Tenía algo mucho mejor delante a lo que prestar atención, y ni siquiera era tanto el capitán como la situación y la decisión que lo había obligado a tomar sin desearlo lo más mínimo, valiéndose de esa autoridad paterna que Miklós empezaría a detestar si no se tratara del capitán. – No voy a seguir en el burdel, Thibault. Estoy bastante seguro de que la compañía se me atragantaría, incluso si no es a mí a quien termina faltándole el aliento, sólo por saber que tú vas a seguir rondando e ilustrando las pesadillas de todos menos yo. – continuó. Él nunca había tenido nada que temer del vampiro legendario que tenía delante, de un capitán que escribía su nombre con la misma sangre negra que derramaba para alimentarse y porque podía, y aunque pudiera llegar a tener pesadillas con él, no serían ni parecidas a las de los incautos que se lo cruzaran cuando el vampiro se encontrara sediento, fuera de venganza, de carne o simplemente de compañía. – Así que no me quedan muchas más opciones. Tendrán que ser los acantilados, pero no pronto, dame dos semanas. Qué demonios, presta un poco de atención y espérame por una maldita vez, no se te atragantará que sea diferente a lo de costumbre. Ya nos veremos. – se despidió, cortante, y sólo le dirigió una compleja mirada antes de marcharse.
Miklós tenía una facultad muy curiosa que había salido a la luz a la perfección durante ese breve encuentro: estaba muy vivo para lo muerto que se creía; sentía demasiado para lo apático que se consideraba; le importaba todo en exceso para lo indiferente que le gustaría ser, hasta abandonando el burdel donde había creído que encontraría sólo placer físico cuando, en realidad, también había alcanzado algo de catarsis emocional.
– Vaya forma de deshacerte de las consecuencias de lo que sea que vaya a pasar ahora. Me das la posibilidad de largarme y tal parece que sea lo que deseas que haga, como si así contaras con material para la próxima vez que discutamos. – bufó. Era inevitable que lo hiciera, con lo felino que era Miklós hasta para mostrar su disgusto, y si bien ya era considerablemente destacable que hubiera podido llamarse a lo suyo discusión (dada la inexpresividad de Miklós, eso no era algo que le sucediera todos los días, ni siquiera contando con la ocupación tan poco pacífica y tan beligerante a la que se había entregado el magyar hacía la tira con premeditación y alevosía a partes iguales), él decidió ignorarlo. Tenía algo mucho mejor delante a lo que prestar atención, y ni siquiera era tanto el capitán como la situación y la decisión que lo había obligado a tomar sin desearlo lo más mínimo, valiéndose de esa autoridad paterna que Miklós empezaría a detestar si no se tratara del capitán. – No voy a seguir en el burdel, Thibault. Estoy bastante seguro de que la compañía se me atragantaría, incluso si no es a mí a quien termina faltándole el aliento, sólo por saber que tú vas a seguir rondando e ilustrando las pesadillas de todos menos yo. – continuó. Él nunca había tenido nada que temer del vampiro legendario que tenía delante, de un capitán que escribía su nombre con la misma sangre negra que derramaba para alimentarse y porque podía, y aunque pudiera llegar a tener pesadillas con él, no serían ni parecidas a las de los incautos que se lo cruzaran cuando el vampiro se encontrara sediento, fuera de venganza, de carne o simplemente de compañía. – Así que no me quedan muchas más opciones. Tendrán que ser los acantilados, pero no pronto, dame dos semanas. Qué demonios, presta un poco de atención y espérame por una maldita vez, no se te atragantará que sea diferente a lo de costumbre. Ya nos veremos. – se despidió, cortante, y sólo le dirigió una compleja mirada antes de marcharse.
Miklós tenía una facultad muy curiosa que había salido a la luz a la perfección durante ese breve encuentro: estaba muy vivo para lo muerto que se creía; sentía demasiado para lo apático que se consideraba; le importaba todo en exceso para lo indiferente que le gustaría ser, hasta abandonando el burdel donde había creído que encontraría sólo placer físico cuando, en realidad, también había alcanzado algo de catarsis emocional.
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