AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The devil may care [Cameron]
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The devil may care [Cameron]
"I'm not insane, I just lost my faith"
El paso de los días se había convertido en el peor de los tormentos para la cazadora. Se encontraba atrapada en un bucle de tiempo llamado rutina, pues nunca en lo que llevaba de vida recibió tantas restricciones como las que cargaba consigo en aquel instante. Había desaprovechado sus múltiples oportunidades de redención, y en cambio, hizo de sí misma todo lo que su padre odiaba. No sólo había desobedecido, sino también recuperó de su pasado la debilidad mental que le invadió después de ser víctima del más cruel de los castigos: Ver como asesinaban a su familia y tener que vivir para contarlo. Tanto despreciaba su padre esta nueva versión de sí misma, que incluso llegó a mencionarle lo decepcionado que se encontraba de que fuera ella quien hubiese sobrevivido a la Lune Rouge.
Amara no se ofendió, ciertamente ella se sentía de la misma forma.
Sólo había un culpable y no era ella, no era Bastien y ni siquiera el perpetrador de su pesadilla. La culpa tenía nombre y era Cameron D’Lizoni. Desde aquel condenado día en el que el lobo entró a su vida, las cosas iban de mal en peor y todo se lo debía a aquella detestable y repentina punzada de clemencia, que caló sus huesos, una vez tuvo servida la oportunidad de matarle. Cierto era que ella no disfrutaba dar muerte tanto como su padre lo hacía, sí bien se regocijaba del combate, pues la sangre de todo un linaje de cazadores corría presurosa entre sus venas, para ella la venganza reposaba en algún lugar lejos del alcance de sus manos y no importaba cuantos delitos cometiera o cuantas vidas arrebatara, nada de lo que hiciera le devolvería su madre… a sus hermanas.
Aquella noche, sin nada que perder, Amara se obstinó a desobedecer a su padre una vez más. La prohibición del cazador era bastante simple, su sucesora no debía abandonar su habitación a menos que fuera para comer, ir al baño o entrenar y, si la fortuna estaba de su lado, podría acompañar a su progenitor a alguno de los tantos eventos a los que este era invitado, a pesar de que el Barón era el título que ostentaba de menos poder dentro de los cargos realeza, evidentemente, el cazador gozaba de renombre en la alta sociedad.
Después de colocarse el vestido menos oneroso que se encontró colgado en su guardarropa y que a decir verdad, no alcanzaba a bajar su estatus de la burguesía, la joven esperó a que su padre se encontrara plácido entre los brazos de Morfeo y caminó sigilosa por los pasillos de la mansión en busca de una salida; caminar por la puerta principal no era una opción, siempre habría cazadores de turno por allí, todos ellos leales a su padre. Al llegar a la primera planta, la cazadora abrió una de las ventanas en la sala de estar y por allí encontró su camino hasta al jardín, en donde tuvo escaló una gran cerca cubierta de maleza que le doblaba la altura.
Definitivamente el atuendo que había elegido para aquella noche no había sido el mejor.
Una vez en las calles, Amara reemplazó el sigilo por prisa. La ansiedad la obligaba a huir de la prisión en la que se convirtió su hogar, al menos por una noche. La joven caminó bajo la penumbra por casi una hora, con un destino específico marcado en la mente, uno que se opusiera tanto a sus costumbre como fuera posible. Fue aquella la razón, por la que la única protección que cargó durante toda su travesía por la ciudad, era una pequeña daga de plata oculta bajo el prense que su vestido le hacía en la cintura.
Una vez ingresó en el local, Amara sonrió complacida al comprobar que se trataba de una taberna de mala muerte; eran las pocas las veces que aquel gesto surcaba sus labios y lamentable que la única razón para hacerlo fuera tan desagradable lugar. Una vez la joven se sentó en la barra el primer trago fue a su cuenta, sin embargo, no tuvo que preocuparse mucho por los siguientes, pues pronto a su alrededor se formó un grupo de hombres que evidentemente buscaban de ella algún tipo de provecho. Los semblantes de aquellos señores desbordaban amabilidad y aunque la cazadora era lo suficientemente astuta como para ver más allá de lo aparente, el alcohol comenzaba a surgir efecto y pronto poco aquello le importó.
En toda su vida, jamás bebió más de dos copa de vino.
Aquello que en algún otro momento de su existencia hubiese sido bastante impropio de ella, se tornó factible gracias a la sensación que el trago le brindó. Unas cuantas copas más de licor bastaron para que la joven se encontrara riendo, brindando e incluso bailando junto a desconocidos que en estado de total sobriedad hubiese alejado con la sola mirada. No obstante, no pasó mucho tiempo antes que las consecuencias sus imprudencias salieran a flote. Aunque la joven se encontraba bastante animada producto del alcohol, sus movimientos aún correspondían perfectamente a lo que su mente ordenaba, y ésta, a su vez, conservaba aún la capacidad de pensar con claridad.
Cuando uno de los hombres intentó aprovecharse de su aparente estado de embriaguez y sus manos se forzaron alrededor de sus caderas intentando recorrer su cuerpo de formas que ningún caballero se atrevería, la reacción de la cazadora fue instintiva y pronto se encontró a sí misma rasgando el rostro del hombre con la fina hoja de plata que llevaba oculta, solo para que esta terminara atravesando una de las manos de aquel señor anclándola a la barra. Una vez el sujeto soltó un grito cargado de furia y dolor, la castaña corrió en dirección a la salida, mas los amigos del su atacante pronto corrieron en su auxilio, impidiéndole la huida.
Con su habilidad para el combate cuerpo a cuerpo para Amara fue sencillo deshacerse de dos de los hombres que intentaron atacarle en solitario, sin embargo, aquella fue una historia diferente una vez los demás se lanzaron hacia ella al mismo tiempo. Después de su encuentro en el bosque con Karsten Chavanell, las heridas en su espalda se habían abierto de nuevo y no habían sanado del todo, por lo tanto, le fue imposible contener un alarido de dolor cuando fue lanzada de reverso contra una pared, quejido que fue acallado cuando uno de los individuos le lanzó una cachetada, mientras los demás, escandalosos, se jactaban de cómo le iban a enseñar a respetar.
Amara soltó una carcajada, jamás le habían golpeado con tal delicadeza.
— Golpéeme cómo si en verdad lo mereciera, Señor —Se bufó del hombre, observándolo con el mismo desafío con el que miraba a sus presas, incluso a pesar de haber hecho de sí misma una de aquella clase.
La castaña reconoció su indiscreción cuando otro golpe, más fuerte, impactó su cara. La idea general de la noche era encontrar un detonante en el licor, algo que desatara su capacidad de sentir; pero inclusive con la cara ardiendo por los golpes, descubrió que nunca antes se sintió tan vacía.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
"I can sense you from the distance and put my blood to protect you even if you don't need me to"
¿Qué buscaba el primogénito de uno de los más altos burgueses de Italia en la más deplorable taberna de toda Francia? Pregunta que puede ser fácilmente respondida en amparo de otra con mucha más conjetura: ¿quién se supone era Cameron ahora que se le ha arrebatado la vida que alguna vez conoció? Si alguna vez existió otra versión de Cameron, rastro alguno que lo evidenciara era nulo. Su carisma si bien daba por fallecido lo compensaba con aquel aire de aberración y desdén. La taberna pasó a verle más que los criados en la residencia y con insistencia se aisló de todos sus allegados, incluyendo a su mejor amigo y último individuo que conocía como familia: Malachai Vlahovic. Los acontecimientos de la última noche que le vio a él y…, a ella, permanecían aún frescos en su memoria. La expresión de aflicción en el rostro de su amigo consiguió herir la conciencia que, por voluntad propia, decidió apagar. Mas fueron las palabras de Amara que terminaron de derrumbarlo. Mirar agonizante, cuerpo desgarbado y un trago en mano, es lo único que ha conocido desde entonces.
Las palabras de la cazadora retumban en su cabeza, qué ha de asegurarle que tal propuesta no es más que una miserable trampa, bien sabe que para matarlo oportunidad ha tenido de más, sin embargo, la vida que durante años se portó a pedir de boca, le ha dado la espalda de la forma más vil, mostrandole cuán cruel y desgraciada es capaz de ser. Echa de menos su vida, incluso el petulante ser de Xaziel sería bien recibido en situaciones como estas, el yugo de responsabilidades que incluso su padre ha pretendido desplomar sobre sus hombros desde el momento que nació, luce tal cual paraíso en comparación con su actual situación. Suspira. Derrotado. Abatido. Falto de vida. Da otro trago largo a la copa en sus manos mientras busca reordenar lo que alguna vez llamó vida, mientras intenta devolver control equitativo tanto a bestia como hombre, así lo hizo tiempo atrás y es lo que anhela ahora. Allí sentado en medio del desasosiego es cuando comprende el peso de las advertencias de Malachai, advertencias que bien comprendía no esperaba recibirlas con tanta prontitud.
No creyó llevar peores días hasta sentir una presencia sobreponerse ante las demás, una que cargaba cierto aire de singularidad que solo había distinguido en una sola personas: Amara Argent. Con quien había iniciado la locura que sin más se hizo lugar junto al punzante dolor que dejó la partida de su madre y cómplice. En su mente ponderaba la opción de visitar alguna hechicera, viajar hasta Asia de ser necesario con tal de develar el porqué su camino y el de la cazadora con rostro de ángel y actitud cuestionable, insistían en encontrarse.
Sin mucho ademán la observó sentarse al final de la barra, tan equidistante de él cómo fue posible; era aquella la primera de las ocasiones que la veía vestir de semejante manera, si bien en encuentros anteriores le era sencillo instalarse en la cabeza del primogénito de los D’Lizoni, bien supo ocasionar palpitaciones inesperadas en él, sentimientos que no sabía cómo tratar aún, y se esforzaba en aniquilar sin importar cómo. Aún estando atónito ante la belleza de quien no desaprovecharía otra oportunidad para cortarle la cabeza, Cameron decidió que tal como ella no deseaba verle en lo que le restase de vida, él por igual, aún con mayor insistencia debía apartarla de sus pensamientos. Es por lo que, decidido, retornó su pensar a donde estaban más era acto vano pues cada intento iniciaba y terminaba en ella. Empero, refuta cualquier indicio que corriera hacia ella, no todos sus problemas recaen en ella, ahora incluían por igual o aún más a su mejor amigo, también. Y hubiese tenido éxito en su empresa de no ser por los hombres que no escatimaron en acercarse a ella, y no era él que no pudiese defenderse lo que le preocupaba sino el verle tan cerca que enfurecía sus sentidos.
—Ha de ser un don natural el meterse en problemas… —pronunció para sí al ver la respuesta de esta y como salió del bar como alma que lleva el diablo. Iracundo, tanto hombre como bestia, espetó el vaso contra la mesa haciéndolo añicos y, sin reparar en las heridas ocasionada a su mano siguió a la mujer y los hombres que con seguridad deseaban conocer su fin antes de lo esperado pues el único motor en sus ojos era el de matarlos uno por uno, y fue justamente lo que resolvió hacer al salir y ver la mejilla de Amara marcada. Tan pronto como las palabras abandonaron a la castaña, no dio oportunidad al hombre de hacer un movimiento más acorralandole contra la pared varios centímetros sobre el suelo.
—Levantad un solo dedo en su contra y verás que tan rápido desprendo tu cabeza —gruñó profundo y lleno de ira, sus ojos brillaban de un ámbar ensombrecedor y en su rostro propiamente se admiraba la muerte danzar.
Las palabras de la cazadora retumban en su cabeza, qué ha de asegurarle que tal propuesta no es más que una miserable trampa, bien sabe que para matarlo oportunidad ha tenido de más, sin embargo, la vida que durante años se portó a pedir de boca, le ha dado la espalda de la forma más vil, mostrandole cuán cruel y desgraciada es capaz de ser. Echa de menos su vida, incluso el petulante ser de Xaziel sería bien recibido en situaciones como estas, el yugo de responsabilidades que incluso su padre ha pretendido desplomar sobre sus hombros desde el momento que nació, luce tal cual paraíso en comparación con su actual situación. Suspira. Derrotado. Abatido. Falto de vida. Da otro trago largo a la copa en sus manos mientras busca reordenar lo que alguna vez llamó vida, mientras intenta devolver control equitativo tanto a bestia como hombre, así lo hizo tiempo atrás y es lo que anhela ahora. Allí sentado en medio del desasosiego es cuando comprende el peso de las advertencias de Malachai, advertencias que bien comprendía no esperaba recibirlas con tanta prontitud.
No creyó llevar peores días hasta sentir una presencia sobreponerse ante las demás, una que cargaba cierto aire de singularidad que solo había distinguido en una sola personas: Amara Argent. Con quien había iniciado la locura que sin más se hizo lugar junto al punzante dolor que dejó la partida de su madre y cómplice. En su mente ponderaba la opción de visitar alguna hechicera, viajar hasta Asia de ser necesario con tal de develar el porqué su camino y el de la cazadora con rostro de ángel y actitud cuestionable, insistían en encontrarse.
Sin mucho ademán la observó sentarse al final de la barra, tan equidistante de él cómo fue posible; era aquella la primera de las ocasiones que la veía vestir de semejante manera, si bien en encuentros anteriores le era sencillo instalarse en la cabeza del primogénito de los D’Lizoni, bien supo ocasionar palpitaciones inesperadas en él, sentimientos que no sabía cómo tratar aún, y se esforzaba en aniquilar sin importar cómo. Aún estando atónito ante la belleza de quien no desaprovecharía otra oportunidad para cortarle la cabeza, Cameron decidió que tal como ella no deseaba verle en lo que le restase de vida, él por igual, aún con mayor insistencia debía apartarla de sus pensamientos. Es por lo que, decidido, retornó su pensar a donde estaban más era acto vano pues cada intento iniciaba y terminaba en ella. Empero, refuta cualquier indicio que corriera hacia ella, no todos sus problemas recaen en ella, ahora incluían por igual o aún más a su mejor amigo, también. Y hubiese tenido éxito en su empresa de no ser por los hombres que no escatimaron en acercarse a ella, y no era él que no pudiese defenderse lo que le preocupaba sino el verle tan cerca que enfurecía sus sentidos.
—Ha de ser un don natural el meterse en problemas… —pronunció para sí al ver la respuesta de esta y como salió del bar como alma que lleva el diablo. Iracundo, tanto hombre como bestia, espetó el vaso contra la mesa haciéndolo añicos y, sin reparar en las heridas ocasionada a su mano siguió a la mujer y los hombres que con seguridad deseaban conocer su fin antes de lo esperado pues el único motor en sus ojos era el de matarlos uno por uno, y fue justamente lo que resolvió hacer al salir y ver la mejilla de Amara marcada. Tan pronto como las palabras abandonaron a la castaña, no dio oportunidad al hombre de hacer un movimiento más acorralandole contra la pared varios centímetros sobre el suelo.
—Levantad un solo dedo en su contra y verás que tan rápido desprendo tu cabeza —gruñó profundo y lleno de ira, sus ojos brillaban de un ámbar ensombrecedor y en su rostro propiamente se admiraba la muerte danzar.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: The devil may care [Cameron]
"Sin"
Amara apretó los párpados con fuerza al observar como el hombre levantó la mano en ademan de golpearle de nuevo. Los efectos del alcohol que se extendían a través de su cuerpo apaciguaban el dolor en su mejilla, una mancha color rosa intenso resaltaba en la pálida piel bajo su pómulo, sin embargo, la cazadora no sintió nada más allá de un etéreo cosquilleo. Bastien le había instruido desde pequeña a recibir golpes sin soltar quejido, “recibirlos con dignidad”, así lo llamaba él y, en efecto, en su corta vida, había sido herida de tantas formas que la colisión del puño del hombre contra su rostro se asemejó más a una caricia, al menos así fue en su concepto.
Pasaron varios segundos y a pesar de que sus sentidos se encontraban adormecidos, nada tocó la piel de la castaña. Por instante, consternación invadió su mente, mas la situación fue aclarada prontamente. Mezclada entre las voces de los hombres que ávidos de violencia y con un indicio de obscenidad enmarcando sus miradas, se alzó una voz con un denotado acento italiano, una que reconocería incluso aunque en sus oídos retumbase toda la algarabía del universo entero.
Tan pronto como el licántropo finalizó su dicción, Amara se percató de como el agarre de aquellos depravados individuos sobre su cuerpo se desvaneció. Casi con timidez, cautelosa de aquello que podría encontrar su visión, la cazadora abrió paulatinamente los ojos, solo para encontrarse con las difusas siluetas de los hombres sumiéndose en la oscuridad de un callejón mientras huían despavoridos. Por su parte, Cameron elevaba a unos cuantos centímetros sobre suelo al sujeto que había tenido el atrevimiento de agredirle. La forma en la que el lobo le sostenía daba la ilusión de que aquel desgraciado pesaba tanto como una pluma.
Incrédula ante lo que presenciaba, la castaña se forzó a creer, que todo cuanto sucedía ante sus ojos no era más que otra consecuencia de su imprudente forma de beber. La mirada de Cameron, fulgurosa, centellaba ira en un tono ámbar, un tipo de disgusto que no había conocido antes en el lobo y a pesar de que, para el momento, sus encuentros habían sido pocos. Hasta el momento, todo su peso había descansado sobre la pared contra la que, quien había sido su hostigador, ahora se encontraba acorralado. El equilibrio jugaba en su contra, pero Amara separó de la pared y dio un torpe paso hasta Cameron, enganchando las manos en sus brazos.
— Suéltele — Ordenó
Cameron le observó confuso. Tan pronto como sus ojos se posaron sobre ella, el destello de furia desapareció, sin embargo, sus facciones permanecieron cinceladas con severidad. La cazadora sintió la necesidad de insistir, pero antes de que pudiesen formular palabra sus labios, D’ Lizoni soltó al hombre a regañadientes. El sujeto cayó de rodillas al suelo y de allí se arrastró hasta ponerse en pie, trastabillando en su escape como un borrego que acaba de nacer. De alguna retorcida forma aquello divirtió a la doncella.
El silencio reinó entre hombre y mujer, ambos anclaron la mirada sobre el otro sin atreverse a decir palabra alguna. Amara no supo exactamente cuánto duró aquella situación, pero imaginó que no fueron más de unos segundos, instantes que, ante su perspectiva, pasaron como si fuesen horas.
Finalmente, buscando apoyo en la pared, de nuevo, la cazadora decidió romper la imaginaria capa de hielo que se había construido entre ambos y aclaró su garganta antes de hablar. Si en algún momento se mostró lo suficientemente turbada como para dejar entrever cuan abrumada se sentía por la presencia del lobo entonces se desvaneció, y en cambio falsa impavidez refulgió en su rostro.
— Esperaba que su presencia fuera solo una mala jugada de mi imaginación — Soltó finalmente, esta vez se dirigió a él distante, imponente — Pensé que fui lo suficientemente clara cuando dije que no quería volverle a ver nunca más.
Amara estaba al tanto de cuan desagradecidas sonaban sus palabras. La castaña se acostumbró desde pequeña a valerse por sí misma, a salvarse ella sola, pero cada vez que su destino se cruzaba con el de la criatura a la que por naturaleza le había sido impuesto odiar, su existencia se entreveraba, otorgando lógica a un imposible. Tenía que alejarse de él, cada segundo que pasaba se sentía más atraída por la peligrosa curiosidad que le despertaba y que amenazaba con hacerle obviar todo instructivo con que fue criada. A sus ojos, el lobo era la representación del mal, el pecado que de una forma u otra ya había cometido.
— Si esto es acerca de la información que le prometí… —D’Lizoni intentó interrumpirle, mas ella no lo permitió — Todavía no hay una fecha exacta, pero le aseguro que, si usted cumple su palabra, yo cumpliré la mía…
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
Sus palabras calaban en lo más profundo de su ser demostrandole que incluso hecho pedazos la dama erguida, regocidada en su basto orgullo, había obtenido el poder de convertirlo añicos con tan solo palabras. En aquel momento no decidía qué exactamente quemaba con mayor intensidad en su interior, no conseguía diferenciar a su enemigo de la mujer que con alguna artimaña se inmiscuyó en su cabeza…, y corazón. Debía, necesitaba detenerse, regresar a sus inicios y resolver la maraña de eventos que le sacudían súbitamente; era imprescindible que cambiase la fuente pues, aunque la cazadora ofreciese información tan diligentemente, no compartía sus términos. Sí, alejarse resultaba la opción más saludable para ambos; aceptar algo a cambio de ello insultaba sus principios.
Carcajeó ante las declaraciones de la dama más lleno de dolor que de entretenimiento. Tan pronto como notó que se acercaba imperante hacia ella frenó y retrocedió considerablemente a sabiendas que la frustración reemplazaba a la ira en demasía volviendolo igual de peligroso.
—¿Cree que he venido por usted? —cuestionó fútil. El entrecejo fruncido empeñado en actuar como tal. Decidido a no quebrantarse frente a los ojos inquisidores de quien le doblegaba de la bestia imponente que era a un débil cachorro—. Por favor no sobrealimente su propio ego, Amara —pronunció su nombre con acidez en el alma—. Que mis sentidos enloquezcan y mi mente no sepa hacer otra cosa que pensar en su persona, no afirma que vaya a seguir su sombra.
Existía un Cameron que prevalecía bajo todas las capas, que se imponía ante el dolido y el descarado. Uno que tomaba el control y ejerció su autonomía incluso ante la bestia, el único que supo controlar el demonio al que su padre tanto temía. Prevalece en el primogénito de la Casa D’Lizoni una esencia que creyó perdida al ver descender su madre y ser entregada a la tierra, ese que supo llevar las riendas y hoy, bajo el imponente cielo nocturno de París, frente a la opción más arriesgada que pudo tener el coraje de atesorar de carácter fuerte y mirada hipnotizante, fue aquella noche cuando cometió el error de permitir que tal esencia se mezclara con el desdén que había arraigado en él.
Resopló exhausto enterrando sus largos dedos en el cabello y dejando caer el peso del cuerpo de un lado al otro. Reunió toda la fortaleza con la que no contaba y sostuvo su mirada.
—Tan solo he hecho lo que cualquier caballero haría —aseguró—. En vano, pues no ha de necesitarse uno cuando la dama insiste en valerse por sí misma, mi error.
Verla tan decidida, su hermoso rostro falto de vida y aquella expresión de odio que insistían en emular las palabras dictadas que pronunciaban sus dulces labios quebrantaba su interior tanto como el tenue moretón en sus mejillas que le empujaba a interrogarse cuantas han sido las ocasiones que han posicionado a la cazadora en el mismo lugar.
Escuchar sus palabras promovió el desacierto en el que solo ella añadía a la tormenta que se daba lugar en él.
—¡NON C’É MAI STATA UNA PARABOLA! —vociferó atrapado en el océano de sensaciones que solo Amara tenía el poder de remover en él—...Jamás le he dado tal palabra —repitió entre dientes obligándose a mantener la calma—. Haga lo que quiera con tan infausta información.
Dio otro paso atrás temeroso de no poder controlarse. Su pecho ascendía y descendía en severas repeticiones hasta que el Cameron de temer obtuvo el control sobre hombre y demonio.
—No sé qué clase de entrenamiento haya recibirlo pero, solo puedo decirle, recibir los golpes que son arrojados a usted de brazos cruzados no es señal de valentía. Al menos evite tal estupidez en mi presencia. Solo entonces podré darle mi palabra y no interferir en sus asuntos.
Carcajeó ante las declaraciones de la dama más lleno de dolor que de entretenimiento. Tan pronto como notó que se acercaba imperante hacia ella frenó y retrocedió considerablemente a sabiendas que la frustración reemplazaba a la ira en demasía volviendolo igual de peligroso.
—¿Cree que he venido por usted? —cuestionó fútil. El entrecejo fruncido empeñado en actuar como tal. Decidido a no quebrantarse frente a los ojos inquisidores de quien le doblegaba de la bestia imponente que era a un débil cachorro—. Por favor no sobrealimente su propio ego, Amara —pronunció su nombre con acidez en el alma—. Que mis sentidos enloquezcan y mi mente no sepa hacer otra cosa que pensar en su persona, no afirma que vaya a seguir su sombra.
Existía un Cameron que prevalecía bajo todas las capas, que se imponía ante el dolido y el descarado. Uno que tomaba el control y ejerció su autonomía incluso ante la bestia, el único que supo controlar el demonio al que su padre tanto temía. Prevalece en el primogénito de la Casa D’Lizoni una esencia que creyó perdida al ver descender su madre y ser entregada a la tierra, ese que supo llevar las riendas y hoy, bajo el imponente cielo nocturno de París, frente a la opción más arriesgada que pudo tener el coraje de atesorar de carácter fuerte y mirada hipnotizante, fue aquella noche cuando cometió el error de permitir que tal esencia se mezclara con el desdén que había arraigado en él.
Resopló exhausto enterrando sus largos dedos en el cabello y dejando caer el peso del cuerpo de un lado al otro. Reunió toda la fortaleza con la que no contaba y sostuvo su mirada.
—Tan solo he hecho lo que cualquier caballero haría —aseguró—. En vano, pues no ha de necesitarse uno cuando la dama insiste en valerse por sí misma, mi error.
Verla tan decidida, su hermoso rostro falto de vida y aquella expresión de odio que insistían en emular las palabras dictadas que pronunciaban sus dulces labios quebrantaba su interior tanto como el tenue moretón en sus mejillas que le empujaba a interrogarse cuantas han sido las ocasiones que han posicionado a la cazadora en el mismo lugar.
Escuchar sus palabras promovió el desacierto en el que solo ella añadía a la tormenta que se daba lugar en él.
—¡NON C’É MAI STATA UNA PARABOLA! —vociferó atrapado en el océano de sensaciones que solo Amara tenía el poder de remover en él—...Jamás le he dado tal palabra —repitió entre dientes obligándose a mantener la calma—. Haga lo que quiera con tan infausta información.
Dio otro paso atrás temeroso de no poder controlarse. Su pecho ascendía y descendía en severas repeticiones hasta que el Cameron de temer obtuvo el control sobre hombre y demonio.
—No sé qué clase de entrenamiento haya recibirlo pero, solo puedo decirle, recibir los golpes que son arrojados a usted de brazos cruzados no es señal de valentía. Al menos evite tal estupidez en mi presencia. Solo entonces podré darle mi palabra y no interferir en sus asuntos.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 20/04/2016
Localización : Francia
Re: The devil may care [Cameron]
Con todo su peso recargado sobre la pared, la cazadora se limitó a observar la forma tan sencilla en la que el lobo se encontraba predispuesto a perder el control. Con la brisa de invierno golpeando sus mejillas y revolviendo sus rizos, en silencio, suspiró, dejando fluir la bocanada de aire que se había esforzado en mantener, evocando sensación de ahogo o cualquier otra noción que le permitiera ignorar las palabras de su interlocutor. Preso de una exaltación propia de la bestia, que se removía en el interior del hombre incluso aunque era la figura incompleta de su astro madre la que surcaba los cielos, este le había señalado culpable de tan enardecido discurso y del tornado emocional que le acogía, admitiéndole su incapacidad para sacarla de su mente.
Amara negó ligeramente con la cabeza cómo si de tal forma apartara las palabras que continuaban haciendo eco en su mente, consciente de que, a pesar de negárselo a sí misma, era cierto que ella retribuía de forma semejante aquello que Cameron había descrito casi sin esfuerzo. Sin embargo, a diferencia del licántropo, para la joven era inapropiado el simple hecho de permitirse admitir que uno de la alcurnia de las bestias que por historia y ascendencia se suponía debía odiar, era aquel que poseía el don de hacerle insubordinarse a los inflexibles estatutos que su padre le había instruido desde muy pequeña y doblegar sus instintos y su voluntad, al punto que no conocer límites en los asuntos que respectaban al él.
— No creo que haya venido por mí — musitó, aparentando restar importancia a las abiertas declaraciones del hombre — como yo, creo que usted no ha podido escapar a los designios del destino, que por alguno u otro motivo le han traído hasta aquí — Amara llevó la mirada hasta la fachada de la taberna, observando a través de las ventanas a hombres y mujeres, quienes, embriagados en licor, hallaban goce en el pútrido ambiente del garito — pero creo también que pudo evitar inmiscuirse, procurar que no le viese…
Amara sintió la imponente presencia del lobo alzarse en su dirección, no obstante, justo cuando volvió la mirada hacia él, se detuvo irritado, retrocediendo considerablemente. Por un instante, la joven creyó vislumbrar los irises del hombre en un refulgente ámbar.
divertida inclinó la cabeza ligeramente y media sonrisa se extendió en sus labios.
— Debe usted dejar de gritarme en italiano — contestó una vez D’lizoni terminó de vociferar en su lengua madre — Realmente no entiendo nada
Al percatarse de la palpable molestia del lobo cuyo pecho se elevaba y distendía aceleradamente, se alejó de la pared que le sostenía a sus espaldas, apoyando entonces el peso de su cuerpo sobre sus pies. Imperiosa, la joven se colocó frente al castaño y avanzó a paso firme, forzándose a no ceder a los efectos del alcohol que amenazaban con desequilibrar su andar.
— ¿Por qué tiene tanto miedo a lastimarme, a perder el control?
Sin temor a tentar a la bestia, la joven prosiguió con rapidez, acortando la distancia que su contraparte se empeñaba en extender. Una indagación se había apropiado de sus cavilaciones y convirtió en menester manipular la situación para reconocer el origen de aquello que ambos sentían, incluso aunque la verdad de la situación le asustase más que el posible resultado de un movimiento en falso, en donde alguno de los dos podría salir lastimado; cualquiera que fuese el resultado, ninguno le favorecería.
— Soy una cazadora, tal y como lo eran aquellos que asesinaron a su madre — comentó una vez el lobo dejó de retroceder— ¿Por qué no simplemente dejarlos tomar lo que quisieran?
La contrariedad que causaban sus palabras era evidente: los puños del hombre se encontraban cerrados, su cuerpo tenso, sus respiraciones agitadas y su mandíbula apretada; no se debía poseer demasiada experiencia en la caza como para comprender que acercarse sin arma alguna que le protegiera, era una ocurrencia peligrosa... descabellada.
— El control está sobrevalorado — tan pronto como solo medio pie de distancia se opuso entre sus cuerpos, Amara tomó la mano del lobo entre la suya y la posó sobre su propio cuello, sintiendo de inmediato una breve opresión — no quería aparentar valentía, quería sentir algo — admitió sin quitar la mirada de los ojos pardos de su interlocutor, a pesar de que la luz de los faros que iluminaban las calles se extendía tenue en el punto en el que se encontraban — Si realmente quiere ayudarme ya sabe qué hacer.
esta vez, la cazadora tomó al licano por la camisa, atrayéndole hasta ella, ahora sin espacio que les dividiera, acorralándose a sí misma contra la pared sobre la que minutos antes dejó caer su cuerpo.
— Un golpe o un segundo, es todo lo que necesita — susurró, sintiendo el aura fantasmal de los labios del hombre acariciar la punta de su nariz. Entonces, dejó libre el agarre que mantenía sobre la camisa del hombre— adelante lobo, es un reto.
Amara negó ligeramente con la cabeza cómo si de tal forma apartara las palabras que continuaban haciendo eco en su mente, consciente de que, a pesar de negárselo a sí misma, era cierto que ella retribuía de forma semejante aquello que Cameron había descrito casi sin esfuerzo. Sin embargo, a diferencia del licántropo, para la joven era inapropiado el simple hecho de permitirse admitir que uno de la alcurnia de las bestias que por historia y ascendencia se suponía debía odiar, era aquel que poseía el don de hacerle insubordinarse a los inflexibles estatutos que su padre le había instruido desde muy pequeña y doblegar sus instintos y su voluntad, al punto que no conocer límites en los asuntos que respectaban al él.
— No creo que haya venido por mí — musitó, aparentando restar importancia a las abiertas declaraciones del hombre — como yo, creo que usted no ha podido escapar a los designios del destino, que por alguno u otro motivo le han traído hasta aquí — Amara llevó la mirada hasta la fachada de la taberna, observando a través de las ventanas a hombres y mujeres, quienes, embriagados en licor, hallaban goce en el pútrido ambiente del garito — pero creo también que pudo evitar inmiscuirse, procurar que no le viese…
Amara sintió la imponente presencia del lobo alzarse en su dirección, no obstante, justo cuando volvió la mirada hacia él, se detuvo irritado, retrocediendo considerablemente. Por un instante, la joven creyó vislumbrar los irises del hombre en un refulgente ámbar.
divertida inclinó la cabeza ligeramente y media sonrisa se extendió en sus labios.
— Debe usted dejar de gritarme en italiano — contestó una vez D’lizoni terminó de vociferar en su lengua madre — Realmente no entiendo nada
Al percatarse de la palpable molestia del lobo cuyo pecho se elevaba y distendía aceleradamente, se alejó de la pared que le sostenía a sus espaldas, apoyando entonces el peso de su cuerpo sobre sus pies. Imperiosa, la joven se colocó frente al castaño y avanzó a paso firme, forzándose a no ceder a los efectos del alcohol que amenazaban con desequilibrar su andar.
— ¿Por qué tiene tanto miedo a lastimarme, a perder el control?
Sin temor a tentar a la bestia, la joven prosiguió con rapidez, acortando la distancia que su contraparte se empeñaba en extender. Una indagación se había apropiado de sus cavilaciones y convirtió en menester manipular la situación para reconocer el origen de aquello que ambos sentían, incluso aunque la verdad de la situación le asustase más que el posible resultado de un movimiento en falso, en donde alguno de los dos podría salir lastimado; cualquiera que fuese el resultado, ninguno le favorecería.
— Soy una cazadora, tal y como lo eran aquellos que asesinaron a su madre — comentó una vez el lobo dejó de retroceder— ¿Por qué no simplemente dejarlos tomar lo que quisieran?
La contrariedad que causaban sus palabras era evidente: los puños del hombre se encontraban cerrados, su cuerpo tenso, sus respiraciones agitadas y su mandíbula apretada; no se debía poseer demasiada experiencia en la caza como para comprender que acercarse sin arma alguna que le protegiera, era una ocurrencia peligrosa... descabellada.
— El control está sobrevalorado — tan pronto como solo medio pie de distancia se opuso entre sus cuerpos, Amara tomó la mano del lobo entre la suya y la posó sobre su propio cuello, sintiendo de inmediato una breve opresión — no quería aparentar valentía, quería sentir algo — admitió sin quitar la mirada de los ojos pardos de su interlocutor, a pesar de que la luz de los faros que iluminaban las calles se extendía tenue en el punto en el que se encontraban — Si realmente quiere ayudarme ya sabe qué hacer.
esta vez, la cazadora tomó al licano por la camisa, atrayéndole hasta ella, ahora sin espacio que les dividiera, acorralándose a sí misma contra la pared sobre la que minutos antes dejó caer su cuerpo.
— Un golpe o un segundo, es todo lo que necesita — susurró, sintiendo el aura fantasmal de los labios del hombre acariciar la punta de su nariz. Entonces, dejó libre el agarre que mantenía sobre la camisa del hombre— adelante lobo, es un reto.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
Era ella sin lugar a dudas el más difícil de los acertijos, su mirada era feroz inmutable ante los vestigios de la vida, o era aquello al menos lo que se empeñaba en demostrar. En una ciudad que observa tus pasos fue criada para matar, no sentir aun así su cuerpo cayera a pedazos, él había caído por el enemigo y no solo no encontraba salida de aquel laberinto imponente, ojos profundos como la noche y labios tentadores, tampoco encontraba los deseos de hacerlo. Ahí tan cerca como nunca, sus sentidos enloquecían mientras la razón rogaba que diera un paso atrás, “no lo hagas” repetía una y otra vez su conciencia mas no escuchó, sostuvo la garganta de la cazadora con fuerza, no la suficiente para desprender la cabeza por completo, pero sí bastante para dejar sus dedos marcados en tan bella piel. Si bien su guía que brillaba orgullosa en el firmamento llamaba a la bestia a jugar con una dulce melodía que solo se podría comparar con el canto que escuchan los marinos antes de morir en mano de sirenas, tanto la bestia como él estaba de acuerdo en que, no importaba cuanto lo desquiciara la joven frente a sus ojos, destruiría toda la nación antes de lastimar uno solo de sus cabellos. Sin embargo, la disputa se acrecentaba a la mención de su madre…,
—¿Qué, quiere usted entonces arranque su cuello y lo cuelgue en mi pared como trofeo tal como lo hacen los de su clase? —susurra, Dios sabe conteniéndose a más no poder—. Le sugiero se mantenga al margen, no estaré coleccionando laureles, incluso los demonios como yo sabemos concederle algo de dignidad a las bestias como los suyos —libera el cuello de la cazadora mas sin apartarse un centímetro lejos de ella—. Lamentaría quede usted en medio…incluso si es la culpable…
La observa intrigado, en busca del motivo que impulse a la dama día a día, lo que sea que la haya forjado e buscar dolor como alcohólico que depende de una copa. Si bien desde su perspectiva el control estaba sobrevalorado para él era primordial, luego de veinticuatro años perdía el control de sus impulsos más salvajes, después de tanto tiempo se alejaba descaradamente de quien era; hacía añicos con sus propias garras el lazo formado entre bestia y hombre, la harmonía que tanto le costó conseguir y no podría adquirir ni siquiera con todo el dinero bajo su nombre.
Eran bastas las ideas que surcaban su mente, herirla no listaba en ninguna de ellas. Amara contaba con la cualidad de perturbar el mundo de Cameron y él no era muy avezado en tales situaciones. Los últimos meses le habían impulsado a un mundo que escapaba de sus manos, le obligaban a salir de su mundo y jugar con la desesperación, a no ser más el muchacho despreocupado, el arrogante que había descubierto el secreto de sentarse a tomar con sus demonios sin perder el mando sobre ellos. El hijo del Conde y una de las damas más encantadora de toda Italia; se transformó en la bestia que tanto aclamaba su padre…, en lo que tanto temía su linaje. Allí tan cerca como para olvidar los parámetros de etiqueta y protocolo que por horas le instruían en su niñez, allí con la razón de su demencia frente a él, contenerse perdía cualquier tipo de credibilidad. —Después de todo…toda memoria deberá marcharse en la mañana… —fue lo último que pensó antes de probar el dulce sabor del desdén, dolor y odio de los labios de la dama.
—Desconozco como la hayan educado hasta ahora, pero sepa, que no seré quien continúe con tal estupidez. Si tanto busca sentir algo…, existen otras maneras que no involucran derramar su sangre —dijo, tan molesto como indignado. Imponiendo una breve distancia entre ambos, lo suficiente para desvanecer la intimidad—. Tan solo demuestra que los salvajes no somos nosotros —dice, en alusión a los suyos.
—Cam…—sonó una apaciguada voz no muy lejos de aquellos dos—. Suerte te he encontrado, Malachai dijo que estarías aquí.
Confusión surcaba el entrecejo fruncido del licántropo, en medio de su pasado y presente hombre y bestia no evitaban sentirse acorralados. No por las mujeres en su presencia, sino por ella que aun pendía a centímetros de distancia, embriagándolo con su perfume, perturbando sus principios y todo su ser. Bien podría dar un paso atrás y abrazas con efusividad a Anne, cuyo rostro no veía desde el entierro de su madre, empero, Amara Argent se había adueñado de su tiempo, pensamiento e incluso sus demonios.
—Comprendo que no le interesa si sale lastima o no… —dice, ignorando la llegada de Anne-Marie—. Más debe saber, y vaya que sé es lo peor que puedo confesar en este momento, pero a uno de los dos sí le preocupa —erguido recobra la postura lejos de la cazadora—si tiene usted alguna información le ruego que se abstenga de proveerla, los dos sabemos, si tanto cree usted en el destino, que este no será nuestro último encuentro. Y no vuelva usted a mencionar mi madre, si guarda a un poco de decoro.
¿Cómo pudo sumergerse en tal predicamento? ¿Por qué permitir tal martirio de quien tan solo desea colgar su cabeza sobre la chimenea? Podría preguntarse tales interpelaciones toda la noche y no tener exito alguno o atorgarle la culpa a la demencia a la que se ha entregada sin objeción alguna
—¿Qué, quiere usted entonces arranque su cuello y lo cuelgue en mi pared como trofeo tal como lo hacen los de su clase? —susurra, Dios sabe conteniéndose a más no poder—. Le sugiero se mantenga al margen, no estaré coleccionando laureles, incluso los demonios como yo sabemos concederle algo de dignidad a las bestias como los suyos —libera el cuello de la cazadora mas sin apartarse un centímetro lejos de ella—. Lamentaría quede usted en medio…incluso si es la culpable…
La observa intrigado, en busca del motivo que impulse a la dama día a día, lo que sea que la haya forjado e buscar dolor como alcohólico que depende de una copa. Si bien desde su perspectiva el control estaba sobrevalorado para él era primordial, luego de veinticuatro años perdía el control de sus impulsos más salvajes, después de tanto tiempo se alejaba descaradamente de quien era; hacía añicos con sus propias garras el lazo formado entre bestia y hombre, la harmonía que tanto le costó conseguir y no podría adquirir ni siquiera con todo el dinero bajo su nombre.
Eran bastas las ideas que surcaban su mente, herirla no listaba en ninguna de ellas. Amara contaba con la cualidad de perturbar el mundo de Cameron y él no era muy avezado en tales situaciones. Los últimos meses le habían impulsado a un mundo que escapaba de sus manos, le obligaban a salir de su mundo y jugar con la desesperación, a no ser más el muchacho despreocupado, el arrogante que había descubierto el secreto de sentarse a tomar con sus demonios sin perder el mando sobre ellos. El hijo del Conde y una de las damas más encantadora de toda Italia; se transformó en la bestia que tanto aclamaba su padre…, en lo que tanto temía su linaje. Allí tan cerca como para olvidar los parámetros de etiqueta y protocolo que por horas le instruían en su niñez, allí con la razón de su demencia frente a él, contenerse perdía cualquier tipo de credibilidad. —Después de todo…toda memoria deberá marcharse en la mañana… —fue lo último que pensó antes de probar el dulce sabor del desdén, dolor y odio de los labios de la dama.
—Desconozco como la hayan educado hasta ahora, pero sepa, que no seré quien continúe con tal estupidez. Si tanto busca sentir algo…, existen otras maneras que no involucran derramar su sangre —dijo, tan molesto como indignado. Imponiendo una breve distancia entre ambos, lo suficiente para desvanecer la intimidad—. Tan solo demuestra que los salvajes no somos nosotros —dice, en alusión a los suyos.
—Cam…—sonó una apaciguada voz no muy lejos de aquellos dos—. Suerte te he encontrado, Malachai dijo que estarías aquí.
Confusión surcaba el entrecejo fruncido del licántropo, en medio de su pasado y presente hombre y bestia no evitaban sentirse acorralados. No por las mujeres en su presencia, sino por ella que aun pendía a centímetros de distancia, embriagándolo con su perfume, perturbando sus principios y todo su ser. Bien podría dar un paso atrás y abrazas con efusividad a Anne, cuyo rostro no veía desde el entierro de su madre, empero, Amara Argent se había adueñado de su tiempo, pensamiento e incluso sus demonios.
—Comprendo que no le interesa si sale lastima o no… —dice, ignorando la llegada de Anne-Marie—. Más debe saber, y vaya que sé es lo peor que puedo confesar en este momento, pero a uno de los dos sí le preocupa —erguido recobra la postura lejos de la cazadora—si tiene usted alguna información le ruego que se abstenga de proveerla, los dos sabemos, si tanto cree usted en el destino, que este no será nuestro último encuentro. Y no vuelva usted a mencionar mi madre, si guarda a un poco de decoro.
¿Cómo pudo sumergerse en tal predicamento? ¿Por qué permitir tal martirio de quien tan solo desea colgar su cabeza sobre la chimenea? Podría preguntarse tales interpelaciones toda la noche y no tener exito alguno o atorgarle la culpa a la demencia a la que se ha entregada sin objeción alguna
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Re: The devil may care [Cameron]
Ningún tipo de entrenamiento o lección pudo haber preparado a la joven cazadora para el alud de sentimientos que encontró en los labios de D’Lizoni. Acogida por una indescifrable cantidad de sensaciones, un eléctrico cosquilleo viajó desde su boca hasta la punta de sus pies, desplazándose por cada nervio, músculo y hueso, hasta despertar el entumecimiento generado por su inusual ingesta de alcohol. Tan vasto fue el impacto de aquella íntima caricia que, repentinamente, Amara sintió una breve punción en su mejilla, justo en el lugar donde aún ardía el golpe del hombre a quien el lobo había ahuyentado.
La castaña no fue realmente consciente de cuánto tiempo jugaron sus labios mas si estuvo segura de que se sintió como una eternidad atrapada en un instante y extrañamente, aquella era la primera vez que un acto tan sencillo y banal como un beso le hacía cuestionar sus principios y, con ellos, su estirpe y el legado que portaba en la sangre. Aunque intentara refutar lo que sentía, la realidad de aquel momento fue que ella lo correspondió de la misma forma en la que el lobo se atrevió a atrapar sus labios, alborotado y con una pizca de necesidad.
Su mente le rogaba empujarle y zampar una cachetada en su rostro aparentando ofensa ante la indiscreción, no obstante, no ejecutó ninguna acción proveniente de su lógica, al menos no hasta que fue él quien decidió apartarse y continuar su discurso, casi como si no hubiese sucedido nada, alegando que los únicos monstruos de aquella ciudad eran ella y los de su clase.
En cualquier otra ocasión la joven no hubiese vacilado en replicar la acusación, pero en aquel instante no pudo formular ninguna palabra, ni siquiera un sonido o un torpe balbuceo, solo permaneció allí, en silencio, con sus párpados abiertos de par en par, pestañeando reiteradas veces como si en cualquier momento el hombre frente a ella fuese a desaparecer, conteniendo el aliento hasta que la persistente sensación de asfixia le obligó a soltar el aire contenido.
— ¿Qué le hace pensar que eso me ha hecho sentir algo? — musitó en un hilo de voz
Un segundo después, el inquietante silencio fue perturbado por una voz femenina, una que pretendía llamar la atención de su acompañante, dirigiéndose a él con familiaridad, con ese tipo de confianza que no se construye de un día a otro; sin embargo, él no reparó en el causante de la intromisión y, a decir verdad, ella tampoco, no hasta que el lobo finalizó su alegato.
— De mis labios nunca más escuchará mención de su madre.
Amara sintió el peso de una segunda mirada recayendo sobre ella; una joven mujer, de piel pálida, cabellos castaños y unos grandes y hermosos ojos grises, dueña de la voz que llamaba a Cameron, le observaba de una forma que no tuvo ánimo de descifrar, pero, de tener que dar una suposición afortunada, diría que se trataba de disgusto. ¿Quién era ella y qué relación tenía con el licántropo? La íntima cordialidad con la que le había nombrado le dio un par de ideas a la cazadora, y aunque detestara admitirlo, más de una de ellas logró causarle una molesta opresión sobre el pecho, un tipo de inquietud que nunca había conocido… ¿Celos? No podía permitirlo.
Dio un paso al frente apartándose de la pared, manteniendo su usual semblante altivo e imponente, pretendiendo que nada en su interior se había quebrado, que nunca otorgó el poder a uno de la misma alcurnia de aquellos que asesinaron a sus congéneres y arrebataron su felicidad, de fragmentar toda su existencia.
Inhaló tanto aire como le fue posible, echó un último vistazo al lobo y se dio media vuelta, dispuesta a alejarse del lugar tan rápido como sus pies se lo permitieran, no obstante, no contaba ella con que ante sus ojos se materializara la silueta de quien se había convertido en uno de los tantos fantasmas de su pasado; Malachai Vlahovic.
Con una afligida sonrisa dibujada en los labios, su amigo de infancia se acercó a ella, sosteniendo en una de sus manos el collar de zafiro de su madre. Desconcertada, Amara llevó su mano al pecho y sintió su corazón caerle a los pies al no encontrar la joya colgada a su cuello, incluso desconociendo el verdadero poder de la alhaja sobre su naturaleza, pues para suerte de su ignorancia no era noche de luna llena, esta era pertenencia de su difunta madre, el único recuerdo que guardaba de ella y, por ende, su posesión más preciada; aparte de aquella gema, Bastien no le permitió conservar nada más, todos los otros bienes habían sido consumidos por el fuego.
— Estaba siguiendo a Anne y un grupo de borrachos intentó vendérmela — Malachai removió la cadena brevemente, especificando el objeto al que se refería — Pero cuando la vi supe exactamente a quién le pertenecía.
El tono de su voz era agradable y su mirada desbordaba ternura, casi como si ante sus ojos no se alzara una mujer, sino la pequeña de nueve años que le ofrecía un pastelillo. Amara permaneció inmóvil, obligándose a mantener discreción, a retener hasta la última gota se emoción que intentara aflorar de su interior, sin embargo, supo que había fallado cuando sintió sus ojos escocer.
— ¿Puedo? — Indagó el joven licántropo, esperando que la castaña le permitiera colocarle el collar.
Sin decir palabra, Amara se dio media vuelta encontrando nuevamente la mirada de Cameron, anclando sus brillantes orbes sobre los de él, sin tener intención alguna de desplazarlos. Con delicadeza, la joven levantó los rizos que le cubrían la nuca y esperó a que Malachai se acercara, no obstante, tan pronto como el dije de la cadena rozó su piel, la gema resplandeció en un vibrante azul rey, destello que se extendió a sus ojos inmediatamente; si bien ella no fue consciente del refulgir de sus pupilas, tan pronto como observó el resplandecer del zafiro, abrumada por lo ocurrido, salió a correr.
La castaña no fue realmente consciente de cuánto tiempo jugaron sus labios mas si estuvo segura de que se sintió como una eternidad atrapada en un instante y extrañamente, aquella era la primera vez que un acto tan sencillo y banal como un beso le hacía cuestionar sus principios y, con ellos, su estirpe y el legado que portaba en la sangre. Aunque intentara refutar lo que sentía, la realidad de aquel momento fue que ella lo correspondió de la misma forma en la que el lobo se atrevió a atrapar sus labios, alborotado y con una pizca de necesidad.
Su mente le rogaba empujarle y zampar una cachetada en su rostro aparentando ofensa ante la indiscreción, no obstante, no ejecutó ninguna acción proveniente de su lógica, al menos no hasta que fue él quien decidió apartarse y continuar su discurso, casi como si no hubiese sucedido nada, alegando que los únicos monstruos de aquella ciudad eran ella y los de su clase.
En cualquier otra ocasión la joven no hubiese vacilado en replicar la acusación, pero en aquel instante no pudo formular ninguna palabra, ni siquiera un sonido o un torpe balbuceo, solo permaneció allí, en silencio, con sus párpados abiertos de par en par, pestañeando reiteradas veces como si en cualquier momento el hombre frente a ella fuese a desaparecer, conteniendo el aliento hasta que la persistente sensación de asfixia le obligó a soltar el aire contenido.
— ¿Qué le hace pensar que eso me ha hecho sentir algo? — musitó en un hilo de voz
Un segundo después, el inquietante silencio fue perturbado por una voz femenina, una que pretendía llamar la atención de su acompañante, dirigiéndose a él con familiaridad, con ese tipo de confianza que no se construye de un día a otro; sin embargo, él no reparó en el causante de la intromisión y, a decir verdad, ella tampoco, no hasta que el lobo finalizó su alegato.
— De mis labios nunca más escuchará mención de su madre.
Amara sintió el peso de una segunda mirada recayendo sobre ella; una joven mujer, de piel pálida, cabellos castaños y unos grandes y hermosos ojos grises, dueña de la voz que llamaba a Cameron, le observaba de una forma que no tuvo ánimo de descifrar, pero, de tener que dar una suposición afortunada, diría que se trataba de disgusto. ¿Quién era ella y qué relación tenía con el licántropo? La íntima cordialidad con la que le había nombrado le dio un par de ideas a la cazadora, y aunque detestara admitirlo, más de una de ellas logró causarle una molesta opresión sobre el pecho, un tipo de inquietud que nunca había conocido… ¿Celos? No podía permitirlo.
Dio un paso al frente apartándose de la pared, manteniendo su usual semblante altivo e imponente, pretendiendo que nada en su interior se había quebrado, que nunca otorgó el poder a uno de la misma alcurnia de aquellos que asesinaron a sus congéneres y arrebataron su felicidad, de fragmentar toda su existencia.
Inhaló tanto aire como le fue posible, echó un último vistazo al lobo y se dio media vuelta, dispuesta a alejarse del lugar tan rápido como sus pies se lo permitieran, no obstante, no contaba ella con que ante sus ojos se materializara la silueta de quien se había convertido en uno de los tantos fantasmas de su pasado; Malachai Vlahovic.
Con una afligida sonrisa dibujada en los labios, su amigo de infancia se acercó a ella, sosteniendo en una de sus manos el collar de zafiro de su madre. Desconcertada, Amara llevó su mano al pecho y sintió su corazón caerle a los pies al no encontrar la joya colgada a su cuello, incluso desconociendo el verdadero poder de la alhaja sobre su naturaleza, pues para suerte de su ignorancia no era noche de luna llena, esta era pertenencia de su difunta madre, el único recuerdo que guardaba de ella y, por ende, su posesión más preciada; aparte de aquella gema, Bastien no le permitió conservar nada más, todos los otros bienes habían sido consumidos por el fuego.
— Estaba siguiendo a Anne y un grupo de borrachos intentó vendérmela — Malachai removió la cadena brevemente, especificando el objeto al que se refería — Pero cuando la vi supe exactamente a quién le pertenecía.
El tono de su voz era agradable y su mirada desbordaba ternura, casi como si ante sus ojos no se alzara una mujer, sino la pequeña de nueve años que le ofrecía un pastelillo. Amara permaneció inmóvil, obligándose a mantener discreción, a retener hasta la última gota se emoción que intentara aflorar de su interior, sin embargo, supo que había fallado cuando sintió sus ojos escocer.
— ¿Puedo? — Indagó el joven licántropo, esperando que la castaña le permitiera colocarle el collar.
Sin decir palabra, Amara se dio media vuelta encontrando nuevamente la mirada de Cameron, anclando sus brillantes orbes sobre los de él, sin tener intención alguna de desplazarlos. Con delicadeza, la joven levantó los rizos que le cubrían la nuca y esperó a que Malachai se acercara, no obstante, tan pronto como el dije de la cadena rozó su piel, la gema resplandeció en un vibrante azul rey, destello que se extendió a sus ojos inmediatamente; si bien ella no fue consciente del refulgir de sus pupilas, tan pronto como observó el resplandecer del zafiro, abrumada por lo ocurrido, salió a correr.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
"Where do we stand upon?"
De pronto, la obra se vio complacida con un nuevo elenco inesperado, sorpresa intentó inmiscuirse en él y alivio sintió al notar la llegada de su mejor amigo y no es que comprendiera del todo la historia que envolvía a Kai y Amarai, sin embargo, que a él precisamente podía confiarle la misión de mantener a Anne lejos mientras aclaraba cuentas que no parecían tener fin con la cazadora.
Instintivamente siguió a la dama, no porque anhelara hablarle sobre el beso compartido como cualquier pareja tonta e ilusa de humanos haría pues claramente pendía en el revés de su memoria una corta lista de recordatorios: 1) ellos no eran ni remotamente un buen ejemplo de lo que alguien llamaría pareja; 2) solo uno de los dos era humano y no uno que se apegara a la normalidad otorgada para los mismos y 3) corría, corrió en desventaja sobre la dama tomando en cuenta el apoyo de la bestia, corrió no por la adrenalina que impulsaron los labios de Amara por todo su cuerpo, corrió por el familiar resplandor que dio huida a la cazadora; por preocupación, por más absurdo que parezca.
La agarra del brazo y ejerce fuerza en su asir bajo su propio riesgo sin haber planeado que palabras iba a manifestar al tenerla por segunda vez en la noche frente a él.
—Disculpeme si ha malinterpretado —se repite no perderse en su lengua madre al ser presa de la ira por consideración a Amara—. No le he besado para hacerle sentir algo sino en busca de respuestas a ciertas cuestiones que tanto la bestia como el hombre han formulado en torno a usted. Llámelo un momento salvaje si gusta…, después de todo es eso lo que ve usted al encontrar mi mirar: una vil bestia salvaje —libera con delicadeza el brazo de Amara, sintiendo aún el suave tacto de su tersa piel. Consciente de sus palabras, y actos, dirige la mirada hacia la gema que pende del cuello de Argent.
Sus dientes contienen los impulsos de los que ha sido esclavo durante meses, siendo esta la primera noche en la decide contenerse siquiera segundos, al menos tanto como pueda...—. Mas me temo nuevas conjeturas han surgido —...en presencia de la dueña de sus noches sin dormir y la principal protagonista de sus pesadillas y sueños.
Tan pronto inclina la mirada sin misiva de ocultar notoriedad, hacia el medallón, da un paso atrás. Su mente está dividida entre Malachai que posiblemente no ha de tardar en alcanzarlos y Anne que ha arribado una vez más en su vida sin previo aviso. Empero, aunque sabía que debía regresar con su amiga la fuerza que le mantenía junto a Amara era mayor. Y es que, no solo es la fiereza en su mirada o la extraña aura que la rodea y es incapaz de ignorar, es el medallón que nota por primera vez y cuyo resplandor creó nuevas preguntas sin atisbo de respuesta, obligándolo a rebuscar en cada recuerdo que aún ha tenido el coraje de mantener, apostaría sin remordimiento lo poco que queda de su existencia…, con certeza apostaría toda su fortuna que esta no es la primera vez que sus ojos captan tal brillo.
—¿Qué eres Amara? —pregunta sin rodeos, deja en libertad la primera de las interrogantes que penden en su interior —. ¿Qué eres realmente? —dice, sin dar tiempo a la distancia, irrumpiendo en su universo sin saber cual es el intruso de los dos, acorralandola entre una vieja pared que los cubre de la débil luz de la una…, recorriendo deliberadamente la línea de expresión de su rostros con tal delicadeza como si de una fina pieza de porcelana se tratase.
Instintivamente siguió a la dama, no porque anhelara hablarle sobre el beso compartido como cualquier pareja tonta e ilusa de humanos haría pues claramente pendía en el revés de su memoria una corta lista de recordatorios: 1) ellos no eran ni remotamente un buen ejemplo de lo que alguien llamaría pareja; 2) solo uno de los dos era humano y no uno que se apegara a la normalidad otorgada para los mismos y 3) corría, corrió en desventaja sobre la dama tomando en cuenta el apoyo de la bestia, corrió no por la adrenalina que impulsaron los labios de Amara por todo su cuerpo, corrió por el familiar resplandor que dio huida a la cazadora; por preocupación, por más absurdo que parezca.
La agarra del brazo y ejerce fuerza en su asir bajo su propio riesgo sin haber planeado que palabras iba a manifestar al tenerla por segunda vez en la noche frente a él.
—Disculpeme si ha malinterpretado —se repite no perderse en su lengua madre al ser presa de la ira por consideración a Amara—. No le he besado para hacerle sentir algo sino en busca de respuestas a ciertas cuestiones que tanto la bestia como el hombre han formulado en torno a usted. Llámelo un momento salvaje si gusta…, después de todo es eso lo que ve usted al encontrar mi mirar: una vil bestia salvaje —libera con delicadeza el brazo de Amara, sintiendo aún el suave tacto de su tersa piel. Consciente de sus palabras, y actos, dirige la mirada hacia la gema que pende del cuello de Argent.
Sus dientes contienen los impulsos de los que ha sido esclavo durante meses, siendo esta la primera noche en la decide contenerse siquiera segundos, al menos tanto como pueda...—. Mas me temo nuevas conjeturas han surgido —...en presencia de la dueña de sus noches sin dormir y la principal protagonista de sus pesadillas y sueños.
Tan pronto inclina la mirada sin misiva de ocultar notoriedad, hacia el medallón, da un paso atrás. Su mente está dividida entre Malachai que posiblemente no ha de tardar en alcanzarlos y Anne que ha arribado una vez más en su vida sin previo aviso. Empero, aunque sabía que debía regresar con su amiga la fuerza que le mantenía junto a Amara era mayor. Y es que, no solo es la fiereza en su mirada o la extraña aura que la rodea y es incapaz de ignorar, es el medallón que nota por primera vez y cuyo resplandor creó nuevas preguntas sin atisbo de respuesta, obligándolo a rebuscar en cada recuerdo que aún ha tenido el coraje de mantener, apostaría sin remordimiento lo poco que queda de su existencia…, con certeza apostaría toda su fortuna que esta no es la primera vez que sus ojos captan tal brillo.
—¿Qué eres Amara? —pregunta sin rodeos, deja en libertad la primera de las interrogantes que penden en su interior —. ¿Qué eres realmente? —dice, sin dar tiempo a la distancia, irrumpiendo en su universo sin saber cual es el intruso de los dos, acorralandola entre una vieja pared que los cubre de la débil luz de la una…, recorriendo deliberadamente la línea de expresión de su rostros con tal delicadeza como si de una fina pieza de porcelana se tratase.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Re: The devil may care [Cameron]
Corrió tan rápido como le fue humanamente posible, mas la situación no se inclinaba a su favor. El vestido se arrastraba bajo sus pies y todo cuanto abordaba su vista se daba vueltas, desequilibrando su andar. Lamentó profundamente desobedecer el mandato de su padre, de haber permanecido en casa tal y como le fue ordenado ni una gota de alcohol se hubiese deslizado por su garganta, no se habría liado con aquellos hombres y lo más importante de todo, su camino no se hubiese intersecado con el de D’Lizoni una vez más.
Maldijo al hijo de la luna no sin antes maldecirse a sí misma e hizo el intento de convencerse que le detestaba cuando bien conocía que nada se encontraba más lejos de la verdad. La sensación de ahogo no tardó en llegar, pero Amara no se detuvo ante su aparición, de hecho, la acogió como un obsequio de su naturaleza. Anhelaba la falta de aliento, la quemazón en sus fosas nasales que se esforzaban por dar paso a la mayor cantidad de aire posible, la punzante extenuación de sus pulmones que pretendía seguirle el ritmo a sus pies. Huía como si su vida dependiera de ello y, en realidad, así se sentía.
Ansiaba sentir dolor, asfixia o cualquier sensación lo suficientemente fuerte para alejar la remembranza de los sentimientos evocados cuando sus labios fueron presas de los del hijo de la noche. Paso a paso la fatiga simulaba mitigar el emerger de los demás sentimientos, no obstante, su avance se vio frustrado cuando un firme agarre le detuvo. El toque de aquella mano era cálido sobre la piel helada de su brazo, un escalofrío le recorrió el cuerpo hasta calar en su espina dorsal. Sus temores se hicieron realidad cuando su vista se topó con la de quien le detenía, el hombre del que intentaba escapar, de quien intentó apartarse desde el momento que se encontraron por primera vez en aquel callejón.
Ella forcejeó entrando en negación con un brusco y persistente movimiento de cabeza. Él intentaba explicarse, pero ella no quería escucharlo, sentía que iba a enloquecer, quizá ya lo había hecho. Era un desastre, su cuerpo se removía ligeramente y sus músculos se tensaban; un arrebato de ansiedad le golpeaba fuerte y amenazaba con noquearla.
— Basta, por favor —Imploró en un hilo de voz
Él ignoró su petición y acortó la distancia, apresándola entre su cuerpo y la pared, sin mas salida que la de su parda mirada. Con el pulgar le delineaba las facciones mientras sus palabras indagaban por respuestas, verdades que para ese momento ella desconocía y, por ende, no le podía brindar.
El tornado de emociones se convirtió en huracán. Sus ojos no se apartaban de los ajenos. Pestañeo un par de veces intentando descifrar si aquel instante hacía parte de su realidad o era una simple fantasía reprimida, generada por la inoportuna ingesta de alcohol. Llevó la mano hasta la mejilla del hombre, ligera y delicada, palpando en una suave caricia a su piel.
El estado en el que se encontraba no le dio la oportunidad de procesar correctamente las indagaciones que le lanzaba. De por sí todo ya era bastante confuso.
— ¿Qué eres tú, lobo? — Susurró, devolviéndole la pregunta
Lo que pasó después no pudo haberlo previsto. Un impulso nacido de la cercanía y las emociones que persistían en acogerle aquella velada. De nuevo, encontró su camino a la boca de D’lizoni y allí se perdió, esta vez, por decisión propia. Estaba demasiado tomada como para restringirse a sí misma tal atrevimiento, uno que a pesar de las circunstancias se sentía correcto.
No tenía intención de detenerse, de hecho, no creyó que ninguno de los dos la hubiese tenido de no ser porque ambos se percataron de la presencia de terceros, ajenos a la escena. Amara se separó rápidamente y tomó apoyo en la pared muy avergonzada como para enfrentar a cualquiera de los presentes siquiera con la mirada, sin embargo, la desaprobación de Malachai a unos pocos metros de distancia era casi tangible, al igual que el desdén desbordante de la mujer que llegó en busca del lobo.
El ambiente se tensó de inmediato, al punto que Amara no se sintió capaz de afrontar la situación.
— Debo irme
Sin más preámbulo, la castaña se dispuso a retomar su camino, pero esta vez su cuerpo le falló, sus pies flaquearon y su fuerza desfalleció, cayendo directo a los brazos del licántropo. Nunca llegaría a su casa en semejante estado. No podía enfrentarlo, pero tampoco podía huir, realmente estaba perdida.
Maldijo al hijo de la luna no sin antes maldecirse a sí misma e hizo el intento de convencerse que le detestaba cuando bien conocía que nada se encontraba más lejos de la verdad. La sensación de ahogo no tardó en llegar, pero Amara no se detuvo ante su aparición, de hecho, la acogió como un obsequio de su naturaleza. Anhelaba la falta de aliento, la quemazón en sus fosas nasales que se esforzaban por dar paso a la mayor cantidad de aire posible, la punzante extenuación de sus pulmones que pretendía seguirle el ritmo a sus pies. Huía como si su vida dependiera de ello y, en realidad, así se sentía.
Ansiaba sentir dolor, asfixia o cualquier sensación lo suficientemente fuerte para alejar la remembranza de los sentimientos evocados cuando sus labios fueron presas de los del hijo de la noche. Paso a paso la fatiga simulaba mitigar el emerger de los demás sentimientos, no obstante, su avance se vio frustrado cuando un firme agarre le detuvo. El toque de aquella mano era cálido sobre la piel helada de su brazo, un escalofrío le recorrió el cuerpo hasta calar en su espina dorsal. Sus temores se hicieron realidad cuando su vista se topó con la de quien le detenía, el hombre del que intentaba escapar, de quien intentó apartarse desde el momento que se encontraron por primera vez en aquel callejón.
Ella forcejeó entrando en negación con un brusco y persistente movimiento de cabeza. Él intentaba explicarse, pero ella no quería escucharlo, sentía que iba a enloquecer, quizá ya lo había hecho. Era un desastre, su cuerpo se removía ligeramente y sus músculos se tensaban; un arrebato de ansiedad le golpeaba fuerte y amenazaba con noquearla.
— Basta, por favor —Imploró en un hilo de voz
Él ignoró su petición y acortó la distancia, apresándola entre su cuerpo y la pared, sin mas salida que la de su parda mirada. Con el pulgar le delineaba las facciones mientras sus palabras indagaban por respuestas, verdades que para ese momento ella desconocía y, por ende, no le podía brindar.
El tornado de emociones se convirtió en huracán. Sus ojos no se apartaban de los ajenos. Pestañeo un par de veces intentando descifrar si aquel instante hacía parte de su realidad o era una simple fantasía reprimida, generada por la inoportuna ingesta de alcohol. Llevó la mano hasta la mejilla del hombre, ligera y delicada, palpando en una suave caricia a su piel.
El estado en el que se encontraba no le dio la oportunidad de procesar correctamente las indagaciones que le lanzaba. De por sí todo ya era bastante confuso.
— ¿Qué eres tú, lobo? — Susurró, devolviéndole la pregunta
Lo que pasó después no pudo haberlo previsto. Un impulso nacido de la cercanía y las emociones que persistían en acogerle aquella velada. De nuevo, encontró su camino a la boca de D’lizoni y allí se perdió, esta vez, por decisión propia. Estaba demasiado tomada como para restringirse a sí misma tal atrevimiento, uno que a pesar de las circunstancias se sentía correcto.
No tenía intención de detenerse, de hecho, no creyó que ninguno de los dos la hubiese tenido de no ser porque ambos se percataron de la presencia de terceros, ajenos a la escena. Amara se separó rápidamente y tomó apoyo en la pared muy avergonzada como para enfrentar a cualquiera de los presentes siquiera con la mirada, sin embargo, la desaprobación de Malachai a unos pocos metros de distancia era casi tangible, al igual que el desdén desbordante de la mujer que llegó en busca del lobo.
El ambiente se tensó de inmediato, al punto que Amara no se sintió capaz de afrontar la situación.
— Debo irme
Sin más preámbulo, la castaña se dispuso a retomar su camino, pero esta vez su cuerpo le falló, sus pies flaquearon y su fuerza desfalleció, cayendo directo a los brazos del licántropo. Nunca llegaría a su casa en semejante estado. No podía enfrentarlo, pero tampoco podía huir, realmente estaba perdida.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
Una cazadora inconsciente en sus brazos un dos pares de ojos observando los atónitos, los de su amigo con notable preocupación.
—La llevaré a casa. Encargate de Anne —dijo a su mejor amigo y solo bastó una mirada para rogarle por comprensión y tiempo. Pronto le explicaría lo que sea que estuviese sucediendo, al menos de su parte pues estaba consciente que ambos atravesaban salvajes tormentas sin imaginarse lo semejantes y cercanas que estas se encontraban. De pronto, el hombro yació sobre cuatro patas, los ojos centellearon en un ámbar candente y salió del lugar con una cazadora sobre el lomo.
La familia D’Lizoni, a pesar del repudio del señor actual hacia las bestias, se ha visto rodeado de las criaturas de la noche durante décadas; es propio contar con sirvientes que no desmayen cuando el demonio toque a la puerta por lo que en noches en las que el primogénito de los D’Lizoni tocaba le aguardaba ropa limpia y comida en la mesa mas no por órdenes de su padre pues tanta gentileza jamás fue recibida, no hacia su hijo sino por el consuelo de su madre quien aún seis metros bajo tierra se las arreglaba para cuidar de él. En cuanto cruzó el umbral dejó el cuerpo de Amara sobre la alfombra tan sola para retomar forma humana y cargarla hasta uno de los tantos aposentos para invitados que nunca utilizó.
—La señorita arribó está tarde, amo —dice Pierre esperandolo de pie junto a la puerta, una mano sobre el reloj de oro que cuelga sobre su traje y otra tendida hacia Cameron un gabán oscuro lo bastante holgado para no llegar a ser molesto.
—Toma uno de los vestidos de Anne y preparadlos para la invitada —ordena atando la prenda sobre la piel desnuda, encaminandose sin nada más que decir hacia sus aposentos.
Sabe que ha visto el medallón que pende del cuello de Amara Argent, teme que sea producto de su imaginación o arte de alguno de esos extraños sueños que luego de años han regresado a cazarlos con memorias de una vida que no recuerda como suya.
Habitan secretos junto a al primogénito de los D’Lizino, y es que la bestia no es el único ser con quien debe compartir su cuerpo y el tiempo que debería ser solo suyo. Secretos que lo dejarían como un completo extraño ante la familia, tan incompletos y absurdos que no le permiten decirlo en voz alta ante nadie, ni siquiera Malachai cuyo lazo es tan fuerte como para escuchar los más disparatados pensamientos y permanecer firme a su lado. Sí, una vez pudo contar a confianza las pesadillas que le despertaban en las noches y dejaban inconsciente una que otras tardes y tan solo porque comprendía el peligro en ellas fue su madre quien le pidió callar tales sucesos, llevarlo consigo a la tumba si era necesario, sin embargo ¿estaba el medallón de Amara relacionado de algún modo?
Ríe ante lo absurdo de sus pensamientos, imposible. Si bien las historias que Karsten le ha confiado sobre viejos clanes y maldiciones, tan insensatos incluso para criaturas como él, no existe la mínima oportunidad ni ha de ser tan malcriado el universo como para que sus vidas se encuentren como víctimas principales de tal incoherencia.
Sin embargo, necesitaba respuestas y ella no lucía como un mal comienzo. El más prometedor teniendo los días contados en París.
Desliza una camisa holgada y pantalones sobre su cuerpo, dejando atrás el chico desnudo que llegó minutos antes, pasando a ser un poco más el señor de la casa. Atraviesa el el segundo piso de prisa, los ojos aun centelleando con el característico ambar en su mirar y, dando una furtiva mirada a la cazadora se asegura de confiscar las armas que la acompañan antes de permitir que Madame Didiane se encargue de la cazadora. Una vez terminada la labor, le es imposible doblegar la fuerza de voluntad que falla ante la serenidad que danza en el rostro de Amara, desmintiendo que tal sosiego custodie la fiereza que ha encontrado en más de una ocasión.
Sentado frente a la cama se recuerdo a sí mismo no caer ante el tacto de los labios de quien fue hecha para ser su enemiga natural, tacto que persiste en hacerse presente y no hace más que gritar una y otra vez que sus sospechas no son tan ilógicas, que la cazadora es más que una simple cazadora.
—La llevaré a casa. Encargate de Anne —dijo a su mejor amigo y solo bastó una mirada para rogarle por comprensión y tiempo. Pronto le explicaría lo que sea que estuviese sucediendo, al menos de su parte pues estaba consciente que ambos atravesaban salvajes tormentas sin imaginarse lo semejantes y cercanas que estas se encontraban. De pronto, el hombro yació sobre cuatro patas, los ojos centellearon en un ámbar candente y salió del lugar con una cazadora sobre el lomo.
La familia D’Lizoni, a pesar del repudio del señor actual hacia las bestias, se ha visto rodeado de las criaturas de la noche durante décadas; es propio contar con sirvientes que no desmayen cuando el demonio toque a la puerta por lo que en noches en las que el primogénito de los D’Lizoni tocaba le aguardaba ropa limpia y comida en la mesa mas no por órdenes de su padre pues tanta gentileza jamás fue recibida, no hacia su hijo sino por el consuelo de su madre quien aún seis metros bajo tierra se las arreglaba para cuidar de él. En cuanto cruzó el umbral dejó el cuerpo de Amara sobre la alfombra tan sola para retomar forma humana y cargarla hasta uno de los tantos aposentos para invitados que nunca utilizó.
—La señorita arribó está tarde, amo —dice Pierre esperandolo de pie junto a la puerta, una mano sobre el reloj de oro que cuelga sobre su traje y otra tendida hacia Cameron un gabán oscuro lo bastante holgado para no llegar a ser molesto.
—Toma uno de los vestidos de Anne y preparadlos para la invitada —ordena atando la prenda sobre la piel desnuda, encaminandose sin nada más que decir hacia sus aposentos.
Sabe que ha visto el medallón que pende del cuello de Amara Argent, teme que sea producto de su imaginación o arte de alguno de esos extraños sueños que luego de años han regresado a cazarlos con memorias de una vida que no recuerda como suya.
Habitan secretos junto a al primogénito de los D’Lizino, y es que la bestia no es el único ser con quien debe compartir su cuerpo y el tiempo que debería ser solo suyo. Secretos que lo dejarían como un completo extraño ante la familia, tan incompletos y absurdos que no le permiten decirlo en voz alta ante nadie, ni siquiera Malachai cuyo lazo es tan fuerte como para escuchar los más disparatados pensamientos y permanecer firme a su lado. Sí, una vez pudo contar a confianza las pesadillas que le despertaban en las noches y dejaban inconsciente una que otras tardes y tan solo porque comprendía el peligro en ellas fue su madre quien le pidió callar tales sucesos, llevarlo consigo a la tumba si era necesario, sin embargo ¿estaba el medallón de Amara relacionado de algún modo?
Ríe ante lo absurdo de sus pensamientos, imposible. Si bien las historias que Karsten le ha confiado sobre viejos clanes y maldiciones, tan insensatos incluso para criaturas como él, no existe la mínima oportunidad ni ha de ser tan malcriado el universo como para que sus vidas se encuentren como víctimas principales de tal incoherencia.
Sin embargo, necesitaba respuestas y ella no lucía como un mal comienzo. El más prometedor teniendo los días contados en París.
Desliza una camisa holgada y pantalones sobre su cuerpo, dejando atrás el chico desnudo que llegó minutos antes, pasando a ser un poco más el señor de la casa. Atraviesa el el segundo piso de prisa, los ojos aun centelleando con el característico ambar en su mirar y, dando una furtiva mirada a la cazadora se asegura de confiscar las armas que la acompañan antes de permitir que Madame Didiane se encargue de la cazadora. Una vez terminada la labor, le es imposible doblegar la fuerza de voluntad que falla ante la serenidad que danza en el rostro de Amara, desmintiendo que tal sosiego custodie la fiereza que ha encontrado en más de una ocasión.
Sentado frente a la cama se recuerdo a sí mismo no caer ante el tacto de los labios de quien fue hecha para ser su enemiga natural, tacto que persiste en hacerse presente y no hace más que gritar una y otra vez que sus sospechas no son tan ilógicas, que la cazadora es más que una simple cazadora.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Localización : Francia
Re: The devil may care [Cameron]
Recuperó la conciencia bajo el fino tacto de lencería de ceda, acogida por la calidez del peso de un par de cobijas de pluma que le abrigaban el cuerpo. Ella yacía distendida sobre un esponjoso y cómodo colchón que se amoldaba a la perfección tras la curvatura de su espalda, mientras su cabeza, con el rostro mirando hacia el techo, reposaba en una blanda almohada. No abrió los ojos de manera instantánea, el conforte de aquel lecho era tal que, por un instante, lo confundió con el propio, deseando no verse obligada a abandonar la apacible morada de sus sueños, esos que usualmente se transformaban en pesadillas, pero, por algún motivo en el que no quiso ahondar, aquella noche no.
Mantuvo los parpados cerrados dándose un espacio para disfrutar del placentero descanso. Se restregó el rostro con cuidado y finalmente desenlazó sus pestañas, las cuales, se volvieron a juntar reiteradas veces cuando un hilillo de luz se estrelló directo con sus pardos. Parpadeó hasta que la imagen que retenía su pupila se enfocó.
Giró la cabeza observando el espacio con desconcierto, luego bajó la mirada a su cuerpo. Aquella no era su ropa, ni su cama, ni su habitación, por supuesto, no estaba en su hogar. Se removió inquieta, su corazón se estrelló abrupto contra su pecho. Contuvo el aliento y se sentó de golpe ¿dónde estaba? La respuesta llegó pronto cuando su mirada se encontró con Cameron, quien yacía adormecido en un sillón frente a la cama.
Lo observó intrigada. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero en su mente conservaba claro el recuerdo de lo sucedido antes de perder el conocimiento. Se llevó la diestra a los labios y les dio una caricia etérea con los dedos evocando el vestigio de los de su opuesto, ese que aún residía en ellos. Tragó saliva, nada de ello había sido un sueño.
En silencio buscó con la mirada sus vestiduras, pero sólo encontró dispuesto un vestido que no era el suyo. Se palpó el cuerpo intentando encontrar sus armas, pero pronto recordó que la noche anterior había salido de su casa sin más defensa que una pequeña daga e incluso si hubiese cargado con buen arsenal, lo más seguro es que Cameron no se lo permitiría cerca mientras mantuviese un pie en su hogar.
Se quitó las cobijas de encima y cautelosa de no hacer mucho ruido intentó levantarse, sin embargo, no alcanzó a poner un pie sobre la madera cuando, de golpe, lo vio a él de pie; apretó los labios ligeramente avergonzada, le había descubierto infraganti en la huida, por supuesto, se sintió estúpida por pensar que podría engañar los sentidos aumentados del lobo sin ser descubierta, cuando la verdad era que no habría forma en el infierno de abandonar aquella habitación sin tener que enfrentarlo a él primero.
Finalmente imitó la acción de su opuesto, poniendo gran esfuerzo en devolverle la mirada, pues, tras lo acontecido, se le dificultaba observarle a los ojos con su característica prepotencia.
Resopló. El recinto se sumía en un turbio silencio que comenzaba a ponerle de los nervios.
— Debería irme — dijo por fin a media voz como si se lo susurrase a sí misma — debí haberme ido hace tiempo.
Alcanzó el gancho del que colgaba el vestido y se ubicó tras un biombo que adornaba la habitación para cambiarse de vestiduras. Se deslizó entre la prenda con facilidad, sin embargo, maldijo por lo bajo cuando encontró que las cintillas del corsé se anudaban por la espalda y no por el pecho, como estaba acostumbrada. Bufó con frustración cuando no pudo anudar los lazos por sí misma. Amara nunca se sintió cómoda pidiendo ayuda, pero ¿Qué otra opción le quedaba?
Asomó la cabeza a un costado de la pantalla y lo llamo con el peso de su mirada.
— ¿Podrías? —Indagó, retirando sus rizos hacia un lado para mostrarle la espalda desnuda.
Lo observó de soslayo por encima del hombro esperando a que reaccionara y, cuando finalmente se acercó, permaneció inmóvil al ligero toque de sus dedos amarrándole el corsé. Un cosquilleo le recorrió la espina dorsal y no pudo evitar cerrar los ojos ante el suave tacto.
— Cameron —El nombre del lobo se escapó de sus labios sin previo aviso.
Sus párpados se abrieron de par en par, siempre se había referido a él como “lobo” o con su apellido, pero jamás por el primer nombre; por la forma en la que su opuesto se detuvo un instante de la tarea, entendió que él también percibió la anomalía. Sus mejillas se sonrojaron, no era tarea sencilla intimidarla, pero, de alguna u otra forma, la respuesta involuntaria del hombre lo hizo.
Carraspeó, aclarando la garganta, esperando que sus palabras no se quebraran a medio discurso.
— Hay algo que deberías saber.
Se dio media vuelta para enfrentarlo.
— Sé que prometí que no volvería a mencionarla, pero… — Se detuvo un instante y vaciló en si confesar la verdad era lo apropiado; de cualquier forma, ya era demasiado tarde para callar. Inhaló y exhaló una profunda cantidad de aire antes de continuar— No fui yo quien le asesinó… no fui yo quien acabó con la vida de tu madre.
La mirada le cayó a los pies. Ya no se sintió capaz de confrontarlo.
— Pensé que deberías saberlo — musitó, dando un paso atrás.
Mantuvo los parpados cerrados dándose un espacio para disfrutar del placentero descanso. Se restregó el rostro con cuidado y finalmente desenlazó sus pestañas, las cuales, se volvieron a juntar reiteradas veces cuando un hilillo de luz se estrelló directo con sus pardos. Parpadeó hasta que la imagen que retenía su pupila se enfocó.
Giró la cabeza observando el espacio con desconcierto, luego bajó la mirada a su cuerpo. Aquella no era su ropa, ni su cama, ni su habitación, por supuesto, no estaba en su hogar. Se removió inquieta, su corazón se estrelló abrupto contra su pecho. Contuvo el aliento y se sentó de golpe ¿dónde estaba? La respuesta llegó pronto cuando su mirada se encontró con Cameron, quien yacía adormecido en un sillón frente a la cama.
Lo observó intrigada. No recordaba cómo había llegado hasta allí, pero en su mente conservaba claro el recuerdo de lo sucedido antes de perder el conocimiento. Se llevó la diestra a los labios y les dio una caricia etérea con los dedos evocando el vestigio de los de su opuesto, ese que aún residía en ellos. Tragó saliva, nada de ello había sido un sueño.
En silencio buscó con la mirada sus vestiduras, pero sólo encontró dispuesto un vestido que no era el suyo. Se palpó el cuerpo intentando encontrar sus armas, pero pronto recordó que la noche anterior había salido de su casa sin más defensa que una pequeña daga e incluso si hubiese cargado con buen arsenal, lo más seguro es que Cameron no se lo permitiría cerca mientras mantuviese un pie en su hogar.
Se quitó las cobijas de encima y cautelosa de no hacer mucho ruido intentó levantarse, sin embargo, no alcanzó a poner un pie sobre la madera cuando, de golpe, lo vio a él de pie; apretó los labios ligeramente avergonzada, le había descubierto infraganti en la huida, por supuesto, se sintió estúpida por pensar que podría engañar los sentidos aumentados del lobo sin ser descubierta, cuando la verdad era que no habría forma en el infierno de abandonar aquella habitación sin tener que enfrentarlo a él primero.
Finalmente imitó la acción de su opuesto, poniendo gran esfuerzo en devolverle la mirada, pues, tras lo acontecido, se le dificultaba observarle a los ojos con su característica prepotencia.
Resopló. El recinto se sumía en un turbio silencio que comenzaba a ponerle de los nervios.
— Debería irme — dijo por fin a media voz como si se lo susurrase a sí misma — debí haberme ido hace tiempo.
Alcanzó el gancho del que colgaba el vestido y se ubicó tras un biombo que adornaba la habitación para cambiarse de vestiduras. Se deslizó entre la prenda con facilidad, sin embargo, maldijo por lo bajo cuando encontró que las cintillas del corsé se anudaban por la espalda y no por el pecho, como estaba acostumbrada. Bufó con frustración cuando no pudo anudar los lazos por sí misma. Amara nunca se sintió cómoda pidiendo ayuda, pero ¿Qué otra opción le quedaba?
Asomó la cabeza a un costado de la pantalla y lo llamo con el peso de su mirada.
— ¿Podrías? —Indagó, retirando sus rizos hacia un lado para mostrarle la espalda desnuda.
Lo observó de soslayo por encima del hombro esperando a que reaccionara y, cuando finalmente se acercó, permaneció inmóvil al ligero toque de sus dedos amarrándole el corsé. Un cosquilleo le recorrió la espina dorsal y no pudo evitar cerrar los ojos ante el suave tacto.
— Cameron —El nombre del lobo se escapó de sus labios sin previo aviso.
Sus párpados se abrieron de par en par, siempre se había referido a él como “lobo” o con su apellido, pero jamás por el primer nombre; por la forma en la que su opuesto se detuvo un instante de la tarea, entendió que él también percibió la anomalía. Sus mejillas se sonrojaron, no era tarea sencilla intimidarla, pero, de alguna u otra forma, la respuesta involuntaria del hombre lo hizo.
Carraspeó, aclarando la garganta, esperando que sus palabras no se quebraran a medio discurso.
— Hay algo que deberías saber.
Se dio media vuelta para enfrentarlo.
— Sé que prometí que no volvería a mencionarla, pero… — Se detuvo un instante y vaciló en si confesar la verdad era lo apropiado; de cualquier forma, ya era demasiado tarde para callar. Inhaló y exhaló una profunda cantidad de aire antes de continuar— No fui yo quien le asesinó… no fui yo quien acabó con la vida de tu madre.
La mirada le cayó a los pies. Ya no se sintió capaz de confrontarlo.
— Pensé que deberías saberlo — musitó, dando un paso atrás.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Re: The devil may care [Cameron]
"I don't care anymore about saving my soul"
Sin decir palabra alguna respondió a la petición de la cazadora, una clase de sosiego había tomado posesión de todas las preguntas que se dieron origen mientras ella dormía, cuestiones sobre ella y el collar cuya imagen insistía en traer a la vida difuntos que creyó olvidados en el pasado. Cabe la remota posibilidad de haber terminado la presente tarea de no ser por el inoportuno esfuerzo de Amara en mantener vivos a los muertos.
Al escuchar su nombre salir de los labios de la joven por primera vez, sus manos se detuvieron antes de terminar de atar los lazos, en cuanto insistió en hablar de su madre las manos cayeron sobre la cintura de la muchacha poco importándole si su agarre la lastimaba en lo más mínimo. Segundos le bastaron para no perder el aliento e inquietar su corazón, procuró disminuir la fuerza ejercida en las caderas de su invitada y paciente trazó sendero de regreso a la tarea anterior dejando atrás caricias furtivas.
—Sei una donna ostinata —susurró, alojando cierto tono entretenido en la voz, olvidando por un instante la naturaleza de su acompañante—. Comenzaba a creer que solo me conocías por “lobo” o “bestia” —chasqueó sarcástico. Dejó caer las manos al terminar mas aunque hubiese decidido yacer de pie con ninguna otra vista que la silueta de Amara, las manos en los bolsillos, ligeramente garbado tal cosa no era ya una opción. Bien pudo dar un paso fuera de su camino y olvidar lo que sea que haya sucedido, los breves encuentros que definieron el momento presente donde se encontraba, pero no, existían circunstancias mayores a ambos insistentes en reunirlos.
Algo en los sentidos del licántropo había sucumbido ante una oscuridad que le perseguía antes de morir su creadora o conocer a Amara Argent, oscuridad con la que luchó desde que es capaz de recaer en conciencia. Durante años, la actitud jovial y despreocupada eran tan solo su forma de no ceder ante ella, hoy en la ciudad donde se congregaban las bestias y demonios a pocos centímetros de distancia de la posible causante de despertar los demonios que la cazaban supo que ha perdido la guerra personal que sostenía en contra de sus instintos; no era el mismo. Estaba muerto.
Carcajea ante las palabras de Amara no muy seguro qué le causa gracia, el hecho de escuchar su nombre por primera vez en voz de ella o su tardía declaración.
—Seguro te han dicho inoportuna y petulante que puedes llegar a ser —fue entonces la primera vez que hubo dureza en su discurso al referirse a ella. Sujetó por segunda ocasión la cintura de Amara acortando la distancia entre ambos si es que quedaba tal cosa, obligándola a darle la cara—. ¿Por qué debería desechar todo lo que has dicho y creer en tu palabra ahora? —inquirió incrédulo. Poco quedaba entre ambos que los sepárese, allí sintiendo su aliento tan íntimo y cada parte de su cuerpo en relieve, más de lo permitido para un par de extraños no tuvo duda alguna que permitir que se marchara diez minutos atrás hubiese sido la decisión más certera.
Atrapó la mejilla de la muchacha, sereno inició la travesía desde sus labios recorriendo la línea persistente que dibuja el vientre de la cazadora terminando en su espalda, atrayéndola aún más cerca hacia su cuerpo, si es que era siquiera posible.
—¿Acaso saberlo hará que se levante de la tumba? —cuestionó sobre sus labios no haciendo contraste con la mirada furtiva que buscaba silente y furiosa y las manos que no detenían su paso.
Eventos recientes a cada rincón de la ciudad daba un llamado a los nombrados condenados, quienes cada vez se acercaban a una inevitable verdad, conscientes, no en su totalidad del peligro que les acechaba. Algunos de ellos, como Amara, había sostenido ya encuentro directo con el demonio que los cazaba, otros tantos lo han enfrentado desde pequeños sin conocerle el rostro y luego estaba Cameron que sin conocer razón caí ante tan basta oscuridad absorto del futuro. Relegando el control que poco a poco perdía sobre su bestia.
Deshace uno de los nudos que sujetan el corsé de la cazadora del mismo modo que despreocupado da un leve mordisco a su labio inferior sonriendo ladinamente e imponiendo distancia al instante.
—Digamos que creo en tu palabra —lleva mano izquierda al bolsillo del pantalón e índice a sus labios. Da media vuelta y termina de cara hacia la ventana observando la única madre que le resta como quien considera que hacer con el pecado que yace frente a él. Sus noches en París eran contadas, con ellas aumentaba la necesidad de saber qué o quién era Amara Argent—. Juguemos a decir la verdad entonces —declara decidido dándole el perfil a la luna y su mejor acto a la invitada de pie sobre la alfombra.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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Localización : Francia
Re: The devil may care [Cameron]
Cuando el lobo avanzó hacia adelante, acortando la distancia que los separaba, Amara, nerviosa, retrocedió de la misma forma hasta que su espalda se estrelló con el biombo tras el que se había cambiado, haciéndolo tambalear por la colisión. Lanzó un receloso vistazo por encima del hombro, asegurándose de que la pantalla continuara en pie y cuando volvió la mirada al frente se encontró con el rostro de D’Lizoni a milímetros del suyo. Intimidarla no era tarea sencilla, mas él, con ese aire despreocupado que desbordaba, lo había logrado sin mayor problema mientras ella, inmóvil, se limitaba a esquivarle la mirada sin saber cómo responder.
¿Inoportuna? ¿Petulante? Gruñó, adquiriendo el nervio para enfrentarlo y aún sin decir palabra mantuvo el entrecejo fruncido; aparentemente, el instante en el que el licano logró doblegar su altivez lo habría insuflado con una dosis de arrogancia. No obstante, habría sido aquello un efímero momento de debilidad, era demasiado orgullosa para dejarse tomar ventaja y si el italiano se imaginaba que su pequeña victoria le otorgaba el derecho de dirigirse a ella con semejante insolencia, definitivamente se había hecho a una idea equivocada.
— Sí me lo han dicho, pero siempre me lo he tomado como un cumplido — Aseguró observándolo sin aparente emoción, imponiendo enorme esfuerzo por disfrazar la turbación causada por la exigua distancia que los separaba
Las manos del lobo apretaron su cintura, Amara se lo permitió como si no se le diera nada, poniendo los ojos en blanco ante la siguiente pregunta que, tras una cálida exhalación, tomó forma cerca a sus labios. Cameron inclinó el rostro tentando a la suerte, mas ella no movió un músculo, limitándose únicamente a contener el aliento tanto como le fuese posible. Pardos sobre pardos se enfrentaron en un duelo de miradas que se retaban incesantes, escudriñando por la rendición del oponente.
— Como te lo tomes es problema tuyo, Cameron, yo cumplo con encaminar tú venganza en la dirección correcta… esa es una cuenta pendiente que no me corresponde a mí. Pero vale, digamos que miento, que soy culpable del crimen ¿Por qué no están tus zarpas desgarrándome el cuello aún?
D’Lizoni no tenía intenciones de ceder y la muestra de ello fue cuando sus dedos desenlazaron con ligereza los nudos que un minuto atrás se había encargado de anudar. Amara estaba lista para interrumpirlo mas el osado avance se detuvo con los dientes del licano atrapando sin recato su labio inferior, justo antes de darle la espalda y apartarse de ella como si nada hubiese sucedido. Amara lo contempló con los con los ojos abiertos como platos, pestañeando reiteradas veces, sin comprender del todo el proceder de su acompañante. El acto que había montado delante suyo se asemejaba a uno propio, ese al que recurría cuando se encontraba realmente aburrida y se le antojaba molestar con algún hombre desprevenido.
Resultaba que el lobo no sólo pensaba que tenía el poder doblegar su voluntad sino también de jugar con ella… Inhaló con fuerza, molesta y evidentemente ofendida, se abalanzó sobre el lobo sin pensarlo dos veces, acorralándole contra la ventana con las manos enredadas firmemente a su camisa. Esta vez fue ella quien se acercó, pues el halo fantasmal de su nariz rozó la ajena, mas no con otra intención que la de un fiero desafío. Para entonces él único que tenía la satisfacción de mangonearla a su gusto era Bastien e incluso así, ni siquiera el inflexible cazador se libraba de alguno que otro episodio de insubordinación. Ningún hijo de la luna iba a torcer su voluntad.
— Escúchame bien, lobo, no vas a entretenerte conmigo de esa forma — Rugió en advertencia antes de empujarlo hacia un lado, lanzándolo directo a la silla donde él le había vigilado durante la noche, dejándolo sentado.
Amara se inclinó sobre él, levantándole el mentón con el índice, forzándolo a observarla directo a los ojos. Finalmente comenzaba a sentirse como ella misma.
— ¿Quieres jugar? — Inquirió con expresión traviesa, gesto que sugería que aquella era su revancha — Bien, juguemos entonces, pero lo haremos a mi manera.
Liberando su dedo del peso de la mandíbula del hombre, la cazadora se dio media vuelta, aproximándose hacia el lecho donde tomó asiento, cruzándose de brazos frente a él.
— Así que, quieres la verdad... El problema, Cameron, es que tengo muchas verdades, todas relativas, así que dime ¿Qué otra verdad quieres escuchar? O, mejor aún ¿Qué verdad me contarás a mí? — Indagó con autosuficiencia elevando ambas cejas— Después de todo es tu turno.
¿Inoportuna? ¿Petulante? Gruñó, adquiriendo el nervio para enfrentarlo y aún sin decir palabra mantuvo el entrecejo fruncido; aparentemente, el instante en el que el licano logró doblegar su altivez lo habría insuflado con una dosis de arrogancia. No obstante, habría sido aquello un efímero momento de debilidad, era demasiado orgullosa para dejarse tomar ventaja y si el italiano se imaginaba que su pequeña victoria le otorgaba el derecho de dirigirse a ella con semejante insolencia, definitivamente se había hecho a una idea equivocada.
— Sí me lo han dicho, pero siempre me lo he tomado como un cumplido — Aseguró observándolo sin aparente emoción, imponiendo enorme esfuerzo por disfrazar la turbación causada por la exigua distancia que los separaba
Las manos del lobo apretaron su cintura, Amara se lo permitió como si no se le diera nada, poniendo los ojos en blanco ante la siguiente pregunta que, tras una cálida exhalación, tomó forma cerca a sus labios. Cameron inclinó el rostro tentando a la suerte, mas ella no movió un músculo, limitándose únicamente a contener el aliento tanto como le fuese posible. Pardos sobre pardos se enfrentaron en un duelo de miradas que se retaban incesantes, escudriñando por la rendición del oponente.
— Como te lo tomes es problema tuyo, Cameron, yo cumplo con encaminar tú venganza en la dirección correcta… esa es una cuenta pendiente que no me corresponde a mí. Pero vale, digamos que miento, que soy culpable del crimen ¿Por qué no están tus zarpas desgarrándome el cuello aún?
D’Lizoni no tenía intenciones de ceder y la muestra de ello fue cuando sus dedos desenlazaron con ligereza los nudos que un minuto atrás se había encargado de anudar. Amara estaba lista para interrumpirlo mas el osado avance se detuvo con los dientes del licano atrapando sin recato su labio inferior, justo antes de darle la espalda y apartarse de ella como si nada hubiese sucedido. Amara lo contempló con los con los ojos abiertos como platos, pestañeando reiteradas veces, sin comprender del todo el proceder de su acompañante. El acto que había montado delante suyo se asemejaba a uno propio, ese al que recurría cuando se encontraba realmente aburrida y se le antojaba molestar con algún hombre desprevenido.
Resultaba que el lobo no sólo pensaba que tenía el poder doblegar su voluntad sino también de jugar con ella… Inhaló con fuerza, molesta y evidentemente ofendida, se abalanzó sobre el lobo sin pensarlo dos veces, acorralándole contra la ventana con las manos enredadas firmemente a su camisa. Esta vez fue ella quien se acercó, pues el halo fantasmal de su nariz rozó la ajena, mas no con otra intención que la de un fiero desafío. Para entonces él único que tenía la satisfacción de mangonearla a su gusto era Bastien e incluso así, ni siquiera el inflexible cazador se libraba de alguno que otro episodio de insubordinación. Ningún hijo de la luna iba a torcer su voluntad.
— Escúchame bien, lobo, no vas a entretenerte conmigo de esa forma — Rugió en advertencia antes de empujarlo hacia un lado, lanzándolo directo a la silla donde él le había vigilado durante la noche, dejándolo sentado.
Amara se inclinó sobre él, levantándole el mentón con el índice, forzándolo a observarla directo a los ojos. Finalmente comenzaba a sentirse como ella misma.
— ¿Quieres jugar? — Inquirió con expresión traviesa, gesto que sugería que aquella era su revancha — Bien, juguemos entonces, pero lo haremos a mi manera.
Liberando su dedo del peso de la mandíbula del hombre, la cazadora se dio media vuelta, aproximándose hacia el lecho donde tomó asiento, cruzándose de brazos frente a él.
— Así que, quieres la verdad... El problema, Cameron, es que tengo muchas verdades, todas relativas, así que dime ¿Qué otra verdad quieres escuchar? O, mejor aún ¿Qué verdad me contarás a mí? — Indagó con autosuficiencia elevando ambas cejas— Después de todo es tu turno.
- off:
- Tus vibras de Spiderzorro no me la han puesto nada fácil XD gracias por la paciencia lof
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: The devil may care [Cameron]
El palpitar de su corazón se elevó estrepitosamente, luchó por aniquilar la sonrisa craqueada que insistía en esparcirse en todo su rostro y la observó allí sentada con cautela, encajando a la perfección con el edredón y los cojines de seda, que si bien odiaba entonaban rítmicamente con ella, haciéndola parte de la enorme cama de roble. Amó la expresión de su rostro y como lo tentaba abiertamente. Y aunque todos sus sentidos apuntaba a poseerla de una maldita vez, otro más le recordaba la presencia del collar que descansaba centímetros sobre sus senos.
Qué diablos, pensó, era su última noche en París después de todo. Se encaminó hasta la cazadora, y le atrapó el cabello por debajo de la nuca capturando sus labios sin permitirle razonar lo que sucedía, sin darle siquiera un segundo de ventaja. Le besó con fuerza y sediento sumiendola en la cama según avanzaba, recorriendo su cuerpo desde la cadera hasta los senos mientras caían; desabrochando el corsé que él mismo le ató minutos atrás. Al no obtener objeción por parte de la cazadora prosiguió con libertad hasta sujetar el collar entre sus manos.
—¿Qué tal si comenzamos por esto?—susurró separándose con pesar de los labios de Amara—, podemos comenzar por que me digas de donde lo obtuviste—ladeó la cabeza sin evitar mordisquearle el labio inferior. Estaba seguro de haber visto algo parecido en el cofre que su madre tanto atesoraba y cada que otra luna llena observaba con sosiego. Ver la misma representación en Amara no hacía más que aumentar la curiosidad que lo arrastraba hacia ella.
Erguido, de rodillas posicionando las piernas a cada lado de la cazadora sujetó el collar entre sus dedos, trayéndolo a relieve aún más de lo que por sí ya estaba.
—¿Quien dice que solo busco entretenerme? —inquirió con seriedad. Atrapando sus labios con fiereza.
Poco comprendía los sentimientos despertados ante la presencia de Amara, intentó, sin embargo, darles una razón de ser, justificarlos e incluso encontrarlos en su prometida a quien ha atesorado desde que sabe lo que es apreciar a terceros por una razón u otra, mas lo que fuese que se trajera con Amara no se comparaba en lo más mínimo. Sin importar cuanto lo sacase de sitio, la desesperación e incertidumbre que brotaban ante el escrutinio de su mirada y el calor que emanaba su cercanía. Bien podría estar loco pero si algo ha aprendido en los últimos años es que, cuando la bestia, que desde su despertar decidió colaborar con el hombre, proclama es su deber escucharle. Es así, después de todo como funcionan ambos demonios. Y, en aquel entonces la bestia se agitaba con el mero pensamiento de la cazadora, la sentía familiar; la necesitaba.
Se dejó caer sobre ella una vez más, reclamando sus labios y su cuerpo, empero, espero a que fuese ella quien le otorgara la completa libertad de albedrío para tomarla tal como deseaba.
—Ese es el problema, Amara —arrastró las palabras jadeante—, creo que no fuiste tú quien la mató sin necesidad a que muestres pruebas—otro beso—, ¿No es acaso demente?—otro—, Saber que estás siendo sincera a pesar de la naturaleza supuesta a obligarnos a dudar de cada palabra que salga de tus labios.
Estaba al borde de la locura. Se detuvo, hastiado, enfurecido ¿Quién era esta persona sin control que se erguía en su lugar? Impuso distancia entre ambos, si bien nunca le importó romper platos a pesar de estar comprometido, mucho menos si la involucrada en cuestión bien podría tocar a su puerta; el cariño reservado para Anne existía, estaba allí donde nadie pudiese tocarlo, resguardando verdades que fallecieron al momento de verse enredado en una relación en contra de su voluntad, porque sabía que, hubo un tiempo en el que la quiso, un tiempo en el que no hubiese tenido problemas en quedarse en Italia si la necedad de su padre no insistiera en doblegar su voluntad. Pero, no era aquello lo que le obligó a separarse de Amara ¡maldición! Poco le interesaba que todo el desgraciado mundo supiera que de alguna retorcida forma la quería, sin embargo, en pocas horas se marcharía y debía, por sobre todas las cosas, enterrar cualquier recuerdo de la cazadora. Olvidar el collar cuya imagen se apegaba a los secretos que guardaba su difunta madre en aquel viejo cofre que tanto atesoraba.
—Juro que mis intenciones eran marcharme sin cruzarme en tu camino pero desde que te conozco no haces más que ir en contra de mi voluntad —iba de un lado a otro, se detenía frente a ella sin saber qué hacer. No estaba acostumbrado a no congeniar con la bestia en su interior; sostenía una lucha interna a la que no estaba acostumbrado, no cuando toda su vida ha sabido actuar conforme a su voluntad tanto como lobo, hombre, prometido e hijo.
El monstruo demandaba salir, lo sentía en los leves espasmos internos, en las garras que escocían debajo de las uñas. Era la primera vez que permanecía durante tanto tiempo junto a la cazadora y sus sospechas crecían en fundamentos con el transcurrir de los segundos.
Lleva ambas manos a la cabeza, entierra los dedos en su cabellera castaña y gruñe por lo bajo. No podrá resistirlo más.
—, ¿Cómo obtuviste el collar? —dice, haciendo el mayor de los esfuerzos en contener.
Qué diablos, pensó, era su última noche en París después de todo. Se encaminó hasta la cazadora, y le atrapó el cabello por debajo de la nuca capturando sus labios sin permitirle razonar lo que sucedía, sin darle siquiera un segundo de ventaja. Le besó con fuerza y sediento sumiendola en la cama según avanzaba, recorriendo su cuerpo desde la cadera hasta los senos mientras caían; desabrochando el corsé que él mismo le ató minutos atrás. Al no obtener objeción por parte de la cazadora prosiguió con libertad hasta sujetar el collar entre sus manos.
—¿Qué tal si comenzamos por esto?—susurró separándose con pesar de los labios de Amara—, podemos comenzar por que me digas de donde lo obtuviste—ladeó la cabeza sin evitar mordisquearle el labio inferior. Estaba seguro de haber visto algo parecido en el cofre que su madre tanto atesoraba y cada que otra luna llena observaba con sosiego. Ver la misma representación en Amara no hacía más que aumentar la curiosidad que lo arrastraba hacia ella.
Erguido, de rodillas posicionando las piernas a cada lado de la cazadora sujetó el collar entre sus dedos, trayéndolo a relieve aún más de lo que por sí ya estaba.
—¿Quien dice que solo busco entretenerme? —inquirió con seriedad. Atrapando sus labios con fiereza.
Poco comprendía los sentimientos despertados ante la presencia de Amara, intentó, sin embargo, darles una razón de ser, justificarlos e incluso encontrarlos en su prometida a quien ha atesorado desde que sabe lo que es apreciar a terceros por una razón u otra, mas lo que fuese que se trajera con Amara no se comparaba en lo más mínimo. Sin importar cuanto lo sacase de sitio, la desesperación e incertidumbre que brotaban ante el escrutinio de su mirada y el calor que emanaba su cercanía. Bien podría estar loco pero si algo ha aprendido en los últimos años es que, cuando la bestia, que desde su despertar decidió colaborar con el hombre, proclama es su deber escucharle. Es así, después de todo como funcionan ambos demonios. Y, en aquel entonces la bestia se agitaba con el mero pensamiento de la cazadora, la sentía familiar; la necesitaba.
Se dejó caer sobre ella una vez más, reclamando sus labios y su cuerpo, empero, espero a que fuese ella quien le otorgara la completa libertad de albedrío para tomarla tal como deseaba.
—Ese es el problema, Amara —arrastró las palabras jadeante—, creo que no fuiste tú quien la mató sin necesidad a que muestres pruebas—otro beso—, ¿No es acaso demente?—otro—, Saber que estás siendo sincera a pesar de la naturaleza supuesta a obligarnos a dudar de cada palabra que salga de tus labios.
Estaba al borde de la locura. Se detuvo, hastiado, enfurecido ¿Quién era esta persona sin control que se erguía en su lugar? Impuso distancia entre ambos, si bien nunca le importó romper platos a pesar de estar comprometido, mucho menos si la involucrada en cuestión bien podría tocar a su puerta; el cariño reservado para Anne existía, estaba allí donde nadie pudiese tocarlo, resguardando verdades que fallecieron al momento de verse enredado en una relación en contra de su voluntad, porque sabía que, hubo un tiempo en el que la quiso, un tiempo en el que no hubiese tenido problemas en quedarse en Italia si la necedad de su padre no insistiera en doblegar su voluntad. Pero, no era aquello lo que le obligó a separarse de Amara ¡maldición! Poco le interesaba que todo el desgraciado mundo supiera que de alguna retorcida forma la quería, sin embargo, en pocas horas se marcharía y debía, por sobre todas las cosas, enterrar cualquier recuerdo de la cazadora. Olvidar el collar cuya imagen se apegaba a los secretos que guardaba su difunta madre en aquel viejo cofre que tanto atesoraba.
—Juro que mis intenciones eran marcharme sin cruzarme en tu camino pero desde que te conozco no haces más que ir en contra de mi voluntad —iba de un lado a otro, se detenía frente a ella sin saber qué hacer. No estaba acostumbrado a no congeniar con la bestia en su interior; sostenía una lucha interna a la que no estaba acostumbrado, no cuando toda su vida ha sabido actuar conforme a su voluntad tanto como lobo, hombre, prometido e hijo.
El monstruo demandaba salir, lo sentía en los leves espasmos internos, en las garras que escocían debajo de las uñas. Era la primera vez que permanecía durante tanto tiempo junto a la cazadora y sus sospechas crecían en fundamentos con el transcurrir de los segundos.
Lleva ambas manos a la cabeza, entierra los dedos en su cabellera castaña y gruñe por lo bajo. No podrá resistirlo más.
—, ¿Cómo obtuviste el collar? —dice, haciendo el mayor de los esfuerzos en contener.
Cameron D’ Lizoni- Licántropo Clase Alta
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