Little Red Riding Hood... (Privado) +18

La tibieza de un cuerpo femenino pegado al suyo no era algo que sintiera a menudo desde que dejara su vida en alta mar. Seguía asiduo a los burdeles, sí, pero en esos antros no existía el recato de la escena que protagonizaban ambos en ese instante. Jamás antes había caminado al lado de una dama y, aunque era bien consciente del motivo de ese acto, no podía evitar pensar qué habría sido de su vida de haber sentado la cabeza a tiempo. No es que se arrepintiera de sus decisiones, ni mucho menos, pero desde que conoció a Elora la idea 'familiar' había rondado su mente en más de una ocasión.

-No me burlo - resolvió sincero con la mirada atenta alrededor, pendiente de cada movimiento, conversación o ruido que llegara a sus sentidos. - Digamos que me sorprende. ¿No soñáis todas con un marido y una casa llena de hijos? Siento curiosidad por qué en tu caso no es así - hasta su hija, quien retozaba con una mujer, insistía en el hecho de querer tener retoños.

Fue pensar en ella y desear inmediatamente no encontrársela en ese día. Estropearía el plan, podía apostar todo cuanto tenía por ello, además de que no vería con buenos ojos que hubiera hecho cautiva a una bruja como ella. Eligió entonces evitar las calles transitadas y perderse por las solitarias, acercando más a la joven a su cuerpo cada vez que se cruzaban con alguien sospechoso.

Sus palabras fueron la segunda señal de que algo oscuro había en su pasado relacionado, lo más seguro, con un amor marchito. Pero eso a Leif no le importaba, no era hombre que creyera en romances ni enamoramientos, tal vez porque nunca se había permitido el lujo de vivirlos. Cualquier vínculo afectivo era para él sinónimo de debilidad, una baza que los enemigos podrían usar en contra suya. Lo mismo ocurría con Elora. Mantenerse alejado era por el bien de ambos, aún cuando a él ya no le quedaran muchos enemigos desde que fue obligado a vivir en tierra.

-No quiero que mi hija nos encuentre - fueron sus breves palabras a modo de respuesta.

Las llaves, aquel fue el grave error. En el momento que soltó su brazo en busca de las llaves que abrirían la buhardilla, se dio cuenta demasiado tarde que no estaban de paso los otros tres del callejón. Uno, el más rápido, agarró a la bruja por la espalda pasándole un brazo por el cuello, alejándola de él navaja en mano. Los otros dos, también armados, encararon a Leif quien, sorprendiendo a todos, se echó a reír a carcajadas. El brillo en sus ojos y la sonrisa rasgada y altanera iluminaron su rostro, encontrando la situación más divertida de lo que en principio parecía.

"Danos el dinero y no le haremos nada". Aquellas palabras le obligaron a mirar a la morena, quien en el preciso instante que hicieron trato se convirtió en su protegida. Un ronco gruñido nació en su interior, constante y amenazador. Sus ojos, oscurecidos por la adrenalina, se clavaron en aquel que la había sujetado. Debía encontrar el modo de liberarla evitándole cualquier rasguño.

Temblaba de miedo en brazos del ladrón. Éste podía notarlo y eso le hacía envalentonarse aún más. Leif podría oír claramente cómo el corazón de Aletheia bombeaba con fuerza, podría oler claramente su miedo, atroz y descontrolado. Miedo que crecío cuando le escuchó reír.
-No -rogó-. No, por favor. Por favor.

-Vamos, date prisa. Danos el dinero o ella pagará las consecuencias.

-Por favor. Por favor -repetía como una letanía. Pero no para que los ladrones la soltaran. Sino para que el lobo no nos matase. No quería volver a pasar por aquello. Sintió la navaja fría contra la piel, arañándola.

-Haz caso a tu mujercita y no te hagas el valiente. Somos tres y tú estás solo. No tienes ninguna posibilidad.

Los ojos de Aletheia se encontraron con los de Leif. Se mordió el labio. ¿Es que podía pasar algo más?

-Marchaos. Por favor.

-Deja de rogar, mujer. En cuanto tengamos lo que queremos, nos marcharemos.

Y pensar que lo único que quería era salvarles las vida con ese ruego...

El corazón acelerado de Aletheia no hizo más que ensalzar la sed de lucha que sentía Leif en su interior, igual que un ritmo desbocado de tambores anunciando al guerrero. El ruego musitado le desconcertó completamente. Estaba siendo amenazada a punta de navaja y aún así temía más por la vida de unos míseros ladrones, que la suya propia. Una vez más vio a Elora en esos ojos abrumados e, impulsado por su propio enfado, se abalanzó hacia ella con la misma rapidez que un rayo surca el cielo. Antes de que el asaltante pudiera siquiera reaccionar, Leif ya había agarrado la hoja del cuchillo impidiendo movimiento alguno.

La estupefacción del agresor le dio el tiempo necesario para mirar a la bruja a los ojos, gruñéndole con descaro por no permitirle acabar con esas vidas. La empujó a un lado sacándola de la ecuación y, con el filo de la hoja penetrando en la carne dura de su palma, cerró más fuerte el puño y golpeó la cara de aquel hombre. Un dolor agudo se instaló de inmediato en la zona baja de su espalda, justo de donde sobresalía el arma que momentos antes estuvo en manos de uno de los otros hombres. El olor de su propia sangre le hizo voltearse con furia y arremeter contra él, lanzándolo con tanta fuerza contra la pared que si el golpe no había sido letal, sí dejaría consecuencias en su vida.

Solo quedaba uno. Sus manos temblorosas señalaban la disputa interna entre huir o intentar lo que sus amigos no lograron. Leif no pensaba dejar así las cosas, se había controlado por la bruja, pero su ansia de matarlos seguía ardiendo en su interior. No sería ese día, pero en su mirada aguardaba una firme amenaza de acabar lo que empezó. Se adueñó de su olor, lo grabó a fuego en su mente, para más adelante darle caza y muerte.

-Vete... - gruñó, escupiendo odio en cada letra. Un solo paso fue suficiente para empujar al hombre a tomar la decisión de salir corriendo huyendo por su vida, abandonando a los otros dos que yacían inconscientes en el suelo.

La duda de por qué atendió el ruego de una bruja le tenía agitado, de mal humor, a esas alturas no podía permitirse tal muestra de debilidad. Buscó a tientas el cuchillo aún clavado en su espalda y lo retiró con brusquedad, apretando tan fuerte los dientes que por un instante creyó escuchar uno partirse. Tiró el arma al suelo y se cubrió la herida con la mano, lanzando una airada mirada a la mujer antes de recoger las llaves del suelo y abrir la puerta que daba a la buhardilla. Por un instante poco le importó si le seguía o no.

Su mano herida fue dejando un reguero rojo escaleras arriba, donde le recibió una polvorienta sala a oscuras. Todo estaba tal cual lo recordaba de la última vez que estuvo ahí. La mesa y estanterías llenas con todo tipo de material de hechicería que su hija parecía coleccionar; la cama en un rincón, junto a una mesita; la pequeña cocina al fondo y un baño a la izquierda. Hacia ahí se dirigió directamente, arrojando al suelo con torpeza todo lo que había en un armario en un intento de encontrar algo con lo que cubrirse las heridas.

Soltó un gruñido en respuesta a sus palabras en lugar del comentario jocoso que, estando de mejor humor, le habría regalado. No temía por su vida, pues la sangre de lobo sanaría sus heridas en cuestión de pocos días, no obstante no podía dejarlas en ese estado sin riesgo de una infección que alargaría el proceso y le volvería vulnerable. Sin más remedio que permitir que le ayudara, se fue a la cama tal como le dijo y se deshizo de la camisa con cierto esfuerzo. El más mínimo movimiento abría la herida con una sacudida de dolor intenso. Soportable, pero incómodo. Su torso estaba cubierto por otras viejas cicatrices, incluso del mordisco que le convirtió en lo que era.

-¿Por qué les has querido perdonar la vida a esos hombres? Ellos no habrían dudado en quitar la tuya - inquirió con tono aún molesto, dejando dicho entre líneas que si no les había matado era únicamente porque ella lo pidió. La razón se volvió más clara en la tranquilidad de la buhardilla: si asustaba -más de la cuenta- a la bruja, esta podría perjudicarlo de algún modo a través del trabajo que le había encargado, pues Leif no tenía ni idea de hechicería.

Se mantuvo con la mirada fija en ella mientras le curaba, intentando leer sus expresiones. Si no se tratara de una bruja ya habría intentado llevársela a la cama; desgraciadamente no soportaba a ninguna de ellas, todas le recordaban a Edora y la venganza que le había anclado a tierra. Incluso su hija, pero al ser sangre de su sangre no tuvo más remedio que aceptarla. Por otro lado, teniéndola tan cerca, podía imaginar un atractivo cuerpo bajo toda esa ropa, y su rostro no tenía nada que envidiarle a otras damas.

-Es una lástima que seas una bruja... - dejó ir sus pensamientos en voz alta sin ser muy consciente de ello, susurrando.

Lo que no quería era verte matar a ti. Entonces lo supo, la raíz del miedo, las pesadillas de la noche anterior y el suplicio en su mirada cuando fueron asaltados. Hasta ahora no creía que hubiera razón de peso para sentir aquel pavor a su lado, pues sin luna llena de por medio no era mucho más peligroso que cualquier otro hombre con el que pudiera cruzarse en el bosque o la ciudad. Algún lobo en su pasado era el responsable de su actitud. Y no podía culparla ni mucho menos juzgarla, pues él mismo odiaba a los brujos por lo que una en concreto le hizo hacía unos años.

Le agarró el mentón obligándola a mirarle. - No me las des, no lo he hecho por lo que tú puedas pensar. Estás aquí en calidad de prisionera temporal, solo evité que impidieran alcanzar mis objetivos - susurró con la voz grave, tan ronca como el ladrido de un perro viejo. No entendió ese gracias con el mismo significado que ella daba, solo quiso evitar que pensara que estaba ante alguien débil o lo suficientemente estúpido para ceder ante las órdenes de una mujer. Leif Paine jamás se doblegaría ante nadie, mucho menos una bruja.

La soltó dejando que acabara de curarle y cerró los ojos prestando atención a los ruidos de la calle, solo como precaución por si los ladrones volvían con ganas de más. A parte de las mismas voces habituales que poblaban las calles francesas, no hubo nada que indicara peligro. Cuando acabó se puso en pie y fue al baño, poniendo la cabeza bajo el grifo buscando refrescarse como solía hacer en el río. Se sacudió cual perro quitándose el exceso de agua y fue a por ella, con el cabello húmedo cubriendo parcialmente su rostro y hombros.

-Cuanto antes te pongas a trabajar, antes serás libre. Solo dime si necesitas algo que no tengas a mano - se dio la vuelta y se tumbó en la cama con la mirada fija en ella. Pensaba tenerla bien controlada, cualquier paso en falso lo vería venir. O eso esperaba, pues pocos minutos después el cansancio y el dolor le vencieron cayendo en un ligero sueño.

Ser lobo tenía sus partes buenas, como la fuerza o el instinto, pero sobretodo partes malas, como el no poder dormir a pierna suelta como antiguamente disfrutaba haciendo. Una parte de su cerebro siempre estaba alerta, la que fue consciente de todo movimiento que la bruja hizo dentro de la buhardilla, incluso de ese confuso momento cuando le cubrió con la manta. Algo a lo que no perdió el tiempo dándole más vueltas. A ese instinto se le sumaba, además, el constante latido en la baja espalda, aumentado cada vez que intentaba ponerse boca arriba.

Tras un par de horas de sueño inquieto abrió los ojos resignado y los clavó en la bruja sin decir nada. Le tranquilizó ver que estaba haciendo lo que le pidió, o eso esperaba, y sin decir nada se puso en pie para ir a la cocina y empezar a remover todo armario y cajón que encontraba hasta dar con aquello que ayudaría a sosegar sus frustraciones: una botella de ron. Polvorienta y a medias, pero era mejor eso que nada. Dio el primer trago y, aburrido, se acercó de nuevo a ella quedando de cuclillas justo enfrente.

-¿Qué clase de historia tienes tú con hombres lobo? - preguntó con la mirada fija, esperando satisfacer su curiosidad. Miró el chal y entrecerró los ojos. - Deja que adivine... uno de ellos mató a tu marido, pareja, o lo que fuera que tuvieras. He acertado, ¿verdad? - esbozó una sonrisa dando otro trago, alargando la mano libre, la vendada, para retirarle de los ojos un mechón de pelo con aire juguetón. - Las mujeres siempre tan sentimentales... ¿no sientes el deseo de yacer de nuevo con un hombre?

El silencio de Aletheia esclareció sus dudas más que si hubiera respondido sinceramente. La desconfianza, el arraigado miedo, su preciado chal y las respuestas esquivas eran detalles suficientes para acercarse, sin mucho margen de error, a la verdad de su pasado. La duda entonces era otra, ¿por qué no se vengaba como Edora hizo con él años atrás? Sin embargo, no quiso presionarla más, solo bajó la mirada al papel que le entregaba y sonrió, posando su mano herida sobre la de la bruja y así impedir que la retirara, regocijándose en el miedo que provocaba en ella. Mantener ese constante temor era necesario para obtener lo requerido, de lo contrario podría atreverse a escapar.

-Tú irás a buscar lo que hace falta - susurró ronco antes de soltarla al fin sin coger la nota. Él no podía salir estando herido, su sangre no solo llamaría la atención de otros lobos por su olor, también levantaría sospecha en cualquier cazador que pudiera cruzarse en el camino. Se puso en pie dando otro trago. - No hace falta que te diga qué pasará si no regresas aquí de inmediato.

Sacó de un cajón un pequeño saco lleno de monedas que dejó sobre la mesa. - Puedes usar esto - era un sádico, pero no aprovechado, al menos pagaría por ello. - El mercado y tiendas están ahora abiertas, tienes una hora y media de plazo para encontrar todo lo que buscas. La esencia de mi hija te la daré yo, pero lo demás es cosa tuya.

Abrió la puerta de la buhardilla exagerando un ademán de mano invitándola a salir.

No era estúpido, ni necesitaba tal muestra de descaro para saber hasta qué punto las cosas podían torcerse en su contra. En ningún momento pensó en dejarla ir sin más, la confianza no era algo que Leif cediera tan ligeramente, de modo que en cuanto la bruja salió a la calle, se puso la camisa y fue tras ella con sigilo, manteniendo la distancia necesaria para no perderla ni que ella lo notara. Recibió el sol con una mueca y robó un sombrero con destreza tratando de alejar la luz de sus ojos y ocultar mejor su rostro. Aprobó la diligencia con la que Aletheia obtuvo todo aquello que necesitaba, y a punto estuvo de dejarla y regresar cuando la vio torciendo el rumbo hacia otra dirección.

La poca confianza que hubiera podido darle se evaporó de inmediato.

Dejó que avanzara con intención de descubrir hacia donde se dirigía, aunque no era difícil adivinar que su destino era un lugar seguro. Su hogar, sin duda. Escudriñó la casa con esmero, afinando el oído para descubrir cuánta gente había dentro y qué tanto revelaba. Que mantuviera el silencio sobre su captura no mitigó el mal humor por haber sido tan descaradamente desobedecido. Tendría que enseñarle qué tan amable había sido hasta entonces y cómo sus acciones traían consecuencias.

Se adentró en la casa sin problema accediendo por una ventana propiciamente abierta, probablemente con intenciones de airear. La agilidad de sus pasos silenciosos le permitió acercarse hasta ella sin ser visto por los otros, trancando la puerta del sótano confinándoles a solas. Esperó a que volteara y le descubriera por sí misma, momento en el que habló.

-Si ellos me descubren puedes darlos por perdidos... - amenazó con voz calma y mirada oscura. - Creíste que podrías salirte con la tuya sin que yo me diera cuenta.

Decir que estaba en shock tal vez sería exagerar, pero lo que sí era cierto es que la bravura de Aletheia acababa de dejarle sin palabras. En el fugaz instante que tardó en reaccionar, se preguntó si todas las brujas tenían ese carácter fiero. Edora, su hija, ahora esa... Tales reacciones le provocaban una extraña disyuntiva, mezcla del odio que sentía hacia las hechiceras y lo atractivas que le parecían las mujeres con carácter. La agarró de aquella mano amenazante y caminó con pasos duros hasta someterla contra la pared. Sus ojos, oscurecidos, no anunciaban nada bueno.

-Te puse a prueba y has fallado, bruja - gruñó muy cerca de su rostro, con el cabello suelto ocultando toda luz. - Hasta ahora me he portado bien, pero no prometo nada si sigues provocándome... - se separó un poco recorriendo su cuerpo con la mirada. - No olvides que sigo siendo la misma bestia salvaje que tanto temes. Date prisa, nos vamos. Lo que sea que quieras coger hazlo de una vez - le dio la espalda y esperó paciente.

Al contrario de lo que pudiera parecer, no estaba cabreado con ella, sino consigo mismo. En el pasado, o incluso en otras circunstancias, no habría mostrado piedad alguna y la bruja ya se habría convertido en su ágape nocturno, pues nunca habría permitido que jugaran con él de aquella forma. Conocía el riesgo al presionarla, pero cuando su orgullo se tambaleaba escupía por la boca sin pensar demasiado en las consecuencias.

Justo en el momento que destrancaba la puerta para irse de una vez, se encontró de frente con aquel joven de nombre Loui. Sus ojos le fulminaron antes de dibujar una falsa sonrisa amable y apoyarse en el marco de la puerta.

-Hola chico...

Clavó inmisericorde la mirada en ese joven al ver que no daba muestra alguna de incluirlo en la escena, hablando con la bruja como si él no estuviera ahí. Aquello le molestó más incluso que el desacato de la mujer, sin embargo no digo nada. No pensaba darle al chico motivos de peso para llamar a las autoridades o incluso cazadores; si la bruja le había vendido la historia de que solamente estaba trabajando para él, sería suficiente. Aún así no se fue sin antes lanzarle una punzante mirada aún receloso por lo que sin palabras había insinuado, por muy cierto que fuera.

-Despreocúpate, no tengo intención de tocar a tu familia - le hizo saber mientras abandonaban el hogar y volvían a la buhardilla. De cara a ella mostraba una fuerza y entereza que no sentía en absoluto, el corte en la espalda aún no había cicatrizado y el dolor seguía ahí instalado, recordando otro error que había cometido. - ¿Tienes todo lo que necesitas? - le cogió la caja que tenía en brazos y la cargó en uno solo sin ningún problema, consiguiendo así que se le viera lo suficiente para que nadie chocara con él y mandara otro ramalazo de dolor a su baja espalda.

Se entretuvo oliendo la comida de la caja, escuchándose sus tripas nada más aquel aroma llegó a su cerebro. No sabía qué tanto habría dentro, pero sí que no sería suficiente. La detuvo justo ante una carnicería y la hizo esperar fuera con la caja, tardando menos de diez en minutos en salir con una sonrisa satisfecha y otra caja más voluminosa entre manos. - No sé tú, pero yo como bastante y más estando herido - el por qué le dijo aquello era otra incógnita más que sumarle a las ya acumuladas en el breve lapso de tiempo que llevaba con la bruja.

Una vez de vuelta a la buhardilla dejó todo en la cocina y recuperó su casi vacía botella de ron, maldiciendo el no haber comprado más. Aunque tal vez era mejor mantenerse sereno en compañía. - Que seas mi cautiva no significa que vaya a ser un tirano todo el tiempo. Ahí tienes un baño, una cama y una cocina, haz lo que quieras mientras no salgas de aquí. Yo voy a tomar un baño. Si alguien llamara a la puerta... por nada del mundo abras, ¿me oyes? Vienes y me avisas.

Dicho eso, se quitó la camisa ahí mismo, y los pantalones de camino, entrando desnudo al baño cuya puerta dejó abierta por si acaso. Se sentó en el borde de la bañera hasta que esta estuvo llena y se metió con un suspiro, reposando la cabeza hacia atrás.