Lonely God.

por **Taeyang Seung** Sáb Ene 28, 2017 7:25 am

No son tres mil años suficiente castigo para quien ha dado fin a más de uno, no es la muerte privilegio mas entregado a la catártica agonía de la soledad merecida para el demonio con rostro de ángel que osa pasearse entre los mortales. Como cuervo que anuncia la muerte, Taeyang no trae consigo sino desgracias. Dada su naturaleza y enigmático sentido es de entregarse a la duda sobre qué podría atraerlo a las vanales actividades de los mortales; no es la sociedad la niña de sus ojos, sin embargo, a diferencia de su hermano mayor quien aborrece a todo ser viviente, él solía disfrutar observar la sociedad y sus actos, como si fuesen los humanos criaturas extrañas a sus ojos. Sin embargo, seguir los pensamientos de Taeyang a fin de descubrir el motivo sincero que lo trae en noche cálida al Gran Teatro es, al igual que todo entorno a él, un misterio.

Proclamado por una elegancia sobrehumana que le acompañaba incluso desde antes de abandonar lo que muchos llaman mortalidad, dirige sonrisas a quienes vehementes le saludan y sin dar lugar a los susurros se regodea al no llevar nadie del brazo. Podría ser esta la primera velada, desde su llegada a la pintoresca ciudad francesa, en la que sus pasos no eran guiados necesariamente por el instinto de venganza. Pero ¿no es todo lo que hace o dice mero acto que acompaña el desdén desarrollado hacia la humanidad y sus actos?
Resultaba imposible descifrar que, bajo tal expresión de paz, se ocultaba la verdadera apariencia del horror, difícil saber que aquel imperturbable rostro había observado la muerte de muchos sin inmutarse siquiera un poco. De lo cual nacía la pregunta…¿que buscaba el hijo de la muerte en aquella velada? ¿qué podía habitar en aquel lugar que le interese? Era esta la primera ocasión, con certeza, en la que se dejaba ver sin necesidad de haber sido convocado en el lugar. De casualidad, quizá, incluso disfrutaba de estas muestras de vanidad humana o tan solo el superficial placer de explorar la ciudad que, aún conociera cada rincón, no podría llamar hogar.

Tres mil años son suficientes para aburrir a cualquiera, para hacerle desear buscar por lo nuevo y particular sin importar cuan lejos se encuentre, ha de ser esta la razón por la que decidió desplazarse entre los invitados como si le perteneciera el lugar. Observaba su alrededor sin escatimar en pequeñeces, desde las luces que iluminaban el salón hasta sus invitados, desde el más ponderado al menos agraciado. Era esto ya, parte de él. Reparar en los detalles, ir en busca de lo que el momento pudiese brindarle más allá de lo que originalmente estuviese buscando. Los años le han enseñado a no darse el lujo de dejar cabos sueltos, pues si algo diferenciaba al menor de los demonios Seung, era el reparo, el no dejar rastros…, la paz que brindaban sus facciones sin importar que sujetase vuestro corazón en mano. Mas, era un placer pecaminoso el disfrutar las cinceladas que le rodeaban, ya sea para bien mantener el control de su entorno o pretender, a brevedad, que pertenece al mismo.

La única verdad pertinente respecto a qué le condujo esta noche en particular a mezclarse en la multitud y, quien sabe, bailar una pieza o dos. Y es que la soledad se encuentra alojada en su interior desde tiempos inmemorables. Ha caminado la tierra prisionero de su propia mente, a merced de la sangre y deseos que con los siglos ha aprendido a controlar. Sus ojos denotan no solo paz, pero aflicción, una clase de serena tristeza que acongoja el corazón, empero, sus sonrisas tienen la virtud de apaciguar corazones, incluso mientras inflige la muerte. Absorto, pues, en pensamiento recorre la estancia con copa en mano. Suspira desalentado al dar por sentado que esta velada plantea ser otro aburrido compromiso al que, por ser el hermano más afable, se ve en la obligación de permanecer. Suspira ante la cruel posibilidad de, por una vez más, no encontrar qué o quien ocupe tan sobrado tiempo que lleva consigo.

por **Lyssandra Goodwill** Miér Feb 01, 2017 11:47 pm

Paris, una ciudad llena de cosas inesperadas. En los teatros había obras, bailes en ocasiones podían haber simples convivios, uno simplemente desconocía lo que la ciudad le podría traer a los parisinos. Y en esta ocasión trajo algo que a la joven rubia casi enloqueció, se anunciaba que se estrenaría una obra de teatro que a ella le encantaba; le había pedido a su padre que le comprara el boleto antes de que se agotaran, parecía un muy mal berrinche de la joven, pero el mayor era consciente de que su hija no estaba haciendo tal acto. El tener ese boleto, fue algo que la joven no podía soportar, se pasó días preparando su atuendo para la fechas pero cuando estas se acercaron, descubrió que tendría la oportunidad de conocer a personalidades del medio artístico que ella admiraba con devoción, por lo que su emoción se convirtió en éxtasis.

Los Goodwill al llegar al teatro, se percataron que la rubia comenzaba a estar sumamente nervios por estar rodeada de personas, tanto influyentes o no. Aún era algo joven cuando salía a otros lugares y por un descuido de la misma se había separado de sus padres y hermanos, quedando sola. El nerviosismo comenzaba a aumentar, no sabía cómo actuar o manejarse a sí misma, buscaba entre la multitud algún detalle, alguna señal o algo que le mostrara que debería hacer o que debería beber.

Aunque en momento, todo se guardó silencio, las personas dejaron de existir para ella, hasta el tiempo se podría decir que se detuvo un instante. Una persona capto su atención, no era pintor, ni escritor reconocido, dudaba de que siquiera fuera un famosos pero eso no importaba para ella. Poder llamar la atención de la joven, era completamente extraño, le era enigmático, mientras las personas alrededor de ambos mostraban una alegría hipócrita o aburrimiento, el joven se notaba un poco fuera de lugar para sus ojos, en medio de una celebración, aquel hombre se miraba decaído, como si no quisiera estar en aquel lugar.

Poco a poco se empezó a abrir camino para llegar a él, pero un simple empujo de un hombre fue suficiente para que le perdiera de vista ¿Dónde habría ido? Sería la pregunta más obvia, pero Lyssandra solo dio un suspiro de tristeza, creía a ver encontrado a una persona que se sentía como ella, perdida en un mar de personas, perdido lejos de los que amaba y tenía confianza.

por **Taeyang Seung** Dom Abr 16, 2017 8:05 pm

Existen muchas verdades innegables, como que la noche es fría, el teatro repleto de quienes van a relucir sus bienes más que admirar la obra misma. Hay verdades en el aire que se han convertido en verdades absolutas, como la sangre que nunca corrió bajo su piel o que las criaturas de la oscuridad tomaron el París a su merced;verdades que le ayudaban a recalcar la realidad que le rodeaba, sin embargo, una yacía inerte en medio de la mentira y lo certero: que tan enorme era la soledad que le embargaba.

Cumplir con esta clase de compromisos era su deber, deber que con el pasar del tiempo solo conseguía aburrirle, apagar el poco interés que de por sí había encontrado en la ciudad Francesa. entre los intermedios debía limitarse a sonreír y estrechar manos teniendo cuidado de no volverlas añicos. Y no es que la sangre e intemperie fuera el bosquejo de la noche ideal, no, es solo que, cuando pasas más tiempo del debido sobre la tierra el mundo se torna pálido…, sin vida.

A mitad del breve receso se permitió saludar algunos caballeros burgueses que llevaban del brazo a sus finas esposas, sonrío como se esperaba que lo hiciera y con la educación que alguna vez su difunta madre le inculcó, cuando sus mejillas eran aún rosadas y sus ojos brillantes, se disculpó y salió del lugar en busca de un respiro que no había sabido hasta el momento necesitaba. Han sido muchas las catastrofe sucedidas en París, muchos los difuntos que nadie recuerda y otros tantos más que han partido por su mano. Suspira sin saber el porqué de su agotamiento que más que físico resulta ser mental, y sonríe una vez más desahogado de tantas pretensiones que sin importar cuánto se force a tolerar, jamás ha soportado. Pero, es su deber después de todo, es su misión ser el diplomático y paciente de los dos. Siente que puede darse el lujo de ignorar por unos segundos los fantasmas que siquiera se atreven a intentar molestarle, media sonrisa se asoma en sus finos labios hasta notar que la sombra que le había seguido se acercaba con suma insistencia. Sabe que no se ha dado el incidente de la última noche pues la sed de hambre no ha hecho acto de presencia. No ha dado razones para hacerlo. Empero, no evita advertir el pulso latente en la bella dama —Sería una lástima tornar tan bellos rizos de rojo carmesí —dice en susurros antes de, sigilosamente, desaparecer de la vista de la joven dama.

Manteniendo la distancia prudente analiza su rostro con detenimiento, no recuerda haberla conocido. Sus ojos no evocan encuentro previo alguno aunque su mirar con certeza atraen curiosidad ¿cuál sería la razón para que lo siguiese por voluntad propia? ¿acaso, se estaba volviendo descuidado? No, tal cosa jamás ha de pasar. Entonces…,
—Creería que soy lo que con tanto ahínco buscaba su mirar hace un instante pero, ¿no sería acaso alimentar en demasía mi propio ego? —dice en un susurro, tan cerca de la joven como para convertirlo en un secreto.
Sonríe al obtener su atención emulando a la perfección otro ser vivo. No seguro de que la dama frente a él está al tanto de su naturaleza. Algunos humanos, ya sea por dotes extraordinarios o cercanía desmesurada con lo sobrenatural, reconocía a la perfección cuando alguien como él...o bueno, como lo que él pretendía ser, se infiltraba en su mundo. Sin embargo, diferente emociones danzaban en su mirada y podía asegurar, odio no era una de ellas.

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