AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
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El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Después de la ardua tarea de prepararse y vestirse..Bueno, que la vistieran, porque ella no sabía ni qué tacto tenían las telas; de maquillarse y de que su sirvienta rezara a Dios y sudara sangre para poner su rebelde cabellera dentro de un sombrero, por fin pudo enfundarse los zapatos, que eran lo último de su impecable indumentaria y, finalmente, estar lista para salir de la casa.
Su vestido era la última moda, claro, bastante sobrio, sin nada exagerado ni fuera de lo común, pero del gusto más refinado, con sus pliegues en color canela y el satén verde oscuro ocultando el polisón. Lo que más podría llamar la atención, sería su sombrero, que tenía múltiples detalles sin llegar a ser sobrecargados pero que en conjunto hacían de la pieza un verdadero espectáculo por si mismo.
Su madre se acercó cruzando la sala a toda prisa y sin decir ni una sola palabra le pellizcó las mejillas y le soltó un par de palmaditas bien dadas. -Compórtate, no hables demasiado, a nadie le gustan los charlatanes.- La señora de la casa intentó doblegar un rizo que se había salido del recogido, insistió, con tirones incluidos y finalmente el atrevido remolino volvió a su sitio.- Sólo quédate quieta y sonríe.
-Si, madre.- Contestó sistemáticamente, si bien lo de llamar a alguien madre era bastante nuevo para ella.
Anaé aun no entendía por qué tenía que ir, no le importaba ir a la ópera, claro..Pero acababa de llegar, aun sentía la pesadez del viaje y no conocía París...Decir que estaba asustada era una tontería, porque suponía que sus padres ya habían dispuesto todo para que no le ocurriera nada malo pero..Aun así. No sabía por qué su madre tenía tanto interés en que fuera a la merienda después y encima sola, porque su señora madre tenía otros compromisos que atender junto a su padre. Hubiera preferido ser “presentada en sociedad” por sus propios padres..Aun le costaba asumir que no se iba a sentir “como en casa” ni en la campiña inglesa ni en París, independientemente de lo cerca que estuviera de su familia.
Su madre le dio unos últimos consejos mientras le guiaba a la salida.- Y come lo mínimo posible, aunque bueno..-La señora Boissieu le miró de arriba abajo con desparpajo.- No te vendría mal...¿No te daban de comer en Inglaterra? Tsk..Tendré que hablar con mi tía, esto es un despropósito…-Y ahí seguía ella, quejándose, hasta que finalmente Anaé se encontró con la puerta en las narices.
Se vio en la calle, con un coche esperándole en la entrada, suspirando caminó hacia él acompañada de su doncella, por supuesto, una cosa era ir sin sus familiares y otra muy diferente aventurarse por ahí a la buena de Dios. Una vez dentro del coche, cuando estaba enfilando ya la calle, la doncella le recordó que se había dejado el paraguas. No era difícil en ella, así que tuvo que hacer volver al cochero, entró en casa y después de unos cuantos gestos de desaprobación de la señora se llevó el paraguas a conjunto con sus pliegues canela antes de llegar a la ópera.
París le parecía todavía un lugar salvaje y ajeno, apenas recordaba nada de su infancia allí. En parte le sobrecogía todo ese bullicio, que si, que había estado más veces en una ciudad, en la ópera de aquí o el evento de allá, pero desde luego no era como su solitaria, alejada y silenciosa hacienda. Observaba a través del marco de la ventana cómo las desconocidas calles pasaban ante sus ojos y elevó la mirada hacia las nubes, admirando las curiosas formas y distintas tonalidades.
El coche se detuvo y la doncella le avisó de que estaban ya en el lugar, bajó la vista hacia el edificio de la ópera. Sublime. Sobrecogedor.
Salió del coche y comprobó que llegaba pronto, la gente parecía acostumbrada al lugar pero ella tuvo que detenerse unos momentos y maravillarse en la entrada, al arquitectura era...Oh...El estilo era...Mmh..Apenas unas cuantas parejas apresuradas subían las increíbles escaleras, ella de nuevo se detuvo entre ellas, se giró, miró hacia arriba. Bueno, su madre le iba a perdonar pero una cosa era ser educada, callada y como una estatua y otra era encontrarse ante semejante maravilla y no tomarse el tiempo necesario para asimilarlo.
Después de unos cuantos minutos finalmente la doncella le hizo caminar con nerviosismo, solo para darse cuenta de que estaban todos en sus asientos, ya listos para el espectáculo, con las luces a punto de atenuarse. Ah, que no llegaba pronto..Que llegaba más bien tarde….Bueno..A nadie pareció importarle.
Tuvieron que ayudarle a conseguir su asiento, eso era así, ella no conocía todavía las diferentes localizaciones y si bien la mayoría de los personajes importantes de la sociedad parisina tenían los mejores palcos, ella tenía el suyo propio asignado para su familia, que no era moco de pavo, además la acústica desde allí iba a ser impresionante, que en el fondo, era lo que importaba, aunque la perspectiva hacia el escenario no fuera la mejor, la vista era completamente secundaria.
Se consiguió acomodar justo cuando empezó la obra y atendió, como tenía costumbre. Si bien no tenía claro si le gustaba o no la ópera, la conocía y era una estudiosa de la materia, así que podía, por lo menos, apreciarla como se lo merecía.
El sonido conocido le reconfortó mucho más de lo que hubiera calculado al principio, entre tanto desconcierto tener algo que finalmente pudiera reconocer era todo un alivio. Se le hizo corta, la verdad, para lo cómoda y segura que se sentía en su palco sin necesidad de interactuar con nadie. El suave barullo de las voces al terminar la función dio paso a la ida y venida de la gente, mientras que a ella le condujeron al encuentro de la pequeña reunión, que en el fondo era precisamente aquel el objetivo, codearse con los potentes, aunque ella no se fuera capaz de percibir semejantes sutilidades.
Obediente y temerosa de que su madre tuviera ojos hasta en el infierno, se acercó a las mesas a cotillear, porque la curiosidad de lo que se serviría allí y de si sería tan diferente a lo que ella conocía le pudo más que la timidez, sin embargo caminaba con tranquilidad por los diferentes escaparates de delicatessen, observando, hasta que vio algo mucho más interesante. Se alejó de las mesas para fijarse en una escultura que representaba el rostro de una mujer, de ahí pasó a un tapiz, a una columna geminada que parecía haber sido traída de otro lugar, un cuadro en la pared...Vamos, que fue comiéndose con los ojos cada detalle que había por la sala, moviéndose con toda naturalidad, como si allí estuviera ella sola y no hubiera tenido ningún tipo de institutriz que le hubiera enseñado buenos modales. Y así, en una de sus idas y venidas por el salón, entre esculturas, piezas musicales, instrumentos famosos, arte y formas admirables se encontró con un par de ojos marrones.
Se quedó plantada mirando fijamente, sin pestañear, con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás, porque además esos ojos oscuros estaban bastante más por encima de su ángulo natural de visión. Después de unos cuantos segundos interminables se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de alguien, porque esos ojos lo más probable era que tuvieran un dueño. Un dueño cuyo espacio personal había sido descaradamente invadido. Se echó hacia atrás y ,larga y pausadamente, pestañeó; como si acabase de salir de alguna especie de trance.
Después de unos nuevos segundos de descaro, aun mirándole, alguien se le acercó como si quisiera que le hundieran en la tierra, su dama de compañía parecía apurada y le intentaba enviar señales sutiles desde hacía rato, señales que obviamente Anaé no percibió o bien había ignorado deliberadamente. Tras otros buenos segundos, la mujer inclinó la cabeza ligeramente a un lado, como si algo le hubiera hecho ‘click’.- Usted es “el hombre de los ojos raros”. - Y, por supuesto, le habló en inglés cuando se refirió a él.
Su vestido era la última moda, claro, bastante sobrio, sin nada exagerado ni fuera de lo común, pero del gusto más refinado, con sus pliegues en color canela y el satén verde oscuro ocultando el polisón. Lo que más podría llamar la atención, sería su sombrero, que tenía múltiples detalles sin llegar a ser sobrecargados pero que en conjunto hacían de la pieza un verdadero espectáculo por si mismo.
Su madre se acercó cruzando la sala a toda prisa y sin decir ni una sola palabra le pellizcó las mejillas y le soltó un par de palmaditas bien dadas. -Compórtate, no hables demasiado, a nadie le gustan los charlatanes.- La señora de la casa intentó doblegar un rizo que se había salido del recogido, insistió, con tirones incluidos y finalmente el atrevido remolino volvió a su sitio.- Sólo quédate quieta y sonríe.
-Si, madre.- Contestó sistemáticamente, si bien lo de llamar a alguien madre era bastante nuevo para ella.
Anaé aun no entendía por qué tenía que ir, no le importaba ir a la ópera, claro..Pero acababa de llegar, aun sentía la pesadez del viaje y no conocía París...Decir que estaba asustada era una tontería, porque suponía que sus padres ya habían dispuesto todo para que no le ocurriera nada malo pero..Aun así. No sabía por qué su madre tenía tanto interés en que fuera a la merienda después y encima sola, porque su señora madre tenía otros compromisos que atender junto a su padre. Hubiera preferido ser “presentada en sociedad” por sus propios padres..Aun le costaba asumir que no se iba a sentir “como en casa” ni en la campiña inglesa ni en París, independientemente de lo cerca que estuviera de su familia.
Su madre le dio unos últimos consejos mientras le guiaba a la salida.- Y come lo mínimo posible, aunque bueno..-La señora Boissieu le miró de arriba abajo con desparpajo.- No te vendría mal...¿No te daban de comer en Inglaterra? Tsk..Tendré que hablar con mi tía, esto es un despropósito…-Y ahí seguía ella, quejándose, hasta que finalmente Anaé se encontró con la puerta en las narices.
Se vio en la calle, con un coche esperándole en la entrada, suspirando caminó hacia él acompañada de su doncella, por supuesto, una cosa era ir sin sus familiares y otra muy diferente aventurarse por ahí a la buena de Dios. Una vez dentro del coche, cuando estaba enfilando ya la calle, la doncella le recordó que se había dejado el paraguas. No era difícil en ella, así que tuvo que hacer volver al cochero, entró en casa y después de unos cuantos gestos de desaprobación de la señora se llevó el paraguas a conjunto con sus pliegues canela antes de llegar a la ópera.
París le parecía todavía un lugar salvaje y ajeno, apenas recordaba nada de su infancia allí. En parte le sobrecogía todo ese bullicio, que si, que había estado más veces en una ciudad, en la ópera de aquí o el evento de allá, pero desde luego no era como su solitaria, alejada y silenciosa hacienda. Observaba a través del marco de la ventana cómo las desconocidas calles pasaban ante sus ojos y elevó la mirada hacia las nubes, admirando las curiosas formas y distintas tonalidades.
- Spoiler:
El coche se detuvo y la doncella le avisó de que estaban ya en el lugar, bajó la vista hacia el edificio de la ópera. Sublime. Sobrecogedor.
- Spoiler:
Salió del coche y comprobó que llegaba pronto, la gente parecía acostumbrada al lugar pero ella tuvo que detenerse unos momentos y maravillarse en la entrada, al arquitectura era...Oh...El estilo era...Mmh..Apenas unas cuantas parejas apresuradas subían las increíbles escaleras, ella de nuevo se detuvo entre ellas, se giró, miró hacia arriba. Bueno, su madre le iba a perdonar pero una cosa era ser educada, callada y como una estatua y otra era encontrarse ante semejante maravilla y no tomarse el tiempo necesario para asimilarlo.
Después de unos cuantos minutos finalmente la doncella le hizo caminar con nerviosismo, solo para darse cuenta de que estaban todos en sus asientos, ya listos para el espectáculo, con las luces a punto de atenuarse. Ah, que no llegaba pronto..Que llegaba más bien tarde….Bueno..A nadie pareció importarle.
Tuvieron que ayudarle a conseguir su asiento, eso era así, ella no conocía todavía las diferentes localizaciones y si bien la mayoría de los personajes importantes de la sociedad parisina tenían los mejores palcos, ella tenía el suyo propio asignado para su familia, que no era moco de pavo, además la acústica desde allí iba a ser impresionante, que en el fondo, era lo que importaba, aunque la perspectiva hacia el escenario no fuera la mejor, la vista era completamente secundaria.
- Ambientillo, si gustas:
Se consiguió acomodar justo cuando empezó la obra y atendió, como tenía costumbre. Si bien no tenía claro si le gustaba o no la ópera, la conocía y era una estudiosa de la materia, así que podía, por lo menos, apreciarla como se lo merecía.
El sonido conocido le reconfortó mucho más de lo que hubiera calculado al principio, entre tanto desconcierto tener algo que finalmente pudiera reconocer era todo un alivio. Se le hizo corta, la verdad, para lo cómoda y segura que se sentía en su palco sin necesidad de interactuar con nadie. El suave barullo de las voces al terminar la función dio paso a la ida y venida de la gente, mientras que a ella le condujeron al encuentro de la pequeña reunión, que en el fondo era precisamente aquel el objetivo, codearse con los potentes, aunque ella no se fuera capaz de percibir semejantes sutilidades.
Obediente y temerosa de que su madre tuviera ojos hasta en el infierno, se acercó a las mesas a cotillear, porque la curiosidad de lo que se serviría allí y de si sería tan diferente a lo que ella conocía le pudo más que la timidez, sin embargo caminaba con tranquilidad por los diferentes escaparates de delicatessen, observando, hasta que vio algo mucho más interesante. Se alejó de las mesas para fijarse en una escultura que representaba el rostro de una mujer, de ahí pasó a un tapiz, a una columna geminada que parecía haber sido traída de otro lugar, un cuadro en la pared...Vamos, que fue comiéndose con los ojos cada detalle que había por la sala, moviéndose con toda naturalidad, como si allí estuviera ella sola y no hubiera tenido ningún tipo de institutriz que le hubiera enseñado buenos modales. Y así, en una de sus idas y venidas por el salón, entre esculturas, piezas musicales, instrumentos famosos, arte y formas admirables se encontró con un par de ojos marrones.
Se quedó plantada mirando fijamente, sin pestañear, con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás, porque además esos ojos oscuros estaban bastante más por encima de su ángulo natural de visión. Después de unos cuantos segundos interminables se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de alguien, porque esos ojos lo más probable era que tuvieran un dueño. Un dueño cuyo espacio personal había sido descaradamente invadido. Se echó hacia atrás y ,larga y pausadamente, pestañeó; como si acabase de salir de alguna especie de trance.
Después de unos nuevos segundos de descaro, aun mirándole, alguien se le acercó como si quisiera que le hundieran en la tierra, su dama de compañía parecía apurada y le intentaba enviar señales sutiles desde hacía rato, señales que obviamente Anaé no percibió o bien había ignorado deliberadamente. Tras otros buenos segundos, la mujer inclinó la cabeza ligeramente a un lado, como si algo le hubiera hecho ‘click’.- Usted es “el hombre de los ojos raros”. - Y, por supuesto, le habló en inglés cuando se refirió a él.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
- Mensajes : 99
Fecha de inscripción : 27/01/2017
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
El capitán estaba invitado al evento por doble partida: una porque era de clase social alta y tenía la obligación de acudor a eventos de ese tipo aunque no fueran lo más divertido del mundo, y segundo porque Aveline Faith le había pedido que la acompañase. La música de la Ópera Garnier no solía ponerla la Filarmónica donde ella tocaba a menos que fuera algo especial o acudiesen personalidades como reyes europeos etc. Pero se acababa de firmar un acuerdo entre la Filarmónica y la Opera para que los músicos pudieran tocar en ambas instituciones de vez en cuando, compartir ensayos y funciones y así abrir el repertorio y los horizontes. Todos los músicos estaban invitados y Faith no quería ir sola, así que obligó a su hermano a estar.
El salón estaba concurrido y cómo no, sonaba música de cámara, un cuarteto de cuerda ponía la banda sonora a la velada. Faith charlaba con el director de la Garnier, recordando la anécdota del apagón del concierto de año nuevo, cuando el vampiro Assur Black irrumpió allí buscándola; claro que esa información sólo la sabían los hermanos Blackmore. Axel se apartó un momento con una copa de brandy en las manos y se acercó a la pared observando los anodinos cuadros, bodegones insulsos y alguna escena de caza. Nada que ver con la National Gallery. Echaba de menos pasear por Trafalgar Square, parar en su pub favorito el The Moon under Water, en Leicester Squeare y sentarse a leer el The Guardian tranquilamente. Todos los ingleses echaban de menos Inglaterra, y al resto del mundo les parecía una cloaca húmeda y apestosa. Bueno, en eso París no se diferenciaba demasiado.
Sujetaba la copa con una mano aprovechando esos momentos que la obligación social le brindaba para relajar un poco la cabeza, que últimamente estaba sobrecargado de trabajo y necesitaba unos instantes en los que su cerebro no volviese una y otra vez a los asuntos de la Orden. Notó que unos ojos lo miraban. Eso no sería nada extraño si no hubiera notada la insistencia e intensidad con la que lo hacían. La joven que lo miraba parecía como si se hubiera quedado embobada de alguna manera. Vale era resultón, pero no como para eso. Iba a preguntarle si se encontraba bien, pero la muchacha de pronto le habló en perfecto inglés. Eso siempre era agradable, pero lo que le dijo lo dejó algo desconcertado al principio. Mas Blackmore no solía desaprovechar ninguna oportunidad para hacer gala de su locuacidad británica regalandole media sonrisa.
— Viniendo de usted, creo que me lo tomaré como un cumplido, porque a la vista está que entienda de..."rarezas".— Estaba haciendo alusión a su extraño empanamiento y la contestación posterior.— Aunque si se queda más tranquila, es cierto, dependiendo de la luz se ven marrones o verdes.— Si conocía a esa muchacha de antes... no podía recordarlo, tenía la cabeza en mil sitios ultimamente.— Disculpeme si ya nos hemos visto antes y no la recuerdo. Lord Axel Emory Blackmore.— Era un lord, así que sus modales no podían fallar, como estaba mandado cogió la mano de la dama y depositó un beso leve sobre su dorso.— siempre es un placer escuchar la lengua materna cuando uno está fuera de su hogar ¿no cree?
El salón estaba concurrido y cómo no, sonaba música de cámara, un cuarteto de cuerda ponía la banda sonora a la velada. Faith charlaba con el director de la Garnier, recordando la anécdota del apagón del concierto de año nuevo, cuando el vampiro Assur Black irrumpió allí buscándola; claro que esa información sólo la sabían los hermanos Blackmore. Axel se apartó un momento con una copa de brandy en las manos y se acercó a la pared observando los anodinos cuadros, bodegones insulsos y alguna escena de caza. Nada que ver con la National Gallery. Echaba de menos pasear por Trafalgar Square, parar en su pub favorito el The Moon under Water, en Leicester Squeare y sentarse a leer el The Guardian tranquilamente. Todos los ingleses echaban de menos Inglaterra, y al resto del mundo les parecía una cloaca húmeda y apestosa. Bueno, en eso París no se diferenciaba demasiado.
Sujetaba la copa con una mano aprovechando esos momentos que la obligación social le brindaba para relajar un poco la cabeza, que últimamente estaba sobrecargado de trabajo y necesitaba unos instantes en los que su cerebro no volviese una y otra vez a los asuntos de la Orden. Notó que unos ojos lo miraban. Eso no sería nada extraño si no hubiera notada la insistencia e intensidad con la que lo hacían. La joven que lo miraba parecía como si se hubiera quedado embobada de alguna manera. Vale era resultón, pero no como para eso. Iba a preguntarle si se encontraba bien, pero la muchacha de pronto le habló en perfecto inglés. Eso siempre era agradable, pero lo que le dijo lo dejó algo desconcertado al principio. Mas Blackmore no solía desaprovechar ninguna oportunidad para hacer gala de su locuacidad británica regalandole media sonrisa.
— Viniendo de usted, creo que me lo tomaré como un cumplido, porque a la vista está que entienda de..."rarezas".— Estaba haciendo alusión a su extraño empanamiento y la contestación posterior.— Aunque si se queda más tranquila, es cierto, dependiendo de la luz se ven marrones o verdes.— Si conocía a esa muchacha de antes... no podía recordarlo, tenía la cabeza en mil sitios ultimamente.— Disculpeme si ya nos hemos visto antes y no la recuerdo. Lord Axel Emory Blackmore.— Era un lord, así que sus modales no podían fallar, como estaba mandado cogió la mano de la dama y depositó un beso leve sobre su dorso.— siempre es un placer escuchar la lengua materna cuando uno está fuera de su hogar ¿no cree?
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 144
Fecha de inscripción : 07/12/2016
Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
La doncella no se podía ni creer lo que estaba viendo, no entendía inglés pero por la cara que había puesto el hombre los primeros instantes estuvo tentada de sacar a su señorita de allí antes de que hiciera algo peor y arruinara su reputación, pero como el hombre se dedicó a sonreír y, al parecer, presentarse, la muchacha hizo un mutis por la izquierda y se alejó lo suficiente para darles intimidad, pero no tanto como para no tener a Anaé vigilada.
La muchacha, por su parte, seguía mirándole a los ojos, fijamente, como si él fuera la obra de arte más interesante del local y, bueno, que por qué no. En un principio, la mujer podía parecer..Un poco..Lenta..En su divagar mental. Caminaba despacio, se movía despacio, hablaba despacio y pensaba despacio. Así que tardó en reaccionar, mientras estaba calculando lo que había querido decir el hombre y le daba vueltas a la frase, se encontró con su mano siendo besada en una presentación como mandaban las normas, al escuchar el Lord, automáticamente Anaé se inclinó suavemente, en un perfecto saludo cortés hacia alguien noble, impecable. Al incorporarse, le volvió a mirar inclinando de nuevo la cabeza hacia un lado, curiosamente, pestañeaba inusualmente poco, era como si la muchacha tuviera un ritmo completamente diferente al resto del mundo.
-Soy Anaé Catherina Boissieu. No se apure, yo tampoco me acordaba de usted. -Pestañeó, con cierta expresión de intriga y extrema curiosidad.- ¿Le gustan las rarezas? -Se quedó callada, mucho más de lo que hubiera sido necesario, unos segundos después se movió a otra posición, apenas moviendo los pies, solo balanceándose hacia un lado, se quedó quieta, sin despegar ni un instante los ojos de él. Se balanceó hacia el otro lado..Volvió a quedarse quieta...Volvió a su posición original y...Sonrió suavemente, aunque no iluminó su rostro de calidez, casi parecía la expresión gélida e inmortal impresa en una muñeca de porcelana.- Es verdad. - Porque estaba claro que no se había fijado hasta ahora, ni en el color tan siquiera.-..Supongo que dependiendo de los labios de quien la pronuncie.- Fue contestando una por una a las frases, en el mismo orden que fueron pronunciadas. Su acento, por supuesto, era exquisito.
La muchacha, por su parte, seguía mirándole a los ojos, fijamente, como si él fuera la obra de arte más interesante del local y, bueno, que por qué no. En un principio, la mujer podía parecer..Un poco..Lenta..En su divagar mental. Caminaba despacio, se movía despacio, hablaba despacio y pensaba despacio. Así que tardó en reaccionar, mientras estaba calculando lo que había querido decir el hombre y le daba vueltas a la frase, se encontró con su mano siendo besada en una presentación como mandaban las normas, al escuchar el Lord, automáticamente Anaé se inclinó suavemente, en un perfecto saludo cortés hacia alguien noble, impecable. Al incorporarse, le volvió a mirar inclinando de nuevo la cabeza hacia un lado, curiosamente, pestañeaba inusualmente poco, era como si la muchacha tuviera un ritmo completamente diferente al resto del mundo.
-Soy Anaé Catherina Boissieu. No se apure, yo tampoco me acordaba de usted. -Pestañeó, con cierta expresión de intriga y extrema curiosidad.- ¿Le gustan las rarezas? -Se quedó callada, mucho más de lo que hubiera sido necesario, unos segundos después se movió a otra posición, apenas moviendo los pies, solo balanceándose hacia un lado, se quedó quieta, sin despegar ni un instante los ojos de él. Se balanceó hacia el otro lado..Volvió a quedarse quieta...Volvió a su posición original y...Sonrió suavemente, aunque no iluminó su rostro de calidez, casi parecía la expresión gélida e inmortal impresa en una muñeca de porcelana.- Es verdad. - Porque estaba claro que no se había fijado hasta ahora, ni en el color tan siquiera.-..Supongo que dependiendo de los labios de quien la pronuncie.- Fue contestando una por una a las frases, en el mismo orden que fueron pronunciadas. Su acento, por supuesto, era exquisito.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
- Mensajes : 99
Fecha de inscripción : 27/01/2017
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Boissieu, ese apellido sí lo conocía, su hermano William Chase hacía negocios con su padre, al final en el mundillo se las grandes fortunas se conocían todos. Observó el rostro de la chica y trató de ubicarlo en algun acto al que hubieran asistido recientemente pero no conseguía recordar, posiblemente fue en Londres y al menos unos cuantos meses atrás.
Tenía una extraña belleza, unos ojos demasiado grandes para un óvalo tan delicado, y una forma de moverse que parecía casi etérea, como si estuviera hecha del tejido de un sueño. Eh. ¿Desde cuando sabía él de qué tejido se hacían los sueños? En fin. Le había preguntado si le gustaban las peculiaridades.
— Pues lo cierto es que a menudo me paso el día entre gente peculiar, los negocios de mi familia son...extensos, y a veces agradecería algo de normalidad al llegar a casa. Pero luego me detengo y pienso que el mundo está lleno de peculiaridades que lo hacen tal y como es y no me molesta no estar sujeto a las normas a todas horas.— Le ofreció el el brazo a la joven por si quería pasear por la sala y seguir viendo las pinturas.
— Realmente aquí no tienen ninguna obra digna de ser admirada. ¿Ha estado en el museo del Louvre? La colección pictórica sigue siendo mejor la que tenemos en la National Gallery, pero en escultura los franceses saben lo que se hacen. Eso si, tiene que ver la Gioconda, tiene algo que... no sé, dígamelo usted misma cuando la vea con sus propios ojos.
Pasaron al lado de Aveline y ésta observó a Anae esbozando media sonrisa que su hermano supo leer de inmediato. Esa noche al llegar a casa tendría que soportar algun comentario de Faith sobre su insulsa vida social. Pues ella tampoco era nadie para andar vacilando, porque le constaba que había ido varias veces al burdel The Golden Moon a aliviar un poco la tensión, pero nada más.
— Esa es Lady Aveline Faith Blackmore, mi hermana y por lo que pueda pasar, le sugiero que no se tome a mal ningun comentario, tiene un humor muy británico, ya sabe.— advirtió a la joven, porque se lo veía venir.
Tenía una extraña belleza, unos ojos demasiado grandes para un óvalo tan delicado, y una forma de moverse que parecía casi etérea, como si estuviera hecha del tejido de un sueño. Eh. ¿Desde cuando sabía él de qué tejido se hacían los sueños? En fin. Le había preguntado si le gustaban las peculiaridades.
— Pues lo cierto es que a menudo me paso el día entre gente peculiar, los negocios de mi familia son...extensos, y a veces agradecería algo de normalidad al llegar a casa. Pero luego me detengo y pienso que el mundo está lleno de peculiaridades que lo hacen tal y como es y no me molesta no estar sujeto a las normas a todas horas.— Le ofreció el el brazo a la joven por si quería pasear por la sala y seguir viendo las pinturas.
— Realmente aquí no tienen ninguna obra digna de ser admirada. ¿Ha estado en el museo del Louvre? La colección pictórica sigue siendo mejor la que tenemos en la National Gallery, pero en escultura los franceses saben lo que se hacen. Eso si, tiene que ver la Gioconda, tiene algo que... no sé, dígamelo usted misma cuando la vea con sus propios ojos.
Pasaron al lado de Aveline y ésta observó a Anae esbozando media sonrisa que su hermano supo leer de inmediato. Esa noche al llegar a casa tendría que soportar algun comentario de Faith sobre su insulsa vida social. Pues ella tampoco era nadie para andar vacilando, porque le constaba que había ido varias veces al burdel The Golden Moon a aliviar un poco la tensión, pero nada más.
— Esa es Lady Aveline Faith Blackmore, mi hermana y por lo que pueda pasar, le sugiero que no se tome a mal ningun comentario, tiene un humor muy británico, ya sabe.— advirtió a la joven, porque se lo veía venir.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 144
Fecha de inscripción : 07/12/2016
Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Boissieu no era un apellido a ignorar, sus hilos comerciales se extendían prácticamente por todas partes, en varios sectores y no todos ellos de buen nombre, aunque, por supuesto, esto no era de conocimiento público ni mucho menos. Anaé, desde luego, no tenía ni idea de lo que su apellido significaba, ni de las redes que su padre pudiera tener, tampoco había tenido curiosidad por saberlo, lo que tenía claro era que nunca le faltaba de nada y que bien se encargaban sus padres de conseguir cada cosa que considerasen oportuna, aunque a decir verdad a ella le hubiera dado igual un traje de gitana que uno de seda oriental.
De nuevo estaba ella, todo ojos, escuchando al hombre. Aunque hacía rato que no le atendía para nada, estaba admirando cómo se le movían los labios, el lado izquierdo se le movía ligeramente más que el otro, era algo imperceptible y que seguramente ni él supiera, pero como siempre, Anaé era capaz de percibir las cosas más absurdas, ya fuera ese minúsculo músculo más entrenado o la mosca que sobrevolaba unas chucherías en la mesa del fondo.
No tenía nada que decir a lo primero que dijo, para ella lo mismo daba fuera que dentro, en su casa tampoco estaba “no sujeta a normas”, en realidad nunca lo había estado, salvo cuando era algo más niña y se escapaba a dar paseos a solas por el jardín, descalza y recordaba que se sentía como una auténtica aventurera, arrojadiza y sin remordimientos, como si aquel pequeño atrevimiento fuera un gran insulto a su reputación. Esas pocas horas de rebeldía le hacían sentir viva y tranquila, pero eso desaparecía al día siguiente cuando volvía a la rutina y no salía en meses por lo culpable que se sentía.
Rodeó con suavidad el brazo del caballero inglés, con una delicadeza digna de una brisa de primavera o del movimiento cautivador de una serpiente. No se apoyó en él al caminar, sencillamente le acompañó captando que él estaba más interesado en la obras de arte que en el propio comer. Anaé se dejó guiar por la sala, admirando en silencio aquellas obras que si bien tenían un gusto exquisito no se podían comparar a verdaderas obras de arte hechas por grandes maestros, pero aun así le atraían más que las exquisiteces y las conversaciones con desconocidos..Aunque..Estaba “hablando” con uno y estaba muy acostumbrada a las conversaciones de la alta sociedad.
- Nunca he ido al Louvre, pero si usted lo dice entonces pediré permiso para ir.- Porque a su madre no le agradaba nada que tuviera que ver con el arte, ella estaba más centrada en que la niña aprendiera a seducir con lo que tenía, pero era la moda en la educación de las jóvenes y su hija no iba a ser menos, tuvo que ceder ante las exigencias del estatus. La verdad era que ella sabía de lo que hablaban, las esculturas eran sus favoritas, le parecía increíble que alguien pudiera arrancar esas formas a la piedra y tenía su propia opinión a cerca de las representaciones más célebres pero...Lord Blackmore no le estaba preguntando, estaba divagando, manteniendo una de esas conversaciones de estricta etiqueta que ella conocía muy bien y sabía que debía dejarle hablar sin interrumpir. Eran unas palabras sin corazón, sin sentimiento, ¿Cuántas veces las habría repetido el señor Blackmore en su vida? ¿Y por qué a ella le importaba?
Aunque no se atrevió a contestarle, se guardó en la memoria el hecho de prestar especial atención a la Gioconda, si es que conseguía verla alguna vez. Levantó la vista de las obras, que para ella seguían siendo obras, obras de alguien que había dejado en ellas unos sentimientos e impresiones que tenían el mismo derecho de ser admirados y analizados como la propia obra de Da Vinci aunque no fueran ni de lejos del mismo nivel. Como artista de puertas adentro sentía que debía consideración y sincera atención por su parte.
Observó a la mujer que le presentaba, no captó la sonrisa y si lo hizo no supo ver la conversación oculta, desde luego no conocía a los hermanos como para poder atrapar esas sutilidades, que de todas formas se le hubieran escapado incluso siendo cañonazos. Esperó a que finalmente estuvieran cerca para poder inclinarse, sabiendo que estaba ante una lady y que le debía respeto y sumisión. Si ella decidía ser grosera o no estaba en su mano y lo iba a aceptar de todas formas.- Si es igual que el suyo propio no creo que me pueda ofender.- Porque realmente había muy poco que pudiera llegarle tan al fondo. ¿Palabras soeces? ¿Insultos disfrazados? La mitad de las veces no los captaba y la otra ni siquiera le importaban, además estaba más que curada de espanto del humor que se gastaban los británicos.
Intentó recordar de qué le sonaba la mujer, porque sin duda algo se le volvía a escapar. Lady Aveline Faith Blackmore. Había algo en su mente dando vueltas como los buitres pero...No, no conseguía encontrar la rata muerta que seguramente era la referencia a una célebre arpista.
De nuevo estaba ella, todo ojos, escuchando al hombre. Aunque hacía rato que no le atendía para nada, estaba admirando cómo se le movían los labios, el lado izquierdo se le movía ligeramente más que el otro, era algo imperceptible y que seguramente ni él supiera, pero como siempre, Anaé era capaz de percibir las cosas más absurdas, ya fuera ese minúsculo músculo más entrenado o la mosca que sobrevolaba unas chucherías en la mesa del fondo.
No tenía nada que decir a lo primero que dijo, para ella lo mismo daba fuera que dentro, en su casa tampoco estaba “no sujeta a normas”, en realidad nunca lo había estado, salvo cuando era algo más niña y se escapaba a dar paseos a solas por el jardín, descalza y recordaba que se sentía como una auténtica aventurera, arrojadiza y sin remordimientos, como si aquel pequeño atrevimiento fuera un gran insulto a su reputación. Esas pocas horas de rebeldía le hacían sentir viva y tranquila, pero eso desaparecía al día siguiente cuando volvía a la rutina y no salía en meses por lo culpable que se sentía.
Rodeó con suavidad el brazo del caballero inglés, con una delicadeza digna de una brisa de primavera o del movimiento cautivador de una serpiente. No se apoyó en él al caminar, sencillamente le acompañó captando que él estaba más interesado en la obras de arte que en el propio comer. Anaé se dejó guiar por la sala, admirando en silencio aquellas obras que si bien tenían un gusto exquisito no se podían comparar a verdaderas obras de arte hechas por grandes maestros, pero aun así le atraían más que las exquisiteces y las conversaciones con desconocidos..Aunque..Estaba “hablando” con uno y estaba muy acostumbrada a las conversaciones de la alta sociedad.
- Nunca he ido al Louvre, pero si usted lo dice entonces pediré permiso para ir.- Porque a su madre no le agradaba nada que tuviera que ver con el arte, ella estaba más centrada en que la niña aprendiera a seducir con lo que tenía, pero era la moda en la educación de las jóvenes y su hija no iba a ser menos, tuvo que ceder ante las exigencias del estatus. La verdad era que ella sabía de lo que hablaban, las esculturas eran sus favoritas, le parecía increíble que alguien pudiera arrancar esas formas a la piedra y tenía su propia opinión a cerca de las representaciones más célebres pero...Lord Blackmore no le estaba preguntando, estaba divagando, manteniendo una de esas conversaciones de estricta etiqueta que ella conocía muy bien y sabía que debía dejarle hablar sin interrumpir. Eran unas palabras sin corazón, sin sentimiento, ¿Cuántas veces las habría repetido el señor Blackmore en su vida? ¿Y por qué a ella le importaba?
Aunque no se atrevió a contestarle, se guardó en la memoria el hecho de prestar especial atención a la Gioconda, si es que conseguía verla alguna vez. Levantó la vista de las obras, que para ella seguían siendo obras, obras de alguien que había dejado en ellas unos sentimientos e impresiones que tenían el mismo derecho de ser admirados y analizados como la propia obra de Da Vinci aunque no fueran ni de lejos del mismo nivel. Como artista de puertas adentro sentía que debía consideración y sincera atención por su parte.
Observó a la mujer que le presentaba, no captó la sonrisa y si lo hizo no supo ver la conversación oculta, desde luego no conocía a los hermanos como para poder atrapar esas sutilidades, que de todas formas se le hubieran escapado incluso siendo cañonazos. Esperó a que finalmente estuvieran cerca para poder inclinarse, sabiendo que estaba ante una lady y que le debía respeto y sumisión. Si ella decidía ser grosera o no estaba en su mano y lo iba a aceptar de todas formas.- Si es igual que el suyo propio no creo que me pueda ofender.- Porque realmente había muy poco que pudiera llegarle tan al fondo. ¿Palabras soeces? ¿Insultos disfrazados? La mitad de las veces no los captaba y la otra ni siquiera le importaban, además estaba más que curada de espanto del humor que se gastaban los británicos.
Intentó recordar de qué le sonaba la mujer, porque sin duda algo se le volvía a escapar. Lady Aveline Faith Blackmore. Había algo en su mente dando vueltas como los buitres pero...No, no conseguía encontrar la rata muerta que seguramente era la referencia a una célebre arpista.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/01/2017
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
El inglés no estaba de acuerdo con esa afirmación, Aveline era capaz de hacer perder la paciencia hasta a San Job, siempre que se lo propusiera. Esperaba que no empezase de nuevo con ese rollo de que tenía 37 años y ya tardaba en tener una esposa y unos hijos. Faith nunca lo presionaba, nadie en su familia lo hacía claramente, pero era el primogénito y aunque su principal misión era la Orden, también debía mantener su vida "civil" o pública en el punto que se esperaba. Sus otros dos hermanos ya estaban emparejados y Edwin ya había aportado a un pequeño Blackmore más al clan. De momento era el único pequeño que su madre podía malcriar como nieto, ya que William estaba prometido pero aún no se había casado. Faith y Axel eran los solteros y no parecía que fueran a pasar por la vicaría en breve, no estaban por la labor.
Los hermanos solían compartir cenas y eventos y contarse sus intimidades, Faith siempre había estado más unida a Axel que a ninguno, y aunque también veía que su hermano se desvivía por la Orden, era el hombre perfecto a sus ojos. Pero le dolía verlo tan solo. Ambos cargaban con una enorme responsabilidad y compaginarlo con una vida familiar era complicado. Aunque se debía tener en cuenta que su padre pudo hacerlo y su madre lo aceptó por completo, creando ambos una bonita familia.
Sin embargo esa generación de Blackmores eran de otra forma y nadie salvo ellos sabían por qué. Faith no se veía casada y exhibida como una perfecta dama, madre y lady. Era independiente, fuerte, tenaz, había luchado mucho por estar a la altura y coronarse como una leyenda de la caza como para lanzar todo por la borda y dedicarse a bordar y cotorrear sobre niños y pañales. Además sus gustos sexuales eran variados, así que no suspiraba por un hombre que le calentase la cama. Sencillamente se veía soltera y rodeada de gatos.
Axel tenía una templanza férrea, un carácter firme y líder, una paciencia envidiable y una capacidad de trabajo inhumana. Pero su corazón no podía comprometerse porque no entendía otra forma de entregarse que no fuera al completo, y al estar "casado" con la Orden, no podía prometerle a ninguna mujer que la amaría como se mereciera.
Faith se acercó a ambos con una sonrisa radiante en la cara.
— Buenas tardes Em. Buenas tardes señorita... — dejó en el aire la frase para que Anae se presentase. Cuando lo hizo Aveline se quedó un momento pensativa.— Boissieu... Oh! ya sé! conocí a su tio Alistair en el Royal Albert Hall en un concierto de primavera. Un hombre muy agradable, por cierto.— Mentira, era un borrachín con los ojos sucios y las manos largas, pero siempre estaba bien hablar de la gente con cortesía.— ¿Cómo le trata París? es una ciudad curiosa, con mucha vida social y un estilo de vida mucho más libertino que el británico. Si le apetece, podría visitarnos algun dia en la villa que ocupamos mi hermano y yo, y si necesita alguna cosa, dígamelo, puedo acompañarla a las mejores boutiques, restaurantes o museos.
Axel emitió un leve resoplido.
— Em es por mi segundo nombre, Emory. Pero prefiero que me llame Axel si no le importa.— Aveline empezó a charlar con la muchacha y a ofrecerse a hacerle de guía, a camelarla, porque se lo veía venir. Cuando llegasen a casa le haria el interrogatorio completo para ver qué grado de interés tenía por ella para hincarle el diente cual perro de presa. A veces no se daba cuenta de que él era capaz por si solo de cortejar a una mujer o de retenerla, pero sencillamente si no lo hacía era porque tenía sus razones.— Faith... estoy completamente convencido de que la señorita Catherine es perfactmente capaz de comprar un sombrero por sí misma...— La cara de su hermana fue de "no te vas a escaquear de esta, hermanito, si no la invitas tu, la invito yo, así que elige." El cazador se giró hacia la chica.— aunque será un placer para mi enseñarle la Gioconda en el Louvre, si usted quiere.— Aveline entornó los ojos, metiéndole presión.—...ehm..¿mañana? ¿por la tarde?.— La rubia sonrió y alisó unos pliegues del vestido disimulando.
Los hermanos solían compartir cenas y eventos y contarse sus intimidades, Faith siempre había estado más unida a Axel que a ninguno, y aunque también veía que su hermano se desvivía por la Orden, era el hombre perfecto a sus ojos. Pero le dolía verlo tan solo. Ambos cargaban con una enorme responsabilidad y compaginarlo con una vida familiar era complicado. Aunque se debía tener en cuenta que su padre pudo hacerlo y su madre lo aceptó por completo, creando ambos una bonita familia.
Sin embargo esa generación de Blackmores eran de otra forma y nadie salvo ellos sabían por qué. Faith no se veía casada y exhibida como una perfecta dama, madre y lady. Era independiente, fuerte, tenaz, había luchado mucho por estar a la altura y coronarse como una leyenda de la caza como para lanzar todo por la borda y dedicarse a bordar y cotorrear sobre niños y pañales. Además sus gustos sexuales eran variados, así que no suspiraba por un hombre que le calentase la cama. Sencillamente se veía soltera y rodeada de gatos.
Axel tenía una templanza férrea, un carácter firme y líder, una paciencia envidiable y una capacidad de trabajo inhumana. Pero su corazón no podía comprometerse porque no entendía otra forma de entregarse que no fuera al completo, y al estar "casado" con la Orden, no podía prometerle a ninguna mujer que la amaría como se mereciera.
Faith se acercó a ambos con una sonrisa radiante en la cara.
— Buenas tardes Em. Buenas tardes señorita... — dejó en el aire la frase para que Anae se presentase. Cuando lo hizo Aveline se quedó un momento pensativa.— Boissieu... Oh! ya sé! conocí a su tio Alistair en el Royal Albert Hall en un concierto de primavera. Un hombre muy agradable, por cierto.— Mentira, era un borrachín con los ojos sucios y las manos largas, pero siempre estaba bien hablar de la gente con cortesía.— ¿Cómo le trata París? es una ciudad curiosa, con mucha vida social y un estilo de vida mucho más libertino que el británico. Si le apetece, podría visitarnos algun dia en la villa que ocupamos mi hermano y yo, y si necesita alguna cosa, dígamelo, puedo acompañarla a las mejores boutiques, restaurantes o museos.
Axel emitió un leve resoplido.
— Em es por mi segundo nombre, Emory. Pero prefiero que me llame Axel si no le importa.— Aveline empezó a charlar con la muchacha y a ofrecerse a hacerle de guía, a camelarla, porque se lo veía venir. Cuando llegasen a casa le haria el interrogatorio completo para ver qué grado de interés tenía por ella para hincarle el diente cual perro de presa. A veces no se daba cuenta de que él era capaz por si solo de cortejar a una mujer o de retenerla, pero sencillamente si no lo hacía era porque tenía sus razones.— Faith... estoy completamente convencido de que la señorita Catherine es perfactmente capaz de comprar un sombrero por sí misma...— La cara de su hermana fue de "no te vas a escaquear de esta, hermanito, si no la invitas tu, la invito yo, así que elige." El cazador se giró hacia la chica.— aunque será un placer para mi enseñarle la Gioconda en el Louvre, si usted quiere.— Aveline entornó los ojos, metiéndole presión.—...ehm..¿mañana? ¿por la tarde?.— La rubia sonrió y alisó unos pliegues del vestido disimulando.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
En la cabeza de Anaé cabían muchas cosas. Planes de familia y de niños era lo último de la lista, en un rincón apartado del centro más activo de su cerebro. Nada sabía ella de que el objetivo principal para traerla de vuelta a Francia era para decidir precisamente esa tormenta que se le venía encima sin haber visto siquiera las nubes. Seguramente, su madre iba a tener mucho que opinar sobre la conversación que se estaba llevando allí a cabo, por suerte no estaba presente. Pero para Anaé no tenía nada que ver con el romanticismo, la familia o los deberes filiales. Que ella conocía de sobra su futuro, sí, se lo habían inculcado prácticamente desde que tenía uso de razón, su objetivo en la vida era parirle hijos a alguien. Ese alguien, pues Dios diría, lo que no se olía ni de lejos era que ese futuro estaba más bien rondándole la cabeza que en el fondo olvidado de un cajón con doble cerrojo.
- Anaé Boissieu.- Contestó después de haber asegurado que el humor de Aveline Faith Blackmore no iba a resultarle grotesco, al notar que la hermosa y decidida mujer estaba esperando precisamente por aquello.
Anaé seguía sin poder leer entre líneas aquella conversación muda que se daba entre hermanos, así que no sospechaba si quiera que el objetivo de la arpista era el propio objetivo de su madre, aunque con motivos totalmente opuestos. Claro que a ver quién era la criatura de Dios que podía interactuar dos minutos con Anaé y decidir que era un buen partido para alguien que le importase positivamente.
La muchacha sonrió de medio lado, no le dio tiempo a contestar a todo aquello porque..Al parecer era cosa de familia hablar encadenando una frase con otra como si estuvieran hablando solos. Lo primero que le llamó la atención fue el cariñoso apelativo. “Em”. Apartó por unos instantes los ojos de la mujer para mirar a Axel, intentando decidir si se veía realmente como un Em o como un Lord Blackmore. El comentario sobre su tío era claramente una cortesía. Anaé era muy lenta y podía no percibir sutilezas, pero que su tío era un borracho y frecuentaba más lugares indecorosos y de muy poca reputación era un secreto a gritos en cualquier reunión de la sociedad londinense. Entendía la mentira de Faith y suponía que no por ello era una mentirosa continua, simplemente estaba siendo educada.
Inclinó ligeramente la cabeza hacia abajo apartando la mirada hasta llevarla al suelo y sonrió, desde luego le hubiera gustado una acompañante que no fuera de la servidumbre para que le enseñase París. Cuando escuchó que el hombre ponía muy claramente el límite entre ella y “Em”, cuyo dueño le intrigaba conocer, se dio cuenta que no valía la pena entrar en ese tema. Em era para su hermana, seguramente para sus allegados también, pero no para una desconocida que acababa de conocer. Lógico.
Pestañeó esa única vez, desde el encuentro con Faith. Le daba la sensación de que la muchacha estaba siendo más amable de lo estrictamente definido y que Axel intentaba por todos los medios volver al cordial desengaño que había sido la conversación anterior a la aparición de su hermana. Anaé podía parecer estúpida y en muchos sentidos lo era, pero había sobrevivido durante 18 años a reuniones con la alta sociedad de Londres, si no fuera capaz de ver estas cosas estaría ya encerrada en su habitación el resto de su vida. - No se crea...En realidad no conozco París en lo absoluto..Y no sabría dónde comprar nada. Sería muy amable si lady Blackmore me permitiera acompañarla a alguna de sus compras. - No era por llevar la contraria a Lord Blackmore y era perfectamente consciente de que estaba quedando como una inútil, pero no le molestaba admitir una gran verdad. Fuera a ser que el día de mañana Faith le invitase a ir a cierta boutique de renombre y ella no supiera ni de qué le estaba hablando, que tampoco sería tan raro.
Por su parte, “Em” había quedado en un terreno prohibido para ella y no tenía ninguna intención de adentrarse sin permiso, por mucho curiosidad que le diera. No tenía nada que decir al respecto, le llamaría como a él se le antojase, faltaría más. Levantó una ceja tras el ofrecimiento, le sorprendió, para qué negarlo, pero..Era una visita...A un museo...Que si hubiera sido un paseo hasta la vuelta de la esquina tampoco se hubiera negado pero...El arte era su zanahoria. Realmente le apetecía ir.-….No quisiera molestar.- Pero se le notaba que tenía unos ojos de cachorro inmensos y brillantes que le miraban con una ansiedad digna de un perro hambriento.
- Anaé Boissieu.- Contestó después de haber asegurado que el humor de Aveline Faith Blackmore no iba a resultarle grotesco, al notar que la hermosa y decidida mujer estaba esperando precisamente por aquello.
Anaé seguía sin poder leer entre líneas aquella conversación muda que se daba entre hermanos, así que no sospechaba si quiera que el objetivo de la arpista era el propio objetivo de su madre, aunque con motivos totalmente opuestos. Claro que a ver quién era la criatura de Dios que podía interactuar dos minutos con Anaé y decidir que era un buen partido para alguien que le importase positivamente.
La muchacha sonrió de medio lado, no le dio tiempo a contestar a todo aquello porque..Al parecer era cosa de familia hablar encadenando una frase con otra como si estuvieran hablando solos. Lo primero que le llamó la atención fue el cariñoso apelativo. “Em”. Apartó por unos instantes los ojos de la mujer para mirar a Axel, intentando decidir si se veía realmente como un Em o como un Lord Blackmore. El comentario sobre su tío era claramente una cortesía. Anaé era muy lenta y podía no percibir sutilezas, pero que su tío era un borracho y frecuentaba más lugares indecorosos y de muy poca reputación era un secreto a gritos en cualquier reunión de la sociedad londinense. Entendía la mentira de Faith y suponía que no por ello era una mentirosa continua, simplemente estaba siendo educada.
Inclinó ligeramente la cabeza hacia abajo apartando la mirada hasta llevarla al suelo y sonrió, desde luego le hubiera gustado una acompañante que no fuera de la servidumbre para que le enseñase París. Cuando escuchó que el hombre ponía muy claramente el límite entre ella y “Em”, cuyo dueño le intrigaba conocer, se dio cuenta que no valía la pena entrar en ese tema. Em era para su hermana, seguramente para sus allegados también, pero no para una desconocida que acababa de conocer. Lógico.
Pestañeó esa única vez, desde el encuentro con Faith. Le daba la sensación de que la muchacha estaba siendo más amable de lo estrictamente definido y que Axel intentaba por todos los medios volver al cordial desengaño que había sido la conversación anterior a la aparición de su hermana. Anaé podía parecer estúpida y en muchos sentidos lo era, pero había sobrevivido durante 18 años a reuniones con la alta sociedad de Londres, si no fuera capaz de ver estas cosas estaría ya encerrada en su habitación el resto de su vida. - No se crea...En realidad no conozco París en lo absoluto..Y no sabría dónde comprar nada. Sería muy amable si lady Blackmore me permitiera acompañarla a alguna de sus compras. - No era por llevar la contraria a Lord Blackmore y era perfectamente consciente de que estaba quedando como una inútil, pero no le molestaba admitir una gran verdad. Fuera a ser que el día de mañana Faith le invitase a ir a cierta boutique de renombre y ella no supiera ni de qué le estaba hablando, que tampoco sería tan raro.
Por su parte, “Em” había quedado en un terreno prohibido para ella y no tenía ninguna intención de adentrarse sin permiso, por mucho curiosidad que le diera. No tenía nada que decir al respecto, le llamaría como a él se le antojase, faltaría más. Levantó una ceja tras el ofrecimiento, le sorprendió, para qué negarlo, pero..Era una visita...A un museo...Que si hubiera sido un paseo hasta la vuelta de la esquina tampoco se hubiera negado pero...El arte era su zanahoria. Realmente le apetecía ir.-….No quisiera molestar.- Pero se le notaba que tenía unos ojos de cachorro inmensos y brillantes que le miraban con una ansiedad digna de un perro hambriento.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
El capitán miró a su hermana con una reprobación en los ojos, ya se lo diría después cuando estuvieran a solas.
— Siempre que a sus padres les parezca correcto, claro está. No quiero ponerla en un aprieto, ya me entiende.— Aunque Aveline lo presionara para salir y conocer gente, no podía dejar de ser considerado, y entendia que una mucha joven no era dueña de sus propios pasos y decisiones.— Así que siéntase libre de anularlo si no les parece bien. En caso contrario, dígame una dirección y pasaré a recogerla a las tres. El Louvre cierra a las siete, espero que pueda soportar durante cuatro horas mi presencia.
— Bah! no seas modesto, hermano. Estudió historia de las antiguas civilizaciones en Cambridge, es una enciclopedia andante, no encontrará mejor guía. La primera vez que vi el Louvre él tenía dieciocho y yo once años, y volvimos dos días seguidos porque quería contarme la historia sobre la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la Gioconda de Da Vinci. No es que la historia me apasione, pero supongo que es lo mismo que cuando él se tragaba interminables conciertos de cuerda por mi.— Le sonrió a Axel y luego a Anaé. Garabateó algo en una tarjeta y se la tendió a la chica.— Cuando quiera pasear por la ciudad, mandeme recado y allí estaré. Un placer, espero que disfrute del museo.
La rubia se retiró dejando a Axel con la muchacha todavía agarrada del brazo. El inglés esbozó una breve sonrisa algo pícara.
— En una cosa tenía razón... a veces los conciertos eran soporíferos. Cuando ya has escuchado el concierto para flauta, arpa y orquesta en do mayor, de Mozart, como veinte veces en dos semanas, acabas por dormirte inevitablemente.
— Siempre que a sus padres les parezca correcto, claro está. No quiero ponerla en un aprieto, ya me entiende.— Aunque Aveline lo presionara para salir y conocer gente, no podía dejar de ser considerado, y entendia que una mucha joven no era dueña de sus propios pasos y decisiones.— Así que siéntase libre de anularlo si no les parece bien. En caso contrario, dígame una dirección y pasaré a recogerla a las tres. El Louvre cierra a las siete, espero que pueda soportar durante cuatro horas mi presencia.
— Bah! no seas modesto, hermano. Estudió historia de las antiguas civilizaciones en Cambridge, es una enciclopedia andante, no encontrará mejor guía. La primera vez que vi el Louvre él tenía dieciocho y yo once años, y volvimos dos días seguidos porque quería contarme la historia sobre la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo y la Gioconda de Da Vinci. No es que la historia me apasione, pero supongo que es lo mismo que cuando él se tragaba interminables conciertos de cuerda por mi.— Le sonrió a Axel y luego a Anaé. Garabateó algo en una tarjeta y se la tendió a la chica.— Cuando quiera pasear por la ciudad, mandeme recado y allí estaré. Un placer, espero que disfrute del museo.
La rubia se retiró dejando a Axel con la muchacha todavía agarrada del brazo. El inglés esbozó una breve sonrisa algo pícara.
— En una cosa tenía razón... a veces los conciertos eran soporíferos. Cuando ya has escuchado el concierto para flauta, arpa y orquesta en do mayor, de Mozart, como veinte veces en dos semanas, acabas por dormirte inevitablemente.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/12/2016
Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Anaé estaba muy convencida de que se estaba sobrepasando, debería rechazar con cortesía el ofrecimiento de Axel, puesto que eso era lo que él esperaba de ella y, por cómo le habían educado, tendría que complacerle, pero por una vez en su vida...Estaba siendo egoísta. Si hubiera sido la señorita Aveline quien le hubiera acompañado al Louvre le hubiera dado exactamente lo mismo, solo quería ir y estaba totalmente convencida de que su madre no le iba a dejar ir ni con un acompañante, por la aberración que sentía la señora Boissieu hacia cualquier cosa que descentrase a su hija de engatusar a un hombre.
Tampoco estaba muy segura de tener realmente la aprobación de su madre, pero a pesar de ser nada recurrente de quejas y súplicas pensaba plantarse de rodillas delante de la habitación de su madre día y noche hasta que el permitiese ir. Anaé no era una mujer caprichosa, ni de lejos, tenía lo que tenía porque se lo habían dado, no funcionaba como las muchachas de su edad que no se contenían a la hora de poner sobre la mesas sus deseos y montar un buen espectáculo si no lo obtenían. Anaé quería muy pocas cosas en la vida y ninguna de ellas eran materiales, no tenía grandes expectativas sobre sí misma, no tenía grandes deseos, ni era ambiciosa. Su padre se encargaba de darle todo lo que las demás chicas de su edad deseaban sin preguntar, como sustituto de un cariño real y su madre se dedicaba a asegurarse de que no le faltase nunca de nada, por muy absurdo que fuera.
- Por supuesto, pediré permiso a mi familia.- Y vamos, claro como el agua que iba a conseguir esa aprobación. Al escuchar decir lo último se quedó callada y se sintió terriblemente culpable, porque le daba en la nariz que todo aquello que estaba diciendo el buen lord Blackmore era lo que sentía él mismo hacia ella. El pobre caballero tenía que estar pensando que iba a ser un infierno el tener que aguantarla cuatro horas de su vida y no le culpaba, ojo, pero tampoco se atrevía a dar marcha atrás. Lo sentía sinceramente por él, por hacerle pasar por esto pero...Era su única oportunidad de visitar semejante maravilla. Que fuera a buscarla ya le pareció demasiada cortesía de su parte para lo mucho que se estaba aprovechando de su amabilidad.- No..No se preocupe, podemos encontrarnos en el mismo Louvre, sobre esa hora.
No sabía cómo, pero ya se encargaría de interesarse por la ubicación del museo y de cómo llegar por su propia cuenta si hacía falta. Como sea se presentaba allí. Como los domingos en misa.
Por alguna razón, pese al arrojo de la señorita Blackmore en cuanto a expresarse y comportamiento, le empezaba a gustar mucho esta mujer. Era la primera vez que realmente podía decir que alguien estaba siendo sinceramente amigable con ella, amigable de verdad, no cortés. Se esforzó extra para poder llevar el ritmo de la conversación de Aveline y captar la mayor parte de la información que ella le transmitía, animada por esa sensación tan peculiar que la joven le imbuía. Intentó imaginarse a esa peculiar pareja siendo tan jóvenes, en el museo, con un jovencísimo y, clarísimamente, apuesto Em guiando a su aburrida hermana por la historia. Le entró un escalofrío que no pudo disimular, sus hombros se movieron en un sutil espasmo que duró unos segundos antes de abrir los ojos, que había tenido un momento cerrados, para volver a aquel preciso instante. Era un cuadro muy bello. Aceptó la tarjeta, sin dudar.- Es muy amable, lady Blackmore. -Y lo dijo con sinceridad, con verdadero agradecimiento saliendo como miel por su boca. No podía desearle un mejor futuro a esa mujer. Se inclinó cuando ella les dejó solos.
El momento agradecimiento y de suprema emoción se le pasó al escuchar a Axel. ¿Mozart aburrido? ¿Había escuchado bien? - La novena sinfonía es el equilibrio perfecto entre los instrumentos de viento y cuerda que jamás se ha compuesto y aun no se sabe con exactitud su origen. Es muy interesante.- No lo pudo evitar, si bien ella no tenía ningún tipo de título, pero la música era lo único que conocía a pies juntillas, como para escuchar que a alguien le pudiera aburrir solo por escucharla una décima vez. ¡Si ella podría estar toda la vida escuchando obras como aquella! Mientras su cerebro ardía, pese a que su rostro seguía exactamente igual, como el tono de su voz, se percató de que se le había ido la lengua. No supo muy bien qué decir. ¿Debía disculparse?
La doncella vino al rescate, se acercó con educación y muy distante.- Señorita...El coche le está esperando.- Cielo santo….Bienaventurada sea su madre y sus estrictos horarios. Se separó unos pasos de lord Blackmore e hizo una reverencia.- Ha sido un placer lord Blackmore.
Anaé se estaba quitando el sombrero cuando llegó a su habitación, apenas había logrado dejarlo sobre la cama cuando su revuelta madre entró en la habitación sin siquiera tocar la puerta, irrumpiendo allí como un borracho en fiesta ajena. La muchacha se incorporó viendo a su iracunda madre.
- ¿Que es eso de que te ha invitado un hombre y que has aceptado? ¡Sin mi permiso, descarada! Cómo te atreves.
Anaé miró hacia la entrada de su habitación, donde una doncella, la suya de compañía, se intentaba esconder detrás del borde de la puerta. No podía culparla, seguramente su cometido era ese, vigilarla y que no le pasara nada.- Y cómo se atreve el canalla a invitar a toda una dama, sin la presencia de sus padres.- Pero él no tuvo nada que ver…- Su madre se quedó callada y se acercó, dando un amenazador paso hacia su hija, que le acaba de replicar.- ¿Cómo dices?- Anaé no se amedrentó, de hecho se quedó allí parada, impasible, con esa cara de estoicismo que le acompañaba siempre a todas partes como si sus músculos faciales fueran inexistentes.- Le dije que yo les preguntaría primero, madre. Se vio obligado a invitarme a ir, eso es todo, surgió de esa manera y lord Blackmore no tuvo más opción que…-¿Los Blackmore? ¿Has dicho lord Blackmore?- Anaé no supo si mentir por una vez en su vida y retractarse o qué, no tenía claro si su madre estaba todavía iracunda o no, pero le daba la sensación de que iba a recibir una buena paliza.- ¿Era lord Blackmore con quien ella ha estado hablando? ¡Cómo no me has dicho eso antes, inepta! Sal de mi vista.- No le hablaba a ella, claro, la muchacha del servicio se alejó dando grandes pasos. Su madre volvió a prestar atención a su hija.- Con que lord Blackmore..Aun así no está bien que te invitara sin preguntarnos a nosotros antes.- Su madre empezó a rodear la habitación, caminando de un lado a otro.-..Pero si se trata de un Blackmore podemos pasarlo por alto esta vez..-La señora se frotó la yema de los dedos unos contra otros, como si estuviera calculando.- ¿Cuál de todos? ¿El pequeño? Tenía entendido que estaba comprometido.
Anaé acababa de llegar, apenas habían pasado unos minutos desde que había estado con él y...Se le había olvidado el nombre completo. Em. Pero Em..Em qué. Intentó hacer memoria. Empezó a ponerse nerviosa aunque solo se notó por el aumento de movimiento de su pecho.- Contesta, chiquilla. ¡Cuál!- La insistencia de su madre no colaboró.- No..No recuerdo, madre.- Porque decirle que su hermana le llamaba Em le pareció profundamente incorrecto. La mano de su madre bajó como un rayo.- ¡Pero por qué Dios me ha castigado con esta criatura!- El guantazo le pilló….Totalmente desprevenida. No le habían pegado en la vida, no era mala estudiante, aunque fuera lenta. Era educada y servicial y muy obediente..A pesar de todo, no se atrevió a mover la cara, ni a preguntar por qué le hacía esto. Tampoco cayó ni una sola lágrima, pero la mejilla se le quedó enrojecida en su extremadamente pálida piel.- Bueno, eso no es lo importante. Lo importante es que es un Blackmore, pero como vuelvas a decepcionarme yo...Yo no se qué te hago.- Su madre siguió dando vueltas por su habitación, como si nada.- Bueno, de qué habéis hablado, a dónde quiere llevarte.
Anaé aun estaba encerrada en un bucle dentro de su mente, pensando en aquel soplamocos que se había llevado, pero contentó de forma automática, como supuse ya desde el principio, a su madre no le gustó la idea del museo pero aun así aceptó y tras conocer los detalles de su salida al día siguiente salió de la habitación ladrando órdenes y exigiendo a su marido un nuevo traje para Anaé que estuviera listo para mañana a primera hora.
Anaé se sentó en el borde de la cama junto al sombrero.
Al día siguiente estaba ella en su carruaje de camino al Louvre. Hacía buen día, de modo que las lluvias no iban a ser algo seguro pero su padre había insistido en que haría frío con ganas. El don meteorológico de su padre no pareció hacer mella en su mujer, porque sacó a su hija con el vestido a estrenar, que no estaba pensado para llevar chaqueta y ella no se quejó, bastante tenía con el corsé exageradamente prieto. ¿Cómo conseguían las mujeres de volumen respirar? Estaba asfixiada y para colmo había visto que eran una nueva colección, la última moda, así que iba a tener que aguantar esa tortura bastante tiempo.
El carruaje se detuvo delante del museo y ella se apresuró a salir. Su vestido era deslumbrante, para quienes entendían de esas cosas. Para Anaé pesaba lo suyo y era incómodo desde arriba abajo, hasta el sombrero, que esta vez era lo más soso que llevaba, cuando lo normal en ella era justo al revés, pero aquí no le conocía nadie así que quién iba a darse cuenta de un detalle tan nimio.
No tardó en encontrar a Em. Al sol de invierno de París se veía aun más imponente, pobre criatura...pero había tenido toda la noche para pensar en lo que iba a hacer al llegar. Su madre había decidido no llevarle doncella, así que estaban a solas realmente esta vez. Caminó hacia él, sin fijarse en nada más, por lo que se chocó un chiquillo que estaba persiguiendo a una niña algo más pequeña y que había cruzado con más atino. Dio la impresión de que Anaé había corrido más peligro de caerse que el pobre crío cuyos padres de clase media aparecieron en seguida pidiendo mil disculpas. Anaé no les hizo demasiado caso, se limitó a sonreír, a colocar el cabello del muchacho en su sitio y a recoger el sombrerito perteneciente a la niña del suelo.- No sea arisco con su hermanita, señor.- Le tendió el tocado de su hermana al niño y pasó de lado sin darle importancia al asunto, ni se percató de que su propio sombrero se había ido de paseo y que iba sin él, su cabello no se había desmontado , lo sabía bien porque le dolía la cabeza de la cantidad de horas que se había pasado aguantando tirones.
Se inclinó en cuanto llegó a la altura de Axel.- Buenas tardes, lord Blackmore.- Intentó mirarle con calidez, pero fue más un gesto tímido que rallaba la culpabilidad.- Quería agradecerle que me invitara ayer.- Bajó la vista unos segundos al suelo, antes de devolvérsela.- No hace falta que me haga usted de guía, ni siquiera tiene por qué acompañarme.- Y juntó la manos en su vientre, con los dedos entrelazados.- Estoy segura de que puedo pasear por mí misma.- Se lo había pensado muy mucho durante la noche sin dormir que se había pasado. No iba a hacer que el pobre lord le aguantara durante una tarde entera si no quería, bastante había hecho con aceptar esa cita, estaba más que agradecida por darle la oportunidad de visitar en el museo, aunque fuera por sí misma. Le hubiera gustado su compañía, pero no le iba a obligar a aceptar la suya.Además, ¿Qué peligro podría entrañar un museo de todas formas? Allí solo había pinturas, esculturas y gente de bien. Así que de esa forma tenía intención de redimirse por el egoísmo de hacerle pasar por aquello.
Alguien tiró de la bonita falda color burdeos y Anaé se giró para mirar a una chiquilla de cabellos oscuros que le tendía su sombrero. Al principio, Anaé no lo reconoció y se quedó pensando si tenía que decirle a la criatura que era un sombrero muy bonito aunque le parecía de lo más soso....Hasta que comprendió que la chiquilla se lo estaba tendiendo a ella por algo..- Oh..¡Oh! Gracias.- Anaé miró a la mujercita y recogió su sombrero con una apacible mirada que al parecer los adultos no sabían captar pero aquella criatura inocente si, así que la niña le regaló una enorme sonrisa y se fue corriendo de vuelta con sus padres. Anaé observó el sombrero y le empezó a quitar piedrecitas y porquería de encima, cogiéndolas delicadamente entre su dedo índice y pulgar, como si fuera el pelo de su gato favorito y no barro y pequeñas partículas del suelo.
Tampoco estaba muy segura de tener realmente la aprobación de su madre, pero a pesar de ser nada recurrente de quejas y súplicas pensaba plantarse de rodillas delante de la habitación de su madre día y noche hasta que el permitiese ir. Anaé no era una mujer caprichosa, ni de lejos, tenía lo que tenía porque se lo habían dado, no funcionaba como las muchachas de su edad que no se contenían a la hora de poner sobre la mesas sus deseos y montar un buen espectáculo si no lo obtenían. Anaé quería muy pocas cosas en la vida y ninguna de ellas eran materiales, no tenía grandes expectativas sobre sí misma, no tenía grandes deseos, ni era ambiciosa. Su padre se encargaba de darle todo lo que las demás chicas de su edad deseaban sin preguntar, como sustituto de un cariño real y su madre se dedicaba a asegurarse de que no le faltase nunca de nada, por muy absurdo que fuera.
- Por supuesto, pediré permiso a mi familia.- Y vamos, claro como el agua que iba a conseguir esa aprobación. Al escuchar decir lo último se quedó callada y se sintió terriblemente culpable, porque le daba en la nariz que todo aquello que estaba diciendo el buen lord Blackmore era lo que sentía él mismo hacia ella. El pobre caballero tenía que estar pensando que iba a ser un infierno el tener que aguantarla cuatro horas de su vida y no le culpaba, ojo, pero tampoco se atrevía a dar marcha atrás. Lo sentía sinceramente por él, por hacerle pasar por esto pero...Era su única oportunidad de visitar semejante maravilla. Que fuera a buscarla ya le pareció demasiada cortesía de su parte para lo mucho que se estaba aprovechando de su amabilidad.- No..No se preocupe, podemos encontrarnos en el mismo Louvre, sobre esa hora.
No sabía cómo, pero ya se encargaría de interesarse por la ubicación del museo y de cómo llegar por su propia cuenta si hacía falta. Como sea se presentaba allí. Como los domingos en misa.
Por alguna razón, pese al arrojo de la señorita Blackmore en cuanto a expresarse y comportamiento, le empezaba a gustar mucho esta mujer. Era la primera vez que realmente podía decir que alguien estaba siendo sinceramente amigable con ella, amigable de verdad, no cortés. Se esforzó extra para poder llevar el ritmo de la conversación de Aveline y captar la mayor parte de la información que ella le transmitía, animada por esa sensación tan peculiar que la joven le imbuía. Intentó imaginarse a esa peculiar pareja siendo tan jóvenes, en el museo, con un jovencísimo y, clarísimamente, apuesto Em guiando a su aburrida hermana por la historia. Le entró un escalofrío que no pudo disimular, sus hombros se movieron en un sutil espasmo que duró unos segundos antes de abrir los ojos, que había tenido un momento cerrados, para volver a aquel preciso instante. Era un cuadro muy bello. Aceptó la tarjeta, sin dudar.- Es muy amable, lady Blackmore. -Y lo dijo con sinceridad, con verdadero agradecimiento saliendo como miel por su boca. No podía desearle un mejor futuro a esa mujer. Se inclinó cuando ella les dejó solos.
El momento agradecimiento y de suprema emoción se le pasó al escuchar a Axel. ¿Mozart aburrido? ¿Había escuchado bien? - La novena sinfonía es el equilibrio perfecto entre los instrumentos de viento y cuerda que jamás se ha compuesto y aun no se sabe con exactitud su origen. Es muy interesante.- No lo pudo evitar, si bien ella no tenía ningún tipo de título, pero la música era lo único que conocía a pies juntillas, como para escuchar que a alguien le pudiera aburrir solo por escucharla una décima vez. ¡Si ella podría estar toda la vida escuchando obras como aquella! Mientras su cerebro ardía, pese a que su rostro seguía exactamente igual, como el tono de su voz, se percató de que se le había ido la lengua. No supo muy bien qué decir. ¿Debía disculparse?
La doncella vino al rescate, se acercó con educación y muy distante.- Señorita...El coche le está esperando.- Cielo santo….Bienaventurada sea su madre y sus estrictos horarios. Se separó unos pasos de lord Blackmore e hizo una reverencia.- Ha sido un placer lord Blackmore.
Anaé se estaba quitando el sombrero cuando llegó a su habitación, apenas había logrado dejarlo sobre la cama cuando su revuelta madre entró en la habitación sin siquiera tocar la puerta, irrumpiendo allí como un borracho en fiesta ajena. La muchacha se incorporó viendo a su iracunda madre.
- ¿Que es eso de que te ha invitado un hombre y que has aceptado? ¡Sin mi permiso, descarada! Cómo te atreves.
Anaé miró hacia la entrada de su habitación, donde una doncella, la suya de compañía, se intentaba esconder detrás del borde de la puerta. No podía culparla, seguramente su cometido era ese, vigilarla y que no le pasara nada.- Y cómo se atreve el canalla a invitar a toda una dama, sin la presencia de sus padres.- Pero él no tuvo nada que ver…- Su madre se quedó callada y se acercó, dando un amenazador paso hacia su hija, que le acaba de replicar.- ¿Cómo dices?- Anaé no se amedrentó, de hecho se quedó allí parada, impasible, con esa cara de estoicismo que le acompañaba siempre a todas partes como si sus músculos faciales fueran inexistentes.- Le dije que yo les preguntaría primero, madre. Se vio obligado a invitarme a ir, eso es todo, surgió de esa manera y lord Blackmore no tuvo más opción que…-¿Los Blackmore? ¿Has dicho lord Blackmore?- Anaé no supo si mentir por una vez en su vida y retractarse o qué, no tenía claro si su madre estaba todavía iracunda o no, pero le daba la sensación de que iba a recibir una buena paliza.- ¿Era lord Blackmore con quien ella ha estado hablando? ¡Cómo no me has dicho eso antes, inepta! Sal de mi vista.- No le hablaba a ella, claro, la muchacha del servicio se alejó dando grandes pasos. Su madre volvió a prestar atención a su hija.- Con que lord Blackmore..Aun así no está bien que te invitara sin preguntarnos a nosotros antes.- Su madre empezó a rodear la habitación, caminando de un lado a otro.-..Pero si se trata de un Blackmore podemos pasarlo por alto esta vez..-La señora se frotó la yema de los dedos unos contra otros, como si estuviera calculando.- ¿Cuál de todos? ¿El pequeño? Tenía entendido que estaba comprometido.
Anaé acababa de llegar, apenas habían pasado unos minutos desde que había estado con él y...Se le había olvidado el nombre completo. Em. Pero Em..Em qué. Intentó hacer memoria. Empezó a ponerse nerviosa aunque solo se notó por el aumento de movimiento de su pecho.- Contesta, chiquilla. ¡Cuál!- La insistencia de su madre no colaboró.- No..No recuerdo, madre.- Porque decirle que su hermana le llamaba Em le pareció profundamente incorrecto. La mano de su madre bajó como un rayo.- ¡Pero por qué Dios me ha castigado con esta criatura!- El guantazo le pilló….Totalmente desprevenida. No le habían pegado en la vida, no era mala estudiante, aunque fuera lenta. Era educada y servicial y muy obediente..A pesar de todo, no se atrevió a mover la cara, ni a preguntar por qué le hacía esto. Tampoco cayó ni una sola lágrima, pero la mejilla se le quedó enrojecida en su extremadamente pálida piel.- Bueno, eso no es lo importante. Lo importante es que es un Blackmore, pero como vuelvas a decepcionarme yo...Yo no se qué te hago.- Su madre siguió dando vueltas por su habitación, como si nada.- Bueno, de qué habéis hablado, a dónde quiere llevarte.
Anaé aun estaba encerrada en un bucle dentro de su mente, pensando en aquel soplamocos que se había llevado, pero contentó de forma automática, como supuse ya desde el principio, a su madre no le gustó la idea del museo pero aun así aceptó y tras conocer los detalles de su salida al día siguiente salió de la habitación ladrando órdenes y exigiendo a su marido un nuevo traje para Anaé que estuviera listo para mañana a primera hora.
Anaé se sentó en el borde de la cama junto al sombrero.
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Al día siguiente estaba ella en su carruaje de camino al Louvre. Hacía buen día, de modo que las lluvias no iban a ser algo seguro pero su padre había insistido en que haría frío con ganas. El don meteorológico de su padre no pareció hacer mella en su mujer, porque sacó a su hija con el vestido a estrenar, que no estaba pensado para llevar chaqueta y ella no se quejó, bastante tenía con el corsé exageradamente prieto. ¿Cómo conseguían las mujeres de volumen respirar? Estaba asfixiada y para colmo había visto que eran una nueva colección, la última moda, así que iba a tener que aguantar esa tortura bastante tiempo.
El carruaje se detuvo delante del museo y ella se apresuró a salir. Su vestido era deslumbrante, para quienes entendían de esas cosas. Para Anaé pesaba lo suyo y era incómodo desde arriba abajo, hasta el sombrero, que esta vez era lo más soso que llevaba, cuando lo normal en ella era justo al revés, pero aquí no le conocía nadie así que quién iba a darse cuenta de un detalle tan nimio.
No tardó en encontrar a Em. Al sol de invierno de París se veía aun más imponente, pobre criatura...pero había tenido toda la noche para pensar en lo que iba a hacer al llegar. Su madre había decidido no llevarle doncella, así que estaban a solas realmente esta vez. Caminó hacia él, sin fijarse en nada más, por lo que se chocó un chiquillo que estaba persiguiendo a una niña algo más pequeña y que había cruzado con más atino. Dio la impresión de que Anaé había corrido más peligro de caerse que el pobre crío cuyos padres de clase media aparecieron en seguida pidiendo mil disculpas. Anaé no les hizo demasiado caso, se limitó a sonreír, a colocar el cabello del muchacho en su sitio y a recoger el sombrerito perteneciente a la niña del suelo.- No sea arisco con su hermanita, señor.- Le tendió el tocado de su hermana al niño y pasó de lado sin darle importancia al asunto, ni se percató de que su propio sombrero se había ido de paseo y que iba sin él, su cabello no se había desmontado , lo sabía bien porque le dolía la cabeza de la cantidad de horas que se había pasado aguantando tirones.
Se inclinó en cuanto llegó a la altura de Axel.- Buenas tardes, lord Blackmore.- Intentó mirarle con calidez, pero fue más un gesto tímido que rallaba la culpabilidad.- Quería agradecerle que me invitara ayer.- Bajó la vista unos segundos al suelo, antes de devolvérsela.- No hace falta que me haga usted de guía, ni siquiera tiene por qué acompañarme.- Y juntó la manos en su vientre, con los dedos entrelazados.- Estoy segura de que puedo pasear por mí misma.- Se lo había pensado muy mucho durante la noche sin dormir que se había pasado. No iba a hacer que el pobre lord le aguantara durante una tarde entera si no quería, bastante había hecho con aceptar esa cita, estaba más que agradecida por darle la oportunidad de visitar en el museo, aunque fuera por sí misma. Le hubiera gustado su compañía, pero no le iba a obligar a aceptar la suya.Además, ¿Qué peligro podría entrañar un museo de todas formas? Allí solo había pinturas, esculturas y gente de bien. Así que de esa forma tenía intención de redimirse por el egoísmo de hacerle pasar por aquello.
Alguien tiró de la bonita falda color burdeos y Anaé se giró para mirar a una chiquilla de cabellos oscuros que le tendía su sombrero. Al principio, Anaé no lo reconoció y se quedó pensando si tenía que decirle a la criatura que era un sombrero muy bonito aunque le parecía de lo más soso....Hasta que comprendió que la chiquilla se lo estaba tendiendo a ella por algo..- Oh..¡Oh! Gracias.- Anaé miró a la mujercita y recogió su sombrero con una apacible mirada que al parecer los adultos no sabían captar pero aquella criatura inocente si, así que la niña le regaló una enorme sonrisa y se fue corriendo de vuelta con sus padres. Anaé observó el sombrero y le empezó a quitar piedrecitas y porquería de encima, cogiéndolas delicadamente entre su dedo índice y pulgar, como si fuera el pelo de su gato favorito y no barro y pequeñas partículas del suelo.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
- Mensajes : 99
Fecha de inscripción : 27/01/2017
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Ese día había cambiado su rutina para adaptarlo al evento improvisado que había surgido la noche anterior. Axel era un hombre muy trabajador y muy responsable, así que se tomaba muy en serio todas sus rutinas para poder llegar a realizarlo todo con gran eficacia. En teoría debería haber trabajado en casa unas horas, porque su empleo "oficial" era el de Lord, terrateniente y empresario. Al final se traducia en que los negocios y acuerdos los hacían sus hermanos William y Edwin y le mandaban los papeles justos y necesarios que requiriesen su firma, con una breve explicación de lo que habían hecho. Después debería haber ido a la Sede, trabajar más, entrenar, una reunión con el responsable de logistica de la Orden y finalmente una cena en el Ateneo Mercantil. Pero su día había sufrido un cambio repentino así que se organizó para llegar a todo de la misma forma y además cumplir su palabra con Anaé. Para ello había dormido un poco menos.
La esperó en la entrada como ella misma había dispuesto, cosa que le agradecía, así se ahorraba el trayecto de ir a buscarla para poder acabar unos asuntos pendientes. Vestía un impecable traje inglés de color gris marengo, con camisa blanca y corbata burdeos. La vio llegar, enfundada en un vestido que claramente era de lo más elegante y regio del momento. Quizás un poco de exceso de seda cristal, pero ese tejido a la joven le sentaba de maravilla pues realzaba su corte etéreo y ligero como el de un copo de nieve. Jamás entendería cómo las mujeres podían llevar todo eso encima, además del peinado, las horquillas, las joyas y toda la ropa que había debajo, enaguas, pololos...y no morir aplastadas por el peso y la incomodidad. El esfuerzo que hacían era admirable, y se lo había reconocido varias veces a Faith.
Observó el pequeño percance con el tropiezo de la joven y la pérdida del sombrero y le recordó automáticamente algo que más tarde, si tenía la posibilidad, le enseñaría.
— Buenas tardes señorita Boissieu.— Tomó su mano y depositó un leve roce de labios sobre el dorso enguantado, como mandaban los buenos modales.— Resplandece usted como el sol, si me permite que se lo diga.— Fue un halago totalmente sincero, porque si no, le habría dicho "está usted muy elegante" y se habría quedado tan ancho. Realmente entendía que era muy triste para las mujeres que no pudieran cumplir sus aspiraciones, que tuvieran que limitarse a cazar un buen marido y toda su valía se midiese según se comportase el susodicho. Era injusto y una pérdida de talento. Él se movía entre cazadores y cazadoras, todas ellas letales, fuertes, con las cosas claras y con un temperamento dinámico fuera de lo común. Por eso en parte veía a las chicas como Anaé, tan frágiles, tan sobreprotegidas, educadas para ser meros floreros, intentar tener una oportunidad de destacar... y se le partía el alma. Si él hubiera tenido una hija hubiera rezado para que o bien tuviera el carácter de Aveline, que le permitiese aceptar los retos y superarlos con gran esfuerzo, o bien que fuera conformista y realmente feliz con el papel que le había tocado desempeñar en la vida. Por que una joven con ganas de evolucionar y encontrar algo de relevancia en el mundo, y no poder hacerlo, era carne de depresión y de infelicidad perpetua.
Le ofrecio el brazo como la noche anterior y cuando ella le dijo que no hacía falta que la acompañase, que podía pasear sola, se quedó algo pensativo. ¿Había percibido la chica que se había visto "obligado" a invitarla? eso era de muy mal gusto y totalmente inaceptable por su parte, y estaba obteniendo ahora el justo castigo; sintió vergüenza de sí mismo por ese hecho.
— Por favor, discúlpeme si se ha sentido obligada a aceptar mi invitación por cortesía. Ayer me pilló de improviso y siento mucho si no le parecí entusiasmado con la idea, pero le aseguro que si realmente le apetece, estaré encantado de enseñarle mis rincones favoritos del museo. Y si en verdad prefiere pasear a su aire, sólo déjeme acompañarla en la distancia, no me perdonaría que le sucediese algo.
¿Qué le iba a suceder en un museo? Oh. Miles de cosas. Para empezar sabía que el restaurador del ala egipcia era un brujo llamado Filimore Willebrand que estaba metido en un turbio asunto de asesinato. (Tema aquí) En las salas de exposiciones no solía haber ventanas para que las obras no se estropeasen, así que era el lugar perfecto para algunos vampiros, allí podían parecer gente normal que paseaba sin más.
Dejó sus ojos, que por la luz del atardecer se veían más verdosos que marrones, fijos en los enormes orbes de Anaé, esperando alguna respuesta por su parte. La disculpa había sido sincera y en ese momento sólo quería entrar en el museo y pasar la tarde charlando y contemplando las obras sin más.
La esperó en la entrada como ella misma había dispuesto, cosa que le agradecía, así se ahorraba el trayecto de ir a buscarla para poder acabar unos asuntos pendientes. Vestía un impecable traje inglés de color gris marengo, con camisa blanca y corbata burdeos. La vio llegar, enfundada en un vestido que claramente era de lo más elegante y regio del momento. Quizás un poco de exceso de seda cristal, pero ese tejido a la joven le sentaba de maravilla pues realzaba su corte etéreo y ligero como el de un copo de nieve. Jamás entendería cómo las mujeres podían llevar todo eso encima, además del peinado, las horquillas, las joyas y toda la ropa que había debajo, enaguas, pololos...y no morir aplastadas por el peso y la incomodidad. El esfuerzo que hacían era admirable, y se lo había reconocido varias veces a Faith.
Observó el pequeño percance con el tropiezo de la joven y la pérdida del sombrero y le recordó automáticamente algo que más tarde, si tenía la posibilidad, le enseñaría.
— Buenas tardes señorita Boissieu.— Tomó su mano y depositó un leve roce de labios sobre el dorso enguantado, como mandaban los buenos modales.— Resplandece usted como el sol, si me permite que se lo diga.— Fue un halago totalmente sincero, porque si no, le habría dicho "está usted muy elegante" y se habría quedado tan ancho. Realmente entendía que era muy triste para las mujeres que no pudieran cumplir sus aspiraciones, que tuvieran que limitarse a cazar un buen marido y toda su valía se midiese según se comportase el susodicho. Era injusto y una pérdida de talento. Él se movía entre cazadores y cazadoras, todas ellas letales, fuertes, con las cosas claras y con un temperamento dinámico fuera de lo común. Por eso en parte veía a las chicas como Anaé, tan frágiles, tan sobreprotegidas, educadas para ser meros floreros, intentar tener una oportunidad de destacar... y se le partía el alma. Si él hubiera tenido una hija hubiera rezado para que o bien tuviera el carácter de Aveline, que le permitiese aceptar los retos y superarlos con gran esfuerzo, o bien que fuera conformista y realmente feliz con el papel que le había tocado desempeñar en la vida. Por que una joven con ganas de evolucionar y encontrar algo de relevancia en el mundo, y no poder hacerlo, era carne de depresión y de infelicidad perpetua.
Le ofrecio el brazo como la noche anterior y cuando ella le dijo que no hacía falta que la acompañase, que podía pasear sola, se quedó algo pensativo. ¿Había percibido la chica que se había visto "obligado" a invitarla? eso era de muy mal gusto y totalmente inaceptable por su parte, y estaba obteniendo ahora el justo castigo; sintió vergüenza de sí mismo por ese hecho.
— Por favor, discúlpeme si se ha sentido obligada a aceptar mi invitación por cortesía. Ayer me pilló de improviso y siento mucho si no le parecí entusiasmado con la idea, pero le aseguro que si realmente le apetece, estaré encantado de enseñarle mis rincones favoritos del museo. Y si en verdad prefiere pasear a su aire, sólo déjeme acompañarla en la distancia, no me perdonaría que le sucediese algo.
¿Qué le iba a suceder en un museo? Oh. Miles de cosas. Para empezar sabía que el restaurador del ala egipcia era un brujo llamado Filimore Willebrand que estaba metido en un turbio asunto de asesinato. (Tema aquí) En las salas de exposiciones no solía haber ventanas para que las obras no se estropeasen, así que era el lugar perfecto para algunos vampiros, allí podían parecer gente normal que paseaba sin más.
Dejó sus ojos, que por la luz del atardecer se veían más verdosos que marrones, fijos en los enormes orbes de Anaé, esperando alguna respuesta por su parte. La disculpa había sido sincera y en ese momento sólo quería entrar en el museo y pasar la tarde charlando y contemplando las obras sin más.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 144
Fecha de inscripción : 07/12/2016
Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Anaé estaba encantada de estar allí, no tenía otras cosas que hacer. Tarde o temprano retomaría su educación tal y como la dejó en Inglaterra, pero hasta entonces tenía unas horas muertas que sabía aprovechar muy bien, a no ser que su madre tuviera planes para ella, que hasta ese mismo día era lo más frecuente.
Levantó la vista de su sombrero hasta el hombre cuando el cogió de la mano y se la besó, ella se inclinó como requería la ocasión y observó aquellos extraños y profundos ojos verdes. Hasta en eso eran diferentes, los ojos de lord Blackmore deseaban esconderse y los de Anaé parecían no tener suficiente espacio para expandirse. Iba a decirle un cumplido sobre su traje, que obviamente le quedaba como un guante, pero por ella podía haber aparecido allí con pantalones de pana y zapatos viejos, no le hubiera dado importancia.
Anaé llevaba el traje con elegancia, acostumbrada a todas esas capas de tela y a pasarse horas y horas tan incómoda como para que tuviera dolores al finalmente acostarse, pero qué mujer no las había tenido. Parecía una muñeca, diseñada para complacer y atraer a los hombres, por supuesto ella no lo hacía conscientemente, aquellas ropas eran las que elegían para ella y no tenía ninguna intención de cortejar a nadie, seguramente, no sabría ni por dónde empezar. Pero si que estaba educada para eso, para no tener su propio juicio, para no hacerse preguntas, para obedecer, para permanecer callada y no tener opinión.
La muchacha contempló por un momento el cambio en la actitud de Axel, al principio no aceptó su brazo, dejándole hablar. Al principio intentó captar la ironía, pero poco a poco se dio cuenta de que aunque la hubiera, no iba a descubrirla. Esperó pacientemente a que él acabase de hablar. Cuando no estaba rodeada de muchas personas, Anaé parecía mejorar en algo su concentración aunque seguía estando muy por debajo de la media normal.-...No, claro que no he aceptado la invitación por cortesía.- En realidad..Fue totalmente egoísta. En todo caso, estaba convencida de que quien lo había hecho por estricta obligación había sido él y no estaba molesta por ello, encima de que se estaba aprovechando de su buena educación.
- Fui yo quien no se comportó como debía, lord Blackmore.- Anaé podía ser muchas cosas, pero nunca había tenido miedo de ser sincera, aunque eso le pusiera en una mala posición.- Se que debí rechazar su invitación pero..No pude hacer lo correcto. Le ruego que me disculpe por empujarle a esta situación.- Lo compensaría estando callada, comportándose de forma modélica y procurando no hacer nada fuera de lo común.- Y, por favor, no le de más importancia de la que tiene, mi falta de consideración compensa con creces su poco, y muy comprensible, entusiasmo.- Suspiró mientras se colocaba el sombrero con la otra mano, encajándolo en su sitio después de intentarlo unas cuantas veces.
Se quedó de nuevo en silencio, pensando, mirándole con esos enormes e impenetrables ojos, vacíos, sin expresión. Podría decirle que no quería que se disculpara, que en realidad quien debía hacerlo era ella, pero intentaba entender de qué modo en un museo pudiera suceder algo..Molesto. No le importaba ir sola, pero desde luego tampoco iba a hacerle caminar detrás de ella y dejarle vigilándola como si fuera un perro, eso sería muy injusto para él. Sin decir nada, la muchacha empezó a moverse con suavidad, acompañada del ruido de choque de telas hasta que consiguió colocarse a su lado, no sabía si hablaba en serio de quedarse allí vigilando como un simple criado, pero no iba a permitirlo. Rodeó su brazo con suavidad, aceptando la invitación finalmente. No quería obligarle, pero tampoco iba a negar que disfrutaría de su compañía. Esperó a que él caminara hacia el museo, para poder seguirle.- Me temo que soy demasiado egoísta como para insistirle en que se vaya..Perdóneme.- Se moría de ganas de ir al museo, de ver todas esas obras y si bien había estado convencida de dejar a Axel libre para que hiciera lo que quisiera, ¿Quién podría rechazar la oferta de un experto en materia ilustrándole cada detalle del Louvre?
Levantó la vista de su sombrero hasta el hombre cuando el cogió de la mano y se la besó, ella se inclinó como requería la ocasión y observó aquellos extraños y profundos ojos verdes. Hasta en eso eran diferentes, los ojos de lord Blackmore deseaban esconderse y los de Anaé parecían no tener suficiente espacio para expandirse. Iba a decirle un cumplido sobre su traje, que obviamente le quedaba como un guante, pero por ella podía haber aparecido allí con pantalones de pana y zapatos viejos, no le hubiera dado importancia.
Anaé llevaba el traje con elegancia, acostumbrada a todas esas capas de tela y a pasarse horas y horas tan incómoda como para que tuviera dolores al finalmente acostarse, pero qué mujer no las había tenido. Parecía una muñeca, diseñada para complacer y atraer a los hombres, por supuesto ella no lo hacía conscientemente, aquellas ropas eran las que elegían para ella y no tenía ninguna intención de cortejar a nadie, seguramente, no sabría ni por dónde empezar. Pero si que estaba educada para eso, para no tener su propio juicio, para no hacerse preguntas, para obedecer, para permanecer callada y no tener opinión.
La muchacha contempló por un momento el cambio en la actitud de Axel, al principio no aceptó su brazo, dejándole hablar. Al principio intentó captar la ironía, pero poco a poco se dio cuenta de que aunque la hubiera, no iba a descubrirla. Esperó pacientemente a que él acabase de hablar. Cuando no estaba rodeada de muchas personas, Anaé parecía mejorar en algo su concentración aunque seguía estando muy por debajo de la media normal.-...No, claro que no he aceptado la invitación por cortesía.- En realidad..Fue totalmente egoísta. En todo caso, estaba convencida de que quien lo había hecho por estricta obligación había sido él y no estaba molesta por ello, encima de que se estaba aprovechando de su buena educación.
- Fui yo quien no se comportó como debía, lord Blackmore.- Anaé podía ser muchas cosas, pero nunca había tenido miedo de ser sincera, aunque eso le pusiera en una mala posición.- Se que debí rechazar su invitación pero..No pude hacer lo correcto. Le ruego que me disculpe por empujarle a esta situación.- Lo compensaría estando callada, comportándose de forma modélica y procurando no hacer nada fuera de lo común.- Y, por favor, no le de más importancia de la que tiene, mi falta de consideración compensa con creces su poco, y muy comprensible, entusiasmo.- Suspiró mientras se colocaba el sombrero con la otra mano, encajándolo en su sitio después de intentarlo unas cuantas veces.
Se quedó de nuevo en silencio, pensando, mirándole con esos enormes e impenetrables ojos, vacíos, sin expresión. Podría decirle que no quería que se disculpara, que en realidad quien debía hacerlo era ella, pero intentaba entender de qué modo en un museo pudiera suceder algo..Molesto. No le importaba ir sola, pero desde luego tampoco iba a hacerle caminar detrás de ella y dejarle vigilándola como si fuera un perro, eso sería muy injusto para él. Sin decir nada, la muchacha empezó a moverse con suavidad, acompañada del ruido de choque de telas hasta que consiguió colocarse a su lado, no sabía si hablaba en serio de quedarse allí vigilando como un simple criado, pero no iba a permitirlo. Rodeó su brazo con suavidad, aceptando la invitación finalmente. No quería obligarle, pero tampoco iba a negar que disfrutaría de su compañía. Esperó a que él caminara hacia el museo, para poder seguirle.- Me temo que soy demasiado egoísta como para insistirle en que se vaya..Perdóneme.- Se moría de ganas de ir al museo, de ver todas esas obras y si bien había estado convencida de dejar a Axel libre para que hiciera lo que quisiera, ¿Quién podría rechazar la oferta de un experto en materia ilustrándole cada detalle del Louvre?
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Las palabras de la joven lo perturbaron bastante. "Soy demasiado egoísta para insistirle en que se vaya". ¿Le había dicho que se fuera en algun momento? porque si lo de dejarla pasear a su aire era una invitación real a que la dejase en paz, entonces su metedura de para era mayor de lo que pensaba. Aunque en realidad las palabras de Anaé decían lo contrario, que quería pasar esa tarde con él. Afuf. Mujeres, qué complicación.
Decidió no darle ya más vueltas, así que se encaminó a las taquillas del museo con la chica cogida del brazo y pagó las dos entradas accediendo al hall del Louvre. Primero tuvieron que bajar unas escaleras y entrar a una sala circular donde había una escalera de mármol que se bifurcaba en otras dos ascendentes y en el lugar donde se bifurcaban, sobre una enorme peana se alzaba la imponente Victoria de Samotracia, La mujer alada sin cabeza, esculpida en mármol. Se la señaló a Anaé deteniéndose frente a la maravillosa escultura que parecía viva, pues hasta sus ropas parecían mojadas y movidas por el viento.
— Representa a Niké, la diosa de la victoria. Se elaboró en mármol hacia el 190 a.c Procede del santuario de los Cabiros en Samotracia y algunos expertos la atribuyen con cierta probabilidad a Pithókritos de Rodas. Fue descubierta hace poco en la isla de Samotracia por el cónsul francés Charles Champoiseau, que es un arqueólogo aficionado. Se cree que se labró para celebrar las victorias sobre Antíoco III Megas. A mí particularmente me parece una obra magnífica, parece que en cualquier momento pueda cobrar vida y bajarse del pedestal.
Se entretuvieron allí un ratito, porque la obra griega merecía ser contemplada con tiempo, fijándose en los detalles que las manos de los escultores eran capaces de arrancarle a una piedra.
Continuaron el recorrido por las salas de esculturas antiguas, donde reposaban La venus de Milo, El escriba Sentado o el Codigo de Hammurabi entre otras riquezas históricas. Fue contándole a Anaé lo que sabía de ellas sin entrar en grandes cantidades de datos. Cuando llegaron a la sala del medievo, se detuvieron frente a la Tumba de Phillipe Pot, el Senescal de Borgoña del siglo XV. Poca gente lo sabía, pero era un cazador de la Orden, uno de los herederos de los pioneros que decidieron separarse de la Inquisición. Su tumba era algo inquietante, estaba portada por figuras negras.
— Phillipe Pot fue el gran Senescal de Borgoña, dice la leyenda que era un cazador de monstruos. Ya sabe, vampiros, hombres lobo, brujos...criaturas sobrenaturales. ¿Cree que alguna vez han existido tales seres?.— la preguntaba iba destinada a saber si Anaé al menos concedía el beneficio de la duda al misterio, o era completamente incrédula y racional.
A la vista de esa tumba, cualquiera podría pensar que esas figuras oscuras, eran cuanto menos inquietantes y que el tal Pot no era un noblecillo cualquiera que podría haberse hecho enterrar con sus riquezas o estatuillas de ángeles que cantasen sus virtudes.
Decidió no darle ya más vueltas, así que se encaminó a las taquillas del museo con la chica cogida del brazo y pagó las dos entradas accediendo al hall del Louvre. Primero tuvieron que bajar unas escaleras y entrar a una sala circular donde había una escalera de mármol que se bifurcaba en otras dos ascendentes y en el lugar donde se bifurcaban, sobre una enorme peana se alzaba la imponente Victoria de Samotracia, La mujer alada sin cabeza, esculpida en mármol. Se la señaló a Anaé deteniéndose frente a la maravillosa escultura que parecía viva, pues hasta sus ropas parecían mojadas y movidas por el viento.
— Representa a Niké, la diosa de la victoria. Se elaboró en mármol hacia el 190 a.c Procede del santuario de los Cabiros en Samotracia y algunos expertos la atribuyen con cierta probabilidad a Pithókritos de Rodas. Fue descubierta hace poco en la isla de Samotracia por el cónsul francés Charles Champoiseau, que es un arqueólogo aficionado. Se cree que se labró para celebrar las victorias sobre Antíoco III Megas. A mí particularmente me parece una obra magnífica, parece que en cualquier momento pueda cobrar vida y bajarse del pedestal.
Se entretuvieron allí un ratito, porque la obra griega merecía ser contemplada con tiempo, fijándose en los detalles que las manos de los escultores eran capaces de arrancarle a una piedra.
Continuaron el recorrido por las salas de esculturas antiguas, donde reposaban La venus de Milo, El escriba Sentado o el Codigo de Hammurabi entre otras riquezas históricas. Fue contándole a Anaé lo que sabía de ellas sin entrar en grandes cantidades de datos. Cuando llegaron a la sala del medievo, se detuvieron frente a la Tumba de Phillipe Pot, el Senescal de Borgoña del siglo XV. Poca gente lo sabía, pero era un cazador de la Orden, uno de los herederos de los pioneros que decidieron separarse de la Inquisición. Su tumba era algo inquietante, estaba portada por figuras negras.
- Tumba:
— Phillipe Pot fue el gran Senescal de Borgoña, dice la leyenda que era un cazador de monstruos. Ya sabe, vampiros, hombres lobo, brujos...criaturas sobrenaturales. ¿Cree que alguna vez han existido tales seres?.— la preguntaba iba destinada a saber si Anaé al menos concedía el beneficio de la duda al misterio, o era completamente incrédula y racional.
A la vista de esa tumba, cualquiera podría pensar que esas figuras oscuras, eran cuanto menos inquietantes y que el tal Pot no era un noblecillo cualquiera que podría haberse hecho enterrar con sus riquezas o estatuillas de ángeles que cantasen sus virtudes.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Anaé no sabía que a él le parecía complicada. Más bien había sido un asunto sencillo, le había querido liberar de cualquier compromiso que tuviera para con ella, pero si él insistía en acompañarla tampoco se iba a quejar.
Estaba ansiosa por ver el museo, aunque nadie podría sospecharlo. Tal vez alguien con la capacidad de ver su brillante aura de excitación, de anticipación. Sabía las cosas que le esperaban, Anaé era una entendida del arte, por supuesto sus conocimientos no iban a estar a la altura de los de lord Blackmore y pese a que había muchas cosas que ella ya conocía de la primera estatua que se encontraron, no por ello dejó de escucharle con atención mientras miraba a la mujer alada y sin cabeza con absoluta admiración. Leer sobre arte y ver arte no tenía nada que ver. Ningún escrito sobre el origen de aquella escultura podría haberle hecho estar preparada para ello. Se quedó sin respiración, deseaba fervientemente haber podido contemplar el rostro de aquella perfecta Diosa e intentó encajar algún rostro conocido en su posición, pero pronto se aburrió de intentarlo, las formas de la escultura captaban toda su atención y sus ojos no parecían ser lo suficientemente grandes para observar tanto, igual que un muerto de hambre al que le ponen delante un suculento bufé.
Se detuvo en aquella escultura bastante tiempo, aunque no dio su opinión sobre ella, estaba bastante claro, por cómo Anaé actuaba y observaba, que estaba totalmente maravillada y absorbida por su belleza. Caminó aun en silencio alrededor, escuchándole diligentemente y con toda la concentración de la que disponía. Le gustaba el tono de voz que ponía el hombre cuando hablaba de las obras, tenían el mismo tono que usaban sus maestros e institutrices pero había..Había..¿Qué era?...¿Un poquito de pasión, tal vez?
Se detuvo en la tumba, absorbiendo cada mínimo detalle, intentando descubrir trazas, historia, materiales...Le parecía muy impactante, las tumbas solían estar rodeadas de ángeles y escritos santos, representando la pureza y la purificación del alma en su camino al cielo pero...Las oscuras figuras portadoras de la tumba no eran para nada lo normal, eran muy singulares, tenían una aire velado, pero a su vez le trasmitían cierta solemnidad.
Pestañeó, al recibir la pregunta, nada acostumbrada a que le pidieran opinión y mucho menos cuando se trataba de un tema tan ambiguo como aquel. ¿Existían seres sobre naturales? Lo normal para una dama hubiera sido decir que no, que aquellos eran historias para los románticos. Anaé no lo tenía tan claro. De hecho, tenía la sensación de que había algo que le vigilaba desde que había llegado a París, como una presencia, a veces muy invasiva y otras veces le resultaba reconfortante pero..No tenía ni idea si realmente eran imaginaciones suyas, su lógica le decía que así era, que aquello eran sensaciones que nada tenían que ver con algo real….No podían serlo. Fue muy lenta con al respuesta, saboreando las dudas en su cabeza, puesto que muy pocas veces las tenía. Además, se lo tomó como algo serio, dándole la importancia que en realidad si que merecía y que otro hubiera despreciado casi al instante.- No lo sé…-Fue sincera, si había algo más allá de la vida cotidiana, ella no tenía ni idea pero..Algo en su interior hervía porque así fuera.- No hay motivos para suponer que no. Muchos escritores y maestros famosos hablaron de las bestias y de los seres extraños, también investigaron sucesos y se han redactado y publicado muchos estudios. Que tantos eruditos estuvieran equivocados sería mucha casualidad.- Observó aquella tumba, con algo de desasosiego, quizá.- Si se cree en Dios y en el Diablo..Por qué no en criaturas así. Al final es igual a muchas otras cosas que no se ven.- Seguramente, estaba blasfemando, pero era su opinión. Nunca había visto a Dios, pero había visto sus obras, lo mismo ocurría con el mal y con muchas otras cosas..Como el amor. Había leído mucho, pero en su día a día no lo veía por ninguna parte. De pronto, sonrió, con suavidad, apenas un sutil cambio en su rostro.- Pero si realmente existen espero que los cazadores también...A decir verdad, nunca he escuchado a nadie hablar de cazadores de bestias, así que si existieran no sería de conocimiento público...Sus vidas serían un gran sacrificio y ni siquiera recibirían el aprecio y el reconocimiento que se merecerían...¿No sería triste?..- Se quedó un instante callada antes de mirarle.- ¿No sería injusto?
Estaba ansiosa por ver el museo, aunque nadie podría sospecharlo. Tal vez alguien con la capacidad de ver su brillante aura de excitación, de anticipación. Sabía las cosas que le esperaban, Anaé era una entendida del arte, por supuesto sus conocimientos no iban a estar a la altura de los de lord Blackmore y pese a que había muchas cosas que ella ya conocía de la primera estatua que se encontraron, no por ello dejó de escucharle con atención mientras miraba a la mujer alada y sin cabeza con absoluta admiración. Leer sobre arte y ver arte no tenía nada que ver. Ningún escrito sobre el origen de aquella escultura podría haberle hecho estar preparada para ello. Se quedó sin respiración, deseaba fervientemente haber podido contemplar el rostro de aquella perfecta Diosa e intentó encajar algún rostro conocido en su posición, pero pronto se aburrió de intentarlo, las formas de la escultura captaban toda su atención y sus ojos no parecían ser lo suficientemente grandes para observar tanto, igual que un muerto de hambre al que le ponen delante un suculento bufé.
Se detuvo en aquella escultura bastante tiempo, aunque no dio su opinión sobre ella, estaba bastante claro, por cómo Anaé actuaba y observaba, que estaba totalmente maravillada y absorbida por su belleza. Caminó aun en silencio alrededor, escuchándole diligentemente y con toda la concentración de la que disponía. Le gustaba el tono de voz que ponía el hombre cuando hablaba de las obras, tenían el mismo tono que usaban sus maestros e institutrices pero había..Había..¿Qué era?...¿Un poquito de pasión, tal vez?
Se detuvo en la tumba, absorbiendo cada mínimo detalle, intentando descubrir trazas, historia, materiales...Le parecía muy impactante, las tumbas solían estar rodeadas de ángeles y escritos santos, representando la pureza y la purificación del alma en su camino al cielo pero...Las oscuras figuras portadoras de la tumba no eran para nada lo normal, eran muy singulares, tenían una aire velado, pero a su vez le trasmitían cierta solemnidad.
Pestañeó, al recibir la pregunta, nada acostumbrada a que le pidieran opinión y mucho menos cuando se trataba de un tema tan ambiguo como aquel. ¿Existían seres sobre naturales? Lo normal para una dama hubiera sido decir que no, que aquellos eran historias para los románticos. Anaé no lo tenía tan claro. De hecho, tenía la sensación de que había algo que le vigilaba desde que había llegado a París, como una presencia, a veces muy invasiva y otras veces le resultaba reconfortante pero..No tenía ni idea si realmente eran imaginaciones suyas, su lógica le decía que así era, que aquello eran sensaciones que nada tenían que ver con algo real….No podían serlo. Fue muy lenta con al respuesta, saboreando las dudas en su cabeza, puesto que muy pocas veces las tenía. Además, se lo tomó como algo serio, dándole la importancia que en realidad si que merecía y que otro hubiera despreciado casi al instante.- No lo sé…-Fue sincera, si había algo más allá de la vida cotidiana, ella no tenía ni idea pero..Algo en su interior hervía porque así fuera.- No hay motivos para suponer que no. Muchos escritores y maestros famosos hablaron de las bestias y de los seres extraños, también investigaron sucesos y se han redactado y publicado muchos estudios. Que tantos eruditos estuvieran equivocados sería mucha casualidad.- Observó aquella tumba, con algo de desasosiego, quizá.- Si se cree en Dios y en el Diablo..Por qué no en criaturas así. Al final es igual a muchas otras cosas que no se ven.- Seguramente, estaba blasfemando, pero era su opinión. Nunca había visto a Dios, pero había visto sus obras, lo mismo ocurría con el mal y con muchas otras cosas..Como el amor. Había leído mucho, pero en su día a día no lo veía por ninguna parte. De pronto, sonrió, con suavidad, apenas un sutil cambio en su rostro.- Pero si realmente existen espero que los cazadores también...A decir verdad, nunca he escuchado a nadie hablar de cazadores de bestias, así que si existieran no sería de conocimiento público...Sus vidas serían un gran sacrificio y ni siquiera recibirían el aprecio y el reconocimiento que se merecerían...¿No sería triste?..- Se quedó un instante callada antes de mirarle.- ¿No sería injusto?
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
La respuesta de Anaé le impresionó mucho más profundamente de lo que admitiría jamás. Había dado en el clavo totalmente sin tener ni idea de que precisamente así era la vida de los cazadores que, como él, sentían que la responsabilidad estaba por encima de cualquier deseo personal y entregaban su vida y su tiempo a una causa oculta que no recibiría agradecimiento ninguno ni sería visible para el resto de humanos, que, ignorantes, seguirían con sus vidas.
Se perdió en sus grandes ojos por unos segundos, sintiendo el vacío abismo interior abrirse de nuevo. La sensación fue como si hubiera abierto una brecha en una montaña nevada y por allí se escapase el frío que se había contenido en una cueva sellada con paredes de roca. La mayoría de personas no se llegaban a plantear siquiera que de haber monstruos deberían haber cazadores. Las novelas románticas donde los vampiros eran seductores y criaturas de belleza inigualable, no ayudaban. ¿En qué punto los cazadores habían pasado a ser los villanos de la historia? Escuchar a Anae soltar aquel agradecimiento velado e hipotético tan ajena a que hablaba con el capitán de los cazadores, tan inocente, tan ignorante de que en la noche había mucha maldad... encendió algo en su pecho. Le sonrió de una forma completamente distinta a la que había visto hasta ahora. No era cortesía ni compostura, era una sonrisa de verdad que llevaba a lomos un "gracias" aunque ella no lo supiera.
— Desde luego que lo sería. Pero alguien tendría que hacerlo ¿no? para que el resto pudieran vivir tranquilamente sin preocuparse, durmiendo por las noches. Un trabajo que conlleva tanta responsabilidad exige sacrificio y no todo el mundo puede hacerlo.— Se dio cuenta de que iba a empezar a meterse en terreno pantanoso y carraspeó.— Por aquí... quería enseñarle algo.
Guió a Anaé atravesando el ala oriental para entrar en el pabellón de los impresionistas, que estaban muy de moda. Se detuvo delante de un óleo de Claude Monet, "Mujer con sombrilla y niño". El lienzo era grande y de cerca no eran más que machurrones de pintura que al alejarse conformaban la imagen.
— Es usted hace un rato, señorita Catherine, cuando perdió el sombrero.
La pintura tenía trazos toscos pero aun asi se podía adivinar el tejido liviano del vestido, el viento que movía las telas y el cabello y de alguna forma, la estampa de la joven recogiendo la prenda de manos de la niña, le recordó a ese cuadro.
Se perdió en sus grandes ojos por unos segundos, sintiendo el vacío abismo interior abrirse de nuevo. La sensación fue como si hubiera abierto una brecha en una montaña nevada y por allí se escapase el frío que se había contenido en una cueva sellada con paredes de roca. La mayoría de personas no se llegaban a plantear siquiera que de haber monstruos deberían haber cazadores. Las novelas románticas donde los vampiros eran seductores y criaturas de belleza inigualable, no ayudaban. ¿En qué punto los cazadores habían pasado a ser los villanos de la historia? Escuchar a Anae soltar aquel agradecimiento velado e hipotético tan ajena a que hablaba con el capitán de los cazadores, tan inocente, tan ignorante de que en la noche había mucha maldad... encendió algo en su pecho. Le sonrió de una forma completamente distinta a la que había visto hasta ahora. No era cortesía ni compostura, era una sonrisa de verdad que llevaba a lomos un "gracias" aunque ella no lo supiera.
— Desde luego que lo sería. Pero alguien tendría que hacerlo ¿no? para que el resto pudieran vivir tranquilamente sin preocuparse, durmiendo por las noches. Un trabajo que conlleva tanta responsabilidad exige sacrificio y no todo el mundo puede hacerlo.— Se dio cuenta de que iba a empezar a meterse en terreno pantanoso y carraspeó.— Por aquí... quería enseñarle algo.
Guió a Anaé atravesando el ala oriental para entrar en el pabellón de los impresionistas, que estaban muy de moda. Se detuvo delante de un óleo de Claude Monet, "Mujer con sombrilla y niño". El lienzo era grande y de cerca no eran más que machurrones de pintura que al alejarse conformaban la imagen.
— Es usted hace un rato, señorita Catherine, cuando perdió el sombrero.
La pintura tenía trazos toscos pero aun asi se podía adivinar el tejido liviano del vestido, el viento que movía las telas y el cabello y de alguna forma, la estampa de la joven recogiendo la prenda de manos de la niña, le recordó a ese cuadro.
- cuadro:
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Anaé estaba esperando una respuesta, pero ver aquella sonrisa le supo mejor que mil palabras. Se quedó prendada de aquella expresión, era totalmente diferente, como si lord Blackmore hubiera desaparecido y estuviera delante de otra persona totalmente diferente. La muchacha observó aquellos ojos, que habína cambiado, y no precisamente por la luz. ¿Em? ¿Podría ser él? Se le contagió aquella expresión, se le notó totalmente entusiasmada, impactada, casi como si el propio Emory fuera una pieza más del museo. Sonrió con suavidad, animada...¿De verdad acababa de ver una sonrisa sincera? ¿Dirigida a ella? Era algo totalmente inesperado y nuevo. Le encantaba.
Le escuchó alegremente, porque algo en el tono de voz también había cambiado, incluso en su rostro, parecía que estaba escuchando al hombre de verdad, a ese que se escondía tras el velo de la cortesía..Pero lo que no podía dejar de admirar ni por un instante..Eran sus ojos. Estaba totalmente de acuerdo con lo que escuchaba. Si los cazadores existieran, no era un trabajo para pusilánimes, además, tendrían que llevar una doble vida. Una para el exterior y otra para la cruda realidad. En serio, deberían ser hombres muy fuertes y con una fuerza de voluntad de hierro. Desde luego, ella no tenía ese tipo de capacidad..Ni en una hipótesis como aquella podía mentirse. No podía dejar de pensar que sería una vida muy dura...Y muy solitaria, aunque la suya no fuera más fácil, ni más acompañada.... Tenía mucho que decir, pero como él cambió de tema ella se dejó arrastrar, aunque sintió una presión en el pecho en cuanto vio cómo Em iba desapareciendo para dejar paso al distante lord Blackmore.
No se molestó por ello, al menos ya sabía cómo era una sonrisa de verdad. Ojalá supiera que había hecho, o dicho, para hacer a Em aparecer por un instante. Le costó una eternidad alejarse de la tumba, como si no quisiera dejar escapar a Em, pero se acercó finalmente al cuadro y lo observó en silencio, hasta que le dijo lo del sombrero. De nuevo su rostro se suavizó, un tímido rubor le cubrió las mejillas. Le parecía inaudito y muy, muy hermoso. Observó el cuadro con esa tranquilidad y esa seriedad que le definía, fijándose en los fuertes trazos, pero que conseguían un aire etéreo y muy digno a la mujer con la sombrilla. Así que al ver lo torpe que era, Lord Blackmore pensaba en Catherina.
Anaé fijó la vista en un punto estático de la pintura. Un zumbido nació en su cabeza y se extendió hasta su pecho en forma de sofocante presión. Se quedó sin aliento. “Es usted hace un rato...Catherine.” Sus palabras resonaron en su mente. Por un momento tuvo un cúmulo de recuerdos y sensaciones abrumadoras, hasta tal punto que le obligó a separar los labios con suavidad y coger aire, para intentar alejar la congoja. Se giró con mucha lentitud, casi como si sus articulaciones estuvieran congeladas y fuera incapaz de hacer un movimiento natural. Le miró, aun con expresión de sorpresa, pero no era lo suficientemente expresiva como para que se pudiera notar el alcance del impacto de sus palabras.-...Dígamelo-No dejaba de ser una orden, pero por su tono de voz se asemejaba más a un anhelo..A una ensoñación, como si la muchacha no fuera del todo consciente de qué estaba haciendo o diciendo. Sus ojos brillaban, pero no amenazaban lágrimas. - ¿Cómo me ha llamado..? Dígalo.…-Bajó el tono de voz, casi a un hilo de voz, mirándole fijamente, como si todavía no pudiera creer lo que había escuchado.
Le escuchó alegremente, porque algo en el tono de voz también había cambiado, incluso en su rostro, parecía que estaba escuchando al hombre de verdad, a ese que se escondía tras el velo de la cortesía..Pero lo que no podía dejar de admirar ni por un instante..Eran sus ojos. Estaba totalmente de acuerdo con lo que escuchaba. Si los cazadores existieran, no era un trabajo para pusilánimes, además, tendrían que llevar una doble vida. Una para el exterior y otra para la cruda realidad. En serio, deberían ser hombres muy fuertes y con una fuerza de voluntad de hierro. Desde luego, ella no tenía ese tipo de capacidad..Ni en una hipótesis como aquella podía mentirse. No podía dejar de pensar que sería una vida muy dura...Y muy solitaria, aunque la suya no fuera más fácil, ni más acompañada.... Tenía mucho que decir, pero como él cambió de tema ella se dejó arrastrar, aunque sintió una presión en el pecho en cuanto vio cómo Em iba desapareciendo para dejar paso al distante lord Blackmore.
No se molestó por ello, al menos ya sabía cómo era una sonrisa de verdad. Ojalá supiera que había hecho, o dicho, para hacer a Em aparecer por un instante. Le costó una eternidad alejarse de la tumba, como si no quisiera dejar escapar a Em, pero se acercó finalmente al cuadro y lo observó en silencio, hasta que le dijo lo del sombrero. De nuevo su rostro se suavizó, un tímido rubor le cubrió las mejillas. Le parecía inaudito y muy, muy hermoso. Observó el cuadro con esa tranquilidad y esa seriedad que le definía, fijándose en los fuertes trazos, pero que conseguían un aire etéreo y muy digno a la mujer con la sombrilla. Así que al ver lo torpe que era, Lord Blackmore pensaba en Catherina.
Anaé fijó la vista en un punto estático de la pintura. Un zumbido nació en su cabeza y se extendió hasta su pecho en forma de sofocante presión. Se quedó sin aliento. “Es usted hace un rato...Catherine.” Sus palabras resonaron en su mente. Por un momento tuvo un cúmulo de recuerdos y sensaciones abrumadoras, hasta tal punto que le obligó a separar los labios con suavidad y coger aire, para intentar alejar la congoja. Se giró con mucha lentitud, casi como si sus articulaciones estuvieran congeladas y fuera incapaz de hacer un movimiento natural. Le miró, aun con expresión de sorpresa, pero no era lo suficientemente expresiva como para que se pudiera notar el alcance del impacto de sus palabras.-...Dígamelo-No dejaba de ser una orden, pero por su tono de voz se asemejaba más a un anhelo..A una ensoñación, como si la muchacha no fuera del todo consciente de qué estaba haciendo o diciendo. Sus ojos brillaban, pero no amenazaban lágrimas. - ¿Cómo me ha llamado..? Dígalo.…-Bajó el tono de voz, casi a un hilo de voz, mirándole fijamente, como si todavía no pudiera creer lo que había escuchado.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
La reacción de Anaé le pareció extraña. ¿Qué tipo de pregunta era esa? ¿es que acaso no era ese su nombre? Normalmente a él nadie solía llamarle Emory, sólo en familia y acostumbrado a que se lo acortasen como Em, pero si alguien lo llamaba Emory tampoco se extrañaba, era su nombre y aparecía en todas las tarjetas de visita o presentaciones formales. Así pues ¿por qué se extrañaba tanto la chica? ¿se habría confundido él y habría entendido el nombre mal cuando se lo dijo?
— La he llamado... Catherine. ¿No se llama usted así...? disculpeme si la entendí mal ayer.
Por la expresión de la cara de la muchacha sí se llamaba Catherine pero había algo en su forma de reaccionar que le estaba removiendo por dentro. Quizás le recordase a algun amor que hubiera tenido y la llamara de esa forma, o a alguien querido que ya no estaba como su abuelo o quizás le recordaba a su padre. Vaya usted a saber.
Bueno, al menos parecía que le había gustado la pintura, a élle gustaban los impresionistas, creía que era una corriente muy interesante.
— ¿Le gusta el cuadro? es de un pintor llamado Claude Monet, si quiere conocerlo, esta noche cenará en el Ateneo Mercantil, estoy invitado a la cena y si quiere acompañarme, será un placer. Yo también quiero conocerlo, me gusta el movimiento impresionista, creo que será interesante intercambiar con él algunas palabras.
Se lo dijo así, sin mas, porque realmente no lo estaba viendo como una cita con Anaé sino como una oportunidad de compartir con ella una afición común, de charlar con alguien sobre ese arte y entender cómo estaba evolucionando, ya que estaban asistiendo a una nueva era en la pintura moderna. Además tampoco es que le hiciera especial ilusión ir solo a esa cena.
— No se alargará mucho, mañana tengo que madrugar. Pero no me diga que sí por cortesía, si tiene otros compromisos o no le apetece lo entiendo prefectamente.
— La he llamado... Catherine. ¿No se llama usted así...? disculpeme si la entendí mal ayer.
Por la expresión de la cara de la muchacha sí se llamaba Catherine pero había algo en su forma de reaccionar que le estaba removiendo por dentro. Quizás le recordase a algun amor que hubiera tenido y la llamara de esa forma, o a alguien querido que ya no estaba como su abuelo o quizás le recordaba a su padre. Vaya usted a saber.
Bueno, al menos parecía que le había gustado la pintura, a élle gustaban los impresionistas, creía que era una corriente muy interesante.
— ¿Le gusta el cuadro? es de un pintor llamado Claude Monet, si quiere conocerlo, esta noche cenará en el Ateneo Mercantil, estoy invitado a la cena y si quiere acompañarme, será un placer. Yo también quiero conocerlo, me gusta el movimiento impresionista, creo que será interesante intercambiar con él algunas palabras.
Se lo dijo así, sin mas, porque realmente no lo estaba viendo como una cita con Anaé sino como una oportunidad de compartir con ella una afición común, de charlar con alguien sobre ese arte y entender cómo estaba evolucionando, ya que estaban asistiendo a una nueva era en la pintura moderna. Además tampoco es que le hiciera especial ilusión ir solo a esa cena.
— No se alargará mucho, mañana tengo que madrugar. Pero no me diga que sí por cortesía, si tiene otros compromisos o no le apetece lo entiendo prefectamente.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Anaé sintió un escalofrío al escuchar cómo pronunciaba su nombre..Era tan..Perfecto. Aun le miraba mientras le decía aquello, estaba claro que no le molestaba que le llamasen así y si, le traía bellos recuerdos. Era la primera vez que escuchaba ese nombre desde que había llegado. No..Desde hacía mucho antes de llegar a París. Antes incluso de saber que venía. ¿Realmente había sido tantísimo tiempo? Se le dibujó una sonrisa en el rostro, cuando le preguntó si se había equivocado. Cielos...No. Quería escuchárselo decir el resto de su vida.
Cogió aire y giró el rostro, pero nada pudo impedirle seguir alegre, realmente contenta, entusiasmada y emocionada. Ya no solo por el cuadro o la compañía, había sentido la calidez de la ternura que ese apelativo le suscitaba y que había olvidado hacía tantísimo tiempo. Se esforzó por concentrarse en el hermoso cuadro, asintiendo con la cabeza y recuperando parte de esa apatía que parecía atada a su personalidad.- Me fascina cómo el pintor dejó a un lado los detalles y se centró en el conjunto global de la obra. Parece tosco y sencillo, pero si se observa en conjunto la técnica no puede ser más precisa.- Se quedó mirando el rostro de la mujer.- Siempre que veo cuadros pienso..Qué provocaría esa escena. Me pregunto qué llamaría la atención de la mujer para tener esa expresión.
Le miró de nuevo, al principio como si no estuviera muy segura de si habían sido imaginaciones suyas o si realmente le había invitado para la siguiente noche..¿No le parecía un infierno aquella tarde? ¿Había cambiado de opinión? Se quedó un instante en silencio, intentando descubrir si él era quien estaba siendo cortés pero..Si no quisiera que le fuera con él, no tenía por qué haber dicho nada, ella no le había preguntado.- No..No tengo otros compromisos.- Al menos no que ella supiera.- Me encantaría acompañarle..- Eso era cortés, lo que la educación y la etiqueta le exigía contestar.- ..¿Realmente quiere que vaya con usted?- Eso no fue nada servicial, tenía serias dudas.- No tiene por qué invitarme por compasión yo...- Anaé odiaba que se compadecieran de ella, como si estuviera enferma o totalmente loca. Si algo le sacaba de quicio en esta vida, era que le tuvieran lástima, pero decidió no decirlo en voz alta y dejar la frase a medias.
Cogió aire y giró el rostro, pero nada pudo impedirle seguir alegre, realmente contenta, entusiasmada y emocionada. Ya no solo por el cuadro o la compañía, había sentido la calidez de la ternura que ese apelativo le suscitaba y que había olvidado hacía tantísimo tiempo. Se esforzó por concentrarse en el hermoso cuadro, asintiendo con la cabeza y recuperando parte de esa apatía que parecía atada a su personalidad.- Me fascina cómo el pintor dejó a un lado los detalles y se centró en el conjunto global de la obra. Parece tosco y sencillo, pero si se observa en conjunto la técnica no puede ser más precisa.- Se quedó mirando el rostro de la mujer.- Siempre que veo cuadros pienso..Qué provocaría esa escena. Me pregunto qué llamaría la atención de la mujer para tener esa expresión.
Le miró de nuevo, al principio como si no estuviera muy segura de si habían sido imaginaciones suyas o si realmente le había invitado para la siguiente noche..¿No le parecía un infierno aquella tarde? ¿Había cambiado de opinión? Se quedó un instante en silencio, intentando descubrir si él era quien estaba siendo cortés pero..Si no quisiera que le fuera con él, no tenía por qué haber dicho nada, ella no le había preguntado.- No..No tengo otros compromisos.- Al menos no que ella supiera.- Me encantaría acompañarle..- Eso era cortés, lo que la educación y la etiqueta le exigía contestar.- ..¿Realmente quiere que vaya con usted?- Eso no fue nada servicial, tenía serias dudas.- No tiene por qué invitarme por compasión yo...- Anaé odiaba que se compadecieran de ella, como si estuviera enferma o totalmente loca. Si algo le sacaba de quicio en esta vida, era que le tuvieran lástima, pero decidió no decirlo en voz alta y dejar la frase a medias.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
El inglés la miró de hito en hito, la juventud era un divino tesoro, podía entender la inocencia de la chica y ese primer ramalazo de espontaneidad.
— Esa pregunta es la más auténtica que me ha hecho, señorita Catherine, porque se salta todo los manuales de protocolo británico.— le sonrió de medio lado porque ahora la estaba pinchando un poco a ver qué decía.— Por supuesto que quiero invitarla y que venga conmigo, de lo contrario no se lo hubiera ofrecido. Usted no sabía nada de esa cena, y yo no tenía por qué nombrarla. Igualmente aunque hubiera salido en el tema de conversación, tampoco hubiera estado obligado a invitarla porque podría tener ya ese compromiso con otra persona. Así pues...¿cree que la invito por educación? si tuviera que invitar por cortesía a todas las damas que me han presentado en mi vida, no habría suficientes cenas para cumplir con todas.
Se detuvo un instante a contemplar la expresión de la mujer del cuadro. Leer en los gestos de la gente no era fácil, porque él mismo estaba entrenado para no dejar traslucir sus emociones.
— No sé en qué estaría pensando la mujer, pero no es una expresión alegre. La cara no siempre es el reflejo del alma.— La mano de Anaé estaba sobre su brazo, enguantada, y Axel puso su mano libre sobre sus finos dedos dándole un par de palmaditas suaves.— La compasión es una virtud humana, pero constata el hecho de que la otra persona está en peores condiciones que quien la siente, y sinceramente, no tiene usted nada que lamentar. Mírese, joven, bonita, refinada... no sé por qué tendría que tener compasión de usted. En todo caso al revés.— Le sonrió de medio lado mirándola.— Tendría que sentir lástima de mi, que empiezo a peinar canas y no tengo ni mujer ni hijos cuando ya debería estar pensando en nietos..— desde luego era bastante significativo que un hombre así no estuviera casado, y mucha gente se lo preguntaba, pero él siempre hacía bromas y decía que no había encontrado a la santa que lo pudiera soportar. Pero las alcahuetas profesionales no lo creían, porque sabían que Blackmore era un perfecto caballero y que ese no era el motivo. Se comentaba que podría ser gay, pero no había aparecido ningun amante que lo corroborase.
Salieron de la sala de los impresionistas y la visita se alargó un par de horas más, charlando tranquilamente sobre arte, historia y cualquier cosa que iba suscitando el paseo.
— La cena es en una hora, si quiere que la lleve a casa para pedir permiso o cambiarse o lo que necesite... deberiamos ir saliendo ya.
— Esa pregunta es la más auténtica que me ha hecho, señorita Catherine, porque se salta todo los manuales de protocolo británico.— le sonrió de medio lado porque ahora la estaba pinchando un poco a ver qué decía.— Por supuesto que quiero invitarla y que venga conmigo, de lo contrario no se lo hubiera ofrecido. Usted no sabía nada de esa cena, y yo no tenía por qué nombrarla. Igualmente aunque hubiera salido en el tema de conversación, tampoco hubiera estado obligado a invitarla porque podría tener ya ese compromiso con otra persona. Así pues...¿cree que la invito por educación? si tuviera que invitar por cortesía a todas las damas que me han presentado en mi vida, no habría suficientes cenas para cumplir con todas.
Se detuvo un instante a contemplar la expresión de la mujer del cuadro. Leer en los gestos de la gente no era fácil, porque él mismo estaba entrenado para no dejar traslucir sus emociones.
— No sé en qué estaría pensando la mujer, pero no es una expresión alegre. La cara no siempre es el reflejo del alma.— La mano de Anaé estaba sobre su brazo, enguantada, y Axel puso su mano libre sobre sus finos dedos dándole un par de palmaditas suaves.— La compasión es una virtud humana, pero constata el hecho de que la otra persona está en peores condiciones que quien la siente, y sinceramente, no tiene usted nada que lamentar. Mírese, joven, bonita, refinada... no sé por qué tendría que tener compasión de usted. En todo caso al revés.— Le sonrió de medio lado mirándola.— Tendría que sentir lástima de mi, que empiezo a peinar canas y no tengo ni mujer ni hijos cuando ya debería estar pensando en nietos..— desde luego era bastante significativo que un hombre así no estuviera casado, y mucha gente se lo preguntaba, pero él siempre hacía bromas y decía que no había encontrado a la santa que lo pudiera soportar. Pero las alcahuetas profesionales no lo creían, porque sabían que Blackmore era un perfecto caballero y que ese no era el motivo. Se comentaba que podría ser gay, pero no había aparecido ningun amante que lo corroborase.
Salieron de la sala de los impresionistas y la visita se alargó un par de horas más, charlando tranquilamente sobre arte, historia y cualquier cosa que iba suscitando el paseo.
— La cena es en una hora, si quiere que la lleve a casa para pedir permiso o cambiarse o lo que necesite... deberiamos ir saliendo ya.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
Axel tenía razón, así que no tenía nada que reprocharle, pero se sintió avergonzada por haberse saltado el protocolo que tan celosamente él parecía guardar. No iba a disculparse por su repentina pregunta, porque también tenía razón al decir que había sido auténtica. Aun no podía comprender cómo alguien como él podría querer su compañía, sin estar obligado. Era la primera vez que le pasaba eso en la vida y sentía curiosidad.
Hacía rato que Anaé no estaba prestando atención al cuadro, estaba intentando ordenar los pensamientos en su cabeza. Por un lado, le pareció haber acertado entonces, él sencillamente le había invitado porque le apetecía...Por qué, era lo primero que se le pasaba por la cabeza preguntar, pero como ya se había saltado las normas sociales una vez, no quiso arriesgar con una segunda. Además, él ya le había llamado atención por la primera. Estaba empezando a entrar en al cuestión sobre las muchas mujeres que él podría conocer para no tener tiempo para todas, cuando él le golpeó el dorso de la mano.
El gesto le pareció de lo más extraño. Primero se quedó mirando la mano de Axel sobre la suya, cómo le iba dando esas palmaditas de aliento o algo parecido, aunque ella no sabía muy bien qué quería conseguir con aquello. ¿Se estaba dando cuenta de que le estaba tocando directamente o lo hacía tan a menudo que no se había percatado de que para ella era algo inverosímil? Empezó a caminar de nuevo, admirando las obras del museo, aunque cuatro horas se le empezaban a antojar muy pocas para todo lo que se podía ver.
Sin embargo, había algo que no se le quitaba de la cabeza. - ¿Por qué iba a sentir lástima de un hombre cuya agenda podría llenar con citas y todavía habría cola para cumplir con todas?...Si quisiera una esposa e hijos, ya los tendría. No siento ninguna compasión por alguien que es libre de elegir. - Por supuesto que era raro, pero no le conocía. Tal vez había perdido a su mujer o a sus hijos, tragedias se podrían encontrar siempre. Asunto distinto era que no quisiera casarse ni tener una vida familiar, había escuchado muy pocas personas así, pero desde luego admiraba que pudiera hacer lo que quisiera. Ella no tenía esa libertad, le daba cierta….Envidia, pero se alegraba inmensamente por él.- Si no se arrepiente al final del día y no se siente solo, no tengo nada de lo que compadecerme.
Mientras caminaban y hablaban sobre lo que se iban encontrando por el exquisito Louvre, finalmente llegaron al motivo por el que el pobre lord Blackmore se vio arrastrado hasta allí. Anaé estaba un poco ansiosa por ver la Gioconda, porque había leído mucho sobre ella y sobre su autor, por supuesto, pero no lo había visto en persona. Cuando cruzaron el umbral hasta el famoso cuadro se sintió sobrecogida. Sin darse cuenta, apretó sus dedos en torno al brazo de Axel, del que no se había soltado hasta ese momento. Se separó de él, para caminar lentamente hacia la espectacular obra que contempló totalmente ensimismada, hambrienta de todo cuanto tenía que ocultar.
Se quedó en silencio durante segundos,analizando y admirando aquella maravilla antes de quedarse prendada de la mirada de la mujer, observándola fijamente. Tenía una expresión alegre, pero en realidad parecía triste.- ...Tiene los ojos raros..- Dijo, a media voz, casi como si estuviera hablando para sí misma. Anaé no parecía calcular bien el tiempo, porque fue bastante al que dedicó a aquel cuadro. Tal vez sería la última vez que pudiera contemplarlo, pero sabía que sería incapaz de olvidarlo.
Mientras abandonaban la Gioconda, pensó en la reacción de su madre por un simple paseo por el museo, no quería ni imaginarse lo que pensaría sobre una cena. Dudaba de si ir o no a casa, para evitar todo aquello pero….Su madre ya estaba bastante disgustada por que él no fuera a hacer una invitación formal. Cogió aire y lo soltó, después de encontrar una solución.- Si me dice dónde es el lugar de la cena estaré allí en una hora.
Hacía rato que Anaé no estaba prestando atención al cuadro, estaba intentando ordenar los pensamientos en su cabeza. Por un lado, le pareció haber acertado entonces, él sencillamente le había invitado porque le apetecía...Por qué, era lo primero que se le pasaba por la cabeza preguntar, pero como ya se había saltado las normas sociales una vez, no quiso arriesgar con una segunda. Además, él ya le había llamado atención por la primera. Estaba empezando a entrar en al cuestión sobre las muchas mujeres que él podría conocer para no tener tiempo para todas, cuando él le golpeó el dorso de la mano.
El gesto le pareció de lo más extraño. Primero se quedó mirando la mano de Axel sobre la suya, cómo le iba dando esas palmaditas de aliento o algo parecido, aunque ella no sabía muy bien qué quería conseguir con aquello. ¿Se estaba dando cuenta de que le estaba tocando directamente o lo hacía tan a menudo que no se había percatado de que para ella era algo inverosímil? Empezó a caminar de nuevo, admirando las obras del museo, aunque cuatro horas se le empezaban a antojar muy pocas para todo lo que se podía ver.
Sin embargo, había algo que no se le quitaba de la cabeza. - ¿Por qué iba a sentir lástima de un hombre cuya agenda podría llenar con citas y todavía habría cola para cumplir con todas?...Si quisiera una esposa e hijos, ya los tendría. No siento ninguna compasión por alguien que es libre de elegir. - Por supuesto que era raro, pero no le conocía. Tal vez había perdido a su mujer o a sus hijos, tragedias se podrían encontrar siempre. Asunto distinto era que no quisiera casarse ni tener una vida familiar, había escuchado muy pocas personas así, pero desde luego admiraba que pudiera hacer lo que quisiera. Ella no tenía esa libertad, le daba cierta….Envidia, pero se alegraba inmensamente por él.- Si no se arrepiente al final del día y no se siente solo, no tengo nada de lo que compadecerme.
Mientras caminaban y hablaban sobre lo que se iban encontrando por el exquisito Louvre, finalmente llegaron al motivo por el que el pobre lord Blackmore se vio arrastrado hasta allí. Anaé estaba un poco ansiosa por ver la Gioconda, porque había leído mucho sobre ella y sobre su autor, por supuesto, pero no lo había visto en persona. Cuando cruzaron el umbral hasta el famoso cuadro se sintió sobrecogida. Sin darse cuenta, apretó sus dedos en torno al brazo de Axel, del que no se había soltado hasta ese momento. Se separó de él, para caminar lentamente hacia la espectacular obra que contempló totalmente ensimismada, hambrienta de todo cuanto tenía que ocultar.
Se quedó en silencio durante segundos,analizando y admirando aquella maravilla antes de quedarse prendada de la mirada de la mujer, observándola fijamente. Tenía una expresión alegre, pero en realidad parecía triste.- ...Tiene los ojos raros..- Dijo, a media voz, casi como si estuviera hablando para sí misma. Anaé no parecía calcular bien el tiempo, porque fue bastante al que dedicó a aquel cuadro. Tal vez sería la última vez que pudiera contemplarlo, pero sabía que sería incapaz de olvidarlo.
Mientras abandonaban la Gioconda, pensó en la reacción de su madre por un simple paseo por el museo, no quería ni imaginarse lo que pensaría sobre una cena. Dudaba de si ir o no a casa, para evitar todo aquello pero….Su madre ya estaba bastante disgustada por que él no fuera a hacer una invitación formal. Cogió aire y lo soltó, después de encontrar una solución.- Si me dice dónde es el lugar de la cena estaré allí en una hora.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: El hombre de ojos raros. [Axel Blackmore]
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La mona Lisa de Da Vinci era un cuadro misterioso, plagado de rumores y leyendas probablemente falsas que alimentaban las teorías más descabelladas. Pero lo cierto es que el autor había reflejado en él el aura imperceptible de la dama que lo miraba de frente. Esa sonrisa, esos ojos, ese gesto aparentemente neutro... escondía una historia detrás que daba alas a la imaginación.
Se detuvo frente a él con la mano de Anaé sobre el brazo y esperó pacientemente a que ella lo contemplase y lo absorbiese. Ya hacía rato que se había dado cuenta que la chica absorbía toda la información que encontraba a su paso como el sediento de luz que había pasado años en la oscuridad. Quizás su familia no la animase a cultivar su curiosidad, su gusto por el arte, porque ciertamente le interesaba el tema. Era peculiar, se notaba que tenía una clara vida interior ajena al mundanal ruido, al parloteo y la banalidad de las chicas de su edad. Se fijaba en detalles que no correpondían a sus años. Su juventud debería estar persiguiendo sueños descabellados, corriendo de la mano de la vanidad, de la enfebrecida imaginación plagada de hormonas. Y sin embargo paseaba del brazo de un casi cuarentón descubriendo ávidamente la belleza oculta en la sonrisa de la misteriosa Gioconda.
¿Le gustaría el pastel de manzana? ¿cuál sería su libro favorito? ¿le gustaría el color morado para un vestido de noche? ¿Se despertaría con el pelo revuelto pareciendo una loca de los gatos? de pronto sintió curiosidad por saber de qué materia estaba hecha Anaé, qué cosas la movían , la interesaban, la hacían feliz o la ponían melancólica.
Dejó escapar un leve suspiro. Era joven y cándida, especial, con una extraña belleza, etérea como la niebla y luminosa como una mañana de invierno. Seguramente sus padres la celaran cual cancerberos, la reputación de una señorita lo era todo y si se manchaba adiós a la posibilidad de conseguir un buen partido. Por su insinuación sobre ir ella sola a la cena, le daba que quería evitar que viese a sus progenitores de alguna forma. Tenía que hablar con ellos, porque la diferencia de edad era grande y no quería arruinar a la señorita Boissieu por invitarla a algo que sus padres desaprobarían.
— La llevo a casa. Cuando quiera regresar a ver de nuevo el Louvre, avíseme, estaré encantado de acompañarla de nuevo.— echó un último vistazo a la Mona Lisa.— ... sí... sus ojos callan más de lo que hablan. "El alma profunda guarda sus propios secretos y toma su propio castigo en silencio"... Es de Dorothy Dix, una escritora americana de Tenessee, estuve viviendo en América un par de años y me aficioné a sus escritos activistas contra la esclavitud y el racismo.
Fue dándole conversación a Anae durante el trayecto, contándole algunas anécdotas de su aventura americana. Cuando llegaron a la dirección que ella especificó, Axel bajó del coche de caballos y le abrió la puerta ofreciéndole la mano. Hizo que se detuviera un segundo y entonces le ofreció el brazo de nuevo, no había planeado subirse al coche de nuevo, iba a acompañarla a la puerta y a hablar con quien correspondiese para invitarla formalmente a esa cena, y si debía esperar a que se cambiase, esperaría.
¿Se estaba volviendo loco? si era una cria!!! Cuando se lo contase a Aveline iba a bombardearlo a preguntas incómodas. Quizás fuera su sensibilidad, esa que dejaba traslucir en aquellos grandes ojos enmarcados en ese rostro de porcelana, ese sexto sentido que había notado en ella y que la había llevado a intuir involuntariamente lo que Axel escondía. Era el primogénito de los Blackmore, sabía que ese apellido le había abierto muchas puertas pero le exigía muchas responsabilidades, y desde luego no podía ofrecer al mundo al verdadero Axel, pero aquella jovencita había intuido sin saberlo al verdadero Emory tras la fachada y eso era sobrecogedor y a la vez doloroso. Doloroso porque tendría que dejarla marchar, como se deja marchar a la primavera. Pero hasta el deshielo, se conformaba con las pequeñas luces que ella pudiera arrojar a su solitaria vida. Fueron apenas unos instantes lo que duró ese fugaz pensamiento, y sus ojos cambiaron de un marrón almendrado a un verde grisáceo al recibir la luz. Le dedicó una sonrisa algo taciturna.
— Hagamos las cosas bien, si le parece. Les pediré a sus padres permiso para invitarla a esa cena, y si no me arrancan la cabeza, la esperaré aquí.
La mona Lisa de Da Vinci era un cuadro misterioso, plagado de rumores y leyendas probablemente falsas que alimentaban las teorías más descabelladas. Pero lo cierto es que el autor había reflejado en él el aura imperceptible de la dama que lo miraba de frente. Esa sonrisa, esos ojos, ese gesto aparentemente neutro... escondía una historia detrás que daba alas a la imaginación.
Se detuvo frente a él con la mano de Anaé sobre el brazo y esperó pacientemente a que ella lo contemplase y lo absorbiese. Ya hacía rato que se había dado cuenta que la chica absorbía toda la información que encontraba a su paso como el sediento de luz que había pasado años en la oscuridad. Quizás su familia no la animase a cultivar su curiosidad, su gusto por el arte, porque ciertamente le interesaba el tema. Era peculiar, se notaba que tenía una clara vida interior ajena al mundanal ruido, al parloteo y la banalidad de las chicas de su edad. Se fijaba en detalles que no correpondían a sus años. Su juventud debería estar persiguiendo sueños descabellados, corriendo de la mano de la vanidad, de la enfebrecida imaginación plagada de hormonas. Y sin embargo paseaba del brazo de un casi cuarentón descubriendo ávidamente la belleza oculta en la sonrisa de la misteriosa Gioconda.
¿Le gustaría el pastel de manzana? ¿cuál sería su libro favorito? ¿le gustaría el color morado para un vestido de noche? ¿Se despertaría con el pelo revuelto pareciendo una loca de los gatos? de pronto sintió curiosidad por saber de qué materia estaba hecha Anaé, qué cosas la movían , la interesaban, la hacían feliz o la ponían melancólica.
Dejó escapar un leve suspiro. Era joven y cándida, especial, con una extraña belleza, etérea como la niebla y luminosa como una mañana de invierno. Seguramente sus padres la celaran cual cancerberos, la reputación de una señorita lo era todo y si se manchaba adiós a la posibilidad de conseguir un buen partido. Por su insinuación sobre ir ella sola a la cena, le daba que quería evitar que viese a sus progenitores de alguna forma. Tenía que hablar con ellos, porque la diferencia de edad era grande y no quería arruinar a la señorita Boissieu por invitarla a algo que sus padres desaprobarían.
— La llevo a casa. Cuando quiera regresar a ver de nuevo el Louvre, avíseme, estaré encantado de acompañarla de nuevo.— echó un último vistazo a la Mona Lisa.— ... sí... sus ojos callan más de lo que hablan. "El alma profunda guarda sus propios secretos y toma su propio castigo en silencio"... Es de Dorothy Dix, una escritora americana de Tenessee, estuve viviendo en América un par de años y me aficioné a sus escritos activistas contra la esclavitud y el racismo.
Fue dándole conversación a Anae durante el trayecto, contándole algunas anécdotas de su aventura americana. Cuando llegaron a la dirección que ella especificó, Axel bajó del coche de caballos y le abrió la puerta ofreciéndole la mano. Hizo que se detuviera un segundo y entonces le ofreció el brazo de nuevo, no había planeado subirse al coche de nuevo, iba a acompañarla a la puerta y a hablar con quien correspondiese para invitarla formalmente a esa cena, y si debía esperar a que se cambiase, esperaría.
¿Se estaba volviendo loco? si era una cria!!! Cuando se lo contase a Aveline iba a bombardearlo a preguntas incómodas. Quizás fuera su sensibilidad, esa que dejaba traslucir en aquellos grandes ojos enmarcados en ese rostro de porcelana, ese sexto sentido que había notado en ella y que la había llevado a intuir involuntariamente lo que Axel escondía. Era el primogénito de los Blackmore, sabía que ese apellido le había abierto muchas puertas pero le exigía muchas responsabilidades, y desde luego no podía ofrecer al mundo al verdadero Axel, pero aquella jovencita había intuido sin saberlo al verdadero Emory tras la fachada y eso era sobrecogedor y a la vez doloroso. Doloroso porque tendría que dejarla marchar, como se deja marchar a la primavera. Pero hasta el deshielo, se conformaba con las pequeñas luces que ella pudiera arrojar a su solitaria vida. Fueron apenas unos instantes lo que duró ese fugaz pensamiento, y sus ojos cambiaron de un marrón almendrado a un verde grisáceo al recibir la luz. Le dedicó una sonrisa algo taciturna.
— Hagamos las cosas bien, si le parece. Les pediré a sus padres permiso para invitarla a esa cena, y si no me arrancan la cabeza, la esperaré aquí.
Axel Blackmore- Cazador Clase Alta
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