Una noche cualquiera, una pequeña fiesta [Libre]

El ambiente se llenaba de color, paradójicamente, cuando llegaba la oscuridad de la noche. Durante el día todo el ambiente era gris y monótono. Nada alegraba la vista en calles vacías y sucias, en trabajadores que repetían una y otra vez sus tareas. Los aromas eran siempre los mismos, los que despedían las diferentes fábricas y talleres de trabajo, y el barullo de la gente en sus horas de interminable trabajo era tan sólo interrumpido por las sirenas que marcaban el ritmo de trabajo e indicaban las horas en el mismo. Tan sólo las zonas de mercado tenían algo de color y de sabor, tratando de atraer a las mujeres o niños que hacían la compra con los pocos ahorros que pudieran llevar encima, tratando de sobrevivir a la miseria.

Cuando caía la noche tocaba vivir, y es lo que hacía la gente en aquel momento. Salir, comer, beber, reír, charlar, bailar al son de una danza pagana junto a un fuego impuro. ¿Había algún motivo? Mathieu había escuchado algo sobre que la niña de alguno de los estibadores del puerto parisino se iba a casar o no se qué; lo cierto es que no lo escuchó muy bien, pero, ¿y qué más daba? Cualquier excusa era buena para aprovechar las horas de libertad, al amparo de la noche, y vivir. Mathieu no ha sido nunca muy fiestero, pero la magia que desprendían las fiestas de los miserables, de los condenados y desaventurados de París le resultaba ciertamente embriagadora, y se dejaba llevar. Pero no demasiado.

Y es que alguien debía vigilar todo aquello, ¿no? Alguien debía protegerles, por si algún matón pagado por los capataces de las fábricas se acercaba por allí a mandarles a dormir "porque si no, al día siguiente no rendían". O si la policía estaba con ganas de armar jaleo y se acercaba a cortarles la diversión, sin otra premisa que divertirse ellos a costa de la infelicidad de estos. Porque estos eran los suyos. Y debía protegerlos.

Él les protegía, y algunos se sentían protegidos por él. Muchos ni siquiera sabían quién era él, ni la de veces que había estado entre rejas protegiéndoles. Y él ni siquiera ocupaba un puesto de honor en aquella fiesta improvisada, y nadie se acercaba a presentarle sus respetos, y por supuesto nadie le presentaba -ni él aceptaba- tributo alguno por lo que hacía. Simplemente tomaba cerveza sentado a un lado, cerca de la hoguera más grande, cuyas llamas subían a más de dos metros. A su alrededor, jóvenes que bailaban al ritmo de la música callejera. Los hombres bebían y hacían pequeñas apuestas en juegos de azar, mientras las mujeres cotilleaban y compartían las últimas noticias. Ni siquiera los niños se perdían el espectáculo, y por allí iban correteando entre sus juegos. Eso sí; nunca se alejaban de la plaza, no dejaban que las luces de las hogueras dejaran de iluminarles, estando siempre vigilados, bajo supervisión.

Hacía ya un buen rato que las campanas de la iglesia cercana anunciaron la medianoche, y la fiesta apenas acababa de empezar.

La joven gitana había recibido comentarios sobre la fiesta que se llevaría a cabo aquella noche, pero no fue hasta que uno de sus colegas del circo la invitó fue que realmente le puso atención al tema, al comentarlo con sus padres se sorprendió al saber que ellos también habían recibido una invitación, tal parece que este sería un evento con todos aquellos rechazados de la sociedad, todos a quienes miraban hacia abajo estaban invitados. Un matrimonio que unía a una gitana de nuestro campamento con un shaman de las afuera de la ciudad, aquello significaba una unión de pueblos en común acuerdo, lo que era algo digno de celebrar por todo lo alto.

- Ojalá poder encontrar para ti un marido como este -le comentó su madre entre cuchicheos-, poder celebrar una fiesta así de grande o mayor aún, que todos los campamentos se enteren de lo afortunada que eres Paramitsha.

Cuando era más de media noche el festejo estaba recién comenzando, con hogueras y bailes por doquier, ese fue el momento exacto en la joven gitana vio su momento de celebrar a su estilo y dar su "regalo" a la nueva pareja tomó sus pinos con los cuales había viajado a pesar de las quejas de su madre porque estos desentonaban con su vestimenta, pero así era Paramitsha y no había nada que hacer al respecto.

Sin decir palabra alguna ella solo se situó frente a una de las hogueras más grandes del sector entre aquellos que bailaban y comenzó a lanzar los pinos al aire, uno, dos, tres, cuatro... Cinco pinos son los que ella había logrado cargar aquella noche consigo y los que ahora manejaba al mismo tiempo, dos en sus manos mientras que tres viajaban en el aire para ir cayendo a medida que los que tenía en sus manos se elevaban.

Cuando los pinos se elevaban ella entraba en su propia burbuja de goce personal, ella disfrutaba y se abstraía de todo, a medida que manejaba los pinos comenzó a moverse por el sector casi bailando aunque no llegando a hacerlo, para aquello aún le faltaba práctica y coordinación con los demás que danzaban a su alrededor ya que si llegaba a chocar con alguna significaría la perdida del control de sus útiles y los cinco pinos acabarían en el suelo, quizá dando alguna parada antes de llegar a ese punto como la cabeza o el pie de alguien, por lo mismo debía ser cuidadosa y es para aquello para lo que había estudiado tantos años a lo largo de su niñez y adolescencia antes de volver a París.

Si se trataba de una boda, del embarazo de alguna joven, o simplemente que el día había terminado sin accidentes ni sobresaltos... No le importaba demasiado, pues él era de los que pensaba que el motivo de celebración no era más que la premisa, la excusa, que se daban para desinhibirse y disfrutar. En aquel caso, disfrutar de la noche.

Era complicado no dejarse llevar por aquella magia, las luces y los olores. También era complicado no seguir el ritmo de la música, y lo cierto es que Mathieu aguantaba bastante bien. Aguardaba sentado en la cornisa de una ventana baja, usando la misma para dejar su pichel con bebida, el cual ya se había levantado a rellenar del tonel cercano tres veces. Bueno, aunque no salía a bailar, movía sus pies al ritmo de la música, e inevitablemente tarareaba alguna de las canciones que marcaban el ambiente festivo.

Fue entonces, con la exquisita demostración de juegos malabares por parte de aquella joven, que reparó en la presencia de los gitanos. Ellos siempre eran invitados y bienvenidos por allí, aunque por alguna razón que no terminaba de comprender no siempre estaban unidos. Unos tenían recelos de los otros, y viceversa. Pero, al parecer, de tanto en tanto, parecían olvidar las rencillas y celebrar y festejar juntos, tal como era el caso aquella noche. A aquella joven en concreto... no la había visto nunca. Al menos no recordaba haberla visto antes. Aunque por otra parte él no tenía una relación cercana con los gitanos. Aunque las fiestas como aquellas eran perfectas para acercar posturas y hacer contactos, ¿no?

Siguió bebiendo tranquilamente, tamborileando los dedos sobre su improvisado asiento al ritmo de la música, ahora con su mirada entretenida en la malabarista; como la de tantos otros. Y, a pesar de ello, Mathieu no bajaba la guardia. Rara vez se confiaba tanto como para permitirse bajar la guardia.

La joven no supo cuanto tiempo estuvo jugando con sus utensilios, pudieron ser 10 minutos como una hora, solo supo que era el momento de parar cuando sus brazos comenzaron a pesarle y entonces lanzó un pino con mucha más fuerza hacia arriba mientras atrapaba los otros cuatro y hacía una reverencia, para atrapar el quinto al volver a erguirse. Ya con los cinco pinos en  sus manos realizó un par de reverencias más y con una sonrisa pegada en el rostro, al sentir los aplausos de algunos de los asistentes aprovechó el momento y recorrió el circulo que la rodeaba recibiendo el reconocimiento que se le otorgaba, aunque si en eso alguien soltaba alguna moneda para ella, no se negaría a aceptarla.

Cuando iba a mitad de la vuelta se dio cuenta que había perdido de vista a sus padres, de seguro habían ido a bailar o beber en otro sector, ahora ella probablemente haría aquello, beber y comer para reabastecerse de fuerzas para quien sabe, quizá volver a jugar con sus pinos más tarde en algún otro sector de la festividad, hay muchas hogueras y más gente que probablemente no logró ver su destreza.

Como ya no podía encontrar a sus padres por el momento ella debía buscar un nuevo lugar en el que ubicarse, pudo divisar un espacio libre junto a un hombre de cabello largo tipo melena que hacía juego con su barba que se encontraba sentado en una cornisa, a su lado había espacio suficiente para dejar reposar sus pinos junto la pared y sentarse a comer algo.

- Permiso -saludó la joven antes de amarrar sus pinos y dejaros reposar junto a la edificación-, buenas noches.

Por un momento, el vigilante se había quedado traspuesto. Nada había ocurrido durante su despiste, y nada iba a ocurrir durante los próximos minutos, pero el despiste le espabiló, porque algo hubiera conseguido hacerle olvidarse de sus tareas, de su cometido. Y es que los bailes y los juegos de los gitanos alrededor de las hogueras eran algo nuevo, atrayente, un espectáculo para los sentidos. No sólo los movimientos de sus cuerpos, con danzas prohibidas que harían desmayarse a las damas puritanas de la ciudad, también el contraste de sus sombras con las luces de los fuegos callejeros, así como los reflejos en los brillos de sus vestidos. Durante un rato estuvo con los sentidos puestos en aquellas celebraciones, mirando casi sin parpadear, y de su cuerpo lo único que se movían eran sus dedos, acompañando con suaves golpecitos el sonido de la música.

Resopló en cuanto se libró de aquel encantamiento y trató de calcular el tiempo que había pasado absorto. Unos segundos, quizá fueran minutos. Se incorporó un momento para comprobar que efectivamente todo estaba bien, que nadie ni nada iba a romper la paz de la velada. Bueno, había un grupo de borrachos peleándose entre ellos, pero aquello formaba parte de las celebraciones. De hecho a su alrededor se había formado otro corrillo, cerrando un círculo de personas, que apostaban a gritos por algún posible vencedor. Nada por lo que preocuparse.

La joven gitana malabarista se acercó a su puesto y se retiró para ofrecerle algo más de ventana para poder sentarse. - Buenas noches. - Contestó en un tono relajado, al tiempo que tomaba la jarra vacía en su mano, cogiéndola con las yemas de sus dedos desde arriba. Aprovechó para mirarla mejor, ahora que estaba cerca, echando un rápido vistazo de reojo. Ella tenía rasgos de mujer y algunos de niña; la mezcla habitual entre las jóvenes, quizá adolescente, o recién entrada en la edad adulta. Al menos esa fue su primera impresión, tampoco quiso intimidarla con su mirada constante, al fin y al cabo eran dos desconocidos, aunque el ambiente fuera agradable y amigable, festivo.

- Bonito juego de malabares. - Dijo finalmente, quizá para empezar una conversación, quizá simplemente porque había disfrutado con ello y quería compartirlo. Hasta el punto de distraer y nublar sus sentidos, sí, pero eso era algo que seguramente no diría a nadie. Se alejó de la ventana despacio, caminando un poco de lado para no darle la espalda. - Voy a rellenarme esta jarra. ¿Tú quieres una? - Y alzó su jarra, donde antes tenía alcohol, y ahora estaba todo recorriendo su cuerpo. Al parecer el licántropo no había tenido suficiente con tres. Al menos no mostraba signo alguno de embriaguez, aunque no podía evitar el aroma a bebida en su aliento.

El hombre respondió el saludo de la joven gitana lo que le sacó una sonrisa a la chica pues normalmente por ser una gitana no lograba obtener más que el rechazo y repudio de la gente, a excepción de cuando hacía uso de sus malabares para acercarse levemente a las personas lo suficiente para que no la miraran con asco o le hicieran el quite de forma algo insolente, aunque obviamente ese sería el ambiente en este lugar, es decir, después de todo era una celebración en donde se encontraban todos los rechazados de París.

Cuando el hombre de puso de pie para ir por una nueva jarra de bebida y le ofreció una fue casi como si le leyera los pensamientos, si él no se la ofrecía ella lo habría seguido sigilosamente para lograr conseguir una, pero ahora se ahorraría el viaje.

— Me encantaría, muchisimas gracias –respondió Mitchie antes de dirigirle una sonrisa a su interlocutor.

Fue cuando el desconocido partió en busca de las jarras que pasaron un par de personas con grandes bandejas llenas a rebosar de masas como panes, fue entonces que la malabarista aprovechó su paso para hacerse con un par de aquellas planas masas circulares tanto para ella como para quién había ido por bebidas, pues de seguro querría acompañar el bebestible con algo para comer y si no, pues mejor aún, ella comería más.

Fue hasta ese momento en que se encontraba con la comida en las manos que se dio cuenta del hambre que tenía, no había comido mucho desde el par de frutas que había conseguido aquella tarde en el cico gitano.

Aprovechó de paso el espacio que el hombre le había dejado antes de retirarse en la cornisa, si se acomodaban bien habría espacio suficiente para ambos, por lo que apoyó sus manos en el borde para impulsar sus caderas hacia arriba, podía ser algo baja pero aún estaba en crecimiento y al fin y al cabo su estatura no era impedimento para lo único que realmente le importaba en la vida que era el malabarismo por lo que la altura no era algo que le preocupara realmente. Al sentarse quedó con los pies colgando y esoeró al hombre mientras balanceaba sus piernas y veía a la gente que seguía danzando alrededor de la gran hoguera

A unos veinte metros de aquella ventana había unos cuantos barriles de licor casero, que se habían traído expresamente para aquella celebración. Era un poco complicado verlos, porque estaban rodeados de hombres en todo momento, que estaban terminando rápidamente las reservas, y jugaban a los dados en la misma mesa que los tenía en alto. Estaban tumbados, para así poder usar mejor el surtidor que tenía en un extremo y poder servirse con mayor comodidad y dosificando el licor adecuadamente.

Al llegar a la mesa cogió una jarra vacía, robándosela a alguien que en aquel momento estaba distraído, y la rellenó con el licor. Y de paso rellenó su propia jarra. Alguien se acercó a comentarle algo al oído, por lo que nadie más podía saber qué le había dicho, pero todos pudieron ver su reacción, al esbozar una sonrisa pícara y socarrona, de medio lado. Esa fue toda su respuesta hacia el tipo que le susurró, que se marchó riendo.

Regresó a la ventana, lugar que la gitana había convertido en una mesa improvisada, con comida y ahora él traía bebida. - Podría haber traído también unos dados - Bromea tomando asiento en un lado de la cornisa baja, reparando en el detalle de que las piernas de la muchacha quedaban colgando, aunque la ventana no era muy elevada. Sujetó la jarra llena de licor, cogiéndola desde arriba, con los dedos sujetando los bordes y la palma mirando hacia la boca de la misma. Esperó a que ella la cogiera para soltarla, y acto seguido daría el primer trago de la que era su cuarta jarra de licor. Era... ¿cerveza? Parecía más bien algo como sidra, pero no era manzana. Y estaba tan aguado que parecía que se habían limitado a recoger agua del Sena y echado unas gotas de licor. Y a pesar de ello emborrachaba con rapidez y facilidad, si te descuidabas.

- Los tuyos no suelen venir mucho por aquí - no lo dijo como algo negativo, ni que se mostraba reacio a tenerlos por aquellos lares; más bien lo contrario, y lo confirmó con su siguiente frase - Es bueno veros por aquí. Parece mentira que seamos capaces de llevarnos bien todos, para variar. - Ni siquiera preguntó el motivo de su presencia, y es que no lo sabía, pero tampoco le importaba.

La espera de la muchacha no fue demasiado larga pues el hombre llegó prontamente con una jarra de algún licor que probó en cuanto se la tendió, aquello parecía mucho sidra de algo muy parecido a la ciruela aunque por el gusto a alcohol que el líquido tenía no podía estar completamente segura. Rió ante el comentario de los dados, si bien no habían llevado dados ella si estaba cargando cartas, pero aquello no era algo que le diría, en especial porque no eran cartas inglesas o españolas, si no que su juego de cartas del tarot, realmente dudaba que a aquel hombre le interesara algo respecto a aquello.

Partió su porción de aquella masa y comenzó a darle mordidas pequeñas, le dio un corto trago a la bebida pues no quería acabar dominada por el alcohol que en ella se encontraba. Escuchó las palabras que el hombre le dirigía, aquello era verdad, esa era la primera vez que ella visitaba ese sector de París, o al menos era la primera que recordaba.

— Aquello es cierto, pero la verdad que no solemos ser muy bienvenidos en todas partes -comentó la joven-, causamos incomodidad en la gente y no los culpo hay muchos charlatanes entre nosotros, puede que hasta yo sea una -sonrió divertida.

Ella era muy consciente de la realidad que suponía ser un gitano, podía sufrir al respecto o simplemente tomárselo con humor y disfrutar a su manera.

Apenas sus posaderas regresaban el contacto con la cornisa de la ventana baja cuando el líquido de sabor indefinido y contenido misterioso volvía a bañar sus labios. Había unos cuantos hombres que con dos jarras ya mostraban evidentes síntomas de embriaguez. Él llevaba el doble y no sólo se mantenía lúcido, erguido y sin dificultades en la dicción. Además tenía un gesto serio y una mirada vigilante, que podían resultar un tanto intimidantes. Claro que, para cuando la muchacha gitana llegó tan sólo se estaba terminando una, y no podía saber cuántas había bebido con anterioridad. Desde luego su aliento empezaba a oler fuertemente a alcohol.

- Los charlatanes tienen su utilidad. Suelen contar las mejores historias. El conflicto lo tienen cuando encuentran a gente cándida y confiada que se creen cualquier cosa que escuchan. Pero bueno, supongo que no todo el mundo puede llevarse bien con todos. Y si el charlatán, además, es un interesado con ganas de aprovecharse de la buena voluntad de la gente... - Mathieu estaba más que prevenido de los charlatanes. Al fin y al cabo pasó su infancia, adolescencia y sus primeros años como adulto completamente rodeado de sotanas. De hombres que distorsionaban un mensaje antiguo y mal traducido, interpretándolo a su voluntad para someter a hombres y mujeres desesperados en una vida desesperada, predicando una vida dura mientras ellos vivían como maharajás. Podía afirmar, sin exagerar, que les había visto violar todas y cada una de las normas cristianas: todos los pecados capitales, todos los mandamientos...

Acercó la mano hacia una de esas pastas, o bizcochos, o lo que fuera que ella había traído junto a la ventana. Ni siquiera cogió una entera, sino que lo partió con los dedos arrancando poco más que un pellizco de comida que se llevó a la boca inmediatamente, masticando con los labios cerrados. Aunque poco había que masticar, con tan poca cantidad de comida en una boca tan grande. - ¿Y cómo es que habéis decidido a veniros por aquí? ¿Es porque había fiesta esta noche? - Dijo fiesta en genérico. No debía saber, pues, de quién era la fiesta, y desde luego no sabía ni cuál era el motivo de la celebración. Porque estaba acostumbrado a que no hubiera motivo, o fuera un motivo menor y un simple pretexto para justificar una fiesta, que en cualquier otro lugar no daría lugar a una celebración de aquel nivel.

La joven dejó la jarra de lado, probablemente aquello le duraría para toda la noche, el alcohol en ella era demasiado para la gitana que aún no tenía demasiado dominio con el alcohol. Dio otro bocado a la comida y siguió balanceando sus pies desde donde se encontraba mientras oía las palabras de su acompañante, él tenía razón, ellos eran quienes mejores historias contaban.

— Puede que así sea, yo también tengo un par de buenas historias aunque no me considero una charlatana, solo depende de quien escucha si decide creer o no las palabras que son dirigidas a ellos. -comentó la muchacha recordando un par de historias, normalmente le gente solía añadirle un par de cosas para hacerlas más divertidas pero era así mismo como los cuentos se volvían cada vez menos creíbles.

Si bien la fiesta seguía al parecer ya no había rastro de la feliz pareja, probablemente ya se hayan encaminado a la carpa o a la choza en la que vivirán ahora, todo dependiendo de qué cultura seguirán por el momento.

— No es algo como que "me decidiera" a venir, paisano -comentó la joven-, si bien recibí inicialmente invitación de conocidos fueron mis padres quienes acabaron dándome la noticia de que vendríamos y es que cuando hay fiestas como estas -Paramitsha señaló el entorno que los rodeaba-, en uniones de cultura es muy normal que ambas culturas que se cruzan estén presentes y compartan la festividad para luego hacer buenas migas.

Un Shaman de las comunidades de las afueras y una gitana, la magia, lo místico y la naturaleza todo unido nuevamente, ambas culturas tenían su forma de ver las cosas pero al fin y al cabo se enfocaban en lo mismo y era en uniones como esta que la gente comenzaba a notarlo. Ambas comunidades se veían las caras y entablaban relación.

Paramitsha no sabía si aquel emparejamiento había sido por amor o por conveniencia, pero aquello no le importaba pues ella solo quería que ambos fueran felices con su decisión.

Había probado un poco de comida y no estaba del todo mal. Sin embargo el obrero no tenía tanta hambre, más bien tenía sed. De todos modos, quizá no era mala idea llenar el estómago con algo de comida, para así poder beber mucho más sin afectarle tanto. Y no terminar con acidez todo el día siguiente. Cosa que no parecía importarle por el ritmo que llevaba de beber.

- A eso me refiero. Que hay gente que no tiene filtro, y cree todo lo que le cuentan. Y mucha gente desesperada que se fuerza a sí misma a creer historias imposibles para tener algo de esperanza en la vida - pensaba claramente en los charlatanes de las religiones. De cualquiera. Desde luego sus malas experiencias con el clero le inclinaban a pensar así, y en parte tenía razón. - Esa gente necesita hechos, no palabras. Aunque no negaré que unas buenas y amables palabras que entretengan y consuelen pueden ayudar, la vida de alguien no pueden girar en torno a las palabras. Las palabras se las lleva el viento.

Volvió a beber de su jarra de licor neutro y aguado, y volvió a coger otro pellizco de comida; de la misma pieza, por supuesto, no iba a estar pellizcando diferentes para estropearlos. Tarde o temprano terminaría cogiéndolo y terminándoselo. - ¿La unión de dos culturas? ¿Entonces esto es una boda? - No le importaba admitir que no tenía ni idea de que estaba invitado a una boda sin saberlo. - Porque no me han dicho nada. De hecho, sospecho que muchos de los que están aquí ni siquiera saben que es una boda, y han venido por la fiesta. - Y él había venido por la fiesta, pero no para disfrutarla, sino para que la disfrutaran otros. Pero eso no le privaba de beberse unas cuantas jarras de licor a costa de los novios, ¿no?.

A la joven gitana le causó gracia aquello, todos venían acá por la fiesta, la boda era solo una excusa para poder crear una celebración. Era bien sabido que los gitanos eran buenos para festejar, beber y unos grandes charlatanes a tiempo completo, pero de vez en cuando era bueno tener una excusa que justifique estos hechos, es entonces cuando se generaba una boda o un bautizo, las celebraciones unen a la gente y esta especialmente unía a dos culturas.

— Exactamente, esto es una boda que une a la cultura gitana con una de las aldeas de las afueras, aldea que comparte parte de nuestras creencias -explicó la gitana-, el Shaman ha contraído matrimonio con una chica y si bien normalmente no es bien visto que un gitano se case con alguien no gitano, acá se supieron plantear buenos términos para acabar con una unión como esta -la chica tomó un nuevo sorbo de su bebida antes de soltar una suave risa y continuar-. En otras palabras, aquello significa que de seguro el Shaman ofreció un muy buen dote a la familia de la chica.

Si habían permitido que esta unión se llevara a cabo y aún así habían realizado una celebración de esta magnitud realmente tuvo que significar un buen dote, después de todo la familia de la chica es quien suele correr con todos los gastos de la boda... aunque quién sabe de dónde provino el dinero antes de que llegara a los padres de la novia. Tranquilamente el Shaman puede haber corrido con todos los gastos de una forma u otra.

Aquel desconocido le causaba gracia, pero al mismo tiempo le daba una sensación de seguridad, eso le gustaba. Dejó la jarra a un costado y se estiró todo lo que pudo mientras sentía como sus brazos aún pesaban por la larga exhibición de malabarismo que había hecho anteriormente, al parecer tendría que descansar y comer un poco más si quería volver a intentarlo luego.

Enarcó ambas cejas por un instante cuando ella le confirmó que se trataba de una boda. Desde luego había muchos lugares donde gente del campo y los gitanos podrían haber celebrado aquello. ¿Por qué hacerlo en la Corte de los milagros, en aquel barrio de desgraciados? Lo más probable es que alguno de los familiares tuviera algún vínculo con aquel lugar; y como forma de tributo o regalo a los novios se encargaría de preparar una celebración. También es cierto que la localización centralizada, y cercana de algunas iglesias menores, lo situaban en buen lugar. Por no mencionar que era uno de los pocos lugares donde se permitía hacer fiesta hasta el amanecer. Lugares cuya entrada no costara un ojo de la cara, entiéndase. Aquellas calles eran suyas, y de todo aquel que lo necesitara.

Volvió a comer un poco más, y alternó esa comida con la bebida. Gracias a su condición sobrenatural podía beber mucho más que una persona normal antes de perder el sentido. Eso también tenía su contraparte: debía beber el doble para empezar a sentir los efectos embriagadores del alcohol. Dejándose llevar por el alcohol y el ambiente agradable se permitió relajarse un poco, reclinándose en su improvisado asiento en la ventana, cruzándose de brazos... Todo en su lenguaje corporal indicaba que estaba bajando la guardia un poco; descansando al fin y al cabo. Aunque en realidad sus ojos, su oído y hasta su olfato seguían ocupados en la tarea de procurar que todo estuviera en su sitio, que no hubiera desórdenes, y que nadie de fuera fastidiara la velada. Una velada interesante y agradable.

- Pues brindemos por los novios. - Dijo alzando de nuevo su bebida - No les conozco, pero deseo que sean muy felices en su unión, que traigan prosperidad a sus respectivos pueblos, y que sus hijos sean muchos y muy agraciados. - No habló muy alto, prácticamente estaba hablando sólo para Paramistha. Después de aquella proclama esperó a ver si ella quería añadir algo a sus palabras, o si se limitaba a asentir y beber.

Paramitsha dio un nuevo sorbo a su bebida e hizo una nueva mueca, aquello seguramente le traería dolor de cabeza la mañana siguiente, pero bueno... después de todo estaban celebrando, ¿qué podía hacer al respecto? Probablemente seguir comiendo para contrarrestar los efectos del alcohol, así que le dio una nueva mordida a la masa que tenía entre manos para satisfacer un poco el hambre y el gasto energético que había hecho en su demostración de malabares.

La gitana dejó el vaso a un lado y se estiró en su lugar antes de que se le escapara un leve bostezo a la vez que el hombre a su lado comenzaba a hablar, ofreciendo un brindis por la pareja recién casada, pero a un volumen moderado al cual, gracias al bullicio existente a su alrededor, probablemente solo ella lograría escuchar. Mitchie sonrió con sus palabras y volvió a tomar su vaso entre sus manos para continuar con las palabras que ya habían sido pronunciadas.

— Me gustaría brindar por esta pareja que acaban de unirse y a quienes les espera una vida juntos, quién sabe cuanto tiempo significará eso... es un misterio, pero lo que no es un misterio son las bendiciones que se entregarán con esta unión, pues debemos recordar que no solo se trata de dos personas que acaban de enlazar su destino, si no dos culturas que se han encontrado y lograron hayar un equilibrio y una alianza junto a esta pareja que acaba de comenzar una nueva etapa en sus vidas. Brindemos por una vida próspera y bendiciones en su futuro -aventuró Mitchie, soltando un par de palabras sin demasiado filtro, pues si bien estaba comiendo, el trago seguía estando algo fuerte para la contextura de la joven.

Tras sus palabras levantó su vaso, no sin antes darle una nueva mordida a lo que estaba comiendo.

No se esperó aquella reacción por parte de la gitana. Había propuesto un brindis sencillo y personal entre los dos, casi una broma con ella, por aquello de beber con una excusa, que siempre era mejor que beber sin más. Así uno se sentía menos culpable de abusar de la comida y la bebida pagada por otras personas, ¿no? Pero de pronto ella empezó a hablar y proponiendo un brindis bastante extenso. Mathieu sonrió entre divertido y un poco cortado; él no hubiera podido decir ni un cuarto de las palabras que ella. Y es que se acababa de enterar de que se trataba de una boda. - Eso... por la feliz pareja. - Esperó a poder chocar su jarra con la que ella sostenía y bebió de nuevo.

No estaba comiendo mucho, por su parte. No tenía intención de comer demasiado, hasta que Paramitsha le ofreció un poco de lo que traía. Y le gustaba bastante aquella masa, acompañaba bastante bien su cerveza, y cogió más pellizcos de los que tenía pensados. Pero desde luego no comía para llenar el estómago de algo, y que el alcohol no subiera tanto ni tan fuerte. Comía por gula. - Hablas de una unión entre dos culturas, entre dos pueblos. Como una especie de alianza forjada por un matrimonio. ¿Crees que durará? - Tampoco sabía si ella estaba muy puesta en cuestiones de política y de relaciones diplomáticas, pero si era tan espabilada como aparentaba, seguro que tendría al menos alguna opinión al respecto.

Chocó la jarra con el hombre que le hacía compañía, entre tanta conversación, comida y bebida sus brazos estaban comenzando a recuperar la fuerza perdida al jugar con los malabares anteriormente, aquello estaba bien, a este ritmo si el alcohol no la tomaba con demasiada fuerza quizá podría volver a jugar con ellos más tarde. Por el momento siguió comiendo y soltó una leve risa al ver la reacción de su acompañante tras sus palabras de brindis.

Tras la pregunta inicialmente dudo que decir.— Cualcan calorró presas romandiñe con palatunó, quesar es panipen diquelado. Buchí ochibiben mistó. -dice primero en romané para luego mirarlo y traducirle lo que acababa de decir al ver la cara que le daba a entender que no había entendido nada, no sin antes soltar una suave risa-. Cualquier gitano que se case con un extranjero será mal visto a menos que traiga conveniencia.

Tal cual había dicho ella, una de las cosas más mal vistas en su pueblo era que ellos salieran con alguien que no fuera gitano, pero en este caso hasta habían armado una gran celebración para conmemorar el hecho. Mientras hubiera fiesta nadie sería capaz de poner en duda aquella unión, tampoco a quejarse porque todos serían beneficiados de cierta forma.

— Pues ni idea de si durara, aunque quizá las cartas puedan saber algo -añadió al pensar en las cartas del tarot que de vez en cuando podían soltar grandes predicciones.