AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pacífico Disfraz {Privado}
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Pacífico Disfraz {Privado}
Librarse de la culpabilidad, cuando esta apresa tu mente, corazón y tu alma y no quiere soltarse, es incluso más difícil cuando no conoces los motivos detrás del suceso que te han llevado a sentirte culpable. El dolor se acentúa poco a poco, hasta que se convierte en un eco sordo e insoportable. En un peso que se adhiere a tu espalda y te empuja hacia abajo, contra el suelo, un añadido a la ya de por sí pesada gravedad que te mantiene irremediablemente anclado a la tierra. Los recuerdos, así como los pensamientos, recorrían su mente tanto cuando estaba consciente como cuando conseguía ocultarse en el mundo de los sueños.
Ah, sueños... Ya ni siquiera soñar era una vía de escape viable, teniendo en cuenta que todos sus sueños, incluso los más inocentes, terminaban convirtiéndose en pesadillas más pronto que tarde. A menudo despertaba gritando, o cubierta en sudor, aterrorizada, incapaz de distinguir la realidad de esas terribles visiones. Al final, el cansancio acababa pasándole factura, y se veía incapaz de mantener una simple conversación, mucho menos de mantener su fachada de eterna indiferencia y tranquilidad. Hacía tanto tiempo que llevaba la máscara, que ya le pesaba demasiado. No había un refugio al que acudir, ni una persona amiga en la que poder apoyarse. Ahora, y después de mucho tiempo, podía decir sin temor a equivocarse que estaba completamente sola.
Y definitivamente no era de ese tipo de soledad confortable de la que antaño incluso solía disfrutar.
Ahora que el momento de regresar a aquella realidad de la que se había mantenido alejada durante años se acercaba, se sentía todo menos preparada para afrontar las dificultades que sin duda aparecerían frente a sus ojos. La cuesta sobre la que tendría que abrirse paso para recuperar lo que le había sido arrebatado era demasiado empinada, y la carga que soportaban sus hombros amenazaba con aplastarla en cualquier momento. Era curioso casi, cuando más fuerte necesitaba parecer ante otros, más débil se sentía en su interior. Físicamente, y sobre todo mentalmente, el agotamiento era casi palpable.
Claro que no tenía forma de poner en palabras todas esas sensaciones. Había acabado por aceptar que aunque lo hiciera, nadie iba a ser capaz de entenderlo. ¿Cómo explicar a alguien sus circunstancias sin revelar su identidad? No era posible. ¿Y cómo iba a ser capaz de confiar en nadie cuando el riesgo que corría al hacerlo era perder de nuevo todo aquello que tanto tiempo le había costado recuperar? Ahora que por fin comprendía la necesidad de su regreso, de hacer uso de su poder a fin de cumplir con el legado que sus padres le habían cedido, no podía cometer errores tan absurdos como volver a caer en la tentación de fiarse de nadie. Por lo que a ella respectaba, quienes todavía no eran sus enemigos, en algún momento lo serían. Su familia, su apellido, su persona, estaban malditas, condenadas a ser traicionadas al final. Si algo había aprendido, era esa realidad, por más cruda y dolorosa que fuese.
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, aunque vacía de sentimiento y de significado. El clima cálido la ponía siempre de buen humor, aunque en aquellos momentos "buen" era más similar a neutro -básicamente, no terrible- que a otra cosa. La brisa danzaba entre los árboles, con un continuo y dulce silbido que hacía que el ya de por sí pacífico paisaje le pareciera aún más apetecible. No hacía mucho había encontrado aquella ruta fuera de la ciudad que conducía a lo más profundo de un frondoso bosque, y probablemente aquello fuera lo más hermoso, por no decir lo único mínimamente decente, con lo que se había topado en aquel inhóspito lugar llamado París. Pasaba las tardes caminando o dormitando a la sombra de los árboles, perdida en sus pensamientos, dejando que toda aquella calma inundase y barriese, aunque mínimamente, sus preocupaciones.
Aquella era una de esas tardes. Con un libro entre las manos, y un firme tronco tras la espalda, la joven reina fue poco a poco mezclándose con el entorno, sin perder aquella sonrisa grácil sin significado.
En un mes, recuperaría su trono, su identidad, su nombre... Perdiéndose a sí misma en el proceso.
No mucho después, tras sus párpados cerrados, la noche se fue alzando poco a poco en todo su esplendor. Una noche apacible, fresca sin llegar a ser fría. Una noche menos antes de su partida.
Ah, sueños... Ya ni siquiera soñar era una vía de escape viable, teniendo en cuenta que todos sus sueños, incluso los más inocentes, terminaban convirtiéndose en pesadillas más pronto que tarde. A menudo despertaba gritando, o cubierta en sudor, aterrorizada, incapaz de distinguir la realidad de esas terribles visiones. Al final, el cansancio acababa pasándole factura, y se veía incapaz de mantener una simple conversación, mucho menos de mantener su fachada de eterna indiferencia y tranquilidad. Hacía tanto tiempo que llevaba la máscara, que ya le pesaba demasiado. No había un refugio al que acudir, ni una persona amiga en la que poder apoyarse. Ahora, y después de mucho tiempo, podía decir sin temor a equivocarse que estaba completamente sola.
Y definitivamente no era de ese tipo de soledad confortable de la que antaño incluso solía disfrutar.
Ahora que el momento de regresar a aquella realidad de la que se había mantenido alejada durante años se acercaba, se sentía todo menos preparada para afrontar las dificultades que sin duda aparecerían frente a sus ojos. La cuesta sobre la que tendría que abrirse paso para recuperar lo que le había sido arrebatado era demasiado empinada, y la carga que soportaban sus hombros amenazaba con aplastarla en cualquier momento. Era curioso casi, cuando más fuerte necesitaba parecer ante otros, más débil se sentía en su interior. Físicamente, y sobre todo mentalmente, el agotamiento era casi palpable.
Claro que no tenía forma de poner en palabras todas esas sensaciones. Había acabado por aceptar que aunque lo hiciera, nadie iba a ser capaz de entenderlo. ¿Cómo explicar a alguien sus circunstancias sin revelar su identidad? No era posible. ¿Y cómo iba a ser capaz de confiar en nadie cuando el riesgo que corría al hacerlo era perder de nuevo todo aquello que tanto tiempo le había costado recuperar? Ahora que por fin comprendía la necesidad de su regreso, de hacer uso de su poder a fin de cumplir con el legado que sus padres le habían cedido, no podía cometer errores tan absurdos como volver a caer en la tentación de fiarse de nadie. Por lo que a ella respectaba, quienes todavía no eran sus enemigos, en algún momento lo serían. Su familia, su apellido, su persona, estaban malditas, condenadas a ser traicionadas al final. Si algo había aprendido, era esa realidad, por más cruda y dolorosa que fuese.
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro, aunque vacía de sentimiento y de significado. El clima cálido la ponía siempre de buen humor, aunque en aquellos momentos "buen" era más similar a neutro -básicamente, no terrible- que a otra cosa. La brisa danzaba entre los árboles, con un continuo y dulce silbido que hacía que el ya de por sí pacífico paisaje le pareciera aún más apetecible. No hacía mucho había encontrado aquella ruta fuera de la ciudad que conducía a lo más profundo de un frondoso bosque, y probablemente aquello fuera lo más hermoso, por no decir lo único mínimamente decente, con lo que se había topado en aquel inhóspito lugar llamado París. Pasaba las tardes caminando o dormitando a la sombra de los árboles, perdida en sus pensamientos, dejando que toda aquella calma inundase y barriese, aunque mínimamente, sus preocupaciones.
Aquella era una de esas tardes. Con un libro entre las manos, y un firme tronco tras la espalda, la joven reina fue poco a poco mezclándose con el entorno, sin perder aquella sonrisa grácil sin significado.
En un mes, recuperaría su trono, su identidad, su nombre... Perdiéndose a sí misma en el proceso.
No mucho después, tras sus párpados cerrados, la noche se fue alzando poco a poco en todo su esplendor. Una noche apacible, fresca sin llegar a ser fría. Una noche menos antes de su partida.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
- Mensajes : 172
Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Pacífico Disfraz {Privado}
Sus ojos se abrieron, en aquel oscuro y tranquilo refugio que era su mansión. Inspiró profundamente, como si hubiera despertado de un sueño de siglos o milenios, como si necesitara llenar sus pulmones de oxigeno, tras permanecer hundido en las aguas de un océano inconmensurable. Desde un tiempo ha ésta parte, despertaba pensando que todo lo que le rodeaba, sus sirvientes, sus amigos, su trabajo y hasta su propia vida, no eran mas que una patética broma, que por momentos se convertía en pesadilla. Ya ni sus largas caminatas por la arboleda, o recorrer sus campos a caballo, lograban despertarlo de aquella apatía, en la que había caído.
Tras vestirse, desayunar y partir a su trabajo, Ivo, se preguntaba, que podría hacer al concluir sus actividades, entrada ya la tarde. A su mente llegaron las imagenes de numerosas invitaciones a reuniones sociales, algunas otras con intención de proponerle acuerdos económicos y matrimoniales, pero nada de aquello, lograba interesarle. Se propuso aplazar aquella desición, hasta el momento de concluir su jornada. Así, las horas fueron pasando, inmerso en papeles, contratos y reuniones de trabajo.
Varias horas mas tarde, el joven empresario, se dispuso a volver a su mansión. Allí, cambió sus ropas, a unas mas acordes con su animo. Preparó personalmente su caballo y emprendió el rumbo hacia los bosques. Sonrió pensando en que podría realizar una tranquila cabalgata por el bosque cercano; charlaría con los campesinos y porque no, se dejaría agasajar por alguna de las sencillas mujeres que vivían por el camino del bosque. Tal vez volvería tarde o en la madrugada, lo realmente importante, era no recordar, no sentir el vacío que le producía la vida que había elegido para si.
El frío de la tarde, acarició sus mejillas, abrazó su cuerpo, hasta hacerlo tiritar. Frotó sus manos, y sopló en ellas, para darse calor, antes de colocarse los guantes de cuero. Volvió a inspirar inconscientemente, dejando escapar el aire de sus pulmones, con un suave impulso subió a su montura, tomó de manos del sirviente la fusta y antes de partir le miró,- Prepara todo, mañana deberemos mudarnos, este sitio comienza a ahogarme - el mayordomo asistió, conocía a su amo, desde que éste era un adolescente, y comprendía que el dolor de su alma, comenzaba a resquebrajar su mascara. Pronto necesitaría encontrar otro disfraz que le ayudara a seguir viviendo.
Debía disfrutar esa noche, pues sería - al parecer - la última en aquella ciudad. dirigió su cabalgadura a la entrada del bosque, internándose en la paz de aquel lugar. Sonrió complacido, - al fin parece que podré estar solo - caviló mientras disfrutaba de la joven noche.
Tras vestirse, desayunar y partir a su trabajo, Ivo, se preguntaba, que podría hacer al concluir sus actividades, entrada ya la tarde. A su mente llegaron las imagenes de numerosas invitaciones a reuniones sociales, algunas otras con intención de proponerle acuerdos económicos y matrimoniales, pero nada de aquello, lograba interesarle. Se propuso aplazar aquella desición, hasta el momento de concluir su jornada. Así, las horas fueron pasando, inmerso en papeles, contratos y reuniones de trabajo.
Varias horas mas tarde, el joven empresario, se dispuso a volver a su mansión. Allí, cambió sus ropas, a unas mas acordes con su animo. Preparó personalmente su caballo y emprendió el rumbo hacia los bosques. Sonrió pensando en que podría realizar una tranquila cabalgata por el bosque cercano; charlaría con los campesinos y porque no, se dejaría agasajar por alguna de las sencillas mujeres que vivían por el camino del bosque. Tal vez volvería tarde o en la madrugada, lo realmente importante, era no recordar, no sentir el vacío que le producía la vida que había elegido para si.
El frío de la tarde, acarició sus mejillas, abrazó su cuerpo, hasta hacerlo tiritar. Frotó sus manos, y sopló en ellas, para darse calor, antes de colocarse los guantes de cuero. Volvió a inspirar inconscientemente, dejando escapar el aire de sus pulmones, con un suave impulso subió a su montura, tomó de manos del sirviente la fusta y antes de partir le miró,- Prepara todo, mañana deberemos mudarnos, este sitio comienza a ahogarme - el mayordomo asistió, conocía a su amo, desde que éste era un adolescente, y comprendía que el dolor de su alma, comenzaba a resquebrajar su mascara. Pronto necesitaría encontrar otro disfraz que le ayudara a seguir viviendo.
Debía disfrutar esa noche, pues sería - al parecer - la última en aquella ciudad. dirigió su cabalgadura a la entrada del bosque, internándose en la paz de aquel lugar. Sonrió complacido, - al fin parece que podré estar solo - caviló mientras disfrutaba de la joven noche.
Última edición por Ivo Austin el Jue Jun 15, 2017 7:19 pm, editado 1 vez
Bricio Di Forte- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 24/01/2017
Re: Pacífico Disfraz {Privado}
En días como aquel, las pocas personas que la conocían lo bastante bien como para identificar sus cambiantes estados de ánimo, siempre bien disimulados por su semblante cuasi inexpresivo, dirían que Irïna era poco menos que un cascarón vacío. En el pasado, su cabeza, su mente, su espíritu y su corazón estaban en todas partes, y en ningún sitio al mismo tiempo. Soñando y buscando encontrar y descubrir nuevos lugares. Pasaba el menor tiempo posible en su hogar, en su reino, ya que estando allí se sentía presionada por la expectativas que todas aquellas personas depositaban en ella sin pensar en su opinión ni prestar atención a sus deseos y aspiraciones. Se sentía viva, y eso se notaba en la forma en que se movía, en que hablaba acerca de sus aventuras, de los países que había visitado, y en lo mucho que aprendía con sus estudios. Si en el castillo que heredaría en el futuro se sentía recluida, en el exterior, en el mundo, se sentía libre. Ligera. Como si fuera capaz de lograr todo cuanto su propusiera.
Ahora, en cierto modo, se arrepentía. De haber prestado más atención a aquellos que trataban de explicarle sus deberes como princesa y futura reina, o a sus padres, que siempre le habían aconsejado de rodearse de personas de confianza (y de un esposo que la soportara, aunque a eso jamás habría accedido), quizá la situación fuera totalmente distinta. Quizá ahora no estaría tan desesperada. Quizá no habría tardado tantísimo en reclamar aquello que le pertenecía, en perder el miedo a reinar. En convertirse en aquello que todos esperaban que ella fuera.
Claro que sabía que arrepentirse ahora no era de ayuda, pero no podía evitarlo. A veces la voz de su madre aparecía en su mente, repitiendo de forma incesante "te lo dije, te lo dije...". No era extraño tener pesadillas. El peso que recaía sobre sus hombros era demasiado, y su realismo (o negativismo) le decía que no sería capaz de conseguirlo. No por ello no iba a intentarlo, por supuesto. Si algo no le faltaba a la joven monarca era la capacidad de decisión. Una vez algo se le metía en la cabeza, nadie era capaz de quitárselo de ella. Reinaría, y lo haría lo mejor que podía en función a sus capacidades. Pondría todo aquello que había aprendido en práctica para ello. Sólo así haría honor a su apellido, y a la memoria de sus padres. Incluso aunque eso supusiera tener que hacerlo sola. No, probablemente, era necesario que lo hiciera sola.
Poco a poco, y a medida que las horas pasaban y la noche se iba haciendo más oscura, la temperatura también iba reduciéndose. Pronto, los suspiros que salían de entre los labios de la joven princesa comenzaron a dejar escapar vaho debido al frío que sentía. Su cuerpo, antes cálido y firmemente recostado sobre el tronco, había comenzado a curvarse sobre sí mismo en un intento de protegerse del frío. Sin embargo, sus ojos no se abrían. Todas las noches que había pasado sin poder conciliar el sueño en las últimas semanas le estaban pasando a factura. Sus sueños, influenciados por sus problemas, por la tensión que el futuro le provocaba, se fueron tornando más y más oscuros paulatinamente. El fuego que había devorado a sus padres y parte de su hogar. El hecho de que Lorick le había estado mintiendo todo aquel tiempo. La soledad que siempre la acompañaba. Las criaturas que ahora sabía que existían... Todo lo que antes era fortaleza y vivacidad, ahora se veía opacado por el miedo. Y se odiaba por ello.
Los animales nocturnos comenzaron a llenar la quietud del bosque con multitud de sonidos. Búhos cazando ratones. Ratones huyendo de los primeros, buscando refugio en sus madrigueras. Ajena a todo ello, Irïna se abrazó a sí misma y siguió durmiendo, murmurando en voz baja algo que, al despertar, no recordaría.
Ahora, en cierto modo, se arrepentía. De haber prestado más atención a aquellos que trataban de explicarle sus deberes como princesa y futura reina, o a sus padres, que siempre le habían aconsejado de rodearse de personas de confianza (y de un esposo que la soportara, aunque a eso jamás habría accedido), quizá la situación fuera totalmente distinta. Quizá ahora no estaría tan desesperada. Quizá no habría tardado tantísimo en reclamar aquello que le pertenecía, en perder el miedo a reinar. En convertirse en aquello que todos esperaban que ella fuera.
Claro que sabía que arrepentirse ahora no era de ayuda, pero no podía evitarlo. A veces la voz de su madre aparecía en su mente, repitiendo de forma incesante "te lo dije, te lo dije...". No era extraño tener pesadillas. El peso que recaía sobre sus hombros era demasiado, y su realismo (o negativismo) le decía que no sería capaz de conseguirlo. No por ello no iba a intentarlo, por supuesto. Si algo no le faltaba a la joven monarca era la capacidad de decisión. Una vez algo se le metía en la cabeza, nadie era capaz de quitárselo de ella. Reinaría, y lo haría lo mejor que podía en función a sus capacidades. Pondría todo aquello que había aprendido en práctica para ello. Sólo así haría honor a su apellido, y a la memoria de sus padres. Incluso aunque eso supusiera tener que hacerlo sola. No, probablemente, era necesario que lo hiciera sola.
Poco a poco, y a medida que las horas pasaban y la noche se iba haciendo más oscura, la temperatura también iba reduciéndose. Pronto, los suspiros que salían de entre los labios de la joven princesa comenzaron a dejar escapar vaho debido al frío que sentía. Su cuerpo, antes cálido y firmemente recostado sobre el tronco, había comenzado a curvarse sobre sí mismo en un intento de protegerse del frío. Sin embargo, sus ojos no se abrían. Todas las noches que había pasado sin poder conciliar el sueño en las últimas semanas le estaban pasando a factura. Sus sueños, influenciados por sus problemas, por la tensión que el futuro le provocaba, se fueron tornando más y más oscuros paulatinamente. El fuego que había devorado a sus padres y parte de su hogar. El hecho de que Lorick le había estado mintiendo todo aquel tiempo. La soledad que siempre la acompañaba. Las criaturas que ahora sabía que existían... Todo lo que antes era fortaleza y vivacidad, ahora se veía opacado por el miedo. Y se odiaba por ello.
Los animales nocturnos comenzaron a llenar la quietud del bosque con multitud de sonidos. Búhos cazando ratones. Ratones huyendo de los primeros, buscando refugio en sus madrigueras. Ajena a todo ello, Irïna se abrazó a sí misma y siguió durmiendo, murmurando en voz baja algo que, al despertar, no recordaría.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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Fecha de inscripción : 17/10/2013
Re: Pacífico Disfraz {Privado}
Que magnifica parecía la luna, tan blanca, como la piel de una princesa nórdica, tan lejana, como su madre, que se negaba a aparecer en los recuerdos de Ivo. Aunque sus manos, sujetaban con fuerza y destreza, la riendas del animal, éste, se mantenía alerta, un tanto asustado por los ruidos de los animales nocturnos, ademas de los seres depredadores que vagaban por aquellos parajes, en busca d personas poco experimentadas en el arte de la caza, o las cabalgatas nocturnas. La mirada del joven, recorrió lentamente el camino, para terminar fijándose en el paisaje que engalanaba aquel cielo despejado, - que bella te vez, serena, tan eternamente dormida, en mitad de las ramas florecidas - dijo, mientras contemplaba con arrobadora admiración, la grandiosidad del astro nocturno.
Continuó cabalgando a paso lento, los cascos del caballo, reproducían un lento sonido, clap, clap, clap, clap. decía la noche, volviéndose uno mas con el misterio de la noche, con transformaba el sonar cotidiano de los pasos de la cabalgadura, en un imaginario reloj, que marcaba horas, minutos, meses y años, que Ivo, debía enfrentar en soledad, porque ¿quien podría llegar a conocerlo, lo suficiente, para lograr hacer que las mascaras cayeran de una vez por todas.
Absorto se encontraba en aquello, cuando el movimiento de un bulto que reposaba al lado de un árbol, lo hicieron volver de sus cavilaciones, - ¿que podrá ser? - se dijo en silencio, hablándose mentalmente y contestándose sin que nadie le hubiera pedido una explicación. Fue entonces que al descender de su montura, y caminar hasta el lugar de donde provenían aquellos sonidos, es que Ivo, comprendió que se trataba de una joven - acaso podrá ser que... ¿se hubiera perdido? -.
Continuó cabalgando a paso lento, los cascos del caballo, reproducían un lento sonido, clap, clap, clap, clap. decía la noche, volviéndose uno mas con el misterio de la noche, con transformaba el sonar cotidiano de los pasos de la cabalgadura, en un imaginario reloj, que marcaba horas, minutos, meses y años, que Ivo, debía enfrentar en soledad, porque ¿quien podría llegar a conocerlo, lo suficiente, para lograr hacer que las mascaras cayeran de una vez por todas.
Absorto se encontraba en aquello, cuando el movimiento de un bulto que reposaba al lado de un árbol, lo hicieron volver de sus cavilaciones, - ¿que podrá ser? - se dijo en silencio, hablándose mentalmente y contestándose sin que nadie le hubiera pedido una explicación. Fue entonces que al descender de su montura, y caminar hasta el lugar de donde provenían aquellos sonidos, es que Ivo, comprendió que se trataba de una joven - acaso podrá ser que... ¿se hubiera perdido? -.
Bricio Di Forte- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 27
Fecha de inscripción : 24/01/2017
Re: Pacífico Disfraz {Privado}
De haberse encontrado en su tierra, donde tanto sirvientes como los propios habitantes la conocían casi mejor de lo que ella se conocía a sí misma, algo tan insólito como dormir en el bosque no habría sido posible, y eso que en Escocia había bastantes más bosques en los que poder perderse de los que nunca habría en París. Si algo bueno tiene el anonimato, es que es pacífico. Al menos, para cosas como esa. ¿Durante cuánto tiempo había soñado con la oportunidad de estar tranquilamente perdida en algún lugar donde nadie la conociera y disfrutar de la soledad? ¿Cuántas y cuántas veces había buscado aquella posibilidad, viajando a países lejanos, escapando de palacio, o incluso fingiendo ser quien no era? Era casi irónico darse cuenta de que era privilegiada por poder pensar de aquel modo ahora que lo había perdido todo. Ahora que realmente era sola, ese sentimiento que antes identificada como "libertad" ahora se había tornado en "hastío", en una dolorosa soledad de la que no podría deshacerse y que estaba acabando con ella poco a poco. Sus sueños, como de costumbre, eran un eco de todo aquello que pasaba por su mente. Caía y caía por un agujero tan oscuro como la noche que se cernía sobre ella. No podía escapar. No había salida. Todas las luces habían desaparecido de su alrededor.
Tenía miedo. Y fue precisamente ese sentimiento el que la despertó.
Ojos brillantes como zafiros se abrieron de par en par, sorprendidos, a la par que atraídos por el sonido de los cascos de un caballo. Cerca, muy cerca. Un sonido que antaño le haría recordar mejores tiempos, como sus largas escapadas en aquella yegua que le habían regalado, las tardes de domingo, ahora la hacía estremecerse. Ya no estaba en casa. En aquella tierra hostil, nadie la conocía, nadie sabía, nadie debía saber quién era ella. Si su guardaespaldas hubiera estado cerca, le habría dicho que dormir a la intemperie sin protección era estúpido, y más para alguien como ella. Por un momento, al ver una figura acercarse tras bajar del caballo, dudó, sin saber bien cómo reaccionar. ¿Debía correr? ¿Debía fingir seguir durmiendo? ¿Debía entablar conversación y fingir ser una parisina más? No sabía cómo reaccionar, así que el bosque pareció decidir por ella, cuando de apenas unos metros a su espalda, un fiero aullido la hizo levantarse de un salto, solo para volver a caer al suelo. Sus piernas no le respondían. - Ah... Maldición... -El miedo que antes era difuso, procedente de sus pesadillas, ahora la envolvió por completo. Sin saber cuándo, ya había empezado a temblar.
Tenía miedo. Y fue precisamente ese sentimiento el que la despertó.
Ojos brillantes como zafiros se abrieron de par en par, sorprendidos, a la par que atraídos por el sonido de los cascos de un caballo. Cerca, muy cerca. Un sonido que antaño le haría recordar mejores tiempos, como sus largas escapadas en aquella yegua que le habían regalado, las tardes de domingo, ahora la hacía estremecerse. Ya no estaba en casa. En aquella tierra hostil, nadie la conocía, nadie sabía, nadie debía saber quién era ella. Si su guardaespaldas hubiera estado cerca, le habría dicho que dormir a la intemperie sin protección era estúpido, y más para alguien como ella. Por un momento, al ver una figura acercarse tras bajar del caballo, dudó, sin saber bien cómo reaccionar. ¿Debía correr? ¿Debía fingir seguir durmiendo? ¿Debía entablar conversación y fingir ser una parisina más? No sabía cómo reaccionar, así que el bosque pareció decidir por ella, cuando de apenas unos metros a su espalda, un fiero aullido la hizo levantarse de un salto, solo para volver a caer al suelo. Sus piernas no le respondían. - Ah... Maldición... -El miedo que antes era difuso, procedente de sus pesadillas, ahora la envolvió por completo. Sin saber cuándo, ya había empezado a temblar.
Irïna K.V. of Hanover- Realeza Escocesa
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