Mis pecados, mi propia condenación [Privado]

por **Hermes Di Bellone** Miér Feb 15, 2017 5:34 pm

Mi música era como un bálsamo para la ausencia de mis padres o de mi propia familia.

Ahora estaba yo en mi modesta mansión de arriba de la colina, escuchando como los barcos atracaban en la arena, algunos marineros se quejaba porque algunos se habían entrometido en su jornada laboral. Mi desayuno sabia a paraíso ya que me lo había preparado yo mismo, no tenía sirvientes a excepto de una ama de llaves que protegía mi hogar con su buena mano dura.

Observo que el periódico está en la mesa por la página frontal y en los titulares sale que una secta de culto oscuro ha intentado sacrificar a otra virgen. Ya iban cuatro y con esta habría sido la quinta pero gracias a Dios que se pudo salvar. Cogí el periódico entre mis manos y comencé a leerlo página por página, leyéndolo poco interesado en las columnas hasta que mi corazón dio un vuelco del revés. El periódico toco el suelo del jardín, estaba en shock. En una de las páginas, estaba la triste noticia de que aquella mujer que me asombro en un concierto había sido asesinada por un asesino en serio, destripada y con la cara deformada.

No quería saber mucho más.

Pisoteando el periódico me fui al interior de mi mansión, mi mansión de llaves se extrañó de mi comportamiento hasta que escuche su grito de horror. Probablemente vio la noticia y enseguida fue en mi búsqueda, los dos nos asustamos, precisamente ella se aferró a mí y curiosamente la conforte con un amistoso abrazo. ¿Podría haber sido casualidad? ¿Podría haberle dicho algo y ahora yo me quedo con las ganas de poder robarle unas palabras de sus labios? Aquella mujer que Dios la acoja en su seno – Iré a la catedral – Dije con firmeza, secándome las lágrimas, me fui a mi cuarto para poder ataviarme de un lujoso traje oscuro, mi sombrero de copa y mi abrigo para después montarme a caballo, ejercitarme un poco desviaría mi atención un poco del suceso.

Ahora iría a encontrar el consuelo en quien más confiaba, en Dios, quien pudiera tener alguna que otra respuesta. Si el alma de aquel bello ángel que vi en aquel escenario de aquella Ópera, había ascendido hacia los cielos, posiblemente Dios me permitiera escucharla por última vez, pensar que se fue sin que yo pudiera decirle nada en absoluto, una crueldad que a mi llegada a la catedral yo esperaba que fuese solventada.