AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Lazos familiares [privado]
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Lazos familiares [privado]
Recuerdo del primer mensaje :
El carruaje se movía a buen ritmo sobre las diversas calles de la ciudad, conduciéndonos hacia la mansión de mis padres. Les había enviado una nota hace un par de horas por medio de mi cochero anunciándoles que iría a verles con un invitado. No escribí más detalles, prefería dárselos a conocer cuando estuviese frente a ellos. Imaginé que les sorprendería que quisiera verlos, hacía mucho tiempo que no lo hacía y era yo quien había interpuesto distancia entre nosostros desde el momento en que decidí pagar oro por lo que ahora era…
Mi mirada pensativa se perdió en el panorama que podía ver por la ventana del carruaje. Estaba sentada frente a Agarwaen que con buena disposición había aceptado un encuentro con mi familia. -Han transcurrido meses desde la última vez que vi a mis padres, y además… ellos no lo saben.- Mi mirada ahora buscó la azul cielo que me miraba intensamente desde el otro asiento, no era fácil hablar de estos temas, no solía abrirme con facilidad con respecto a mis cosas y hacerlo con él era una novedad a la que aún no me acostumbraba del todo.
-Ellos asumen que estoy demasiado ocupada con mis creaciones y mis exhibiciones… ya sabes, es a lo que me dedico, pinto y esculpo, es mi manera de expresarme y descargar todo lo que siento, siempre lo ha sido...- Hice una breve pausa antes de continuar. -Cuando adquirí la licantropía les alejé, pensé que sería lo mejor, mantenerles al margen de mis problemas de manera que estos nos les salpicasen de ninguna forma.- Al menos eso era lo que me había repetido a mi misma, que quería mantenerles a salvo, aunque también de una forma u otra era más fácil mantener alejados tanto a familiares como amigos, poco a poco me fui apartando de todos ellos y mi adquirida soledad se tornó parte de mi misma, me acostumbré a ella y en cierta forma llegó a gustarme.
Sonreí lentamente al mirarlo. -No tienes idea de las barreras que has derrumbado cazador.- Con un rápido movimiento lupino cambié de posición para estar sentada ahora sobre su regazo. -Dime otra vez que me quieres.- Exigí, con el ceño fruncido mientras mis dedos se detenían en su rostro, delineando con ellos sus apuestos rasgos. Lo quería y no me acostumbraba a la idea de que de ahora en adelante fuese mío, así que tenía que oírlo de su boca.
Mi aliento buscó al suyo manteniéndose cerca de sus labios mientras mis ojos indagaban la confirmación en la forma en que me miraba. Mis manos se pasearon sobre su pecho despacio, palpando los músculos adquiridos por sus incansables batallas. Mordí su labio inferior y sonreí de lado al sentir perfectamente como su cuerpo me respondía, acalorándonos a ambos en un preámbulo que tendría que hacerse esperar. -Hemos llegado.-
El carruaje se detuvo frente a la mansión en las afueras de la ciudad. Al bajar de el un amplio jardín bien cuidado, con árboles a los lados, arbustos podados y rosales blancos y amarillos nos dio la bienvenida. Me detuve para saludar al jardinero y otra vez algo más adelante, a escasa distancia del par de escalones del porche delantero. -¿Estás seguro de esto? Todavía podemos dar la media vuelta e irnos.- Lo contemplé unos segundos, no quería imponerle nada, quería que se sintiera cómodo y además, conocer a mis padres le otorgaba un tono bastante formal a lo nuestro…
Mi mirada pensativa se perdió en el panorama que podía ver por la ventana del carruaje. Estaba sentada frente a Agarwaen que con buena disposición había aceptado un encuentro con mi familia. -Han transcurrido meses desde la última vez que vi a mis padres, y además… ellos no lo saben.- Mi mirada ahora buscó la azul cielo que me miraba intensamente desde el otro asiento, no era fácil hablar de estos temas, no solía abrirme con facilidad con respecto a mis cosas y hacerlo con él era una novedad a la que aún no me acostumbraba del todo.
-Ellos asumen que estoy demasiado ocupada con mis creaciones y mis exhibiciones… ya sabes, es a lo que me dedico, pinto y esculpo, es mi manera de expresarme y descargar todo lo que siento, siempre lo ha sido...- Hice una breve pausa antes de continuar. -Cuando adquirí la licantropía les alejé, pensé que sería lo mejor, mantenerles al margen de mis problemas de manera que estos nos les salpicasen de ninguna forma.- Al menos eso era lo que me había repetido a mi misma, que quería mantenerles a salvo, aunque también de una forma u otra era más fácil mantener alejados tanto a familiares como amigos, poco a poco me fui apartando de todos ellos y mi adquirida soledad se tornó parte de mi misma, me acostumbré a ella y en cierta forma llegó a gustarme.
Sonreí lentamente al mirarlo. -No tienes idea de las barreras que has derrumbado cazador.- Con un rápido movimiento lupino cambié de posición para estar sentada ahora sobre su regazo. -Dime otra vez que me quieres.- Exigí, con el ceño fruncido mientras mis dedos se detenían en su rostro, delineando con ellos sus apuestos rasgos. Lo quería y no me acostumbraba a la idea de que de ahora en adelante fuese mío, así que tenía que oírlo de su boca.
Mi aliento buscó al suyo manteniéndose cerca de sus labios mientras mis ojos indagaban la confirmación en la forma en que me miraba. Mis manos se pasearon sobre su pecho despacio, palpando los músculos adquiridos por sus incansables batallas. Mordí su labio inferior y sonreí de lado al sentir perfectamente como su cuerpo me respondía, acalorándonos a ambos en un preámbulo que tendría que hacerse esperar. -Hemos llegado.-
El carruaje se detuvo frente a la mansión en las afueras de la ciudad. Al bajar de el un amplio jardín bien cuidado, con árboles a los lados, arbustos podados y rosales blancos y amarillos nos dio la bienvenida. Me detuve para saludar al jardinero y otra vez algo más adelante, a escasa distancia del par de escalones del porche delantero. -¿Estás seguro de esto? Todavía podemos dar la media vuelta e irnos.- Lo contemplé unos segundos, no quería imponerle nada, quería que se sintiera cómodo y además, conocer a mis padres le otorgaba un tono bastante formal a lo nuestro…
Annabel Hemingway- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 153
Fecha de inscripción : 16/01/2015
Re: Lazos familiares [privado]
-Disculpe padre.- fue lo primero que salió de mi boca en cuanto la puerta del confesionario se abrió revelando al sacerdote de baja estatura que nos miraba con desaprobación. Agarwaen y yo salimos con rapidez, él recolocándose el corbatín, yo intentando alisar mi desordenado cabello negro y alisándome las faldas del vestido. Me eché a reir apoyándome detrás del cazador, con mi barbilla sobre su hombro, no tenía deseos de soltarlo, así que me costó un gran esfuerzo de toda mi voluntad el hacerlo para recomponerme frente al sacerdote.
Agarwaen fue el primero en hablar, explicando cual era mi situación, y algo de verdad había en ello, aunque por supuesto no toda, pero si lo suficiente como para convencer al hombre de la sotana. -¡Muchísimas gracias padre!- Besé el dorso de su mano con respeto y agradecimiento cuando aceptó casarnos en una capilla. Por un momento pensé que iba a negarse pero el apremio de lo que explicábamos y la generosa donación que mi prometido dejó caer sobre su mano zanjaron el asunto.
No me importaba cual fuera la razón que decidió al sacerdote a aceptar, y sabía bien que Agarwaen no profesaba la fe católica, pero yo había sido criada en ella desde que era una niña y para mi no había ceremonia más oficial que la que tendríamos en este momento. Ahora que… nos hacía falta algo más, testigos…
Mi mirada deambuló en el interior de la catedral, topándome con la visión de una mujer de edad mayor, cabello blanco y profundas arrugas que contaban la historia de toda una vida. Se encontraba arrodillada sobre una de las bancas.
-¡Vuelvo enseguida!- Corrí en dirección a ella y la sorpresa se pintó en su rostro al escuchar mis palabras. Le expliqué que iba a contraer matrimonio con el hombre de mi vida, pero necesitábamos un testigo que pudiese dar fe de ello. Algo de ansiedad y de convicción al hablar de mi prometido debió haber visto en mi rostro al aceptar, y no había terminado de hacerlo cuando llevaba conmigo casi a rastras en medio de mi excitación a la pobre mujer, en dirección a la capilla.
Así fue como entramos en ese espacio de amplios ventanales y frente al sacerdote y la anciana me coloqué de pie frente al hombre con el que había decidido unir mi vida. No podía dejar de mirarlo mientras el sacerdote comenzaba la ceremonia.
Imágenes de todo lo que había vivido con Agarwaen regresaron a mi mente, recordé la primera vez que lo vi, sonriéndome socarronamente, mostrándome sus atributos al estar desnudo, provocando mi enfado por su desfachatez, y finalmente siendo lanzada al agua por lo que él llamaba mi mala leche. Sonreí al pensar en ello, en como curé su herida y en como nos amamos por primera vez en el arroyo... comencé a vivir otra vez a partir de ese primer encuentro.
Mi mirada se hundió en él, nunca vi a un hombre más atractivo. Iba a recordar siempre como se veía en la capilla, la forma en que los candelabros iluminaron su figura, como una ligera brisa entrando por los ventanales le alborotó un poco el negro pelo, la pequeña curva que apareció en sus labios al sonreír frente a mi, el sentimiento que descubrí en sus ojos color cielo. Lo iba a recordar como si fuese una pintura dibujada de en mi memoria de forma perpetua y cuyos trazos quedarían recreados por mis sentimientos sobre el lienzo de mi alma.
El cura hizo una breve pausa para que intercambiásemos anillos. Me saqué uno de mi mano, uno de color dorado con un solo grabado, un símbolo del infinito. La emoción fue tan fuerte que mis manos temblorosas aún titubearon unos segundos antes de poder deslizar la alianza en su dedo, comprendiendo como mi vida iba a cambiar a partir de ahora.
Agarwaen fue el primero en hablar, explicando cual era mi situación, y algo de verdad había en ello, aunque por supuesto no toda, pero si lo suficiente como para convencer al hombre de la sotana. -¡Muchísimas gracias padre!- Besé el dorso de su mano con respeto y agradecimiento cuando aceptó casarnos en una capilla. Por un momento pensé que iba a negarse pero el apremio de lo que explicábamos y la generosa donación que mi prometido dejó caer sobre su mano zanjaron el asunto.
No me importaba cual fuera la razón que decidió al sacerdote a aceptar, y sabía bien que Agarwaen no profesaba la fe católica, pero yo había sido criada en ella desde que era una niña y para mi no había ceremonia más oficial que la que tendríamos en este momento. Ahora que… nos hacía falta algo más, testigos…
Mi mirada deambuló en el interior de la catedral, topándome con la visión de una mujer de edad mayor, cabello blanco y profundas arrugas que contaban la historia de toda una vida. Se encontraba arrodillada sobre una de las bancas.
-¡Vuelvo enseguida!- Corrí en dirección a ella y la sorpresa se pintó en su rostro al escuchar mis palabras. Le expliqué que iba a contraer matrimonio con el hombre de mi vida, pero necesitábamos un testigo que pudiese dar fe de ello. Algo de ansiedad y de convicción al hablar de mi prometido debió haber visto en mi rostro al aceptar, y no había terminado de hacerlo cuando llevaba conmigo casi a rastras en medio de mi excitación a la pobre mujer, en dirección a la capilla.
Así fue como entramos en ese espacio de amplios ventanales y frente al sacerdote y la anciana me coloqué de pie frente al hombre con el que había decidido unir mi vida. No podía dejar de mirarlo mientras el sacerdote comenzaba la ceremonia.
Imágenes de todo lo que había vivido con Agarwaen regresaron a mi mente, recordé la primera vez que lo vi, sonriéndome socarronamente, mostrándome sus atributos al estar desnudo, provocando mi enfado por su desfachatez, y finalmente siendo lanzada al agua por lo que él llamaba mi mala leche. Sonreí al pensar en ello, en como curé su herida y en como nos amamos por primera vez en el arroyo... comencé a vivir otra vez a partir de ese primer encuentro.
Mi mirada se hundió en él, nunca vi a un hombre más atractivo. Iba a recordar siempre como se veía en la capilla, la forma en que los candelabros iluminaron su figura, como una ligera brisa entrando por los ventanales le alborotó un poco el negro pelo, la pequeña curva que apareció en sus labios al sonreír frente a mi, el sentimiento que descubrí en sus ojos color cielo. Lo iba a recordar como si fuese una pintura dibujada de en mi memoria de forma perpetua y cuyos trazos quedarían recreados por mis sentimientos sobre el lienzo de mi alma.
El cura hizo una breve pausa para que intercambiásemos anillos. Me saqué uno de mi mano, uno de color dorado con un solo grabado, un símbolo del infinito. La emoción fue tan fuerte que mis manos temblorosas aún titubearon unos segundos antes de poder deslizar la alianza en su dedo, comprendiendo como mi vida iba a cambiar a partir de ahora.
Annabel Hemingway- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 153
Fecha de inscripción : 16/01/2015
Re: Lazos familiares [privado]
Una anciana se convirtió en mi improvisada testigo de boda, no pude evitar reírme ante la impaciencia que ambos presentábamos como si quisiéramos bebernos este instante y después devorarnos mutuamente ante los ojos del cura y la anciana que en ocasiones se miraban seguramente anhelando la juventud e impulsividad de la que nosotros estábamos llenos.
Nuestras manos enlazadas anclaban su barco a puerto, a partir de ahora nuestra vida estaría unida hasta que la muerte lo impidiera.
Mis ojos surcaban aquel rostro cincelado por afrodita, ojos vivos que en los míos se hundían y que resplandecían como dos luceros que surcan la noche estrellada.
Su boca eran pétalos rosados, dulces, suaves, perfectos para ser besados, me daba cuenta de que el amor que le profesaba era inquebrantable y que de esa unión que comenzó con un encuentro un tanto abrupto en el arroyo y que salvó mi vida, había dado paso a un amor intenso.
El párroco continuaba la ceremonia, a nuestro alrededor olor a incienso, a bellas flores blancas y las velas que encendidas poco a poco se consumían plagaba la estancia.
Esta no era mi religión, mas aun así no podía negar que tenia importancia para mi lo que estaba sucediendo, sabia que en cierto modo nos uníamos ante el dios de la loba y eso bastaba. Mis dioses algún día presenciarían el fruto de esa unión que hoy se producía.
-Agarwaen ¿aceptas a Annabel como tu legitima esposa....hasta que la muerte os separé?
-Si -afirmé sin apartar mis azules de sus pardos.
-Y tu Annabel ¿aceptas a Agarwaen como legitimo esposo...hasta que la muerte os separe?
Me relamí los labios fijándome en su rostro, esperando que me diera ese si quiero que soltó plagado de jubilo.
Iba a besadla cuando el cura me paro por el pecho pidiéndome los anillos y mirándome con gesto de padre que te echa una bronca impresionante ante mi impulsividad del momento.
Saqué de mi chaqué una alianza que había comprado hacia una semana en al mejor joyería de París, oro blanco con mi nombre grabado en el interior.
-Prometo que siempre te cuidare, no serán tiempos fáciles los que corramos, ni siquiera puedo jurarte la eternidad de esta promesa que hoy ante tu dios te hago, lo que si te aseguro es que mientras este vivo mi amor sera incondicional, nada cambiará jamas aquello que sentí la primera vez que te vi.
Eres y siempre seras la mujer con la que quiero compartir mis días, porque a nadie he amado nunca como te amo a ti.
Nuestras manos enlazadas anclaban su barco a puerto, a partir de ahora nuestra vida estaría unida hasta que la muerte lo impidiera.
Mis ojos surcaban aquel rostro cincelado por afrodita, ojos vivos que en los míos se hundían y que resplandecían como dos luceros que surcan la noche estrellada.
Su boca eran pétalos rosados, dulces, suaves, perfectos para ser besados, me daba cuenta de que el amor que le profesaba era inquebrantable y que de esa unión que comenzó con un encuentro un tanto abrupto en el arroyo y que salvó mi vida, había dado paso a un amor intenso.
El párroco continuaba la ceremonia, a nuestro alrededor olor a incienso, a bellas flores blancas y las velas que encendidas poco a poco se consumían plagaba la estancia.
Esta no era mi religión, mas aun así no podía negar que tenia importancia para mi lo que estaba sucediendo, sabia que en cierto modo nos uníamos ante el dios de la loba y eso bastaba. Mis dioses algún día presenciarían el fruto de esa unión que hoy se producía.
-Agarwaen ¿aceptas a Annabel como tu legitima esposa....hasta que la muerte os separé?
-Si -afirmé sin apartar mis azules de sus pardos.
-Y tu Annabel ¿aceptas a Agarwaen como legitimo esposo...hasta que la muerte os separe?
Me relamí los labios fijándome en su rostro, esperando que me diera ese si quiero que soltó plagado de jubilo.
Iba a besadla cuando el cura me paro por el pecho pidiéndome los anillos y mirándome con gesto de padre que te echa una bronca impresionante ante mi impulsividad del momento.
Saqué de mi chaqué una alianza que había comprado hacia una semana en al mejor joyería de París, oro blanco con mi nombre grabado en el interior.
-Prometo que siempre te cuidare, no serán tiempos fáciles los que corramos, ni siquiera puedo jurarte la eternidad de esta promesa que hoy ante tu dios te hago, lo que si te aseguro es que mientras este vivo mi amor sera incondicional, nada cambiará jamas aquello que sentí la primera vez que te vi.
Eres y siempre seras la mujer con la que quiero compartir mis días, porque a nadie he amado nunca como te amo a ti.
Agarwaen- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 173
Fecha de inscripción : 24/06/2016
Localización : dificil de encontrar
Re: Lazos familiares [privado]
Aún temblaba mi mano, la emoción me embargaba, a tal punto, que tenía que parpadear para convencerme de que de verdad estaba de pie frente a él, de que el sacerdote nos estaba nombrando marido y mujer. Lo vi acercar su rostro y sonreí, anhelando aquel beso que nos consagraría como tales pero la mirada de reproche del sacerdote me devolvió a la realidad. No pude evitar disimular una carcajada con un repentino acceso de toz que salió de la nada.
Otra vez volví a la seriedad, bueno eso pretendía, porque la emoción que me invadía hacía brotar de forma espontánea una sonrisa tras otra, aunque mi rostro adquirió una expresión más atenta al escuchar las palabras de quien ahora sería mi esposo.
-Te quiero Agarwaen. Antes de conocerte estaba entumecida, no sabía ya lo que era sentir. Hizo falta conocerte para que volvieras posible lo que mi alma ya había declarado como imposible. Pensé que albergar un sentimiento como el que hoy albergo por ti me estaba vedado porque mi alma guardaba luto. Pero tu llegaste rompiendo los esquemas y poniendo mi vida de cabeza, tendría que tener una venda sobre mis ojos para no percatarme, para no sentir lo que es la felicidad porque la siento de pie frente a mi, eres tú. Siempre enfrentaré lo que venga contigo, juntos, para que nos aferremos a lo que hoy te entrego simbolizado en este anillo, el infinito, uno nuestro.-
Ambos anillos se deslizaron en nuestros dedos, me había quedado asombrada al notar que tenía uno para mi. No pude evitar sonreír, si yo tenía el vestido, él tenía el anillo, como si fuerzas superiores lo hubiesen puesto todo en su lugar.
Ahora si, parecía que el cura nos daba el permiso para besarnos, mi mirada se detuvo en su rostro adusto unos segundos antes de volar a los brazos del cazador. Mis labios presionaron los suyos y en el liberé todos los besos que siempre debí darle pero que mi temor no me permitía. Todos aquellos que albergaba dentro cuando me separé de él, algo que no volvería a hacer pues nuestras vidas ahora quedaban unidas por todo el tiempo que nos restara de vida.
El beso se volvió profundo, sentido, la fuerza de sus músculos bajo mis manos me hacía creer en un abrazo eterno. Quería meterme bajo su piel, tocarle el alma y ser la mejor compañera para él, ahora que me había elegido.
El sacerdote carraspeó y me eché a reir. -Padre, no nos puede culpar, apenas alcanzaremos a llegar a destino. ¿Seguro no nos presta el confesionario?-
Antes de que me regañara por mi desfachatez que seguramente rondaba peligrosamente la herejía, lo abracé besando su mejilla con efusividad, lo mismo hice con la anciana a quien alcé del suelo, besé sonoramente su mejilla, dándole las gracias a ambos nuevamente.
Tiré entonces de la mano de mi ahora esposo, mis ojos brillaban bajo la luz de las velas, con él salí corriendo de la capilla, atravesando la catedral. Me detuve en la salida, tomando su rostro en mis manos con los ojos nublados. -Déjame mirarte, recordar este momento, saborearlo como algo perfecto, para poder tenerlo siempre presente, venga lo que venga.-
Annabel Hemingway- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 153
Fecha de inscripción : 16/01/2015
Re: Lazos familiares [privado]
Mi esposa estaba feliz, aquel impulsivo carácter que la caracterizaba me hizo reír cuando besó al párroco tras bromear sobre un posible encuentro en el confesionario que sin duda lo escandalizó.
Me moría de la risa al verla, la atrapé dejando que nuestras hambrientas bocas se buscaran, si algo me excitaba de ella era ese calor tan lupino que desprendía su cuerpo y que como brasas encendidas solo necesitaba de un madero para crear un intenso incendio.
Mi lengua se perdió en su boca, febril, dejando que explorara aquellos caminos ya recorridos, paladeando el sabor de la fruta madura, el olor a incienso de la capilla y a flores blancas que decoraban aquel lugar pequeño.
Mis manos en su cintura, la acerqué mas contra mi cuerpo, eramos jóvenes, estábamos muy enamorados ¿podían culparnos de amarnos?
Tiró de mi hacia el exterior, no podía dejar de reír, mas cunado me detuvo para verme, según ella quería guardar en el recuerdo este instante.
-Eres preciosa, tendré que afilar las espadas si lo que llevas en tus entrañas es una niña y se te parece -dije frunciendo el ceño haciéndola reír a ella mientras deslizaba sus dedos por mi rostro despacio -menudos pazguatos hay por ahí solo pensando en meterla dije tirando de sus caderas que impactaron contra mi abultado pantalón.
Annabel se echo a reír, creo que quedó claro que yo era uno de esos pazguatos, pero yo podía, era mi mujer.
-y ahora mujer creo que podías explicarme eso de que no vamos a llegar a casa.
Mi boca chocó con la ajena, sus dedos se arrugaron en mi camisa, gruñí chocando con aquellos centelleantes ámbar mis azules.
-¿crees que llegaremos hasta el carro? -pregunté jadeando preso del deseo.
Una vez dentro la ropa voló, nos necesitábamos, ella cabalgó sobre mi ofrecida, mi boca se perdió en cada recoveco de su cuerpo, calentábamos motores, nos deseábamos de un modo irracional, diría que animal.
Perdidos en la esencia del otro, cazador y loba se trasformaron en otra cosa, en amantes, en cómplices, en amigos y en marido y mujer atrás quedaron los miedos, las dificultades, el sentir y no admitir que un hombre podía enamorarse de un bestia aunque le hubieran entrenado desde niño para odiarlas desde lo mas profundo de sus entrañas.
En París aprendí muchas cosas, las peores bestias no siempre aúllan a la luna llena.
Me moría de la risa al verla, la atrapé dejando que nuestras hambrientas bocas se buscaran, si algo me excitaba de ella era ese calor tan lupino que desprendía su cuerpo y que como brasas encendidas solo necesitaba de un madero para crear un intenso incendio.
Mi lengua se perdió en su boca, febril, dejando que explorara aquellos caminos ya recorridos, paladeando el sabor de la fruta madura, el olor a incienso de la capilla y a flores blancas que decoraban aquel lugar pequeño.
Mis manos en su cintura, la acerqué mas contra mi cuerpo, eramos jóvenes, estábamos muy enamorados ¿podían culparnos de amarnos?
Tiró de mi hacia el exterior, no podía dejar de reír, mas cunado me detuvo para verme, según ella quería guardar en el recuerdo este instante.
-Eres preciosa, tendré que afilar las espadas si lo que llevas en tus entrañas es una niña y se te parece -dije frunciendo el ceño haciéndola reír a ella mientras deslizaba sus dedos por mi rostro despacio -menudos pazguatos hay por ahí solo pensando en meterla dije tirando de sus caderas que impactaron contra mi abultado pantalón.
Annabel se echo a reír, creo que quedó claro que yo era uno de esos pazguatos, pero yo podía, era mi mujer.
-y ahora mujer creo que podías explicarme eso de que no vamos a llegar a casa.
Mi boca chocó con la ajena, sus dedos se arrugaron en mi camisa, gruñí chocando con aquellos centelleantes ámbar mis azules.
-¿crees que llegaremos hasta el carro? -pregunté jadeando preso del deseo.
Una vez dentro la ropa voló, nos necesitábamos, ella cabalgó sobre mi ofrecida, mi boca se perdió en cada recoveco de su cuerpo, calentábamos motores, nos deseábamos de un modo irracional, diría que animal.
Perdidos en la esencia del otro, cazador y loba se trasformaron en otra cosa, en amantes, en cómplices, en amigos y en marido y mujer atrás quedaron los miedos, las dificultades, el sentir y no admitir que un hombre podía enamorarse de un bestia aunque le hubieran entrenado desde niño para odiarlas desde lo mas profundo de sus entrañas.
En París aprendí muchas cosas, las peores bestias no siempre aúllan a la luna llena.
Agarwaen- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 173
Fecha de inscripción : 24/06/2016
Localización : dificil de encontrar
Re: Lazos familiares [privado]
-Llévenos al hotel Des Arenes.- pedí al cochero entre risas antes de que mi ahora esposo y yo entrásemos de volada en el carruaje. Me apresuré a cerrar las cortinas de las ventanas mientras este se ponía en marcha. A mi parecer merecíamos una noche especial y me parecía que fuera de nuestras casas podíamos al menos aislarnos del mundo y celebrar el hecho de que acabábamos de casarnos.
Nuestras ropas volaron, entre caricias y besos nos amamos, entregados a la dicha que nos recorría por completo. Cabalgué sobre él, manteniendo mis manos hundidas en ese oscuro pelo, mi mirada ahogándose en sus azules ojos, el ritmo de mi corazón latía con fuerza, acelerándose cada vez más. Agarwaen lo había despertado y ahora eran él y nuestro bebé quienes lo mantenían latiendo, creo que nunca lo tuve tan claro como esa noche. Finalmente comprendí que él había derrumbado mis gruesas murallas, y me atrevía a decir que hice lo mismo con él, entre ambos logramos un milagro.
La sonrisa se paseaba por momentos por mis labios, luego lo observaba muy seria. Apenas me atrevía a creer que realmente hubiéramos dado el paso, que ahora fuésemos marido y mujer, después de todo lo que habíamos pasado. Habíamos dejado al fin de ser cazador y loba… para ser algo más, un hombre y mujer tan solo, una pareja enamorada.
En cuanto llegamos frente al hotel y nos acomodamos de nuevo la ropa, descendimos con la felicidad en el rostro. Yo tironeaba de él deteniéndome a besarlo cada cierto número de pasos, sin encontrarme ni remotamente saciada.
Juntos nos acercamos a la recepción y pedimos una habitación. -Señor y señora Demetrius…- dije con una sonrisa enorme, era la primera vez que indicaba que estábamos casados.
En cuanto las llaves cayeron sobre mi palma me apresuré a tirar de él, corriendo por el pasillo, deteniéndome impaciente a esperar frente a ese nuevo invento que llamaban ascensor.
En cuanto se abrieron sus puertas, en lugar de mirar a mi alrededor para curiosear como era, tomé a Agar de las solapas, el impulso de nuestro mutuo deseo hizo que mi espalda golpease la pared del pequeño espacio. Con rapidez me alzó para que mis piernas abrazaran su cintura y sin despegarme de él nos devoramos los labios.
Mis manos tiraron de su camisa buscando su piel, sentía sus manos abarcándolo todo a la vez, cada espacio mío. -Señor y señora Demetrius…- repetí, con la mirada vibrante de sentimiento. Dejé caer la cabeza hacia atrás mientras me aferraba a su cuello, sus labios se deslizaban por mi mandíbula acelerándome la respiración…
Lo tomé del rostro un instante para admirarlo, aún me costaba asimilar todo lo que sentía por él. -Voy a quererte toda la vida.- solté, con el rostro serio. Lo sentí así, viniera lo que viniera, durásemos lo que durásemos… me había casado con el hombre de mi vida.
Nuestras bocas volvieron a encontrarse, en sus brazos perdí la noción del tiempo y el espacio. No era buena con las palabras, aún me costaba… así que dejé que en su lugar fuese el derroche de pasión y de esa fuerza vital que corría por mis venas, la misma que encontraba en él, la que liberé en nuestros besos y en nuestras caricias, entregándole un temblor que sin necesidad de palabras expresaba lo que sentía por él y que por tanto tiempo me negué a mi misma.
Annabel Hemingway- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 153
Fecha de inscripción : 16/01/2015
Re: Lazos familiares [privado]
Cuando el carro se detuvo frente al hotel Les Arenes, nos acomodamos la ropa entre risas y miradas cómplices. Ambos buscábamos nuestros labios ebrios del otro, como si el frenesí solo pudiera encontrarlo en la piel de la loba, apresé su cuerpo para que no escapara. Droga potente cuando mis labios recorrían sus pechos, mi mirada turbia por el deseo la desnudaba de nuevo mientras ella tiraba de mi para que entráramos a la recepción del hotel, eso si, deteniéndonos en cada esquina para golpear nuestros labios y acariciar nuestras lenguas de un modo apasionado.
Annabel pidió la llave de nuestra cámara con impaciencia, sonreía sin parar y su mirada inundaba de luz aquella estancia, señores Demetrius repetía sin parar mientras yo rodeaba su cintura y besaba su cuello y mejilla.
Nos delataba la felicidad, los dos estábamos enamorados y si un día huí de su lado, si la dejé escapar pensando que una bestia y un cazador no debían estar anclados, hoy era consciente de mi equivocación, nunca la olvidé siempre la ame y por fin mis miedos y los suyos se habían hecho añicos..no volveríamos a huir del otro.
-Te quiero -susurré en su oído.
Con las llaves subimos las escaleras corriendo, la impaciencia nos devoraba, nos devorábamos los labios a cada paso hasta que alcanzamos la puerta de nuestra habitación entre jadeos, contra ella nos besamos, sus manos alzadas contra la pared, enlazadas a las mías, mi cuerpo se convirtió en cárcel de piel y huesos y ambos nos dejamos embriagar por el aliento ajeno, buscando el candor de nuestros cuerpos.
Alzada mi hombría se hundió en su bajo vientre, dura necesitada de sentirse a cobijo dentro de su centro.
-Me permites -susurré contra sus labios alzándola en volandas, muerta de la risa se enredó en mi cuello como la hiedra, nos besábamos incapaces de separarnos y ella reía intentando acertar con la llave mientras yo seguía mi cruzada por recorrer con mi boca el precioso mapa de su cuerpo.
La puerta cedió, la empujé con el pie y ambos entramos riéndonos dentro. La baje con delicadeza y después cerré la puerta a nuestras espaldas, sus palabras rozaron mis labios, una promesa que me supo a gloria y devuelta por mi boca.
-Te cuidaré, te respetaré y te amaré por el resto de mi existencia.
Esa noche se convirtió en nuestra, sobre el lecho,frente a la chimenea, sobre la mesa..hicimos el amor tantas veces y de tantas maneras que no recuerdo todas ellas. Mas lo que si se, es que ambos eramos lo que deseábamos ser, marido y mujer. No existía cazador loba, sus ámbar me aprecian hermosos como la misma luna que se los otorgaba.
Nuestro hijo crecía en su vientre, fruto de un amor ardiente, verdadero y lleno de miedos, algún día él seria el futuro de Grecia.
Annabel pidió la llave de nuestra cámara con impaciencia, sonreía sin parar y su mirada inundaba de luz aquella estancia, señores Demetrius repetía sin parar mientras yo rodeaba su cintura y besaba su cuello y mejilla.
Nos delataba la felicidad, los dos estábamos enamorados y si un día huí de su lado, si la dejé escapar pensando que una bestia y un cazador no debían estar anclados, hoy era consciente de mi equivocación, nunca la olvidé siempre la ame y por fin mis miedos y los suyos se habían hecho añicos..no volveríamos a huir del otro.
-Te quiero -susurré en su oído.
Con las llaves subimos las escaleras corriendo, la impaciencia nos devoraba, nos devorábamos los labios a cada paso hasta que alcanzamos la puerta de nuestra habitación entre jadeos, contra ella nos besamos, sus manos alzadas contra la pared, enlazadas a las mías, mi cuerpo se convirtió en cárcel de piel y huesos y ambos nos dejamos embriagar por el aliento ajeno, buscando el candor de nuestros cuerpos.
Alzada mi hombría se hundió en su bajo vientre, dura necesitada de sentirse a cobijo dentro de su centro.
-Me permites -susurré contra sus labios alzándola en volandas, muerta de la risa se enredó en mi cuello como la hiedra, nos besábamos incapaces de separarnos y ella reía intentando acertar con la llave mientras yo seguía mi cruzada por recorrer con mi boca el precioso mapa de su cuerpo.
La puerta cedió, la empujé con el pie y ambos entramos riéndonos dentro. La baje con delicadeza y después cerré la puerta a nuestras espaldas, sus palabras rozaron mis labios, una promesa que me supo a gloria y devuelta por mi boca.
-Te cuidaré, te respetaré y te amaré por el resto de mi existencia.
Esa noche se convirtió en nuestra, sobre el lecho,frente a la chimenea, sobre la mesa..hicimos el amor tantas veces y de tantas maneras que no recuerdo todas ellas. Mas lo que si se, es que ambos eramos lo que deseábamos ser, marido y mujer. No existía cazador loba, sus ámbar me aprecian hermosos como la misma luna que se los otorgaba.
Nuestro hijo crecía en su vientre, fruto de un amor ardiente, verdadero y lleno de miedos, algún día él seria el futuro de Grecia.
Agarwaen- Cazador Clase Alta
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