The Baying Of The Hounds | Libre

No recordaba la última vez que había asistido al cementerio. De lo que había sido alguna vez no quedaba más que la carcasa, ya que ahora le reemplazaba un monstruo insensible, de belleza sobrehumana y de origen diabólico. Y de sus sentimientos, quedaban susurros lejanos. Sin embargo la curiosidad que sentía era mucho más grande, ¿seguiría allí la lápida de Frederick? ¿O la del viejo? Eran ya tres siglos de haberlos enterrado,  y un par de ellos sin haberlos visitado. Ninguno tenía otra familia que no hubiera sido ella, y ambos se habían visto olvidados a medida que el frenesí de la inmortalidad se hacía cada vez más presente.

La noche se había convertido en su fiel compañera, y a pesar que extrañaba de cuando en vez el calor de los rayos del sol calentando su cuerpo, había aprendido a resignarse. La palidez marmólea de su piel se había acentuado a partir de su conversión, y ante la luz de la luna se volvía translúcida. El sigilo era otro de los dones de su nueva naturaleza. La morena había aprendido a movilizarse con la ligereza de un suspiro y con la rapidez del mismo viento si así lo deseaba; sin embargo en aquella situación no tenía ninguna prisa. Su mente intentaba evocar sus días de humanidad, cuando desolada y deprimida se había dirigido a aquel mismo cementerio, con las fuerzas casi nulas, con el único objetivo de abandonarse a la muerte y unirse con Frederick. Quería recordar con precisión, el dolor incalculable que sentía con la pérdida de su gran amor, la soledad que la embargaba… pero nada. Se había acostumbrado de tal manera a suprimir aquella parte, que ahora le costaba mucho identificar aquellas emociones humanas.

El cementerio como tal se encontraba muy similar a cómo lo recordaba. Nuevas estatuas de mármol se erguían con imponencia en medio de lápidas talladas con maestría, un tanto más detalladas que las que recordaba. Nuevos árboles, florecillas y un penetrante olor a tierra húmeda acompañaban sus pasos a medida que se acercaba a su objetivo, con cierta excitación. Sin embargo, un sonido supo llamar su atención y le hizo desviar su ruta. Antoinette no se molestó en ocultar su presencia, pues no tenía motivo para temer, sin embargo, sentía una curiosidad inmensa e inexplicable a la vez. Se detuvo varios metros por delante de lo que pudo distinguir como una mujer, y tan sólo de verla supo que estaba embargada por un dolor tan grande…  

Con cierto desconcierto le escuchó hablarle, llamarle por un nombre desconocido. La heredera alzó ambas cejas con sorpresa, aunque estaba segura que la mujer no pudo apreciar el gesto, pues una gruesa y larga capa de terciopelo negro cubría sus ropajes, y la capucha de la misma le ocultaba el rostro, evitando que pudieran distinguir sus facciones. La mujer parecía estar presa de un delirio, probablemente infundido por el fuerte dolor que sentía por la irreparable pérdida de un ser amado. Un recuerdo le golpeó con dureza entonces, y por un breve segundo se reconoció en aquella mujer, hace cientos de años atrás. Jadeó.

—No—Susurró apenas, desconociéndose. ¿Qué iba a hacer ahora? Lo más sencillo habría sido matarla, quitarle la vida, hacerle el favor de juntarla con su difunto…sin embargo algo más fuerte le impedía tomar acción. Aguardó con cautela, esperando que la ilusión que había provocado la confusión se desvaneciera.