AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ella olía a jazmín ▬ Privado
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Ella olía a jazmín ▬ Privado
"Me dejaste y me dueles.
Ninguna droga me basta
en razón
de ti."
Ninguna droga me basta
en razón
de ti."
No había sido buena idea salir. Ninguna criatura gozaba más de su jaula que él. ¿Por qué entonces, escudado bajo la forma de un gato, merodeaba por las calles de París? Porque no importaba cuánta inseguridad le transmitiera la sociedad, seguía siendo un animal. Maldijo Colombo los instintos felinos que lo habían llevado hasta allá, lejos de su prisión en la mansión. Todo para nada. Para espantarse una vez más con la jungla humana.
Comenzó a aumentar la velocidad, equilibrándose con la cola. Debía atravesar la muchedumbre que ya lo estresaba con sus chillidos agudos y el crujir de las carretas. Estaba a punto de largarse para siempre de ese agujero cuando sus sentidos lo golpearon con una extraña y potente sensación.
Un dardo directo a su olfato petrificó sus patas y dilató su mirada. Una fragancia, un patrón. Conocía aquella esencia. Se desesperó, olvidando respirar. A lo sumo alcanzó a emitir una especie de medroso jadeo. No sabía qué hacer. Se sentía confuso, en una lucha despiadada entre la imperiosidad de reconocer la fuente y el latente peligro de mantenerse allí por más tiempo.
De pronto, la respuesta llegó a su cabeza. Se le ablandaron las piernas. Debía actuar rápido o las pistas desaparecerían. Ya se estaba acercando. La posibilidad lo apresuró.
¿Será ella? ¿Será realmente ella?, pensó. Madonna, Madonna. ¿Dónde estás? No te vayas. Deja que te encuentre.
Al girar por la avenida principal, la encontró. Aquella doncella. De haber estado en su forma humana, se hubiera puesto a llorar. Ahí estaba, caminando desapercibida entre la multitud, luego de creer que nunca la volvería a ver. Colombo se sobrecogió. La vida al fin lo trataba con justicia, porque a pesar de los cambios dejados por el transcurrir del tiempo, estaba seguro de que se trataba de ella. Era una niña frágil, entonces, con la gracia flexible de una nutria, y la boca pálida, hecha para decir “iris” y “rubí”. Ahora se apreciaba a una mujer de firme femineidad. No caminaba encorvada, como en aquellos días. Su cabello era rubio, igualmente; delgado y liso. Ya no lo apegaba tanto a la cabeza, sino que dejaba que algunas hebras fluyeran con libertad. Gracias a eso, cuando lo movía un soplo de viento, su cabello fingía una clara onda suspendida en el aire.
Todo eso y más había evolucionado, pero algo permanecía intacto: El recuerdo de inconfundible aroma a jazmín.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
Me había bañado bajo la luna y caminaba, ya emergida, como una mujer de pieles nuevas y fieras, aunque no recordaba haber sido un cervatillo asustadizo. Lo más curioso de todo era que, a pesar de que la amigabilidad no me caracterizaba, nunca me había sentido tan distinta los demás. Y me comencé a preguntar, mientras caminaba de vuelta a casa, ¿por qué la gente vivía? Para continuar una costumbre, tal vez para estrechar la distancia entre la realidad y la fantasía. Tal vez la vida consistía, para la gente corriente, en una serie de costumbres consentidas y continuas. Si alguna llegaba a quebrarse, se producía el desbarajuste, el fracaso.
¿Y yo, qué tenía en su reemplazo? Mi magia, una fuerza naciente que se multiplicaba como una luciérnaga deseosa de precipitar la noche. Sonreí, sólo por sentirme satisfecha conmigo misma, aprovechando ese sentimiento bienhechor. Podía ver que algunos transeúntes me miraban con desprecio, otros con incredulidad, por ver a una muchacha sola aparentemente coqueteando con la gente como una cualquiera. Pero eso no me molestó, no. Por el contrario, se había apoderado de mí una inesperada lluvia de plenitud, de placidez. Ya nadie ni nada podía herirme. Esa impresión me dio.
Un roce extraño en mi tobillo hizo que cambiara la expresión de dicha inconmensurable por una de atónito asombro. Disimuladamente aplasté la falda de mi vestido buscando la causa, un poco inquieta, pero no encontré nada. Se oía un bisbiseo, cuchicheando cercano, murmurando como fieles de Notre Dame. ¿Eran las hojas? No. Fue cuando descubrí al travieso minino acompañándome en mi andar.
Reí tontamente, burlándome de lo ridícula que debí haberme visto con mi exagerado sobresalto.
— Oye… ¿eras tú el que ululaba? Debí imaginarlo. Van como fantasmas entre la gente y se dejan ver cuando quieren. ¿Es tu caso también? No es muy cortés asustar así a las personas, pero te disculpo. No puedo enojarme con esos ojos. No es justo si me miras así. — me derretí contemplándolo, mientras volvía a ocultarse de mí tras una acumulación de barriles — Ya te vi. No hay nada que temer. Soy más peligrosa para los de mi especie que para la tuya. Huelo a otros gatos y hasta llevo algunos de sus cabellos encima, ¿ves? — estiré mi muñeca hacia el peculiar gato. Quería agradarle. Con esas criaturas no podía evitarlo — Tengo dos esperándome en casa, aunque ninguno es como tú, pequeño atigrado. Ven, acércate. Quiero verte mejor.
La escena era tierna, pero algo me molestaba, como una pieza faltante. Sentía que la tenía cerca, pero mi mente no la alcanzaba. Un cúmulo de preguntas se estrelló contra la sensibilidad de mi piel en un instante, enviándome mensajes de alerta, pero ¿por qué? A lo mejor mi felino amigo me podía contestar.
¿Y yo, qué tenía en su reemplazo? Mi magia, una fuerza naciente que se multiplicaba como una luciérnaga deseosa de precipitar la noche. Sonreí, sólo por sentirme satisfecha conmigo misma, aprovechando ese sentimiento bienhechor. Podía ver que algunos transeúntes me miraban con desprecio, otros con incredulidad, por ver a una muchacha sola aparentemente coqueteando con la gente como una cualquiera. Pero eso no me molestó, no. Por el contrario, se había apoderado de mí una inesperada lluvia de plenitud, de placidez. Ya nadie ni nada podía herirme. Esa impresión me dio.
Un roce extraño en mi tobillo hizo que cambiara la expresión de dicha inconmensurable por una de atónito asombro. Disimuladamente aplasté la falda de mi vestido buscando la causa, un poco inquieta, pero no encontré nada. Se oía un bisbiseo, cuchicheando cercano, murmurando como fieles de Notre Dame. ¿Eran las hojas? No. Fue cuando descubrí al travieso minino acompañándome en mi andar.
Reí tontamente, burlándome de lo ridícula que debí haberme visto con mi exagerado sobresalto.
— Oye… ¿eras tú el que ululaba? Debí imaginarlo. Van como fantasmas entre la gente y se dejan ver cuando quieren. ¿Es tu caso también? No es muy cortés asustar así a las personas, pero te disculpo. No puedo enojarme con esos ojos. No es justo si me miras así. — me derretí contemplándolo, mientras volvía a ocultarse de mí tras una acumulación de barriles — Ya te vi. No hay nada que temer. Soy más peligrosa para los de mi especie que para la tuya. Huelo a otros gatos y hasta llevo algunos de sus cabellos encima, ¿ves? — estiré mi muñeca hacia el peculiar gato. Quería agradarle. Con esas criaturas no podía evitarlo — Tengo dos esperándome en casa, aunque ninguno es como tú, pequeño atigrado. Ven, acércate. Quiero verte mejor.
La escena era tierna, pero algo me molestaba, como una pieza faltante. Sentía que la tenía cerca, pero mi mente no la alcanzaba. Un cúmulo de preguntas se estrelló contra la sensibilidad de mi piel en un instante, enviándome mensajes de alerta, pero ¿por qué? A lo mejor mi felino amigo me podía contestar.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
"Imagino el sabor de la miel en tu boca
no sé por qué nunca te lo dije
¿hubiera cambiado en algo las cosas?"
no sé por qué nunca te lo dije
¿hubiera cambiado en algo las cosas?"
No cualquiera se hubiera entregado al arrebato de rozar a la joven, como le pasó a un Colombo anonadado con sus propias acciones, con el miedo de perderla aventándolo a actuar, aunque no tuviera sentido alguno su proceder. Para muchos, la gracia de aquella ninfa sería inhallable; oculta tras un busto pequeño y caderas estrechas, muy lejos de una hembra voluptuosa, como un acorde que captan escasos oídos. Como la mayoría de los tesoros, ella era una espera. Un estar completa que enseña poco, pero que encierra un océano.
Sólo yo lo sé. Sólo yo y nadie más, pensó, mirando sobrecogido a la mujer que por fin lo miraba de vuelta.
Demasiado pronto se volvió incapaz de sostener más la mirada. Como una rata se ocultó tras las cajas, combatiendo su cobardía con el deseo de tenerla cerca. La ternura de su voz empeoraba el sufrimiento. Quería ser valiente, acercarse a ella y decirle quién era. Ya la tenía enfrente. Debía salir y entregarse a su cariño. No había que esperar. ¿Qué espera cabía, cuando la armonía de lo intangible respondía con la de él?
Con un esfuerzo sobrehumano, Colombo dejó su mente inmóvil en algún lugar del pensamiento y salió de su escondite para flotar hacia la joven. Inconscientemente principió a ronronear, dejándose a llevar con las manos femeninas y a la vez siendo libre, tan libre, tan deliciosamente libre. Con algo de pensamiento y sueño, una inquietud amable recorría su cuerpo.
¿Lo alzarían esas manos, alargadas, blancas cual nieve? ¿Quién iba a saberlo? Al frotar su cabeza contra ellas, Colombo las sintió suyas, así como la libre soltura de sus movimientos.
Recuérdame. Tú conoces a este gato. Salvaste a este indeseado de la muerte dos veces y te lo has topado antes la misma cantidad de veces. Recupera esta. Sólo esta. Una piel, un contacto. Una tarde. Di que no me has olvidado. Y yo que no puedo borrarte en ninguna de mis formas.
Siempre sin hablar, siempre Colombo el callado. Siempre con miedo de que algo estropeara el silencio. Entretanto imploraba.
Te lo imploro, no me rechaces.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
Qué seda más exquisita el pelaje de ese animal. Tan evasivo en un momento y efusivo al otro. Sus atenciones imitaban a las de Paolo y Rosetta tras una larga jornada sin pisar la casa. ¿Hacía cuánto que nadie lo arrullaba? Tanta expresividad tenía que deberse a la urgente privación de agasajos y arrumacos, o al estropicio desmesurado producto de una hostil sociedad. Bien lo sabía yo, la aburrida y monótona que nunca lograría encajar entre las mozas de mi edad.
A mi felino amigo correspondí con el contacto cándido de mis palmas. Velada por los tules de la ternura, advertí que el afable minino me causaba sensaciones que otros gatos no. Sí, estaba la admiración amorosa que me producía cualquiera de la especie, con el contorneo de la cola y la danza coordinada de sus bigotes, pero algo más... como un sobresalto. Una alucinación. Debía estar siendo víctima de una alucinación. La caminata, la muchedumbre, el sentirme tan enamorada conmigo misma y ese estado ansioso en que vivía desde mi despliegue como hechicera. Me reproché la debilidad. El volverme recia y valerosa no debía impedirme que disfrutara de lo que era innato en mí gozar.
Alcé al gato en mis brazos, sorprendida gratamente con la docilidad con la que se dejó tomar. Fue cuando lo miré a sus ojos ambarinos, así de cerca. La misma latitud que separaba a madres de sus lactantes hijos, que lejos de disgregar, unía. Sentí vibrar su ronroneo muy ronco en mi oído, pero allá en mi memoria sonó agudamente. ¿Qué pasaba?
Una ligera neblina mental pareció interponerse de pronto entre él y yo, una bruma azul que nos envolvió blandamente, como si ciertas verdades sólo debieran ser conocidas por nosotros dos.
— Me estás diciendo algo y no tiene que ver con que te sobe el lomo. ¿Te he visto antes? — le pregunté con intención, ya sin la puerilidad que se emplea para referirse a una mascota. Maldita mi intuición, maldita la magia, que me sabía hallar, que me venía a buscar, que me quitaba la paz y a cambio petrificaba mi andar, con un vacío que se prologaba hasta que resolviera el acertijo.
A mi felino amigo correspondí con el contacto cándido de mis palmas. Velada por los tules de la ternura, advertí que el afable minino me causaba sensaciones que otros gatos no. Sí, estaba la admiración amorosa que me producía cualquiera de la especie, con el contorneo de la cola y la danza coordinada de sus bigotes, pero algo más... como un sobresalto. Una alucinación. Debía estar siendo víctima de una alucinación. La caminata, la muchedumbre, el sentirme tan enamorada conmigo misma y ese estado ansioso en que vivía desde mi despliegue como hechicera. Me reproché la debilidad. El volverme recia y valerosa no debía impedirme que disfrutara de lo que era innato en mí gozar.
Alcé al gato en mis brazos, sorprendida gratamente con la docilidad con la que se dejó tomar. Fue cuando lo miré a sus ojos ambarinos, así de cerca. La misma latitud que separaba a madres de sus lactantes hijos, que lejos de disgregar, unía. Sentí vibrar su ronroneo muy ronco en mi oído, pero allá en mi memoria sonó agudamente. ¿Qué pasaba?
Una ligera neblina mental pareció interponerse de pronto entre él y yo, una bruma azul que nos envolvió blandamente, como si ciertas verdades sólo debieran ser conocidas por nosotros dos.
— Me estás diciendo algo y no tiene que ver con que te sobe el lomo. ¿Te he visto antes? — le pregunté con intención, ya sin la puerilidad que se emplea para referirse a una mascota. Maldita mi intuición, maldita la magia, que me sabía hallar, que me venía a buscar, que me quitaba la paz y a cambio petrificaba mi andar, con un vacío que se prologaba hasta que resolviera el acertijo.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
"Tengo miedo
y no sé pedirle ayuda al amor."
y no sé pedirle ayuda al amor."
Es ella, ella.
Ahí estaba Colombo, mirándola absorto y en sus brazos. La presencia de aquella dama anulaba de golpe los largos años baldíos, las horas, los días que el destino había interpuesto entre ellos dos, lento, lúgubre, persistente. Mientras más la miraba, más la recordaba. La recordaba niña, su pupila clara, su tez translúcida sin maltratar, su cuerpo entonces, afilado y nervioso. Todavía podía verla intentando encajar en el grupo de féminas de su edad y fracasando rotundamente.
Tú nunca serás como ellas. Nunca serás como nadie.
Colombo no supo cómo el saber que no había sido relegado pudo despertar tanto requiebro en él, ni por qué fue tan sublime la tibia reminiscencia de su piedad. Quiso decirle… no, gritarle que no sólo lo había visto con anterioridad, sino que era el mismo gato moribundo del callejón que había salvado años atrás. El mismo que, impulsado por el espanto de verse privado de la única que había tenido misericordia con él, se había lanzado al río transformado en leopardo para salvarla, ¡y no siquiera su nombre conocía! Pero cómo olvidar que, antes de ella, se había resignado a morir en soledad, cómo olvidar el vacío, la oxidación de la espera.
La joven esperaba una respuesta que, por recelo a ser repudiado, era incapaz de darle. Hallábase premura en su voz, pero Colombo sólo estaba atento a ese abrazo suyo que le aprisionaba sin desmayo. ¡Cuánto había echado en falta la benignidad de su acogida! Se negaba a desmantelarlo con su indigna boca.
El cambiante hubiera podido llevársela hasta lo más profundo del bosque, hasta la heredad que su madre había construido para mantenerlo alejado de las multitudes, esa mansión oscura en que dormía replegado el triste mugido que se oía venir y alejarse en las largas noches de incomunicación y destierro.
Hubiera podido. Él no habría prestado atención a su cobardía, mientras conservara el calor de ese abrazo. No fue lo que hizo. En vez de eso, brincó de los brazos de la chica y comenzó una carrera hacia la misma esquina de la que había provenido no sin antes mirar atrás, hacia aquella imagen que le provocaba implorar y suspirar. Quería que ella lo siguiera, así como él estaba dispuesto a seguirla adonde fuera.
Algún día entenderás por qué esta brusca, esta cobarde evasión mía.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
Él me entendía. Lo supe apenas respingó de mis brazos atrapando mi inclinación.
Confirmaba que no era un gato normal, que estaba lejos de serlo y que podía responder a cabalidad cada una de mis interrogantes. Cómo o por qué tendría que descubrirlo en el camino, siempre y cuando me atreviera a seguirlo Y yo me había vuelto temerariamente osada. Mis pies me siguieron con vehemencia, tras el extraño animal, a pesar de la incertidumbre de su destino. Una vez desencadenado el impulso, debían obedecerlo, porque a la magia le gustaba la velocidad. Y a mí también.
Desconociendo la causa, un floreciente entusiasmo comenzó a germinar en mi corazón en medio de la carrera. Volvía a tener cinco años, a ser una mozuela que apenas razonaba y que seguía los sentimientos de su alma, porque estaba segura de que los secretos del universo esperaban ser destapados por los intrépidos, ¿y qué más audaz que seguir las corazonadas?
Me detuve en medio de la multitud sólo para comprobar el raudo ritmo que había adquirido el palpitar en mi pecho, posando dos de mis dedos con sutileza. ¿Había vuelto a la niñez y estaba jugando? Sí, jugando. Curioso, pero cierto. Las otras niñas de mi avenida nunca jugaron conmigo, pero yo lo estaba haciendo sin habérmelo propuesto, con un micho, en plena calle, únicamente acompañada por la fogosidad del empuje.
— Tengo que descubrirle. — susurré para mí y sólo para mí. Insuflaba, de esa forma, nuevas energías para revelar lo subrepticio. Mi buen amigo quería enseñarme algo, pero como todo felino, no me lo regalaría. Yo tendría que ganarme el derecho.
«Piensa, Simonetta. No corras a lo loco. Él está observándote, desde alguna parte. Percíbele; te permitió tocarle. Ya entiendes cómo sentirle» razoné, sujetando mi alma alborotada con mi mente. De pronto, lo localizó mi mirada sobre una estatua de la avenida principal. Como lo intuía, me estaba viendo. Tan pronto como mis ojos chocaron con los suyos, echó a andar otra vez.
Apresuré el paso, choqué irrespetuosamente con varios transeúntes, todo para alcanzarlo hasta que, de manera excepcional, lo vi entrar a un carruaje de cortinas corridas. Me extrañé de no hallar extraño lo que ocurría. Era como estar en un clima grato, y querer acoger la temperatura sin preguntar nada: ni saber, ni entender. Una aceptación de instinto me hizo evitar las ansias por explicaciones. Me bastó el presentimiento. En ningún momento deseé más de lo que se me estaba mostrando.
Y me dije, mientras marchaba hacia el carro, que todo llegaría.
Confirmaba que no era un gato normal, que estaba lejos de serlo y que podía responder a cabalidad cada una de mis interrogantes. Cómo o por qué tendría que descubrirlo en el camino, siempre y cuando me atreviera a seguirlo Y yo me había vuelto temerariamente osada. Mis pies me siguieron con vehemencia, tras el extraño animal, a pesar de la incertidumbre de su destino. Una vez desencadenado el impulso, debían obedecerlo, porque a la magia le gustaba la velocidad. Y a mí también.
Desconociendo la causa, un floreciente entusiasmo comenzó a germinar en mi corazón en medio de la carrera. Volvía a tener cinco años, a ser una mozuela que apenas razonaba y que seguía los sentimientos de su alma, porque estaba segura de que los secretos del universo esperaban ser destapados por los intrépidos, ¿y qué más audaz que seguir las corazonadas?
Me detuve en medio de la multitud sólo para comprobar el raudo ritmo que había adquirido el palpitar en mi pecho, posando dos de mis dedos con sutileza. ¿Había vuelto a la niñez y estaba jugando? Sí, jugando. Curioso, pero cierto. Las otras niñas de mi avenida nunca jugaron conmigo, pero yo lo estaba haciendo sin habérmelo propuesto, con un micho, en plena calle, únicamente acompañada por la fogosidad del empuje.
— Tengo que descubrirle. — susurré para mí y sólo para mí. Insuflaba, de esa forma, nuevas energías para revelar lo subrepticio. Mi buen amigo quería enseñarme algo, pero como todo felino, no me lo regalaría. Yo tendría que ganarme el derecho.
«Piensa, Simonetta. No corras a lo loco. Él está observándote, desde alguna parte. Percíbele; te permitió tocarle. Ya entiendes cómo sentirle» razoné, sujetando mi alma alborotada con mi mente. De pronto, lo localizó mi mirada sobre una estatua de la avenida principal. Como lo intuía, me estaba viendo. Tan pronto como mis ojos chocaron con los suyos, echó a andar otra vez.
Apresuré el paso, choqué irrespetuosamente con varios transeúntes, todo para alcanzarlo hasta que, de manera excepcional, lo vi entrar a un carruaje de cortinas corridas. Me extrañé de no hallar extraño lo que ocurría. Era como estar en un clima grato, y querer acoger la temperatura sin preguntar nada: ni saber, ni entender. Una aceptación de instinto me hizo evitar las ansias por explicaciones. Me bastó el presentimiento. En ningún momento deseé más de lo que se me estaba mostrando.
Y me dije, mientras marchaba hacia el carro, que todo llegaría.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2015
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
“Será un milagro de misericordia taimada
el día en que me libre del hambre de ti”
el día en que me libre del hambre de ti”
Él era excéntrico a ratos, más allá de su elemental modo de venerar y su artificio. No solo hacía cosas inconexas: parecía salirse de sí, o quizá huir demasiado dentro de sí. Colombo se percataba de que ella percibía su angustia, su ausencia. Ante aquello experimentaba un vértigo absurdo que lo hacía escabullirse de con quien más deseaba estar.
Insólitamente, los sentimientos de ansiedad y algazara se contrapusieron en el cambiante. Formar parte de una especie de “corre, que te atrapo” le dio una extraña adrenalina. El gato creía que estaba jugando, no así el humano, que se sabía arrancando.
Distinguió un carruaje a lo lejos, tal vez una salida, un escondite. Llevaba un chofer y era todo. Estaban vacíos los asientos, su olfato se lo decía. Era su oportunidad. Tenía que tomar la decisión, pero alguien lo observaba. Era ella y qué hermosa se veía, con lo mucho que le gustaba mirarla, desde que su corazón le dijo que ese rostro era el único que debía adorar. Sería suya la mirada de esa muchacha aún sin nombre.
Sólo luego de asegurarse que la joven lo seguía, rompió el contacto y se abalanzó al vehículo.
Es cruel que tú puedas seguirme y que yo no te pueda acompañar, pensó ya dentro del carro.
En cosa de segundos abandonó su apariencia felina y se transformó en humano. El cochero, espantado al comienzo, lo reconoció enseguida, volteó el rostro alarmado. Un sinfín de preguntas lo asaltó, pero antes de que pudiera parlotearlas, Colombo, sin reparar en su desnudez, lo paró casi con desesperación.
No me vea y mire hacia el frente. Quédese así. Diríjase cuanto antes a la Mansión Dall’Ancisa, en los campos. Será bien retribuido, pero corra, maldición, corra.
Así lo hizo el cochero, argumentándose que mejor era no preguntar, no saber, regla de oro para ganar y mantener clientes. Desafortunadamente, el embotellamiento no ayudaba a avanzar y a Colombo se le crispaban los nervios. Allí estaba la chica, veloz, siguiéndolos. Ya veía que los alcanzaba. Así lo haría. No, no, ¡porca miseria!. Colombo hubiera despellejado su cuero cabelludo de no ser que él se lo había buscado. No podría impedirlo, el encuentro, no en su cabalidad.
Tuvo que rebajarse y hacerle al cochero una petición de vida o muerte.
Pase lo que pase, no permita que ella me encuentre tras estas cortinas.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
Corrí. Me arremangué el vestido y fui. No iba a permitir que se escapara de mí. ¿Que se escapara qué? La verdad, por cierto. Lo que sea que se me estuviera ocultando, lo que se me había insinuado y luego apartado. La pregunta era por qué el sigilo, por qué esa imperiosa necesidad de mantener la incógnita a como diera lugar. ¡Y de mí! ¿Qué podía hacer yo con esa información?
El misterio del gato atigrado, un enigma al que en algún momento llegaría la verdad. No lo imaginaba tan próximo a una fábula. No lo soñaba tan inexplicable, tan inesperado. Al acercarme al carruaje, tuve la impresión de que entraba en un mundo nuevo. Estaba todo a mi disposición, para maravillarme u horrorizarme. La elección era mía.
El embotellamiento me ayudó a alcanzar el carruaje, pero fui ingenua al creer que sería tan fácil como alargar mis manos y descifrar el enigma. Al instante, el conductor detuvo mi muñeca en el aire.
— Mis políticas laborales son claras, señorita: Privacidad garantizada, sin excepciones. — aseguró tajante. Yo no me rendí.
— Pero mi gato se me escapó. — inventé — Lo vi entrar a este carro, estoy segura. No hay maldad en recuperar lo propio.
Sin embargo, alcancé a notar que alguien le susurraba al cochero por la espalda, dándole directrices antes de volver a mí.
— Me temo que mi pasajero asegura ser el dueño del animal. Es su palabra contra la de él. — dijo, acabando con mis esperanzas.
Pero yo sabía que no había error. La presencia de mi improvisado compañero de juegos continuaba allí. Podía sentirle a través de la tela, de las cortinas que separaban dos cuerpos y, quizás, más de dos universos paralelos. Advertía temor, desasosiego, turbación y un desconsolador desamparo. Tan solo… tan solo. Casi podía verlo gimiendo, maltratando sus garras contra el empedrado. Quería dar ese único paso que me separaba de él y tenderle esa mano faltante, pero Dios demandaba otra cosa. Lo acepté.
— ¿Podría usted hacerme el favor de decirle al caballero que esté más pendiente de su gato? — me atreví a solicitar. El conductor me miró pensativo.
— ¿Su nombre, señorita?
— Simonetta Vespucci, a su servicio.
— Pierda cuidado. Personalmente le entregaré su mensaje.
Ahí estaba. Había hecho lo que tenía que hacer. Ya no estaba en mis manos. La paz volvió a mí y pude respirar con gratitud y resignación. Hice una reverencia y me despedí.
— Gracias. Dios les acompañe en su camino.
El misterio del gato atigrado, un enigma al que en algún momento llegaría la verdad. No lo imaginaba tan próximo a una fábula. No lo soñaba tan inexplicable, tan inesperado. Al acercarme al carruaje, tuve la impresión de que entraba en un mundo nuevo. Estaba todo a mi disposición, para maravillarme u horrorizarme. La elección era mía.
El embotellamiento me ayudó a alcanzar el carruaje, pero fui ingenua al creer que sería tan fácil como alargar mis manos y descifrar el enigma. Al instante, el conductor detuvo mi muñeca en el aire.
— Mis políticas laborales son claras, señorita: Privacidad garantizada, sin excepciones. — aseguró tajante. Yo no me rendí.
— Pero mi gato se me escapó. — inventé — Lo vi entrar a este carro, estoy segura. No hay maldad en recuperar lo propio.
Sin embargo, alcancé a notar que alguien le susurraba al cochero por la espalda, dándole directrices antes de volver a mí.
— Me temo que mi pasajero asegura ser el dueño del animal. Es su palabra contra la de él. — dijo, acabando con mis esperanzas.
Pero yo sabía que no había error. La presencia de mi improvisado compañero de juegos continuaba allí. Podía sentirle a través de la tela, de las cortinas que separaban dos cuerpos y, quizás, más de dos universos paralelos. Advertía temor, desasosiego, turbación y un desconsolador desamparo. Tan solo… tan solo. Casi podía verlo gimiendo, maltratando sus garras contra el empedrado. Quería dar ese único paso que me separaba de él y tenderle esa mano faltante, pero Dios demandaba otra cosa. Lo acepté.
— ¿Podría usted hacerme el favor de decirle al caballero que esté más pendiente de su gato? — me atreví a solicitar. El conductor me miró pensativo.
— ¿Su nombre, señorita?
— Simonetta Vespucci, a su servicio.
— Pierda cuidado. Personalmente le entregaré su mensaje.
Ahí estaba. Había hecho lo que tenía que hacer. Ya no estaba en mis manos. La paz volvió a mí y pude respirar con gratitud y resignación. Hice una reverencia y me despedí.
— Gracias. Dios les acompañe en su camino.
Simonetta Vespucci- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 13/10/2015
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Re: Ella olía a jazmín ▬ Privado
”Los sentimientos levitan en perfumes de desamparo
otra vez se quedó sin amor el poeta.”
otra vez se quedó sin amor el poeta.”
Él manchó su corazón con la tensión por verse descubierto. Lo lamentó. El corazón no era de él; se lo prestaba ella, la que desafiante increpaba al conductor, la que lo había levantado con la candidez de su tierna juventud.
El calor le llegó hasta la coronilla, dando vueltas como loco. Su pecho subía y bajaba con brusquedad, pero apenas lo notaba. Es que ella estaba insistente. Bendita entrometida, que de tanto buscarla, llegaba a odiar la dicha, esa que la joven le propinaba con la convicción de su parada. Madonna, Madonna querida. Madonna maldita.
No podía ver el rostro de ella debido a la cortina, pero en su mente la veía. Imaginaba cómo se movían sus labios cuando estaban molestos, cuando se sabían engañados. Corajuda, huracán contenido. Paradojalmente Colombo sonreía. Sonreía y la maldecía. Anacoreta y amante, dos combatientes enfrentándose a muerte en su cabeza. Qué hacía él, qué podía hacer él más que soportar la asfixiante lejanía que se autoimponía. No era capaz siquiera de oír más allá, hasta que captó su nombre. Una cordialidad, pero para Colombo fue un obsequio. No lo había pedido, pero el destino se lo había dado.
Sintióse poco merecedero, pero eso no le impidió susurrar a volumen ínfimo.
Simonetta. Si… mo… ne… ta. Con su nombre pronunciar, la boca jugaba a besar, rematando con un golpe final. Ahora podría culpar a alguien de sentirse así. Si diste tu nombre para desquitarte de mí, quiero que sepas que lo lograste. Es que cuando me permití rozarte, no sabía lo que hacía.
Deseó cosas sinsentido, ilógicas, dementes. Ojalá que el carro nunca partiera, que los pies de ella se cimentaran sobre las piedras, que fueran ambos inmortales para no tener que preocuparse de cuánto tiempo, cuántas vidas les tomaría hablarse, pues en conectarse ni voluntad había intermediado.
Sus ruegos no se cumplieron. Y la vio alejarse, tan agónicamente como se había acercado. Cuando la sintió casi desvanecerse entre la muchedumbre fue cuando se atrevió, descaradamente, a asomar un ojo por la ventana. Quería escucharla reclamar de nuevo. Hacía más de medio minuto que no la oía. Comenzaba a olvidarlo.
Ve, Simonetta. Los sonidos se van antes que todos. Antes que tú, incluso, alejándote de mí. Sé que andarás cerca, puede que bajo otros abrazos. Ahora tengo justificación para pedirle piedad a Dios.
Corrió la cortina y dijo adiós. No, a ella nunca. Sí a los callejones tenebrosos de París, su desesperación.
Tema Finalizado.
Colombo Dall'Ancisa- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/03/2017
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