AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
Espacios libres: 11/40
Afiliaciones élite: ABIERTAS
Última limpieza: 1/04/24
En Victorian Vampires valoramos la creatividad, es por eso que pedimos respeto por el trabajo ajeno. Todas las imágenes, códigos y textos que pueden apreciarse en el foro han sido exclusivamente editados y creados para utilizarse únicamente en el mismo. Si se llegase a sorprender a una persona, foro, o sitio web, haciendo uso del contenido total o parcial, y sobre todo, sin el permiso de la administración de este foro, nos veremos obligados a reportarlo a las autoridades correspondientes, entre ellas Foro Activo, para que tome cartas en el asunto e impedir el robo de ideas originales, ya que creemos que es una falta de respeto el hacer uso de material ajeno sin haber tenido una previa autorización para ello. Por favor, no plagies, no robes diseños o códigos originales, respeta a los demás.
Así mismo, también exigimos respeto por las creaciones de todos nuestros usuarios, ya sean gráficos, códigos o textos. No robes ideas que les pertenecen a otros, se original. En este foro castigamos el plagio con el baneo definitivo.
Todas las imágenes utilizadas pertenecen a sus respectivos autores y han sido utilizadas y editadas sin fines de lucro. Agradecimientos especiales a: rainris, sambriggs, laesmeralda, viona, evenderthlies, eveferther, sweedies, silent order, lady morgana, iberian Black arts, dezzan, black dante, valentinakallias, admiralj, joelht74, dg2001, saraqrel, gin7ginb, anettfrozen, zemotion, lithiumpicnic, iscarlet, hellwoman, wagner, mjranum-stock, liam-stock, stardust Paramount Pictures, y muy especialmente a Source Code por sus códigos facilitados.
Victorian Vampires by Nigel Quartermane is licensed under a
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Creado a partir de la obra en https://victorianvampires.foroes.org
Últimos temas
Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
2 participantes
Página 1 de 2.
Página 1 de 2. • 1, 2
Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Hacía ya varias semanas que la primavera le había ganado terreno al frío invierno aún sin llegar a hacerlo desaparecer del todo. Los vientos frescos de madrugada aún obligaban a embotarse en gruesas capas y abrigos, pillando a muchos incautos por sorpresa. También hacía ya varios meses que mi voto de silencio había expirado y me había podido dedicar a la instrucción de Ylahiah con mucho más tesón de lo que había podido hacer en un principio; aquel niño era como mi sombra, un botón en una camisa o una bala en una pistola, siempre atento, dispuesto y curioso como niño que era. A veces me sorprendía preguntando qué había sido de la mujer que me acompañaba en Jerusalem a lo que yo contestaba de manera diferente cada vez; a veces con un largo y profundo silencio, otras con una simple negación fruto de la frustración y otras, tan solo me limitaba a asegurarle que aquella mujer era como la Divina Gracia, que siempre estaba ahí pero sólo aparecía en momentos clave.
El pequeño había crecido más de un palmo desde que le saqué de aquel hogar de huérfanos. La alimentación decente y unos hábitos de vida más ordenados habían hecho milagros en aquel niño huesudo y casi enfermizo, convirtiéndolo en un joven apuesto y visiblemente mucho más sano.
Como casi todas las tardes había salido a buscarle de su particular lección de idiomas que la Inquisición tenía bajo su custodia. Mi reputación había bastado para acallar los rumores de lo que había sucedido en Tierra Santa pero mis temores, a pesar de que no había nadie mejor que yo en toda la Santa Institución, se fundaban en la idea de que hubiera, al menos, alguien tan determinado y meticuloso como yo para acabar hallando algún indicio de lo que allí ocurrió. Todo aquello me había permitido no solo mantener, sino aumentar mi estatus levemente al haber accedido a convertirme en mentor; tal era así, que algunas voces habían sugerido ordenarme sacerdote.
Yo me había negado en rotundo.
La profesora del pequeño siempre buscaba una excusa para mantener una conversación con quien, de por sí, era parco en palabras. Cierto era que compartimos plato y cama en su momento, años atrás, y habíamos retomado cierto contacto momentaneo cuando la muerte de mi maestro apenaba mi corazón. Pero ahí se había quedado todo a pesar de sus intentos evidentes por no dejarlo ir; ella, en cambio, lo único que recibía de vuelta era indiferencia porque algo en mi interior, algo que no quería ni siquiera reconocer, me arrancaba las tripas sólo de pensarlo.
Con el niño hablaba en árabe, nuestra lengua materna a pesar de que había mejorado su latín y francés de manera sorprendente para el poco tiempo que sus lecciones le habían sido impuestas. Era como si algo de otro mundo le ayudase a aprender.
Camino al hogar, ya con la noche caída, repetía dos nombres en mi cabeza para evitar olvidarlos. Los dos nombres que ella me había dicho antes de emprender la huida de Jersualen y que, aún a día de hoy, no me había atrevido a buscar por París a pesar de ser uno de mis deseos más profundos.
-Deteneos...- Nos alertó una voz haciendo detener nuestro paso bajo una luz de farola mientras ellos, cuatro individuos, permanecían al amparo de la penumbra a pesar de poder distinguir su acento y sus peculiares ropas. Gitanos -Mal sitio y mala hora para pasear con un chiquillo, desprotegidos e incautos- Ylahiah se puso a mi amparo al instante; normal, aún contaba 7 años escasos y lo más letal que había tenido en las manos había sido un cuchillo a la hora de la comida. Mi cabeza divagó en mis propios pensamientos y me hizo girar el cuerpo, encarando a los cinco que avanzaban hacia nosotros, cuchillo en mano. -Solo unos estúpidos llevarían un cuchillo a un tiroteo- ellos rieron al no entender el significado de mis palabras hasta que dos de ellos cayeron al suelo sin apenas haberse escuchado las dos detonaciones -Corre a casa, chico- ordené antes de escuchar sus pasos alejarse hasta esconderse en la primera esquina, con ojos curiosos, mientras los tres que quedaban arremetieron contra mí, cortando mi brazo antes de que pudiera desenfundar las dos espadas asestando certeras estocadas a dos de ellos y una tercera, peligrosa pero no letal.
El cuerpo malherido del gitano se deslizaba por el suelo, temeroso de la figura que llamaba a un poco obediente aprendiz al que le colocaba una daga en la mano, temblorosa y fría por el sudor que le resbalaba -El perdón de su alma sólo le corresponde a Dios, no le niegues lo que es suyo a menos que tengas la certeza de que en la voluntad de éste hombre no impera el mal- le susurré al oído esperando oír el gemido sordo y entrecortado de la respiración encharcándose de su propia sangre.
Ni siquiera tenía intención de huir a paso ligero, mi autoridad estaba por encima de cualquier tipo de ley que pudiera imperar en aquellas calles aunque, sin duda, habría levantado más de una curiosidad.
El pequeño había crecido más de un palmo desde que le saqué de aquel hogar de huérfanos. La alimentación decente y unos hábitos de vida más ordenados habían hecho milagros en aquel niño huesudo y casi enfermizo, convirtiéndolo en un joven apuesto y visiblemente mucho más sano.
Como casi todas las tardes había salido a buscarle de su particular lección de idiomas que la Inquisición tenía bajo su custodia. Mi reputación había bastado para acallar los rumores de lo que había sucedido en Tierra Santa pero mis temores, a pesar de que no había nadie mejor que yo en toda la Santa Institución, se fundaban en la idea de que hubiera, al menos, alguien tan determinado y meticuloso como yo para acabar hallando algún indicio de lo que allí ocurrió. Todo aquello me había permitido no solo mantener, sino aumentar mi estatus levemente al haber accedido a convertirme en mentor; tal era así, que algunas voces habían sugerido ordenarme sacerdote.
Yo me había negado en rotundo.
La profesora del pequeño siempre buscaba una excusa para mantener una conversación con quien, de por sí, era parco en palabras. Cierto era que compartimos plato y cama en su momento, años atrás, y habíamos retomado cierto contacto momentaneo cuando la muerte de mi maestro apenaba mi corazón. Pero ahí se había quedado todo a pesar de sus intentos evidentes por no dejarlo ir; ella, en cambio, lo único que recibía de vuelta era indiferencia porque algo en mi interior, algo que no quería ni siquiera reconocer, me arrancaba las tripas sólo de pensarlo.
Con el niño hablaba en árabe, nuestra lengua materna a pesar de que había mejorado su latín y francés de manera sorprendente para el poco tiempo que sus lecciones le habían sido impuestas. Era como si algo de otro mundo le ayudase a aprender.
Camino al hogar, ya con la noche caída, repetía dos nombres en mi cabeza para evitar olvidarlos. Los dos nombres que ella me había dicho antes de emprender la huida de Jersualen y que, aún a día de hoy, no me había atrevido a buscar por París a pesar de ser uno de mis deseos más profundos.
-Deteneos...- Nos alertó una voz haciendo detener nuestro paso bajo una luz de farola mientras ellos, cuatro individuos, permanecían al amparo de la penumbra a pesar de poder distinguir su acento y sus peculiares ropas. Gitanos -Mal sitio y mala hora para pasear con un chiquillo, desprotegidos e incautos- Ylahiah se puso a mi amparo al instante; normal, aún contaba 7 años escasos y lo más letal que había tenido en las manos había sido un cuchillo a la hora de la comida. Mi cabeza divagó en mis propios pensamientos y me hizo girar el cuerpo, encarando a los cinco que avanzaban hacia nosotros, cuchillo en mano. -Solo unos estúpidos llevarían un cuchillo a un tiroteo- ellos rieron al no entender el significado de mis palabras hasta que dos de ellos cayeron al suelo sin apenas haberse escuchado las dos detonaciones -Corre a casa, chico- ordené antes de escuchar sus pasos alejarse hasta esconderse en la primera esquina, con ojos curiosos, mientras los tres que quedaban arremetieron contra mí, cortando mi brazo antes de que pudiera desenfundar las dos espadas asestando certeras estocadas a dos de ellos y una tercera, peligrosa pero no letal.
El cuerpo malherido del gitano se deslizaba por el suelo, temeroso de la figura que llamaba a un poco obediente aprendiz al que le colocaba una daga en la mano, temblorosa y fría por el sudor que le resbalaba -El perdón de su alma sólo le corresponde a Dios, no le niegues lo que es suyo a menos que tengas la certeza de que en la voluntad de éste hombre no impera el mal- le susurré al oído esperando oír el gemido sordo y entrecortado de la respiración encharcándose de su propia sangre.
Ni siquiera tenía intención de huir a paso ligero, mi autoridad estaba por encima de cualquier tipo de ley que pudiera imperar en aquellas calles aunque, sin duda, habría levantado más de una curiosidad.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
A pesar de que había abandonado hacía tiempo los escenarios por su propio bien y seguridad, París seguía empapelada por los carteles con su efigie dibujada anunciando su exótico espectáculo, que había continuado en Europa sin su presencia.
Ahora estaba instalada en la Villa de su vástago, viviendo un tedió continuo. Había descifrado el objeto traído de Jerusalén que, en conjunto a las páginas robadas en Reims, iban dando más sentido al “mito” que perseguía. La historia de esa reina que por su pueblo había sido capaz de invocar a los muertos para corromperse junto a ellos.
Había que admitirlo, desde que se había separado lo había esperado, y había ocupado su mente sin abandonarla. Es más, se había esforzado en buscarle, incluso Vecchio estaba en continua vigilancia por si alguna referencia llegaba entre tantos ojos y oídos en sus territorios por París. Pero nada. No sabía porque pero empezaba a desesperarse pensando en… Lo peor.
Hora nocturna, y la brisa es leve, París es que no distinguiese por tener un clima demasiado bueno, pero de repente el cambio de estación había traído gratas noches.
Carroza por el empedrado a esas horas de la noche, extraño, pero para ella y la sociedad en la que se movía era demasiado normal. Todo clandestino, se dirigía junto a una de las esclavas de Lucciano a una celebración; la joven había sido liberada para casarse con un cambiante.
Desde que su vástago había sido liberado de aquella prisión en forma de tumba de plata, impuesta por los inquisidores, había retomado su vieja costumbre de jugar a conquistar distritos y ser mecenas en el siglo que le tocaba. Tenía tratos con otros vampiros, negocios por doquier, y a su servicio a seres de todo tipo. Su mayor pasión dentro de todo aquello… Dar caza a inquisidores, los odiaba, incluso cuando era humano ya su familia tenía rivalidad con la versión más primitiva de aquellos hombres. Una traición, y dos siglos encerrado con más sonido que sus gritos en aquella tumba custodiada por los hombres de Iglesia, bastaba para enfadar a un vampiro lo suficiente y crear una nueva afición de “Caza mayor”.
Ahora Lakme se había incorporada a la vida de Lucciano, volvía a ser “esa especie de familia”, ya que el vampiro siempre había tenido un fuerte sentido de la lealtad y la fraternidad con los suyos.
Ella reía en la carroza junto a la futura novia, era posible que hubiesen bebido un poco, pero que más daba… ¿Por qué no fingir que todo iba ir bien? Su humor últimamente se veía un tanto enturbiado, y aquella noche habían conseguido convencerle para que escoltase a la joven.
Último tramo, y los caballos nerviosos relincharon por el sonido de los disparos. ¿Qué estaba pasando ahí fuera? Se detuvieron. Ambas mujeres se asomaron por la ventana, y por su parte no pudo más que quedarse muda de la sorpresa.
Puerta abierta enseguida y ella se bajó como pudo intentado componer aquel pesado e incómodo vestido, detrás de sus pasos tambaleantes la voz de la chica que él hablaba en latín. Si, todos los esclavos de Lucciano debían de hablarlo, él quería recuperar la identidad de su lengua pater, dominante en un pasado de la mayoría de los territorios.
-Izrail… -Solo dijo, mientras los observar terminar con la obra.
Detenida frente a él, su aspecto era todo gala y gesto fiero. Cabellos azabaches enredados en complicado recogido y engarzados en alfileres esmeraldas, del mismo color que aquel pomposo vestido que bien apretaba su cuerpo y elevaba sus pechos de modo provocador, sobre los que reposaba un collar con moscas doradas. Estaba arrebatadoramente hermosa, no había escatimado en gastos para una noche como aquella.
Los segundos pasaban en silencio, e incluso tensos. Las mejillas sonrosadas no solo por el maquillaje. Era evidente su leve estado de embriaguez en aquellos hermosos ojos salvajes cuyo labio pintado del carmín temblaba.
No sabía cómo definir lo que estaba sintiendo en aquel momento, se estaba convirtiendo en un cumulo. Evidentemente por su gesto parecía herida, pero a la vez llena de rabia.
Largo guante que desliza por la piel delicada, y su mano toca el rostro del inquisidor.
Su nariz se infla tomando fuerza con aire, sus ojos que son fuego contienen vidriosas lágrimas. Levanta el rostro tragándoselas para sí con gesto altivo, y aprieta aquellos labios. Literalmente le cruza la cara, no una vez, sino dos. Suelta aire, moviendo aquellos delicados hombros.
-Sube a la carroza. -Le ordena con voz afilada. -Creía que habías muerto.
Ahora estaba instalada en la Villa de su vástago, viviendo un tedió continuo. Había descifrado el objeto traído de Jerusalén que, en conjunto a las páginas robadas en Reims, iban dando más sentido al “mito” que perseguía. La historia de esa reina que por su pueblo había sido capaz de invocar a los muertos para corromperse junto a ellos.
Había que admitirlo, desde que se había separado lo había esperado, y había ocupado su mente sin abandonarla. Es más, se había esforzado en buscarle, incluso Vecchio estaba en continua vigilancia por si alguna referencia llegaba entre tantos ojos y oídos en sus territorios por París. Pero nada. No sabía porque pero empezaba a desesperarse pensando en… Lo peor.
Hora nocturna, y la brisa es leve, París es que no distinguiese por tener un clima demasiado bueno, pero de repente el cambio de estación había traído gratas noches.
Carroza por el empedrado a esas horas de la noche, extraño, pero para ella y la sociedad en la que se movía era demasiado normal. Todo clandestino, se dirigía junto a una de las esclavas de Lucciano a una celebración; la joven había sido liberada para casarse con un cambiante.
Desde que su vástago había sido liberado de aquella prisión en forma de tumba de plata, impuesta por los inquisidores, había retomado su vieja costumbre de jugar a conquistar distritos y ser mecenas en el siglo que le tocaba. Tenía tratos con otros vampiros, negocios por doquier, y a su servicio a seres de todo tipo. Su mayor pasión dentro de todo aquello… Dar caza a inquisidores, los odiaba, incluso cuando era humano ya su familia tenía rivalidad con la versión más primitiva de aquellos hombres. Una traición, y dos siglos encerrado con más sonido que sus gritos en aquella tumba custodiada por los hombres de Iglesia, bastaba para enfadar a un vampiro lo suficiente y crear una nueva afición de “Caza mayor”.
Ahora Lakme se había incorporada a la vida de Lucciano, volvía a ser “esa especie de familia”, ya que el vampiro siempre había tenido un fuerte sentido de la lealtad y la fraternidad con los suyos.
Ella reía en la carroza junto a la futura novia, era posible que hubiesen bebido un poco, pero que más daba… ¿Por qué no fingir que todo iba ir bien? Su humor últimamente se veía un tanto enturbiado, y aquella noche habían conseguido convencerle para que escoltase a la joven.
Último tramo, y los caballos nerviosos relincharon por el sonido de los disparos. ¿Qué estaba pasando ahí fuera? Se detuvieron. Ambas mujeres se asomaron por la ventana, y por su parte no pudo más que quedarse muda de la sorpresa.
Puerta abierta enseguida y ella se bajó como pudo intentado componer aquel pesado e incómodo vestido, detrás de sus pasos tambaleantes la voz de la chica que él hablaba en latín. Si, todos los esclavos de Lucciano debían de hablarlo, él quería recuperar la identidad de su lengua pater, dominante en un pasado de la mayoría de los territorios.
-Izrail… -Solo dijo, mientras los observar terminar con la obra.
Detenida frente a él, su aspecto era todo gala y gesto fiero. Cabellos azabaches enredados en complicado recogido y engarzados en alfileres esmeraldas, del mismo color que aquel pomposo vestido que bien apretaba su cuerpo y elevaba sus pechos de modo provocador, sobre los que reposaba un collar con moscas doradas. Estaba arrebatadoramente hermosa, no había escatimado en gastos para una noche como aquella.
Los segundos pasaban en silencio, e incluso tensos. Las mejillas sonrosadas no solo por el maquillaje. Era evidente su leve estado de embriaguez en aquellos hermosos ojos salvajes cuyo labio pintado del carmín temblaba.
No sabía cómo definir lo que estaba sintiendo en aquel momento, se estaba convirtiendo en un cumulo. Evidentemente por su gesto parecía herida, pero a la vez llena de rabia.
Largo guante que desliza por la piel delicada, y su mano toca el rostro del inquisidor.
Su nariz se infla tomando fuerza con aire, sus ojos que son fuego contienen vidriosas lágrimas. Levanta el rostro tragándoselas para sí con gesto altivo, y aprieta aquellos labios. Literalmente le cruza la cara, no una vez, sino dos. Suelta aire, moviendo aquellos delicados hombros.
-Sube a la carroza. -Le ordena con voz afilada. -Creía que habías muerto.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
El esperado sonido de ventanas abrirse y cerrarse no se hace de rogar. Ojos curiosos que se asoman tímidos apenas tienen el valor suficiente para mantenerme la mirada cuando alzo la cabeza y les desafío a replicarme. Pero es la figura del Inquisidor y el lienzo carmesí que adorna los adoquines, pintado por las manos de esa figura inmóvil en medio de la calle, lo que les hace recular y caer en la cuenta de que cualquier cosa es mas sensata que enfrentarse con la autoridad de quien ha acabado con la vida de cinco personas en plena calle, a la vista de todos y tiene la soberbia suficiente como para permitirse un momento de receso antes de abandonar la escena.
Para mi sorpresa, no fue la guardia la primera en venir a pedir explicaciones. Un carro elegante como sólo pocas personas en aquella ciudad podían permitirse había frenado su cabalgada al contemplar el macabro espectáculo que acababa de brindarse, en primicia, para la noche parisina. Mi alerta se dispara cuando veo que la puerta se abre, rechinando al girar las bisagras, rompiendo el silencio tenso que se ha adueñado del momento. Mi cuerpo se tensa y me apresuro a recargar sendas pistolas sin prestar la atención que debería a la figura que baja la escalerilla y hace sonar sus tacones contra el suelo.
En ese momento, Ilahyah acaba de terminar con el sufrimiento del último gitano. Tiene aptitudes, de eso no me cabe la más mínima duda y mis labios a punto están de premiar su determinación cuando una voz familiar me hace ahogarme y fijar todos mis sentidos en el fantasma que se detiene frente a mí, pero que me devuelve a la realidad y me corrige, haciéndome saber que es real como la vida misma cuando me toca y noto su frío tacto sobre mi rostro; otra vez, como si fuera una tradición, un gesto que lo dice todo a pesar de que entre los dos solo se haya cruzado una palabra, un nombre.
Noto el olor de su perfume por encima de cualquier otra cosa. El pequeño corre, tentado a abrazar a la mujer, pero mis oídos escuchan su paso apresurado y es mi mano la que detiene la carrera del muchacho, sosteniéndolo por el pecho y notando el excitado latir del corazón, amenazando con destrozarle el pecho. Por segunda vez en un breve periodo, es ella la responsable de que mis palabras no sean oídas, acallándolas con dos bofetones. No rechisto, ni replico, ni siquiera pregunto porqué... puedo imaginarlo y aunque no comparta la creencia de que está en posesión de la razón, tampoco puedo culparla.
Noto el sabor ferroso de la sangre, tan nítido y suave que me permito hasta sonreir soberbio arriesgándome a recibir un tercer golpe. Pero sus labios ordenan y mi cuerpo acata sin miramientos; por ser ella, por ser quien es y representar lo que representa para mí. -Entra, chico- empujo al pequeño, que de tanto mirarla a ella y a mí parece que se le vaya a desenroscar el cuello.
Cuando entra, mi mano, en un arranque de autoridad, cierra el portón y lo sostiene impidiendo que se abra y cortando el paso a quien, de proponerselo, podría someter mi voluntad a abrirla y, de no querer recurrir a eso, simplemente podría arrancarme un brazo. -La muerte huye de mí... deberías saberlo ¿o acaso piensas que de reunirme con Él los sobrenaturales de la ciudad no habrían organizado una incesante celebración?- pregunto con sarcasmo, sabedor de que mi cabeza es uno de los mayores regalos que muchos seres oscuros pueden ofrecer a sus semejantes.
Suspiro profundo y suelto la puerta, imitando a la mujer a la hora de dejar una de mis manos descubierta que llevo a limpiar el hilo de sangre que resbala de mi labio. El pulgar pronto se mancha; pulgar que roza los labios de la mujer y deja un rastro de mi propia sangre en la carne. -Yo también me alegro de verte...- abro la puerta y entro en el carro, sentandome al lado del niño sin perder de vista a la desconocida -Conserva el cuchillo, muchacho... si crees que es una amenaza, libérala- le susurro en árabe al chiquillo quien, habiendo quitado su primera vida, se siente confiado de sobra como para quitar una segunda en la misma noche.
Para mi sorpresa, no fue la guardia la primera en venir a pedir explicaciones. Un carro elegante como sólo pocas personas en aquella ciudad podían permitirse había frenado su cabalgada al contemplar el macabro espectáculo que acababa de brindarse, en primicia, para la noche parisina. Mi alerta se dispara cuando veo que la puerta se abre, rechinando al girar las bisagras, rompiendo el silencio tenso que se ha adueñado del momento. Mi cuerpo se tensa y me apresuro a recargar sendas pistolas sin prestar la atención que debería a la figura que baja la escalerilla y hace sonar sus tacones contra el suelo.
En ese momento, Ilahyah acaba de terminar con el sufrimiento del último gitano. Tiene aptitudes, de eso no me cabe la más mínima duda y mis labios a punto están de premiar su determinación cuando una voz familiar me hace ahogarme y fijar todos mis sentidos en el fantasma que se detiene frente a mí, pero que me devuelve a la realidad y me corrige, haciéndome saber que es real como la vida misma cuando me toca y noto su frío tacto sobre mi rostro; otra vez, como si fuera una tradición, un gesto que lo dice todo a pesar de que entre los dos solo se haya cruzado una palabra, un nombre.
Noto el olor de su perfume por encima de cualquier otra cosa. El pequeño corre, tentado a abrazar a la mujer, pero mis oídos escuchan su paso apresurado y es mi mano la que detiene la carrera del muchacho, sosteniéndolo por el pecho y notando el excitado latir del corazón, amenazando con destrozarle el pecho. Por segunda vez en un breve periodo, es ella la responsable de que mis palabras no sean oídas, acallándolas con dos bofetones. No rechisto, ni replico, ni siquiera pregunto porqué... puedo imaginarlo y aunque no comparta la creencia de que está en posesión de la razón, tampoco puedo culparla.
Noto el sabor ferroso de la sangre, tan nítido y suave que me permito hasta sonreir soberbio arriesgándome a recibir un tercer golpe. Pero sus labios ordenan y mi cuerpo acata sin miramientos; por ser ella, por ser quien es y representar lo que representa para mí. -Entra, chico- empujo al pequeño, que de tanto mirarla a ella y a mí parece que se le vaya a desenroscar el cuello.
Cuando entra, mi mano, en un arranque de autoridad, cierra el portón y lo sostiene impidiendo que se abra y cortando el paso a quien, de proponerselo, podría someter mi voluntad a abrirla y, de no querer recurrir a eso, simplemente podría arrancarme un brazo. -La muerte huye de mí... deberías saberlo ¿o acaso piensas que de reunirme con Él los sobrenaturales de la ciudad no habrían organizado una incesante celebración?- pregunto con sarcasmo, sabedor de que mi cabeza es uno de los mayores regalos que muchos seres oscuros pueden ofrecer a sus semejantes.
Suspiro profundo y suelto la puerta, imitando a la mujer a la hora de dejar una de mis manos descubierta que llevo a limpiar el hilo de sangre que resbala de mi labio. El pulgar pronto se mancha; pulgar que roza los labios de la mujer y deja un rastro de mi propia sangre en la carne. -Yo también me alegro de verte...- abro la puerta y entro en el carro, sentandome al lado del niño sin perder de vista a la desconocida -Conserva el cuchillo, muchacho... si crees que es una amenaza, libérala- le susurro en árabe al chiquillo quien, habiendo quitado su primera vida, se siente confiado de sobra como para quitar una segunda en la misma noche.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Se ha acabado todo, y al parecer está teniendo un buen aprendiz que su mano no ha temblado en el acto. Lakme desvía su mirada por un momento al pequeño que la mira con aquellos enormes ojos infantiles sin comprender muy bien que está pasando. Se da cuenta que bajo el cuidado del inquisidor su aspecto ha mejorado bastante, ya no ese niño desgarbado que una vez tuvo entre sus brazos en Jerusalén, será un buen soldado.
Ha dejado su mano caer, y aun nota el dorso de su piel caliente por el golpe asestado. No ha sido un gesto meditado, más bien un impulso demasiado humano, y tal vez un pensamiento que no se ha retenido por culpa del alcohol que ha bebido.
Él sonríe, ella aprieta la mandíbula y cierra por un momento los ojos, intenta contenerse. No ve la gracia que tiene todo aquello.
Ylahiah entra en la carroza por orden del inquisidor, Lakme tira de su pesado e incómodo vestido dispuesta a seguirle cuando la puerta se cierra.
Por un instante sus miradas se sostienen, escucha su voz y es un regalo para sus oídos. El voto de silencio ha finalizado hace tiempo, eso significa que ha pasado bastante desde la última vez que sus vidas se cruzaron. Ella tiene por un momento un “¿Por qué” que sus labios no van a pronunciar, ya que intenta ser orgullosa con su intento de hacer su gesto severo, pero no es capaz de crear esa máscara? Demasiados sentimientos se permiten contener.
Aroma sabor del férreo ajeno. Su cuerpo se tensa, su respiración se contiene con el simple sentir de su tacto sobre sus labios. Ella cierra los ojos, porque aquel efímero gesto le hace sentir fuego dentro de sí, la carne es débil, eso dicen. “Te he echado de menos”. No lo dice, al menos sus labios no pronuncian esas palabras, no quiere darle el gusto, quiere fingir ofensa porque es cierto que ha temido bastante por su vida en esos meses. Pero su simple tacto…
-[color:8114=#darkmagenta]Nadie va a liberar a nadie. -Le contesta en el mismo idioma y se mueve mucho en la carroza, el vestido es muy incómodo e intenta ordenarlo en su asiento.
La joven pelirroja de su lado, le habla en latín, le pregunta que quién son. Lakme no le dice nada, su gesto le da entender que no se meta en ese asunto.
Ella saluda a ambos con amabilidad, es muy bonita y parece muy feliz. Para no estarlo, su contrato con Vecchio ha terminado y se va a casar, formará una familia, y todos le están ayudando en su principio. Lucciano siempre supo cuidar de los suyos, su sentido de lealtad es bastante fuerte. Por eso Lakme lo eligió, aún recuerda la primera vez que lo vio en el campamento romano en el norte, tuerto y dolorido, a punto de llevar a la ruina a sus soldados.
El traqueteo comienza, la chica no dice nada nota toda aquella tensión, pero sigue intentando amenizar lo que le queda de tramo. Le pasa la botella de vino que llevaban bebiendo desde que salieron para empezar la fiesta por su cuenta. Lakme le da un trago y con un gesto seco le indica que no más.
Intenta fijar su mirada al mundo que le muestra aquella ventana, aunque de reojo mira a sus nuevos acompañantes. De repente no puedo evitar fijar su mirada en el niño, parece jugar con algo entre sus manos, una pequeña esfera blanca, demasiado brillante… Ahí está otra vez, esa visión que tuvo en Jerusalén, el “denario de plata”. ¿qué vaticinio traerá aquella visión que solo comparten el niño y ella? Izrail aún no lo ha notado, y ella no está segura si debería seguir ambos ignorando ese hecho.
La carroza entre en un recito con rejas, están rodeados por un enorme jardín de aspecto majestuoso, y luego está la mansión. Al parecer llegan tarde, o la fiesta se ha adelantado, ya que la música y las conversaciones son latentes.
Lakme le coloca una corona de flores a la chica, ella le insiste en que bajen con ella, que le acompañen dentro como tenían planeado, incluso hace gesto de que “ellos” entren, a pesar de que ha reconocido los símbolos de Izrail. Pero si Lakme confía en ellos, ella debe de hacerlo también.
La inmortal rechaza, le dice que luego se incorporará que no se preocupe y que disfrute de su noche.
La puerta se cierra y ahora se miran frente a frente. Lakme mira inquisidora a Izrail, el silencio es largo. Y el niño sigue sin entender nada, solo mira aquella conversación sin palabras que parece crearse entre ambas miradas.
-Has vuelto al redil… Por eso no encontraba tu rastro. -Referencia a los símbolos que daba señal de que oficialmente era un mentor dentro de su facción. Conocía bien los símbolos de los suyos, y eso debía de haberle ayudado a ocultarse de su búsqueda. Su vástago los cazaba con pasión, es más si ahora mismo supiera que había uno dentro de su territorio entraría en cólera. Sus ojos y sus oídos no llegan entre las filas de aquellos soldados, y si llegan estos son pronto exterminados, es su propia guerra en París. - ¿Qué debería hacer ahora con vosotros? ¿Qué esperas de mí Izrail? -Intenta que su voz suene seria, que su cuerpo no muestre signos de debilidad, pero ahí lo tiene frente suya. Contiene sus emociones cuando le encantaría estar entre sus brazos y sentir su piel. Sus manos nerviosa se entrelazan y juegan arrugar la tela del guante, sus ojos le traicionan porque derrama alguna lágrima y se muerde el labio.
Ha dejado su mano caer, y aun nota el dorso de su piel caliente por el golpe asestado. No ha sido un gesto meditado, más bien un impulso demasiado humano, y tal vez un pensamiento que no se ha retenido por culpa del alcohol que ha bebido.
Él sonríe, ella aprieta la mandíbula y cierra por un momento los ojos, intenta contenerse. No ve la gracia que tiene todo aquello.
Ylahiah entra en la carroza por orden del inquisidor, Lakme tira de su pesado e incómodo vestido dispuesta a seguirle cuando la puerta se cierra.
Por un instante sus miradas se sostienen, escucha su voz y es un regalo para sus oídos. El voto de silencio ha finalizado hace tiempo, eso significa que ha pasado bastante desde la última vez que sus vidas se cruzaron. Ella tiene por un momento un “¿Por qué” que sus labios no van a pronunciar, ya que intenta ser orgullosa con su intento de hacer su gesto severo, pero no es capaz de crear esa máscara? Demasiados sentimientos se permiten contener.
Aroma sabor del férreo ajeno. Su cuerpo se tensa, su respiración se contiene con el simple sentir de su tacto sobre sus labios. Ella cierra los ojos, porque aquel efímero gesto le hace sentir fuego dentro de sí, la carne es débil, eso dicen. “Te he echado de menos”. No lo dice, al menos sus labios no pronuncian esas palabras, no quiere darle el gusto, quiere fingir ofensa porque es cierto que ha temido bastante por su vida en esos meses. Pero su simple tacto…
-[color:8114=#darkmagenta]Nadie va a liberar a nadie. -Le contesta en el mismo idioma y se mueve mucho en la carroza, el vestido es muy incómodo e intenta ordenarlo en su asiento.
La joven pelirroja de su lado, le habla en latín, le pregunta que quién son. Lakme no le dice nada, su gesto le da entender que no se meta en ese asunto.
Ella saluda a ambos con amabilidad, es muy bonita y parece muy feliz. Para no estarlo, su contrato con Vecchio ha terminado y se va a casar, formará una familia, y todos le están ayudando en su principio. Lucciano siempre supo cuidar de los suyos, su sentido de lealtad es bastante fuerte. Por eso Lakme lo eligió, aún recuerda la primera vez que lo vio en el campamento romano en el norte, tuerto y dolorido, a punto de llevar a la ruina a sus soldados.
El traqueteo comienza, la chica no dice nada nota toda aquella tensión, pero sigue intentando amenizar lo que le queda de tramo. Le pasa la botella de vino que llevaban bebiendo desde que salieron para empezar la fiesta por su cuenta. Lakme le da un trago y con un gesto seco le indica que no más.
Intenta fijar su mirada al mundo que le muestra aquella ventana, aunque de reojo mira a sus nuevos acompañantes. De repente no puedo evitar fijar su mirada en el niño, parece jugar con algo entre sus manos, una pequeña esfera blanca, demasiado brillante… Ahí está otra vez, esa visión que tuvo en Jerusalén, el “denario de plata”. ¿qué vaticinio traerá aquella visión que solo comparten el niño y ella? Izrail aún no lo ha notado, y ella no está segura si debería seguir ambos ignorando ese hecho.
La carroza entre en un recito con rejas, están rodeados por un enorme jardín de aspecto majestuoso, y luego está la mansión. Al parecer llegan tarde, o la fiesta se ha adelantado, ya que la música y las conversaciones son latentes.
Lakme le coloca una corona de flores a la chica, ella le insiste en que bajen con ella, que le acompañen dentro como tenían planeado, incluso hace gesto de que “ellos” entren, a pesar de que ha reconocido los símbolos de Izrail. Pero si Lakme confía en ellos, ella debe de hacerlo también.
La inmortal rechaza, le dice que luego se incorporará que no se preocupe y que disfrute de su noche.
La puerta se cierra y ahora se miran frente a frente. Lakme mira inquisidora a Izrail, el silencio es largo. Y el niño sigue sin entender nada, solo mira aquella conversación sin palabras que parece crearse entre ambas miradas.
-Has vuelto al redil… Por eso no encontraba tu rastro. -Referencia a los símbolos que daba señal de que oficialmente era un mentor dentro de su facción. Conocía bien los símbolos de los suyos, y eso debía de haberle ayudado a ocultarse de su búsqueda. Su vástago los cazaba con pasión, es más si ahora mismo supiera que había uno dentro de su territorio entraría en cólera. Sus ojos y sus oídos no llegan entre las filas de aquellos soldados, y si llegan estos son pronto exterminados, es su propia guerra en París. - ¿Qué debería hacer ahora con vosotros? ¿Qué esperas de mí Izrail? -Intenta que su voz suene seria, que su cuerpo no muestre signos de debilidad, pero ahí lo tiene frente suya. Contiene sus emociones cuando le encantaría estar entre sus brazos y sentir su piel. Sus manos nerviosa se entrelazan y juegan arrugar la tela del guante, sus ojos le traicionan porque derrama alguna lágrima y se muerde el labio.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Mis ojos asienten al niño que mira con recelo a la desconocida y con perplejidad a la que una vez, tiempo atrás, le sacó de Jerusalén conmigo. La expresión de mi mirada le insta a ignorar la voz de la mujer pese a saber que, si ella ha sentenciado tan cosa, en realidad no va a ser necesario y es que, aunque en el fondo de mi posición de inquisidor el orgullo me queme por dentro, debo admitir que ella es la criatura más peligrosa de las cuatro que ocupamos la cabina.
Un fugaz pensamiento me corta la respiración por un momento y me hace evadirme de ese enclaustrado espacio. De todas las maneras posibles, ésta era la última que me habría imaginado para volver a coincidir; pero quizá esa era la costumbre de nuestros destinos, encontrarnos en circunstancias tan extrañas y de maneras tan casuales que hasta la rareza se podía convertir en lo común. Habría deseado una carta, una conversación pausada, animada, lejos de las enmarañadas circunstancias en las que nos habíamos visto envueltos, con el joven inquisidor mostrando sus logros lingüísticos, destrozando el latín y el castellano de mala manera. Pero parecía que, una vez más, aquello iba a tener que posponerse para más adelante.
Para cuando mi ensoñación me devolvió allí, el gesto de la inmortal había captado mi atención. Sin poder evitarlo, mis ojos se clavan de soslayo en los suyos, siguiendo la trayectoria de la mirada ajena hasta que se topa con el infante que, obediente, no suelta la daga. Tuerzo el gesto, extrañado, y giro de nuevo la cabeza aprovechando un hilo de aire fresco que se cuela por algún orificio diminuto de la carroza.
El traqueteo de los adoquines y la piedra cesa. Mi mano retira la cortinilla e inspecciono curioso la mansión a la que nos acercamos. Mis músculos se tensan y aprieto la mandíbula para intentar disimular el nerviosismo por la expectación. Ylahiah me mira, preguntando sin palabras cual es ese lugar que huele a césped recién cortado. Mi negativa es la mejor respuesta que puedo ofrecerle pero, para tranquilizarle, coloco mi mano en su hombro.
Los tres solo al fin. Estamos a la entrada de un portón enorme, casi parece el de la abadía en la que me crié. Ella me habla y yo callo por precaución. Silencio durante unos instantes que se rompe ante el tintineo de una bolsa de monedas de oro que dejo en manos del niño. -Ya sabes donde ir, chico- dibujo una cruz con mi pulgar sobre su frente y amenazo al cochero con ir a por él en caso de que ese niño sufra cualquier tipo de desgracia. Desconozco si es por mis insignias y la reputación que me precede, por la presencia de la sobrenatural o por la más ciega, pura y eficaz obediencia, pero no rechista.
Espero a que se hayan retirado lo suficiente antes de acariciar el hombro ajeno con el pesado guante. -Ahora solo tendrás que preocuparte de qué hacer conmigo- sonrío sardónico y mantengo la misma distancia que ella mantiene al tratar conmigo. Resulta obvio que no somos meros extraños a pesar de que nos tratemos como tal -No he conocido más vida que la de dentro de esos muros. Ignoro cuanto tiempo podré mantener el secreto, pero ese muchacho, sin saberlo, está contribuyendo a ello- suspiro y miro sus ojos esperando una respuesta a la que sea la pregunta más importante. Es estúpido ignorarla por más tiempo. -Respuestas. Pero debo estar preparado para escucharlas- me coloco a su lado y la tomo de la cintura, sintiendo un escalofrío por mi espalda, animandola a comenzar a caminar -Son tantas que podría llenar rollos enteros de pergamino, libros y hojas y no acabaría... pero centrándonos en los sucesos más recientes ¿Qué es este sitio?- aunque en el fondo había preguntas más trascendentales para mí, como por ejemplo lo que ella había visto en el niño.
-¿Y yo? ¿Qué esperas de mí, mujer? ¿Que soy yo para tí para que me golpees cuando es evidente que lo que ambos deseamos es algo muy diferente?- ¿acaso estaba reconociendo que ella se había convertido en ese "Talón de Aquiles" que todo el mundo tenía? ¿Sería que quizá, sin darme cuenta, había pasado de ser una presa a... alguien con más significado para mí del que jamás reconocería?
-Parece que hay una fiesta dentro y que eres parte importante de ella... no me gustaría privar a nadie de tu presencia- sentencio orgulloso aunque decepcionado para tratar de desviar la atención.
Un fugaz pensamiento me corta la respiración por un momento y me hace evadirme de ese enclaustrado espacio. De todas las maneras posibles, ésta era la última que me habría imaginado para volver a coincidir; pero quizá esa era la costumbre de nuestros destinos, encontrarnos en circunstancias tan extrañas y de maneras tan casuales que hasta la rareza se podía convertir en lo común. Habría deseado una carta, una conversación pausada, animada, lejos de las enmarañadas circunstancias en las que nos habíamos visto envueltos, con el joven inquisidor mostrando sus logros lingüísticos, destrozando el latín y el castellano de mala manera. Pero parecía que, una vez más, aquello iba a tener que posponerse para más adelante.
Para cuando mi ensoñación me devolvió allí, el gesto de la inmortal había captado mi atención. Sin poder evitarlo, mis ojos se clavan de soslayo en los suyos, siguiendo la trayectoria de la mirada ajena hasta que se topa con el infante que, obediente, no suelta la daga. Tuerzo el gesto, extrañado, y giro de nuevo la cabeza aprovechando un hilo de aire fresco que se cuela por algún orificio diminuto de la carroza.
El traqueteo de los adoquines y la piedra cesa. Mi mano retira la cortinilla e inspecciono curioso la mansión a la que nos acercamos. Mis músculos se tensan y aprieto la mandíbula para intentar disimular el nerviosismo por la expectación. Ylahiah me mira, preguntando sin palabras cual es ese lugar que huele a césped recién cortado. Mi negativa es la mejor respuesta que puedo ofrecerle pero, para tranquilizarle, coloco mi mano en su hombro.
Los tres solo al fin. Estamos a la entrada de un portón enorme, casi parece el de la abadía en la que me crié. Ella me habla y yo callo por precaución. Silencio durante unos instantes que se rompe ante el tintineo de una bolsa de monedas de oro que dejo en manos del niño. -Ya sabes donde ir, chico- dibujo una cruz con mi pulgar sobre su frente y amenazo al cochero con ir a por él en caso de que ese niño sufra cualquier tipo de desgracia. Desconozco si es por mis insignias y la reputación que me precede, por la presencia de la sobrenatural o por la más ciega, pura y eficaz obediencia, pero no rechista.
Espero a que se hayan retirado lo suficiente antes de acariciar el hombro ajeno con el pesado guante. -Ahora solo tendrás que preocuparte de qué hacer conmigo- sonrío sardónico y mantengo la misma distancia que ella mantiene al tratar conmigo. Resulta obvio que no somos meros extraños a pesar de que nos tratemos como tal -No he conocido más vida que la de dentro de esos muros. Ignoro cuanto tiempo podré mantener el secreto, pero ese muchacho, sin saberlo, está contribuyendo a ello- suspiro y miro sus ojos esperando una respuesta a la que sea la pregunta más importante. Es estúpido ignorarla por más tiempo. -Respuestas. Pero debo estar preparado para escucharlas- me coloco a su lado y la tomo de la cintura, sintiendo un escalofrío por mi espalda, animandola a comenzar a caminar -Son tantas que podría llenar rollos enteros de pergamino, libros y hojas y no acabaría... pero centrándonos en los sucesos más recientes ¿Qué es este sitio?- aunque en el fondo había preguntas más trascendentales para mí, como por ejemplo lo que ella había visto en el niño.
-¿Y yo? ¿Qué esperas de mí, mujer? ¿Que soy yo para tí para que me golpees cuando es evidente que lo que ambos deseamos es algo muy diferente?- ¿acaso estaba reconociendo que ella se había convertido en ese "Talón de Aquiles" que todo el mundo tenía? ¿Sería que quizá, sin darme cuenta, había pasado de ser una presa a... alguien con más significado para mí del que jamás reconocería?
-Parece que hay una fiesta dentro y que eres parte importante de ella... no me gustaría privar a nadie de tu presencia- sentencio orgulloso aunque decepcionado para tratar de desviar la atención.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Al principio se quedan los tres solos, al parecer esta es una conversación que debe darse solo entre ambos, ya que abandonan la carroza y Ylahiah se marcha siguiendo órdenes. Para ser tan pequeño es bastante espabilado, ha crecido bastante desde la última vez que lo vio.
Ahora ella es la que calla esperando a que la carroza se aleje, se da un buen tirón del vestido, es evidente que esta incomoda. Aun no entiende porque las mujeres de esa época le gustan tanto llevar esas máquinas de torturas que por mucho que les regale unas curvas voluptuosas, las piezas se le clavan y le permite una movilidad demasiado limitada.
Una costura de la cinturilla se desgarra, no es un desastre, tiene arreglo, aunque el deshilache se hace evidente. Ella blasfema en otro idioma, debe de haber dicho algo muy grave porque se lleva la mano a la boca. “Ups”. Usualmente puede ser muy bruta en su lenguaje, pero aquello debe haber pasado hasta sus límites.
Caricia en su hombro que la saca de aquel momento molesto, mantienen distancia desde que se ha iniciado el reencuentro cuando es evidente que se están deseando encontrar continuamente. Son pequeños detalles, pequeños gestos. Al menos ella lo anhela su contacto, pero en su orgullo se hace la dura.
-Al menos has conseguido guardarte del peligro, una salida por si te arrepientes. -Está siendo infantil y rencorosa, ni ha pensado en lo que acaba de soltar por la boca. -Perdona, realmente no pienso de ese modo…
Nota como la toma por la cintura, ella se estremece y se cruza de brazos aun resistiéndose. Le sigue en su caminar por aquellos jardines donde perderse. El sonido de la fiesta se va quedando un tanto lejano.
-Éste es uno de mis refugios, es el hogar de un “amigo”, un amigo al que no le agradaría ver esos símbolos que portas. Pero es la única persona en la confió, su fidelidad a mí es casi ciega, sabe cuál es mi carga. -Lo ha notado, su pregunto lo evidenciado y sabe que de repente busca evadir el tema. Ella también se ha convertido en su debilidad, ¿eso es bueno o es malo? Sus ojos se desvían y sus mejillas se sonrojan, duda. -Por así decirlo, mi amigo tiene una “gran familia “que proteger de vosotros, tiene un ideal de unión que no discrimina. Y no porque compartamos naturaleza, cuando él era humano ya luchaba por ello junto a otros, el problema para él sois los inquisidores, le impedís lograr algo.
Ella rompió su contacto y pensativo adelanto unos pasos mirando ambas manos enguantadas, se quita el guante que aun porta y los balancea en una de sus manos. Se detiene junto a un farol del oscuro jardín. Sin darse cuenta se han alejado un poco más de la cuenta.
-Las fiestas me cansan, ya dejará de echar en falta mi ausencia… Además, en dos días habrá boda, ahí no puedo faltar. La humana de la carroza y un cambiaformas. Aquí nadie les juzga, ni les hacen las cosas difíciles… Todo lo contrario. -Suspira y se acerca a él, sus ojos se clavan en los suyos dubitativos e intentan contener emociones, pero es imposible por la profundidad que le dedica.
Se abraza su propio cuerpo, y muerde sus labios, le da la espalda mirando el brillo de la luz de gas del farol. Los insectos danzan a su alrededor en su vaivén ajenos al mundo. -No sé qué espero de ti, te cruzaste en mi camino hace años y parece que no puedo alejarte de él, me… Dejaste una marca.
Suspira y el silencio le parece muy largo, tensó.
-Recuerdas la historia del cáliz, y si te dijera que yo soy ese cáliz… -Confeso parte de su secreto, ahí debería empezar sus preguntas y ella con sus respuestas. Pero de nuevo hay silencio.
Los grillos han decidido continuar con su canto, aquel jardín tiene su propia fauna salvaje que en cuanto la luna ha perturbado el cielo, la ha despertado creando otro mundo distinto y azul al que el calor del día le regala.
Toma aire y lo hace, sus pasos acelerados, su cuerpo se pega al suyo y sus labios impactan contra los ajenos, ni una mirada antes más dedicada. Ella bebe de él apresurada, es el sediento que busca el agua, o el agua que ha encontrado al sediento. Pierde su aliento en su camino, le roba el suyo. Se deja ir.
Ahora ella es la que calla esperando a que la carroza se aleje, se da un buen tirón del vestido, es evidente que esta incomoda. Aun no entiende porque las mujeres de esa época le gustan tanto llevar esas máquinas de torturas que por mucho que les regale unas curvas voluptuosas, las piezas se le clavan y le permite una movilidad demasiado limitada.
Una costura de la cinturilla se desgarra, no es un desastre, tiene arreglo, aunque el deshilache se hace evidente. Ella blasfema en otro idioma, debe de haber dicho algo muy grave porque se lleva la mano a la boca. “Ups”. Usualmente puede ser muy bruta en su lenguaje, pero aquello debe haber pasado hasta sus límites.
Caricia en su hombro que la saca de aquel momento molesto, mantienen distancia desde que se ha iniciado el reencuentro cuando es evidente que se están deseando encontrar continuamente. Son pequeños detalles, pequeños gestos. Al menos ella lo anhela su contacto, pero en su orgullo se hace la dura.
-Al menos has conseguido guardarte del peligro, una salida por si te arrepientes. -Está siendo infantil y rencorosa, ni ha pensado en lo que acaba de soltar por la boca. -Perdona, realmente no pienso de ese modo…
Nota como la toma por la cintura, ella se estremece y se cruza de brazos aun resistiéndose. Le sigue en su caminar por aquellos jardines donde perderse. El sonido de la fiesta se va quedando un tanto lejano.
-Éste es uno de mis refugios, es el hogar de un “amigo”, un amigo al que no le agradaría ver esos símbolos que portas. Pero es la única persona en la confió, su fidelidad a mí es casi ciega, sabe cuál es mi carga. -Lo ha notado, su pregunto lo evidenciado y sabe que de repente busca evadir el tema. Ella también se ha convertido en su debilidad, ¿eso es bueno o es malo? Sus ojos se desvían y sus mejillas se sonrojan, duda. -Por así decirlo, mi amigo tiene una “gran familia “que proteger de vosotros, tiene un ideal de unión que no discrimina. Y no porque compartamos naturaleza, cuando él era humano ya luchaba por ello junto a otros, el problema para él sois los inquisidores, le impedís lograr algo.
Ella rompió su contacto y pensativo adelanto unos pasos mirando ambas manos enguantadas, se quita el guante que aun porta y los balancea en una de sus manos. Se detiene junto a un farol del oscuro jardín. Sin darse cuenta se han alejado un poco más de la cuenta.
-Las fiestas me cansan, ya dejará de echar en falta mi ausencia… Además, en dos días habrá boda, ahí no puedo faltar. La humana de la carroza y un cambiaformas. Aquí nadie les juzga, ni les hacen las cosas difíciles… Todo lo contrario. -Suspira y se acerca a él, sus ojos se clavan en los suyos dubitativos e intentan contener emociones, pero es imposible por la profundidad que le dedica.
Se abraza su propio cuerpo, y muerde sus labios, le da la espalda mirando el brillo de la luz de gas del farol. Los insectos danzan a su alrededor en su vaivén ajenos al mundo. -No sé qué espero de ti, te cruzaste en mi camino hace años y parece que no puedo alejarte de él, me… Dejaste una marca.
Suspira y el silencio le parece muy largo, tensó.
-Recuerdas la historia del cáliz, y si te dijera que yo soy ese cáliz… -Confeso parte de su secreto, ahí debería empezar sus preguntas y ella con sus respuestas. Pero de nuevo hay silencio.
Los grillos han decidido continuar con su canto, aquel jardín tiene su propia fauna salvaje que en cuanto la luna ha perturbado el cielo, la ha despertado creando otro mundo distinto y azul al que el calor del día le regala.
Toma aire y lo hace, sus pasos acelerados, su cuerpo se pega al suyo y sus labios impactan contra los ajenos, ni una mirada antes más dedicada. Ella bebe de él apresurada, es el sediento que busca el agua, o el agua que ha encontrado al sediento. Pierde su aliento en su camino, le roba el suyo. Se deja ir.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Mi gesto, contrariado y notablemente ofendido, no da lugar a una posible réplica. No sé como se supone que debo actuar ante una acusación como esa si no es a golpe de espada, pero contra ella no puedo. Mi cabeza funciona al ritmo de una locomotora, buscando una respuesta inteligente y diferente a una simple negación, que queda aplacada por la rectificación que sus labios me regalan a modo de disculpa. Tomo aire lentamente y lo dejo escapar de la misma manera, restando importancia a lo que acabo de escuchar, dejándolo pasar como el tiempo a las estaciones.
Sin duda, había sabido escoger su pequeña fortaleza mucho mejor que yo. Más acogedora, imponente y refinada que los fríos muros de piedra de las catedrales y abadías en las que yo me había criado y refugiado desde siempre. Por un fugaz momento, mi mente recta de inquisidor me permite conocer un mínimo sentimiento de envidia. Disgustado por esa muestra de debilidad indebida e impropia en alguien de mi posición, mis dientes muerden mi carrillo por dentro a modo de improvisada penitencia, reabriendo la herida que sus golpes me han provocado. Pero ojalá sólo fuera ese sentimiento el que debo aplacar.
Una parte de mía desea entrar en la fiesta, sabedor de lo que hay dentro, de la cantidad de impuros que resguardan aquellas paredes. Sólo desea fuego, limpiar ese lugar de la mancha que lo habita y, si fuera necesario, sucumbir cumpliendo Su obra. -¿Y eso en qué posición me deja a mí? ¿Pretendes que pase por alto que el dueño de ésta hacienda es una criatura de la noche cuyo entretenimiento es cazarme a mí y a mis hermanos?- Empuño con fuerza el mango de una espada, sin desenvainarla, tratando de aplacar el instinto que se despierta en mí. Para lo que he sido criado. Y la situación no cambia cuando me confiesa que he tenido al alcance de mi espada a quien va a desposar a un animal, a alguien a quien podía haber limpiado de pecado y, en cambio, he dejado ir. -Nadie les juzga y traes a un Inquisidor a las puertas de su "seguridad"...- la veo acercarse y me estremezco al pensar en la posición en la que me ha colocado. -Ya he sangrado por ti dos veces... y lo haría durante una eternidad si fuera preciso, pero espero que comprendas la gravedad de lo que me acabas de mostrar- reconozco con los ojos clanvandose en los ajenos.
Evoco el recuerdo de aquel primer encuentro, mi pistola apuntándola, el fuego de la guarida de aquella bruja y el desenfreno posterior. Desde aquel día, mi propia vida es mi penitencia y por más que me aferre a la idea de que ojalá la muerte me llevase pronto, parece que Él ha querido que mi destino quede unido al de ella. -El sentimiento es mutuo...- asiento, avergonzado al no poder mostrar alegría por ella por tener a alguien que cuide de ella y donde nadie la persigue por ser lo que es.
-Todas las religiones han buscado su particular Cáliz Sagrado...- no es algo nuevo que, desde que el mundo es mundo, los hombres han soñado con objetos o recipientes, humanos o no, de un poder tan especial que el tiempo ha acabado convirtiéndolos en mitos. -El Santo Grial, un Vellocino de oro, un martillo divino, vasos canopes tallados por los dioses... todos aseguran tener algo de especial- aseguro con vehemencia, dando por cierto lo que me dice -Yo he sido espectador de tu poder y de que guardas algo dentro, cumples dos de los tres aspectos de las reliquias pero dime... ¿Que te hace especial para nosotros?- hablo como inquisidor, uno que ha asumido un rol atípico con ella, pero inquisidor al fin y al cabo.
Pero no hay respuesta; no la que esperaba. El beso me pilla por sorpresa tras la frialdad y la distancia mostrada hasta ahora. El sentido común y el orgullo me dicen que no ceda, que no es momento ni lugar... pero es ella, sea por el motivo que sea, ella es diferente y yo, por mucho que me niegue, sólo soy un hombre que corresponde al beso sin pensarlo.
Sin duda, había sabido escoger su pequeña fortaleza mucho mejor que yo. Más acogedora, imponente y refinada que los fríos muros de piedra de las catedrales y abadías en las que yo me había criado y refugiado desde siempre. Por un fugaz momento, mi mente recta de inquisidor me permite conocer un mínimo sentimiento de envidia. Disgustado por esa muestra de debilidad indebida e impropia en alguien de mi posición, mis dientes muerden mi carrillo por dentro a modo de improvisada penitencia, reabriendo la herida que sus golpes me han provocado. Pero ojalá sólo fuera ese sentimiento el que debo aplacar.
Una parte de mía desea entrar en la fiesta, sabedor de lo que hay dentro, de la cantidad de impuros que resguardan aquellas paredes. Sólo desea fuego, limpiar ese lugar de la mancha que lo habita y, si fuera necesario, sucumbir cumpliendo Su obra. -¿Y eso en qué posición me deja a mí? ¿Pretendes que pase por alto que el dueño de ésta hacienda es una criatura de la noche cuyo entretenimiento es cazarme a mí y a mis hermanos?- Empuño con fuerza el mango de una espada, sin desenvainarla, tratando de aplacar el instinto que se despierta en mí. Para lo que he sido criado. Y la situación no cambia cuando me confiesa que he tenido al alcance de mi espada a quien va a desposar a un animal, a alguien a quien podía haber limpiado de pecado y, en cambio, he dejado ir. -Nadie les juzga y traes a un Inquisidor a las puertas de su "seguridad"...- la veo acercarse y me estremezco al pensar en la posición en la que me ha colocado. -Ya he sangrado por ti dos veces... y lo haría durante una eternidad si fuera preciso, pero espero que comprendas la gravedad de lo que me acabas de mostrar- reconozco con los ojos clanvandose en los ajenos.
Evoco el recuerdo de aquel primer encuentro, mi pistola apuntándola, el fuego de la guarida de aquella bruja y el desenfreno posterior. Desde aquel día, mi propia vida es mi penitencia y por más que me aferre a la idea de que ojalá la muerte me llevase pronto, parece que Él ha querido que mi destino quede unido al de ella. -El sentimiento es mutuo...- asiento, avergonzado al no poder mostrar alegría por ella por tener a alguien que cuide de ella y donde nadie la persigue por ser lo que es.
-Todas las religiones han buscado su particular Cáliz Sagrado...- no es algo nuevo que, desde que el mundo es mundo, los hombres han soñado con objetos o recipientes, humanos o no, de un poder tan especial que el tiempo ha acabado convirtiéndolos en mitos. -El Santo Grial, un Vellocino de oro, un martillo divino, vasos canopes tallados por los dioses... todos aseguran tener algo de especial- aseguro con vehemencia, dando por cierto lo que me dice -Yo he sido espectador de tu poder y de que guardas algo dentro, cumples dos de los tres aspectos de las reliquias pero dime... ¿Que te hace especial para nosotros?- hablo como inquisidor, uno que ha asumido un rol atípico con ella, pero inquisidor al fin y al cabo.
Pero no hay respuesta; no la que esperaba. El beso me pilla por sorpresa tras la frialdad y la distancia mostrada hasta ahora. El sentido común y el orgullo me dicen que no ceda, que no es momento ni lugar... pero es ella, sea por el motivo que sea, ella es diferente y yo, por mucho que me niegue, sólo soy un hombre que corresponde al beso sin pensarlo.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Ella lo ha notado en su mirada, su cuerpo se tensa y busca pronto el filo de su arma sedienta de fuego y sangre. La inmortal no pretende ni espera que altere sus creencias ni dogmas, sabe perfectamente que su instinto le indica que debe purgar al mundo de aberraciones como ella misma. Ha conocido en los siglos a muchos como él, los ha cazado junto con su vástago en aquella campaña, los ha torturado y asesinado sin piedad con la misma pasión con la que caza a los suyos propios para alimentarse.
En su propio código milenario, de ancianos como ellos, cualquiera es merecedor del don de las tinieblas, al parecer París se ha convertido en un hervidero de nuevos vampiros, y sus secretos más ancestrales han sido transmitidos adrede, incluso el más importante: el abrazo.
En otros tiempos el secreto del “abrazo” solo lo tenían unos pocos, era un acto casi sagrado. Incluso Lakme tuvo que comentar demasiados errores para llegar a su clave, fueron muchos sacrificios, y dolorosas muertes de posibles compañeros que no llegaron a pasar el cambio, porque éste no se había ejecutado con los pasos correspondientes. En ese sentido ella había sido como una niña que aprende de cero a caminar, todos sus conocimientos sobre los suyos fue un continuo ensayo y error, sin tener a un Sire que la guiase o enseñase lo que debía hacer.
Perdida en el contacto de sus labios, parece al principio resistirse a su caricia lenta y deleitante, pero finalmente él también cede correspondiendo. Ta vez no fuese el mejor momento, pero ella no puede resistirse, sus emociones han podido con ella cuando debía de mantener su templanza y cordura bien atada.
Separa su boca de la ajena, pero no su cuerpo que aún sigue aferrada al suyo. Su mirada silenciosa se cruza con la de él, en un extraño brillo. ¿Qué podría pasársela por esos momentos a aquella mujer de gesto indescifrable?
Su voz es a hora la que le regresa a esa realidad. Lo está poniendo a prueba, una oportunidad que ha aprovechado para ver hasta dónde está dispuesto a llegar aquel soldado de Dios.
-Comprendo bastante esa gravedad. Confió en ti en profundidad, a riesgo de… -Desvía la mirada, y calla por unos segundos. Aún no se ha separado de su contacto. -… A riesgo de todo. Tal vez éste errando y esta ciega completamente con respecto a ti, y todo esto sea una trampa, una manipulación. pero asumo el peligro que rodea a estas extrañas circunstancias y relación. -Sus ojos no son amenazadores, pero debían de serlo cuando sus manos se aprietan en su ropa y sus labios casi acariciadores en los suyos tornan su voz en un susurro y un juramento. -Haz lo que debas hacer, Izrail, pero si esta noche te ves incitado a hacer una masacre ahí dentro, ten seguro que me arrojare a las llamas de la hoguera que estés decidido a hacer.
Su cuerpo se despega del ajeno, le deja huérfano de su presencia, frío de su calor. Ella sigue con su paso, el roce de su vestido contra el suelo el ruidoso a pesar de que se ha vuelto a hacer silencio entre ambos.
-Más bien para una pequeña parte muy reservada de “vosotros”. La lealtad siempre se ve truncada con la ambición, ¿por qué guardar secretos entre vosotros si no es por ambición. -Labios finos que se curvan en sarcasmo, en todas las facciones siempre hay corruptos y luego aquellos que ansían el poder. -Una “cura” contra todo, acabar con la maldición de la luna, hacer que los vampiros vuelvan a ver la luz del sol… Creen en una cura, pero no funciona así. Mi sangre, el ente... Un cáliz es un recipiente, nada más. -Le ha dado la espalda, y no termina de explicarle todo. Suspira y se vuelve a él. -Tal vez debiéramos marcharnos, para evitar “tentaciones”. Un lugar que te sea más “agradable” y te dé más seguridad. Hablar con tranquilidad.
En su propio código milenario, de ancianos como ellos, cualquiera es merecedor del don de las tinieblas, al parecer París se ha convertido en un hervidero de nuevos vampiros, y sus secretos más ancestrales han sido transmitidos adrede, incluso el más importante: el abrazo.
En otros tiempos el secreto del “abrazo” solo lo tenían unos pocos, era un acto casi sagrado. Incluso Lakme tuvo que comentar demasiados errores para llegar a su clave, fueron muchos sacrificios, y dolorosas muertes de posibles compañeros que no llegaron a pasar el cambio, porque éste no se había ejecutado con los pasos correspondientes. En ese sentido ella había sido como una niña que aprende de cero a caminar, todos sus conocimientos sobre los suyos fue un continuo ensayo y error, sin tener a un Sire que la guiase o enseñase lo que debía hacer.
Perdida en el contacto de sus labios, parece al principio resistirse a su caricia lenta y deleitante, pero finalmente él también cede correspondiendo. Ta vez no fuese el mejor momento, pero ella no puede resistirse, sus emociones han podido con ella cuando debía de mantener su templanza y cordura bien atada.
Separa su boca de la ajena, pero no su cuerpo que aún sigue aferrada al suyo. Su mirada silenciosa se cruza con la de él, en un extraño brillo. ¿Qué podría pasársela por esos momentos a aquella mujer de gesto indescifrable?
Su voz es a hora la que le regresa a esa realidad. Lo está poniendo a prueba, una oportunidad que ha aprovechado para ver hasta dónde está dispuesto a llegar aquel soldado de Dios.
-Comprendo bastante esa gravedad. Confió en ti en profundidad, a riesgo de… -Desvía la mirada, y calla por unos segundos. Aún no se ha separado de su contacto. -… A riesgo de todo. Tal vez éste errando y esta ciega completamente con respecto a ti, y todo esto sea una trampa, una manipulación. pero asumo el peligro que rodea a estas extrañas circunstancias y relación. -Sus ojos no son amenazadores, pero debían de serlo cuando sus manos se aprietan en su ropa y sus labios casi acariciadores en los suyos tornan su voz en un susurro y un juramento. -Haz lo que debas hacer, Izrail, pero si esta noche te ves incitado a hacer una masacre ahí dentro, ten seguro que me arrojare a las llamas de la hoguera que estés decidido a hacer.
Su cuerpo se despega del ajeno, le deja huérfano de su presencia, frío de su calor. Ella sigue con su paso, el roce de su vestido contra el suelo el ruidoso a pesar de que se ha vuelto a hacer silencio entre ambos.
-Más bien para una pequeña parte muy reservada de “vosotros”. La lealtad siempre se ve truncada con la ambición, ¿por qué guardar secretos entre vosotros si no es por ambición. -Labios finos que se curvan en sarcasmo, en todas las facciones siempre hay corruptos y luego aquellos que ansían el poder. -Una “cura” contra todo, acabar con la maldición de la luna, hacer que los vampiros vuelvan a ver la luz del sol… Creen en una cura, pero no funciona así. Mi sangre, el ente... Un cáliz es un recipiente, nada más. -Le ha dado la espalda, y no termina de explicarle todo. Suspira y se vuelve a él. -Tal vez debiéramos marcharnos, para evitar “tentaciones”. Un lugar que te sea más “agradable” y te dé más seguridad. Hablar con tranquilidad.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
El contacto con sus labios es breve y fugaz; deja con ganas de más pero mis labios no me permiten concederla tal súplica. Sellados, mantienen un silencio expectante, casi incrédulo, ante las afirmaciones que pronuncia a modo de advertencia o, incluso, amenaza. Con gusto haría arder a la totalidad de los asistentes y hasta por un momento me atrevo a repasar el material del que dispongo, cuestionándome si sería suficiente para retener momentáneamente a la mujer que dice pretender inmolarse si mis manos provocan el infierno en aquel lugar. Ella es fuerte y antigua, pero sus debilidades son las mismas y... "¡No!" me ordeno en silencio, obligándome a detener esos pensamientos.
-Bien sabes que tengo métodos más sutiles para purgar todas las almas de ahí dentro- enuncio con resentimiento ante el chantaje -Pero honraré tu confianza... por ser lo que eres para mí y daré a tus...- la palabra casi se me atraviesa en la garganta -...amigos la ventaja del tiempo. Uno de mis ratoncillos llevará un mensaje a mis hermanos dentro de dos días, nada seguro, meras suposiciones. El mensaje tendrá indicios tan evidentes que la Inquisición no podrá pasarlos por alto; no estés aquí, vendrán con todos los soldados que estén disponibles en París y ni siquiera tú serías capaz de pararlos, inmortales incluídos. Es la mejor oferta que puedo hacer- mi cuerpo se mantiene firme a pesar de que ella ha decidido prescindir del contacto. Trato de calmar mis ganas de volver a ella, de decirla que todo irá bien y que vayamos a cualquier lugar, lejos de allí, de la inquisición y de todo lo que la persigue. Y de saber que su respuesta sería una afirmación, así lo haría.
-La inquisición la forman hombres y sobrenaturales, los primeros somos débiles y los segundos una mancha en la Institución en la que militan. La ambición viene de la envidia y la envidia es un pecado Capital y, como tal debe ser castigado...- demuestro que mi imparcialidad es tal que hasta me tomo la osadía de insinuar un castigo a miembros notables de la iglesia y hasta blasfemo de pensamiento que, de ser merecedor de ello, con gusto sería capaz de purgar al Santo padre.
Durante años, antes de que las enseñanzas del Padre Agustín calaran más hondo en mí, cuando mi educación se ceñía a las abadías, escuelas y catedrales, mi ceguera era tal que equiparaba a la Iglesia con Dios. Mi mentor me abrió los ojos, me mostró que Dios estaba en todo y en todos y que, de no estarlo, esa era la señal de quien debía ser purgado pero la Iglesia, al Igual que la Inquisición, no serían nada sin Dios mientras que Dios seguiría siendo sin ninguna de ellas dos. Quizá esa era la nota discordante que me distinguía de mis hermanos. Para ellos, quienes no habían sido beneficiarios de tal bendición, la Inquisición solo era un instrumento para justificar actos de violencia, maquillandolos con el semblante de la devoción. Yo había ido más allá, había comprendido que, gracias a mis actos, la Inquisición dejaría de existir y, mientras ellos deseaban perpetuar el nombre de la Inquisición por miles de años, yo solo deseaba que un día pudiera llegar a dejar de existir.
-Ellos no son Dios y como tal, pueden ser juzgados... sólo debes contarme más, pero procura que tu boca solo enuncie la verdad- hablo firme, recto, duro y tajante, procurando que el mensaje cale tan hondo como espero.
-Está bien, salgamos de aquí... pero ya sabes cual es mi postura; dos días- mis pasos me acercan a ella y a pesar de haber entonado la sentencia para sus amigos dentro de dos lunas, mis manos se aferran a sus hombros y beso su cuello desde atrás antes de envolverla con un profundo abrazo -Jamás vuelvas a pensar que me he reunido con Él sin antes haberme despedido de ti... y aprovecha esta noche para contarme toda tu historia, Nebt Mekfat-
A la noche le faltaba aún una hora para hallarse en su punto álgido, silenciosa y solemne como solo la luna podría propiciar, tan solo unos ligeros ruidos de la fiesta que se estaba celebrando irrumpían en él. Y quizá era aquella mujer, el embrujo de la noche o mi debilidad humana pero nada pudo hacer que mis manos la volteasen hasta ponerla frente a frente, tomándola por la cintura apretándola contra mí en un beso tan salvaje como la naturaleza de la mujer que lo recibía.
-Bien sabes que tengo métodos más sutiles para purgar todas las almas de ahí dentro- enuncio con resentimiento ante el chantaje -Pero honraré tu confianza... por ser lo que eres para mí y daré a tus...- la palabra casi se me atraviesa en la garganta -...amigos la ventaja del tiempo. Uno de mis ratoncillos llevará un mensaje a mis hermanos dentro de dos días, nada seguro, meras suposiciones. El mensaje tendrá indicios tan evidentes que la Inquisición no podrá pasarlos por alto; no estés aquí, vendrán con todos los soldados que estén disponibles en París y ni siquiera tú serías capaz de pararlos, inmortales incluídos. Es la mejor oferta que puedo hacer- mi cuerpo se mantiene firme a pesar de que ella ha decidido prescindir del contacto. Trato de calmar mis ganas de volver a ella, de decirla que todo irá bien y que vayamos a cualquier lugar, lejos de allí, de la inquisición y de todo lo que la persigue. Y de saber que su respuesta sería una afirmación, así lo haría.
-La inquisición la forman hombres y sobrenaturales, los primeros somos débiles y los segundos una mancha en la Institución en la que militan. La ambición viene de la envidia y la envidia es un pecado Capital y, como tal debe ser castigado...- demuestro que mi imparcialidad es tal que hasta me tomo la osadía de insinuar un castigo a miembros notables de la iglesia y hasta blasfemo de pensamiento que, de ser merecedor de ello, con gusto sería capaz de purgar al Santo padre.
Durante años, antes de que las enseñanzas del Padre Agustín calaran más hondo en mí, cuando mi educación se ceñía a las abadías, escuelas y catedrales, mi ceguera era tal que equiparaba a la Iglesia con Dios. Mi mentor me abrió los ojos, me mostró que Dios estaba en todo y en todos y que, de no estarlo, esa era la señal de quien debía ser purgado pero la Iglesia, al Igual que la Inquisición, no serían nada sin Dios mientras que Dios seguiría siendo sin ninguna de ellas dos. Quizá esa era la nota discordante que me distinguía de mis hermanos. Para ellos, quienes no habían sido beneficiarios de tal bendición, la Inquisición solo era un instrumento para justificar actos de violencia, maquillandolos con el semblante de la devoción. Yo había ido más allá, había comprendido que, gracias a mis actos, la Inquisición dejaría de existir y, mientras ellos deseaban perpetuar el nombre de la Inquisición por miles de años, yo solo deseaba que un día pudiera llegar a dejar de existir.
-Ellos no son Dios y como tal, pueden ser juzgados... sólo debes contarme más, pero procura que tu boca solo enuncie la verdad- hablo firme, recto, duro y tajante, procurando que el mensaje cale tan hondo como espero.
-Está bien, salgamos de aquí... pero ya sabes cual es mi postura; dos días- mis pasos me acercan a ella y a pesar de haber entonado la sentencia para sus amigos dentro de dos lunas, mis manos se aferran a sus hombros y beso su cuello desde atrás antes de envolverla con un profundo abrazo -Jamás vuelvas a pensar que me he reunido con Él sin antes haberme despedido de ti... y aprovecha esta noche para contarme toda tu historia, Nebt Mekfat-
A la noche le faltaba aún una hora para hallarse en su punto álgido, silenciosa y solemne como solo la luna podría propiciar, tan solo unos ligeros ruidos de la fiesta que se estaba celebrando irrumpían en él. Y quizá era aquella mujer, el embrujo de la noche o mi debilidad humana pero nada pudo hacer que mis manos la volteasen hasta ponerla frente a frente, tomándola por la cintura apretándola contra mí en un beso tan salvaje como la naturaleza de la mujer que lo recibía.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Le ha regalado tiempo, es lo único que puede concederle. Aunque sabe que gustoso llevaría la labor para la que le han entrenado, su código y dogma, que no puede ser alterado, pero a cambio se ha visto truncado por la imagen de la fémina. Aún no sabe cómo han llegado a esto, aún no sabe lo que sus ojos han visto en los de ella para que sea capaz de arriesgar tanto. Ni en qué punto están dentro de aquella balanza.
-Dos días… -Reafirma, la duda la asoma. ¿Qué debe de hacer? Usar la verdad o mentirles. No sabe cómo usar aquella información, no está segura. -Sangre y fuego.
Tal vez solo advertirles a todos, que se marchen, decirle que ellos vendrán, el problema es que Lucciano tendrá excusa para batalla. Y es que desde que su corazón quedo quebrado no se comporta con raciocinio, su vástago se deja llevar por las pasiones y arrasa con todo lo que ve de un modo casi suicida, parece encontrar gozo en cualquier circunstancia que le lleve a lucha o batalla. Ella tiene esperanza que su corazón se calme, porque ella regresará junto a él algún día. Solo necesita tiempo.
También puede usar esa información a su favor, ser selectiva y crear la trampa perfecta para diezmar a parte de su especie no merecedores de su condición, y rivales en aquella guerra de territorios entre inmortales. Son su alimento preferido, su sangre le ayuda a crear aquella perfecta máscara de calor humano, mantiene su sed a ralla durante más tiempo.
-Solo la verdad. -Su voz se pierde con su mirada, está claro que su mente vaga meditabunda por sus palabras claras y tajantes y luego la decisión que tiene que tomar con respecto al otro asunto. Ella abraza su propio cuerpo mientras se gira volviendo al camino por el que había llegado a la zona del jardín.
Se adelanta a él unos pasos mientras deja caer sus brazos, regresa a sus pasos, y su mano balancea ambos guantes largos. Pueden tomar otra carroza, alejar de ese lugar al inquisidor, dejar de incomodarlo. Un lugar neutral para ambos, ¿pero ¿cuál? A ella poco le importa si la sumerge en la boca del lobo mientras pueda permanecer a su a su lado.
“Mi historia…”
Algo la detiene despertándola de entre sus pensamientos, son sus manos firmes envolviendo sus hombros, sus labios sobre su cuello que queda al descubierto por el ceñido peinado que alza sus cabellos complicadamente. Siente estremecerse en su nuca desnuda, sus labios pronuncian una exhalación liberada sin quererlo.
“Nebt Mefkat…”
Sus brazos la envuelven y ella se deja hacer, su voz pronuncia su nombre. Un nombre que solo llego a pronunciar de ese modo, cuando ahora estaba viva. Cuando había promesas, y no la traición que trajo consigo junto con él odio.
Había pasado demasiado tiempo que no escuchaba su completo nombre que su padre le puso al nacer, es como regalarle un pedazo de su identidad verdadera. No otro papel que interpretar con un nombre falso, una personalidad inventada, un rol creado de la nada para adaptarse al espíritu que la época le imponte. Es ella en esencia, es esa parte oculta y tan llena de misterio que nadie conoce.
Sus palabras la dejan muda, y cuando decide volver su rostro para mirarle no le da tiempo a encontrarse con sus verdes. Su expresión debe de ser sorpresa cuando él la aprieta contra su cuerpo y devora sus labios con avidez y necesidad, ella correspondiendo con misma pasión y fogosidad. Sintiendo que podría destrozarle, pero a la vez se siente desvanece en su calidez, así creciendo en ella un oscuro deseo de volver a reencontrarse con su cuerpo, de explorar cada uno de los detalles de su piel...
Deja caer los guantes al suelo.
Por un momento y con ojos brillantes debida a la excitación, jadea contra sus labios, cuando se retira el contacto efímero para tomar el aire y volver a aquella batalla entre bocas. Su corazón golpea de un modo notable contra su pecho, ¿cómo puede ser si muchos afirman que un ser como aquel no siente el latir del corazón ni su necesidad en él?
Sentimientos y emociones evocados que se entremezclan…
Teme que la noche se termine.
Si el supiera el poder que él es capaz ejerce sobre ella, tal vez ambos estaría más que perdidos de lo que ya están… ¿O acaso ya lo estaban dentro de su inconsciencia extrema?
-Dos días… -Reafirma, la duda la asoma. ¿Qué debe de hacer? Usar la verdad o mentirles. No sabe cómo usar aquella información, no está segura. -Sangre y fuego.
Tal vez solo advertirles a todos, que se marchen, decirle que ellos vendrán, el problema es que Lucciano tendrá excusa para batalla. Y es que desde que su corazón quedo quebrado no se comporta con raciocinio, su vástago se deja llevar por las pasiones y arrasa con todo lo que ve de un modo casi suicida, parece encontrar gozo en cualquier circunstancia que le lleve a lucha o batalla. Ella tiene esperanza que su corazón se calme, porque ella regresará junto a él algún día. Solo necesita tiempo.
También puede usar esa información a su favor, ser selectiva y crear la trampa perfecta para diezmar a parte de su especie no merecedores de su condición, y rivales en aquella guerra de territorios entre inmortales. Son su alimento preferido, su sangre le ayuda a crear aquella perfecta máscara de calor humano, mantiene su sed a ralla durante más tiempo.
-Solo la verdad. -Su voz se pierde con su mirada, está claro que su mente vaga meditabunda por sus palabras claras y tajantes y luego la decisión que tiene que tomar con respecto al otro asunto. Ella abraza su propio cuerpo mientras se gira volviendo al camino por el que había llegado a la zona del jardín.
Se adelanta a él unos pasos mientras deja caer sus brazos, regresa a sus pasos, y su mano balancea ambos guantes largos. Pueden tomar otra carroza, alejar de ese lugar al inquisidor, dejar de incomodarlo. Un lugar neutral para ambos, ¿pero ¿cuál? A ella poco le importa si la sumerge en la boca del lobo mientras pueda permanecer a su a su lado.
“Mi historia…”
Algo la detiene despertándola de entre sus pensamientos, son sus manos firmes envolviendo sus hombros, sus labios sobre su cuello que queda al descubierto por el ceñido peinado que alza sus cabellos complicadamente. Siente estremecerse en su nuca desnuda, sus labios pronuncian una exhalación liberada sin quererlo.
“Nebt Mefkat…”
Sus brazos la envuelven y ella se deja hacer, su voz pronuncia su nombre. Un nombre que solo llego a pronunciar de ese modo, cuando ahora estaba viva. Cuando había promesas, y no la traición que trajo consigo junto con él odio.
Había pasado demasiado tiempo que no escuchaba su completo nombre que su padre le puso al nacer, es como regalarle un pedazo de su identidad verdadera. No otro papel que interpretar con un nombre falso, una personalidad inventada, un rol creado de la nada para adaptarse al espíritu que la época le imponte. Es ella en esencia, es esa parte oculta y tan llena de misterio que nadie conoce.
Sus palabras la dejan muda, y cuando decide volver su rostro para mirarle no le da tiempo a encontrarse con sus verdes. Su expresión debe de ser sorpresa cuando él la aprieta contra su cuerpo y devora sus labios con avidez y necesidad, ella correspondiendo con misma pasión y fogosidad. Sintiendo que podría destrozarle, pero a la vez se siente desvanece en su calidez, así creciendo en ella un oscuro deseo de volver a reencontrarse con su cuerpo, de explorar cada uno de los detalles de su piel...
Deja caer los guantes al suelo.
Por un momento y con ojos brillantes debida a la excitación, jadea contra sus labios, cuando se retira el contacto efímero para tomar el aire y volver a aquella batalla entre bocas. Su corazón golpea de un modo notable contra su pecho, ¿cómo puede ser si muchos afirman que un ser como aquel no siente el latir del corazón ni su necesidad en él?
Sentimientos y emociones evocados que se entremezclan…
Teme que la noche se termine.
Si el supiera el poder que él es capaz ejerce sobre ella, tal vez ambos estaría más que perdidos de lo que ya están… ¿O acaso ya lo estaban dentro de su inconsciencia extrema?
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Que el momento no se acabe nunca, que el tiempo se detenga y congele ese instante. Que no fueramos lo que somos y que su condición no suponga una amenaza para la mía del mismo modo que la propia hace con la ajena. No necesitar ni excusas ni justificaciones para verla y que, al hacerlo, no me sienta culpable. O no tener que esconder de mis propias palabras lo que realmente me gustaría gritar a los cuatro vientos. Pero la realidad sigue siendo la misma que ayer y la brevedad y sutileza siguen siendo nuestras mejores aliadas. Por ello mis labios, tras saborear el tacto de los ajenos, tras perderse en ellos deseando no volver a encontrar la salida, tomo la iniciativa y me separo de ella, disgustado, hundiendo mis ojos en sus pupilas al tiempo que mis pulgares le regalan sendas caricias mejillas abajo.
"Ya tendremos tiempo para ello" Pronuncio sin abrir la boca, esperando que sus poderes sobrepasen las barreras de mi pensamiento y me haya llegado a oír.
-Aprovechemos las horas de luna... iremos a mi casa, la de fuera de la Abadía. Es una casa norma. Dado tu poder no llegarás ni a desmayarte siquiera, pero quizá te debilites; la presencia de plata en ella es alta. Si necesitas beber de mí, tienes mi permiso- Ni siquiera me he parado a pensar en ello, ha sido algo que mis labios han pronunciado apenas sin haberlo meditado medio segundo y hasta me sorprendo a mí mismo por no haberlo hecho.
La casa se encontraba al otro lado de la ciudad, un largo camino a pie pero que, en carro, no nos llevaría más de veinte minutos. Ubicada en un barrio humilde, apenas la visitaba de no tener otra alternativa o de tener que esconder a alguien. -Serás la primera persona, además de mí que entra ahí... tiene un sótano en el que hay un colchón, podrás descansar ahí hasta la siguiente luna... llama al cochero- suspiré, masajeando mis sienes cuando el recordatorio de la fiesta volvió a mi cabeza.
-Mientras esperamos...- tomé aire y elevé la mirada al cielo, buscando la mejor manera de poder hacer una pregunta de la que no estaba seguro querer saber la respuesta. ¿Como podría aceptarlo? Una vez había sido suficiente. Temía que no fuera lo suficientemente fuerte como para asumir la realidad en caso de que la respuesta fuera la que yo pensaba que iba a ser. Toda mi vida había combatido a seres como ella, los había perseguido, cazado, torturado y odiado... y aún lo seguía haciendo, salvo a ella. ¿Que era ese sentimiento hacia ella? ¿Y que pasaría si...? -Sé que has visto algo en ese mocoso, algo que yo no puedo ver y no se si es por tu condición de sobrenatural o por algo más, pero quiero saberlo ¿Que es lo que has visto en Ylahiah?- por un momento siento mis piernas flaquear y me tambaleo, amenazando con desplomarme. Un gesto rápido me hace flexionar la rodilla e hincarla en el suelo, evitando perder el equilibrio del todo.
La brisa me renueva, es como un sorbo de vida y energía. Mi mirada se eleva, buscando la ajena. Me pongo en pie, orgulloso, firme y preparado para oír cualquier cosa que sus labios puedan confesarle a la noche.
"Ya tendremos tiempo para ello" Pronuncio sin abrir la boca, esperando que sus poderes sobrepasen las barreras de mi pensamiento y me haya llegado a oír.
-Aprovechemos las horas de luna... iremos a mi casa, la de fuera de la Abadía. Es una casa norma. Dado tu poder no llegarás ni a desmayarte siquiera, pero quizá te debilites; la presencia de plata en ella es alta. Si necesitas beber de mí, tienes mi permiso- Ni siquiera me he parado a pensar en ello, ha sido algo que mis labios han pronunciado apenas sin haberlo meditado medio segundo y hasta me sorprendo a mí mismo por no haberlo hecho.
La casa se encontraba al otro lado de la ciudad, un largo camino a pie pero que, en carro, no nos llevaría más de veinte minutos. Ubicada en un barrio humilde, apenas la visitaba de no tener otra alternativa o de tener que esconder a alguien. -Serás la primera persona, además de mí que entra ahí... tiene un sótano en el que hay un colchón, podrás descansar ahí hasta la siguiente luna... llama al cochero- suspiré, masajeando mis sienes cuando el recordatorio de la fiesta volvió a mi cabeza.
-Mientras esperamos...- tomé aire y elevé la mirada al cielo, buscando la mejor manera de poder hacer una pregunta de la que no estaba seguro querer saber la respuesta. ¿Como podría aceptarlo? Una vez había sido suficiente. Temía que no fuera lo suficientemente fuerte como para asumir la realidad en caso de que la respuesta fuera la que yo pensaba que iba a ser. Toda mi vida había combatido a seres como ella, los había perseguido, cazado, torturado y odiado... y aún lo seguía haciendo, salvo a ella. ¿Que era ese sentimiento hacia ella? ¿Y que pasaría si...? -Sé que has visto algo en ese mocoso, algo que yo no puedo ver y no se si es por tu condición de sobrenatural o por algo más, pero quiero saberlo ¿Que es lo que has visto en Ylahiah?- por un momento siento mis piernas flaquear y me tambaleo, amenazando con desplomarme. Un gesto rápido me hace flexionar la rodilla e hincarla en el suelo, evitando perder el equilibrio del todo.
La brisa me renueva, es como un sorbo de vida y energía. Mi mirada se eleva, buscando la ajena. Me pongo en pie, orgulloso, firme y preparado para oír cualquier cosa que sus labios puedan confesarle a la noche.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Contacto perdido, y se pierde el calor de aquel anhelo latente en el mismo aire. Sus dedos la acarician de un modo efímero pero lo suficiente para que negras pestañas oculten sus ojos, el aire sea contenido y el gesto deleitante. Luego se encuentro con su mirada donde lee “espera”. No hace falta que pronuncie palabras, más ella parece afirmarle, bastante espera ha tenido durante estos meses donde nada de él ha sabido, y estado expectante dándole por muerto incluso. Hoy se siente inquieta e impaciente, pero se frenará, se lo tomará con tranquilidad.
Sin quererlo esboza una sonrisa, que al principio ha sido contenida, pero se ha dejado mostrar. No disimula mirarle incrédula, ¿acaba de decir lo que creo que acaba de decir...? Si, le ha ofrecido su sangre. Probablemente un acto denigrante para un inquisidor, para ella un acto muy distinto que a veces va más allá de la propia necesidad de acabar con su sed dependiendo de quien la ofrezca, desde lo sagrado hasta incluso rozar sexual por lo que es capaz de provocar en ella. No sabe si sentirse de algún modo hasta halagada por esa preocupación y ofrecimiento.
-No te preocupes, esperemos que no sea necesario… - “O si…” Le coloca una mano en su hombro y pasa a su lado para seguir caminando y llegar a la zona de la verja. Por una parte, se siente contradicha, porque le ha dicho que “no será necesario” por una pequeña parte instintiva, animal se lo pide, sintiendo incluso cierto morbo por sentir su piel deshacerse entre sus colmillos y el férreo penetrar en su garganta.
De soslayo le ha mirado continuando con aquellos pensamientos, no puede evitar mirarle con hambre y cierto deseo, pero pronto cambia el gesto y carraspea. Mejillas que se sonrosan avergonzada por su propia imaginación e inventiva de su mente. Intenta ponerse seria, mientras la carroza se acerca de lejos.
De nuevo le ofrece refugio y alternativas. Siempre queriéndole proteger, cuando podría llevarla a la boca del lobo y terminar con todo ello. Aún se pregunta qué es lo que exactamente ha visto en ella. Sabe que es excepcional, pero por ligeros matices, no sabe toda su verdad ni historia y está ahí, confiando y dejándose llevar por el mismo camino desconocido por el que se ve conducida ella misma. Debe de haber un algo más que… Duda, lo duda todo porque conoce bien ese vaivén del sentir, y eso le produce escalofríos e inseguridad al extremo.
Menciona al pequeño y despierta de “aquellos” pensamientos. Parece temor lo peor porque se siente desfallecer, ella se acerca a él y posa sus manos en sus hombros mientras levanta. Ella calla y desvía su mirada, porque sabe que va poder leer en ella que hay algo que lleva tiempo ocultándole, y tal vez no debería saber. No dice nada hasta que la carroza de detiene para frente a ellos y tira de aquel maldito vestido para subirse de nuevo.
Instrucciones para llevarles al lugar que él indica y el traqueteo de las calles empedradas.
-Tal vez, deberías ignorarlo. O hacer como que no has escuchado estas palabras. -Su gesto se vuelve serio. -Me he visto a mí misma en ese chico, aunque de un modo distinto. Ha nacido con el “don”, o eso creo, pero no sé en qué sentido. Si solo es “visión” o también es capaz de hacer más cosas. -Se silencia, y ahora es cuando decide revelarle aquello que hace tiempo le preocupa. -En Jerusalén lo vi por primera vez, no lo comprendo y me preocupa. Cuando te tomé la mano tuve una visión que esta aferrada a ti, a algo que tal vez vaya a suceder.
Una moneda de plata, muy brillante como la propia luna llena, o eso parece girando entre tus manos, Ylahiah también la ve. Pero calla. No sé lo que quiere decir, no entiendo lo que veo… Pero temo por ti y lo que signifique.
Sin quererlo esboza una sonrisa, que al principio ha sido contenida, pero se ha dejado mostrar. No disimula mirarle incrédula, ¿acaba de decir lo que creo que acaba de decir...? Si, le ha ofrecido su sangre. Probablemente un acto denigrante para un inquisidor, para ella un acto muy distinto que a veces va más allá de la propia necesidad de acabar con su sed dependiendo de quien la ofrezca, desde lo sagrado hasta incluso rozar sexual por lo que es capaz de provocar en ella. No sabe si sentirse de algún modo hasta halagada por esa preocupación y ofrecimiento.
-No te preocupes, esperemos que no sea necesario… - “O si…” Le coloca una mano en su hombro y pasa a su lado para seguir caminando y llegar a la zona de la verja. Por una parte, se siente contradicha, porque le ha dicho que “no será necesario” por una pequeña parte instintiva, animal se lo pide, sintiendo incluso cierto morbo por sentir su piel deshacerse entre sus colmillos y el férreo penetrar en su garganta.
De soslayo le ha mirado continuando con aquellos pensamientos, no puede evitar mirarle con hambre y cierto deseo, pero pronto cambia el gesto y carraspea. Mejillas que se sonrosan avergonzada por su propia imaginación e inventiva de su mente. Intenta ponerse seria, mientras la carroza se acerca de lejos.
De nuevo le ofrece refugio y alternativas. Siempre queriéndole proteger, cuando podría llevarla a la boca del lobo y terminar con todo ello. Aún se pregunta qué es lo que exactamente ha visto en ella. Sabe que es excepcional, pero por ligeros matices, no sabe toda su verdad ni historia y está ahí, confiando y dejándose llevar por el mismo camino desconocido por el que se ve conducida ella misma. Debe de haber un algo más que… Duda, lo duda todo porque conoce bien ese vaivén del sentir, y eso le produce escalofríos e inseguridad al extremo.
Menciona al pequeño y despierta de “aquellos” pensamientos. Parece temor lo peor porque se siente desfallecer, ella se acerca a él y posa sus manos en sus hombros mientras levanta. Ella calla y desvía su mirada, porque sabe que va poder leer en ella que hay algo que lleva tiempo ocultándole, y tal vez no debería saber. No dice nada hasta que la carroza de detiene para frente a ellos y tira de aquel maldito vestido para subirse de nuevo.
Instrucciones para llevarles al lugar que él indica y el traqueteo de las calles empedradas.
-Tal vez, deberías ignorarlo. O hacer como que no has escuchado estas palabras. -Su gesto se vuelve serio. -Me he visto a mí misma en ese chico, aunque de un modo distinto. Ha nacido con el “don”, o eso creo, pero no sé en qué sentido. Si solo es “visión” o también es capaz de hacer más cosas. -Se silencia, y ahora es cuando decide revelarle aquello que hace tiempo le preocupa. -En Jerusalén lo vi por primera vez, no lo comprendo y me preocupa. Cuando te tomé la mano tuve una visión que esta aferrada a ti, a algo que tal vez vaya a suceder.
Una moneda de plata, muy brillante como la propia luna llena, o eso parece girando entre tus manos, Ylahiah también la ve. Pero calla. No sé lo que quiere decir, no entiendo lo que veo… Pero temo por ti y lo que signifique.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
La cabina del carro se estrecha y por primera vez en mi vida siento angustia real. Las palabras de ella no confiesan una verdad de otros que se ha quedado adosada a mí por mis actos, no son los fantasmas y las almas de los condenados por mi sentencia, o la impureza de un ser ajeno lo que amenaza mi propia existencia. No. Soy yo mismo, algo que hasta un infante puede ver, infante que podría llegar a resultar la misma amenaza que cualquier sobrenatural y al que yo he metido en el mismo corazón de la inquisición. Divago por unos segundos, pensando, tratando de recordar todo cuanto soy capaz de mi pasado, de las palabras de mi mentor, de algún comentario sobre algún tipo de extraña profecía o vaticinio, tal vez algún tipo de maldición; recuerdos borrosos de mi infancia, mi llegada a la abadía, mis viajes por España y el resto de Europa, las lecciones de ancianos, sacerdotes, frailes, sabios y mendigos, los lazos de sangre forjados a raíz de purgas y limpiezas... pero nada es capaz de acercarme, siquiera, a la realidad de lo que aquellos ojos han contemplado.
-Ni siquiera tú puedes comprender tus propias visiones- la culpo a ella sin pensar en mis palabras, solamente usando las mismas para evadirme de la realidad y apagar la incertidumbre y la sensación de engaño. El niño tiene algo que no es humano, "el don" lo ha llamado ella pero para mí, como su mentor, es un interrogante en su adiestramiento y en mis creencias. Con él, ya son dos las personas por las que llegaría a hacer temblar los cimientos de mi propia fe, agitarlos tanto que resulte imposible seguir haciéndolo sin derrumbarlos y, como gesto cobarde, ignorar lo que provocó aquel temblor.
-¿Tanto me teme ese niño que no es capaz de sincerarse conmigo?- pregunto en voz alta, de manera retórica, pero con la suficiente claridad como para dar a entender que quiero obtener una respuesta. -¿Me lo habrías dicho, verdad?- añado tras unos segundos en los que la rabia, el miedo y la frustración se han transformado en una súplica, mostrando una débil y frágil figura, muy diferente a la del Inquisidor recto y severo que acostumbro a proyectar.
Hace años, antes de conocerla a ella, no lo habría pensado dos veces. Habría arrojado a ese niño a lo más profundo de las mazmorras de la inquisición, habría disfrutado ver como su celda convertía su poder en locura, como su propio poder consumía su alma con los años y, cuando fuera demasiado para su atormentada mente, cuando no pudiera más y me suplicase ser redimido mediante fuego y acero, dejarle libre en un mundo que no comprendería, que lo rechazaría y le evitaría; y todo ello para poder experimentar la dulzura de una cacería por las calles de París para exponer su cadáver en alguna plaza. En el fondo, de no tratarse de aquel muchacho desgarbado, tan parecido a mí que hasta podría ser mi hijo, o de ella tan sobrenaturalmente humana que hasta había conseguido hacer cambiar mi parecer frente a ella, obnubilando mente y corazón sin recurrir a su magia, seguía siendo así con el resto de los renglones torcidos de Dios.
Sin haberlo siquiera notado, el viaje a transcurrido en el más completo silencio y sólo la voz grave del cochero avisando del fin del trayecto me hace caer en la cuenta de que así ha sido.
-Trataré de pasar por alto todo ésto, al menos por ésta noche... bajemos- mi salida de la carroza más se asemeja a una huida que al modo normal de bajar. El cochero, curioso, me dedica una mirada que le devuelvo con furia y serios deseos de hacer que se ahogue en su propia sangre. Pero camino hacia la escalinata que da al portón de madera e introduzco la llave, haciendo girar el complejo mecanismo que abre la hacienda -Entra- indico con la cabeza antes de tomar unas cerillas de la mesita que hay en la entrada e ir encendiendo velas.
El interior es austero a pesar de la abundante plata que decora cada rincón, cada remache y cada ornamento. Cruces, marcos, cubiertos... todo el metal que hay en la casa es de plata y no por ostentación sino por seguridad. Tiene tres salas en el piso de arriba, salón, dormitorio y cocina la cual tiene una pequeña puerta que da al patio exterior. Unas escaleras de madera dan al piso inferior, más similar a una mazmorra que a una casa pero, por suerte para la mujer, sin plata en ella -Abajo estarás más cómoda- quizá sea el único lujo que tiene la casa, una alfombra cubre casi la totalidad del suelo y, pegadas a las paredes, estanterías con libros, armas, cirios, vino y pipas de fumar tabaco además de rollos de pergamino, plumas y una mesa con una silla. -Suelo bajar aquí una o dos veces al año- reconozco mientras sirvo dos copas de vino y cargo una pipa con tabaco arábigo aromatizado -Pocas cosas pueden sorprenderme ya esta noche. Habla tranquila, pocos lugares son tan seguros como éste en París- desabrocho mis correajes, dejando caer las espadas al suelo y me deshago del pesado abrigo, mostrando la blusa de color blanco y el chaleco de cuero negro, marcial y austero, antes de sentarme en el suelo y tenderle la copa de vino.
-Ni siquiera tú puedes comprender tus propias visiones- la culpo a ella sin pensar en mis palabras, solamente usando las mismas para evadirme de la realidad y apagar la incertidumbre y la sensación de engaño. El niño tiene algo que no es humano, "el don" lo ha llamado ella pero para mí, como su mentor, es un interrogante en su adiestramiento y en mis creencias. Con él, ya son dos las personas por las que llegaría a hacer temblar los cimientos de mi propia fe, agitarlos tanto que resulte imposible seguir haciéndolo sin derrumbarlos y, como gesto cobarde, ignorar lo que provocó aquel temblor.
-¿Tanto me teme ese niño que no es capaz de sincerarse conmigo?- pregunto en voz alta, de manera retórica, pero con la suficiente claridad como para dar a entender que quiero obtener una respuesta. -¿Me lo habrías dicho, verdad?- añado tras unos segundos en los que la rabia, el miedo y la frustración se han transformado en una súplica, mostrando una débil y frágil figura, muy diferente a la del Inquisidor recto y severo que acostumbro a proyectar.
Hace años, antes de conocerla a ella, no lo habría pensado dos veces. Habría arrojado a ese niño a lo más profundo de las mazmorras de la inquisición, habría disfrutado ver como su celda convertía su poder en locura, como su propio poder consumía su alma con los años y, cuando fuera demasiado para su atormentada mente, cuando no pudiera más y me suplicase ser redimido mediante fuego y acero, dejarle libre en un mundo que no comprendería, que lo rechazaría y le evitaría; y todo ello para poder experimentar la dulzura de una cacería por las calles de París para exponer su cadáver en alguna plaza. En el fondo, de no tratarse de aquel muchacho desgarbado, tan parecido a mí que hasta podría ser mi hijo, o de ella tan sobrenaturalmente humana que hasta había conseguido hacer cambiar mi parecer frente a ella, obnubilando mente y corazón sin recurrir a su magia, seguía siendo así con el resto de los renglones torcidos de Dios.
Sin haberlo siquiera notado, el viaje a transcurrido en el más completo silencio y sólo la voz grave del cochero avisando del fin del trayecto me hace caer en la cuenta de que así ha sido.
-Trataré de pasar por alto todo ésto, al menos por ésta noche... bajemos- mi salida de la carroza más se asemeja a una huida que al modo normal de bajar. El cochero, curioso, me dedica una mirada que le devuelvo con furia y serios deseos de hacer que se ahogue en su propia sangre. Pero camino hacia la escalinata que da al portón de madera e introduzco la llave, haciendo girar el complejo mecanismo que abre la hacienda -Entra- indico con la cabeza antes de tomar unas cerillas de la mesita que hay en la entrada e ir encendiendo velas.
El interior es austero a pesar de la abundante plata que decora cada rincón, cada remache y cada ornamento. Cruces, marcos, cubiertos... todo el metal que hay en la casa es de plata y no por ostentación sino por seguridad. Tiene tres salas en el piso de arriba, salón, dormitorio y cocina la cual tiene una pequeña puerta que da al patio exterior. Unas escaleras de madera dan al piso inferior, más similar a una mazmorra que a una casa pero, por suerte para la mujer, sin plata en ella -Abajo estarás más cómoda- quizá sea el único lujo que tiene la casa, una alfombra cubre casi la totalidad del suelo y, pegadas a las paredes, estanterías con libros, armas, cirios, vino y pipas de fumar tabaco además de rollos de pergamino, plumas y una mesa con una silla. -Suelo bajar aquí una o dos veces al año- reconozco mientras sirvo dos copas de vino y cargo una pipa con tabaco arábigo aromatizado -Pocas cosas pueden sorprenderme ya esta noche. Habla tranquila, pocos lugares son tan seguros como éste en París- desabrocho mis correajes, dejando caer las espadas al suelo y me deshago del pesado abrigo, mostrando la blusa de color blanco y el chaleco de cuero negro, marcial y austero, antes de sentarme en el suelo y tenderle la copa de vino.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Silencio que se hace tenso, ella se echa atrás en su asiento dejando las formas de señorita a un lado y sube sus pies a un lado del asiento. Será una anciana de mil años, pero sigue teniendo manía y extraños detalles que una muchacha de su edad tendría perfectamente.
Desvía su mirada a las calles que empiezan a apagar sus faroles de gas, quedan pocas horas para el amanecer. El tiempo ha pasado demasiado rápido, y ahora no sabe muy bien que decir, le deja asimilar aquella información dada, le deja a él con sus propios pensamientos. Ahora se ve envuelto en más problemas sin quererlo. Parece que el destino le está jugando una mala pasada al inquisidor, que con pasión diezma la vida de aquellos que se salen de la rectitud de “aquel” camino. Y ahora se encuentra en su vida, dos obstáculos, los cuales, parece hacerle dudar, pero nunca cambiar de parecer.
-Yo no controlo mis visiones. -Le dice un tanto esquiva y con voz neutra, ha notado el tono de la voz que ha usado y no le ha gustado demasiado. Quiere comprender que es porque le cuesta asimilar aún todo lo dicho. -Ni tengo claridad en todas ellas, a veces son detalles o simples símbolos. Lo único que sé, que no un vaticinio de muerte, eso puedes tenerlo seguro. La muerte suele venir acompañada con olores.
¿Qué sabía ella? Una moneda tan brillante como la plata, podía significar tanto. Se le escapaba de las manos, la había tenido dos veces la misma ilusión, pero no avanzaba en su historia como era habitual. Eso significaba que era un destino no cambiante, como otros, y que era próximo en cumplirse.
Exhalo el aire hondo, ¿qué era lo que le iba a ocurrir aquel hombre? Pensó en la noche por un momento, en el color luna de la moneda; también pensó en el símbolo del “denario de plata”, o el nombre que usará, ¿tal vez una traición? Había tantos interrogantes de repente, y muchas respuestas que dar a interpretaciones erróneas y poco acertadas.
-No está seguro de lo que le ocurre. La mente infantil es más propensa a la imaginación y confundir la realidad; es decir, no sabe que posee algun tipo de “don”; tal vez incluso crea que lo que ve es real por un instante y todos lo vemos. -Ella partía de su propia experiencia, ya desde niña veía cosas y al principio creía que todo el mundo era capaz de ver “Cosas”, que era lo normal. -Noté tranquilidad en su mirada cuando se dio cuenta que yo también lo veía, es posible que creyera que todos lo veíamos.
Una idea peregrina apareció en su mente. Tal vez le sirviese de consuelo y para tranquilidad del inquisidor, ¿por qué no? Le debía mucho, al fin y al cabo, en su breve estancia en Jerusalén y parte del viaje, le había caído en gracia el pequeño.
-Puedo averiguar más, enseñarle a controlarlo, incluso si tú lo deseas hacer que se apague; pero esta última opción es algo temporal, tal vez aguantase años, pero finalmente volvería a salir a la luz y sin control alguno. -Sus pardos le indicaban que estaba hablando muy en serio con aquel ofrecimiento, estaba dispuesta a poner de su parte, solo por él, y por su calma.
Oferta que queda en el aire cuando bajan de la carroza, prefiere dejarle margen para que se lo piense. Demasiadas emociones por una noche, para añadirle al pensamiento más cargas de las que lleva encima.
No ha cruzado el umbral de la puerta y ya nota la influencia de la plata sobre su cuerpo. Aquel lugar era una verdadera fortaleza sin querer aparentarlo en contra de aquellos con naturaleza anormal.
Silenciosa sigue sus pasos, no espera demasiado, solo un simple refugio y nada más, aunque para su sorpresa es cómodo el lugar.
Él parece más tranquilo, al menos esta en un lugar que conoce y le permite tal vez dominar una situación que a veces parece torcerse para invertir su momento.
Aroma de la pipa que envuelve el ambiente, él se sienta en el suelo con dos copas y ella está dispuesta a imitarle, pero… Ese maldito vestido del demonio, le ve deshacerse de su ropa. ¿Por qué no imitarle dentro de lo que se puede considerar decoro? Aunque ella poco de eso tiene.
Se lo piensa dos veces, y coquetea con las distintas posibilidades. A ella le da igual todo en cierto sentido, pero tampoco quiere incomodarle, a pesar de todo el pasado, cuando solo van a conversar.
Camina unos pasos alejados dejando atrás aquellos zapatos con tacón, y le da la espalda por un momento levantándose la falda del vestido y mostrando aquella enorme estructura que lleva debajo de él. Manos metidas en la cinturilla empieza a desatar las cintas y deja caer en el suelo el miriñaque circular hecho de mimbre y telas.
De nuevo vuelve a dejar caer la falda del vestido ocultando sus enaguas, este ahora le arrastra, ya no está ahuecado ni muestra el volumen que antes. Aún sigue incomoda porque solo se ha quitado una pieza de todo lo que lleva encima aprisionando y torturando su cuerpo.
Ella se sienta a su lado, toma la copa. La saborea y luego la deja cerca, mientras comienza a quitarse aquellos alfileres que sujetan todos aquellos bucles enredados en aquel complicado peinado. Esmeralda brillantes que en su conjunto seguramente costaría más dinero que toda la plata de aquella casa, debido a su forma y rareza.
-Antes de hablarte, tienes alguna pregunta o algo que yo deba saber. -Los bucles color azabache van cayendo por sus hombros, poco a poco. -Una cosa. -Con su índice le señala los labios y parte de la cara. -No te lo he dicho antes, pero… Tienes carmín en… -Carraspea, porque quiere aguantar reír, pero no puede. -Ejem… Si, por eso el cochero ha sonreído. Solo eso, tal vez deberías… -Su cabello termina de ser liberado, ahora si bebe la copa, aunque la mira antes. Ella ya llevaba alcohol ingerido en aquella noche, aunque no lo suficiente para perder el control... o sí.
Desvía su mirada a las calles que empiezan a apagar sus faroles de gas, quedan pocas horas para el amanecer. El tiempo ha pasado demasiado rápido, y ahora no sabe muy bien que decir, le deja asimilar aquella información dada, le deja a él con sus propios pensamientos. Ahora se ve envuelto en más problemas sin quererlo. Parece que el destino le está jugando una mala pasada al inquisidor, que con pasión diezma la vida de aquellos que se salen de la rectitud de “aquel” camino. Y ahora se encuentra en su vida, dos obstáculos, los cuales, parece hacerle dudar, pero nunca cambiar de parecer.
-Yo no controlo mis visiones. -Le dice un tanto esquiva y con voz neutra, ha notado el tono de la voz que ha usado y no le ha gustado demasiado. Quiere comprender que es porque le cuesta asimilar aún todo lo dicho. -Ni tengo claridad en todas ellas, a veces son detalles o simples símbolos. Lo único que sé, que no un vaticinio de muerte, eso puedes tenerlo seguro. La muerte suele venir acompañada con olores.
¿Qué sabía ella? Una moneda tan brillante como la plata, podía significar tanto. Se le escapaba de las manos, la había tenido dos veces la misma ilusión, pero no avanzaba en su historia como era habitual. Eso significaba que era un destino no cambiante, como otros, y que era próximo en cumplirse.
Exhalo el aire hondo, ¿qué era lo que le iba a ocurrir aquel hombre? Pensó en la noche por un momento, en el color luna de la moneda; también pensó en el símbolo del “denario de plata”, o el nombre que usará, ¿tal vez una traición? Había tantos interrogantes de repente, y muchas respuestas que dar a interpretaciones erróneas y poco acertadas.
-No está seguro de lo que le ocurre. La mente infantil es más propensa a la imaginación y confundir la realidad; es decir, no sabe que posee algun tipo de “don”; tal vez incluso crea que lo que ve es real por un instante y todos lo vemos. -Ella partía de su propia experiencia, ya desde niña veía cosas y al principio creía que todo el mundo era capaz de ver “Cosas”, que era lo normal. -Noté tranquilidad en su mirada cuando se dio cuenta que yo también lo veía, es posible que creyera que todos lo veíamos.
Una idea peregrina apareció en su mente. Tal vez le sirviese de consuelo y para tranquilidad del inquisidor, ¿por qué no? Le debía mucho, al fin y al cabo, en su breve estancia en Jerusalén y parte del viaje, le había caído en gracia el pequeño.
-Puedo averiguar más, enseñarle a controlarlo, incluso si tú lo deseas hacer que se apague; pero esta última opción es algo temporal, tal vez aguantase años, pero finalmente volvería a salir a la luz y sin control alguno. -Sus pardos le indicaban que estaba hablando muy en serio con aquel ofrecimiento, estaba dispuesta a poner de su parte, solo por él, y por su calma.
Oferta que queda en el aire cuando bajan de la carroza, prefiere dejarle margen para que se lo piense. Demasiadas emociones por una noche, para añadirle al pensamiento más cargas de las que lleva encima.
No ha cruzado el umbral de la puerta y ya nota la influencia de la plata sobre su cuerpo. Aquel lugar era una verdadera fortaleza sin querer aparentarlo en contra de aquellos con naturaleza anormal.
Silenciosa sigue sus pasos, no espera demasiado, solo un simple refugio y nada más, aunque para su sorpresa es cómodo el lugar.
Él parece más tranquilo, al menos esta en un lugar que conoce y le permite tal vez dominar una situación que a veces parece torcerse para invertir su momento.
Aroma de la pipa que envuelve el ambiente, él se sienta en el suelo con dos copas y ella está dispuesta a imitarle, pero… Ese maldito vestido del demonio, le ve deshacerse de su ropa. ¿Por qué no imitarle dentro de lo que se puede considerar decoro? Aunque ella poco de eso tiene.
Se lo piensa dos veces, y coquetea con las distintas posibilidades. A ella le da igual todo en cierto sentido, pero tampoco quiere incomodarle, a pesar de todo el pasado, cuando solo van a conversar.
Camina unos pasos alejados dejando atrás aquellos zapatos con tacón, y le da la espalda por un momento levantándose la falda del vestido y mostrando aquella enorme estructura que lleva debajo de él. Manos metidas en la cinturilla empieza a desatar las cintas y deja caer en el suelo el miriñaque circular hecho de mimbre y telas.
De nuevo vuelve a dejar caer la falda del vestido ocultando sus enaguas, este ahora le arrastra, ya no está ahuecado ni muestra el volumen que antes. Aún sigue incomoda porque solo se ha quitado una pieza de todo lo que lleva encima aprisionando y torturando su cuerpo.
Ella se sienta a su lado, toma la copa. La saborea y luego la deja cerca, mientras comienza a quitarse aquellos alfileres que sujetan todos aquellos bucles enredados en aquel complicado peinado. Esmeralda brillantes que en su conjunto seguramente costaría más dinero que toda la plata de aquella casa, debido a su forma y rareza.
-Antes de hablarte, tienes alguna pregunta o algo que yo deba saber. -Los bucles color azabache van cayendo por sus hombros, poco a poco. -Una cosa. -Con su índice le señala los labios y parte de la cara. -No te lo he dicho antes, pero… Tienes carmín en… -Carraspea, porque quiere aguantar reír, pero no puede. -Ejem… Si, por eso el cochero ha sonreído. Solo eso, tal vez deberías… -Su cabello termina de ser liberado, ahora si bebe la copa, aunque la mira antes. Ella ya llevaba alcohol ingerido en aquella noche, aunque no lo suficiente para perder el control... o sí.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
El dorso de mi mano limpia el carmín con insistencia hasta eliminar todos los rastros posibles del carmesí. Son necesarias un par de pasadas y una última comprobación con un paño blanco perla para asegurarme de que no hay ni rastro del maquillaje femenino. Por si no fuera suficiente con las confesiones sobre la mujer y el niño, sobre la "casa de las bestias" y, seguramente las que aún le quedaban a mis oídos por escuchar aquella noche, ahora había que sumarle la vergüenza de haber sido manchado con maquillaje femenino. -Has dicho que puedes frenarlo... ¿Pero de qué serviría? Es mejor que le hagas un favor y le enseñes a no explotarme el cuerpo en un arrebato, y de paso le hace un favor a la humanidad...- el humo de la pipa asciende errático hacia el techo y colma la habitación de un olor amargo pero no desagradable -¡Inshallah!-Es una expresión musulmana pero me permito blasfemar ¿qué va a cambiar? Seguro que Él me lo perdona visto lo visto.
Segundos de silencio interminable. Fumo con la mirada perdida en la moqueta, sin fijarme en ninguno de sus difíciles entramados, en su ornamentación árabe cercana a la perfección. Sólo una idea es la que da vueltas como una serpiente alrededor de su presa, creciéndose en el miedo que infiere. Suspiro, y el humo sale a toda velocidad de mi boca. Apuesto a que la mujer no podría imaginarse que alguien como yo, quien sigue los dogmas de la iglesia tan a rajatabla, pudiera disfrutar del tabaco cuando ha sido una sustancia condenada durante tantos años -Debes llevarte al niño. No puedo volver a meterlo en dependencias Inquisitoriales. Sólo es cuestión de tiempo que le descubran y hazme caso cuando te digo que con gusto le separaría la cabeza del cuerpo si con eso pudiera evitarle un minuto en alguna de las mazmorras de la Inquisición, pero eso solo es mi última opción-
"¿Qué he hecho yo, Señor? ¿Porqué me pones a prueba de ésta forma? ¿Acaso no he dedicado mi vida a cumplir Tu Voluntad, limpiando de oscuridad un mundo ya demasiado sumido en las sombras como para que mis propios actos sean poco menos que indiferentes? ¿Acaso no he derramado sangre, sudor y lágrimas en nombre de Tu Divina Gracia? Primero me arrebatas a mi mentor, demasiado pronto como para poder aclarar las preguntas que han llegado como un huracán a mí. Y ahora me envías una maldición en forma de niño, aquel que debería ser el azote de los malditos resulta que está más cercano a ellos que a mí."
Me pongo en pie y coloco de tal manera que mi cuerpo encare a un crucifijo de madera. Me deshago de mi colgante de plata y de mi sello inquisitorial, arrojándolos al suelo con desdén y rabia. "He sido recto, he errado a veces y me he arrepentido... pero ya no aguanto más, Señor. Su tu bondad no es suficiente como para reconocer el sacrificio de un mortal, del que ha sido tu siervo durante toda su vida y le castigas con más mal del que puede soportar, es porque quizá haya vivido equivocado. Daré caza a la oscuridad, pero nunca más en tu nombre. Al menos, no hasta que se me revele que mis actos sirven para algo más que para torturarme..." Mi mano se agacha hasta recoger los correajes y desenfundar una pistola que descargo contra el crucifijo, haciendo saltar astillas por los aires. mientras las lágrimas en mis ojos empiezan a emanar involuntariamente por la rabia.
Cabizbajo, vuelvo a sentarme en el suelo frente a la mujer quien desconozco si ha escuchado algo de lo que acabo de decirle al Señor. Pero su silencio no es eclarecedor y, en cierto modo, lo agradezco de ese modo. Sin preguntas ni compasión. Me acerco a ella y le tiro la copa de un manotazo antes de a besarla con avidez y pasión, golpeando su cuerpo contra el suelo como ella hizo tiempo atrás en aquella Iglesia de Jerusalen.
Segundos de silencio interminable. Fumo con la mirada perdida en la moqueta, sin fijarme en ninguno de sus difíciles entramados, en su ornamentación árabe cercana a la perfección. Sólo una idea es la que da vueltas como una serpiente alrededor de su presa, creciéndose en el miedo que infiere. Suspiro, y el humo sale a toda velocidad de mi boca. Apuesto a que la mujer no podría imaginarse que alguien como yo, quien sigue los dogmas de la iglesia tan a rajatabla, pudiera disfrutar del tabaco cuando ha sido una sustancia condenada durante tantos años -Debes llevarte al niño. No puedo volver a meterlo en dependencias Inquisitoriales. Sólo es cuestión de tiempo que le descubran y hazme caso cuando te digo que con gusto le separaría la cabeza del cuerpo si con eso pudiera evitarle un minuto en alguna de las mazmorras de la Inquisición, pero eso solo es mi última opción-
"¿Qué he hecho yo, Señor? ¿Porqué me pones a prueba de ésta forma? ¿Acaso no he dedicado mi vida a cumplir Tu Voluntad, limpiando de oscuridad un mundo ya demasiado sumido en las sombras como para que mis propios actos sean poco menos que indiferentes? ¿Acaso no he derramado sangre, sudor y lágrimas en nombre de Tu Divina Gracia? Primero me arrebatas a mi mentor, demasiado pronto como para poder aclarar las preguntas que han llegado como un huracán a mí. Y ahora me envías una maldición en forma de niño, aquel que debería ser el azote de los malditos resulta que está más cercano a ellos que a mí."
Me pongo en pie y coloco de tal manera que mi cuerpo encare a un crucifijo de madera. Me deshago de mi colgante de plata y de mi sello inquisitorial, arrojándolos al suelo con desdén y rabia. "He sido recto, he errado a veces y me he arrepentido... pero ya no aguanto más, Señor. Su tu bondad no es suficiente como para reconocer el sacrificio de un mortal, del que ha sido tu siervo durante toda su vida y le castigas con más mal del que puede soportar, es porque quizá haya vivido equivocado. Daré caza a la oscuridad, pero nunca más en tu nombre. Al menos, no hasta que se me revele que mis actos sirven para algo más que para torturarme..." Mi mano se agacha hasta recoger los correajes y desenfundar una pistola que descargo contra el crucifijo, haciendo saltar astillas por los aires. mientras las lágrimas en mis ojos empiezan a emanar involuntariamente por la rabia.
Cabizbajo, vuelvo a sentarme en el suelo frente a la mujer quien desconozco si ha escuchado algo de lo que acabo de decirle al Señor. Pero su silencio no es eclarecedor y, en cierto modo, lo agradezco de ese modo. Sin preguntas ni compasión. Me acerco a ella y le tiro la copa de un manotazo antes de a besarla con avidez y pasión, golpeando su cuerpo contra el suelo como ella hizo tiempo atrás en aquella Iglesia de Jerusalen.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Labios que paladean el sabor del vino, y su mirada parda a través del vidrio observó como con prisa se deshacía la marca carmín de aquello que tan evidente había ocurrido entre ambos. Por mucho que quisiera no podía evitar sonreír divertida, a pesar de la seriedad de la situación en la que estaban.
La noticia atormentaba en sobremanera al inquisidor que le costaba adaptarse a la novedad de todo. Acostumbrado a quitar vida sin discriminar de edad, sexo o clase, solo una condición… Ser mancha o aberración para los ojos de su Dios.
A veces Lakme pensaba en ese Dios que muchos y entre ellos el propio inquisidor creían fervientemente. Ella había dejado de creer hacía demasiado tiempo en un ser o seres superiores. Para ellos todos o estaban muertos, o la habían abandonado.
Por muchos siglos que hubiesen pasado solo había visto unos rasgos comunes en toda religión, el fanatismo en su extremo solo traía injusticia, muerte y guerra; luchas de poderes y dominación entre mortales que lo usaban como herramientas para aplastar a otro y engrandecerse, dogmas alteradas para justificar acciones.
Respetaba sus creencias, su postura. Pero ella no las compartía, ahora sí, había que admitir que bastante tolerante estaba siendo el inquisidor, que aún no había decidido dentro de una peligrosidad que ella no olvidaba, cortarle la cabeza, si no mostraba sentimientos demasiados contrariados, y de los que ella dudaba.
Sabía que por su cabeza había pasado la opción de acabar con la vida del pequeño, seguro que a su consciencia no le pesaría, ¿o sí? Realmente no quería averiguarlo, un pensamiento entenebrecido que deseo apartar. Ella era una asesina sin piedad, para poder opinar en aquella cuestión y decisión.
Su deseo de arrancar su humanidad y dejar liberado al demonio que era, el monstruo que durante demasiados siglos solo había llevado un camino errático y dejado atrás el caos y la destrucción de muchos hogares y vida en el norte.
Aun en su memoria, y el perturbar del dormir, el recuerdo de la nieve al caer mancillada por el rojo y los aullidos de los lobos, el sacrificio de sus hijos e hijas que se aferraban a su presencia haciéndola presa de un amor no correspondido.
Triste historia, que oscuro final. Una venganza pendiente llevada por el odio.
Le observa fumar en silencio, es extraño porque los inquisidores no suelen darse demasiados placeres, todo lo contrario, seguramente si pudieran renunciar a la comida casi que lo harían, por esos votos tan estrictos. Copa suspendida en su mano, y el humo exhalado por el inquisidor, deja un aroma agradable en el ambiente y dibuja con sus formas de libre albedrío el aire. Le recuerda al olor del tabaco que los monjes sufíes toman en sus reuniones intercambiando sus pocas pertenencias, por un momento siente evocar el sonido de su música y sus conversaciones tratadas entre mendigos errantes.
Izrail no dice nada, parece bastante alterado, nervioso, sus firmas creencias se ven puestas en duda al conocer la novedad, tal vez no está preparado, tal vez ella debe callar y omitir parte de su todo; mejor que mentirle. Poco a poco.
Por un momento le tienta asomarse a su mente, y ver que pensamientos ahora se están entrelazando. Pero no lo hace, respeta su intimidad y confianza.
“¿Cómo?” Piensa enseguida al decirlo aquello. “¿Llevarse al niño? ¿Ella?” Se queda muda no sabe que decir por un momento. Desde hace demasiado tiempo no se hace cargo de otra persona que no sea ella misma, empecinada en no crear lazos emocionales con otros, no unir su destino con nadie, ni perder a nadie más…
-Pero… -Iba a reprochar, pero le deja terminar de hablar, escucha su argumento y realmente está en lo cierto. Su única salida es entregárselo, olvidarse tal vez de él, ya que su destino puede ser peor que la propia muerte. -Vendrá conmigo, si es lo que quieres y eso te serena. Pero eso no significa que te vayas a deshacer de "nosotros", tan fácilmente. Aunque lo respetaré si es tu deseo.
Por un momento piensa en cómo ha terminado metiéndose en aquel lío, bajo su ala sabe que el pequeño estará bien, además tiene cerca de Vecchio, si en algún momento no puede atenderlo estaría bien junto a su vástago, puede llevarse bien con Pietro, el pupilo y descendiente directo en sangre del vampiro. Más o menos tienen la misma edad. Él siempre lo dice, aunque ella siempre huya de su concepto “somos una familia”. El vampiro tiene un férreo concepto de ella misma, es su modo de sobrevivir, y de forjar lealtad.
Hay frustración en su gesto, contradicción, si pudiera la cabeza le estallaría. Esta vez rompe con lo dicho, y se lo permite, roza un poco su mente desde distancia prudente, siente esa rabia, desprecio… Hasta puede sentir que se siente pérdido incluso.
Ella conoce ese sentir, cuantas noches rezando a la diosa“Dorada” a la que había dedicado toda su vida, había sacrificado infancia y juventud, quemado su piel bajo la luz del sol en sus danzas y música, y su propio sexo ofreciéndose a indeseables y brutos para defender su templo y efigie. Y solo había deseado que ella acabase con aquella maldición que en ese entonces no comprendía, volver a ver la luz del sol y dejar de perder el control para acabar con todo ser viviente que se acercaba. La había odiado con profundidad, blasfemado a todos los demonios cuyo nombre había podido conocer, pero la “Hija del Oeste” nunca acudió para salvarla, ni para regalarle un mínimo castigo.
Los dioses no existían, y si lo hacían eran ciegos, sordos y mudos, les daba la espalda y los dejaba desamparado. Solo tenía claro una cosa… El “otro lado”, y los espíritus primigenios sin identidad humana. Prueba viva ella era de ser contenido para uno de ellos.
El sonido del disparo, y ella dio un respingo. Ahora había perdido el hilo del roce de su pensar, no sabía que era lo que se le estaba pasando, pero al parecer había roto con todo aquello de aquel modo simbólico.
Regresa a su lado, su gesto le parece violento, el poco contenido de la copa se vierte sobre la alfombra, y su gesto se vuelve defensivo en muestra de colmillos y escarlatas, no sabe lo que está ocurriendo, por un momento el estallido de su cuerpo contra el suyo lo interpreta como un ataque, no espera lo que a continuación hace.
Sus labios son rudos contra los suyos, desesperados y sedientos, ella le recibe tomándole por la nuca con naturaleza fiera y apasionada mientras su cuerpo menudo busca el suyo provocador encajando en sus formas.
De repente parece olvidarse de todo oscuro pensamiento, o frustración, se siente perdida, pero se deja llevar simplemente por los pasos marcados.
Mano delicada y suave, que se posa en su vientre y se cuela el interior de su camisa tirando de ella para quitársela junto con el chaleco, siente bajo el tacto de la yema de sus dedos cada cicatriza, cada marca a fuego y ahí la vuelve a encontrar… Es marca de su primer encuentro dolorosa, una promesa.
Por un momento le empuja un poco para detenerle en su impaciencia, sus ojos pardos excitados chocan con aquellos verdes.
- Quítame este maldito vestido. -Jadea contra sus labios, entre el vaivén acelerado de sus pecho apretados por aquel corsé mientras sus manos se cuelan entre sus pantalones en provocadora caricia. -Y por favor, tócame. -Casi parece rogarle.
La noticia atormentaba en sobremanera al inquisidor que le costaba adaptarse a la novedad de todo. Acostumbrado a quitar vida sin discriminar de edad, sexo o clase, solo una condición… Ser mancha o aberración para los ojos de su Dios.
A veces Lakme pensaba en ese Dios que muchos y entre ellos el propio inquisidor creían fervientemente. Ella había dejado de creer hacía demasiado tiempo en un ser o seres superiores. Para ellos todos o estaban muertos, o la habían abandonado.
Por muchos siglos que hubiesen pasado solo había visto unos rasgos comunes en toda religión, el fanatismo en su extremo solo traía injusticia, muerte y guerra; luchas de poderes y dominación entre mortales que lo usaban como herramientas para aplastar a otro y engrandecerse, dogmas alteradas para justificar acciones.
Respetaba sus creencias, su postura. Pero ella no las compartía, ahora sí, había que admitir que bastante tolerante estaba siendo el inquisidor, que aún no había decidido dentro de una peligrosidad que ella no olvidaba, cortarle la cabeza, si no mostraba sentimientos demasiados contrariados, y de los que ella dudaba.
Sabía que por su cabeza había pasado la opción de acabar con la vida del pequeño, seguro que a su consciencia no le pesaría, ¿o sí? Realmente no quería averiguarlo, un pensamiento entenebrecido que deseo apartar. Ella era una asesina sin piedad, para poder opinar en aquella cuestión y decisión.
Su deseo de arrancar su humanidad y dejar liberado al demonio que era, el monstruo que durante demasiados siglos solo había llevado un camino errático y dejado atrás el caos y la destrucción de muchos hogares y vida en el norte.
Aun en su memoria, y el perturbar del dormir, el recuerdo de la nieve al caer mancillada por el rojo y los aullidos de los lobos, el sacrificio de sus hijos e hijas que se aferraban a su presencia haciéndola presa de un amor no correspondido.
Triste historia, que oscuro final. Una venganza pendiente llevada por el odio.
Le observa fumar en silencio, es extraño porque los inquisidores no suelen darse demasiados placeres, todo lo contrario, seguramente si pudieran renunciar a la comida casi que lo harían, por esos votos tan estrictos. Copa suspendida en su mano, y el humo exhalado por el inquisidor, deja un aroma agradable en el ambiente y dibuja con sus formas de libre albedrío el aire. Le recuerda al olor del tabaco que los monjes sufíes toman en sus reuniones intercambiando sus pocas pertenencias, por un momento siente evocar el sonido de su música y sus conversaciones tratadas entre mendigos errantes.
Izrail no dice nada, parece bastante alterado, nervioso, sus firmas creencias se ven puestas en duda al conocer la novedad, tal vez no está preparado, tal vez ella debe callar y omitir parte de su todo; mejor que mentirle. Poco a poco.
Por un momento le tienta asomarse a su mente, y ver que pensamientos ahora se están entrelazando. Pero no lo hace, respeta su intimidad y confianza.
“¿Cómo?” Piensa enseguida al decirlo aquello. “¿Llevarse al niño? ¿Ella?” Se queda muda no sabe que decir por un momento. Desde hace demasiado tiempo no se hace cargo de otra persona que no sea ella misma, empecinada en no crear lazos emocionales con otros, no unir su destino con nadie, ni perder a nadie más…
-Pero… -Iba a reprochar, pero le deja terminar de hablar, escucha su argumento y realmente está en lo cierto. Su única salida es entregárselo, olvidarse tal vez de él, ya que su destino puede ser peor que la propia muerte. -Vendrá conmigo, si es lo que quieres y eso te serena. Pero eso no significa que te vayas a deshacer de "nosotros", tan fácilmente. Aunque lo respetaré si es tu deseo.
Por un momento piensa en cómo ha terminado metiéndose en aquel lío, bajo su ala sabe que el pequeño estará bien, además tiene cerca de Vecchio, si en algún momento no puede atenderlo estaría bien junto a su vástago, puede llevarse bien con Pietro, el pupilo y descendiente directo en sangre del vampiro. Más o menos tienen la misma edad. Él siempre lo dice, aunque ella siempre huya de su concepto “somos una familia”. El vampiro tiene un férreo concepto de ella misma, es su modo de sobrevivir, y de forjar lealtad.
Hay frustración en su gesto, contradicción, si pudiera la cabeza le estallaría. Esta vez rompe con lo dicho, y se lo permite, roza un poco su mente desde distancia prudente, siente esa rabia, desprecio… Hasta puede sentir que se siente pérdido incluso.
Ella conoce ese sentir, cuantas noches rezando a la diosa“Dorada” a la que había dedicado toda su vida, había sacrificado infancia y juventud, quemado su piel bajo la luz del sol en sus danzas y música, y su propio sexo ofreciéndose a indeseables y brutos para defender su templo y efigie. Y solo había deseado que ella acabase con aquella maldición que en ese entonces no comprendía, volver a ver la luz del sol y dejar de perder el control para acabar con todo ser viviente que se acercaba. La había odiado con profundidad, blasfemado a todos los demonios cuyo nombre había podido conocer, pero la “Hija del Oeste” nunca acudió para salvarla, ni para regalarle un mínimo castigo.
Los dioses no existían, y si lo hacían eran ciegos, sordos y mudos, les daba la espalda y los dejaba desamparado. Solo tenía claro una cosa… El “otro lado”, y los espíritus primigenios sin identidad humana. Prueba viva ella era de ser contenido para uno de ellos.
El sonido del disparo, y ella dio un respingo. Ahora había perdido el hilo del roce de su pensar, no sabía que era lo que se le estaba pasando, pero al parecer había roto con todo aquello de aquel modo simbólico.
Regresa a su lado, su gesto le parece violento, el poco contenido de la copa se vierte sobre la alfombra, y su gesto se vuelve defensivo en muestra de colmillos y escarlatas, no sabe lo que está ocurriendo, por un momento el estallido de su cuerpo contra el suyo lo interpreta como un ataque, no espera lo que a continuación hace.
Sus labios son rudos contra los suyos, desesperados y sedientos, ella le recibe tomándole por la nuca con naturaleza fiera y apasionada mientras su cuerpo menudo busca el suyo provocador encajando en sus formas.
De repente parece olvidarse de todo oscuro pensamiento, o frustración, se siente perdida, pero se deja llevar simplemente por los pasos marcados.
Mano delicada y suave, que se posa en su vientre y se cuela el interior de su camisa tirando de ella para quitársela junto con el chaleco, siente bajo el tacto de la yema de sus dedos cada cicatriza, cada marca a fuego y ahí la vuelve a encontrar… Es marca de su primer encuentro dolorosa, una promesa.
Por un momento le empuja un poco para detenerle en su impaciencia, sus ojos pardos excitados chocan con aquellos verdes.
- Quítame este maldito vestido. -Jadea contra sus labios, entre el vaivén acelerado de sus pecho apretados por aquel corsé mientras sus manos se cuelan entre sus pantalones en provocadora caricia. -Y por favor, tócame. -Casi parece rogarle.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Con el torso desnudo y la mente centrada en sus labios y en como su mano recorre mi piel, obedezco sin rechistar. Palpo el suelo sin separarme de ella y en cuanto noto el frío contacto de la daga de plata mis gestos no tiemblan, son decididos y directos. La hoja destella fugaz cuando la desenvaino, provocando un tintineo metálico suave y ténue antes de deslizarse por el interior del vestido de la mujer, liberándola de las ataduras y quemando la piel levemente ante el contacto de la plata.
Su desnude se muestra con una lividez que embelesa y aumenta mis deseos de tenerla. Las yemas de mis dedos no dejan ni una sola parte de su cuerpo sin acariciar. Mis labios recorren su cuerpo de arriba a abajo, saboreandolo como si fuera la última vez. Al pasar por su vientre, noto su respiración, agitada y salvaje, que acabo abandonando cuando continúo el camino hasta alcanzar su bajo vientre. Mi boca bebe de ella, preso de su hechizo, y aprieto sus muslos contra mi cabeza, como si se me fuera a escurrir entre los dedos. Mi lengua juega con ella, perdiendo la noción del tiempo, deshaciéndose poco a poco y sumiéndome en un éxtasis como nunca antes había alcanzado.
Quizá sea la liberación de tener mi mente sin ningún tipo de atadura, o la rabia creada de la confusión, pero ni siquiera en aquel primer encuentro con la mujer que con lujuria saboreo, había sentido el aluvión de emociones y sensaciones que vienen en tromba ahora mismo.
Como si me hubieran insuflado fuerzas renovadas mi boca se vuelve más salvaje por momentos y mis manos se entretienen jugando con sus pechos, eternamente jóvenes, eternamente bellos a pesar de su condición, la misma que en un principio rechazaba y que, ahora mismo, considero el más dulce de los regalos. Me separo de su entrepierna con timidez y una sonrisa lasciva perfilada en mi boca. La contemplo desde abajo, con la mirada sumisa y deseosa de más. Quiero hablar pero no soy dueño de mí mismo y en vez de pronunciar palabra alguna, me incorporo y agarro su pelo con un tirón salvaje que no tiene otra intención más que hacerla mostrar sus colmillos.
Mi mano ha relevado a mi boca y ahora se entretiene con el calor que emana de su interior. Giro mi cabeza y le ofrezco el cuello, dejando a la vista las dos claras marcas que hace años, esos mismos colmillos, provocaron en mi piel -Soy tuyo, Nebt Mefkat. Haz de esa afirmación una realidad- entono a modo de desafío permitiendo que mis dedos crucen su umbral, entrando finalmente en ella.
Es ella, ella y ese aura que desprende, su hechizo sin magia que me nubla los sentidos y que me hace olvidar todo lo que hay a mi alrededor. Sólo existe el deseo de tenerla, de no soltarla y de que las horas no pasen.
Su desnude se muestra con una lividez que embelesa y aumenta mis deseos de tenerla. Las yemas de mis dedos no dejan ni una sola parte de su cuerpo sin acariciar. Mis labios recorren su cuerpo de arriba a abajo, saboreandolo como si fuera la última vez. Al pasar por su vientre, noto su respiración, agitada y salvaje, que acabo abandonando cuando continúo el camino hasta alcanzar su bajo vientre. Mi boca bebe de ella, preso de su hechizo, y aprieto sus muslos contra mi cabeza, como si se me fuera a escurrir entre los dedos. Mi lengua juega con ella, perdiendo la noción del tiempo, deshaciéndose poco a poco y sumiéndome en un éxtasis como nunca antes había alcanzado.
Quizá sea la liberación de tener mi mente sin ningún tipo de atadura, o la rabia creada de la confusión, pero ni siquiera en aquel primer encuentro con la mujer que con lujuria saboreo, había sentido el aluvión de emociones y sensaciones que vienen en tromba ahora mismo.
Como si me hubieran insuflado fuerzas renovadas mi boca se vuelve más salvaje por momentos y mis manos se entretienen jugando con sus pechos, eternamente jóvenes, eternamente bellos a pesar de su condición, la misma que en un principio rechazaba y que, ahora mismo, considero el más dulce de los regalos. Me separo de su entrepierna con timidez y una sonrisa lasciva perfilada en mi boca. La contemplo desde abajo, con la mirada sumisa y deseosa de más. Quiero hablar pero no soy dueño de mí mismo y en vez de pronunciar palabra alguna, me incorporo y agarro su pelo con un tirón salvaje que no tiene otra intención más que hacerla mostrar sus colmillos.
Mi mano ha relevado a mi boca y ahora se entretiene con el calor que emana de su interior. Giro mi cabeza y le ofrezco el cuello, dejando a la vista las dos claras marcas que hace años, esos mismos colmillos, provocaron en mi piel -Soy tuyo, Nebt Mefkat. Haz de esa afirmación una realidad- entono a modo de desafío permitiendo que mis dedos crucen su umbral, entrando finalmente en ella.
Es ella, ella y ese aura que desprende, su hechizo sin magia que me nubla los sentidos y que me hace olvidar todo lo que hay a mi alrededor. Sólo existe el deseo de tenerla, de no soltarla y de que las horas no pasen.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Cabellos de ébano derramados y desordenados, su aroma es del jazmín y el azahar.
Labios que se reencuentran con los suyos una vez y otra, en desesperada batalla de bocas, mirada salvaje encontrada con la ajena rogando impaciente.
Marcas de aquella máquina de tortura que llamaban corsé, quedaban latentes en la tersa piel de la inmortal junto con el roce doloroso de quemaduras que el filo de argenta había dejado a su paso sin querer.
Su desnudez no tiene que envidiar a todas alhajas que lleva encima para decorarlo, no las necesita en sí, ella es la belleza personificada donde dejarse perder.
Atrevido él se adentra en el cuerpo de la fémina, atendiendo a sus súplicas, saboreándola con su lengua, dejando su rastro de placer y fuego candente.
Escalofrío que recorre su espalda arqueada, primero gemidos que se pierden en un plácido éxtasis y un largo suspiro. Sus manos se enredan entre sus cabellos con dulce caricia mientras él se enreda entre sus muslos haciendo que su vientre arda.
Con mejillas sonrosadas debida a la excitación, vuelve a encontrar su mirada con los verdes, se deja hacer mientras sus manos se enredan en expertas caricias entre sus muslos y sus caderas se remueven pidiéndole intensidad.
Y ella se pierde... Se deja perder, desprendiéndose, cual pluma de todo peso o pena… Nada la abruma, nada la hace sentir débil, aunque él tiene el poder de resquebrajar aquella coraza que en su sentir se protege con obstinación de todo.
Sus manos con fuerza la atraen por los cabellos, lee el reto y el desafío en su mirada y aquel ofrecimiento que le suena un tanto insólito. Es provocador y peligroso.
Su lengua se desliza por su cuello en gesto casi blasfemo, siente el latir de la sangre bajo su piel tentadora, adictiva…. Le llama. Acudiendo a su petición sus colmillos penetran dolorosamente en su piel, sintiendo como la sangre ajena llena su boca y se desliza por su garganta calmando una sed que nunca llega apagarse, despertando en ella el instinto animal y salvaje, del monstruo que lo único que puede pedirle, es más, y más.
Un sinfín de sensaciones que se mezclan con la humedad de su cuerpo, el provocador sabor de la sangre y el éxtasis que se ve a punto de alcanza por culpa de sus manos mientras la suyas lo terminan de desnudar y acarician su virilidad buscando el placer y deseo ajeno.
Ríos rubíes que mancillan la piel de hombre, y justo cuando se siente marchar detiene su mano, en una morbosa agonía, prefiere interrumpir y finalizar en su propio cuerpo sentirle en sí.
Caderas que le buscan con cierta brusquedad hasta sentir a él mismo de ella, sus muslos se aferran a su cintura atrayéndole. Mientras por un momento se permite despegar su boca de su piel jadeante, así iniciando aquella danza del mecer, que le sabe a brisa ligera en su balanceo lento, tortuoso y agradable.
Su cuerpo le evoca el calor de una agradable mañana al sol, en contraste con el suyo tibio.
Ella se aferra a la dureza y musculatura de su cuerpo, hunde sus dedos en su piel y acompaña sus formas, mientras bebe de su vitalidad.
-Primero lento, y luego sé rudo, soldado. -Le susurra entre gemidos cerca de su oído mientras le dedica un provocador mordisco en la mejilla.
Ligero se hace el espíritu, olvida toda carga e incluso identidad, ya no son tan distintos, ya no señas que indiquen que sean o no enemigos naturales, porque para ella ahora mismo ni el tiempo corre, ahora solo existe él, y solo él. Nada más.
Labios que se reencuentran con los suyos una vez y otra, en desesperada batalla de bocas, mirada salvaje encontrada con la ajena rogando impaciente.
Marcas de aquella máquina de tortura que llamaban corsé, quedaban latentes en la tersa piel de la inmortal junto con el roce doloroso de quemaduras que el filo de argenta había dejado a su paso sin querer.
Su desnudez no tiene que envidiar a todas alhajas que lleva encima para decorarlo, no las necesita en sí, ella es la belleza personificada donde dejarse perder.
Atrevido él se adentra en el cuerpo de la fémina, atendiendo a sus súplicas, saboreándola con su lengua, dejando su rastro de placer y fuego candente.
Escalofrío que recorre su espalda arqueada, primero gemidos que se pierden en un plácido éxtasis y un largo suspiro. Sus manos se enredan entre sus cabellos con dulce caricia mientras él se enreda entre sus muslos haciendo que su vientre arda.
Con mejillas sonrosadas debida a la excitación, vuelve a encontrar su mirada con los verdes, se deja hacer mientras sus manos se enredan en expertas caricias entre sus muslos y sus caderas se remueven pidiéndole intensidad.
Y ella se pierde... Se deja perder, desprendiéndose, cual pluma de todo peso o pena… Nada la abruma, nada la hace sentir débil, aunque él tiene el poder de resquebrajar aquella coraza que en su sentir se protege con obstinación de todo.
Sus manos con fuerza la atraen por los cabellos, lee el reto y el desafío en su mirada y aquel ofrecimiento que le suena un tanto insólito. Es provocador y peligroso.
Su lengua se desliza por su cuello en gesto casi blasfemo, siente el latir de la sangre bajo su piel tentadora, adictiva…. Le llama. Acudiendo a su petición sus colmillos penetran dolorosamente en su piel, sintiendo como la sangre ajena llena su boca y se desliza por su garganta calmando una sed que nunca llega apagarse, despertando en ella el instinto animal y salvaje, del monstruo que lo único que puede pedirle, es más, y más.
Un sinfín de sensaciones que se mezclan con la humedad de su cuerpo, el provocador sabor de la sangre y el éxtasis que se ve a punto de alcanza por culpa de sus manos mientras la suyas lo terminan de desnudar y acarician su virilidad buscando el placer y deseo ajeno.
Ríos rubíes que mancillan la piel de hombre, y justo cuando se siente marchar detiene su mano, en una morbosa agonía, prefiere interrumpir y finalizar en su propio cuerpo sentirle en sí.
Caderas que le buscan con cierta brusquedad hasta sentir a él mismo de ella, sus muslos se aferran a su cintura atrayéndole. Mientras por un momento se permite despegar su boca de su piel jadeante, así iniciando aquella danza del mecer, que le sabe a brisa ligera en su balanceo lento, tortuoso y agradable.
Su cuerpo le evoca el calor de una agradable mañana al sol, en contraste con el suyo tibio.
Ella se aferra a la dureza y musculatura de su cuerpo, hunde sus dedos en su piel y acompaña sus formas, mientras bebe de su vitalidad.
-Primero lento, y luego sé rudo, soldado. -Le susurra entre gemidos cerca de su oído mientras le dedica un provocador mordisco en la mejilla.
Ligero se hace el espíritu, olvida toda carga e incluso identidad, ya no son tan distintos, ya no señas que indiquen que sean o no enemigos naturales, porque para ella ahora mismo ni el tiempo corre, ahora solo existe él, y solo él. Nada más.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Pinchazos simultáneos que me transportan a un tiempo pasado, tan igual pero al mismo tiempo diferente. Un tiempo en el que la oscuridad demostró no serlo y el santo se destapó, mostrando su humanidad. Tiemblo y dejo escapar un gruñido que ahogo sobre su piel cuando noto la piel ser perforada por sendas perlas afiladas. El escalofrío me eriza la piel y aprieto su cuerpo junto al mío en un gesto suplicante de necesidad, pero no la de la bestia que tiene sed de sangre, sino la de la presa deseando caer en la trampa, anhelando el frío de esos colmillos como una abeja anhela el sabor dulce de la miel.
Torno su petición en orden, acatando como el soldado que ella dice que soy. Mis manos se aferran a sus muslos, sintiendo el tacto frío de su piel, tan tentador que me hace ignorar, una vez más, las condiciones propia y ajena que, aunque cada vez más cercanas, siguen siendo diferentes. Acaricio su cuerpo con devoción, como el más meticuloso de los orfebres crearía su más preciada pieza. Mi cuerpo se envuelve en un baile perfecto con el ajeno, deseando llegar a lo más profundo de la mujer, en un ritmo tan acompasado como el de un metrónomo llevando la melodía de la danza que se baila.
Noto el rubor en sus mejillas, la tensión en mis músculos y mi piel comienza a perlarse por el sudor. Separo mi cuerpo del suyo sin dejar de ser preso de sus caderas por un solo segundo. Contemplo, desde mi posición, la belleza en estado puro; una belleza salvaje con sus labios manchados de mi propia sangre que, traviesa y rebelde, sigue resbalando por mi cuello, goteando tímidamente los pechos de la mujer. Sonrío divertido, preso del fuego del momento y veo su cuerpo agitarse junto al mío, sabedor de que soy yo, y nada más, lo que lo provoca.
Un espasmo me hace tensarme de nuevo, apretando su cuerpo entre mis manos y levantándola con una facilidad asombrosa. Mis brazos la sujetan de las piernas pero una de ellas escapa rápida, apresurada a liberar la mesa en la que la apoyo la espalda con un fuerte estrépito cuando mi cadera ha dejado de lado el compás sutil y perfecto del vals. No hay rastro de esa delicada pieza que se ha tornado en un vórtice de éxtasis frenético del que quiero ver su culminación.
Mi cuerpo se agacha y es mi lengua la que juega desde su pecho hasta que se encuentra con sus labios y mis manos, firmes y autoritarias, sujetan sus muñecas. Mi respiración se agita más de la cuenta y no hay un sólo músculo de mi cuerpo que no se sienta en tensión, ansiosos y cegados con un único fin.
Finalmente, un suspiro largo y profundo me libera, acercándome al paraíso en la tierra, al que ella representa y del que no quiero salir.
-Ésta vez no habrá penitencia... asique no me abandones ésta noche- susurro en su oído, sonriente de lascivia, le dedico un mordisco en la oreja que acaba transofmándose en un profundo beso.
Torno su petición en orden, acatando como el soldado que ella dice que soy. Mis manos se aferran a sus muslos, sintiendo el tacto frío de su piel, tan tentador que me hace ignorar, una vez más, las condiciones propia y ajena que, aunque cada vez más cercanas, siguen siendo diferentes. Acaricio su cuerpo con devoción, como el más meticuloso de los orfebres crearía su más preciada pieza. Mi cuerpo se envuelve en un baile perfecto con el ajeno, deseando llegar a lo más profundo de la mujer, en un ritmo tan acompasado como el de un metrónomo llevando la melodía de la danza que se baila.
Noto el rubor en sus mejillas, la tensión en mis músculos y mi piel comienza a perlarse por el sudor. Separo mi cuerpo del suyo sin dejar de ser preso de sus caderas por un solo segundo. Contemplo, desde mi posición, la belleza en estado puro; una belleza salvaje con sus labios manchados de mi propia sangre que, traviesa y rebelde, sigue resbalando por mi cuello, goteando tímidamente los pechos de la mujer. Sonrío divertido, preso del fuego del momento y veo su cuerpo agitarse junto al mío, sabedor de que soy yo, y nada más, lo que lo provoca.
Un espasmo me hace tensarme de nuevo, apretando su cuerpo entre mis manos y levantándola con una facilidad asombrosa. Mis brazos la sujetan de las piernas pero una de ellas escapa rápida, apresurada a liberar la mesa en la que la apoyo la espalda con un fuerte estrépito cuando mi cadera ha dejado de lado el compás sutil y perfecto del vals. No hay rastro de esa delicada pieza que se ha tornado en un vórtice de éxtasis frenético del que quiero ver su culminación.
Mi cuerpo se agacha y es mi lengua la que juega desde su pecho hasta que se encuentra con sus labios y mis manos, firmes y autoritarias, sujetan sus muñecas. Mi respiración se agita más de la cuenta y no hay un sólo músculo de mi cuerpo que no se sienta en tensión, ansiosos y cegados con un único fin.
Finalmente, un suspiro largo y profundo me libera, acercándome al paraíso en la tierra, al que ella representa y del que no quiero salir.
-Ésta vez no habrá penitencia... asique no me abandones ésta noche- susurro en su oído, sonriente de lascivia, le dedico un mordisco en la oreja que acaba transofmándose en un profundo beso.
Izrail Zuhair- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 28/11/2016
Re: Sangre, fuego e inocencia (Lakme)
Morboso acto que no le regala tregua, ya que ella siguiendo con su instinto más básico en naturaleza de depredador repasa su piel con lengua lasciva, recogiendo aquel rastro de sangre que mancha la piel del inquisidor. Ella se aprieta contra él sin controlar aquel acto de sadismo que conlleva el desgarrarle, no es un solo un acto para apagar su piel, su contenido sexual es explícito en su excitación y placentera justificación.
Exhala en su agitada respiración el aire contenido en labios rojos de sangre, luego decide mezclar en los ajenos en forma de fiero beso que busca su boca sedienta de él con desesperación y rudeza en trato.
Nota sus duros dedos hundirse en su piel, parece dibujar cada una de sus formas, sin querer perder detalle alguno de lo que es ella en contraste de huelo y fuego, son ambas pieles perdidas y confundidas entre sí.
Sus caderas siguen lo que él ha iniciado, lleva su compás y armonía en perfección y exquisitez que prende la mecha en su recorrido. Al principio le parece… Lento… Tedioso… Deliciosamente tortuoso…
Es una mezcla de dolor y placer, ya que siempre se queda en el límite de lograr la profundidad de él.
Brillo de su cuerpo mezclado con el propio debido al frenesí de aquella actividad, ella se olvida de cualquier tipo de freno o contención, ya que sus gemidos provocadores deciden romper aquel silencio circunstancial del momento, y más cuando su cuerpo invierte embestidas muchas más rudas y en profundidad haciéndola sentirse embelesada, perdida y capaz de morir en su cuerpo.
Caricias a la que ella responde, ella se deleita con la piel de él, en un principio dulce y suave, luego sus uñas se clavan en su espalda arañándole fruto del salvajismo y el trance en la que él la eleva.
Dispuesta a tomar el mando, no está acostumbrada a la docilidad, o aquel otro la “domine”; más se ve detenida en cuento él la levanta del suelo y la empotra contra el mueble. Los objetos que había en el suelo se ven desparramados por doquier, ella lo único que puede hacer por un momento es aferrarse a él, y apoyar por un momento su frente contra la ajena. Sus ojos vidriosos y excitados le dedican una traviesa sonrisa por su pequeño acto de destrucción.
Pierden el ritmo, la música por un momento se silencia, pero pronto el choque de aquellos cuerpos que tienen hambre el uno por el otro, vuelven a encontrarse y la melodía frenética regresa.
Los miedos se marchan, son vencidos, y su corazón se eleva entre aquellas llamas que la consumen en un éxtasis de salvajimos perdido con cada una de sus embestidas
Toma una de sus manos y a sus pechos para que los apriete, como si fuesen frutos maduros y prohibidos, desea que él los saboree, aunque él la detiene atándola con sus fuertes dedos sus muñecas.
Parece que lee su deseo, más solo responde con leves quejidos que termina acallando en búsqueda de su propia boca.
Se deja hacer, está atrapada, intenta ser dócil más sus caderas no le obedecen obteniendo en su brutalidad total placer y el roce de un trozo de cielo.
Siente su vientre consumirse, se va una vez…
Su espalda se arquea, su vista se nubla.
Otra viene…
La razón nubla todo tipo de consciencia…
Y luego una más…
La llaman “pequeña muerte”, nombre bien elegido para aquel nirvana alcanzado.
Se muerde el dorso de la mano, perdiendo todo tipo de aliento, esconde sus ojos con su mano, cuando siente que la calma quiere hacer en su pecho, subiendo arriba y abajo.
-Shhh… Calla, no tienes que preocuparte por eso. -Susurro húmedo perdido en aquella mordida y tirón de sus labios. Sus ojos le dedican un cálido sentir, no solo producto de la lujuria, si no por… Otro tipo de sentir. -No te abadonaré...
.
Exhala en su agitada respiración el aire contenido en labios rojos de sangre, luego decide mezclar en los ajenos en forma de fiero beso que busca su boca sedienta de él con desesperación y rudeza en trato.
Nota sus duros dedos hundirse en su piel, parece dibujar cada una de sus formas, sin querer perder detalle alguno de lo que es ella en contraste de huelo y fuego, son ambas pieles perdidas y confundidas entre sí.
Sus caderas siguen lo que él ha iniciado, lleva su compás y armonía en perfección y exquisitez que prende la mecha en su recorrido. Al principio le parece… Lento… Tedioso… Deliciosamente tortuoso…
Es una mezcla de dolor y placer, ya que siempre se queda en el límite de lograr la profundidad de él.
Brillo de su cuerpo mezclado con el propio debido al frenesí de aquella actividad, ella se olvida de cualquier tipo de freno o contención, ya que sus gemidos provocadores deciden romper aquel silencio circunstancial del momento, y más cuando su cuerpo invierte embestidas muchas más rudas y en profundidad haciéndola sentirse embelesada, perdida y capaz de morir en su cuerpo.
Caricias a la que ella responde, ella se deleita con la piel de él, en un principio dulce y suave, luego sus uñas se clavan en su espalda arañándole fruto del salvajismo y el trance en la que él la eleva.
Dispuesta a tomar el mando, no está acostumbrada a la docilidad, o aquel otro la “domine”; más se ve detenida en cuento él la levanta del suelo y la empotra contra el mueble. Los objetos que había en el suelo se ven desparramados por doquier, ella lo único que puede hacer por un momento es aferrarse a él, y apoyar por un momento su frente contra la ajena. Sus ojos vidriosos y excitados le dedican una traviesa sonrisa por su pequeño acto de destrucción.
Pierden el ritmo, la música por un momento se silencia, pero pronto el choque de aquellos cuerpos que tienen hambre el uno por el otro, vuelven a encontrarse y la melodía frenética regresa.
Los miedos se marchan, son vencidos, y su corazón se eleva entre aquellas llamas que la consumen en un éxtasis de salvajimos perdido con cada una de sus embestidas
Toma una de sus manos y a sus pechos para que los apriete, como si fuesen frutos maduros y prohibidos, desea que él los saboree, aunque él la detiene atándola con sus fuertes dedos sus muñecas.
Parece que lee su deseo, más solo responde con leves quejidos que termina acallando en búsqueda de su propia boca.
Se deja hacer, está atrapada, intenta ser dócil más sus caderas no le obedecen obteniendo en su brutalidad total placer y el roce de un trozo de cielo.
Siente su vientre consumirse, se va una vez…
Su espalda se arquea, su vista se nubla.
Otra viene…
La razón nubla todo tipo de consciencia…
Y luego una más…
La llaman “pequeña muerte”, nombre bien elegido para aquel nirvana alcanzado.
Se muerde el dorso de la mano, perdiendo todo tipo de aliento, esconde sus ojos con su mano, cuando siente que la calma quiere hacer en su pecho, subiendo arriba y abajo.
-Shhh… Calla, no tienes que preocuparte por eso. -Susurro húmedo perdido en aquella mordida y tirón de sus labios. Sus ojos le dedican un cálido sentir, no solo producto de la lujuria, si no por… Otro tipo de sentir. -No te abadonaré...
.
Lakme- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 420
Fecha de inscripción : 22/11/2010
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Página 1 de 2. • 1, 2
Temas similares
» ¡El fuego, niña, el fuego!
» De los árboles sureños cuelga una fruta extraña. Hay sangre en las hojas, hay sangre en la raíz | Privado
» Máscara de sangre. Sangre de esclavitud | Privado | El ascenso del Príncipe
» Pakte, die Sie mitnehmen (Lakme)
» La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado
» De los árboles sureños cuelga una fruta extraña. Hay sangre en las hojas, hay sangre en la raíz | Privado
» Máscara de sangre. Sangre de esclavitud | Privado | El ascenso del Príncipe
» Pakte, die Sie mitnehmen (Lakme)
» La sangre traiciona a la sangre | Venganza, Parte I | Privado
Página 1 de 2.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér Sep 18, 2024 9:16 am por Afiliaciones
» REACTIVACIÓN DE PERSONAJES
Mar Jul 30, 2024 4:58 am por Frederick Truffaut
» AVISO #49: SITUACIÓN ACTUAL DE VICTORIAN VAMPIRES
Miér Jul 24, 2024 2:54 pm por Nigel Quartermane
» Ah, mi vieja amiga la autodestrucción [Búsqueda activa]
Jue Jul 18, 2024 4:42 am por León Salazar
» Vampirto ¿estás ahí? // Sokolović Rosenthal (priv)
Miér Jul 10, 2024 1:09 pm por Jagger B. De Boer
» l'enlèvement de perséphone ─ n.
Sáb Jul 06, 2024 11:12 pm por Vivianne Delacour
» orphée et eurydice ― j.
Jue Jul 04, 2024 10:55 pm por Vivianne Delacour
» Le Château des Rêves Noirs [Privado]
Jue Jul 04, 2024 10:42 pm por Willem Fokke
» labyrinth ─ chronologies.
Sáb Jun 22, 2024 10:04 pm por Vivianne Delacour