AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Asuntos comerciales (Privado)
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Asuntos comerciales (Privado)
El coche se detuvo con un sonido seco en frente de un bello castillo. Antoinette lo observó con curiosidad a través de la ventanilla del pequeño carruaje, esperando que la puerta se abriera. Tomando la mano de su fiel cochero, bajó del carruaje con ligereza. Se detuvo a observar su entorno, apreciando la claridad de la noche. A pesar del gélido invierno, las nubes habían encontrado la forma de dispersarse para que el cielo retomara su aterciopelado color azul, y las estrellas brillasen con intensidad sobre su cabeza. Sus ojos descendieron, recorriendo el suelo cubierto por una ligera capa de blanca e incorrupta nieve. —Mi señora, ¿desea que le le espere?—La voz de Eliah atrajo su atención. No tenía forma de estimar el tiempo que le tomaría aquella empresa, sobre todo porque se tomaba muy en serio su trabajo al decorar o diseñar lo que fuese requerido. —No, puedes retirarte; pero has de regresar en un par de horas. —Señaló, restándole importancia.
Acomodó su pequeño bolso de mano, y alisó los pliegues de su capa, que caía hasta sus pies y se arrastraba por el suelo. Sin muchos miramientos por las escaleras que conducían al portón principal de la gran estructura, sosteniendo con ambas manos el vestido, para evitar pisárselo en el proceso. La negra capa cubría su vestimenta, y la capucha de la misma ocultaba sus facciones de las miradas de curiosos, aunque no pudo detectar a ninguno en lo que duró su trayecto hacia el portón. La mano diestra cubierta por un aterciopelado guante emergió de entre las profundidades de la capa, hasta la aldaba de la puerta. Tocó tres veces.
Hace rato que había dejado de preguntarse si a sus clientes les incomodaba la hora de sus visitas, ya que la impecabilidad de su trabajo justificaba todo aquello y más. Sin embargo, de aquella visita desconocía varios datos, como por ejemplo el rostro de su cliente. Desconocía si los demás habitantes de esa estructura estaban al tanto de su llegada, por lo que esperó paciente a que alguien abriera esa puerta. Por suerte no tardaron tanto.
—Buenas noches, estoy buscando a Monsieur Rivérieulx. —Anunció, insegura de quien era la persona que le estaba recibiendo. —Dígale que Mademosielle Bellerose ha llegado.
Acomodó su pequeño bolso de mano, y alisó los pliegues de su capa, que caía hasta sus pies y se arrastraba por el suelo. Sin muchos miramientos por las escaleras que conducían al portón principal de la gran estructura, sosteniendo con ambas manos el vestido, para evitar pisárselo en el proceso. La negra capa cubría su vestimenta, y la capucha de la misma ocultaba sus facciones de las miradas de curiosos, aunque no pudo detectar a ninguno en lo que duró su trayecto hacia el portón. La mano diestra cubierta por un aterciopelado guante emergió de entre las profundidades de la capa, hasta la aldaba de la puerta. Tocó tres veces.
Hace rato que había dejado de preguntarse si a sus clientes les incomodaba la hora de sus visitas, ya que la impecabilidad de su trabajo justificaba todo aquello y más. Sin embargo, de aquella visita desconocía varios datos, como por ejemplo el rostro de su cliente. Desconocía si los demás habitantes de esa estructura estaban al tanto de su llegada, por lo que esperó paciente a que alguien abriera esa puerta. Por suerte no tardaron tanto.
—Buenas noches, estoy buscando a Monsieur Rivérieulx. —Anunció, insegura de quien era la persona que le estaba recibiendo. —Dígale que Mademosielle Bellerose ha llegado.
Antoinette Bellerose- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 22/07/2013
Edad : 31
Localización : París
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Re: Asuntos comerciales (Privado)
Podía ser un día de semana predecible y monótono para los ciudadanos de París, pero para el ateniense milenario, se libraba una fiesta. Todo le estaba saliendo de fábula y no podía en sí de la emoción de seguir perpetuando su reinado borgoña. Generalmente celebraba devorando alguna víctima conservada por meses en su jaula, pero se sentía benevolente. «Que los corderos engorden y descansen» pensaba aquella velada. Él haría otros planes.
Como estaba en su salsa, se decidió a salir de sus hábitos normales y mandó a llamar a una conocida diseñadora. Sólo por hacerse el distinguido, para plasmar por fuera su estado interior. Se vería tan venturoso como se sentía. Imagen de éxito, admiración y reverencia.
Después de esperar un tiempo acorde a la reputación de la mujer, finalmente la recibió en uno de sus salones, y fue a recibirla con algarabía.
— Mademoiselle Bellerose. Pensé que nunca tendría el placer de recibir a vuestra merced en mi castillo; su exquisito sentido del gusto la ha vuelto codiciada. Incluso ahora, que la tengo frente a mí, sigo pensando en que usted podría asesorar a París completa y seguiría teniendo trabajo que hacer. — alabó el vampiro a la renombrada mujer, dándole la bienvenida antes de proceder. — Imaginé que harían caminar sobre mi alfombra a una anciana estrambótica, con adornos colgando y otras tonterías, pero usted no lo necesita. Ce n’est pas la vache qui crie le plus fort qui donne le plus de lait. — «No es la vaca que grita más fuerte la que da más leche»
Apenas saludó a la blanquecina dama, lo supo. Bastó un toque, menos de una rozadura, para que el impacto del hielo contra el hielo detonara el averno en los ojos del sempiterno. Ese choque de rayos, aquel eco retumbante, sólo podían sentirlo ellos: los insaciables. Demetrius se sintió regocijado con la lógica tras Antoinette: sólo una vampiresa podía tener gustos tan refinados, potenciados y pulidos por los parajes vistos a través de los siglos. El mundo les pertenecía a ellos.
Le dirigió una de esas miradas inquisidoras que a la mayoría incomodaba e invadía, pero que incitada y seducía a los que eran capaces de igualar ese ímpetu salvaje. Era la especie y algo más. ¿Dónde había visto ese fulgor implacable? Ah, pero claro. En su reflejo, aquella noche, la noche anterior, todas las noches desde su no-muerte.
— Ya sé lo que quiero. — anunció con segundas intenciones — Quiero en mis ropas el trazo de luz que recorta el filo de su faz, la turbación de sus pensamientos, y esa imponencia capaz de silenciar multitudes bajo el secreto de una noche.
No tenía que preguntarle si podía plasmarlo. Ella lo llevaba consigo. Podía sentirlo.
Como estaba en su salsa, se decidió a salir de sus hábitos normales y mandó a llamar a una conocida diseñadora. Sólo por hacerse el distinguido, para plasmar por fuera su estado interior. Se vería tan venturoso como se sentía. Imagen de éxito, admiración y reverencia.
Después de esperar un tiempo acorde a la reputación de la mujer, finalmente la recibió en uno de sus salones, y fue a recibirla con algarabía.
— Mademoiselle Bellerose. Pensé que nunca tendría el placer de recibir a vuestra merced en mi castillo; su exquisito sentido del gusto la ha vuelto codiciada. Incluso ahora, que la tengo frente a mí, sigo pensando en que usted podría asesorar a París completa y seguiría teniendo trabajo que hacer. — alabó el vampiro a la renombrada mujer, dándole la bienvenida antes de proceder. — Imaginé que harían caminar sobre mi alfombra a una anciana estrambótica, con adornos colgando y otras tonterías, pero usted no lo necesita. Ce n’est pas la vache qui crie le plus fort qui donne le plus de lait. — «No es la vaca que grita más fuerte la que da más leche»
Apenas saludó a la blanquecina dama, lo supo. Bastó un toque, menos de una rozadura, para que el impacto del hielo contra el hielo detonara el averno en los ojos del sempiterno. Ese choque de rayos, aquel eco retumbante, sólo podían sentirlo ellos: los insaciables. Demetrius se sintió regocijado con la lógica tras Antoinette: sólo una vampiresa podía tener gustos tan refinados, potenciados y pulidos por los parajes vistos a través de los siglos. El mundo les pertenecía a ellos.
Le dirigió una de esas miradas inquisidoras que a la mayoría incomodaba e invadía, pero que incitada y seducía a los que eran capaces de igualar ese ímpetu salvaje. Era la especie y algo más. ¿Dónde había visto ese fulgor implacable? Ah, pero claro. En su reflejo, aquella noche, la noche anterior, todas las noches desde su no-muerte.
— Ya sé lo que quiero. — anunció con segundas intenciones — Quiero en mis ropas el trazo de luz que recorta el filo de su faz, la turbación de sus pensamientos, y esa imponencia capaz de silenciar multitudes bajo el secreto de una noche.
No tenía que preguntarle si podía plasmarlo. Ella lo llevaba consigo. Podía sentirlo.
Bénédicte Rivérieulx- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 190
Fecha de inscripción : 24/03/2016
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