De la pomposidad principesca y otros asuntos -Nina Krivosheeva-

por **Natasha Stroganóva** Dom Nov 02, 2014 8:00 am

La Nastya callejera ya se había convertido en una mujer hecha y derecha, como esa del cuento. Natasha Stroganóva. ¡Carajo! Casi podía sentir el peso de ese apellido sobre sus hombros. ¿Aterrorizada? No. Más bien aburrida, aquella vez.

La muchacha de cabellos dorados ni se molestó en cubrir la boca con la mano enguantada cuando ésta abríose en pos de un bostezo. Y es que escuchar cómo la moda de Rusia había cambiado más rápido en que se reza un páter noster no era, precisamente, el tema de conversación con el que se podía atrapar a la rusa. Si Fyodor la estuviera viendo en aquel momento, de seguro que le zurraría un manotazo. Bueno, o algo más sutil, como esas miradas de reproche con la que en muchas ocasiones la aleccionaba. Que para algo debió servir los años de práctica.

Pero es que ella no estaba hecha de la misma pasta que aquellos príncipes y princesas rusos. Si la hubieran visto unos años antes, salida de la mugre de las calles de París...

-Pues lo que yo decía, Georgi Danílovich. El zar debería prestar más atención a nuestros vecinos. El káiser...

Por las barbas que no tenía. Debía huir de allí cuanto antes. Así pues, presta y diestra encaminóse Nasty... Natasha Stroganóva a los jardines del palacio Vorontsov, a respirar un poco de aire fresco, que tanta lámpara, alfombra de Persia y cuadros de Levitski la mareaban.

Ahora sí, ¡por sus barbas!, que podía despejarse un poco de tanta pomposidad principesca.

por **Nina Krivosheeva** Vie Nov 07, 2014 10:10 pm

El viaje de vuelta a Rusia había sido un poco más que agotador; «ímprobo» era una palabra que se le asemejaba más. Nina maldecía al aire cada vez que el clima no la acompañaba, obligándola a reorganizar los tiempos que tenía planeados para trasladarse de un lugar a otro. El problema era que los prisioneros no tenían todo el tiempo del mundo; en la mayoría de las ocasiones disponían de días o incluso de horas si a los pelmazos que los mantenían cautivos se le ocurría jugar con ellos como un niño quemando hormigas a la luz del sol. Esto sin mencionar que la herida de su brazo recién estaba terminando de sanar, después de haber retrasado su retorno a casa por casi tres días más.

Y por si fuera poco, a sólo unas horas de llegada a su nación natal, una nueva orden de la hermandad de la espada le llegó: «Sospechosos andan rondando el Palacio Vorontsov. Informar y resguardar a la brevedad». La respuesta más predecible de Nina hubiese sido replicar que no era ninguna niñera, pero antes de ofuscarse tuvo el criterio para asumir que no solamente era su función liberar, sino que también (en menor medida) prevenir nuevas lamentaciones.

Así fue que llegó al destino que le habían encomendado cabalgando como un verdadero demonio. En las puertas detuvo la carrera y dejó al caballo descansar. Inmediatamente después, Nina se anunció protocolariamente, con nombre y apellido, pero con prisa. No estaba allí para tomar el té ni para negociar compromiso alguno.

—Quiero hablar--- —aclaró la garganta al darse cuenta de lo agresiva que se había oído su intento de frase. Estaba en un palacio, no en el campo de batalla. Apretando los dientes usó el espantoso tono de la pomposidad que tanto le gustaba escuchar a su madre— Es de vital importancia que solicitar una urgente audiencia con la personalidad a cargo del Palacio. Es por asuntos de seguridad. Tengo órdenes de que solamente sus oídos lo oigan.

Los guardas la vieron con suficiente. ¡Una mujer venir a hablarles de cómo hacer su trabajo! Krivosheeva estaba acostumbrada a esos cerdos machistas que creían que el mundo giraba en torno a su omnipotencia fálica, pero eso significaba todo, menos que lo aceptara. Con la paciencia por el suelo, la cazadora atravesó descaradamente el lugar buscando a la dueña. Cumpliría con su labor. Se pasaba los reclamos de los sirvientes por la orilla del zapato.

—Se los advierto: tóquenme y terminarán picando hielo en la isla Bolchevique. —caminaba como si fuera por su propio hogar.

No se movería de allí hasta que diera con su objetivo a notificar.

por **Natasha Stroganóva** Lun Dic 29, 2014 9:25 am

El humo de un fuerte tabaco extranjero vino a incordiar, otra vez, la plácida salida al balcón de Natasha Paulóvna. Pero no estaba de Dios que dejasen a la duquesa tranquila aquella tarde. "Oh, espérate, que aquí llega otra vez...". Federico Schlietzer. El alemán con menos alma y más pavisosería que le había tocado en gracia a la rusa de ser el más insistentes de todos sus pretendientes.

¡Por todos los diablos! Jamás volvería a hacer caso de sus damas cuando éstas empezaron a zalamear para que organizase una merienda. Anda que no sabían nada las muy cucas. ¡Más que un zorro viejo! Ahora que, una y no más, santo Tomás.

Y cuando a punto estaba Schlietzer de echarle el piropo más cursi y grandilocuente que se le había podido ocurrir allí mismo, el gritería de la entrada la salvó. No lo dejó entrever, pero déjose escapar Natasha un suspiro de alivio. Otra lisonja más y júrose por Dios que se hubiera tirado por el balcón.

-¿Qué pasa aquí? -exclamó, dejando escuchar el tono autoritario de Natasha Paulóvna Stroganóva que tanto había ensayado aquellos años. Que por algo ahora era también heredera del Palacio Vorontsov y todos sus alrededores.
-Esta señorita... -empezó uno, carraspeando-...quería veros, duquesa.
-¿Y por eso tanto jaleo? -frunció el ceño. Estos guardias...

Ahora sí, la duquesa quedóse fija en la figura femenina que acompañaban a los dos mostrencos rusos.
-Bueno, pues aquí me tiene. -hizo un gesto interrogante con las manos, esperando a que la mujer explicase el motivo de su visita.

por **Nina Krivosheeva** Jue Ene 29, 2015 10:31 pm

Encajes por doquier. Había visto menos espirales en un pastel de bodas. Todo eso pensó Nina cuando vio a la duquesa de su nación. Era joven, tanto como le habían dicho, pero no lo suficiente como para no haber vivido los fuegos de la guerra. Esos habían carcomido parte de la inocencia de su rostro. Ni la belleza camuflaba las huellas; sólo las hacía más hermosas.

—Su Gracia. —inclinó la cabeza en línea recta, imitando el trayecto de una flecha. Su reverencia era como ella: tan precisa que resultaba tajante— Nina Krivosheeva. Cazadora y miembro activo de la hermandad de la espada. Quisiera poder adular su garbo real y prometerle ofrecer oraciones para que su vida sea tan longeva como los hielos de nuestro invierno, pero por desgracia se nos acaba el tiempo. Tuvimos que desviarnos del camino con mis hombres para poder llegar hasta aquí.

Fue entonces que la espadachín hizo retroceder la tela que cubría su muñeca derecha, revelando una vendada y revendada herida que, ya veía, pronto tendría que cambiar si no quería gotear el piso que valía más que su vida. ¿Cómo se la había hecho?

—Persas, Su Gracia. —resumió en un solo nombre el evento en que un ataque sorpresa casi le cortó la mano. Por suerte no era con la que blandía el acero; así podría seguir peleando — Las recientes anexiones de territorios a Rusia han despertado en ellos una fuerza ofensiva en menor escala, pero considerable. Nos enfrentaron de improviso, camino a liberar a unos civiles inocentes. Ante sus ojos la secuela. Fue el deber lo que nos impulsó a venir; a nosotros nos pueden matar para no estorbar, pero retener a un miembro de la realeza es hacer una jugada maestra. Harán cuanto crean necesario para obligarla a firmar tratados, ordenar el arresto de figuras imprescindibles en el territorio y una lista que terminaría de enumerarle mañana. Es por esto que… —hizo una reverencia más marcada, esperando acordarse de cómo bajaba una mujer. Algo debió salir— …solicito de manera inédita y urgente que nos conceda el permiso de quedar para su protección, hasta que el peligro inminente haya cesado.

Levantó la cabeza desde su posición. Sus ojos estaban más negros que de costumbre. Y mientras los adversarios fueran aproximándosele en el trayecto, se irían oscureciendo cada día más.

—Hoy no estallará la guerra, pero dudo que transcurran suficientes mañanas como para llamarnos en paz.

Esos días habían terminado.

por **Natasha Stroganóva** Dom Mar 01, 2015 12:19 pm

Olvídadose ya la Gran Duquesa de todas las tontunas de palacio. De las lisonjas y las chanzas de los Danílovich. Rígida quedó conforme las palabras de la joven morena iban saliendo de sus labios. Persas. Muy poco se habían hecho tardar sus vecinos del Cáucaso. Parecíole a la Gran Duquesa que el zar debía de mover ya al general Yermólov si no quería ver su preciada Tierra Negra reducida a escombros. Y con él a sus súbditos.

Escombros. Un escalofrío recorríose la espalda de la duquesa.

-Tiene mi permiso, Krivosheeva. Haga pasar a sus hombres -supo la duquesa que había que reaccionar rápido. Nunca habíose visto metida en lío semejante, pero si consiguió llevarse las pelas del viejo Maurice durante trece años, podría con una situación de emergencia como aquella. Y también podría con los persas de ser necesario, qué diablos. Si algo habían hecho bien el duque Pável Stróganov había sido proveer el palacio Vorontsov con las mejores defensas. Que para algo había sido general de los Ejércitos del Señor Emperador y Autócrata de Toda Rusia.

-Yémolov. Ivanovic -los señaló con el dedo- Ayuden a la Hermandad a entrar en el Palacio. Comuniquen también a los invitados que la fiesta se ha acabado -quédose unos minutos pensativa. Eso no estaba en el manual que el príncipe le enseñó- ¿Han conseguido liberar a los civiles? ¿A cuántos metros están de los territorios de Vorontsov? -interrogó mientras indicaba con la mano a la joven de lacios y morenos cabellos que la siguiera por los pasillos. La piel de la muchacha estaba atravesada por algunas heridas y su frente, perlada de arrugas de preocupación- Seguro que quiere limpiarse esas heridas. Voy a llamar a Danilenko. Él es el doctor.

por **Nina Krivosheeva** Vie Mar 27, 2015 7:00 pm

Bien. Ya con la afirmativa de la Duquesa podía continuar. Los trámites infructuosos eran un dolor de cabeza para Nina, sobretodo con los enemigos pisándoles los talones. Hacía que se sintiera vulnerable. ¡Vulnerable! Qué palabra más asociada a la femineidad, tan predecible para su sexo. Qué coraje darles la razón a todos los que le dijeron que no podía cambiar sus medias por vendas. No les iba a dar en el gusto. Así fue que asintió con gratitud

—Es un honor, Su Gracia —agachó la cabeza con respeto y no con sumisión, aunque su poco ensayada reverencia representara un rango inferior al de la persona que se erguía frente a ella. Pero Nina no permitía que el protocolo devorara sus creencias. Ella no era ni más ni menos.

No volteó a ver a sus compañeros cuando se abrieron las puertas para su ingreso. Alegrarse por haber conseguido el favor de la duquesa era apresurarse en demasía. Tenían mucho que hacer, y el tiempo no avanzaba; se desvanecía.

Sin demora comenzó a seguir a Natasha mientras oía el ruido de las armas de los demás alistándose para lo peor, que era la única probabilidad de desenlace. Ellos estaban todavía más preparados que ella; no confiaba, pero estaba segura de que se despellejarían las manos afirmando esas puertas. El problema era qué hacer con la duquesa, porque si algo le habían enseñado sus viajes era que la guerra era el peor peligro para la realeza, porque hacía emerger un contexto en donde los derechos y deberes se reducían a cero. Así que esquivó rápido la primera pregunta y fue a la médula.

—Por donde pasamos evacuamos. No tuvimos tiempo de explicar exhaustivamente; sólo les mostramos espadas y fusiles y tuvieron que huir. Muchos eran campesinos y granjeros, no querían dejar sus tierras, así que tuvimos que intimidarlos. No podría decirle una distancia exacta porque no la calculamos, pero a pesar de que venían más pesados que nosotros diría que en veinte minutos están aquí a lo mucho. —detuvo su andar de súbito— Pido permiso para referirme a usted de manera urgente. Verá, Su Gracia. Sin ánimos de insultar su inteligencia, usted sabrá que una duquesa joven, hermosa y soltera es un trofeo demasiado valioso como para dejar ir. Si la toman como rehén pueden conseguir casi cualquier cosa. Le haré esta pregunta porque es usted quien decide si quedarse o no. No tengo poder sobre usted. Dígame, ¿se quedará refugiada al interior del palacio o prefiere quedarse supervisando asumiendo el riesgo de ser tomada como rehén?

Uno, dos, tres segundos. No podía esperar más. La nieve no retrasaría más al enemigo.

por **Natasha Stroganóva** Miér Abr 01, 2015 4:04 am

Caminaba por los pasillos de Vorontsov con una firmeza que en verdad no tenía. ¡Sería posible que en todas sus idas y venidas, desde San Petersburgo hasta París, jamás ocurriósele a la rusa entrenarse para un ataque persa! Dejando las burlas a un lado, amenazaba la situación con superar a la recién encontrada Gran Duquesa. Mas bien, ¿era o no era hija de Pável Stróganov? Aunque poco recordase de su señor padre, algo en los genes debía habérsele quedado.

El palacio habíose levantado en armas. Todos sus buenos soldados reaccionaron con rapidez y eso congratulaba a la duquesa. En los dos años que hacía que vivía en Rusia había conseguido forjar una extraña comunión con esos hombres; después de todo, ¿dependía su vida o no de ellos?

Llegaron a la uno de los miles de despachos que había repartidos por el palacio Vorontsov mientras escuchaba las palabras de la generala. Era prudentes y sabias, y Natasha Paulóvna sabía que tenía razón. Mas a ella le sonó a huir. Y se había pasado la vida huyendo. Huyó de Rusia. Huyó de la carreta del viejo gitano. Huyó de París. Huyó de Dennis Vallespir. ¡Por las barbas que no tenía que se había cansado ya de huir!

-Agradezco su preocupación, Nina Krivosheeva, mas no me moveré de aquí. No voy a dejar a mis hombres solos ante el peligro, como quién dice.
¿Necedad? Posiblemente. Pero a ver quién era el listo o la lista que refutaba una decisión tan clara como la de la Gran Duquesa.

-Confío en vos y en sus conocimientos. Debemos planear una defensa efectiva, Nina. -abrió las puertas del despacho, donde Pável Stróganov había organizado varias ofensivas que habían salvado a la Madre Rusia de un destino amargo.-Los muros de Vorontsov son fuertes y duros, pero me temo que eso no será suficiente, ¿me equivoco? -frunció el ceño. ¡Ay, los caminos de la vida! ¿Quién le hubiese dicho a una peñaja Nastya con la cara llena de hollín que en unos años estaría defendiendo las tierras que eran la única herencia de su familia perdida?

por **Nina Krivosheeva** Lun Abr 27, 2015 11:27 pm

Antes de discutir con los capitanes el asunto de los turcos, Natasha se encerró con Nina para oír su versión de lo que había que hacer. A menudo se diría después que Nina tenía a la Duquesa hechizada con encantamientos de bruja y pociones sacrílegas, que la atontaba en su trono con aberraciones de rusa, le absorbía la potencia, le anulaba la voluntad y, en buenas cuentas, hacía lo que me daba la gana con ella para que creyera en el falso poder femenino. Nada más lejos de la verdad.

—Vuestra alteza es tan certera como empática. Si sus muros fueran suficiente, créame que no la hubiera--- no hubiera osado molestarla —le costaba emplear ese lenguaje tan formal después de tantos años de haber compartido su último baile cuando cumplió los quince en casa de su familia.

Natasha era testaruda —se notaba a la legua— y sabía muy bien lo que quería; nadie podía hacerle cambiar de rumbo con artes de magia o de cortesano, sólo con argumentos de la razón. No era mujer de pedir consejo abiertamente y menos a alguien de su mismo sexo, quien se suponía en su misma situación de desventaja con los hombres, pero en la intimidad de cuatro paredes hablaba fluidamente, paseándose por el cuarto, hasta que Nina atinaba a ofrecer su opinión después de oír la de ella primero, por supuesto. Procuraba dársela con cierta vaguedad, para que al final creyera que la decisión era suya. Ese sistema nunca le gustó a Nina, pero servía bien. Una duquesa hacía lo que podía, pero una mujer hacía lo que el hombre no podía. No le parecía acertado ajusticiar a los enemigos allá afuera uno por uno, como sin duda merecían, porque estaban protegido por las figuras poderosas tras ellos que sin duda los habían dejado entrar “accidentalmente” al territorio. Podían acusar a la señorita Stroganóva de traición, brujería, de lo que se les ocurriera. El deber de Nina era evitar que la duquesa terminara en el potro de tormento o el patíbulo.

—¿Qué se hace con un enemigo como éste? —masculló Nina, paseándose como un gallo de pelea.— Quienes conforman la realeza siempre dicen que a los enemigos conviene tenerlos cerca, donde se los puede vigilar... pero éstos están demasiado cerca. Aniquilarlos en masa sería lo que esperan que hagamos. Si tomáramos solamente a las autoridades importantes entre ellos, podríamos hacerlos rendirse, y si no… Tan pronto como los hombres estén listos, haré levantar una horca afuera con vuestro permiso.

La dama de la realeza era una mujer generosa, de ideas espléndidas, sólidos principios y un valor a toda prueba —nunca hubiera imaginado Nina que hubiese optado por quedarse— pero también tenía defectos, algunos bastante graves. El peor era seguramente su desmedida ambición de probarse a sí misma, que al final podría costarle la vida a ella y a muchos otros. De ella dependía.

por **Natasha Stroganóva** Jue Mayo 28, 2015 4:07 am

Natasha Stroganóva no era una mujer sanguinaria. No había en ella deseos feroces de venganza, por lo que masacrar a los turcos cuales gallos de corral no entraba en su sesera. Mas no podía descuidarse. No sabía medir tampoco la brutalidad de sus enemigos. Díose cuenta entonces, en ese preciso momento, que ella era una extranjera. Sí, poseía nombre y apellidos rusos. Sí, su familia era de largo abolengo. Mas, no. Ella no se había criado en Rusia (al menos, en lo que podían respectar su confusa memoria rasgada) y no, no conocía bien su Historia. ¡Ay, si hubiera prestado más atención a las clases de don Fyodor!

En fin, no valía la pena martirizarse por ello. Que, además, hogaño contaba con la presencia de Nina Krivosheeva. Una mujer, sin duda, cualificada y diestra. Extraño como el que más era ese sentimiento de seguridad que le irradiaba. ¡Una persona que no conocía más que de tres minutos! Acaso porque estaba sola, acaso porque la Krivosheeva era una militar capaz (o eso quería la Gran Duquesa creer) que fuera como fuese se había establecido un extraño vínculo entre ambas mujeres.

-No se dejarán secuestrar tan fácilmente. -elucubró con ceño fruncido y frente arrugada- El campamento está solamente a unas millas de distancia, no obstante... Si hubiera una manera de entrar de manera silenciosa. Mas, sería arriesgado. Nos meteríamos de lleno en la boca del lobo. A no ser...

Los ojos azules de la Gran Duquesa centellearon y sus labios abriéronse por las comisuras delineando esa sonrisa torcida tan propia de la Nastya chica, la vagabunda acompañada por un perro sin raza, cuando alguna maldad o triquiñuela empezaba a asomar por su cabecilla. Maldad no sabía si era esto, mas sí se le podría calificar de triquiñuela o chanza, de alguna manera, tenía que preparar el circo y esperar -lo que seríase la parte más importante- a que los turcos confiasen.

-Les daremos paso libre al castillo. Alzaremos la bandera blanca. Decís que son muchos y nos superan en número. Sería una tontería atacar. -empézose a hablar aceleradamente, dándole forma a la burla conforme iba enunciando- Pero el castillo es nuestro. Mis hombres y yo lo conocemos al dedillo. Dentro, sería el campo de batalla perfecto para nosotros. Que pasen y no saldrán de aquí. Posiblemente no sea lo más honorable, pero... -en el amor y en la guerra todo vale, como dice el refrán. Y, desde luego, Natasha, criada en medio de ladrones, trotamundos y gitanos, solo le interesaba el honor cuando verdaderamente servía para algo.-¿Qué creéis vos, Nina Krivosheeva?-inquirió al final. También quería compartir la opinión de la soldado.

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