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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Mar 23, 2017 7:43 pm



Fraude ou accord
cuándo el afortunado es portador de la fortuna y no mera víctima de su lacerante sarcasmo
El cielo era un inhóspito lecho de huérfanas luces cuando la Luna daba por concluido un ciclo y destellaba por su ausencia; los mortales reposarían con regocijo en sus aposentos, a sabiendas de que sus enemigos no les visitarían en tan desfavorable ocasión, mas para el gitano, tan mortal como cualquiera, las noches en abstinencia de su madre se desarrollaban eternas y colmadas de desasosiego. Sus orbes recorrían el firmamento en búsqueda de un atisbo de su luminiscencia, pero el astro recelaba admiración y el joven se sumía en un perseverante círculo de melancolía, como el niño que agota su llanto para clamar el calor de una madre no presente.
El insomnio no era el único motivo que le apartaba del sueño, su tutora, la mujer que en su juventud le hubiera brindado sitio en el mundo y una segunda oportunidad, se removía en su cómoda chirriante, dispuesta a permanecer en vela la noche entera también. Las medicinas escaseaban y los efectos de su demencia evolucionaban con cada jornada transcurrida sin la ingesta de los brebajes; poco más quedaba por hacer, la mujer requería atenciones que en París le era imposible recibir cuando se carecía de dinero y Ghenadie ya desconocía en qué otro sitio suplicar por un empleo; dejar a su madre días enteros en soledad –puesto que el amparo de un ave poca conveniencia acarreaba– sólo para merodear por la ciudad sin obtener verdaderas oportunidades de salir a flote dejaba de presentarse como una opción razonable.

El alba arribó con dolorosa lentitud y, tan pronto el sol despuntó en el horizonte, la mujer logró conciliar el sueño. Sin importar que los ojos se le hundieran en medio de una violácea laguna delatora de su velar, Ghenadie se vistió con sus desgastadas –aunque limpias– prendas y abandonó el cobijo de la casa para emprender una nueva cacería desprovista de motivación. Muy a pesar de sus circunstancias, el joven siempre se prometía un buen día por venir y reunía su característico optimismo para enfrentarse a la cruenta realidad que anidaba en las calles parisinas.
Procuró saludar a todos sus vecinos, en su mayoría desdichados con la mirada puesta en un confín inalcanzable, y desearles una grata jornada. Posó los pies sobre la superficie de los adoquines, evitando las ranuras comprendidas entre estos, como lo hiciera desde niño para sumar emoción a la caminata y se adentró en la región céntrica de la ciudad. Las concurridas cafeterías siempre requerían de algún voluntario para cargar las cajas traídas desde el puerto, si tenía un poco de suerte, quizá algún barrendero en el college o la academia estuviera dispuesto a compartir su salario del día con tal de evitarse realizar su trabajo o los enfermeros en el sanatorio mental ofrecieran compensación a cualquiera que se postulase para acarrear a los pacientes de una habitación hasta la otra.
Para cuando las campanas anunciaron la conclusión del mediodía, el gitano disponía de cinco céntimos que había hallado abandonados en la vereda. Ni una sola oportunidad laboral.

Su carisma natural impulsaba a las personas a tratarle con cordialidad en una primera instancia, existían pocos individuos capaces de resistirse al encanto inconsciente de un gitano, mas, tan pronto revelaba sus necesidades y personalidad, era despachado con austera frivolidad. Después de todo, a voluntad o no, los franceses despreciaban a los de su estirpe.
Tomó asiento sobre la escalinata de un parque, los cinco céntimos reflejaban con orgullo la luz del sol, pero de poco le valían para sobrevivir la jornada; no solo requería de las medicinas, era fundamental que obtuviera algo para comer.
De improviso, un opulento carruaje se detuvo frente a él, obstruyéndole la visión y el joven, en pos de ahorrarse los inconvenientes, se dispuso a abandonar su sitio cuanto antes. Un par de individuos vestidos de etiqueta descendieron del transporte, le asieron por los brazos e, ignorando sus reproches, le introdujeron en la cabina. Luego de la orden, comenzaron a moverse al ritmo de los corceles y, aunque estuviese en legítima posición de ofrecer resistencia a lo que fuera que estuviese sucediendo, Ghenadie no pudo elaborar palabra alguna, los hombres de galera y bastón detestaban recibir réplicas y únicamente se comportaban correctamente cuando quien les enfrentaba era, también, un usuario de galera y bastón. El gitano no deseaba ser abofeteado, como tantas otras veces en el pasado, y optó por guardar silencio, orando al cosmos para que aquel no fuese su primer y último viaje en carro.

Le obligaron a descender con la misma brusquedad que emplearan al abducirlo, fue conducido hacia el interior de un edificio en el que ningún joven de su clase podría haber pisado jamás y le sentaron en una silla ubicada en el centro de una amplia sala de estar. Frente a él, un espejo de pie.
Un hombre y una mujer le limpiaron el rostro y peinaron el cabello, le espolvorearon las mejillas de rosado y le ofrecieron un atuendo; debió cambiarse de inmediato, perdiendo los cinco céntimos en el bolsillo remachado del antiguo pantalón que le fue secuestrado. Los individuos se retiraron y un nuevo sujeto le indicó que aguardara en su lugar. Al contemplar su reflejo, descubrió una imagen que le era completamente desconocida; no lucía como los caballeros engalanados que recorrieran las galerías del teatro durante las más vistosas funciones, ni siquiera llevaba un atuendo pomposo, simplemente era nuevo y estaba planchado. Pero aquel pequeño detalle, en sumatoria con el aspecto de su rostro y melena, imprimía en su complexión el fascinante roce de la decencia.
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Mensaje por Cagnazzo Miér Abr 12, 2017 1:15 am

Se quedó rato largo contemplando los folios sobre su escritorio; si bien tenía asuntos que cumplir para el Vaticano, no podía descuidar sus otras labores. A veces  no era tan sencillo de elegir entre una cosa y la otra, pero tenía prioridades como Cónsul, y eso, aunque no fuera tan sustancial, también beneficiaba a los intereses particulares de Los Custodios. Helié era un hombre práctico, que, cuando debía cumplir con sus amenazas, lo hacía sin titubear. Había sido entrenado por los mejores inquisidores y políticos de Toulouse; además, dentro de sí, albergaba al mismísimo demonio que regía sobre el octavo círculo, aquel destinado a los fraudulentos. Prácticamente, ya sabía cómo funcionaban las cosas, era algo natural en él, por decirlo de algún modo.

Quitar a los obstáculos del camino era una labor de su día a día, casi una rutina. Sin embargo, como buen político, Helié no era quien hacía el trabajo sucio, en lo absoluto. Él se encargaba de idear el plan, y, por supuesto, de contratar a los títeres que cumplieran con sus más oscuras pretensiones. No tenía ningún pelo de idiota, ni siquiera durante luna llena. El Can Infernal era mucho más inteligente que cualquier felino, por algo era hermano de un cuervo traicionero. Pero estas no son cuestiones realmente importantes, lo que de verdad se lleva absoluta relevancia, es el motivo de su tan prolongado silencio, el mismo que anunciaba un futuro incidente.

Algunos socios, en contadas ocasiones, querían siempre jugar sucio, por lo que, debía dárseles una pequeña lección. Claro, no siempre eran personajes deshonestos, sólo pretendían hacerse los justos, lo que significaba un gran error cuando se relacionaba con alguien del nivel de Helié Seguier. Alguien que no dudaría en acabar con esta clase de personas, a las que consideraba una verdadera plaga.

Y tal era el caso de Germain Olivi, un conocido catedrático; una persona que terminó decepcionando al hombre equivocado. Ser demasiado altruista tenía sus consecuencias, por eso, no era de esperarse que la cabeza de Olivi tuviera un precio, apenas Helié pasó una misiva con dicha petición. Aun así, los candidatos elegidos no se atrevieron a ejecutar dicha proeza, por lo que, a última instancia, se tomó una medida casi desesperada, aunque igual Seguier no lo viera de este modo. Él era Cagnazzo después de todo; bien sabía que ciertas almas nobles podían prestarse para la inmundicia, y por esa misma razón, sus empleados se lanzaron a las calles parisinas para localizar al cordero indicado. Los tipos eran inteligentes y bien lograron dar con el correcto.

—¿Terrorismo?Yo no lo llamaría de este modo; podría ser atribuido a un ataque del extranjero, no a alguien en particular. Además, es una gran ventaja, ¿no lo crees? No eres la única que anda causando caos de un lado a otro, aunque lo tuyo es un tanto... diferente —le habló a un cuervo que estaba en el marco pulido de su ventana. Era Graffiacane, su hermana, que había regresado hace poco a la ciudad y solía acompañarlo en algunas tareas familiares—. No te preocupes, nada va a salir mal.

Y tras un graznido ensordecedor, el ave se marchó. Fue entonces, cuando al girarse, uno de sus empleados arribó a su despacho, anunciándole una buena noticia. Helié salió de inmediato, cruzando el extenso corredor hasta llegar al final. Se adentró en la única habitación que había, y ahí encontró al joven que sus hombres habían escogido en su requisa.

—¿Y tu nombre es...? —inquirió de inmediato, sin introducciones innecesarias. Sin siquiera revelar su identidad; sólo fue tajante y autoritario, como la situación lo demandaba—. ¿Dónde lo encontraron?

—A un par de cuadras de aquí, en un pequeño parque en el centro —respondió el más alto de aquellos hombres. Un brujo habilidoso, desde luego—. Me di la tarea de escogerlo yo, mi señor.

Helié le miró con una sonrisa, y luego se dirigió al joven albino. El juego apenas comenzaba; las horas de vida de Olivi estaban contadas.

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Mensaje por Ghenadie Monette Sáb Mayo 20, 2017 7:12 pm



Fraude ou accord
no hay nada tan misterioso como la faz en tinieblas que la luna nos niega
Nunca antes en su vida había podido apreciar el tacto de tan sedosa tela, incluso el complejo patrón que la adornaba resultaba fascinante. Debía admitir que cargar con tantas prendas sobre su cuerpo resultaba incómodo, de pronto creyó comprender el porqué de la rigidez en la postura de los aristócratas.
Sus orbes grisáceos se pasearon con cautela por el perímetro de la estancia, en un intento por memorizar los ornamentos que la dotaban de gracia; cuatro paredes componían la habitación y qué tan distintas eran de las que sostenían el cielorraso de su hogar, le hubiese encantado poder colorearlas, siquiera, de un color blanco tan impoluto.

Las puertas se abrieron y el joven volteó por inercia en dirección de los recién llegados; tres hombres escoltaban a un cuarto que le dirigió la palabra, pero la sorpresa le impidió organizar los términos para elaborar una respuesta. La conversación le portaba de protagonista y de pronto el nerviosismo le colmó el pensamiento, debió entrelazar las manos detrás de su cintura para camuflar el evidente temblor que las abordaba.
Uno de los individuos le contempló con desdén y realizó un gesto con la cabeza, como exigiéndole que dijera algo; el gitano le devolvió la mirada perplejo, desviándola hacia el inductor de la plática y de regreso a la del primero sin saber qué hacer realmente. Al final de cuentas, otro se aclaró la garganta, el silencio que guardaba parecía incordiar al grupo y, aunque algo tarde, el joven decidió abrir la boca.
Ghenadie –comentó, quizá demasiado aprisa–. Mi nombre –intentó aclarar, luego de una pausa– es Ghenadie… –quiso concluir, pero el vistazo lacerante que le echó uno de los sujetos pareció recriminarle la evidente ausencia del honorífico– señor.

El albino incrustó los incisivos en su labio inferior y desvió la mirada hacia el suelo, aún no caía en cuenta de lo que estaba experimentando y la incertidumbre le carcomía el pecho. El hecho de que le trataran como a una herramienta le pasó inadvertido, su preocupación descansaba en el factor de no saber hasta qué punto se le estaba permitido hablar.
Desde su asentamiento en inmediaciones más próximas a la ciudad de París una serie de eventos sumamente desconcertantes se había estado abriendo paso en su rutina, no era la primera vez que se encontraba en la presencia de individuos tan particulares y, aunque no deseara sentirse incómodo, lo cierto era que sus auras le colmaban los sentidos y despertaban en él cierto ánimo de alarma; el indiscutible poder que manaba de sus espíritus deambulaba por la habitación en comunión con el aire y para un simple mortal, aquello resultaba sofocante.

El control de Ghendie sobre su impaciencia se hacía cada vez más débil y la tensión en el ambiente no lograba colaborar con su apropiado comportamiento; no era habitual el que se sintiera tan exasperado, pero con tan pocas fichas a su favor, era imposible que pudiera mantener la compostura; para colmo de males, comenzaron a escocerle las pantorrillas.
Disculpen –se atrevió a soltar, haciendo caso omiso a la hostilidad de las miradas–, pero me gustaría saber qué puedo hacer por ustedes –hizo una pausa–, por usted. –Se corrigió en el último momento al percatarse de que toda la atención recaía en el hombre que se erguía en el centro de la congregación.
Ah, por un momento sus ojos se encontraron con los ajenos y el oxígeno se exilió de sus pulmones, un terrible presentimiento hizo acto de presencia y la incomprensión le condujo a cerrar los párpados. La Luna parecía haberse llevado en su ausencia, todo rastro de su fortuna.
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Mensaje por Cagnazzo Sáb Ago 12, 2017 1:42 am

Para su satisfacción personal, esta vez, sus hombres no lo habían decepcionado y seleccionaron al conejillo adecuado para cumplir con determinado encargo, uno bastante sucio, porque menos no se podía esperar de un político, ¿verdad? Desde luego que no. Así que, cómo no, Helié estaba satisfecho con que ese chico incauto estuviera en aquel lugar; podía observar esa ingenuidad en su aura, suficiente para despertar a su bestia personal, pero ese ya era otro tema. De momento no estaba interesando en corromper almas buenas, sino en destruir algunas nada sensatas. Para eso es que ese joven estaba ahí, hasta pudo permitirse sentir un poco de pena por él. Si tan sólo tuviera la más mínima idea de por qué había sido llevado hasta ahí. Pero claro, eso no era algo que se le iba a revelar de buenas a primeras.

Antes que nada, Helié lo escudriñó con la mirada, paseándola de arriba abajo por toda la figura del muchacho. Así calculaba más o menos su edad, y por supuesto, condición social y hasta su pésima alimentación. ¡Al menos no era tan estudiado! Los que más conocimiento traían, solían dar problemas, obviamente. Eran mejores los analfabetas y sin un mínimo de cultura; aunque el joven sí gozaba de buenos modales. Lo supo cuando se le permitió hablar, a pesar de haber tardado en dar una respuesta inmediata, fue suficiente para revelar más detalles de sí mismo a su supuesto anfitrión, quien asintió de manera lenta, como si estuviera razonando algo en aquel gesto, pero no, sólo fue un simple estímulo.

—Ghenadie, con que ese es tu nombre —contestó finalmente—. Me doy por satisfecho al escucharlo. ¿Francés, no? —agregó, mientras lo rodeaba y lo observaba fijamente—. ¿Qué edad tienes? Me gustaría saber, aparte, en dónde vives. No te lo tomes a mal, sólo me estoy tomando ciertas preocupaciones, porque no puedo contratar a alguien sin saber nada de él, ¿comprendes? Al menos espero que tengas un segundo nombre o apelativo. No me gusta tratar con fanrasmas, te comento.

Y sí, había ignorado la interrogante del chico; lo hizo adrede. No hubo ningún gesto de molestia en su semblante, pero la osadía de él, por haberse atrevido a preguntar, no le hizo tanta gracia, apenas y enarcó una ceja. Sin embargo, y siendo Helié (Cagnazzo) quien era, hizo caso omiso a la situación, por no considerarla tan relevante, porque igual estaba dispuesto a explicarle sus funciones, sin lujo de detalles, eso era más que obvio. Aunque primero volvió a retomar su movimiento elegante por toda la habitación, en lo que meditaba detalladamente su plan, y también la respuesta que le daría al chico, porque de que se la debía... se la debía. Claro, igual sería una contestación disfrazada; un engaño típico de los de su clase.

—A ver —agregó, al cabo de unos minutos—, voy a dejarte algo claro, y es que no te han traído aquí sólo para vestirte bien. Lo de la ropa es un sólo una añadidura a lo que harás. —Hizo una pausa breve, como si buscara hacerse el interesante, pero no, sólo estaba burlando al chico—. Necesito a un mensajero con determinadas características, y tú... bueno, tú las cumpliste. Básicamente te estoy ofreciendo un empleo, muchacho. Ganarás bien, pero tienes que completa y absolutamente discreto, ¿qué dices? ¿Te gustaría trabajar de mensajero para mí?

Si no aceptaba, siempre habría otras maneras de convencerlo. Al fin y al cabo él seguía siendo Cagnazzo, y su habilidad para estafar a otros era innegable.


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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Oct 03, 2017 12:15 pm



Fraude ou accord
donde descansan las decisiones, también yacen las virtudes y desdichas
La inmediata reacción del joven a la pregunta del individuo fue la de asentir. Sí, era francés, mas le pareció descortés alzar la voz para revelarlo, tomando en cuenta que posiblemente se tratara de una formulación retórica y que se disponía a continuar platicando. Mencionar que era gitano le pareció redundante, cualquiera iba a notarlo tras juzgar su comportamiento, más aún todo aquel que contara con la capacidad de percibir los colores del aura, Ghenadie estaba al tanto de que aquel sujeto no era un ser humano convencional; los nobles inspiraban respeto, hasta pavor si se contaba con un mínimo historial dotado de malas experiencias, pero, sin duda, no disponían de una mirada tan penetrante como la suya.

El joven olvidó haber formulado su interrogante, quizá porque la voz de su interlocutor abstraía al oyente y le conducía por un estrecho sendero de pensamiento, liderado por su discurso y limitado a sus intenciones.
Comprendo. –Aclaró, por si acaso–. Me apellido Monette, si es de utilidad. Vivo en las afueras de la ciudad, entrando en la zona a la que llaman Corte de los milagros. –Informó, sintiéndose obligado. Creyó que hablar más de la cuenta le traería nefastas consecuencias, eso y que la existencia de aquella persona le generaba cierta inquietud, quizá por ello evitó, además, mencionar a su madre. Esperaba que no resultara evidente en sus facciones, no estaba habituado a engañar u ocultar.

El hombre se desplazaba con lentitud a su alrededor, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, más aún, como si el tiempo corriera a su voluntad. Ghenadie aguardó inmóvil, jalando los puños de la camisa para cubrirse las palmas y disimular, así, el sudor frío que las recubría.
Creyó que los minutos se extenderían por la eternidad bajo el peso de su mirada, pero el sujeto volvió a alzar la voz, respondiendo a la pregunta que el joven, recordó, había formulado en un principio. Se miró los zapatos tan pronto fue mencionado el detalle de su atuendo, pero la atención de sus ojos se desvió inmediatamente hacia el rostro de su acompañante cuando reparó en las palabras fundamentales que construían su discurso.
¿Empleo?, –repitió con incredibilidad, ahogando el impulso de cubrirse la boca con las manos al reparar en la impropiedad de su mención.
De improviso, Ghenadie se vio inmerso en una encrucijada, aquel que le ofrecía tan jugosa oportunidad le inspiraba todo menos confianza y un pequeño destello de prudencia en su interior le repetía que lo mejor era salir corriendo de allí en ese mismo instante. Luego regresaba el saber de su extrema necesidad por obtener una ganancia y así poder invertir en la medicina de su madre. Realmente la requería y sin más demora.

Inspiró una prolongada bocanada de aire, con el mayor grado de disimulo del que fue capaz, antes de tomar la decisión que lo definiría todo.
Está bien –declaró, exhalando con cautela–, haré lo que se me pida.
Se atrevió a mirar al hombre a los ojos, y tan pronto interceptó su mirada, se arrepintió de ello. Creyó que se le helaba la sangre, ese individuo era más que un no-humano, Ghenadie se encontró frente a algo que nunca antes había presenciado, un aura que hurtaba todo el aliento y devastaba la voluntad de ofrecer resistencia. Se mordió los labios y aguardó inmóvil, incapaz de descifrar qué clase de mensaje se le haría enviar.

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Mensaje por Cagnazzo Vie Oct 13, 2017 3:08 am

Había premeditado su crimen días antes. Lo calculó con tanta pericia, que hasta se hizo un canon muy específico de quien se encargaría de entregarle la sentencia de muerte a su querido amigo. Alguien, por supuesto, que no levantaría la menor sospecha entre los asistentes del evento; un mozo que no pudiera encajar con la alta sociedad, y que pasaría desapercibido de inmediato. Un conejillo, lo suficientemente ingenuo, como para no hacerle preguntas indiscretas a quien lo contratara para aquella labor tan peculiar. ¿Qué mejor que alguien así para su nefasto objetivo? Claro, el único problema que surgía en todo aquel elaborado plan, era, sin duda alguna, hallar al mensajero adecuado para cumplir con tan delicado asunto. Sobre todo cuando las nuevas generaciones estaban tan bien espabiladas, que encontrar a los tontos era como intentar hallar una aguja en un pajar.

Sin embargo, para alguien del nivel de Helié Seguier, no resultaba tan complicado, especialmente por su diabólica naturaleza oculta, que poco tenía que ver con ser licántropo. Así que, como habría de esperarse, él terminó dando con el sujeto adecuado. Aunque, para tal odisea, se hicieron cargo sus hombres de mayor confianza; aquellos que se ganaban el sueldo con el debido profesionalismo de sus acciones, las cuales resultaban elogiadas por Helié, cuando la ocasión lo ameritaba, como esa vez, en la que realmente le urgía completar su plan, o todo sería un verdadero fiasco, en el que sentiría que se defraudaría a sí mismo. Y eso era algo que no iba a perdonarse tan fácilmente. Pero como a Cagnazzo las cosas siempre le iban bien... ¡Ahí estaba ese muchacho! Un gitanillo cualquiera; demasiado incauto para ser real.

Y no fue complicado, para su parte más caótica y abismal, causar un verdadero resquemor en su invitado; ni mucho menos hacerle ver que nada de eso se comparaba con un juego. Mejor dicho, que con él no se jugaba, y si se hacía, nadie podría salir librado de manera tan sencilla, como para pretender tener las debidas intenciones de hacerlo siquiera. La mirada de Cagnazzo, o Helié, era una sentencia directa al silencio, al comportamiento mesurado, y a que todo estaba perdido si se le quería desafiar un poco. ¡Y que lo refutara más adelante la víctima a la que estaba a punto de enviar directamente al limbo!

—Es suficiente, Monette. Me has dicho lo justo y lo necesario; lo sustancial para no tener más dudas al respecto. Tampoco pretendo conocer toda tu vida, porque no me interesa el expediente completo, sólo lo necesario —espetó, inmóvil, esta vez sin dirigirle la mirada. Estaba observando fijamente la danza de las agujas de su reloj de bolsillo, como calculando el tiempo. Y sí que lo hacía—. El paquete... —ordenó a uno de sus hombres. Aquello fue como un susurro, más que una orden—. Y sí, empleo. ¿Acaso te sorprende tu buena ventura? Creí que estarías agradecido con mi ofrecimiento. ¿No lo estás? A pesar de que has aceptado, no pareces realmente contento por tener un trabajo. Muchos en tu lugar lo estarían...

Sagaz. Él siempre iba un paso más adelante, como si fuera capaz de ver en las almas de las personas, comprender sus aflicciones, y destrozarlas con sus garras, para obtener el efecto deseado. Justo como estaba haciendo con ese infeliz muchacho.

—Entiendo tu silencio, Monette. Es una lástima, pero si crees que no eres capaz, tendré que buscar a otro. —Penetró en su mirada, como si quisiera arrancarle las palabras ahí mismo. Pero, intuyendo lo que ocurría en ese breve instante, simplemente sonrió, con la osadía de un verdadero demonio—. Tienes que entregar un paquete a un buen amigo mío. Es por su cumpleaños, y quisiera que fuera una verdadera sorpresa.

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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Dic 05, 2017 9:13 pm



Fraude ou accord
donde reside tu sangre, se impregna una promesa, cuida donde la dejas caer
Por un instante Ghenadie perdió anclaje en el mundo, se vio inmerso en una bruma de pensamientos arremolinada al compás del acelerado palpitar de su corazón; todos sus sentidos le reprochaban lo tonto que había sido desde el comienzo por haberse dejado arrastrar hasta allí, que hubiera sido mejor leerle la fortuna a algún desprevenido taciturno o haber acarreado un montón de polvorientos costales, incluso permitir que le exhibieran en el circo de excentricidades como adefesio albino, lo que fuera para reunir unas cuantas monedas, a excepción de aquello.
El destino parecía decidido a recriminarle su grave error, le zumbaban los oídos y le escocían las costillas, estaba seguro de que por la noche experimentaría aterradoras pesadillas; sin embargo, acababa de acceder al pacto ofrecido por aquel temible personaje y su honor le impulsaba a cumplir, efectivamente, con lo acordado. Si los acontecimientos acababan de buena manera, quizá podría justificar su cuestionable decisión.

La voz de su benefactor hizo que saliera del ensimismamiento, algo muy evidente en la actitud del hombre insinuaba que le desagradaría de sobremanera el no ser tomado en cuenta.
¿Un paquete?, –inquirió, más para sí mismo, intentando restarle peligro a la materia–, comprendo.
En ese preciso instante, aquel individuo que se había retirado a la orden de su señor regresó con un paquete bien amarrado, en opinión de Ghenadie, poco indicio de obsequio brindaba al espectador, pero quizá aquel fuese el objetivo, teniendo en cuenta que se le acababa de comunicar su carácter de sorpresa.
Se le presentó curioso aquel comportamiento propio de las clases mejor posicionadas, en su entorno -–al menos cuando no habitaba de forma aislada– un obsequio siempre se entregaba en mano a su destinatario, puesto que los buenos deseos se infundían en él y era el envoltorio aquello que camuflaba el contenido, sumando el factor de la sorpresa. Era la primera vez que escuchaba mencionar de un mensajero cuyo rol consistiera en hacer arribar un regalo.

Sintió curiosidad por el contenido del paquete, pero no la suficiente como para cometer una imprudencia, siquiera para considerar el hacerla en un futuro; la mirada serena y penetrante del perpetuador de la sorpresa pesaba toneladas sobre sus hombros, Ghenadie deseaba fervientemente no darle motivos para que le atravesara con ella.
Sintió que ya era hora de partir, necesitaba inspirar algo de aire fresco y acostumbrarse a la extraña opresión de aquel calzado. Sin saber cómo abordar la situación, decidió que pedir ciertas especificaciones para valorar en su proceder contribuiría a que su desempeño fuera más efectivo, así que hizo acopio de su restante voluntad para seleccionar las palabras adecuadas.
Me encargaré de que el paquete llegue a destino, ¿existe alguna especificación que deba cumplir para hacerlo, señor? –Interrogó con prudencia, agachando ligeramente la cabeza y cuidándose de no contemplarle directamente a los ojos.
La noche apenas comenzaba, debía concluir cuanto antes y correctamente con aquella encomienda si quería regresar sano y salvo a casa, más aún, con la remuneración correspondiente; su madre no lograría mantenerse medianamente estable por mucho más tiempo en escasez de sus medicinas y, aunque con menor urgencia, pero no por ello menos relevante, era primordial que obtuviera algo que comer.
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Mensaje por Cagnazzo Lun Dic 18, 2017 11:35 am

¡Qué buen actor había sido! Por supuesto, tampoco podía tomar por un completo idiota al chico. Alguna duda, así fuera insignificante, se debía albergar en su interior, pero ese temor repentino, esa mesura que lo convertía en un absoluto incauto, podían más en el control de su mente, que el de querer retar a aquellos hombres que lo habían, prácticamente, secuestrado. Por supuesto, aquel falso secuestro no era corriente, era, más bien, curioso, en el amplio sentido de la palabra. Lo querían utilizar para que realizara el papel de un mensajero, o repartidor, o lo que fuera, justamente porque el objetivo principal recaía en la entrega de un paquete, el mismo que Cagnazzo cuidaba con recelo. El mismo que tenía que llegar a las manos de Germain Olivi.

Helié había creído, en su momento, que no daría con el idiota adecuado. Era terriblemente quisquilloso en esos casos, y no sólo se conformaba con un tonto demasiado cobarde; quería a alguien asustadizo, tanto que pudiera compararse con el silencio de una tumba. Alguien que, además, fuera un desconocido para todos. Arriesgarse a enviar a uno de sus criados era una tontería, un error que traería consecuencias que no pretendía enfrentar. Olivi era astuto y sagaz, tanto, que lo abrumaba. Mejor dicho, aquel tipo podía compararse con un rival digno; sin embargo, uno de los dos tenía que perecer en ese campo de batalla, y ese no iba a ser Helié Seguier, de eso estaba completamente seguro.

Pensar en su victoria, en ese éxito que obtendría en poco tiempo, hizo que sonriera complacido, casi saboreando el sabor agridulce del poder que iba a tener en ese preciso instante. Desaparecer enemigos era, sin duda, algo satisfactorio. ¿Lo entendería ese muchacho? A juzgar por su apariencia, lo dudaba. Aunque siempre podía conducirlo por un camino nefasto, ¿no era así? Pero esos meollos de demonio prefería dejarlos para otra ocasión. Ahora sólo cumplía el trabajo de un ser mortal que quería ver hundido a alguien. Eso y nada más.

—Has hecho una sabia elección, jovencito. Es más, voy a ofrecerte un pequeño trato, y de seguro que la idea va a agradarte mucho más —mencionó, mientras colocaba una mano sobre su hombro, observándole fijamente a los ojos—. Si esto sale bien, podré contratarte para otros trabajos parecidos. Se te va a remunerar muy bien, y ni siquiera te tendrás que preocupar por el costo de las cosas, porque obtendrás una cantidad considerable hasta para adquirir una vivienda. Pero eso sólo si vas cumpliendo a la perfección las tareas encomendadas. Soy generoso, sólo cuando recibo un trabajo impecable, ¿comprendes?

Luego se apartó. Los demás hombres estaban callados, apenas y podía escucharse sus respiraciones, y alguna que otra exhalación, pero nada más. La tensión se dispersó cuando Helié volvió a dirigirse al chico. Otros dos sujetos más, altos y fornidos, lo rodearon, esperando las órdenes de su jefe.

—Ellos van a conducirte al lugar en donde entregarás el obsequio. Te van a hacer llegar un pase especial para que te permitan ingresar al recinto; preguntarás por Germain Olivi y le dirás que el paquete lo ha enviado su amigo Joseph Stanard por el aniversario de su próspera investigación. De seguro va a preguntarte por el paradero de Joseph, le dirás que acaba de marcharse esta mañana a Asia, que no había podido entregarle el regalo personalmente. Lo creerá, porque el señor Stanard es de hacer estas cosas —explicó, pero eso no era todo, siempre había un segundo plan—. Si opone resistencia, irás a la entrada principal, alguien llegará a ti, y te llevará al sitio en donde dejarás dicho paquete. Hecho esto, saldrás inmediatamente de ahí. Van a esperarte afuera y serás traído para que recibas tu paga. ¿Entendido?

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Mensaje por Ghenadie Monette Mar Ene 23, 2018 11:22 pm



Fraude ou accord
cuando los días te den la espalda, desvía tu devoción hacia la noche
Entrecerró los ojos, ensimismado, debía memorizar cada una de las indicaciones de su contratista si no quería meterse en un embrollo, alguien le había asegurado alguna vez que a los hombres y mujeres de alta alcurnia les disgustaban las consecuencias de un error. Él, que tantos solía cometer, más precavido que nunca debía ser en aquella ocasión, había mucho en juego.
Muy a su pesar, la información no acababa de cuadrarle, aquel sujeto había mencionado estarle obsequiando el paquete a su buen amigo y, si bien desconocía su nombre, era imposible, pues, que él fuera Joseph, puesto que tal individuo se encontraba radicado en otro continente. Oh, el estómago comenzó a escocerle, realmente deseaba no salir perjudicado de todo aquello, de ser así, ¿quién iría a hacerse cargo de su madre? Optó por descartar sus conjeturas sobre una mentira encubierta y considerar la posibilidad de que el emisor de la encomienda hubiera dejado a quien ahora le daba las indicaciones el recado de hacer llegar su obsequio a Olivi.
Se percató del silencio que desde hacía un eterno manojo de segundos colmaba la escena, entonces recordó que se le había hecho una pregunta.
¡Oh, sí! Comprendo. —Deseó estamparse la palma contra el rostro una vez más, el tono de voz empleado había sido excesivamente elevado para considerarse apropiado.

Los dos individuos que arribaron al final se dispusieron a sus costados y le indicaron con un gesto que avanzara en dirección de la entrada. Ghenadie les siguió el paso, reprimiendo el impulso de salir corriendo, una explosión de adrenalina pareció colmarle el cuerpo entero, el mal augurio que le infundía su posición sumado a la incertidumbre de aquello que vendría a continuación le estaban carcomiendo los nervios. Antes de poner un pie fuera de la amplia habitación, se volteó un instante y, realizando una sutil reverencia, se dirigió hacia el enigmático personaje apostado en el centro de la congregación.
Hasta luego. —Se despidió, volteándose apresurado luego de que una de sus escoltas le apremiara de un empujón.
Descendió unas escaleras que no recordaba haber recorrido con anterioridad y arribó, siempre en compañía, a la vereda que delimitaba el conjunto de edificaciones. Allí, un carruaje les aguardaba inmóvil, aún se sentía ligeramente intimidado por el lujo que le ataviaba. Un tercer hombre, más delgado, pero no por ello menos robusto, apareció portando el paquete y se lo entregó a uno de aquellos que, al parecer, irían con él hasta el sitio asignado.
El gitano se introdujo en el transporte incitado por uno de los empleados, acurrucándose contra el extremo que exhibía una ventanilla; los otros dos se alojaron a su lado y en el asiento opuesto, ambos con el semblante impoluto y extremadamente rígido. El joven se refugió en la visión que aportaba el exterior, las veredas alumbradas por las farolas, los transeúntes y las fachadas. En cierta instancia, el creciente calor que se instaló dentro de la cabina y lo mullido del asiento comenzaron a inducirle un inusual letargo, para cuando recargó la cabeza contra el cristal, se encontró sumido en un profundo sueño.

Se encontró erguido en un vasto escenario completamente oscuro, avanzara hacia donde lo hiciera, la penumbra se extendía sin remedio, haciendo imposible que reconociera un sitio en particular. Así solían comenzar sus premoniciones, con la nada misma, inmensa, definitiva, sin tiempo ni espacio. Una vez purgado de aquellos aspectos que le ligaban al mundo, el destino comenzaba a jugar sus cartas, cuando se trataba de indagar en el pasado —como recientemente lo había comprobado— las imágenes se vislumbraban plenas, nítidas mas carentes de color, privadas de esperanza o posibilidad; sin embargo, cuando se inmiscuía en el porvenir, las sensaciones eran diversas y abrumadoras, explosivas y repletas de expectativa. Así fue para Ghenadie esta vez, una visión extremadamente confusa, mas intensamente volátil.
Se vio de pie en medio de la devastación, a su alrededor se distinguían fragmentos de edificación, de mobiliario y accesorios, no demoró demasiado en reconocer la presencia de los cadáveres mutilados y los rostros inanimados, sobresaltados, muertos. La gradual exasperación se apoderó de él, que, completamente perdido, comenzó a correr hacia donde la especialidad se lo permitiera; buscó desesperadamente arribar a las grietas que residían en los muros a medio derrumbar, con la ilusión de hallar en el exterior la entereza y habitualidad que dentro de aquel recinto no existían.
Cuando finalmente posó las manos en los escombros, una violenta ventisca le golpeó el rostro y le llevó a retroceder nuevamente hasta el centro de la habitación. En el momento en que la fuerza cedió y él abrió los párpados, a su alrededor era todo armonía, el polvo que se había instalado en sus ojos le impidió ver con claridad, mas estuvo seguro de percibir risas y conversaciones distantes. Por sobre todo el murmullo, se oía perfectamente el tictac de un reloj, creciendo, aturdiéndole hasta hacerle creer que le explotaría la cabeza.

Entonces despertó. El carruaje se había detenido y sus acompañantes contemplaban el exterior por las ventanas. Ghenadie se percató de que tenía el rostro empapado en lágrimas y se apresuró a limpiarse con los puños de su camisa, ignorando el maquillaje que pudiera impregnarse en los volados.
Los dos individuos descendieron del transporte y esperaron a que él también lo hiciera. Se reunieron en la vereda opuesta de un suntuoso hotel, se le explicó, pues, que debía indicar al recepcionista el arribo del paquete y, sin excepción, entregarlo personalmente. En caso de fallar, debería salir por donde había entrado y aguardar nuevas instrucciones.

El joven repitió en silencio las especificaciones de su benefactor y, tras recibir el paquete, se aventuró hacia la inmensa edificación. Saludó a los custodios de la entrada con un leve movimiento de cabeza y se dirigió, sin vacilar, hacia el escritorio del encargado; explicó que representaba los deseos de su señor Joseph Stanard de desearle sus felicidades a Monsieur Germain Olivi por el éxito en su labor, que tenía órdenes de entregarlo personalmente debido a la importancia del obsequio y que bastaría con que le llevasen hasta él.
Un segundo individuo arribó para guiarle a través de un bellísimo pasillo hasta un inmenso recinto repleto de mesas y comensales, un restaurante en las faldas de un hotel, no se vio sorprendido por ello, mas sí por el hecho de encontrarle inquietantemente familiar, hecho que resultaba imposible.
Arribó a una de las mesas, donde su guía le indicó a cuál de todos los congregados debía dirigirse. Ghenadie se aclaró la garganta y avanzó, con el corazón en la boca, hacia el destinatario de su encargo.
Buenas noches, Monsieur Olivi, mis más encarecidas felicitaciones por su próspera investigación, —soltó, indeciso sobre la selección de palabras que debía emplear a continuación—. Vengo de parte del señor Stanard, quien le ha enviado un obsequio como muestra de su enhorabuena —culminó, presa de los nervios, enseñando el envoltorio que cargaba entre los brazos.
—¿Joseph? —Inquirió el hombre, enarcando las cejas—, ¿dónde se encuentra esta vez ese escurridizo hombrecillo? —Acabó de hablar, buscando la complicidad en las miradas y sonrisas de sus acompañantes.
El señor Stanard, —comenzó el joven, absorto en lo que se suponía debía decir—, partió esta mañana hacia el continente asiático y por ello no pudo venir personalmente, aunque le hubiese gustado que así fuera.
El individuo alzó la barbilla y asintió en respuesta a su comentario, a continuación, llamó a uno de los empleados y le indicó que se aproximara para susurrarle algo en el oído. Al finalizar, se dio la vuelta para retomar la plática con sus invitados y aquel que había recibido sus instrucciones, pidió a Ghenadie que le acompañara de regreso. El joven acató la orden, mas empezó a desesperarse por la posibilidad de haber cometido un error en su discurso, nadie le dijo nada sobre qué debía hacer con el paquete y ahora que lo llevaba encima, sentía una angustiosa necesidad de deshacerse de él.
Al arribar a la recepción, los dos individuos —el que le había escoltado y el que yacía allí apostado— comenzaron a hablar entre ellos, dirigiéndole, eventualmente, algún dudoso vistazo. Para empeorar las cosas, los guardias ubicados en los laterales de la entrada se trasladaron hacia el exterior, como alertados por algún acontecimiento en las calles. El gitano se encontró presa de la incertidumbre y debió tomar una decisión apresurada, era menester deshacerse del envoltorio y él no se marcharía sin depositarlo en las manos de su destinatario.
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Mensaje por Cagnazzo Dom Mar 18, 2018 11:55 pm

No había quedado del todo satisfecho, pero peor era nada, y lo único que le tocaba hacer, a partir de ese momento, era esperar por una buena actuación por parte del muchacho. Desde luego, el plan no era una decisión al azar; aquello se había planificado desde hacía un tiempo considerable. Se tenían que atar cabos sueltos, estudiar el lugar en donde estaría Olivi, también saber quiénes serían los invitados que asistirían, y, cómo no, pensar en cualquier contrariedad que pudiera suscitarse ese mismo día. Lo único que faltaba sumar era al tonto que hiciera de mensajero, y ya eso estaba más que listo. Sólo tocaba creer que los resultados fueran los mejores. Pero como Helié no dejaba nada al azar, el chiquillo no iría solo.

Había varios de sus hombres en diferentes lugares estratégicos del sitio. Un par acompañaban al joven, y se harían cargo de controlarlo todo, por si él llegaba a acobardarse en el último minuto, echando todo a perder. ¡Eso jamás se lo perdonarían! Y si tenía sus neuronas funcionales, de seguro sabría que su vida corría peligro si no se cumplía la voluntad de su contratista. Ni siquiera tendría derecho a una explicación, porque para cuando se diera cuenta de todo, ya Olivi estaría muerto, y, quizá, también habría colaborado con otros fallecidos y heridos en el área. No era algo que inquietara a Helié, porque al fin y al cabo se trataría de un accidente. Y dadas las tensiones políticas actuales, podrían acusar a cualquiera que no fuera él. Asesinar a Olivi se llevaría consigo a otros más que, lo más seguro, es que ni pretendían conocerlo nunca en su vida. Una lástima por esos que habían fijado su fecha de muerte sin siquiera saberlo.

Mientras Helié descansaba en su despacho, intranquilo, rodeado por uno, o tal vez dos, de sus ayudantes, ya todo debía estar dándose según las instrucciones acordadas. El paquete llegaría a Olivi sin ninguna falta.

El plan B se centraba únicamente en dejar el paquete en el podio del salón en donde se hallaban los catedráticos, y de eso de haría cargo otro socio de Seguier; un traidor de Olivi, desde luego. El mismo sujeto que abordaría al joven en la recepción, mientras se distraía a la seguridad del sitio y a otros más. En ese momento el socio se haría con el paquete, lo guardaría en un maletín, y se marcharía al salón de conferencias, en el que Olivi estaba a punto de iniciar su discurso. Los otros dos hombres custodiaron un rato más al chico, justo cuando el susodicho socio, aprovechando a un miembro de protocolo que se paseaba entre los invitados, hizo llegar el paquete cerca del objetivo. Luego salió a todo prisa, haciéndole señas a los demás...

—No me miren así. Llevó tiempo dejarle el regalo a Olivi sin que más nadie se percatara. Tuve que hacérselo llegar por otros medio. Será mejor que nos demos prisas, sólo tenemos un poco más de minuto para poner nuestros traseros a salvo. —El socio era un hombre mayor regordete y con un impecable acentro británico.

Todos los allegados a Seguier salieron rápidamente hacia el exterior, incluyendo al chico que habían casi secuestrado. Afuera se alzaba una protesta en contra de "cualquier cosa", un buen evento para distraerlos a todos. Mientras abordaban el coche junto con el hombre británico, y se iniciaba la marcha del vehículo, a tan sólo unos metros de distancia, el sitio en donde se estaba llevando a cabo la conferencia fue blanco de una gran explosión.

—Ya está, ha acabado —contestó el hombre inglés, en el momento en que se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.

Y sí, tenía razón. Olivi, y varios más, por no decir muchos, estaban muertos, heridos... Un punto más para Helié Seguier. Sólo faltaba Blaise.

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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Mar 29, 2018 11:40 pm



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la culpa no es de la curiosidad, sino del gato, por dejarse embeber en ella
Sus manos aferraban el paquete con algo de rudeza, empapadas en el sudor que el nerviosismo estimulaba. En un torpe y desesperado intento por calmar el creciente calor que se propagaba por su cuerpo, se desajustó el nudo de la corbata, paseando apresuradamente la mirada por el recinto. ¿Qué iría a hacer ahora?
Sus súplicas parecieron arribar a oídos de la Luna, puesto que un hombre fornido y veloz se presentó frente a él y le arrebató la encomienda de las manos con una agilidad discrepante con su aspecto. Ghenadie hubiese apostado que había ensayado la maniobra un millar de veces antes de llevarla a cabo.
Él, por su parte, se quedó petrificado en su sitio, ignorante de todo el esquemático plan en desarrollo a su alrededor. ¿Quién era aquel individuo?, ¿se suponía que le entregara el obsequio sin replicar?, ¿y qué si era un ladrón que acababa de timarlo? Dio un paso al frente, aún sin saber qué papel tomar en el asunto; mas los dos sujetos que ocupaban la sala le dedicaron una inmediata mirada severa, hecho que le llevó a deducir que lo mejor sería no interferir. Al final de cuentas, verse desentendido del paquete le traía un sosiego inexplicable.

Perdió noción del tiempo transcurrido en silencio, nadie alzó la voz o realizó ningún movimiento desde que desapareciera el envoltorio y su portador. El corazón le latía apresuradamente y le costaba tragar con la garganta tan reseca, se dedicó a jugar con los puños de la camisa que llevaba puesta, sin reparar en el daño que le estaba infligiendo a las delicadas costuras.
En el exterior la algarabía se hacía cada vez más estridente y pudo apreciar la incomodidad que aquello generaba en el recepcionista, quien paseaba los ojos de un lado a otro, en búsqueda de algún incauto que asistiera a los ausentes guardas de la entrada. Ghenadie hizo un gran esfuerzo por centrar la atención en los ornamentos que dotaban las columnas, puesto que ni sus puños ni la actitud del encargado le brindaban la calma que tanto precisaba.

Finalmente, el hombre robusto regresó desde el pasillo y apremió a los presentes para abandonar el recinto, el gitano dudó unos instantes antes de seguirles el paso, puesto que aún desconocía la identidad de todos y si acaso debía obedecerles. Ya al cobijo del cielo nocturno, fue testigo de la multitudinaria protesta que se desarrollaba en las calles, la superposición de voces le impidió detectar cuál era el motivo de su reclamo, pero poco importó aquello cuando el sujeto que anteriormente le había guiado hasta Olivi le jaló del brazo en dirección de un coche. El que anteriormente había ocupado para arribar se hallaba algunos metros más adelante y sus acompañantes ya se estaban introduciendo en la cabina. Él, aún desconcertado, se dejó guiar hacia el interior de la segunda.
Sentado junto a su escolta, se dedicó a contemplar el exterior desde la ventana, sabía que había fallado en su cometido y le aterraban las consecuencias que aquello pudiera acarrear.
No, había algo más que le hurgaba el pecho.

Al cabo de unos minutos, el traqueteo constante entonado por las ruedas del transporte al surcar los adoquines se vio interrumpido por una estruendosa explosión. Ghenadie se llevó un susto de muerte y atinó a mirar a sus acompañantes en busca de complicidad, sintiendo cómo el corazón le palpitaba desaforadamente en el interior del pecho. Sin embargo, no fue sorpresa lo que halló en el extranjero parlanchín, sino todo lo contrario. Expectación, habían estado esperando el estallido desde el comienzo. El albino se removió en su sitio y extendió el cuerpo para poder espiar desde la rendija de ventilación alojada en la pared posterior del carruaje. Oh, cuán extensa fue su sorpresa al divisar con dificultad la fachada del hotel envuelta en una nube de polvo, el flamear de unas llamas lejanas y las personas dispersándose lejos del caos.
Volvió a tomar asiento, recibiendo un codazo del sujeto a su lado como represalia por haberle empujado para presenciar la catástrofe.

¡Ah!, si hubiese prestado atención a sus corazonadas, si acaso hubiera comprendido lo que su sueño le había revelado, quizá hubiese logrado salir exento de todo aquello, ¡evitarlo, incluso! Sin embargo, había decidido ignorarlo todo, cegado por su ignorancia, por su voluntad de cumplir una promesa. Ahora era cómplice de una masacre y le pesaba atrozmente. Comenzó a experimentar dificultades para respirar, y peinándose los cabellos hacia atrás con las manos abiertas, inclinó la cabeza contra el respaldo del asiento.
—¿Qué sucede?, —inquirió el sujeto robusto de acento simpático— ¿por qué esa cara?
Quien se sentaba frente a Ghenadie echó un vistazo a todos los presentes y, luego, se reclinó hacia un costado.
—Oye, es la primera vez que te veo, ¿quién se supone que eres?, —Indagó, refiriéndose al gitano. Prestó, luego, atención a quien se sentaba al lado de este—. ¡Oh!, debe ser el encargado del paquete. Recuerdo haber hablado con Ancel cuando salía con Dion a buscar algún muchacho que se hiciera cargo de ello.
—Claro que sí, ¿no le viste llegar con él, acaso? —respondió, pues, el receptor de la mirada.
—Oh, claro. Incluir a un desentendido; cómo no esperármelo. ¿Qué, entonces?, ¿eres el chivo expiatorio? —prosiguió el regordete, dirigiéndose hacia Ghenadie—. Quiere decir que no conocías el contenido del envoltorio; muy bien, ahora estás enterado.
Por primera vez en toda su vida, el albino tiñó con desdén su mirada antes de dedicársela al británico. Mientras los tres individuos apostados a su alrededor se mofaban de su desgraciada fortuna, él intentaba digerir la feroz batalla comprendida entre su conciencia y la resignación que purgaba por conquistar su espíritu. Por mucho que hubiese deseado evitar lo acontecido, las dimensiones del plan le habían excedido desde el principio, tachando de vano cualquier atisbo de culpa que pudiera abordarle.
—A ver cómo compensas el que entorpecieras las cosas —le atacó con aspereza quien se alojaba a su lado.
—Ya, Elliot. No seas tan duro con él —acabó defendiéndole el otro joven.
—Silencio. —Les calló el extranjero, sentenciando el resto del trayecto al mutismo absoluto.

El coche se detuvo frente al edificio en el que se hallaba su benefactor. Ghenadie debió hacer acopio de toda su valentía para descender y acceder a seguir al resto hacia la planta superior. Si bien la misión había sido completada con resultados satisfactorios —terrible adjetivo para su verdadero desenlace—, el joven gitano seguía carcomiéndose la mente con lo penoso que había sido su desempeño. Si bien le alegraba no haber dado el golpe final en el asesinato de tantas personas, quien venía a juzgarlo le había convocado para todo lo contrario.
Cuando el picaporte chasqueó y la puerta reveló a quien enfrentaba su otro rostro, Ghenadie sintió que el corazón se le atascaba en la garganta.

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Mensaje por Cagnazzo Vie Jun 01, 2018 1:24 am

Helié se hallaba bien posicionado en su lugar, respaldando el peso de su cuerpo en el recargo de la silla tras el pulcro escritorio de madera de la habitación nebulosa en donde se encontraba esperando, con una paciencia envidiable, a sus lacayos. No era adivino, y por desgracia, se le habían quitado las facultades de ver hacia el futuro desde el primer momento en que le arrancaron las alas, así que se tenía que conformar con eso que los mortales llamaban intuición. No se engañaba, con los años había logrado tener un control estupendo de la misma, aunque no siempre resultaba tan buena como hubiera querido. De hecho, en esa ocasión le estaba molestando un poco más de la cuenta. Maldecía internamente la tardanza de sus empleados, y esperaba que de verdad todo se cumpliera al pie de la letra, sino... las consecuencias no serían favorables para ninguno.

Olivi era una amenaza constante, un maldito insecto que no dejaba de zumbarle cerca y al que deseaba quitar de en medio. Helié era terriblemente vengativo, no sólo con asuntos concernientes a Los Ángeles Custodios, sino a su persona en general. Era ambicioso en muchísimos aspectos, y por ello se tomaba como retos personales los temas relacionados con la política, sobre todo por su posición, misma que heredó de sus antecesores, labor que compartía, incluso, con su hermana Erinnia. Aunque ella solía ser mucho más sádica, y no necesitaba de lacayos; Graffiacane prefería ir por sus presas sin más, y solía irle bastante bien.

Recordar las proezas de su hermana le hizo dejar escapar una exhalación cargada de aburrimiento. Si él hubiera hecho lo mismo, Olivi no existiera, pero también levantaría muchas sospechas al respecto, y prefería evitarse problemas, así que optaba por medidas tan extremas, que todo apuntaría hacia otros y no hacia él. Nunca hacia él.

Mientras se abstraía en sus pensamientos por un tiempo que no llegó a contabilizar, uno de sus ayudantes se acercó, y con la debida discreción, le hizo saber que sus hombres habían llegado junto con el chico, y además, con su socio. Frederic solía ser tan oportuno como siempre, pensó Helié en el momento en que se ponía de pie y se arreglaba el saco, para ponerse en marcha hacia la otra habitación en donde lo esperaban con cierta ansiedad. Podía olfatearla sin estar demasiado cerca.

Cuando llegó al salón casi a oscuras, Frederic se quejó de la poca luz, comentario que se tragó al notar el gesto frívolo de Seguier, quien los observó a todos fijamente.

—Puedo confirmar que Olivi está muerto, pero, ¿qué más ocurrió? Espero que hayan surgido contratiempos, porque para que Frederic esté aquí, me deja mucho para pensar —habló finalmente, luego de una larga pausa—. ¿Acaso te acobardaste muchacho? Olivi vio el miedo a través de tus ojos. Ese maldito pájaro... Quiero explicaciones para ayer.

Exigió casi en u gruñido, que ni siquiera lo pareció tanto, sobre todo por su tono elegante, mismo que se había convertido en una parte de su propio carácter. Aun así, no dejaba de ser una maldita bestia del averno.

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Mensaje por Ghenadie Monette Jue Jul 26, 2018 12:16 am



Fraude ou accord
un comienzo pauta el trayecto hacia un final indefinido, pero que, sin dudas, arribará
—¡Mira que escatimar en la lumbre!, ¡maldición!, hay cosas que simplemente no puedo hacer con este par de pies— refunfuñó el británico regordete, mientras se tambaleaba para recuperar el equilibrio luego de tropezar con los pliegos de la alfombra.
Tan pronto arribaron al centro del salón, aquel hombre de porte impecable y mirada frívola se alojó frente a ellos. El extranjero y los otros dos jóvenes se irguieron de improviso, con los miembros tensos y las facciones descoloridas. Ghenadie no supo si imitar el gesto o permanecer en su ignorancia, sin embargo, evitó a toda costa manifestar la tempestad de emociones que se revolvía con violencia en el interior de su pecho.

El individuo dio a conocer el desenlace de los hechos con una serenidad funesta y todos los presentes en la sala parecieron aliviados con la aparente satisfacción de quien estaba al mando. Pero había más para decir. El gitano miró a su alrededor, en búsqueda de la señal que le develara a quién se estaba refiriendo su benefactor en su discurso. El sujeto robusto de acento curioso fue quien le devolvió la mirada y, a juzgar por el contenido de la plática, comprendió que se le estaba recriminando la necesidad de que éste entrara en escena. ¿Cómo justificar su falta de suspicacia para cumplir con su cometido? Aún así, se alegraba de no haber sido el perpetuador inmediato de la atroz explosión.
Yo… —se aventuró a articular, buscando soporte en los rostros de los presentes, comprobando de inmediato que nadie iría a justificarle frente al jefe en esta ocasión—. Seguí las indicaciones, creí que lo había hecho correctamente, pero el sujeto, —se aclaró la garganta— Olivi, percibió que algo no andaba del todo bien y rechazó el obsequio. —Concluyó, agachando la cabeza. ¡Oh!, si tan sólo aquel individuo hubiese extendido su sospecha hasta el extremo y evitado así la catástrofe que aconteció.

Ghenadie fue incapaz de prestar verdadera atención a la plática que se sucedió a continuación, los sentimientos que habían anidado en su espíritu parecieron invadir su mente y turbarle la consciencia. Le sorprendió que, al cabo de unos minutos, le fuese entregado un sobre lacrado de forma particular. Un servidor le dijo que podía conservar las prendas que llevaba puestas y le devolvió las suyas en el interior de un costal.
El albino se dispuso a marchar con la bolsa al hombro y el sobre sellado en el bolsillo de la chaqueta. Conocía su contenido y la idea de abrirlo le inducía escalofríos.
Una vez hubo descendido los escalones de la fachada, una voz a sus espaldas clamó su atención. Como sumido en un trance, se dio la vuelta, para toparse con la silueta lejana de uno de los jóvenes que había participado en la misión.
—¡Oye, tú! —le increpó—, no creas que es por simpatía, diría que me infundes más lástima que otra cosa. Pero te daré un consejo por pura caridad: una vez que comienzas, ya no hay vuelta atrás. Lo sabes, ¿verdad? —Inquirió, altivo. Ghenadie se limitó a alzar la cabeza y contemplarle compenetrado—. Pues, no pienses demasiado en ello. La próxima vez hazlo, sin más.
Habiendo saldado su cometido, el muchacho retornó por donde había venido y desapareció en el interior de la edificación. El gitano permaneció algunos minutos inmóvil en el mismo sitio, intentando digerir el mensaje que acababa de escuchar.

Cuando finalmente partió de regreso a casa, el sol ya había comenzado a ocultar su rostro detrás del horizonte. Tan pronto se sintió lo suficientemente a solas, se permitió reparar en el desamparo que habitaba en su corazón. Surcó las calles en tinieblas con las mejillas bañadas en lágrimas. Le avergonzó, por primera vez en toda su existencia, la idea de que la Luna pudiera descubrirlo en aquellas circunstancias y evitó a toda costa alzar la vista hacia el cielo nocturno.
Ghenadie Monette
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