AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Holy War → Privado
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Holy War → Privado
“When Allah created his creatures He wrote above His throne:
‘Verily, my Compassion overcomes my wrath.”
― The Qur'an
‘Verily, my Compassion overcomes my wrath.”
― The Qur'an
Como noble criado en el kanato para el arte de la guerra, Osip mejor que nadie conocía el valor de los aliados. De los ejércitos organizados. Por sus venas corría la fuerza, la gloria y la furia de la Horda de Oro, que azoró a Europa hace siglos. Por su sangre corría, también, sangre Zabirov, la misma que llevó a sus ancestros a oponerse al zarato y conservar su autonomía, como muy pocas regiones cercanas al Caspio y al Mar Negro tuvieron oportunidad. Y aún así, seguía haciendo las cosas solo, lo prefería de ese modo; poseía un entrenamiento que muy pocos más tenían, y eso lo convertía en un hombre letal en la batalla cuerpo a cuerpo.
Como era siempre desde que su tío se había hecho con el poder del kanato, Osip no daba explicaciones a nadie. Aibek no era su khan, no recibía órdenes de ese hombre. Y como heredero de Esim, legítimo príncipe de la región, Osip tenía bien arraigada la idea de que, él seguía siendo el líder, aunque por ahora esa batuta no estuviera en sus manos. Así, tomó uno de los mejores caballos de su tío y en solitario comenzó a cabalgar a occidente. Tenía asuntos que atender en París. Regresaría en cuanto pudiera, pues no podía permitir dejar a sus hermanos más tiempo a solas con Aibek. Ese hombre lograba meterse en tu cabeza y manipularte con una facilidad que daba miedo.
Así, recorrió pueblos y ciudades por varias semanas. Dinero llevaba de sobra, y por diversión o aburrimiento, ofrecía sus servicios de cazador cuando existía alguna amenaza. Desvió su camino en la intersección entre Alemania, Suiza y Francia, para seguir por el Sur, hasta los Pirineos. En el pueblo de Fos, le habían dicho, una criatura sobrenatural imparable había estado molestando a la población, así que acudió hasta allá. El párroco lo recibió, cosa que lo incomodó, siendo él un devoto de Alá, aún así, escuchó con atención y aceptó ayudarlos, no sin antes descansar una noche completa, cosa que no había hecho desde que salió del kanato, hace meses.
Se adentró en el bosque, donde el animal moraba. Osip presintió que se trataba de un vampiro, debido a las descripciones. Por dos noches estuvo por ahí, sólo acompañado de su caballo, siguiendo pistas. Hasta que a la tercera noche, escuchó un grito femenino y fue hasta allá, cabalgando al jamelgo a toda velocidad. Se encontró con una escena que lo había desconcertado. En un principio creyó que el niño en el lugar era hijo de la mujer que yacía sin vida en el suelo, hasta que se dio cuenta que el niño de rubios cabellos era en realidad el vampiro. Maldijo por lo bajó, descendió del caballo y empuñó la espada que había sido forjada especialmente para él allá en Kazajistán. La blandió, pero el vampiro fue más rápido y salió corriendo. Osip regresó hasta su caballo y comenzó a seguirlo, aunque el pequeño vampiro era jodidamente rápido.
El corcel, haciendo gala de su estirpe dedicada a los khanes, logró alcanzar al sobrenatural. Osip levantó la espada, y con habilidad pasmosa, se puso de pie en el lomo del caballo, para luego saltar, sin que éste dejara de cabalgar a toda velocidad. El cazador cayó al suelo con los hombros, giró, se puso de pie y si se apresuraba, podría alcanzar todavía al vampiro con el filo de su espada.
Sin embargo, algo le entorpeció el movimiento. Algo, o alguien. Volvió a rodar en el suelo, empujado por la inercia y no alcanzó a ponerse en pie, desde el suelo observó al vampiro aquel, alejarse en la oscuridad del bosque. Sin guardar el arma, se puso de pie y buscó el origen de aquello que se había interpuesto. Había sentido como un tirón, aunque no estuvo seguro.
—Ya estarás contento. Ese monstruo a atosigado a tu pueblo durante noches, y por tu culpa, lo hará durante una velada más —habló en francés con ese marcado acento tártaro que parecía enfatizar cada vez que estaba fuera de su nación—. Quizá, al que deba cazar, sea a ti —entornó la mirada, apretó su agarre en la espada, y se mantuvo atento en ese lugar donde las sombras parecían cobrar vida. Peores cosas había sobrevivido Osip.
Última edición por Osip Zabirov el Lun Mayo 29, 2017 10:40 pm, editado 1 vez
Osip Zabirov- Cazador Clase Alta
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Re: Holy War → Privado
No había huido porque no podía más, aunque lo cierto era que el húngaro estaba a punto de berrearle al mundo que ya bastaba y que lo dejara tranquilo durante más de un día y medio (¡Ja! Menos mal que él era quien quería sentir algo de forma desesperada); no, había huido por culpa de un vampiro, nada más y nada menos. Si bien Miklós se consideraba un ser considerablemente indiferente, hasta en lo malo, y los vampiros en general le daba bastante igual, no era así cuando el vampiro en cuestión había sido un crío enviado por la familia de su Imara para encontrar información sobre él, guiados sin duda por la sospecha de que, tal vez, no lo habían matado. ¡Bueno, pues claro que no lo habían hecho, menuda sorpresa era ese descubrimiento! El húngaro era duro de matar, de herir y, en definitiva, de afectar, pero ese crío vampiro que se coló en la casa que ahora le pertenecía a horas intempestivas y que pretendió darle un mordisquito lo llenó de rabia, de tanta que se transformó en pantera al instante y comenzó la persecución. Muy probablemente, la criatura a la que perseguía tenía órdenes de volver con los cazadores que a saber cómo lo estaban controlando para que trabajara para ellos, pero Miklós no se lo permitió, y comenzó a ir tras él en dirección al sur, y no al suroeste, el camino lógico, desde donde se encontraban, hacia tierras magyares, si es que seguían viviendo allí los muy desgraciados. Rabioso como últimamente cada vez más se encontraba, Miklós, transformado en una gloriosa pantera, persiguió durante días al vampiro, que siempre parecía escaparse de él justo antes de que lo atrapara, para que no pudiera arrastrarlo hacia el sol y su problema, literalmente, estallara en llamas ante él. Ah, qué fácil sería eso... Pero no lo consiguió, el vampiro tuvo ventaja hasta llegar a los malditos Pirineos, y Miklós apenas se habría dado cuenta de que había atravesado media Francia de no ser por esos montes al fondo, altos como ellos solos.
Ignoraba, claro, el nombre del pueblo, pero como las noches anteriores, en cuanto el sol dio paso a la luna salió, transformado en pantera, que era la forma en la que se había estado sintiendo más cómodo los últimos días, pese al esfuerzo. Parte de él, debía reconocerlo, añoraba las largas carreras por Székszard y sus proximidades, seguido bien de cerca por una Eszter Rákóczi que, en la mayor parte de los casos, era tan indiferente como él había demostrado que podía serlo; esa parte era la que disfrutaba de la caza, de seguir el olor a muerto y de perseguir al vampiro. Uno que, por cierto, debía de estar muy pez en geografía, pues lejos de volver al Sacro Imperio, había acabado casi en el Reino de España, pero no podía culparle: con una persecución tan dura como la del húngaro, era imposible que hubiera podido arribar a su destino con facilidad. Algo le decía al magyar que el vampiro no sobreviviría una noche más; todo su cuerpo se encontraba en tensión, dispuesto a atacar y siguiendo el rastro, que lo condujo a un humano cuyo aroma había captado con anterioridad, tal vez el día previo, pero que no le interesaba lo más mínimo, ni siquiera aunque el humano pareciera querer cazar al vampiro. Firme y sin detenerse, Miklós lo ignoró, incluso lo golpeó al pasar (¡que mirara por dónde iba, no era culpa suya!), en dirección al vampiro, sobre el que saltó y cuya cabeza cortó de un mordisco bien dado y sangriento, tras el que se transformó en hombre, ensangrentado por cierto, y con la cabeza en la mano. Tras limpiarse la boca con la manga de la camisa blanca que había decidido llevar, Dios sabría por qué, y esparcirse aún más los restos del vampiro por la mandíbula fuerte y bien formada, caminó con toda su lentitud hacia el hombre que había amenazado con cazarlo... sí, a él. La sola idea le daba la risa, y por eso cuando el otro lo vio, tan fuerte y musculoso como él mismo lo era, Miklós sonreía, con una imagen un tanto violenta. – Ponte a la fila, otros quieren cazarme antes que tú. – espetó, en su francés casi perfecto pero con acento magyar, y dejó caer la cabeza al suelo, indiferente. – No es mi pueblo, que lo aterrorice lo que quiera. Llevaba días aquí, el muy estúpido, pensando que no lo encontraría y no lo mataría, pero se ha tenido que tragar sus palabras. Ya no hay nada que ver aquí, puedes irte. – lo echó, sin inmutarse.
Solamente Miklós, de entre todos los húngaros malcarados y orgullosos que formaban parte del clan Rákóczi al que él no había renunciado por gusto, precisamente; bien, solamente Miklós, y eso que tenía competencia, podía ser así de arrogante ante alguien que podía reventarle los huesos a golpes. Probablemente fuera porque solamente Miklós, de entre todos ellos, estaba tan en contacto con su lado suicida.
Ignoraba, claro, el nombre del pueblo, pero como las noches anteriores, en cuanto el sol dio paso a la luna salió, transformado en pantera, que era la forma en la que se había estado sintiendo más cómodo los últimos días, pese al esfuerzo. Parte de él, debía reconocerlo, añoraba las largas carreras por Székszard y sus proximidades, seguido bien de cerca por una Eszter Rákóczi que, en la mayor parte de los casos, era tan indiferente como él había demostrado que podía serlo; esa parte era la que disfrutaba de la caza, de seguir el olor a muerto y de perseguir al vampiro. Uno que, por cierto, debía de estar muy pez en geografía, pues lejos de volver al Sacro Imperio, había acabado casi en el Reino de España, pero no podía culparle: con una persecución tan dura como la del húngaro, era imposible que hubiera podido arribar a su destino con facilidad. Algo le decía al magyar que el vampiro no sobreviviría una noche más; todo su cuerpo se encontraba en tensión, dispuesto a atacar y siguiendo el rastro, que lo condujo a un humano cuyo aroma había captado con anterioridad, tal vez el día previo, pero que no le interesaba lo más mínimo, ni siquiera aunque el humano pareciera querer cazar al vampiro. Firme y sin detenerse, Miklós lo ignoró, incluso lo golpeó al pasar (¡que mirara por dónde iba, no era culpa suya!), en dirección al vampiro, sobre el que saltó y cuya cabeza cortó de un mordisco bien dado y sangriento, tras el que se transformó en hombre, ensangrentado por cierto, y con la cabeza en la mano. Tras limpiarse la boca con la manga de la camisa blanca que había decidido llevar, Dios sabría por qué, y esparcirse aún más los restos del vampiro por la mandíbula fuerte y bien formada, caminó con toda su lentitud hacia el hombre que había amenazado con cazarlo... sí, a él. La sola idea le daba la risa, y por eso cuando el otro lo vio, tan fuerte y musculoso como él mismo lo era, Miklós sonreía, con una imagen un tanto violenta. – Ponte a la fila, otros quieren cazarme antes que tú. – espetó, en su francés casi perfecto pero con acento magyar, y dejó caer la cabeza al suelo, indiferente. – No es mi pueblo, que lo aterrorice lo que quiera. Llevaba días aquí, el muy estúpido, pensando que no lo encontraría y no lo mataría, pero se ha tenido que tragar sus palabras. Ya no hay nada que ver aquí, puedes irte. – lo echó, sin inmutarse.
Solamente Miklós, de entre todos los húngaros malcarados y orgullosos que formaban parte del clan Rákóczi al que él no había renunciado por gusto, precisamente; bien, solamente Miklós, y eso que tenía competencia, podía ser así de arrogante ante alguien que podía reventarle los huesos a golpes. Probablemente fuera porque solamente Miklós, de entre todos ellos, estaba tan en contacto con su lado suicida.
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Re: Holy War → Privado
Ahora pudo verlo mejor. Entre el juego de sombras que creaban los grandes y ajados árboles en las faldas de las montañas. Era un hombre, cubierto de sangre, que llevaba consigo la cabeza de ese que él pretendía matar. Entornó la mirada y maldijo en silencio. No tuvo que ir más lejos, supo qué había sucedido. Ese sujeto era de esos que cambiaban a voluntad. Si era sincero consigo mismo, Osip los consideraba los menos peligrosos, no porque no fueran letales, sino porque eran los que causaban menos problemas. Aunque viéndolo como lo estaba viendo, comenzaba a creer que esa idea iba a cambiar pronto. Bufó y con fuerza aventó la espada de modo que ésta se clavó en la tierra. No muy lejos de él, a su alcance si estiraba un poco el brazo.
—Me pregunto por qué alguien querría cazarte —respondió con sarcasmo, que en su tosca y plana voz, sonaba extraño, como algo recién aprendido;
una manía adoptada de occidente—. Pienso diferente, creo que queda mucho por ver aquí —continuó y su caballo regresó a él, trotando mansamente. Lo tomó de las riendas, e ignorando al otro con descaro, lo amarró a un árbol, aunque quedaba demostrado que el animal (el caballo, no el que tenía enfrente) no iba a huir.
—¿Entonces mandaron a ese pobre chiquillo a por ti? —Preguntó y se giró para volver a encararlo—, entonces no te han de considerar una amenaza muy grande, si eso es todo lo que se necesita. Lo acepto, lo acepto, demostraste ser hábil al matarlo, y quitarme esa posibilidad. Pero vamos, hombre, tú lo sabes, ¿no? Fue una pelea injusta, pues también tienes habilidades, y eres un adulto —prefirió decir «habilidades» a cualquier otra cosa. Algo le dijo que, de todos modos, ese hombre no lucía como alguien que peleara precisamente limpio.
Avanzó de nuevo, quedó a la altura de su espada enterrada y la tomó de nuevo por el mango. Colocó el pulgar en la punta y la giró. Sus dedos con cayos suficientes para no hacerse un corte. El arma brilló con la luna y las estrellas y luego la detuvo, para mirar su reflejo en su hoja. Sus ojos claros. Suspiró, con cansancio. Ahora no le iban a pagar, no es como si necesitara el dinero.
—¿Y tú? ¿Has azorado ese pueblo? Quizá no pueda llevar la cabeza infantil, pero podría ofrecer la tuya; mi amenaza y promesa no fue en vano —estiró el brazo con la espada y lo señaló con la misma. Hablaba con una solemnidad que podía parecer ridícula, pero no en él. A veces parecía un guerrero sacado de un libro de historia—. Eres bueno, sin embargo, no puedo andar perdonado la vida de todo aquel que me lo parece. En cambio, agradezco que me ponga un rival digno enfrente —flexionó el brazo y colocó la espada muy cerca de su propio rostro. Hizo una ligera reverencia.
Al erguirse de nuevo, entonces, con una rapidez que no parecía acorde a su musculosa complexión, elevó la espada, de un salto estuvo frente a él, y estuvo a punto de partirlo en dos, de no ser porque el otro, como él mismo había apuntado, era bueno en esto. Osip, por una vez en su vida, sonrió y giró la cabeza para buscarlo.
—Deberías saberlo ahora. Un guerrero kazajo no se da por vencido —volvió a envararse. Lucía más grande ahora, como si la batalla tuviera un efecto casi mágico en él—. No importa cuanto te resistas, voy a acabar contigo —y volvió a la carga. Una, dos, tres veces blandió la espada con fuerza, al grado que en la última, el arma se clavo en un árbol. Con fuerza, Osip la sacó y provocó que el tronco se venciera y quedara atorado entre las ramas de los árboles de junto.
—Ven, deja de huir, pelea —había algo en su mirada. El deseo, la necesidad de batalla. Había nacido para eso. Forjado por los mismos dioses paganos que labraron a la Horda de Oro. En su sangre corría la misma sangre guerrera que había construido un imperio desde la nada.
Osip Zabirov- Cazador Clase Alta
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Re: Holy War → Privado
¿De qué clase de novela caballeresca se había escapado el hombre que tenía delante? Aún con los restos de su arrogancia en los gestos de su cuerpo, plantado cuan fuerte era (y cuan sangriento se encontraba, que tampoco era moco de pavo) ante él, Miklós lo observó creerse un ingenioso hidalgo, y no pudo por menos que sentir cierto respeto cuando, pese a ello, no parecía demasiado histriónico, al menos dadas las circunstancias. Teniendo en cuenta que el guerrero que tenía delante (el magyar no se engañaba al respecto: era un guerrero, y además bien capaz, a juzgar por su destreza para jugar con la espada, ¡y sin cortarse con ella!) lo había amenazado, ¿qué menos que evaluarlo con la atención que merecía cualquier nueva amenaza? Podía pecar de demasiado Rákóczi algunas veces, el bueno de Laborc, pero el felino que tenía dentro, cada vez más a flor de piel por cierto, era muy bueno a la hora de defenderse, y ni siquiera cuando el húngaro se crecía con bravatas dejaba de estar vigilante. Gracias a Dios, por otro lado, porque ello le permitió aceptar el desafío al instante, mezcla de inconsciente y demasiado consciente de que le apetecía darse de golpes con el otro, ¿por qué no? Era particularmente justo que se enfrentaran, tanto porque Miklós se había metido en la cacería de otro como por el hecho de que el otro le estaba buscando las cosquillas; parecía, incluso, apropiado, y ante semejantes estímulos, ¿cómo no iba a aceptar el magyar, quien recibía muchas compensaciones económicas por, precisamente, pelear? Parecía que el otro lo hubiera captado más rápido que nadie y que hubiera decidido, rápidamente, darle una cucharada de lo que a él más le gustaba; sonriendo, el húngaro enseguida se sintió de aún mejor humor que matando a su perseguidor, ¡y eso ya era decir! Con su indiferencia habitual, el solo hecho de haber llegado hasta aquel punto ya era un logro considerable.
– Soy bastante engañoso como amenaza. – advirtió, pero algo le decía que no hacía falta; el aspecto del contrincante, cuyo nombre desconocía (y, por lo pronto, no le interesaba lo más mínimo saberlo), era amenaza suficiente para saber que se estaban tomando en serio mutuamente, no solamente Miklós a él. – No he hecho nada en este pueblo, ¿qué interés puedo tener en él? Es sólo eso, un pueblo. Sólo un estúpido vampiro caprichoso, como ese, se interesaría; de todas maneras, qué le vamos a hacer, mis enemigos no me consideran lo suficientemente peligroso para enviar a un vampiro hecho y derecho, ¿no? No podría ser que, tal vez, querían a alguien que pudiera espiar bien, y no matar. – ironizó, y de nuevo sintió la rabia de antes, la que llevaba un muy buen rato sintiendo (para su enorme confusión, ya que ¿de dónde demonios salía eso? No era rabia a lo que se refería cuando decía que quería sentir algo, aunque no negaría que descubrir así que no estaba muerto por dentro era mejor que nada), correrle por las venas. La diferencia era que no se trataba sólo de rabia, sino que también había algo de expectación, que respondía a una pregunta constante en la parte de detrás de los pensamientos conscientes del húngaro: ¿cuánto hacía que no tenía un rival decente...? Esas peleas en las que se ganaba la vida, por las que le pagaban, solían ser auténticas bromas, y para alguien como él, tan resistente como adicto a caminar sobre el filo de un cuchillo, terminaban por ser insuficientes. ¿Sería, pues, el rival que había encontrado por casualidad alguien digno para él y su magnífica resistencia? ¡Quién sabía! A la defensiva, lo miró una última vez como un posible enemigo, ya que la siguiente vez que lo hiciera, sería alguien con quien estaría peleando. – Enhorabuena, kazajo guerrero. Los magyares tampoco nos rendimos. Así que, adelante, peléame. – lo alentó, y sin darle tiempo a que lo hiciera, fue el propio Miklós quien se lanzó.
Con golpes y arañazos y sin valerse de nada más que su propio cuerpo, Laborc atacó al otro con la furia de un felino, con la insensatez de quien no tiene nada que perder (y, aunque lo tenía, llevaba con el presentimiento de que no durante un tiempo), y con la fiereza de un hombre hecho para las batallas, exactamente igual que el guerrero kazajo al que se estaba enfrentando.
– Soy bastante engañoso como amenaza. – advirtió, pero algo le decía que no hacía falta; el aspecto del contrincante, cuyo nombre desconocía (y, por lo pronto, no le interesaba lo más mínimo saberlo), era amenaza suficiente para saber que se estaban tomando en serio mutuamente, no solamente Miklós a él. – No he hecho nada en este pueblo, ¿qué interés puedo tener en él? Es sólo eso, un pueblo. Sólo un estúpido vampiro caprichoso, como ese, se interesaría; de todas maneras, qué le vamos a hacer, mis enemigos no me consideran lo suficientemente peligroso para enviar a un vampiro hecho y derecho, ¿no? No podría ser que, tal vez, querían a alguien que pudiera espiar bien, y no matar. – ironizó, y de nuevo sintió la rabia de antes, la que llevaba un muy buen rato sintiendo (para su enorme confusión, ya que ¿de dónde demonios salía eso? No era rabia a lo que se refería cuando decía que quería sentir algo, aunque no negaría que descubrir así que no estaba muerto por dentro era mejor que nada), correrle por las venas. La diferencia era que no se trataba sólo de rabia, sino que también había algo de expectación, que respondía a una pregunta constante en la parte de detrás de los pensamientos conscientes del húngaro: ¿cuánto hacía que no tenía un rival decente...? Esas peleas en las que se ganaba la vida, por las que le pagaban, solían ser auténticas bromas, y para alguien como él, tan resistente como adicto a caminar sobre el filo de un cuchillo, terminaban por ser insuficientes. ¿Sería, pues, el rival que había encontrado por casualidad alguien digno para él y su magnífica resistencia? ¡Quién sabía! A la defensiva, lo miró una última vez como un posible enemigo, ya que la siguiente vez que lo hiciera, sería alguien con quien estaría peleando. – Enhorabuena, kazajo guerrero. Los magyares tampoco nos rendimos. Así que, adelante, peléame. – lo alentó, y sin darle tiempo a que lo hiciera, fue el propio Miklós quien se lanzó.
Con golpes y arañazos y sin valerse de nada más que su propio cuerpo, Laborc atacó al otro con la furia de un felino, con la insensatez de quien no tiene nada que perder (y, aunque lo tenía, llevaba con el presentimiento de que no durante un tiempo), y con la fiereza de un hombre hecho para las batallas, exactamente igual que el guerrero kazajo al que se estaba enfrentando.
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Re: Holy War → Privado
Osip había visto mucha guerra, y mucha muerte, mucha sangre, y muchas peleas en su vida. Sabía cómo era cuando dos ejércitos se enfrentaban, o cuando dos hombres con las manos desnudas lo hacían, uno frente al otro, sin nada de por medio. Y no sólo se trataba de guerras sangradas que su pueblo lanzaba contra los infieles, sino también de aquellas batallas en las que se enfrentó junto a Nazariy, su maestro cazador. Osip había visto el enojo y la entrega en todas sus versiones, en espadas, y balas, y puños. Lo más importante, supo reconocerlo en su adversario, lo vio con claridad. Se lo dijo, era bueno, pero cualquiera podía ser bueno, se necesitaba algo muy especial y distinto para convertirse en un guerrero; y ahí estaba, frente a sus ojos.
Desde luego, eso no hizo que Osip aflojara sus ataques, al contario, se volvieron más impetuosos, más salvajes, aunque precisos y limpios. Uno podía apreciar cada movimiento de sus brazos y la espada trazaban en el aire con suma perspicuidad. El sonido del filo cortando el ambiente era diáfano entre los árboles. Y su respiración también, agitada.
—¿De dónde has salido, magyar? —Preguntó, sin bajar la guardia, con la espada empuñada con ambas manos, y la luna reflejándose en su filo—. Veo que si ese vampiro vino a matarte, fue un error de aquellos que lo enviaron. Ese, y cualquier otro, habría resultado poca cosa. ¿Quién te enseñó a pelear? ¿O te formaste solo en la crueldad del mundo? Esos son los mejores peleadores, los que nacen con el don de dar muerte —habló de nuevo de aquel modo abigarrado y complicado.
—Será un honor ser yo quien te mate —y con ello, se abalanzó de nuevo en una serie de ataques frontales. Se movía rápido, sus pies ni siquiera se escuchaban, a pesar de que, cuando caminaba, parecía ser capaz de hacer temblar la tierra. Esquivó apenas los ataques ajenos, mucho más rápidos y sólo dio un salto hacia atrás cuando su enemigo conectó un golpe en su rostro.
Se llevó la mano a la nariz, sólo para ver las yemas ensangrentadas. Sonrió como si aquello lo complaciera demasiado, y volvió a ponerse alerta, en guardia.
—Dime magyar, es obvio que no tienes ni en qué caerte muerto, ¿qué haces para subsistir? ¿O adoptas una de tus formas animales y cazas? No serías el primer cambiante que me encuentro que hace eso. Es indigno, debo decirlo —se movió hacia un lado, sin dejar de verlo, y sin bajar la espada que apuntaba hacia su contrincante—. No creas que me interesa tu vida, pero podría interesarme la habilidad que tienes para pelear —dio un paso hacia atrás, no para retroceder, sino para tomar impulso, y volvió arremeter con fuerza.
—Somos miembros de pueblos guerreros… —habló mientras no dejaba de blandir la espada—, pero somos diferentes. Yo tengo un propósito, ¿lo tienes tú acaso? Puedo ver en tu forma de luchar que no, lo haces como un hombre que no tiene nada que perder, y eso puede jugar a tu favor, no obstante, al final, es un resultado vacío el que obtienes —estiró el brazo, tratando de asestar una estocada, sin éxito. El otro era mucho más rápido, pero para no tener dones sobrenaturales, Osip era letal como pocos mortales.
Última edición por Osip Zabirov el Jue Nov 30, 2017 10:08 pm, editado 1 vez
Osip Zabirov- Cazador Clase Alta
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Re: Holy War → Privado
No le sorprendió que el otro le devolviera los golpes, no cuando había visto la fiereza en su mirada e intuido la dureza en sus movimientos; al contrario, Miklós esperaba que el kazajo le presentara batalla, y para su enorme satisfacción, el otro lo hizo, permitiéndole liberarse antes incluso de saber que lo necesitaba. Pese a que se hubiera pasado gran parte de su vida, la que no tenía más remedio que desarrollar como humano, convenciéndose de que la sangre Rákóczi imperaba en sus venas, casi siempre para justificar los peores de sus defectos, Miklós nunca había olvidado que él era un animal, y siempre andaba buscando la oportunidad de dejar que Laborc, la pantera, saliera a la luz, liberándolo por completo. Efectivamente: el húngaro no se sentía tan libre con otra forma como se sentía con esa, por la que su madre lo había bautizado hacía ya más de medio siglo y que había acertado, por completo, al definirlo mejor de lo que él mismo podría hacerlo nunca. Ya lo decía el refrán: por mucho que la mona vista de seda, mona se queda, y así era aplicable al húngaro, pues por mucho que se comportara a veces como un hombre, la pantera seguiría siéndolo hasta que no le quedara más remedio que abrazar lo de no ser definitivamente. Dado que, por otro lado, Miklós no tenía la más mínima intención de morirse en su futuro más próximo, por mucho que estuviera peleando como un maldito salvaje con el kazajo poco después de haber matado a un vampiro, tendría que seguir recurriendo a oportunidades como aquella para catar la libertad de sacar a la luz su lado más... más él, en definitiva. No podía quejarse, pues, su contrincante, ¡estaba conociendo al Laborc más real de todos...! Con razón parecía disfrutarlo tanto como el propio Miklós, quien, al igual que su rival, decidió que también podía mantener una conversación mientras golpeaba, ¡por qué no!
– ¿De dónde he salido? De lo más profundo del centro del continente, allá donde el Sacro Imperio ignora a los húngaros que quieren ser algo más que esclavos de los germánicos. – replicó, esquivando un golpe, pero al terminar de hablar no vio venir el siguiente, y el puño del rival impactó en su ojo, que probablemente se pondría a la funerala en cuestión de minutos para desaparecer en cuestión de otros pocos más. – No me enseñó uno solo, y mucho lo tuve que aprender yo para sobrevivir. ¿Hay un propósito más noble que ese? Probablemente. ¿Hay alguno que nos afecte a todos por igual? Eso ya lo dudo. – reflexionó, frotándose el ojo herido con un nudillo para, a continuación, utilizar esa misma falange, junto al resto de las de su mano, en el rostro ajeno, devolviéndole el golpe. Si bien el otro era rápido (mucho, hasta el húngaro era capaz de reconocérselo, pues tenía ojos en la cara, ¡y qué ojos!), Miklós era un cambiante y, por tanto, lo era más; se trataba de algo que estaba en su propia naturaleza, tan fuerte como el orgullo de la casta Rákóczi de la que había nacido como una mala hierba o como esa antinatural capacidad suya para no sentir casi nada. Salvo, por supuesto, ese presentimiento que sentía sobre su cabeza como una losa a punto de caer para aplastarlo, el mismo que tenía tanta fuerza como el golpe que le dio Miklós al rival para inmovilizarlo, con él aplastándolo por un momento. – Me contratan para golpear, matar, robar, toda esa serie de cosas que impliquen violencia contra otros. Como ves, se me da bien, es un negocio seguro porque no me rendiré hasta no ganar yo y conseguir lo que quiero. ¿Por qué, señor con propósito? ¿Tienes algo mejor que ofrecerme que el aquí y el ahora? ¡Habla, pues, soy todo oídos! – propuso Miklós, pese a que su tono sonó como una orden y su posición, dominante, también llevaba a pensar que se lo estaba exigiendo, preso de la curiosidad como lo estaba.
¿Qué podía decir? Miklós tenía una tendencia clara hacia la autodestrucción, eso era innegable, pero seguía siendo un tipo inteligente, y si podía seguir haciendo lo de siempre, lo que se le daba bien, mejor pagado o con mejores condiciones, ¡bien sabía Dios que lo haría!
– ¿De dónde he salido? De lo más profundo del centro del continente, allá donde el Sacro Imperio ignora a los húngaros que quieren ser algo más que esclavos de los germánicos. – replicó, esquivando un golpe, pero al terminar de hablar no vio venir el siguiente, y el puño del rival impactó en su ojo, que probablemente se pondría a la funerala en cuestión de minutos para desaparecer en cuestión de otros pocos más. – No me enseñó uno solo, y mucho lo tuve que aprender yo para sobrevivir. ¿Hay un propósito más noble que ese? Probablemente. ¿Hay alguno que nos afecte a todos por igual? Eso ya lo dudo. – reflexionó, frotándose el ojo herido con un nudillo para, a continuación, utilizar esa misma falange, junto al resto de las de su mano, en el rostro ajeno, devolviéndole el golpe. Si bien el otro era rápido (mucho, hasta el húngaro era capaz de reconocérselo, pues tenía ojos en la cara, ¡y qué ojos!), Miklós era un cambiante y, por tanto, lo era más; se trataba de algo que estaba en su propia naturaleza, tan fuerte como el orgullo de la casta Rákóczi de la que había nacido como una mala hierba o como esa antinatural capacidad suya para no sentir casi nada. Salvo, por supuesto, ese presentimiento que sentía sobre su cabeza como una losa a punto de caer para aplastarlo, el mismo que tenía tanta fuerza como el golpe que le dio Miklós al rival para inmovilizarlo, con él aplastándolo por un momento. – Me contratan para golpear, matar, robar, toda esa serie de cosas que impliquen violencia contra otros. Como ves, se me da bien, es un negocio seguro porque no me rendiré hasta no ganar yo y conseguir lo que quiero. ¿Por qué, señor con propósito? ¿Tienes algo mejor que ofrecerme que el aquí y el ahora? ¡Habla, pues, soy todo oídos! – propuso Miklós, pese a que su tono sonó como una orden y su posición, dominante, también llevaba a pensar que se lo estaba exigiendo, preso de la curiosidad como lo estaba.
¿Qué podía decir? Miklós tenía una tendencia clara hacia la autodestrucción, eso era innegable, pero seguía siendo un tipo inteligente, y si podía seguir haciendo lo de siempre, lo que se le daba bien, mejor pagado o con mejores condiciones, ¡bien sabía Dios que lo haría!
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Re: Holy War → Privado
El hilo de sangre iba desde la nariz hasta la boca, y comenzaba a descender por la garganta. Osip lo dejó recorrer su cauce natural, hace tanto que un enemigo no lograba herirlo que incluso se sintió bien, le recordaba esa linde entre él y su objetivo de caza, le recordaba también las bendiciones que Alá y el profeta Mahoma le habían otorgado como hombre, y como líder del khanato. Fue a responder, pero el golpe, demasiado bien asestado, lo dejó callado. Y es que le sorprendió la precisión considerando que el otro acaba de recibir también un derechazo. Sostuvo con más fuerza la espada, por miedo a que pudiera caerse. Comprendía la ventaja del otro, no era un insensato; no había sobrevivido tanto tiempo siéndolo, a decir verdad.
Se agachó por el impacto para luego erguirse con lentitud casi teatral. Escupió a un lado, una mezcla de hiel y sangre que desapareció en el dispar suelo del bosque.
—Pues te enseñaron, y te enseñaste bien —dijo con voz ronca y desapasionada, movió la cabeza para tronarse el cuello, éste crujió y con ello, volvió a ponerse en guardia—. Posiblemente tenga algo para ofrecerte, una misión suicida si cualquiera de los dos se aventurara solo a ella, pero juntos… sería imposible. —Sin mencionar un pequeño ejército de hombres que fueron leales a su padre y jamás se vendieron a Aibek, mismos que seguían en palacio como infiltrados, fingiendo obedecer al khan actual, aunque querían que el hijo de Esim tomara el lugar que le correspondía.
—Baja los puños y tal vez podamos hablar. —Para que viera que no mentía, él mismo adoptó una posición abierta, bajando en apariencia la guardia, aunque tratándose de Osip, eso resultaba imposible. El kazajo dormía incluso con la guardia en alto y siempre alerta—. No es un truco para poder atacarte cuando estés desprevenido, aunque… ¿cómo puedes saberlo? Exacto, no puedes, sólo te tocará arriesgarte si esto te interesa. Eso que tú ofreces, los servicios de un mercenario, eso es lo que yo necesito, ¿qué dices? —Alzó ambas cejas y habló como lo que era, un maldito rey sin su corona, un rey despojado de su reino y sediento de venganza. Un líder, un guerrero y un necio.
Bajó la espada, la tomó del pomo con ambas manos y clavó la punta en el suelo, entre sus pies, una posición castrense, denotando así su educación. Su tío pudo haber robado el khanato, pero fue su maestro, y Osip sabía que era un combatiente avezado, y luego estuvo Nazariy, el ruso que terminó por perfeccionar la técnica del cazador, otorgándole así lo mejor de dos tipos de batalla, aquella en ejército y aquella en solitario.
—Por la paga no debes preocuparte, ¿qué es eso que más deseas? Yo te lo daré, algo me dice que el dinero para ti no tiene el mismo valor que para los demás, ¿qué sí lo tiene en tu vida? ¿Mujeres, propiedades, joyas, libertad? Dime tu precio, no me asustaré —declaró reservado, con una gravedad latente en sus palabras, sin titubeos, con una intención real y palpable de querer trabar negocios con el cambiante.
Observó su ojo, ese donde él había golpeado. Se puso negro en un instante, y comenzó a sanar al otro, con el cardenal cediendo al tono natural de su piel, como el sol empuja a la noche al amanecer.
Última edición por Osip Zabirov el Vie Feb 09, 2018 8:28 pm, editado 1 vez
Osip Zabirov- Cazador Clase Alta
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Re: Holy War → Privado
Miklós llegaría a echar de menos esos momentos. Era una verdad universal que no se sabía lo que se tenía hasta que se perdía, y como aún no había perdido por completo la poca empatía que le restaba, no era capaz de valorar la simpleza de su vida, de esa vida de mercenario que el otro, que lo había herido, le ofrecía. En su cabeza se encontraban sus pensamientos ponderando las ventajas y desventajas de la oferta, la información de sus sentidos, alertos, ante la aparente tregua que le había ofrecido el otro, y que incluso él, analfabeto en ciertos temas como los militares, era capaz de comprender. Su intuición de entonces, la que Osip estaba viendo, se encontraba en un punto álgido; esa misma intuición le decía que, por el momento, el otro no atacaría, lo cual bastó para sosegarlo un tanto, no demasiado pero sí lo justo. Por otro lado, seguía existiendo una parte autodestructiva en Miklós, la misma que saltaba ante el más mínimo atisbo de peligro en la dirección de la que éste provenía, y esa parte se estaba relamiendo ante la posibilidad de que el otro rompiera la tregua y se viera obligado a atacar. Ah, ojalá, ojalá, pero de momento se estaban portando los dos como seres civilizados, y Miklós se vio obligado a adoptar comportamientos que hacía un tiempo que no eran parte de su repertorio: esos que correspondían a los seres bien educados y que eran capaces de entender a los otros. Así pues, el magyar cuadró la espalda, enderezó la columna y lo miró mientras escuchaba, los oídos atentos a las palabras que estaba diciendo el otro, en un idioma que el húngaro parecía dominar más, aunque no le importara lo más mínimo que así fuera. Mientras tanto, Laborc, la pantera, reflexionaba sobre sus posibilidades, con las garras escondidas pero a punto de atacar, y los dos, Miklós y Laborc, se encontraron con el silencio del otro y su oportunidad ideal para responder algo, lo que fuera, a esa oferta que sabía que era buena... Aunque sus heridas le convencieran de que el otro no era de fiar, los hechos eran inamovibles; hasta él era consciente.
– Tendría que estar alguna vez desprevenido para que puedas atacarme cuando lo estoy, y no es el caso. – comentó Miklós, ladeando un tanto el rostro en un gesto que le marcó aún más la mandíbula, considerablemente prominente ya en condiciones normales y sin ayuda por su parte. No se había marcado un farol, aunque el otro no tuviera por qué saberlo; una de las desventajas, o ventajas según se mirara, de su vida y de su parte animal era que siempre estaba al acecho. Se trataba de una segunda naturaleza en los gatos, cazadores, y ¿qué era él sino un gato muy crecido y con bastantes malas pulgas cuando le daba por sentir algo...? Cuando no, seguía siendo un gato, sí, pero con una fría crueldad que los mininos sólo serían capaces de envidiar. Desventajas de no sentir casi nada. – De hecho, estoy interesado en el dinero, lamento decepcionarte. – matizó, sin lamentarlo demasiado (más bien nada en absoluto), y encogiéndose de hombros. – Para mujeres no necesito tu ayuda, me las puedo conseguir yo solo. – continuó, aunque no fue del todo necesario que lo dijera porque era evidente para cualquiera que tuviera ojos en la cara y fuera poseedor del más mínimo sentido del gusto. ¿Sería ese el caso del hombre que tenía enfrente y que decía necesitar los servicios de un mercenario como Miklós? – Libertad tengo, las propiedades sólo traen problemas. No, prefiero otra cosa: opio. – comentó, sin avergonzarse de su vicio, porque ¿para qué servía la vergüenza? No era el primer hombre del mundo en consumir esa sustancia, ni mucho menos sería el último; el otro, a aquellas alturas, ya se había tenido que dar cuenta de que Miklós era un sobrenatural, y a él esa sustancia no le hacía el mismo efecto que a un humano normal: simplemente lo tranquilizaba y evadía, pero no con consecuencias demasiado duraderas gracias a su capacidad curativa. Así pues, ¿qué más daba? Si negociaban, le diría lo que quería, y punto. – Así que dinero y opio y me iré a hacer la misión que se te antoje. – concluyó.
Desde luego, se podían decir muchísimas cosas de Miklós, pero en absoluto se podía decir de él que no fuera un hombre de gustos sencillos y necesidades básicas. Si tan solo esos gustos y esas necesidades pudiera conseguirlos de vez en cuando...
– Tendría que estar alguna vez desprevenido para que puedas atacarme cuando lo estoy, y no es el caso. – comentó Miklós, ladeando un tanto el rostro en un gesto que le marcó aún más la mandíbula, considerablemente prominente ya en condiciones normales y sin ayuda por su parte. No se había marcado un farol, aunque el otro no tuviera por qué saberlo; una de las desventajas, o ventajas según se mirara, de su vida y de su parte animal era que siempre estaba al acecho. Se trataba de una segunda naturaleza en los gatos, cazadores, y ¿qué era él sino un gato muy crecido y con bastantes malas pulgas cuando le daba por sentir algo...? Cuando no, seguía siendo un gato, sí, pero con una fría crueldad que los mininos sólo serían capaces de envidiar. Desventajas de no sentir casi nada. – De hecho, estoy interesado en el dinero, lamento decepcionarte. – matizó, sin lamentarlo demasiado (más bien nada en absoluto), y encogiéndose de hombros. – Para mujeres no necesito tu ayuda, me las puedo conseguir yo solo. – continuó, aunque no fue del todo necesario que lo dijera porque era evidente para cualquiera que tuviera ojos en la cara y fuera poseedor del más mínimo sentido del gusto. ¿Sería ese el caso del hombre que tenía enfrente y que decía necesitar los servicios de un mercenario como Miklós? – Libertad tengo, las propiedades sólo traen problemas. No, prefiero otra cosa: opio. – comentó, sin avergonzarse de su vicio, porque ¿para qué servía la vergüenza? No era el primer hombre del mundo en consumir esa sustancia, ni mucho menos sería el último; el otro, a aquellas alturas, ya se había tenido que dar cuenta de que Miklós era un sobrenatural, y a él esa sustancia no le hacía el mismo efecto que a un humano normal: simplemente lo tranquilizaba y evadía, pero no con consecuencias demasiado duraderas gracias a su capacidad curativa. Así pues, ¿qué más daba? Si negociaban, le diría lo que quería, y punto. – Así que dinero y opio y me iré a hacer la misión que se te antoje. – concluyó.
Desde luego, se podían decir muchísimas cosas de Miklós, pero en absoluto se podía decir de él que no fuera un hombre de gustos sencillos y necesidades básicas. Si tan solo esos gustos y esas necesidades pudiera conseguirlos de vez en cuando...
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Re: Holy War → Privado
Aún en su posición de firmes, de soldado bien entrenado, sosteniendo la espada por el pomo, Osip rio… o lo más parecido que podía sacársele a un hombre como él; más como una tos ronca y breve. Negó con la cabeza, divertido a pesar de su semblante severo. Era precisamente por esa rectitud que la arrogancia ajena le causaba gracia. Y no gracias como si dijera «pobre diablo», sino porque supo que había dado con el hombre indicado.
Al fin sacó la espada de la tierra, como un Arturo turco que empuña Excalibur por primera vez, y fue así, algo incluso sutil, no hubo amenaza en el movimiento, y con esa misma rauda y fuerte elegancia, la enfundó en su cinturón, dejándola sellada entonces, confirmando que no iba a atacar de nuevo, aunque comprendía si el otro, cambiante y por tanto con instintos exacerbados, no terminaba por confiar. Es más, si de buenas a primeras lo hacía, Osip perdería el interés. Asintió.
—Es un trato justo —dijo—, verás, mi hogar se encuentra en la Ruta de la Seda, no será difícil que entre los cargamentos podamos colar algo de lo que pides —declaró; Osip estaba más allá de todo, como para ser escrupuloso. No lo juzgó, a pesar de que ese sería un camino que jamás tomaría, porque en el Corán estaba penado y sin dudar, el día que fuera el último, quería llegar al lado del patriarca. Cada hombre lidiaba con sus demonios de maneras distintas—. Por el dinero no te preocupes —diciendo aquello metió una mano a la chaqueta que lo cubría y sacó una daga pequeña, quizá demasiado pequeña, inofensiva al grado de que, si acaso amenazabas a alguien con ella, sería un insulto. La hoja era de acero recién pulido, y el mango de oro blanco, con inscripciones en árabe y cirílico.
—Ten —le dijo y ofreció el arma, sosteniéndola por la hoja, ofreciendo la empuñadura—, tómalo como adelanto. Esto no quiere decir que te vaya a contar de qué se trata así nada más, es sólo un símbolo del inicio de una sociedad, si así lo quieres ver.
»Este no es lugar, yo tengo que partir a París lo antes posible, este desvío en mi camino no estaba contemplado. Me mandaron a cazar el vampiro que me arrebataste —sonrió socarrón—, ¿te parece bien si nos vemos en aquella ciudad? Estaré en el Hotel des Arenes, y ahí podremos hablar de esto —dijo muy serio, porque ese tema era el que más devoraba sus pensamientos, a veces incluso negándole el sueño, aun cuando era indispensable que estuviera siempre despabilado.
—Mi nombre es Osip, sólo búscame así… no te preocupes, una vez que lo hagas sabré que eres tú, y entonces me dirás tu nombre. Si no acudes, por la razón que quieras, entonces lo prefiero así, jamás saber el nombre del hombre que me hizo sangrar —declaró, ominoso como era usual y se llevó una mano a la nariz, donde ya sólo encontró sangre seca. Parecía que Osip siempre estaba hablando del fin de los tiempos. Había mucha teatralidad en el kazajo, que muchas veces le servía para intimidad, aunque la realidad era que ésta era inherente a él.
—Y quizá, podamos reanudar nuestra batalla también, cuando todo esto haya terminado. Lo puedo ver en tus ojos, soy un guerrero y en ellos veo exactamente eso, el deseo de batalla. Desconozco tus motivos, y no te los voy a preguntar, pero puedo ofrecerte eso. Acabarnos a golpes cuando hayamos conseguido lo que te voy a proponer. —Lo miró fijamente, casi inquietante y si acaso antes bromeó un poco, nada de eso quedó esta vez, sólo dureza y una sorda rabia por su tío, el motivo de todas estas vesanias.
Osip Zabirov- Cazador Clase Alta
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Re: Holy War → Privado
Esa daga que el otro le estaba dando era un insulto para cualquier guerrero, y aún más para un gato como Miklós, quien no tenía más que transformarse en cualquiera de sus formas para que sus garras cortaran con más eficacia que aquel trozo de metal ostentoso y rico hasta el hartazgo. Sin embargo, aparte de animal y de guerrero, Miklós era miembro de una familia noble húngara, y aunque nunca hubiera reclamado ese derecho que le correspondía por nacimiento, aunque proviniera de una unión de poco a nada legítima, sabía mucho de las maneras de la nobleza, y entendió la motivación tras ese regalo. No es que fuera del todo necesario ser alguien tan inteligente como él para llegar a esa conclusión sin problema alguno, pero aun así ayudó, y bastó para que el otro asistiera en silencio a todo lo que Osip, el cercano a la Ruta de la Seda (cuánta información estaba descubriendo de golpe, ¿no?), le dijo. Su única reacción, frío como siempre solía serlo, fue asentir a cuanto le pareció necesario, como ese nombre tan desconocido para él, poco conocedor de los asuntos del este, o las instrucciones para reencontrarse en París. Durante un momento, su mente se quedó quieta en lo curioso que resultaba que también el otro estuviera residiendo en la misma ciudad que él, y no dejó de ser irónico (aunque a él se le pasara dicha ironía porque no era capaz de ver el futuro, pese a su ascendencia gitana) que todo lo que estaba determinándolo y lo determinaría fuera a tener lugar allí... Sin embargo, Miklós no se centró demasiado en la coincidencia, y mucho menos lo iba a hacer cuando el otro le había ofrecido algo que satisfacía a varias de sus partes, la guerrera y la animal, a la vez: golpearse hasta el hartazgo una vez le hubiera pagado por sus servicios y éstos hubieran concluido de una buena vez. El orden de los factores hablaba mucho de las prioridades del magyar, de eso no quedaba duda alguna.
– Da la casualidad de que llevo un tiempo viviendo en París, tal parece que en realidad me conoces de antes y sabes hasta dónde buscarme. – replicó Miklós, medio sonriendo con cierta burla, pues los dos sabían que no se conocían de antemano. De lo contrario, se recordarían, eso para empezar, y para continuar ya se habrían destrozado y no estarían los dos reencontrándose tan enteros en un lugar tan lejano a la ciudad donde iba a continuar su extraña relación de negocios, si es que quería llamarse así. Miklós no tenía la más mínima intención de dignificar su labor de mercenario de aquel modo, pero Miklós era un tipo que se revolcaba a diario en las miserias humanas y en la pobreza más absoluta, al fundirse los francos que ganaba en los vicios más oscuros para la sociedad en la que vivía, así que las aparatosidades las dejaba para los que, como Osip, eran de una cuna más alta que la suya. O, bueno, los que quisieran comportarse así. – De acuerdo, Osip. Tal vez te busque, tal vez no, pero es casi seguro que sí porque con un precio tan justo que te he pedido y pareces dispuesto a darme, no puedo negarme tan fácilmente. – admitió. No perdía nada por ser sincero, mucho menos después de haber hecho ya un trato, así que no vio necesario mentirle a Osip, al menos no en eso. – Pero, ya que estamos así, permíteme un consejo. No pienses en lo que va a suceder después, en cómo vas a disfrutar con el sonido de mis huesos quebrándose o cómo te va a satisfacer hundir las cuchillas de tus armas en mi piel, porque eso despierta a una parte peligrosa de mí y así los dos seremos incapaces de cumplir con el trato. – aconsejó, encogiéndose de hombros y, después, preparándose para marcharse. La ventaja de no tener casi nada era que ese proceso era rápido para él. – Ya nos veremos. No te largues del Hôtel des Arènes en, al menos, una semana. A partir de ahí, ya puedes dejar de contar con mi visita, si es que no la has recibido ya. – advirtió.
Y, una vez dicho eso, Miklós se dio media vuelta y se largó, sin más despedida ni más ceremonias que sus palabras, porque el recargado y teatral era el otro, no él... Él sólo era el cambiante al que le habían ofrecido la posibilidad de obtener francos y opio, sus mayores vicios, así que ¿cómo podía negarse a semejante negocio ventajoso?
– Da la casualidad de que llevo un tiempo viviendo en París, tal parece que en realidad me conoces de antes y sabes hasta dónde buscarme. – replicó Miklós, medio sonriendo con cierta burla, pues los dos sabían que no se conocían de antemano. De lo contrario, se recordarían, eso para empezar, y para continuar ya se habrían destrozado y no estarían los dos reencontrándose tan enteros en un lugar tan lejano a la ciudad donde iba a continuar su extraña relación de negocios, si es que quería llamarse así. Miklós no tenía la más mínima intención de dignificar su labor de mercenario de aquel modo, pero Miklós era un tipo que se revolcaba a diario en las miserias humanas y en la pobreza más absoluta, al fundirse los francos que ganaba en los vicios más oscuros para la sociedad en la que vivía, así que las aparatosidades las dejaba para los que, como Osip, eran de una cuna más alta que la suya. O, bueno, los que quisieran comportarse así. – De acuerdo, Osip. Tal vez te busque, tal vez no, pero es casi seguro que sí porque con un precio tan justo que te he pedido y pareces dispuesto a darme, no puedo negarme tan fácilmente. – admitió. No perdía nada por ser sincero, mucho menos después de haber hecho ya un trato, así que no vio necesario mentirle a Osip, al menos no en eso. – Pero, ya que estamos así, permíteme un consejo. No pienses en lo que va a suceder después, en cómo vas a disfrutar con el sonido de mis huesos quebrándose o cómo te va a satisfacer hundir las cuchillas de tus armas en mi piel, porque eso despierta a una parte peligrosa de mí y así los dos seremos incapaces de cumplir con el trato. – aconsejó, encogiéndose de hombros y, después, preparándose para marcharse. La ventaja de no tener casi nada era que ese proceso era rápido para él. – Ya nos veremos. No te largues del Hôtel des Arènes en, al menos, una semana. A partir de ahí, ya puedes dejar de contar con mi visita, si es que no la has recibido ya. – advirtió.
Y, una vez dicho eso, Miklós se dio media vuelta y se largó, sin más despedida ni más ceremonias que sus palabras, porque el recargado y teatral era el otro, no él... Él sólo era el cambiante al que le habían ofrecido la posibilidad de obtener francos y opio, sus mayores vicios, así que ¿cómo podía negarse a semejante negocio ventajoso?
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