{Libre} - The holy dark

El sol se había ocultado dando paso a una noche más como cualquier otra en las calles parisinas que rebosaban de vida a pesar de la hora. No se podría comparar la cantidad de almas que discurrían ese noche con la cantidad de almas que seguramente transitaban esas calles por las mañanas, cuando el sol les regalaba sus rayos cálidos, los cuales podrían ser mortales para una vampiresa como Lithia. ¡El maldito sol! Sí, se había convertido en maldito hace poco más de cuatro siglos. Ahora tenia que huir de de él antes de amanecer y refugiarse en su guarida. Pero las noches le pertenecían totalmente, la luna era quien le regalaba sus reflejos plateados.

Lithia caminaba por las calles como cualquier otra muchacha. Habían pasado casi sesenta años desde la ultima vez que estuvo en parís, como la eterna joven de 22 años de edad. Las calles habían cambiado en ese tiempo, ella sabia que todo cambiaba menos ella. Ella siempre sería constante hasta el final de los tiempos. No era una vampiresa joven, pero comparada con otros congéneres que se cruzaron en su camino en un momento de su vida era apenas una criatura inexperta, quien tenia mucho por descubrir, aunque sin prisas pues el tiempo estaba de su lado y no encontrara. A menos que la amarga soledad la llevará a cometer una locura, eso no cambiaría jamás.

No tenia ninguna razón en especial para encontrarse ahora caminando por parís, simplemente le apeteció ver una vez más la ciudad que de niña siempre añoro conocer. En ese entonces, la sola idea de poner un pie en parís era tan emocionante que sus ojos solían brillar cuando su hermano mayor le contaba lo que había visto en sus visitas ocasionales, ella podía escucharlo por horas sentada en el frió suelo de tierra. Pero ahora todo el encanto de aquella ciudad se había desvanecido, para Lithia no era diferente a otra ciudad en el mundo. Humanos indefensos caminando por las calles, siempre con prisa pues para ellos el tiempo no tenia compasión, los años se les abalanzaban encima con crueldad llevandose lo mejor de ellos. Para Lithia la belleza era eterna. Ella no especialmente notable, nunca lo había sido ni deseado. Tenia una complexión delgada, una figura estilizada. Lo más llamativo de ella siempre habían sido sus hermosos ojos como dos esmeraldas incrustadas en el mármol blanco. Su cabello negro azabache tapando su frente blanquecina y siempre vestía elegantemente. Esa noche lucia un exquisito vestido de seda y satín de color azul turquesa, falda amplia en capas, cintura alta rodeada con un listón de color negro. Su bonnet y sus guantes de satín a juego. Su labios con tintura rojo carmín y sus mejillas encendidas, signo de que se había alimentado recientemente. Su víctima había sido un joven que tuvo la desgracia de pasar por el camino de ella en calles más solitarias y oscuras. ¡Pobre infeliz!. Sobre su cuello una cadenita dorada, su preciado relicario. Tenia más de siglos sin abrirlo y ver dentro de este la foto del hombre que más amo en vida y la fotografía de su pequeña hija muerta a manos del destino cruel. Después cuatro siglos el dolor por la muerte de su hija seguía lastimando como un espina clavada en su corazón.

A diferencia de la ultima vez que visitará parís, en esta ocasión lo hacía sola. Hacía tiempo que no tenia un compañero, y la soledad poco a poco se metía en sus huesos dejando estragos en su alma ya dañada por sucesos que nunca podría olvidar. Esa era otra de sus maldiciones: tenia toda una eternidad para recordar.

Dejando por el momento el pasado a un lado, la joven vampiresa continuo caminando por las calles. Conocía la ciudad a la perfección como para ofrecer la imagen de una damisela perdida que requería de un apuesto caballero que le indicará el camino que debía seguir. Esa imagen además de resultar ridícula para Lia, jamás seria una opción para ella, pues el su orgullo solo equiparable a los años que había vivido no le permitían dar la imagen de fragilidad, fuera quien fuera a quien tuviese enfrente. Sus pequeños pies la llevaron hasta la plaza Tertre un buen lugar donde pasar parte de la noche. Por esa noche ya no se alimentaria más, quizás más tarde bebería un poco de vino. Sin embargo, conforme pasaba al lado de algunos humanos su aroma era arrastrado por la brisa ligera hacia la nariz de Lithia. Perfume dulzón mezclado con olores corporales propios de los humanos. De todos los olores que podía encontrar inmundos y desagradables, el olor humanos era el único que no le molestaba, aunque ciertamente su resentimiento era mayor hacía esos seres comparables al rocío de la mañana.

Antes de llegar a sus destino se detuvo una floristería No tardo más que un par de minutos, en escoger una rosa solitaria con espinas que no podían hacerle daño. Una fresca rosa blanca que no tardaría en morir. Con la rosa en su mano la chica continuo su camino hasta la plaza Tertre. Le gustaba el perfume de las rosas, aunque la flor en si no le agradaba tanto. Lithia se sentó en una banca solitaria, cuidando de no maltratar mucho su vestido. Su vista se clavo enseguida en la rosa y comenzó a hacerla girar entre sus dedos, mientras dejaba que el aroma dulce que desprendía inundara sus sentidos.

La melancolía de su alma aquella noche la invadía con fuera golpeando con fuerza cada resquicio de su alma.

-La maldita noche...-murmuro apenas separando sus rojos labios, casi para si y con un tono de melancolia.