AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nadie se salva solo (Privado)
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Nadie se salva solo (Privado)
Lo había soñado; esa no sería una buena noche. Aún así se había dirigido al centro de la ciudad, amparada por las sombras en las que podía esconder sus andares característicos, esas formas que evidenciaban su origen gitano.
Shayla temía adentrarse en París, pese a que se consideraba una mujer valiente. Las calles se volvían peligrosas y las personas violentas cuando de gitanos se trataba… Hacía menos de un mes había recibido empujones sin motivo de parte de un ebrio al que había chocado sin intención cuando el hombre salía de una de las tabernas; al grito de gitana ladrona la había empujado y hasta corrido durante algunos metros pese a que Shayla nada había hecho. ¿Qué le pasaba a los parisinos últimamente? Si podía evitar el centro de la ciudad lo hacía, su vida no giraba en torno a esas calles, mucho menos a la gente que las transitaba. Ella se sentía plena en el circo, donde había encontrado más que compañeros… todos allí se sabían familia.
Se había llegado a la botica porque debía reponer en su baúl ciertas esencias y ungüentos. En el circo, era Shayla quien más sabía de curaciones –todo lo había aprendido de su madre hacía tiempo, casi podría decir que en otra vida- y por eso procuraba estar bien provista. Había comprado varios frascos y potes, los llevaba en una cajita de madera que apretaba contra su pecho mientras caminaba con paso rápido para salir de la trampa que aquella zona representaba.
La sobresaltaron algunos gritos y corridas. En el preciso instante en el que comenzó a llover, Shayla oyó un estruendo procedente de la calle que tenía a sus espaldas. Se giró y entendió de qué se trataba: había una persecución, la policía montada corría tras un pequeño grupo de hombres. Se llevó la mano al cuello para encontrar su amuleto de piedra blanca –buscando protección-, pero no lo halló. Lamentándose se puso nuevamente en marcha para alejarse de los problemas, recordando que ahora -luego del desagradable encuentro con aquel ebrio- cuando se adentraba en la ciudad lo hacía procurando no parecer gitana. Se despojaba de sus aretes, ningún pañuelo le cubría el cabello, no llevaba anillos… y también dejaba su amuleto.
“Rápido, camina rápido sin volverte, sin querer hallar respuestas. Camina rápido que ya no estás tan lejos”, se repetía para darse ánimos mientras las gotas caían sobre ella y le volvían cada vez más pesada la ropa.
Oyó otro estruendo y fácilmente podría haberlo confundido con un trueno, pero el olor tan particular de la pólvora se mezcló con el de la tierra húmeda y ella supo de qué se trataba. Giró en la siguiente esquina, intentando alejarse de todo aquello que en nada le incumbía, y allí los encontró: dos agentes de seguridad con sus armas en las manos.
-Buenas noches –saludó, porque no sabía qué más decir, y siguió su camino pasando junto a ellos con la cabeza gacha. Cuanto antes se alejase mejor, no confiaba en la policía, eran quienes peor trataban a las personas como ella, abusándose de su posición.
-¡Alto! –gritó uno de los hombres y Shayla se detuvo-. Ponga la espalda contra la pared –le dijo y se le acercó mientras ella obedecía, rezando para que acabase todo pronto, para que apareciese alguien que distrajera a esos hombres dándole la oportunidad de seguir su camino.
-No había ninguna mujer entre ellos, Pierre –aseguró el otro hombre, ese que se mantenía distante y junto a los caballos.
-Eso no lo sabemos, ¿dónde ha estado en la última media hora? –le preguntó a Shayla mientras guardaba su arma en el cinturón y le quitaba la caja de madera de las manos.
Otros disparos se oyeron en la lejanía, al parecer había varios policías involucrados en aquella persecución.
-En la botica.
-¿A estas horas? –preguntó. Luego de no hallar nada interesante en la caja la arrojó a un lado.
-Sí, la dueña es mi amiga y…
Con un gesto el agente la hizo callar. Se alejó unos pasos y la observó una y otra vez, como si buscase algo en Shayla.
-¡Es una gitana! –exclamó y a ella le pareció ver que sonreía, ¿cómo lo había notado? Por segunda vez sus manos buscaron el amuleto que ella no había llevado-. Nos vamos a la dependencia, cárgala en tu caballo –le dijo a su compañero y la tomó con fuerza del brazo.
-¡No he hecho nada! –se quejó Shayla, removiéndose mientras él la arrastraba hasta donde estaba el otro agente-. ¡Suélteme! –sabiendo que se equivocaba, le dio un puñetazo en el hombro y el policía se plantó, asestándole un golpe en el rostro que por un instante le quitó la posibilidad de pensar.
-Déjamela a mí –dijo el otro hombre y se acercó.
Disculpándose por los modales de su compañero, le explicó que un grupo de gitanos había irrumpido en la plaza tertre esa noche rompiendo la mayoría de las estatuas. Por eso le pedía que por favor los acompañase para contar cualquier cosa que supiese al respecto.
-¿Qué tantos modales con una gitana? Vamos a llegar diciendo que capturamos a una de las culpables y así podremos pasar una noche tranquila, habiendo hecho nuestra parte del trabajo. No tengo ganas de perseguir más gitanos en medio de esta tormenta –dijo el que la había golpeado-. Te subes al caballo y ya –sentenció, volviendo a tirar de ella.
-No he hecho nada –dijo una vez más-, no estuve en la plaza…
Cuando el policía le dio el segundo golpe, Shayla entendió que lo mejor que podía hacer era estarse callada. Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas vio su cajita de madera tirada a un costado, la esencia de manzanilla se había derramado y se mezclaba con las gotas de lluvia
Shayla temía adentrarse en París, pese a que se consideraba una mujer valiente. Las calles se volvían peligrosas y las personas violentas cuando de gitanos se trataba… Hacía menos de un mes había recibido empujones sin motivo de parte de un ebrio al que había chocado sin intención cuando el hombre salía de una de las tabernas; al grito de gitana ladrona la había empujado y hasta corrido durante algunos metros pese a que Shayla nada había hecho. ¿Qué le pasaba a los parisinos últimamente? Si podía evitar el centro de la ciudad lo hacía, su vida no giraba en torno a esas calles, mucho menos a la gente que las transitaba. Ella se sentía plena en el circo, donde había encontrado más que compañeros… todos allí se sabían familia.
Se había llegado a la botica porque debía reponer en su baúl ciertas esencias y ungüentos. En el circo, era Shayla quien más sabía de curaciones –todo lo había aprendido de su madre hacía tiempo, casi podría decir que en otra vida- y por eso procuraba estar bien provista. Había comprado varios frascos y potes, los llevaba en una cajita de madera que apretaba contra su pecho mientras caminaba con paso rápido para salir de la trampa que aquella zona representaba.
La sobresaltaron algunos gritos y corridas. En el preciso instante en el que comenzó a llover, Shayla oyó un estruendo procedente de la calle que tenía a sus espaldas. Se giró y entendió de qué se trataba: había una persecución, la policía montada corría tras un pequeño grupo de hombres. Se llevó la mano al cuello para encontrar su amuleto de piedra blanca –buscando protección-, pero no lo halló. Lamentándose se puso nuevamente en marcha para alejarse de los problemas, recordando que ahora -luego del desagradable encuentro con aquel ebrio- cuando se adentraba en la ciudad lo hacía procurando no parecer gitana. Se despojaba de sus aretes, ningún pañuelo le cubría el cabello, no llevaba anillos… y también dejaba su amuleto.
“Rápido, camina rápido sin volverte, sin querer hallar respuestas. Camina rápido que ya no estás tan lejos”, se repetía para darse ánimos mientras las gotas caían sobre ella y le volvían cada vez más pesada la ropa.
Oyó otro estruendo y fácilmente podría haberlo confundido con un trueno, pero el olor tan particular de la pólvora se mezcló con el de la tierra húmeda y ella supo de qué se trataba. Giró en la siguiente esquina, intentando alejarse de todo aquello que en nada le incumbía, y allí los encontró: dos agentes de seguridad con sus armas en las manos.
-Buenas noches –saludó, porque no sabía qué más decir, y siguió su camino pasando junto a ellos con la cabeza gacha. Cuanto antes se alejase mejor, no confiaba en la policía, eran quienes peor trataban a las personas como ella, abusándose de su posición.
-¡Alto! –gritó uno de los hombres y Shayla se detuvo-. Ponga la espalda contra la pared –le dijo y se le acercó mientras ella obedecía, rezando para que acabase todo pronto, para que apareciese alguien que distrajera a esos hombres dándole la oportunidad de seguir su camino.
-No había ninguna mujer entre ellos, Pierre –aseguró el otro hombre, ese que se mantenía distante y junto a los caballos.
-Eso no lo sabemos, ¿dónde ha estado en la última media hora? –le preguntó a Shayla mientras guardaba su arma en el cinturón y le quitaba la caja de madera de las manos.
Otros disparos se oyeron en la lejanía, al parecer había varios policías involucrados en aquella persecución.
-En la botica.
-¿A estas horas? –preguntó. Luego de no hallar nada interesante en la caja la arrojó a un lado.
-Sí, la dueña es mi amiga y…
Con un gesto el agente la hizo callar. Se alejó unos pasos y la observó una y otra vez, como si buscase algo en Shayla.
-¡Es una gitana! –exclamó y a ella le pareció ver que sonreía, ¿cómo lo había notado? Por segunda vez sus manos buscaron el amuleto que ella no había llevado-. Nos vamos a la dependencia, cárgala en tu caballo –le dijo a su compañero y la tomó con fuerza del brazo.
-¡No he hecho nada! –se quejó Shayla, removiéndose mientras él la arrastraba hasta donde estaba el otro agente-. ¡Suélteme! –sabiendo que se equivocaba, le dio un puñetazo en el hombro y el policía se plantó, asestándole un golpe en el rostro que por un instante le quitó la posibilidad de pensar.
-Déjamela a mí –dijo el otro hombre y se acercó.
Disculpándose por los modales de su compañero, le explicó que un grupo de gitanos había irrumpido en la plaza tertre esa noche rompiendo la mayoría de las estatuas. Por eso le pedía que por favor los acompañase para contar cualquier cosa que supiese al respecto.
-¿Qué tantos modales con una gitana? Vamos a llegar diciendo que capturamos a una de las culpables y así podremos pasar una noche tranquila, habiendo hecho nuestra parte del trabajo. No tengo ganas de perseguir más gitanos en medio de esta tormenta –dijo el que la había golpeado-. Te subes al caballo y ya –sentenció, volviendo a tirar de ella.
-No he hecho nada –dijo una vez más-, no estuve en la plaza…
Cuando el policía le dio el segundo golpe, Shayla entendió que lo mejor que podía hacer era estarse callada. Mientras sus ojos se llenaban de lágrimas vio su cajita de madera tirada a un costado, la esencia de manzanilla se había derramado y se mezclaba con las gotas de lluvia
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Cuando se ha estado involucrado en tantas revueltas, uno logra predecirlas. Hay algo en el aire, en las miradas de las personas, en la tensión de las voces. Hay algo que Riagán no podía nombrar con exactitud, pero ahí estaba. Y esa noche, donde las nubes nocturnas se cuajaban en el cielo, parecía que existía ese elemento entre la gente y entre las charlas. Se dijo que debía hacer lo que tenía encomendado y ya estaba. Era muy pronto para dejar que su nombre ya tuviera un precedente en París. Por eso había elegido esa ciudad, lejos de Dublín, porque era un lienzo en blanco y no iba a mancharlo por una tontería.
Se encontró con aquel hombre, un informante, en una taberna tan común y tan igual a las demás. Estuvieron hablando, Riagán evitó tomar alcohol, podía perderse muy fácil en ese dulce tormento. En algún momento que no podía puntualizar con certeza, unos músicos callejeros entraron con sus acordeones, panderos y bajos. Los soslayó y los identificó como gitanos, pero no les prestó más atención. Hasta que un borracho se puso de pie.
—¡Sucios gitanos! ¡Tabernero! ¡Tabernero! ¡¿Cómo dejas que esta escoria toque donde yo bebo?! —Gritó, a pesar de arrastrar las palabras. Todos guardaron silencio. Riagán se encogió un poco en su lugar y se repitió que no debía intervenir.
Más borrachos se unieron al primero, y otros tantos les pidieron que se callaran y se sentaran. Intercambiaron palabras apenas entendibles y el irlandés lo supo. Le dijo a su acompañante que era hora de marcharse, pero el otro, con unos cuatro o cinco whiskies encima, parecía más aletargado. Quiso ayudarlo a ponerse de pie, pero fue tarde, comenzó la reyerta. Riagán se agachó para evitar una botella que saló volando y cuando se paró de nuevo, su acompañante ya no estaba. Quiso huir, pero alguien le rompió un vaso en la cabeza, por fortuna no lo noqueó. Luego alguien le chavó lo que parecía el trozo de una silla en el costado, no muy profundo, pero alcanzó a desgarrar la camisa y la sangre comenzó a brotar.
Logró salir sólo porque aquella trifulca también lo hizo. Y entre dimes y diretes, algunas estatuas se vieron dañadas. No tardó en llegar la policía, y en apuntar a los zíngaros como culpables. Una vez más se dijo que no debía meterse, al contrario, debía largarse cuanto antes. Para entonces, la lluvia ya comenzaba a caer.
Caminó en paralelo a las persecuciones de los gendarmes montados a caballo, doliéndose de ambas heridas. Para su fortuna, el saco cubría la más evidente, la de su costado. Escuchó cascos y balazos, pero no se detuvo. Sólo lo hizo cuando vio a dos policías y una mujer. Se quedó en las sombras, esperando que terminaran. Riagán, para su labor, había desarrollado una memoria excepcional, y en definitiva no recordaba a esa chica de la revuelta. Tragó grueso, si hubiera actuado a tiempo, quizá todo se hubiera evitado. Para un hombre de su oficio, tenía un sentido del honor demasiado elevado, y le estorbaba. Sacudió la cabeza, la lluvia, al menos refrescaba la herida en su nuca.
—No estuvo en la plaza —dio un paso al frente, al fin develándose bajo la mustia luz de algunas farolas, disimulando sus heridas—, yo vi a los que provocaron todo, ella no estaba. ¿Ahora ya encierran a gente inocente sólo para cumplir una cuota? —Arqueó una ceja, parecía seguro, pues sabía actuar muy bien. La lluvia provocaba que el cabello rojo se le pegara a la frente y le estorbara un poco la visión. Lo acomodó y al fin vio a la pobre víctima, gitana, definitivamente. Pero inocente también.
—¿Entonces tú sí estuviste?
—De paso —Riagán alzó el mentón, sin perder la calma. Las gotas de lluvia se precipitaban desde sus pestañas hacia el vacío—. Déjenla —se rebuscó algo en el pantalón y sacó un bello reloj de bolsillo de oro y piedras preciosas, un botín menor de una estafa reciente—. ¿Esto es suficiente para comprar su libertad? —Sostuvo la joya por la cadena, con el brazo estirado, frente a los ojos codiciosos de los policías. Riagán no era hombre que invirtiera energías en causas perdidas, y sabía que tratar de razonar con ellos iba a ser inútil. Sólo entonces, miró a los ojos a la joven, trató de transmitirle calma, pero no supo si lo había conseguido.
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Se asombraba, para mal, de sí misma. Shayla era tan diferente cuando estaba segura en su mundo… Nadie en el circo se atrevería a hablarle de esa forma, ninguno de los gitanos que compartían con ella la zona de tolderíos la insultaría o humillaría como aquellos hombres estaban haciendo en esos momentos. Ella, amable pero firme, resolutiva y segura de sí misma, notaba que cambiaba por completo cuando salía de su entorno, de su micromundo. Cuando estaba en París, rodeada de la gente normal, Shayla se apagaba y bajaba la mirada, sumisa, como si aceptase como cierta esa mentira… como si les diera la razón y creyera que en verdad ella era inferior por ser gitana.
Quería rebelarse, pero no podía. No tenía la fuerza habitual su espíritu cuando estaba fuera de su territorio, no podía decir las frases ocurrentes y desafiantes que a su mente acudían prestas. Simplemente no era ella, no se reconocía.
Sólo volvió a moverse cuando los policías se montaron nuevamente en los animales y se alejaron de aquella esquina.
Sí, había oído las palabras del desconocido que había abogado a su favor, había visto –asombrada por demás- como él les daba algo –de seguro muy valioso, pero no alcanzó a distinguirlo- a ellos para que se marchasen… Fue testigo de todo, pero no pudo intervenir pese a que estaba en el centro de la discusión.
Cuando se marcharon volvió a respirar, el latido desbocado de su corazón comenzó a normalizarse y Shayla pudo hablar.
-Gracias. Yo… ¿qué les dio para que se fuesen tan rápido? –quiso saber, pues entendía que estaba en deuda con él ahora-. Tengo dinero, no aquí… pero tengo y puedo devolverle el valor de lo que les haya dado.
No le gustaba tener deudas, ni morales ni materiales. Odiaba alimentar aquella murmuración popular que decía que los gitanos eran ladrones, estafadores y que no honraban sus deudas. Ella no era así, se cuidaba de no pedir ayuda de nadie y de no deber nada, ni siquiera a sus pocos amigos.
El viento se intensificó y la lluvia se volvió más fuerte, ya estaba empapada por completo y la ropa le pesaba. Shayla se apuró a recoger su cajita de madera, esa que el policía había arrojado a un costado de la calle. Algunos frascos se habían roto, pero la mayoría estaban bien, se habían salvado. Suspiró aliviada, pues había gastado sus buenos francos en todo aquello.
Cuando se incorporó, notó que el hombre se había acercado a ella. Pese a la lluvia, la cercanía le permitía verlo mejor y sus miradas podían encontrarse. Rápidamente algo llamó la atención de ella, al parecer su salvador estaba herido, lo notaba aunque él parecía querer ocultarlo bajo sus ropas.
-Está herido –no era una pregunta-. ¿Qué le ocurrió? Está sangrando bastante… Uy, y tiene un pequeño corte en la frente también –notó y, como si tuviera confianza con él, le acarició la herida con los dedos-. Afortunadamente para usted traigo muy buenos ungüentos en esta caja. Déjeme ayudarlo –le pidió, aunque sabía que lo mejor que podía hacer era irse rápido de allí-, puedo hacerlo así como usted me acaba de ayudar a mí.
Quería rebelarse, pero no podía. No tenía la fuerza habitual su espíritu cuando estaba fuera de su territorio, no podía decir las frases ocurrentes y desafiantes que a su mente acudían prestas. Simplemente no era ella, no se reconocía.
Sólo volvió a moverse cuando los policías se montaron nuevamente en los animales y se alejaron de aquella esquina.
Sí, había oído las palabras del desconocido que había abogado a su favor, había visto –asombrada por demás- como él les daba algo –de seguro muy valioso, pero no alcanzó a distinguirlo- a ellos para que se marchasen… Fue testigo de todo, pero no pudo intervenir pese a que estaba en el centro de la discusión.
Cuando se marcharon volvió a respirar, el latido desbocado de su corazón comenzó a normalizarse y Shayla pudo hablar.
-Gracias. Yo… ¿qué les dio para que se fuesen tan rápido? –quiso saber, pues entendía que estaba en deuda con él ahora-. Tengo dinero, no aquí… pero tengo y puedo devolverle el valor de lo que les haya dado.
No le gustaba tener deudas, ni morales ni materiales. Odiaba alimentar aquella murmuración popular que decía que los gitanos eran ladrones, estafadores y que no honraban sus deudas. Ella no era así, se cuidaba de no pedir ayuda de nadie y de no deber nada, ni siquiera a sus pocos amigos.
El viento se intensificó y la lluvia se volvió más fuerte, ya estaba empapada por completo y la ropa le pesaba. Shayla se apuró a recoger su cajita de madera, esa que el policía había arrojado a un costado de la calle. Algunos frascos se habían roto, pero la mayoría estaban bien, se habían salvado. Suspiró aliviada, pues había gastado sus buenos francos en todo aquello.
Cuando se incorporó, notó que el hombre se había acercado a ella. Pese a la lluvia, la cercanía le permitía verlo mejor y sus miradas podían encontrarse. Rápidamente algo llamó la atención de ella, al parecer su salvador estaba herido, lo notaba aunque él parecía querer ocultarlo bajo sus ropas.
-Está herido –no era una pregunta-. ¿Qué le ocurrió? Está sangrando bastante… Uy, y tiene un pequeño corte en la frente también –notó y, como si tuviera confianza con él, le acarició la herida con los dedos-. Afortunadamente para usted traigo muy buenos ungüentos en esta caja. Déjeme ayudarlo –le pidió, aunque sabía que lo mejor que podía hacer era irse rápido de allí-, puedo hacerlo así como usted me acaba de ayudar a mí.
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
—No importa lo que les di —respondió de inmediato—, ya no es mío. Ya no está. No dejes que te quite el sueño —respondió con ese tono huraño suyo, aunque sin ser grosero. Era mejor de ese modo, aquel reloj mal habido no importaba, conseguiría otro, otros 10, otros 100 si se lo proponía, y todos estarían manchados por la negrura de sus acciones.
—Será mejor que… —«te vayas», pero no pudo terminar la frase. Ella ya estaba agachada, recogiendo lo que los gendarmes le habían echado al suelo. No pudo ver qué era, aunque notó muchos frascos. Algún mejunje gitano, seguramente. Se acercó, con intenciones de ayudarla, aunque para cuando lo hizo, ella parecía haber acabado y volvió a mirarlo de frente. Ahora estaba más cerca, y como él, estaba empapada.
Se hizo ligeramente hacia atrás, como acto reflejo, cuando lo tocó en la frente. Ni siquiera había notado ese corte. No logró salir de su alcance, y en cambio silbó de dolor al sentir sus dedos sobre el corte. Luego él mismo acercó la mano y vio las yemas rojas, aunque su sangre se encontraba diluida por la lluvia.
—No es necesario, será mejor que… —¿qué no iba a poder terminar esa condenada frase? De nuevo se interrumpió, aunque ahora no fue ella, sino un balazo, uno demasiado cerca. Como buen hombre dedicado a lo turbio, la primera reacción de Riagán fue la de cubrirse, aunque sólo se agachó un poco. Cuando reaccionó, se dio cuenta que había cubierto con su cuerpo a la gitana, sin llegar a abrazarla, sino simplemente se colocó como escudo humano.
La herida en el costado le punzó. Un segundo balazo, todavía más cerca, resonó. Tan cerca, que incluso le zumbaron los oídos.
—Sí, como quieras —la tomó con fuerza la muñeca—, pero no aquí, esto no ha acabado, sígueme —le ordenó y la jaló con fuerza. Avanzó con rapidez. Se metió por callecillas que sólo los lugareños parecían conocer. Su labor era saberse todos esos rincones: vías de escape o posibles escondites.
Una vuelta aquí, otra allá. Un tercer balazo resonó, aunque esta vez, más lejos; signo inequívoco de que dejaban el peligro atrás. Conforme avanzaba, la cabeza comenzó a dolerle más, seguramente por el vaso que le rompieron. Y para entonces ya sentía la camisa tiesa y pegada a sus costillas debido a la sangre.
—Por aquí —fue el último jalón que le dio. Pasó por una panadería, cerrada para entonces y de entre la tierra de las plantas de la cornisa de aquel negocio, sacó un juego de llaves. No era idiota, mantenía sus cosas lejos del alcance de sus enemigos, que eran muchos. Si lo mataban, no lograrían entrar tan fácil a su casa y entrometerse en su vida. Continuó en línea recta un par de cuadras más, y se detuvo frente a un edificio modesto de apartamentos—. Cuida la calle —le ordenó, mientras él abría la primera puerta que daba pie al pasillo.
—Entra, entra, demonios, apresúrate —la tomó de nuevo para hacerla ingresar. Cerró la puerta que daba a la calle y en la primera junto a ésta, introdujo una nueva llave.
—No debería traerte a mi casa —se quejó antes de ingresar y se giró para verla—. ¿Vienes o qué? —Y cuando finalmente la chica lo hizo, cerró con más pestillos que lo que la sencilla casa parecía merecer.
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
“¿Cómo acabé metida en esto?”, se preguntó mientras corría sin saber bien a dónde y con un desconocido que la arrastraba tras él.
-¿A dónde vamos? –le preguntó, pero él pareció no oírla. Shayla no tuvo tiempo para insistir, disparos se oyeron –peligrosamente cerca de donde se encontraban- y ella no pudo contener un gritito. El corazón le latía desbocado, no estaba acostumbrada ya a emociones tan fuertes, ¿hacía cuanto tiempo que no tenía tanto miedo?
Siempre le pasaban cosas extrañas -pero no a esos niveles-, su madre lo había atribuido a la luna con la que Shayla había llegado al mundo. Ella no lo veía tan claro, simplemente creía que estaba destinada a encontrarse eternamente en el lugar y momento equivocado. ¿Qué hacía Shayla siguiendo a ese hombre por las calles de París, toda mojada y temblando de miedo?
Se impuso hacer todo lo que él le dijese hasta poder encontrar la forma de volver al circo, de estar al fin en su toldo rodeada de sus cosas. Por eso, por esa imposición, fue que acabó siguiéndolo al interior de una vivienda que supuso suya, claro. Dudó un instante, por supuesto que sí, pero no tenía más opción, era seguir al desconocido al interior de la casa o quedarse en la calle donde cualquier cosa podría ocurrirle.
Una vez traspasadas ambas puertas, Shayla se quedó inmóvil estudiándolo, con la caja aún en sus brazos. Lo observó poner los seguros… Estaba dolorido. Tal vez no quisiese demostrarlo, los hombres eran verdaderamente extraños a veces, pero era evidente que sentía dolor. Además parecía enojado, molesto con algo… tal vez con ella por haberlo metido en el pleito.
“No, él quiso ayudarme”, pensó, sabiendo que no podría culparla de eso.
No quiso moverse demasiado, temía mojar la pequeña casa pues sus ropas chorreaban, igual que las de él.
-Mi nombre es Shayla –le dijo, buscándole la mirada porque él parecía preferir ignorarla-, lo digo para dejar de ser solo una gitana desconocida –aclaró y se acomodó un mechón de su largo cabello tras la oreja. Y, como en los tiempos que corrían ser gitano era casi pecado, una maldición y sinónimo de cosas bajas, ella necesitó agregar-: Soy Shayla y no soy ladrona, así que puede estar tranquilo que no le faltará nada cuando yo me vaya.
Algo le decía que el hombre no era dado a sociabilizar, no tenía las formas de alguien afable o expresivo –como sí lo era ella que a veces hablaba más de lo que cualquier mortal podría resistir-, estaba incómodo con la idea de haberla metido a la casa y ya se lo había hecho saber. Shayla quería decirle que estaba dispuesta a irse, no quería causarle más problemas, pero no podía. Temía volver a la calle en lo inmediato.
-¿Quiere que le ayude con sus heridas? –ofreció una vez más, porque en realidad no sabía qué otra cosa podía hacer para devolverle la ayuda que él le estaba dando.
Ella misma debía usar la mezcla de aceites en su rostro, pues si no lo hacía el golpe que el policía le había dado le dejaría una marca visible al día siguiente.
-¿A dónde vamos? –le preguntó, pero él pareció no oírla. Shayla no tuvo tiempo para insistir, disparos se oyeron –peligrosamente cerca de donde se encontraban- y ella no pudo contener un gritito. El corazón le latía desbocado, no estaba acostumbrada ya a emociones tan fuertes, ¿hacía cuanto tiempo que no tenía tanto miedo?
Siempre le pasaban cosas extrañas -pero no a esos niveles-, su madre lo había atribuido a la luna con la que Shayla había llegado al mundo. Ella no lo veía tan claro, simplemente creía que estaba destinada a encontrarse eternamente en el lugar y momento equivocado. ¿Qué hacía Shayla siguiendo a ese hombre por las calles de París, toda mojada y temblando de miedo?
Se impuso hacer todo lo que él le dijese hasta poder encontrar la forma de volver al circo, de estar al fin en su toldo rodeada de sus cosas. Por eso, por esa imposición, fue que acabó siguiéndolo al interior de una vivienda que supuso suya, claro. Dudó un instante, por supuesto que sí, pero no tenía más opción, era seguir al desconocido al interior de la casa o quedarse en la calle donde cualquier cosa podría ocurrirle.
Una vez traspasadas ambas puertas, Shayla se quedó inmóvil estudiándolo, con la caja aún en sus brazos. Lo observó poner los seguros… Estaba dolorido. Tal vez no quisiese demostrarlo, los hombres eran verdaderamente extraños a veces, pero era evidente que sentía dolor. Además parecía enojado, molesto con algo… tal vez con ella por haberlo metido en el pleito.
“No, él quiso ayudarme”, pensó, sabiendo que no podría culparla de eso.
No quiso moverse demasiado, temía mojar la pequeña casa pues sus ropas chorreaban, igual que las de él.
-Mi nombre es Shayla –le dijo, buscándole la mirada porque él parecía preferir ignorarla-, lo digo para dejar de ser solo una gitana desconocida –aclaró y se acomodó un mechón de su largo cabello tras la oreja. Y, como en los tiempos que corrían ser gitano era casi pecado, una maldición y sinónimo de cosas bajas, ella necesitó agregar-: Soy Shayla y no soy ladrona, así que puede estar tranquilo que no le faltará nada cuando yo me vaya.
Algo le decía que el hombre no era dado a sociabilizar, no tenía las formas de alguien afable o expresivo –como sí lo era ella que a veces hablaba más de lo que cualquier mortal podría resistir-, estaba incómodo con la idea de haberla metido a la casa y ya se lo había hecho saber. Shayla quería decirle que estaba dispuesta a irse, no quería causarle más problemas, pero no podía. Temía volver a la calle en lo inmediato.
-¿Quiere que le ayude con sus heridas? –ofreció una vez más, porque en realidad no sabía qué otra cosa podía hacer para devolverle la ayuda que él le estaba dando.
Ella misma debía usar la mezcla de aceites en su rostro, pues si no lo hacía el golpe que el policía le había dado le dejaría una marca visible al día siguiente.
Shayla Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Se quedó un momento de pie, a una distancia prudente de ella. A Riagán no le gustaba crear lazos con nadie, porque eran un estorbo para su trabajo. Íde, su fallecida esposa, era muestra de lo terrible que resultaba cometer ese error. El sólo pensamiento le hizo doblarse levemente, como si éste potenciara el dolor en sus heridas. No dijo nada, no respondió ante la presentación de ella, aunque memorizó el nombre: Shayla. Riagán no era de los que juzgaran, ni a gitanos, ni a nadie. Tenía un par de contactos romaníes porque era bueno tener gente conocida en todos los ámbitos, y no los tachaba de ladrones, podían ser astutos y ladinos, pero a él le habían ayudado. Además, de una manera más sutil y elaborada, él también era un ladrón, un criminal mucho más peligroso que la gente calé.
Sin más, con una indiferencia atroz y sobreponiéndose al dolor, fue hacia la ventana que daba a la calle. Se asomó por ella, afuera parecía bastante tranquilo, y los disparos ya no se escuchaban hasta allá, lo cual era buena señal, aún así, corrió las cortinas y se dejó caer en un sofá cercano. Cansado y dolorido. Alzó el rostro ante el ofrecimiento.
—Tú también estás herida —fue su respuesta, haciendo un ademán vago hacia ella—, allá está el baño, ve a revisarte si quieres, yo estaré bien —Riagán no era de esas personas desinteresadas que antepusieran a los demás por sobre él, lo que no quería era ser tocado por ella. No porque fuera gitana, sino porque siempre iba a tener sus reservas con los desconocidos.
—Anda. Puedes pasar la noche aquí, pero no quiero que tu herida empeore y me metas en más problemas —se puso de pie y la apremió. Tragó saliva para no quejarse de sus propios dolores. Se quedó ahí, mirándola de tal modo que casi le ordenaba que se marchara. Quería él mismo revisarse las heridas y no quería hacerlo frente a ella.
Cuando la gitana finalmente le hizo caso, se quitó el saco y vio la horrible plasta de sangre que pegaba la camisa a su cuerpo. En su cara, los hilos de sangre también ya se estaba secando. Respiró profundamente, diciéndose que había soportado cosas peores en el pasado y esto no era nada. ¡Sobrevivió un balazo directo! Qué podían representar estas heridas menores para él. Tragó saliva cuando quiso quitarse la camisa. El ardor de separar la tela de la herida fue enceguecedor.
Luego, no recuerda nada.
***
Riagán cayó primero de rodillas, haciendo un ruido como de costal sobre duela, y luego dejó caer el cuerpo hacia enfrente, quedando tendido a mitad de la estancia de su pequeña casa. Perdió el conocimiento, la adrenalina había mermado, y con ello, comenzó a sentir la verdadera magnitud de lo que le había pasado. Había perdido bastante sangre y había aguantado más de lo que era humanamente normal.
De haber estado solo, habría muerto ahí. Por fortuna para él, por primera vez, no lo estaba. Allá en el baño estaba una mujer desconocida, pero que probablemente no lo abandonaría. En su inconsciencia, comenzó a sentir frío. Los labios se le pusieron morados, y el cuerpo se entumeció. Si iba a morir, era la peor forma de hacerlo. La sensación muy parecida al ataque del que fue víctima en su mueblería, donde Fergus, Íde y su hijo nonato murieron. Pero tal vez esta vez, y para siempre, sí dejaría de existir.
Última edición por Riagán O'Rourke el Miér Nov 08, 2017 9:57 pm, editado 1 vez
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
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Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Sí que estaba frente a un hombre cuanto menos particular… Gruñón, así lo definiría, pero se dijo que no hacía bien en juzgarlo, ambos estaban pasando momentos tensos y de temor, al menos así lo percibía ella. Le hubiese gustado no detenerse a pensar en él, ni en nadie, pero no podía hacerlo ya, su mente trabajaba a toda prisa para intentar protegerla, después de todo estaba en la casa de un desconocido. Era resuelto, sabía lo que hacía, desde que se habían conocido ella no lo había visto dudar o titubear ni por un momento y eso le había gustado. En esos momentos era una bendición. Poseía una seguridad en sí mismo, un dominio de situación… A Shayla le fue imposible no obedecerle, aunque hubiese querido no hubiera podido ir en contra de sus sugerencias que sabían a órdenes.
No le costó hallar el cuarto de baño, se metió en él con el pequeño frasco de aceite en sus manos. Allí encontró lo único que necesitaba: agua fresca y una toalla. Se demoró especialmente en lavarse la cara y enjuagarse la boca. ¿Todo aquello era real? No lo parecía, semejaba ser alguno de sus sueños, incluso se sentía como metida a la fuerza en algún relato ficticio, de esos que se le cuentan a los niños antes de dormir. ¿Cuánto tardaría en aparecer el monstruo que la atacaría si no se comportaba como una niña buena? Parecía todo el invento de alguien más… Sin embargo era cierto, allí estaba ella, refrescándose en un baño ajeno, masajeando el golpe que había recibido en el rostro con el aceite que por fortuna le había comprado a la boticaria.
Sentía frío. Pasado el ejercicio físico –de tener que seguir los largos pasos del hombre por las calles-, el cuerpo le volvió a la temperatura habitual y fue consciente de lo mojadas que estaban sus ropas. Tal vez, si reunía el valor, podría pedirle al hombre que le permitiese encender un fuego. Era improbable que una casita como aquella no tuviese un hogar… Hasta ella, que vivía en un toldo armado con distintos tipos de telas, tenía un sector donde encendía fuego en los días más fríos.
En esos pensamientos andaba cuando oyó un ruido, parecido al que haría un costal con piedras al caer sobre una alfombra. Se recompuso y salió del cuarto de baño con cierto temor, caminó con cautela hasta volver al saloncito donde el hombre se había quedado y lo descubrió tendido en el suelo. Su camisa estaba empapada de sangre. Shayla salvó rápidamente la distancia que los separaba y se arrodilló junto a él.
-Señor, ¿me oye? –lo sacudió un poco y se asustó al ver la palidez de su rostro, sus ojeras se habían acentuado repentinamente.
Actuó rápido, terminó de quitarle la camisa para poder constatar cual era el tamaño de su herida… Podría decirse que Shayla no era el tipo de mujer que actuaba bien ante situaciones límites, por eso ella misma se hallaba sorprendida al ver la celeridad con la que se manejaba. Buscó agua y más aceite; usó la misma toalla con la que antes se había secado el rostro. Le limpió la herida con cuidado, sin poder evitar que las manos le temblasen, y descubrió que era en verdad un gran corte.
-No se muera, ¿me oye? –Temía, no sólo por la vida de él que le parecía tan valiosa como cualquier otra, sino también porque podría llegar a meterse en problemas si la encontraban en una casa ajena y con el dueño del lugar muerto a su lado-. Todo va a estar bien –le prometió y se prometió mientras hacía presión para provocar que la herida, ya limpia, cerrase pronto. No tenía la valentía para coserlo, por eso le había aplicado solo uno de los ungüentos.
Él estaba helado, incluso más que ella. No podría moverlo -eso era evidente, llegarlo hasta una cama estaba descartado-, por lo que recorrió la casa entre apuros hasta hallar una manta gruesa. Con ella lo cubrió y se sentó a su lado, en el piso. ¿Qué más podía hacer? Quería llorar porque él parecía medio muerto y no le respondía por mucho que le hablara y lo acariciara en el rostro (que también limpió) para demostrarle que no estaba solo… Sí, quería llorar, pero en cambio le tomó la mano entre las suyas y comenzó a cantar una vieja canción en susurros.
No le costó hallar el cuarto de baño, se metió en él con el pequeño frasco de aceite en sus manos. Allí encontró lo único que necesitaba: agua fresca y una toalla. Se demoró especialmente en lavarse la cara y enjuagarse la boca. ¿Todo aquello era real? No lo parecía, semejaba ser alguno de sus sueños, incluso se sentía como metida a la fuerza en algún relato ficticio, de esos que se le cuentan a los niños antes de dormir. ¿Cuánto tardaría en aparecer el monstruo que la atacaría si no se comportaba como una niña buena? Parecía todo el invento de alguien más… Sin embargo era cierto, allí estaba ella, refrescándose en un baño ajeno, masajeando el golpe que había recibido en el rostro con el aceite que por fortuna le había comprado a la boticaria.
Sentía frío. Pasado el ejercicio físico –de tener que seguir los largos pasos del hombre por las calles-, el cuerpo le volvió a la temperatura habitual y fue consciente de lo mojadas que estaban sus ropas. Tal vez, si reunía el valor, podría pedirle al hombre que le permitiese encender un fuego. Era improbable que una casita como aquella no tuviese un hogar… Hasta ella, que vivía en un toldo armado con distintos tipos de telas, tenía un sector donde encendía fuego en los días más fríos.
En esos pensamientos andaba cuando oyó un ruido, parecido al que haría un costal con piedras al caer sobre una alfombra. Se recompuso y salió del cuarto de baño con cierto temor, caminó con cautela hasta volver al saloncito donde el hombre se había quedado y lo descubrió tendido en el suelo. Su camisa estaba empapada de sangre. Shayla salvó rápidamente la distancia que los separaba y se arrodilló junto a él.
-Señor, ¿me oye? –lo sacudió un poco y se asustó al ver la palidez de su rostro, sus ojeras se habían acentuado repentinamente.
Actuó rápido, terminó de quitarle la camisa para poder constatar cual era el tamaño de su herida… Podría decirse que Shayla no era el tipo de mujer que actuaba bien ante situaciones límites, por eso ella misma se hallaba sorprendida al ver la celeridad con la que se manejaba. Buscó agua y más aceite; usó la misma toalla con la que antes se había secado el rostro. Le limpió la herida con cuidado, sin poder evitar que las manos le temblasen, y descubrió que era en verdad un gran corte.
-No se muera, ¿me oye? –Temía, no sólo por la vida de él que le parecía tan valiosa como cualquier otra, sino también porque podría llegar a meterse en problemas si la encontraban en una casa ajena y con el dueño del lugar muerto a su lado-. Todo va a estar bien –le prometió y se prometió mientras hacía presión para provocar que la herida, ya limpia, cerrase pronto. No tenía la valentía para coserlo, por eso le había aplicado solo uno de los ungüentos.
Él estaba helado, incluso más que ella. No podría moverlo -eso era evidente, llegarlo hasta una cama estaba descartado-, por lo que recorrió la casa entre apuros hasta hallar una manta gruesa. Con ella lo cubrió y se sentó a su lado, en el piso. ¿Qué más podía hacer? Quería llorar porque él parecía medio muerto y no le respondía por mucho que le hablara y lo acariciara en el rostro (que también limpió) para demostrarle que no estaba solo… Sí, quería llorar, pero en cambio le tomó la mano entre las suyas y comenzó a cantar una vieja canción en susurros.
Shayla Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Había sorteado tantas cosas a lo largo de su vida, ¿e iba a terminar muerto así? De la manera más tonta que pudiera nombrar; casi quiso morir en aquella ocasión en Dublín, cuando lo perdió todo. Pero no vio la luz al final del túnel, como tantas veces había escuchado que sucedía. Sólo estuvo en un limbo de nada, no era blanco, ni negro, era de un color nuevo, desconocido, imposible de describir o nombrar. Escuchó una voz lejana que le pedía que no muriera, y como náufrago que se sostiene de la última tabla de navío, Riagán se asió de aquella voz, y aquella petición.
No hubo dolor, al menos, sólo frío por un rato, pero luego hubo algo que se lo quitó, aunque en su inconsciencia no supo el qué. Sintió que habían pasado años desde que había sucedido el altercado en el centro con los gitanos, pero conforme fue recobrando el conocimiento, se dio cuenta que había sucedido esa misma noche, la velada en la que, de haber levantado la voz ante los abusos cometidos contra los zíngaros, se habría evitado todo, o hubiera acelerado su muerte. Cualquiera de las dos le pareció mejor opción que lo que estaba sintiendo en ese instante, porque el dolor regresó, aunque más amortiguado, como un zumbido a la distancia.
Sintió la manta sobre su cuerpo, y su mano… su mano era sostenida por otra que le recordó la de Íde, su difunta esposa, pero al abrir los ojos, vio a la chica gitana, que susurraba algo, no, no susurraba, sino que le estaba cantando. Se sintió muy aturdido, pero débil y algo desubicado, fue incapaz de retirar su mano, o decir algo. Después de algunos segundos, sólo pudo carraspear, y la miró directamente a los ojos con un gesto indescifrable. Su palidez, los labios morados y las ojeras debajo de sus orbes de sinople lo hacían lucir como un cadáver.
—Tú… —pronunció con voz ronca—, ¿tú me cubriste y me… limpiaste la herida? —continuó, se notó con el torso desnudo, y sin la sangre, fresca o seca, sobre su cuerpo—. ¿Por qué? —preguntó e intentó incorporarse, pero todo, hasta los músculos que no sabía que tenía, le dolieron y se quedó en su posición sobre el suelo.
—No tenías porqué hacerlo, ¿lo sabías? —Eso pareció una queja, porque claro, sólo Riagán podía quejarse de que le salvaran la maldita vida. Se relamió los labios, que estaban resecos y al suspirar, las costillas le lastimaron, como si le estorbaran en el cuerpo.
Dejó caer la cabeza sobre el piso de su casa y miró las trabes en el techo. Tragó saliva y cerró los ojos. Su mano seguía tocando la ajena.
—Bueno, gracias por eso. —No la miró, como si agradecer le costara trabajo. No le gustaba ser salvado, esa era la verdad, porque entonces significaba que era vulnerable y eso en su trabajo era imperdonable—. Y a riesgo de abusar de tu amabilidad, ¿podrías ayudarme a ponerme de pie? Necesito coser la herida, hiciste un buen trabajo, pero si no lo hago corro riesgo que vuelva a sangrar —explicó y volvió el rostro para verla de nuevo. En su cara sólo había dolor y lividez, ninguna otra emoción.
Apoyó ambos codos sobre el piso para empujarse, por fin soltando la mano de Shayla (¿cómo sabía su nombre? Lo recordaba de su estupor) y de hecho consiguió medio sentarse, aunque el dolor que sintió estuvo a punto de desmayarlo otra vez. La manta se deslizó sobre su pecho, y se dio cuenta de lo frío que era su pequeño apartamento.
—También… también ¿podrías ayudarme a prender fuego? —Con el mentón, señaló una esquina de la habitación llena de hollín, ahí una chimenea sencilla tenía leña a medio consumir—. Con tanta pérdida de sangre, podría enfermar con facilidad. Después de eso prometo dejarte ir. No es como si algo realmente poderoso te estuviera deteniendo ahora —continuó con ironía—. Por cierto, me llamo Riagán.
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Pasaron varios minutos, ¿media hora tal vez? Y Shayla no dejó su posición, no dejó de hacer lo que hacía. La procesión le iba por dentro, los temores y las pesadillas. Aún así se aferraba a la esperanza de que él despertase pronto, se decía que seguramente el cuerpo del hombre estaba agotado y había necesitado ese descanso de forma urgente, que sólo se había dormido para recuperar energías, que ya volvería.
Y volvió, abrió los ojos y pareció confundido, tal vez contrariado, al verla allí.
-Perdón –fue lo primero que dijo, al notar que a él no le hacía gracia que lo hubiese ayudado-, yo no... ¿Cómo se siente? Luce débil.
Sí que era extraño, aunque al final él le agradeció estaba claro que algo de todo lo que Shayla había hecho no le gustaba. ¿Qué era lo que le había molestado? ¿Que hurgase en su casa en busca de abrigo? ¿Que le quitase la camisa manchada con sangre? ¿Que le limpiase la herida? ¿Que cantase? No lo entendía, en verdad, y por eso sintió que debía disculparse aunque aquello no tuviese sentido para ella.
Apretó por última vez su mano, que ya se sentía un poco más tibia –lo cual era un alivio-, antes de que él la soltase. Se puso en pie rápidamente para cumplir con lo que él le pedía, para poder ayudarle a incorporarse.
-¿Quiere que le ayude a llegar a la cama? –le preguntó desde la altura y dio dos pasos para ubicarse detrás de él-. Espero que este movimiento no provoque un nuevo sangrado –deseó en voz alta.
Él ya se había sentado lentamente, pero Shayla le extendió su mano para que pudiese ponerse en pie. La manta cayó y ella no tardó en recogerla, se la pasó por los hombros sin preguntarle nada y lo envolvió en ella como si fuese un niño pequeño que acaba de salir de un arroyo, luego de darse un baño.
-Riagán –repitió en voz baja, para memorizarlo, y le sonrió fugazmente-, lo que me retiene aquí es ayudar a quién me ayudó primero. Iré a encender el fuego, señor Riagán –le dijo, luego de asegurarse de que no estuviese mareado-. ¿Se va a coser usted mismo? –le preguntó, mientras caminaba hacia la chimenea. A ella le daba mucha impresión aquello, pero creía que podría hacerlo ahora que él estaba despierto.
Tardó un poco más de lo normal en encender el fuego, no estaba acostumbrada a las chimeneas, ella había vivido siempre en tolderías o carretas, pero al final lo consiguió y, aunque sabía que había una urgencia que atender, se tomó dos o tres segundos para cerrar los ojos y disfrutar del calor del fuego que crecía poco a poco. Seguía empapada y ya lamentaría al día siguiente aquello cuando el catarro no le dejase dormir, estaba segura.
¿Dónde guardaría alguien como Riagán aguja e hilo grueso? Sin decirle nada, volvió al cuarto de baño. Allí no halló nada que pudiese ayudarle, pero aprovechó para lavarse –una vez más- las manos antes de regresar junto a él.
-Si me dice dónde encontrar todo, yo puedo coserlo para que no tenga que hacerlo usted. Lo he hecho antes, no es lo que mejor me sale, pero creo que con lo que sé bastará. ¿Por qué no se recuesta? –le sugirió-. Estará mejor así, la casa ya se está comenzando a calentar y usted ya tiene mejor color –aseguró, acercándose a él-, lo único que faltaría sería una buena sopa. No sé si ya cenó, pero lo mismo da. Una sopa, en el momento que sea, siempre mejora las cosas.
Y volvió, abrió los ojos y pareció confundido, tal vez contrariado, al verla allí.
-Perdón –fue lo primero que dijo, al notar que a él no le hacía gracia que lo hubiese ayudado-, yo no... ¿Cómo se siente? Luce débil.
Sí que era extraño, aunque al final él le agradeció estaba claro que algo de todo lo que Shayla había hecho no le gustaba. ¿Qué era lo que le había molestado? ¿Que hurgase en su casa en busca de abrigo? ¿Que le quitase la camisa manchada con sangre? ¿Que le limpiase la herida? ¿Que cantase? No lo entendía, en verdad, y por eso sintió que debía disculparse aunque aquello no tuviese sentido para ella.
Apretó por última vez su mano, que ya se sentía un poco más tibia –lo cual era un alivio-, antes de que él la soltase. Se puso en pie rápidamente para cumplir con lo que él le pedía, para poder ayudarle a incorporarse.
-¿Quiere que le ayude a llegar a la cama? –le preguntó desde la altura y dio dos pasos para ubicarse detrás de él-. Espero que este movimiento no provoque un nuevo sangrado –deseó en voz alta.
Él ya se había sentado lentamente, pero Shayla le extendió su mano para que pudiese ponerse en pie. La manta cayó y ella no tardó en recogerla, se la pasó por los hombros sin preguntarle nada y lo envolvió en ella como si fuese un niño pequeño que acaba de salir de un arroyo, luego de darse un baño.
-Riagán –repitió en voz baja, para memorizarlo, y le sonrió fugazmente-, lo que me retiene aquí es ayudar a quién me ayudó primero. Iré a encender el fuego, señor Riagán –le dijo, luego de asegurarse de que no estuviese mareado-. ¿Se va a coser usted mismo? –le preguntó, mientras caminaba hacia la chimenea. A ella le daba mucha impresión aquello, pero creía que podría hacerlo ahora que él estaba despierto.
Tardó un poco más de lo normal en encender el fuego, no estaba acostumbrada a las chimeneas, ella había vivido siempre en tolderías o carretas, pero al final lo consiguió y, aunque sabía que había una urgencia que atender, se tomó dos o tres segundos para cerrar los ojos y disfrutar del calor del fuego que crecía poco a poco. Seguía empapada y ya lamentaría al día siguiente aquello cuando el catarro no le dejase dormir, estaba segura.
¿Dónde guardaría alguien como Riagán aguja e hilo grueso? Sin decirle nada, volvió al cuarto de baño. Allí no halló nada que pudiese ayudarle, pero aprovechó para lavarse –una vez más- las manos antes de regresar junto a él.
-Si me dice dónde encontrar todo, yo puedo coserlo para que no tenga que hacerlo usted. Lo he hecho antes, no es lo que mejor me sale, pero creo que con lo que sé bastará. ¿Por qué no se recuesta? –le sugirió-. Estará mejor así, la casa ya se está comenzando a calentar y usted ya tiene mejor color –aseguró, acercándose a él-, lo único que faltaría sería una buena sopa. No sé si ya cenó, pero lo mismo da. Una sopa, en el momento que sea, siempre mejora las cosas.
Shayla Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Se sintió un maldito inválido cuando ella comenzó a ayudarlo y le pasó la manta por los hombros. Odiaba eso, pero, debía admitirlo, lo necesitaba ahora. Solo, no habría tenido más remedio que esperar a desangrarse y con suerte, a que no resultara fatal, para luego mal curarse y continuar con su vida, con una nueva cicatriz, y más magullado. No que ahora no le fuera a quedar cicatriz y no estuviera magullado. Quiso gruñir, como solía hacer, pero no le salió, más que nada por el dolor, no por otra cosa.
Negó nada más con la cabeza, necesitaba el calor de la chimenea para recuperarse y para la barbarie que estaba a punto de cometer con hilo y aguja. Y la iba a necesitar a ella, también. Lamentó tener que someterla a esto.
—Sólo ayúdame a llegar al sofá —pidió y señaló uno de una plaza, el más cercano al fuego—. Y no me digas señor, por Dios, me haces sentir como un anciano —se quejó con su usual amargura. Alegaba aquello, cuando refunfuñaba de hecho como un viejo amargado.
Fue a decir algo más, agradecerle por el fuego que ahora ardía en el hogar, pero la chica desapareció y aturdido como estaba, no supo qué rayos estaba sucediendo. Cuando regresó comprendió un poco mejor. Aunque algo más lo atravesó con comprensión al verla, y en lugar de responder a todas sus preguntas, decidió puntualizar aquello:
—Estás empapada —dijo—. Escúchame con atención —continuó, como si estuviera perdiendo la paciencia—. Vas a ir a la habitación, es la única, junto al baño, ahí debajo de la cama hay una caja grande de madera, como del tamaño de un cajón, en él vas a encontrar muchas cosas que vas a ignorar, toma sólo la aguja, el hilo especial para heridas y un ungüento de cúrcuma y laurel, está etiquetado…, es el único frasco ámbar —aclaró, pues no estuvo seguro que supiera leer—, también vas a encontrar cigarrillos forjados a mano en papel de arroz, tráeme uno, con cuidado porque son frágiles. ¿Me estás escuchando? Bien, luego vas a ir al clóset, del lado derecho tengo ropa de mujer, no preguntes; alguna te puede servir, para que te cambies esa que traes toda mojada, ¿quedó claro? —Alzó ambas cejas. Sonó autoritario.
—Anda, ve, no voy a morir mientras vas por todo y te cambias —la apremió.
Sólo esperaba que le hiciera caso. En ese cajón de madera tenía armas de fuego, documentos falsos, aunque sin importancia (los importantes los guardaba en un sitio más seguro), e incluso dinero, real y falsificado, de varias latitudes. La ropa de mujer la poseía porque debía estar preparado para cualquier situación, ya fuera que él necesitara disfrazarse de una hermana muy fea, o tener una cómplice femenina. Era muy complicado de explicar. Su vida era virtualmente imposible de poner en términos sencillos, y estaba muy agotado como para intentarlo siquiera.
Cerró los ojos y suspiró, el dolor lo estaba matando. El cigarrillo que le había encargado era para eso, pues estaba conformado de opio. Sentía palpitar su costado, ahí donde la herida amenazaba con volver a sangrar.
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Le hablaba de forma tal que a Shayla le daba miedo no hacer caso de alguno de sus pedidos, no creía que hubiera especial animosidad con ella, simplemente él parecía ser así, estar acostumbrado a dar órdenes precisas. Luego de ayudarlo a que se acomodase en el sillón, la gitana literalmente corrió a la habitación repitiendo mentalmente lo que él le había dicho para no olvidarse nada; no quería conocer como actuaba o qué decía Riagán cuando estaba enojado.
Efectivamente, la caja estaba debajo de la cama. La abrió y lo que encontró allí la asustó, Shayla se instó a no tocar nada, temía que solo por culpa de su mirada las armas se disparasen y acabaran por herirla. En una de las esquinas encontró el hilo y la aguja, a su lado el frasquito que él le había pedido. Dar con los cigarrillos le costó un poco más y a punto estuvo de rendirse pero el temor a que Riagán se enojase si ella se plantaba junto a él sin su pedido completo la obligó a volver a fijarse dentro del cajón. Finalmente dio con los cigarrillos, estaban debajo de un montón de papeles, demasiado cerca de las armas, tanto que Shayla tocó involuntariamente una y el frío del metal la asustó. Cerró apresurada el cajón, con la certeza de que era lo mejor, de que estaba a salvo ahora que esa caja volvía a estar cerrada y en las profundidades ocultas.
Dejó todo sobre la cama mientras buscaba la ropa. No había mucho para elegir, todo era demasiado grande… pero tomó el vestido negro, se notaba que había sido de otro color antes y que alguien se había molestado en teñirlo. Mientras se quitaba la ropa húmeda, Shayla recordó que algunas personas guardaban el luto tras la muerte de un ser amado, las mujeres teñían sus vestidos de negro en señal de dolor. Tal vez la esposa de aquel hombre lo había hecho, quizás ambos habían perdido a alguien y por eso ese vestido ahora era negro. Se vistió, apretando las cintas al máximo pero aún así sentía que el vestido acabaría cayéndosele por un lado. No importaba, su ropa secaría junto al fuego… cuanto antes la pusiera allí antes podría cambiarse y volver a su hogar. Necesitaba que esa noche acabase pronto, que se convirtiera rápidamente en solo un recuerdo.
Con lo que él le había pedido en una mano y su ropa húmeda en la otra, Shayla regresó junto al hombre.
-Aquí tiene el cigarrillo. Mire, no se me ha desarmado. Y esto… ¿se coserá usted mismo? ¿Está seguro? –Ciertamente Shayla no estaba segura de querer ser testigo de algo así-. Tome, creo que este es el frasquito que quería –se lo dio todo, mientras giraba para dejar la ropa cerca del fuego. No era esa la prioridad y ella lo sabía bien, la herida de él demandaba la atención de ambos, por lo que Shayla no pudo ocuparse de tenderla como era debido-. Riagán, ¿tiene algo de comer? No es para mí, yo estoy bien –le aclaró rápidamente, no quería que pensara que se quería aprovechar de lo que en su casa hubiera-. Creo que necesitará alimento luego de coserse, ha perdido mucha sangre. ¿Siente mucho dolor? No, no me responda... por sus gestos es evidente que le duele considerablemente.
Efectivamente, la caja estaba debajo de la cama. La abrió y lo que encontró allí la asustó, Shayla se instó a no tocar nada, temía que solo por culpa de su mirada las armas se disparasen y acabaran por herirla. En una de las esquinas encontró el hilo y la aguja, a su lado el frasquito que él le había pedido. Dar con los cigarrillos le costó un poco más y a punto estuvo de rendirse pero el temor a que Riagán se enojase si ella se plantaba junto a él sin su pedido completo la obligó a volver a fijarse dentro del cajón. Finalmente dio con los cigarrillos, estaban debajo de un montón de papeles, demasiado cerca de las armas, tanto que Shayla tocó involuntariamente una y el frío del metal la asustó. Cerró apresurada el cajón, con la certeza de que era lo mejor, de que estaba a salvo ahora que esa caja volvía a estar cerrada y en las profundidades ocultas.
Dejó todo sobre la cama mientras buscaba la ropa. No había mucho para elegir, todo era demasiado grande… pero tomó el vestido negro, se notaba que había sido de otro color antes y que alguien se había molestado en teñirlo. Mientras se quitaba la ropa húmeda, Shayla recordó que algunas personas guardaban el luto tras la muerte de un ser amado, las mujeres teñían sus vestidos de negro en señal de dolor. Tal vez la esposa de aquel hombre lo había hecho, quizás ambos habían perdido a alguien y por eso ese vestido ahora era negro. Se vistió, apretando las cintas al máximo pero aún así sentía que el vestido acabaría cayéndosele por un lado. No importaba, su ropa secaría junto al fuego… cuanto antes la pusiera allí antes podría cambiarse y volver a su hogar. Necesitaba que esa noche acabase pronto, que se convirtiera rápidamente en solo un recuerdo.
Con lo que él le había pedido en una mano y su ropa húmeda en la otra, Shayla regresó junto al hombre.
-Aquí tiene el cigarrillo. Mire, no se me ha desarmado. Y esto… ¿se coserá usted mismo? ¿Está seguro? –Ciertamente Shayla no estaba segura de querer ser testigo de algo así-. Tome, creo que este es el frasquito que quería –se lo dio todo, mientras giraba para dejar la ropa cerca del fuego. No era esa la prioridad y ella lo sabía bien, la herida de él demandaba la atención de ambos, por lo que Shayla no pudo ocuparse de tenderla como era debido-. Riagán, ¿tiene algo de comer? No es para mí, yo estoy bien –le aclaró rápidamente, no quería que pensara que se quería aprovechar de lo que en su casa hubiera-. Creo que necesitará alimento luego de coserse, ha perdido mucha sangre. ¿Siente mucho dolor? No, no me responda... por sus gestos es evidente que le duele considerablemente.
Shayla Kraemer- Gitano
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Re: Nadie se salva solo (Privado)
Abrió los ojos cuando la escuchó regresar y se alegró que al menos hubiera traído todo consigo. De haber estado en otra circunstancia, se habría reído de su aspecto con aquel vestido que le quedaba grande, pero ni siquiera tenía fuerzas para eso. En cambio, suspiró y asintió nada más.
—Gracias —le dijo, era raro que él pronunciara esa palabra, se acomodó en el sofá un poco mejor. Con cada movimiento, le herida le punzaba con más fuerza, como si se quejara. Una vez tuvo todo cerca, comenzó, porque más valía apresurar todo este asunto. Entre antes se curara, más rápido sanaría. No podía darse el lujo de no trabajar por algunos días. Su última estafa había sido un éxito, pero no era de los que se confiaran. ¿Cuándo iba a dejar eso? ¿Cuándo iba a poder llevar una vida normal? Tragó saliva.
—Sí, sí, en la cocina hay comida, pero… Shayla —fue la primera vez que la llamó por su nombre en todo ese sinsentido—, te necesito aquí, por si me desmayo —advirtió—, lamento someterte a esto, y lo digo en serio, puedes voltearte si no quieres ver —continuó. Le dijo con cierta amabilidad, pero todavía con la frialdad que parecía usual en él. Crear lazos era peligroso, se repetía constantemente. La gitana sólo lo había salvado, se dijo, y sólo eso, sólo agradecimiento iba a sentir, ninguna otra simpatía.
Tomó uno de los cigarrillos de opio mezclado con tabaco y lo encendió. Dio varias caladas, el efecto tardaría, pero no había tiempo. Con un movimiento de hombros se quitó la manta de la espalda. Untó un poco del ungüento en las palmas de sus manos y luego alrededor de la herida, serviría como antiséptico y analgésico, aunque no lo suficiente como para no sentir nada. Se limpió las manos con la camisa sucia de su propia sangre. Ensartó el hilo en la aguja, y comenzó lo peor.
Acercó la aguja al fuego y la mantuvo ahí un momento, mientras apretaba los dientes, pues la posición no era nada amable con su herida. Alzó la cabeza para ver a Shayla. Una vez que las yemas de sus dedos sintieron el calor, alejó el instrumento, y ahí estuvo. Tomó aire y tembló al sacarlo. Muchas veces antes ya lo había hecho, pero no anulaba que iba a sentir un dolor insoportable.
—Sólo un poco —dijo, aunque era difícil saber si tranquilizaba a Shayla o a él mismo.
Con un movimiento seguro, comenzó. Clavó la aguja ardiendo en la piel, trató de no gritar, pero no pudo evitarlo. Fue breve, fue un grito breve, pero lleno de dolor. Tardó algunos segundos en continuar, sin embargo, una vez que retomó, lo hizo bastante rápido, antes de que la aguja se enfriara y tratar de atravesar la piel fuera tarea casi imposible, y mucho, mucho más dolorosa.
Su respiración estaba agitada para cuando terminó. Aventó la aguja, ya sin hilo, al suelo y se recargó en el sofá.
—Aún no te vayas —pidió con voz difusa. Lejana. Adolorida—. Aún puedo desmayarme —apenas si pudo decir eso cuando tuvo que quejarse sonoramente otra vez. Volvió a encender lo que restaba del cigarrillo de opio, y ahora lo fumó con avidez.
—No es la primera vez que lo hago, pero nunca deja de ser horrible —confesó. Quizá creyó que con eso podría aligerar el ambiente, pero era lo mismo, sólo dejaba en claro la horrible vida que llevaba, y eso que no daba los detalles.
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Riagán no le temía a nada, esa era la conclusión a la que llegaba Shayla en esos momentos. Solo una persona valiente haría lo que él estaba dispuesto a hacer para cerrar sus heridas, se lo notaba nervioso pero esos nervios no lo detenían y Shayla simplemente no podía creerlo.
-Claro que me quedaré con usted, Riagán, pero prometa que cuando todo termine va a comer algo caliente, así se recupera más rápido y mejor.
La sangre le hacía muy mal, pero intentaría soportarlo. Los conocimientos que Shayla tenía, y que compartía con su comunidad, tenían que ver con mezclas y empastes, pero la sangre era ya otra cosa y todavía no entendía de dónde había sacado las fuerzas para limpiar a Riagán cuando estaba inconsciente.
Antes de comenzar, Riagán buscó su mirada y ella se la sostuvo, esperando poder darle algo de seguridad. Acabó con las rodillas en el suelo, junto al sillón que él ocupaba y dejó una de sus manos sobre la rodilla del hombre intentado demostrarle que contaba con su apoyo, pero no fue capaz de mantener la vista en lo que las manos de él hacían, prefirió observar su rostro concentrado y sufriente, el gritito de dolor de él la conmovió, Shayla quería decir algo para darle ánimos pero no se le ocurrió nada y en un tenso silencio pasó los siguientes minutos.
-No, no me iré –le respondió cuando él hubo acabado y apretó un poco su rodilla en señal cariñosa, se sentía algo culpable de que tuviese que ser Riagán mismo quién se cosiese-. Creo que lo ha hecho muy bien, es muy valiente. No sé qué como estaría yo en su lugar, probablemente en un ataque de llanto.
Le sonrió y lentamente se puso en pie, pensando en que debía hacer algo productivo, algo que ayudase de alguna forma al hombre. Volvió a la sala de baño a buscar un poco más de agua y una toalla limpia, humedeció la tela y regresó junto a Riagán dispuesta a limpiar la sangre seca de alrededor de la costura.
-¿Tiene frío, Riagán? Deme sus manos, por favor –le pidió cuando terminó con la herida, e hizo lo mismo con ellas-. ¿O sea que esto es algo frecuente? Me refiero a las heridas, ¿ha sido herido muchas veces?
Le parecía muy extraño, no tenía aspecto de guerrero, tampoco era policía porque de serlo lo habría manifestado en las calles cuando fueron abordados… Shayla tomaba dimensión de que estaba en la casa de un completo desconocido, limpiando los restos de su sangre y vistiendo las ropas de su esposa. ¿Cómo le había sucedido todo aquello?
-No, no me iré –le repitió para que descansase tranquilo-. Recuerde que le he prometido algo caliente de cena. Además, si me lo permite, Riagán, me gustaría esperar el amanecer aquí. Las calles ya no son seguras, prefiero caminar a mi campamento con algo de luz. ¿Cuándo regresa su esposa? –la pregunta podía sonar demasiado invasiva, pero advirtió ese detalle cuando ya la había formulado por lo que tuvo que explicarse rápidamente-: Es que me preocupa que se quede solo, debería tener compañía hasta que se sienta realmente recuperado y, como me ha prestado este vestido –se señaló la ropa enorme y negra que usaba en esos momentos-, he supuesto que vive con su esposa.
-Claro que me quedaré con usted, Riagán, pero prometa que cuando todo termine va a comer algo caliente, así se recupera más rápido y mejor.
La sangre le hacía muy mal, pero intentaría soportarlo. Los conocimientos que Shayla tenía, y que compartía con su comunidad, tenían que ver con mezclas y empastes, pero la sangre era ya otra cosa y todavía no entendía de dónde había sacado las fuerzas para limpiar a Riagán cuando estaba inconsciente.
Antes de comenzar, Riagán buscó su mirada y ella se la sostuvo, esperando poder darle algo de seguridad. Acabó con las rodillas en el suelo, junto al sillón que él ocupaba y dejó una de sus manos sobre la rodilla del hombre intentado demostrarle que contaba con su apoyo, pero no fue capaz de mantener la vista en lo que las manos de él hacían, prefirió observar su rostro concentrado y sufriente, el gritito de dolor de él la conmovió, Shayla quería decir algo para darle ánimos pero no se le ocurrió nada y en un tenso silencio pasó los siguientes minutos.
-No, no me iré –le respondió cuando él hubo acabado y apretó un poco su rodilla en señal cariñosa, se sentía algo culpable de que tuviese que ser Riagán mismo quién se cosiese-. Creo que lo ha hecho muy bien, es muy valiente. No sé qué como estaría yo en su lugar, probablemente en un ataque de llanto.
Le sonrió y lentamente se puso en pie, pensando en que debía hacer algo productivo, algo que ayudase de alguna forma al hombre. Volvió a la sala de baño a buscar un poco más de agua y una toalla limpia, humedeció la tela y regresó junto a Riagán dispuesta a limpiar la sangre seca de alrededor de la costura.
-¿Tiene frío, Riagán? Deme sus manos, por favor –le pidió cuando terminó con la herida, e hizo lo mismo con ellas-. ¿O sea que esto es algo frecuente? Me refiero a las heridas, ¿ha sido herido muchas veces?
Le parecía muy extraño, no tenía aspecto de guerrero, tampoco era policía porque de serlo lo habría manifestado en las calles cuando fueron abordados… Shayla tomaba dimensión de que estaba en la casa de un completo desconocido, limpiando los restos de su sangre y vistiendo las ropas de su esposa. ¿Cómo le había sucedido todo aquello?
-No, no me iré –le repitió para que descansase tranquilo-. Recuerde que le he prometido algo caliente de cena. Además, si me lo permite, Riagán, me gustaría esperar el amanecer aquí. Las calles ya no son seguras, prefiero caminar a mi campamento con algo de luz. ¿Cuándo regresa su esposa? –la pregunta podía sonar demasiado invasiva, pero advirtió ese detalle cuando ya la había formulado por lo que tuvo que explicarse rápidamente-: Es que me preocupa que se quede solo, debería tener compañía hasta que se sienta realmente recuperado y, como me ha prestado este vestido –se señaló la ropa enorme y negra que usaba en esos momentos-, he supuesto que vive con su esposa.
Shayla Kraemer- Gitano
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Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
No se había dado cuenta que la mano ajena había estado en su rodilla hasta que Shayla la retiró y, aunque antes no notó su presencia, que ahora no estuviera ahí le causó una sensación muy extraña. Hacía años que no estaba con otra persona por periodos prolongados de tiempo, supuso que sería eso y suspiró, tratando de aguantarse el dolor que de a poco cedía. Con suerte, al día siguiente ya sólo tendría una constante incomodidad, pero nada como para obligarse a quedarse en cama. El umbral del dolor de Riagán, sin duda, era muy diferente al del resto de las personas, a base de una vida llena de heridas, a base de coquetear tanto con la muerte.
Le dio su mano cuando se lo pidió, demasiado cansado como para cuestionar o negarse, Shayla tenía suerte en ese sentido, con Riagán en ese estado, se estaba topando con el hombre más dócil de lo usual. La necesitaba, por eso la dejaba estar ahí. Además, aunque él quisiera mostrarse al mundo de manera distinta, no era tan descorazonado en el fondo.
Alzó el rostro para verla, sin la adrenalina de la huida, sin el dolor punzante, y pudo apreciarla mejor, los rasgos típicos de su pueblo y los ojos claros como los de un gato. Le pareció una joven peculiar, a falta de una mejor palabra.
—Es más frecuente de lo que te imaginas —respondió sin dar más detalles—, no tengo frío especialmente, pero lo mejor será que me cubra —continuó, aunque no hizo nada para hacerlo. Ya se volvería a echar la frazada cuando se pusiera de pie nuevamente, cosa que intentó hacer, pero se detuvo al escucharla.
—Ella… —Dudó y luego rio con tristeza—. Espero que no regrese, pues está muerta y me daría tremendo susto —respondió usando el humor como arma de defensa, no era bueno hablando de esas cosas, es más, fue raro que respondiera con la verdad, declarándose implícitamente como viudo, bajo otra circunstancia, simplemente se habría negado a contestar o habría inventado algo.
—No te preocupes, estoy solo, así que puedes quedarte. ¿Me ayudas a ponerme en pie? Ahora sí ya tengo hambre —dijo conservando la neutralidad de su voz, aunque cuando declaró estar solo, se dio cuenta que trataba de decirlo de un modo más significativo. Que estaba solo, que hace mucho que lo estaba y que tal vez no estaba tan cómodo con eso como siempre clamaba estarlo. Tragó saliva, para no pensar más en ello y para agarrar fuerza, impulsarse, y ponerse en pie.
Lo consiguió con ayuda del sofá y Shayla. No soltó la mano ajena ni un momento y hasta que estuvo erguido se dio cuenta. La liberó como si hubiera estado cometiendo un pecado. De algún modo así era, uno personal: no debía crear lazos. ¿No tenía ya bien aprendida esa lección? ¿Qué rayos le sucedía ahora? Chasqueó.
—¿Qué se supone que comen los gitanos? —preguntó—, es decir, ¿tienen alguna comida en especial? —dijo y se encaminó a la cocina, sólo para doblarse ligeramente y como acto reflejo, sus manos buscaron a la chica. Las colocó sobre los hombros ajenos y por unos segundos se mantuvo así, con la vista gacha, con los mechones de cabello cobrizo sobre el rostro para luego alzar el rostro—. Lo siento —musitó sin saber qué más hacer.
Entonces cayó en cuenta de su torso desnudo, y aunque había dicho no tener frío, estar así con la desconocida no le pareció adecuado.
—¿Me ayudas con la manta, por favor? —pidió con voz débil. Había estado acudiendo a ella demasiado, más de lo que era normal. No era la primera vez que estaba mal herido, y otras veces había sido autosuficiente solo, ¿qué le sucedía? Llegó a la conclusión de que estar acompañado le hacía mal, no importaba lo que hubiera pensado antes, no podía permitirse ser tan débil. La dejaría pernoctar, pero al día siguiente tendría que decirle que se marchara.
Última edición por Riagán O'Rourke el Miér Feb 27, 2019 9:29 pm, editado 1 vez
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
Re: Nadie se salva solo (Privado)
Con ambas manos sobre su boca Shayla reprimió un gritito ante lo que el hombre había dicho de su esposa. Tardó unos segundos en comprender que había sido una humorada, que no lo decía en serio, y bajó las palmas para mostrar una sonrisa, aunque no sabía si estaba bien o no reírse de algo así.
-Cuando vivía con mi familia cocinaba platillos un poco más tradicionales –le comentó, con una nota de nostalgia en la voz-. La verdad es que ahora solo como lo que preparan en el circo, también mucha fruta. No es algo a lo que le de importancia –desestimó, con un gesto-. Aunque usted sí debería, Riagán, ha perdido sangre y es importante que coma bien.
Agradeció con una sonrisa que le permitiese quedarse allí. Era lo más prudente, ya había pensado que el único peligro sería que él la atacase pero no lo creía probable, no solo por lo débil que se hallaba, sino también porque sabía que ella no traía nada de valor. ¿Qué podría robarle?
Lo asistió para que se incorporase, no podría negar que la cercanía repentina la incomodaba. Hacía varios años que no estaba tan próxima a un hombre con pocas ropas y, aunque no lo tomaba como una ofensa o falta de decoro -porque entendía a qué se debía eso-, lo juzgaba embarazoso.
-¿A dónde quiere ir? ¿A la cocina conmigo? No hace falta, Riagán, puedo encontrar sola lo básico para preparar una sopa. Usted debería meterse en la cama –le dijo, con tono de orden por primera vez en la noche.
La manta estaba sucia de sangre, pero de igual modo lo envolvió con ella y se abrazó a él para ayudarlo a caminar despacio hacia la cama. Cuando llegaron, Shayla lo ayudó a sentarse primero y recostarse luego.
-En la mañana, antes de partir, miraré esa herida. Temo que se ponga fea de pronto y que no lo note.
Lo cubrió con la sábana y se deshizo de la manta sucia, si no quitaba la sangre ésta se quedaría sobre la tela gruesa, manchándola. Eso debía esperar, no era la prioridad. Antes de marcharse a la cocina, Shayla apretó la mano del hombre, en un gesto que ni ella sabía lo que significaba.
Encontró un poco de verduras, pero nada de carne. ¿Qué comía ese hombre? Las cortó y se sorprendió de lo afilada que estaba la cuchilla que había hallado allí, no parecía haber sido creada para cocinar. Tomó la olla y al agua le agregó las verduras y unos granos de sal, luego la llevó hacia el fuego que ella había encendido en la chimenea hacía al menos una hora. Suponía que en menos de veinte minutos eso debía estar listo. Cuando acabó con eso, Shayla se volvió hacia la cama del hombre y decidió sentarse en la orilla. Posó su mano suavemente sobre uno de sus tobillos antes de hablarle.
-¿Ha podido dormir algo o he hecho demasiado ruido? ¿Cómo se siente? ¿Duele?
-Cuando vivía con mi familia cocinaba platillos un poco más tradicionales –le comentó, con una nota de nostalgia en la voz-. La verdad es que ahora solo como lo que preparan en el circo, también mucha fruta. No es algo a lo que le de importancia –desestimó, con un gesto-. Aunque usted sí debería, Riagán, ha perdido sangre y es importante que coma bien.
Agradeció con una sonrisa que le permitiese quedarse allí. Era lo más prudente, ya había pensado que el único peligro sería que él la atacase pero no lo creía probable, no solo por lo débil que se hallaba, sino también porque sabía que ella no traía nada de valor. ¿Qué podría robarle?
Lo asistió para que se incorporase, no podría negar que la cercanía repentina la incomodaba. Hacía varios años que no estaba tan próxima a un hombre con pocas ropas y, aunque no lo tomaba como una ofensa o falta de decoro -porque entendía a qué se debía eso-, lo juzgaba embarazoso.
-¿A dónde quiere ir? ¿A la cocina conmigo? No hace falta, Riagán, puedo encontrar sola lo básico para preparar una sopa. Usted debería meterse en la cama –le dijo, con tono de orden por primera vez en la noche.
La manta estaba sucia de sangre, pero de igual modo lo envolvió con ella y se abrazó a él para ayudarlo a caminar despacio hacia la cama. Cuando llegaron, Shayla lo ayudó a sentarse primero y recostarse luego.
-En la mañana, antes de partir, miraré esa herida. Temo que se ponga fea de pronto y que no lo note.
Lo cubrió con la sábana y se deshizo de la manta sucia, si no quitaba la sangre ésta se quedaría sobre la tela gruesa, manchándola. Eso debía esperar, no era la prioridad. Antes de marcharse a la cocina, Shayla apretó la mano del hombre, en un gesto que ni ella sabía lo que significaba.
Encontró un poco de verduras, pero nada de carne. ¿Qué comía ese hombre? Las cortó y se sorprendió de lo afilada que estaba la cuchilla que había hallado allí, no parecía haber sido creada para cocinar. Tomó la olla y al agua le agregó las verduras y unos granos de sal, luego la llevó hacia el fuego que ella había encendido en la chimenea hacía al menos una hora. Suponía que en menos de veinte minutos eso debía estar listo. Cuando acabó con eso, Shayla se volvió hacia la cama del hombre y decidió sentarse en la orilla. Posó su mano suavemente sobre uno de sus tobillos antes de hablarle.
-¿Ha podido dormir algo o he hecho demasiado ruido? ¿Cómo se siente? ¿Duele?
Shayla Kraemer- Gitano
- Mensajes : 40
Fecha de inscripción : 02/02/2017
Re: Nadie se salva solo (Privado)
—Vaya que eres mandona —le dijo, aunque la sonrisa de lado, una muy débil pero presente, daba entender que era broma. Una vez más no tuvo fuerzas, ni ganas de llevarle la contraria y se dejó guiar hasta la habitación. No sólo eso, sino acomodar en la cama como un maldito crío.
Hizo un ademán con la mano para que fuera a la cocina, lo que sucediera mañana por ahora no le interesaba, y era raro, porque se trataba de un hombre que solía planear con mucha antelación cualquiera de sus movimientos, casi siempre porque estaba viviendo una vida que no era la suya, estaba en un papel específico para alguna tarea y no podía dejar cabos sueltos, su vida entera había sido esa, desde que conoció a Fergus en el burdel donde era un mandadero sin importancia.
Dormitó y el tiempo le fue relativo. El aroma a sopa se entremezcló con recuerdos de su madre en Dublín y la duermevela. No sabía qué era real y qué no, pero no le importó, de hecho, le hubiera gustado conciliar un sueño más profundo, dormir en serio, como hace mucho que no lo conseguía, siempre alerta, siempre con un ojo abierto.
Regresó al plano terrenal cuando sintió el peso de Shayla posarse en la cama, pero no abrió los ojos. La escuchó y respiró más sonoramente para darle a entender que estaba despierto.
—No hiciste ruido, eres ligera como una pluma —dijo arrastrando las palabras, claramente agotado, medio dormido y medio despierto, en una linde placentera pero que te empuja a los brazos de Morfeo con fuerza y tú sólo quieres rendirte, quieres dejarte arrullar por el dios de los sueños.
—¿Sabes? —continuó en su misma posición—, la comida puede esperar, no tengo tanta hambre y sí mucho sueño… —Pareció que la frase iba a continuar pero ahí se quedó. Pronto, Riagán acompasó la respiración, había aguantado mucho ese día, era justo dejarlo descansar. Claro que iba a despertar con un apetito voraz, pero por ahora, lo único que quería hacer era dormir.
No le importó dejar a Shayla sin supervisión. Si la gitana hubiera querido hacerle algo, ya habría actuado, pues estaba débil, ya había hecho demasiado como para tratarse todo de una puesta en escena, él conocía bien de esas cosas. No, la chica era sincera en su ayuda, en su timidez y en su curiosidad, Riagán era capaz de ver a través de sus acciones, era una habilidad que había desarrollado hace tiempo, para cubrirse las espaldas.
Pronto alcanzó un sueño profundo, sí, como hace mucho que no podía hacerlo y se sintió bien.
TEMA FINALIZADO
Riagán O'Rourke- Humano Clase Media
- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 06/03/2016
Localización : París
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