AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Capsizing the Sea {Privado}
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Capsizing the Sea {Privado}
La Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales había llegado, hacía apenas unos meses, a su final, tras un período de más de dos décadas de pura caída en picado del que nadie había sabido hacerse cargo a tiempo y en el que la corrupción, así como la ruina económica, habían campado a sus anchas. Algunos nobles me habían trasladado, con la boca pequeña por supuesto, una mínima preocupación por el estado de la Compañía, pero desde mi llegada al trono había sabido que era inútil el esfuerzo, y por ello, la había dejado morir sin lamentarlo lo más mínimo. Consideraba que los intereses comerciales del Reino debían enfocarse hacia el comercio americano, además del asiático que ya era predominante, y de una forma privada yo misma llevaba mucho tiempo invirtiendo en navíos y expediciones... aunque, siendo absolutamente fiel a la verdad, no lo hacía con una visión generosa y altruista, en absoluto. Desde siempre me había fascinado el mar, y aunque los azares del destino jamás me habían permitido embarcarme como durante mucho tiempo había sido mi sueño, ello no había impedido que me relacionara con piratas y con marinos de los más diversos confines del mundo. Y no sabía exactamente por qué era, si por azares de un destino que, de por sí, ya era condenadamente azaroso y por simple casualidad, los piratas con los que mejor me había llevado habían sido hombres besados por el fuego como, antaño, yo misma lo había sido, y a veces aún amagaba con volver a serlo. Así era: en mi cabello todavía existían los reflejos pelirrojos, especialmente a la luz de las velas o de las antorchas de los puertos, como el de Róterdam, que me había dado la bienvenida de una forma mucho menos regia que la última vez que lo había visitado. La pompa y el beato de la disolución de la Compañía Neerlandesa habían dado paso a una actitud mucho más austera por mi parte, ya que me encontraba cubierta casi completamente por una capa oscura; además, el puerto había perdido su engalanamiento artificioso de entonces, y ante mí se presentaba, recién anochecido, como lo que era: un enorme puerto comercial lleno de aromas, colores y visiones de lo largo y ancho del mundo.
Con los ojos cerrados, inspiré profundamente para llenarme de la esencia de un mundo al que era cercana, pero al cual no pertenecía, y cuando los abrí seguía sin saber el rumbo que iba a llevar en aquella visita, mucho más improvisada de lo que estaba dispuesta a admitir, pero ¿acaso había tenido otro remedio? Si, como monarca, hubiera expresado mi deseo de dirigirme hacia allí, habría tenido que verme acompañada por una escolta que llamaría la atención poderosamente sobre mi persona, arrebatándome un anonimato del que estaba disfrutando con auténtica fruición, casi más incluso que si se tratara de sangre de algún cuello desdichado o afortunado, según el caso. No, prefería darme un paseo y dejar que mi instinto, habitualmente correcto y que solía sacarme de muchos problemas antes siquiera de meterme en ellos, fuera quien guiara mis pasos, y con esa mentalidad me deslicé entre las embarcaciones, con el aroma a salitre y a sudor de los fornidos marinos que trabajaban a mi alrededor elevándose a bocanadas e inundándome por completo. Casi llegué a sentirme como una más, pero el problema era, como de costumbre, que ese casi no significaba que pudiera serlo de verdad; consciente de ello, decidí alejarme y aventurarme en una taberna próxima, regentada por un antiguo pirata de nombre tan peligroso como su aspecto, lleno de cicatrices y con una pata de palo, peligrosamente cerca de la podredumbre en mi (nada) modesta opinión. Él, avispado como solía serlo, sí que me reconoció, pero un saquito de monedas que le pasé como al descuido fue capaz de garantizarme que mantendría la boca callada, como me aseguró con una sonrisa de madera en la que algún diente sí que era suyo, pero la más absoluta minoría. Comprado su silencio, sostuve la jarra de cerveza que me había servido y comencé a dirigirme hacia una mesa, mas él me avisó, llamándome pelirroja y con unas confianzas que, en circunstancias normales, no le había permitido, de que había alguien a quien me interesaría ver en la mesa más apartada, en semipenumbra. Curiosa, se lo agradecí con un gesto de cabeza y me dirigí hacia la mesa para encontrarme allí a un antiguo compañero de travesías del tabernero y un histórico socio mío, mucho más comedido que de costumbre, aunque el fuego siguiera transpirando de él a través de sus cabellos, su barba y su poblado bigote. – No esperaba encontrarte en tierra, zorro astuto. ¿Me permites acompañarte?
Con los ojos cerrados, inspiré profundamente para llenarme de la esencia de un mundo al que era cercana, pero al cual no pertenecía, y cuando los abrí seguía sin saber el rumbo que iba a llevar en aquella visita, mucho más improvisada de lo que estaba dispuesta a admitir, pero ¿acaso había tenido otro remedio? Si, como monarca, hubiera expresado mi deseo de dirigirme hacia allí, habría tenido que verme acompañada por una escolta que llamaría la atención poderosamente sobre mi persona, arrebatándome un anonimato del que estaba disfrutando con auténtica fruición, casi más incluso que si se tratara de sangre de algún cuello desdichado o afortunado, según el caso. No, prefería darme un paseo y dejar que mi instinto, habitualmente correcto y que solía sacarme de muchos problemas antes siquiera de meterme en ellos, fuera quien guiara mis pasos, y con esa mentalidad me deslicé entre las embarcaciones, con el aroma a salitre y a sudor de los fornidos marinos que trabajaban a mi alrededor elevándose a bocanadas e inundándome por completo. Casi llegué a sentirme como una más, pero el problema era, como de costumbre, que ese casi no significaba que pudiera serlo de verdad; consciente de ello, decidí alejarme y aventurarme en una taberna próxima, regentada por un antiguo pirata de nombre tan peligroso como su aspecto, lleno de cicatrices y con una pata de palo, peligrosamente cerca de la podredumbre en mi (nada) modesta opinión. Él, avispado como solía serlo, sí que me reconoció, pero un saquito de monedas que le pasé como al descuido fue capaz de garantizarme que mantendría la boca callada, como me aseguró con una sonrisa de madera en la que algún diente sí que era suyo, pero la más absoluta minoría. Comprado su silencio, sostuve la jarra de cerveza que me había servido y comencé a dirigirme hacia una mesa, mas él me avisó, llamándome pelirroja y con unas confianzas que, en circunstancias normales, no le había permitido, de que había alguien a quien me interesaría ver en la mesa más apartada, en semipenumbra. Curiosa, se lo agradecí con un gesto de cabeza y me dirigí hacia la mesa para encontrarme allí a un antiguo compañero de travesías del tabernero y un histórico socio mío, mucho más comedido que de costumbre, aunque el fuego siguiera transpirando de él a través de sus cabellos, su barba y su poblado bigote. – No esperaba encontrarte en tierra, zorro astuto. ¿Me permites acompañarte?
Invitado- Invitado
Re: Capsizing the Sea {Privado}
“if
the ocean
can calm itself,
so can you.
we
are both
salt water
mixed with
air.”
― Nayyirah Waheed
the ocean
can calm itself,
so can you.
we
are both
salt water
mixed with
air.”
― Nayyirah Waheed
El olor a salitre que se acumulaba entre los remaches de los barcos era avasallador. Y Reinout no supo si sería porque hace algún tiempo, no demasiado, había dejado esa vida bucanera, o porque así siempre había sido. A veces creía que idealizaba aquel pretérito en alta mar, que nada podía ser tan increíble y peligroso, que nada podía hacer latir su corazón como recordaba. Entonces se paraba entre los barcos del muelle de Róterdam, la mitad de su padre, seguramente y se daba cuenta que sí, que estaba equivocado, que había sido aún mejor. Que esos años que pasó en anonimato, de puerto en puerto, entre prostitutas, opio y batallas, habían sido los mejores de su vida. Pero ya lo dicen, a los lugares donde fuiste feliz no debieras tratar de volver.
Observó por algunos minutos cómo anclaban un monumental navío, el “Waterkat”, el más grande la flota de su familia. Aunque no estaba ahí para eso. Su padre lo había enviado a cerrar unos negocios con unos ingleses que iban de paso, marineros también y temió que hubieran sido antiguas víctimas suyas, de sus años como pirata. Por fortuna, no fue así, y dicho asunto quedó saldado la noche anterior. Cuando la tripulación del “Waterkat” ya estaba echando amarras, dio media vuelta y se dirigió a una sucia taberna donde los marineros y grumetes se juntaban después de las jornadas de trabajo. Aquel apestoso lugar le recordaba los muchos, muchos que visitó en sus viajes. Además, estaba regenteado por un viejo colega que, por algún tiempo incluso, estuvo bajo su comando. Siempre que regresaba a su país natal, visitaba aquel lugar, aunque no tuviera asuntos que atender en Róterdam.
Con un vaso de absenta, licor al que le había agarrado el gusto en su corto tiempo en París, la ciudad a la que iba a regresar pronto, se sentó en la mesa más alejada, amparado por las sombras. Ahí estuvo bebiendo un rato, en silencio. Escuchando conversaciones ajenas; eran las desventajas de su condición, aunque no quisiera entrometerse, terminaba haciéndolo. Tampoco bebió de manera desmedida como lo hiciera antaño, al día siguiente regresaría a Ámsterdam y luego a París, de nuevo.
Sólo alzó el rostro al escuchar que lo llamaban con ese viejo mote que utilizó en altamar. Sus ojos azules se clavaron en aquella figura, y de no ser porque poseía una memoria inigualable, casi no la hubiera reconocido. Alzó ambas cejas y al final sonrió, moviendo el bigote.
—Mira nada más lo que trajo la marea —se puso de pie—. El que no esperaba encontrarte aquí, soy yo. Me he enterado en lo que andas últimamente. Esas cosas siempre se saben. Pero por supuesto, siéntate, siéntate…—sonrió y la estudió, aunque parecía más bien divertido. Se refería a la posición que Amanda ahora ostentaba en esa misma tierra suya. Se apresuró a rodear la mesa y separar la silla para que tomara asiento; podía ser todo lo corsario que quisiera, pero no podía negar de dónde venía realmente.
—Pero qué demonios le pasó a tu cabello —se quejó y regresó a su lugar, donde se sentó. Otrora hermanos de cabello rojo, ahora ella lo había perdido—. Espero que sólo hayas perdido el fuego en la cabeza y no aquí —se señaló el pecho—. Como supondrás, aquí no venden la mejor de las bebidas, y creo que por eso me gusta. ¿Qué tomas? Porque no me vas a decir que me vas a dejar beber solo —Se inclinó ligeramente al frente, con ese gesto suspicaz que le grajeó el sobrenombre de zorro demasiado astuto.
—Ah, sí, tierra… —luego suspiró—. He estado en tierra más de lo que me gusta admitir, como un año, más o menos, ¿puedes creerlo? Mi madre murió y tuve que regresar, y no me he podido volver a escapar desde entonces. Temo que la tranquilidad pueda oxidar mis habilidades. Aunque a decir verdad, lo dudo —rio de buena gana y alzó una mano, para llamar al tabernero. Si bien ese no era el trabajó de aquel grandullón, se trataba de Reinout, su antiguo capitán; y de Amanda, su nueva reina.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 219
Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Capsizing the Sea {Privado}
Qué apropiada resultaba la comparación, esa alusión a una mar que jamás había dejado de acompañarme aunque no le hubiera permitido en ningún momento ser parte protagonista de mi existencia, ya que otros asuntos siempre habían reclamado mi atención con más fuerza y, sobre todo, mayor insistencia. Aquella pausada compañera me había granjeado relaciones, un vástago e, incluso, un apodo que Reinout desconocía, claro, pero ¿acaso alguien aparte del capitán Black Blood me llamaba sirena por un motivo de peso, ajeno a lo que mi aspecto pudiera invitar a pensar de mí? No; si el zorro astuto, que como siempre demostraba mejores modales que incluso los más curtidos de mis cortesanos, había hecho alusión a la marea únicamente se trataba de una referencia a su pasado, a cómo nos habíamos conocido y, sobre todo, en qué circunstancias de su vida, aparentemente totalmente distintas a las actuales. Así era: yo no era la única de los dos que había cambiado su rumbo y andaba en cosas diferentes a las de entonces, pero su relativo anonimato me había impedido descubrirlo hasta que no lo tuve delante, mientras que él había podido enterarse a la perfección de mi ascenso, por supuesto. ¿Acaso no era deber de todos mis conciudadanos conocer la identidad de su monarca...? Y él era un hombre, un pirata y un zorro, pero también era neerlandés hasta la médula, uno de los ejemplares más dignos con los que me había cruzado aunque lo hubiera hecho en un momento en el que eso se encontraba fuera completamente de mis pensamientos, así que era inevitable que lo supiera casi todo sobre mí... Con el énfasis, por supuesto, en ese casi; siempre habría detalles que no trasladaba al público general, y que solamente unos privilegiados como él lo era podrían llegar a conocer, ya que pasaba por mí, y solamente por mí, elegir a los destinatarios de mis más profundos secretos.
– Jamás te permitiría beber solo, ¡Dios me libre de semejante descortesía! – le aseguré, falsamente dramática, y a continuación sonreí y acepté su asiento y su ofrecimiento, ya que aproveché la llegada del cantinero para pedirle un vaso de aguardiente, algo menos intenso que la absenta de mi acompañante pero lo suficientemente intensa para que el golpe del trago me mantuviera atenta y despierta. Como si él, simplemente con encontrarse junto a mí, no me causara ya ese efecto... – Honestamente, espero que el fuego de arriba sea el único que he perdido, pero ya sabes que la diplomacia cuesta su precio, y me temo que también he tenido que refrenarme en otros sentidos. Lo que sucedió es que era algo que le gustaba a un enemigo, a mi rey nada menos, y decidí que la mejor manera de molestarlo sería mitigarlo y convertirlo en otra cosa. Pero no debes preocuparte de ninguna guerra civil en el reino, querido Reinout: solamente existe conflicto en el palacio, entre nosotros, para mi enorme y eterna desgracia. – aclaré, encogiéndome de hombros delicadamente mientras lo estudiaba con su mismo interés, pero con algo menos de astucia; en eso, me temía, nadie sería capaz de igualar al hombre de rasgos de zorro que tenía delante, y que parecía encontrarse tan en dique seco como yo misma, aunque lo suyo, como cualquier referencia marítima que pudiera ocurrírsenos, siempre sería un poquito más literal. – Lamento lo de tu madre, igual que lamento que te encuentres a punto de echar raíces. Para un lobo de mar, como lo eres tú, eso debe de ser el peor castigo que se pueda ejercer, y eso que, hasta donde yo sé, no te mereces ningún castigo, de momento. – comencé, con picardía, y choqué mi vaso con el suyo para, a continuación, darle un sorbo a la bebida, tan ardiente como su mismo nombre indicaba. – No lo sé, tal vez podamos solucionar eso. ¿Qué tal estás de disponibilidad? Y, más importante aún, ¿cuánto de dispuesto estarías a negociar con tu reina para volver a salir al mar?
– Jamás te permitiría beber solo, ¡Dios me libre de semejante descortesía! – le aseguré, falsamente dramática, y a continuación sonreí y acepté su asiento y su ofrecimiento, ya que aproveché la llegada del cantinero para pedirle un vaso de aguardiente, algo menos intenso que la absenta de mi acompañante pero lo suficientemente intensa para que el golpe del trago me mantuviera atenta y despierta. Como si él, simplemente con encontrarse junto a mí, no me causara ya ese efecto... – Honestamente, espero que el fuego de arriba sea el único que he perdido, pero ya sabes que la diplomacia cuesta su precio, y me temo que también he tenido que refrenarme en otros sentidos. Lo que sucedió es que era algo que le gustaba a un enemigo, a mi rey nada menos, y decidí que la mejor manera de molestarlo sería mitigarlo y convertirlo en otra cosa. Pero no debes preocuparte de ninguna guerra civil en el reino, querido Reinout: solamente existe conflicto en el palacio, entre nosotros, para mi enorme y eterna desgracia. – aclaré, encogiéndome de hombros delicadamente mientras lo estudiaba con su mismo interés, pero con algo menos de astucia; en eso, me temía, nadie sería capaz de igualar al hombre de rasgos de zorro que tenía delante, y que parecía encontrarse tan en dique seco como yo misma, aunque lo suyo, como cualquier referencia marítima que pudiera ocurrírsenos, siempre sería un poquito más literal. – Lamento lo de tu madre, igual que lamento que te encuentres a punto de echar raíces. Para un lobo de mar, como lo eres tú, eso debe de ser el peor castigo que se pueda ejercer, y eso que, hasta donde yo sé, no te mereces ningún castigo, de momento. – comencé, con picardía, y choqué mi vaso con el suyo para, a continuación, darle un sorbo a la bebida, tan ardiente como su mismo nombre indicaba. – No lo sé, tal vez podamos solucionar eso. ¿Qué tal estás de disponibilidad? Y, más importante aún, ¿cuánto de dispuesto estarías a negociar con tu reina para volver a salir al mar?
Invitado- Invitado
Re: Capsizing the Sea {Privado}
Rio de buena gana, con esa risa contagiosa que siempre lo había caracterizado. Al verlo así, tan dicharachero, uno no imaginaba las atrocidades que había cometido a punta de espada e izando una Jolly Roger; la suya, con un cráneo de zorro, en lugar de uno humano, como iba a ser sino. Comprendía demasiado bien para su desgracia, los sacrificios que una vida sedentaria significaban, aunque eso sí, jamás podría compararse lo que había sucedido con él, con lo que había pasado con ella. Una reina, ni más, ni menos. Pero si la conocía como lo hacía, pensó que no había mujer más digna de una corona que Amanda, líder por naturaleza. O al menos siempre creyó eso.
Sabía, claro, que con ella en el trono, existía también un rey, del que estaba mucho menos enterado, y ahora se zambullía a ese mundo halado de la mano por la propia Amanda. Rio con complicidad, moviendo el bigote, para luego retorcer una de sus puntas con el índice y pulgar derechos. La vida de casados, vaya, esperaba que eso sí, nunca lo atrapara.
—La idea general es que cualquier mujer estaría encantada por contraer nupcias y acceder a un trono, ¿no? Lo que me deja claro que no eres cualquiera. Brindemos por eso, y por tu matrimonio. Ah, y porque la paz reine este lugar —alzó su copa de forma caprichosa con aquel líquido verde y lo chocó con el ajeno. Dio tremendo trago, al grado de beberse todo el contenido, que ya no era mucho, de todos modos. Además, gracias a su condición de cambiante, era más resistente al alcohol. Era eso, o que sus años en alta mar habían rendido frutos, y los recuerdos de esas andadas no sólo estaban en su memoria y en su piel, como tatuajes, sino en otros aspectos de su vida.
—De momento, lo has dicho bien —volvió a reír y a llamar al tabernero. Cuando se acercó, le dijo que dejara la botella de ajenjo y que les llevara la de aguardiente, pues la plática iba a ser larga. Una vez que se marchó, regresó su atención a Amanda y arqueó una ceja.
—Por eso siempre me caíste bien. Vas directo al grano. ¿Tienes alguna propuesta interesante? Perdón que pregunte eso antes de responderte, pero en medida de ello, estaré ocupado o no, y dispuesto a negociar —se peinó el bigote con suspicacia y le guiñó un ojo con total descaro. Amanda, antes que ser su reina, era su compañera de algunas aventuras marítimas y nada tenía por qué cambiar.
El encargado del local les llevó las botellas como se lo había pedido y Reinout se sirvió un poco más del hada verde.
—Sólo espero que la propuesta no sea una trampa para cometer algo que de hecho me grajee un castigo. Sería muy astuto de tu parte. Darle una condena ejemplar al legendario pirata —continuó sin modestia alguna. Era broma, claro, aunque en ella dejaba entrever por qué lo llamaron zorro demasiado astuto antaño. No era en vano.
La visita a su país natal había resultado mejor de lo que esperaba. Usualmente hacía todos los mandados de su padre de muy mala gana, pero ahí estaba ahora, reencontrándose con Amanda, y con una posible puerta abierta para regresar al mar. ¿Qué más podía pedir? Dio un nuevo trago a su bebida, como si brindara consigo mismo por lo bien que habían resultado las cosas.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Capsizing the Sea {Privado}
Añoraba la frescura que los hombres como él traían consigo, una especie de regalo que caracterizaba a todos los hombres de mar que había conocido y que los equiparaba a los tesoros que solían obsesionarlos, hasta el punto de convertirlos, incluso para una mecenas como yo, en algo mucho más valioso que las joyas de lugares lejanos que pudieran traer. Con Reinout, igual que me sucedía con el otro capitán de barco de mi no vida, podía permitirme ser sincera hasta el punto de contarle cosas que no contaría a casi nadie más, y mucho menos tras tan poco contacto como, objetivamente hablando, había tenido con él. Había algo en él, tal vez la firmeza de sus ojos astutos, su sonrisa fácil o su vida desvergonzada, que invitaba a las confidencias sinceras, y en ello precisamente me encontraba, respondiendo a unas preguntas que, de habérmelas hecho otro, habría ignorado vilmente; sin embargo, con él casi me faltaba tiempo para solucionar cada una de sus dudas, reír con cada broma o ponerme seria cuando hiciera falta. No se trataba, de eso estaba segura, de un simple encaprichamiento o del comienzo de un amorío; mi corazón se encontraba cerrado bajo siete llaves, y no había forma humana de verlo de ese modo, por mucha atracción que pudiera llegar a existir (y, en ese caso, me temía que la había). Se trataba de una compatibilidad de caracteres, del mutuo descubrimiento de cosas en común de la forma más accidental posible y que habíamos sido capaces de mantener con el tiempo pese a que hubiéramos cambiado, él declarando su intención de sembrar raíces y yo con un matrimonio que despreciaba y deshonraba casi a diario. Nuestros espíritus, lo que nos hacía Amanda y Reinout respectivamente, permanecían intactos, y muy probablemente por ello seguíamos siendo capaces de hablar con esa frescura, tan alejada de los rígidos protocolos de mi vida pública como cabía esperar, y tan atrayente precisamente por eso, aparte de porque se trataba de él, y nadie más que él.
– No soy cualquiera, ¿recuerdas? Una monarca habitualmente castigaría la piratería en sus aguas, pero Isabel de Inglaterra me enseñó que hay circunstancias en las que ciertos actos merecen ser tratados de forma distinta. No soy adivina, por supuesto, pero tal vez en tu futuro haya menos prisiones y grilletes y más ganancias y patentes de corso de lo que crees. – dejé caer, sonriendo con astucia, y supe que tenía su atención no solamente por el respeto mutuo que nos teníamos y que nos obligaba, aunque lo hacíamos encantados, a escuchar al otro, sino también por el contenido de mis palabras. ¿Cuántas veces le habían hecho una oferta semejante...? Desde luego, en reinados anteriores no, pero, como él mismo había dicho, yo no era cualquiera, y tenía mi propia y controvertida manera de hacer las cosas, que traía resultados pese a que muchos arrugaran la nariz ante mis actos, por mujer, por extranjera y por poco ortodoxa. – Tal vez hayas escuchado el fin de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, que en paz descanse. Su desaparición abre camino a todo aquel lo suficientemente inteligente para aprovecharse de una ruta ya establecida, con claros beneficios, pero no menos evidentes riesgos, y me gustaría aprovecharla pese a que la Compañía ya no exista. – expuse, a grandes rasgos, y no fue hasta que brindé de nuevo con él y el alcohol no bajó, despacio y casi arrastrándose, por mi garganta que decidí continuar de nuevo, con los labios ardiendo y casi picantes tras el contacto con el vaso y ante la posibilidad de negocio existente si él era lo suficientemente astuto para aprovecharla. Conociéndolo, no tenía la menor duda de que lo haría. – Por otro lado, el Imperio español está en un declive más que claro, a estas alturas. Su armada está en condiciones patéticas y son blanco de ataques constantes que impiden que el oro y las riquezas de sus colonias lleguen al continente. En cualquiera de los dos casos, hay ganancias y hay una reina dispuesta a pagarte por ellas, así que esa es mi oferta: sé mi corsario. – ofrecí.
– No soy cualquiera, ¿recuerdas? Una monarca habitualmente castigaría la piratería en sus aguas, pero Isabel de Inglaterra me enseñó que hay circunstancias en las que ciertos actos merecen ser tratados de forma distinta. No soy adivina, por supuesto, pero tal vez en tu futuro haya menos prisiones y grilletes y más ganancias y patentes de corso de lo que crees. – dejé caer, sonriendo con astucia, y supe que tenía su atención no solamente por el respeto mutuo que nos teníamos y que nos obligaba, aunque lo hacíamos encantados, a escuchar al otro, sino también por el contenido de mis palabras. ¿Cuántas veces le habían hecho una oferta semejante...? Desde luego, en reinados anteriores no, pero, como él mismo había dicho, yo no era cualquiera, y tenía mi propia y controvertida manera de hacer las cosas, que traía resultados pese a que muchos arrugaran la nariz ante mis actos, por mujer, por extranjera y por poco ortodoxa. – Tal vez hayas escuchado el fin de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, que en paz descanse. Su desaparición abre camino a todo aquel lo suficientemente inteligente para aprovecharse de una ruta ya establecida, con claros beneficios, pero no menos evidentes riesgos, y me gustaría aprovecharla pese a que la Compañía ya no exista. – expuse, a grandes rasgos, y no fue hasta que brindé de nuevo con él y el alcohol no bajó, despacio y casi arrastrándose, por mi garganta que decidí continuar de nuevo, con los labios ardiendo y casi picantes tras el contacto con el vaso y ante la posibilidad de negocio existente si él era lo suficientemente astuto para aprovecharla. Conociéndolo, no tenía la menor duda de que lo haría. – Por otro lado, el Imperio español está en un declive más que claro, a estas alturas. Su armada está en condiciones patéticas y son blanco de ataques constantes que impiden que el oro y las riquezas de sus colonias lleguen al continente. En cualquiera de los dos casos, hay ganancias y hay una reina dispuesta a pagarte por ellas, así que esa es mi oferta: sé mi corsario. – ofrecí.
Invitado- Invitado
Re: Capsizing the Sea {Privado}
Ya fuera en alta mar, como una más de una tripulación maldita, o como reina ahora de la misma nación que lo había visto nacer, Amanda poseía algo que Reinout no alcanzaba a precisar, que la hacía certera. Una habilidad que no sabía si se debía a su inmortalidad o que siempre había tenido. Quizá algún día se atrevería a preguntarle sobre aquellos años de mortalidad, aunque los vampiros que había conocido, aparte de ella, claro, eran bastante recelosos de esos secretos. Recargó un codo sobre la mesa, y colocó la barbilla sobre la mano, atento y ávido. Poco a poco, ante sus ojos que han visto mucho, y aún así, no lo han visto todo, se estaba abriendo una puerta, una que lo dejaba salir de su jaula una vez más. Sabía reconocer las ofertas que valían la pena, y también, las miles de posibilidades que con ellas llegaban.
Desde que había llegado a tierra para quedarse (esperaba que no definitivamente), no había sentido latir su corazón como lo estaba haciendo en ese momento. Se odió, y no, por ello; sabía que Amanda estaría al tanto de ese aumento de velocidad y fuerza en la sangre que corría por sus venas. Sonrió, como siempre, ahí estaban las palabras indicadas. Sus dientes blancos se unieron al bigote rojo en un gesto que muchos catalogarían de codicioso, pero no en Reinout; en él eran ansias de volver al sitio que jamás debió dejar atrás.
—Por supuesto. Una pena —chasqueó y negó con la cabeza. Si bien el hecho había cambiado los paradigmas del comercio marítimo y más, sobre todo en su país, también significaba una oportunidad muy grande para los van Bergeijk, del lado de los negocios legales; y para él, del lado de los no tan legales.
Conforme Amanda fue hablando, Reinout fue enarcando una ceja más y más. Se sintió como niño en confitería, y aunque podía perder los modos con toda confianza frente a ella, prefirió no hacerlo. Aunque la respuesta parecía implícita entre ambos, decidió prolongar el momento y con calma, se sirvió ajenjo nuevamente y dio un nuevo trago. Como Ren en una taberna en el fin del mundo, el nombre que tomó cuando surcaba los océanos, se limpió el bigote con el puño del saco, sin modales algunos.
—Déjame decirte que si esta es tu forma de gobernar, los Países Bajos van a construir un imperio más grande que el español —rio de buena gana—. Me gusta lo poco ortodoxa que eres, aunque no podía esperar otra cosa. Tienes al hombre indicado para tus planes, y si no fuera porque arriesgaría el pellejo, ni siquiera consideraba quedarme un porcentaje, porque navegar y… ser un pirata de nuevo —bajó la voz, aunque más como una broma—, era lo que había estado deseando desde hace tiempo. Vamos a formalizarlo, que no se diga que no seguimos los protocolos —y con ello, estiró una mano, para cerrar el trato. Por supuesto que faltaban detalles, pero éstos vendrían conforme cada encomienda le fuera asignada. Aunque se trataba de alguien desesperado, también sabía cómo funcionaban estas cosas. No sería la primera corona a la que iba a servir; eso sí, mucho más allá de que se tratara de la se su nación, su lealtad ahora estaba aquí, por ser Amanda, por sobre todas las cosas.
—Vine de muy mala gana hasta aquí, he estado en París últimamente, sin embargo me alegro de haberlo hecho. Amanda, siempre es un placer charlar y trazar planes contigo —le dijo en un tono cómplice y juguetón. Esa mujer lo tenía todo, sin mentir, más ahora vistiendo una corona; era hermosa e inteligente, divertida, cruel, elegante, todo un deleite.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Re: Capsizing the Sea {Privado}
Eran muchas las palabras que podían definirme, tanto porque nunca había sido una persona fácil (incluso mis amos me lo habían dicho, siempre antes de una paliza particularmente violenta por algún mal comportamiento) como porque, al ser longeva, me había desarrollado de una forma personal y diferente a la de otros seres de mi misma edad. Ambos factores, suponía, eran lo que había terminado por configurarme tal y como era, un libro cerrado para muchos pero abierto y con la letra clara para otros como él, Reinout, un lobo de mar que ansiaba volver a su elemento tanto como yo ansiaba desarrollar las miras que tenía puestas en mi reino. Astuto, como siempre, había descubierto parte de mi treta para ampliar el imperio marítimo neerlandés, pero no llegó a sorprenderme porque eso y mucho más era lo que me esperaba de Reinout Van Bergeijk, a quien tenía en tan alta estima que había sido mi primera elección para el acuerdo que acababa de poner sobre la mesa y que él, felizmente, aceptó. A fin de cuentas, entre esa marabunta de términos que podían y debían usarse para describirme, práctica era uno de los más preeminentes, igual que ambiciosa, y ambos sumados daban como resultado mi tendencia a adentrarme en asuntos de moral dudosa y que otros monarcas no se atrevían a abrazar ni siquiera en la clandestinidad, como yo. ¿Qué podía decir en mi defensa? También era una mujer atrevida, algo que había atraído a mi interlocutor en el pasado casi tanto como la similitud física que había existido entre nosotros antes de que el fuego de mis cabellos se hubiera apagado; desde el inicio, los dos sabíamos que había nacido una complicidad particular entre nosotros que daría como resultado algo grande, y yo solamente me estaba encargando de que así fuera. Por mucho que nos hubiéramos encontrado como fruto de una agradable casualidad, ambos sabíamos bien lo que queríamos, y eso derivaba en acuerdos comerciales como el que acabábamos de cerrar, a la espera de posteriores reuniones en las que pudiéramos debatir las condiciones de nuestro acuerdo.
– Fíjate qué maravilla, mi presencia aquí ha sido como la respuesta a todas tus plegarias, ¿quién necesita rezar cuando puedes confiar en la fortuna de que la reina Smith se encuentre en el mismo lugar al que vas a acudir tú? – bromeé, aunque sólo a medias, sin regodearme en el contacto de su mano mientras cerrábamos el trato porque preferí colocarla en la madera de la mesa, sólida y sorprendentemente limpia dado el lugar en el que nos encontrábamos. – Sí, esta es mi forma de gobernar. Intento ser diplomática, pero nunca es sencillo con mi carácter; aun así, me las apaño bien, y lo que mi marido y los nobles no me permiten hacer como monarca, lo hago como mujer que ha amasado una gran fortuna y que puede permitirse un par de excentricidades, como acudir a una taberna de mala muerte y beber con marineros peligrosos. – añadí, restando importancia con un gesto a la posible oposición a la que me enfrentaba, y que, pese a que sí que era notable, no era tanto dolor de cabeza como había supuesto al inicio. La mayor parte de la nobleza neerlandesa era capaz de ver la importancia que tenía el mar en un reino como el nuestro, y pese a su desconfianza inicial siempre accedían a cambiar de idea en cuanto veían resultados prometedores, como los que les había mostrado hasta aquel momento. Por mucho que les pesase, estaba hecha de una pasta mucho más regia que el bárbaro que tenía por marido, y por eso nunca les había quedado más remedio que acatar mis decisiones, ya que los hechos siempre habían terminado por darme la razón. Ventajas de la edad, ¿no? – ¿París? Una elección extraña; ¿qué lleva a un lobo de mar a asentarse en el reino galo pero lejos del mar? Es decir, entiendo por qué he podido terminar yo asentando mi segundo hogar allí, sobre todo con la posibilidad de poseer un museo como el Louvre, pero ¿y tú? ¿Tan seria era tu determinación de abandonar la vida en alta mar? – pregunté, con genuina curiosidad.
– Fíjate qué maravilla, mi presencia aquí ha sido como la respuesta a todas tus plegarias, ¿quién necesita rezar cuando puedes confiar en la fortuna de que la reina Smith se encuentre en el mismo lugar al que vas a acudir tú? – bromeé, aunque sólo a medias, sin regodearme en el contacto de su mano mientras cerrábamos el trato porque preferí colocarla en la madera de la mesa, sólida y sorprendentemente limpia dado el lugar en el que nos encontrábamos. – Sí, esta es mi forma de gobernar. Intento ser diplomática, pero nunca es sencillo con mi carácter; aun así, me las apaño bien, y lo que mi marido y los nobles no me permiten hacer como monarca, lo hago como mujer que ha amasado una gran fortuna y que puede permitirse un par de excentricidades, como acudir a una taberna de mala muerte y beber con marineros peligrosos. – añadí, restando importancia con un gesto a la posible oposición a la que me enfrentaba, y que, pese a que sí que era notable, no era tanto dolor de cabeza como había supuesto al inicio. La mayor parte de la nobleza neerlandesa era capaz de ver la importancia que tenía el mar en un reino como el nuestro, y pese a su desconfianza inicial siempre accedían a cambiar de idea en cuanto veían resultados prometedores, como los que les había mostrado hasta aquel momento. Por mucho que les pesase, estaba hecha de una pasta mucho más regia que el bárbaro que tenía por marido, y por eso nunca les había quedado más remedio que acatar mis decisiones, ya que los hechos siempre habían terminado por darme la razón. Ventajas de la edad, ¿no? – ¿París? Una elección extraña; ¿qué lleva a un lobo de mar a asentarse en el reino galo pero lejos del mar? Es decir, entiendo por qué he podido terminar yo asentando mi segundo hogar allí, sobre todo con la posibilidad de poseer un museo como el Louvre, pero ¿y tú? ¿Tan seria era tu determinación de abandonar la vida en alta mar? – pregunté, con genuina curiosidad.
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Re: Capsizing the Sea {Privado}
Sin dejar de mirarla como quien observa tierra a la distancia, Reinout se recargó con más comodidad en su asiento; una desvencijada silla de madera, no es que esperara otra cosa en un sitio como ese. Movió el bigote con suspicacia y debajo de él, esa sonrisa ladina que siempre parecía acompañarlo se arqueó aún más, como una luna creciente. Quizá no era el hombre más apuesto que podías toparte, ni como pirata, ni como aristócrata, pero era ese encanto gatuno, pícaro y sagaz el que irremediablemente atraía a las personas; lo tornaba un sujeto interesante, o eso había escuchado él. Terminó por retorcer la punta del mostacho con el índice y el pulgar diestros.
—Es que, ¿quién se va a atrever a detener a Amanda Smith, no? Sólo un tonto. Creo que si alguien es capaz de balancearlo todo, esa eres tú. Confieso que tu forma de llevar a esta gran nación me parece mejor. —Pausó y se inclinó al frente, al parecer para decirle algo en confidencia—. Aunque no seas de aquí —le dijo como si se tratara de un gran secreto. Le guiñó un ojo luego. Estaba bromeando. Cuando se tenía la edad de la reina, las nacionalidades pasaban a segundo plano, o a estorbar. Si él mismo a veces se sentía de todos lados y de ninguno, no se imaginaba alguien como ella.
—Pues sí, ha sido una coincidencia más que afortunada. —Se estiró en su lugar como el gato que era—. Porque fue coincidencia, ¿verdad? No me estabas esperando o algo parecido, ¿no? —Rio de buena gana y entrelazó las manos, para descansarlas sobre la mesa, en una posición casi seria, y es que era imposible tratándose de él que parecía tener la risa en los ojos y las pestañas, en los hoyuelos de las mejillas y en la punta de los bigotes.
—Ah, eso. —Pareció serenarse, pero sólo brevemente—. No mi determinación de dejar el mar, esa no existe, el mar es a donde pertenezco, sino las responsabilidades de heredero van Bergeijk, ¿puedes creerlo? ¡¿Yo?! ¡Asentado en París, lejos de la costa…! —Fue a continuar pero se detuvo de pronto—. Espera, espera, ¿qué dijiste? ¿Tú también tienes negocios… o lo que sea, en París? ¡Habérmelo dicho antes! Estuve dando tumbos por ahí por mucho tiempo. Evidentemente mis camaradas de alta mar no están en una ciudad tan refinada, y no conozco a nadie de la clase alta, la gente con la que se supone debería trabar amistad, cerrar negocios y toda esa basura, pero no me interesa. Claro que me he topado a algunos viejos conocidos, sobre todo considerando que recorrí todos los océanos, del Nuevo Gales del Sur a las Indias Occidentales, pero no es lo mismo. —De ese modo, Reinout lució como un niño. Un niño de verdad, emocionado con la idea de que Amanda, como él, pudiera estar frecuentando la capital francesa, triste por no tener con quien hablar o salir de fiesta, y todas las emociones posibles que se pueden encontrar en medio.
—Aunque supongo que la corona te demanda mucho tiempo aquí, ¿no? No puedo ni imaginarme como es, la verdad, pero entiendo lo difícil que puede ser deslindarse de lo que la gente espera de ti. Al menos tú eres la monarca… quien te cuestione… —Hizo una seña con la mano, indicando un corte en su propio blanco cuello, y la acompañó de un sonido como crujido.
—En fin, creo que me estoy desviando. —Al menos, pensó, Amanda lo conocía y no se sentiría aturdida como era la mayoría de las veces cuando se ponía a hablar así como lo estaba haciendo y la otra persona no sabía de sus manías—. Sí, París, ahora estoy en París como mensajero de mi padre, pero… si tú también estás ahí, o vas con frecuencia, podríamos trazar nuestros planes de dominación mundial allá. —Aunque evidentemente era parte broma, la oferta iba muy en serio.
¿Quién iba a sospechar de un heredero y de la mismísima reina de los Países Bajos? Peor aún, tan lejos del mar, en pleno París.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/09/2015
Localización : París
Re: Capsizing the Sea {Privado}
Siempre me habían atraído los gatos, incluso cuando era humana. De niña, en la tribu donde me había criado, algunos de mis hermanos se entretenían cazándolos como si fueran cualquier otra bestia, disfrutando del desafío que suponían unos animales tan difíciles como ellos, mientras que yo, cuando los descubría, los liberaba sin dudarlo. Ya entonces había admirado su astucia, esa inteligencia que eran capaces de esconder debajo de un aspecto encantador y, en muchas ocasiones, incluso bello, y aunque había sido la única que había pensado de tal modo, mi opinión no había cambiado ni siquiera con mi muerte y mi posterior conversión. Sí habían cambiado mis relaciones con los gatos y mi conocimiento sobre ellos, pues ante mí se había abierto un mundo de posibilidades en el que, del mismo modo que yo bebía sangre y tenía vida eterna, había hombres y mujeres que se transformaban en animales, felinos incluidos. Así, mi anterior fascinación por aquellos animales se convirtió en una inmediata atracción por aquellos cambiantes que poseían una naturaleza felina con la que yo, aunque no del mismo modo, me sentía igual de identificada, y que contrastaba vivamente con el odio que profesaba a los que aullaban a la luna llena cada maldito mes, fuera por completo de sí. Y, claro, eso había tenido consecuencias claras, entre ellas que en mi círculo siempre hubiera habido, al menos, un cambiante felino, y que sintiera hacia ellos un respeto inexplicable, ganado a pulso en el caso particular de Reinout, que les permitía tomarse muchas licencias conmigo, incluido tratarme como a una vieja amiga, que es lo que era. En el caso particular del, aparentemente, heredero de los Van Bergeijk, eso implicaba que estuviera encantada de seguir el frenético y caótico ritmo de sus palabras, las cuales me sonaban incluso elocuentes y ordenadas, pero no sabía hasta qué punto se debía al magnetismo felino que desprendía o al simple hecho de que él, como hombre, se había ganado un hueco en mi pequeño y a veces frío corazón. Probablemente, conociéndome, fuera un poco de ambas.
– Te prometo por lo más sagrado en lo que creas que no te he estado esperando aquí a propósito. Es decir, sí, si hubiera querido buscarte habría empezado por una taberna, pero ¿aquí? No, ha sido una bendita casualidad. – sonreí, no pude evitar hacerlo, y entrelacé las piernas bajo el vestido pesado que llevaba, una muestra de recato en un mundo de hombres y que, sin embargo, al menos para aquellos que dominaba mi zorruno amigo, me garantizaba su respeto sin ningún atisbo de duda. – No te lo he mencionado porque, entiéndeme, ¿qué pinta un marinero como tú tan lejos de la costa? Como no te hayas puesto a navegar por el Sena, y estoy bastante segura de que me habría enterado si así fuera, no es como si me pareciera una ciudad propia de ti, refinamientos o no aparte. – expliqué, y era cierto, pues en el caso de que hubiera decidido buscar a Reinout por algún motivo, aparte de retomar nuestra amistad, habría empezado por los Países Bajos, un reino literalmente robado al mar, y después habría ido siguiendo las líneas de costa hasta, tarde o temprano, dar por él. Haber terminado en una ciudad de interior daba una muestra muy clara de hasta qué punto ser heredero de su familia no iba con él, pero, por otro lado, ambos teníamos en común nuestra capacidad para afrontar lo que nos venía impuesto y sacarle el mayor provecho posible, de modo que le sonreí de nuevo y entrecerré los ojos un tanto, mirándolo. – Divido mi tiempo entre el Palacio Real de este amado reino nuestro y mi propia residencia en París. Antes de acceder al trono ya vivía allí, es una ciudad que tiene un encanto que me apasiona, y de hecho allí tengo muchos negocios e incluso una galería de arte propia, el Museo del Louvre. ¿Lo conoces? Estás más que invitado a reunirte allí conmigo, tal vez podamos establecer nuestro gobierno provisional allí... – propuse, medio bromeando, pero después hablé en serio, como él captó enseguida. – Puedo darte lo que necesites de la clase alta parisina: contactos, medios, nombres, lo que desees. Sólo tienes que pedirlo, es lo menos que puedo hacer por un viejo amigo como tú.
– Te prometo por lo más sagrado en lo que creas que no te he estado esperando aquí a propósito. Es decir, sí, si hubiera querido buscarte habría empezado por una taberna, pero ¿aquí? No, ha sido una bendita casualidad. – sonreí, no pude evitar hacerlo, y entrelacé las piernas bajo el vestido pesado que llevaba, una muestra de recato en un mundo de hombres y que, sin embargo, al menos para aquellos que dominaba mi zorruno amigo, me garantizaba su respeto sin ningún atisbo de duda. – No te lo he mencionado porque, entiéndeme, ¿qué pinta un marinero como tú tan lejos de la costa? Como no te hayas puesto a navegar por el Sena, y estoy bastante segura de que me habría enterado si así fuera, no es como si me pareciera una ciudad propia de ti, refinamientos o no aparte. – expliqué, y era cierto, pues en el caso de que hubiera decidido buscar a Reinout por algún motivo, aparte de retomar nuestra amistad, habría empezado por los Países Bajos, un reino literalmente robado al mar, y después habría ido siguiendo las líneas de costa hasta, tarde o temprano, dar por él. Haber terminado en una ciudad de interior daba una muestra muy clara de hasta qué punto ser heredero de su familia no iba con él, pero, por otro lado, ambos teníamos en común nuestra capacidad para afrontar lo que nos venía impuesto y sacarle el mayor provecho posible, de modo que le sonreí de nuevo y entrecerré los ojos un tanto, mirándolo. – Divido mi tiempo entre el Palacio Real de este amado reino nuestro y mi propia residencia en París. Antes de acceder al trono ya vivía allí, es una ciudad que tiene un encanto que me apasiona, y de hecho allí tengo muchos negocios e incluso una galería de arte propia, el Museo del Louvre. ¿Lo conoces? Estás más que invitado a reunirte allí conmigo, tal vez podamos establecer nuestro gobierno provisional allí... – propuse, medio bromeando, pero después hablé en serio, como él captó enseguida. – Puedo darte lo que necesites de la clase alta parisina: contactos, medios, nombres, lo que desees. Sólo tienes que pedirlo, es lo menos que puedo hacer por un viejo amigo como tú.
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Re: Capsizing the Sea {Privado}
¿Cómo alguien era capaz de ser salvaje y elegante a la vez, con la misma intensidad? Reinout se abstrajo en Amanda, pensando en eso. Era fascinante y sólo rio, que la estuviera observando así no quería decir que no le hubiera prestado atención. A pesar de la aseveración le creía, aunque esa mujer parecía siempre tener un plan.
—¡Es tristísimo! ¿No? —en cambio, respondió. Se llevó una mano a la frente en un gesto dramático—. Yo, lejos del mar. ¿Lo ves? Por eso no nos habíamos reencontrado, porque ¿quién iba a buscar en una ciudad como esa… Aunque eso de navegar el Sena no suena mal —divagó, que no era nada raro en él. Pero luego de sus reflexiones, pareció querer retomar el hilo de la conversación, ayudó mucho todo lo que su vieja amiga le estaba ofreciendo.
—Vaya, vaya, el Louvre, eso es más que una galería de arte, pero qué modestia. Fui recién llegué a la ciudad, no sabía que… bueno, ¡que era tuyo! Sé que soy un apestoso pirata, pero me gusta el arte —se defendió, aunque todo en tono de broma—. Suena como un lugar ideal para nuestro gobierno provisional, sí, siempre tienes las mejores ideas —halagó, y aunque era una exageración, en verdad lo creía. Esa era la cosa con Reinout, no siempre mentía, pero si le convenía, o divertía como era el caso, podía inflar los hechos y las palabras.
—Es una oferta más que generosa la que haces, y abusando de tu buena voluntad, tomaré la invitación. Es más, uff… como podrás imaginar, me quedé sin tripulación, el barco que navegaba como Ren aún lo conservo, oculto por ahí, porque la armada británica lo tiene bastante ubicado. —Y rio con burla de los pobres ingleses, a los que les hizo la vida imposible, aún más que a los españoles—. Podría llamar a algunos de los sujetos que me acompañaron, una vez que demos marcha a nuestros planes, pero definitivamente necesitaré hombres. —Se frotó las manos como villano de cuento para niños, y echó un vistazo al tabernero, que en algún punto estuvo bajo su comando.
—No creo mucho en señales y esas cosas, pero, vaya… haberte encontrado aquí, justo en un lugar donde el tabernero es un viejo amigo, no soy tan tonto como para no ver que es mi oportunidad —y sonó esperanzado, ¡él! El más cínico de los cínicos, pero es que la sola posibilidad de regresar a navegar lo ponía como niño en Navidad. Alzó el vaso a modo de brindis, dirigiéndose al cantinero en turno, quien le respondió con una risa.
—En fin, mira… este lugar es… es demasiado frecuentado por marineros, rectos y no, podría parecer el lugar propicio para esta conversación, pero no lo es, demasiados oídos que entienden de lo que hablamos. —Le guiñó un ojo—. Yo regreso a París mañana o pasado mañana, todo depende, pero será pronto, ¿será que pueda molestarte en esa “galería” que dices que tienes? —E hizo el ademán de las comillas con la mano, porque, como había dicho, decirle galería al Louvre era como decirle pequeño pueblo a la mismísima París.
—No sólo para continuar esta charla, y este negocio, sino porque… soy sincero cuando te digo esto, Amanda, me alegra mucho haberme reencontrado contigo, oferta o no, reina o no. Dicen que las mujeres y el mar no se mezclan, pero conocí un par de excepciones en mis años bucaneros, y tú fuiste una de ellas. Hay algo muy… ¿cómo decirlo? Sensual, en las mujeres que saben echar una amarra. —Y rio, una risita traviesa. Reinout era así, no ocultaba lo que pensaba, no cuando existía cierta confianza y aunque el vampiro le inspiraba incluso respeto (algo que no cualquiera), el aprecio era muy real. Amanda siempre le pareció un enigma que era mejor apreciarlo como tal, que tratar de descifrarlo.
Reinout van Bergeijk- Cambiante Clase Alta
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Re: Capsizing the Sea {Privado}
Reinout poseía una jovialidad innata, un carácter ligero y alegre que a veces enmascaraba su faceta más dura, la que lo había convertido en un legendario lobo de mar con una reputación conocida en todos los reinos que lo tenían en busca y captura. Si bien algunos, menos duchos que yo por contar con menos experiencia al respecto, eran incapaces de ver más allá del hombre de trato fácil y bigote puntiagudo y se mostraban demasiado tal y como eran, yo no era dada a cometer esos errores, y ello me había permitido conocerlo bien. Es más, hasta tal punto lo consideraba próximo que no me sorprendió lo más mínimo que aceptara mi proposición, tanto por eso como por el hecho de que era la opción mejor para alguien tan inteligente como él: en eso también estábamos de acuerdo. Lo que me sorprendió más fue su instante de debilidad y de sinceridad al final, cuando, tras avisarme de que la taberna era toda oídos, se prestó a un tono tan travieso que yo no pude sino responderle con una sonrisa y un suavecísimo roce en los labios con los míos propios, más por estar a la altura de las circunstancias que con otro tipo de afán. ¿Por qué arruinar algo que ya era bueno, como nuestra relación, con algo que sólo podía ser confuso, dadas nuestras circunstancias...? Me enorgullecía de ser una mujer pasional y voluble, y lo cierto era que seguía siéndolo aunque me hubiera refrenado un tanto por las circunstancias, pero era capaz de mantener la racionalidad en más ocasiones de las que daba a entender a simple vista, y aquella fue una de esas situaciones en concreto. Así pues, me aparté de nuevo y me apoyé, con gesto indolente, en la mesa sobre la que estábamos tramando un posible encuentro y una vía directa hacia su futuro con mi mecenazgo. Quién me había visto y quién me veía: de ayudar a artistas a hacerlo con piratas prófugos de otros reinos...
– Mi querido Reinout, se hace lo que se puede a la hora de echar amarras, me alegra comprobar que sigo contando con el talento que creía poseer en esa habilidad en concreto. – bromeé y sonreí, siguiendo con el mismo tono que él había decidido utilizar y que, francamente, consideraba que le iba que ni pintada a la situación. Por mucho que hubiéramos estado hablando de que se convirtiera en una especie de mercenario del mar para mí, seguía existiendo una amistad muy bien arraigada entre nosotros, relación gracias a la cual nos permitíamos mantener una conversación menos tensa que si fuera una negociación con cualquiera de los nobles de mi reino, horribles la mayor parte de ellos. – Sin embargo, me temo que mi relación con la mar no es tan estrecha como lo es la tuya, y en todos tus asuntos de buscarte hombres no puedo ayudarte, deberás encargarte tú solo. A menos, claro, que necesites a esos hombres para otros asuntos, pero creo que tu hombría no ha quedado nunca en entredicho, así que no empezará ahora. – le pinché, sonriendo un poco más ampliamente que antes, y claramente bromeando todavía. Lo cierto era que él, arrogante y con su estampa altiva, no dejaba duda posible con respecto a su identidad, y nadie que lo viera podría dudar que era un hombre hecho y derecho, de los pies a la cabeza: ni siquiera era necesario verle el bigote para llegar a esa conclusión. Sin embargo, elegí abandonar un tanto el tono de broma, aunque no la jovialidad, para despedirme de él, pues la conversación estaba empezando a llegar a su fin ya. – Bien, bromas aparte... Te esperaré en el Louvre. Cuando vayas, asegúrate de preguntar por mí y de identificarte: no siempre estoy allí porque a veces tengo otras ocupaciones, como estoy segura de que sabes, así que en el improbable caso de que no pueda recibirte, al menos sabré que debo buscarte y encontrarte. Hasta entonces, estimado Reinout, debo despedirme. Como sabes, mi tiempo aquí se termina. – concluí, con una sutilísima referencia al amanecer, y entonces me despedí de él con un rápido abrazo y la promesa de que nos veríamos de nuevo, más pronto que tarde.
– Mi querido Reinout, se hace lo que se puede a la hora de echar amarras, me alegra comprobar que sigo contando con el talento que creía poseer en esa habilidad en concreto. – bromeé y sonreí, siguiendo con el mismo tono que él había decidido utilizar y que, francamente, consideraba que le iba que ni pintada a la situación. Por mucho que hubiéramos estado hablando de que se convirtiera en una especie de mercenario del mar para mí, seguía existiendo una amistad muy bien arraigada entre nosotros, relación gracias a la cual nos permitíamos mantener una conversación menos tensa que si fuera una negociación con cualquiera de los nobles de mi reino, horribles la mayor parte de ellos. – Sin embargo, me temo que mi relación con la mar no es tan estrecha como lo es la tuya, y en todos tus asuntos de buscarte hombres no puedo ayudarte, deberás encargarte tú solo. A menos, claro, que necesites a esos hombres para otros asuntos, pero creo que tu hombría no ha quedado nunca en entredicho, así que no empezará ahora. – le pinché, sonriendo un poco más ampliamente que antes, y claramente bromeando todavía. Lo cierto era que él, arrogante y con su estampa altiva, no dejaba duda posible con respecto a su identidad, y nadie que lo viera podría dudar que era un hombre hecho y derecho, de los pies a la cabeza: ni siquiera era necesario verle el bigote para llegar a esa conclusión. Sin embargo, elegí abandonar un tanto el tono de broma, aunque no la jovialidad, para despedirme de él, pues la conversación estaba empezando a llegar a su fin ya. – Bien, bromas aparte... Te esperaré en el Louvre. Cuando vayas, asegúrate de preguntar por mí y de identificarte: no siempre estoy allí porque a veces tengo otras ocupaciones, como estoy segura de que sabes, así que en el improbable caso de que no pueda recibirte, al menos sabré que debo buscarte y encontrarte. Hasta entonces, estimado Reinout, debo despedirme. Como sabes, mi tiempo aquí se termina. – concluí, con una sutilísima referencia al amanecer, y entonces me despedí de él con un rápido abrazo y la promesa de que nos veríamos de nuevo, más pronto que tarde.
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