AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tangled in the great escape {Privado}
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Tangled in the great escape {Privado}
Tenía los ojos cerrados con tanta fuerza que veía chiribitas en los párpados apretados; los puños tan tensos, a ambos lados del cuerpo, que la piel pálida aún lo parecía más de lo que ya, de por sí, era. Tumbada sobre el lecho, completamente desnuda, ojalá estuviera sola, pero ya nunca lo estaba, ni siquiera aunque no hubiera nadie a mi alrededor. En este caso, la compañía no sólo estaba dentro de lo más profundo de mí, sino que también estaba entrando y saliendo de mi cuerpo sin nada de cuidado, de forma tan dolorosa que sentía... quería que mis manos se apretaran en su cuello, no en las sábanas.
Eso es, hay que matarlo, haz que pague por esta corrupción...
No contento con ello, porque algunos hombres nunca lo estaban (eso no lo recordaba: lo había aprendido en los escasos días que llevaba en aquel burdel, donde ¿había estado antes...? ¿O no?), me abofeteó y me obligó a abrir los ojos de golpe. La luz me golpeó como lo había hecho él, titilante en las velas que se movían con cada respiración, por breve que fuera; las espirales de color invadieron su cara y lo volvieron agradable un momento, pero después, cuando me llevó las manos al cuello, se me pasó la breve impresión.
¡Hay que detenerlo! ¡Páralo! ¡No puedes permitir que nos trate así! Vamos, Alchemilla, ¡detente!
Pero no lo hice. Ni iba a hacerlo. No quería morir, no sin recordar todo lo que se me había esfumado de los pensamientos, pero no quería tampoco desobedecer, y sabía que era peor hacerlo, aunque parte de mí, una que apenas controlaba, se resistiera a la idea. Simplemente lo sabía: él era un hombre que prefería tomar el control, que acabaría rápido si así era, y efectivamente, antes siquiera de que me desmayara por falta de aire y cuando casi me dolían los pulmones por no respirar, se corrió y me soltó.
Tendrías que haberlo matado.
Respiré hondo, y mientras tanto, él se apartó de mí como si le diera asco y me lanzó las monedas a la cama, arrugada por su culpa, y en absoluto por la mía y mi falta de movimiento y respuesta. No, no tendría que haberlo matado, porque de lo contrario no habría pagado. Y firmemente convencida de ello me incorporé, con la simiente del hombre escurriéndose entre mis muslos, y me vestí de nuevo, guardando las monedas en el escote mientras él se marchaba, dando un portazo y sin mirar atrás.
¡Valemos más que un puñado de monedas...!
No dije nada, ¿qué sentido tenía hacerlo? Discutir conmigo misma me echaría del burdel; había oído historias de compañeras que así lo decían, pero no sabía si lo habían comentado por mí o porque era cierto. No confiaba en ellas, pero realmente no confiaba en absolutamente nadie, ni siquiera en mí misma. Sólo sabía que necesitaba esas monedas, y que mi cuerpo, dolorido, era la manera más rápida de conseguirlas, nada más. Todo lo demás importaba poco...
Todo salvo recuperar la memoria, ¿no?
Me mordí el labio, dudosa, y a continuación estiré las sábanas en un intento desesperado por no pensar en ello. Por supuesto, eso sólo significaba que es lo que hice a continuación: ¿quién habría sido yo? ¿De dónde venía? ¿Tendría una familia, alguien que se preocupara por mí...? Eso último lo dudaba, pero ¿cómo podía saberlo con certeza? Aún no podía, pero llegaría el momento; debía llegar. Tan cierto como que me llamaba Alchemilla... Porque eso era cierto, ¿no?
Por supuesto que lo es. Eres Alchemilla Gillespie, nada más y nada menos.
Si tan sólo supiera qué era ese más y ese menos... En fin, no valía la pena. Me dirigí hacia el espejo para tener una superficie donde poder adecentar mi rostro, pues a diario me recordaban, y en eso sí podía saber que no me mentían, que lo que más valía de mí era mi belleza, así que debía cuidarla. Y aunque no recordara cómo había aprendido a hacerlo, sí que conocía los usos de todos los ungüentos que se esparcían por todo el tocador. Sin pensar en ello, empecé a aplicar la esencia de rosa mosqueta primero, y la de manzanilla después, suavizando la piel y dejándola intacta, como si nadie acabara de montarme.
Justo a tiempo: llaman a la puerta.
– Está abierto. – respondí, limpiándome los restos de suciedad del cuerpo con el paño de lino que había cogido a continuación y que me habían recordado por activa y por pasiva, como si fuera estúpida (¿tal vez en el pasado lo hubiera sido? Es posible, pero no lo creía así), que era una afortunada por tener. Sin mirar en su dirección, lo dejé caer y me trencé el cabello para apartarlo del rostro, de forma que, cuando lo miré no hubiera interrupciones; a los clientes no solía gustarles que así fuera. – Bienvenido, Aleksandr. – lo recibí, y quise creer que así se llamaba, porque ¿creía recordarlo...?
Su nombre no es Aleksandr. No, no, no lo llames así, ¡ni Mussorgsky!
– No, no Aleksandr. Bienvenido, Shura. – murmuré, ladeando el rostro, y aunque no sabía por qué lo sabía, sí que sabía que lo hacía. Del mismo modo, sabía que no era un hombre normal, y creía recordarlo antes... mordiéndome el cuello, tal vez, pero eso no podía saberlo simplemente mirándolo, por mucho que su bello rostro atrapara mi atención de forma inevitable.
Y no sólo la tuya...
Eso es, hay que matarlo, haz que pague por esta corrupción...
No contento con ello, porque algunos hombres nunca lo estaban (eso no lo recordaba: lo había aprendido en los escasos días que llevaba en aquel burdel, donde ¿había estado antes...? ¿O no?), me abofeteó y me obligó a abrir los ojos de golpe. La luz me golpeó como lo había hecho él, titilante en las velas que se movían con cada respiración, por breve que fuera; las espirales de color invadieron su cara y lo volvieron agradable un momento, pero después, cuando me llevó las manos al cuello, se me pasó la breve impresión.
¡Hay que detenerlo! ¡Páralo! ¡No puedes permitir que nos trate así! Vamos, Alchemilla, ¡detente!
Pero no lo hice. Ni iba a hacerlo. No quería morir, no sin recordar todo lo que se me había esfumado de los pensamientos, pero no quería tampoco desobedecer, y sabía que era peor hacerlo, aunque parte de mí, una que apenas controlaba, se resistiera a la idea. Simplemente lo sabía: él era un hombre que prefería tomar el control, que acabaría rápido si así era, y efectivamente, antes siquiera de que me desmayara por falta de aire y cuando casi me dolían los pulmones por no respirar, se corrió y me soltó.
Tendrías que haberlo matado.
Respiré hondo, y mientras tanto, él se apartó de mí como si le diera asco y me lanzó las monedas a la cama, arrugada por su culpa, y en absoluto por la mía y mi falta de movimiento y respuesta. No, no tendría que haberlo matado, porque de lo contrario no habría pagado. Y firmemente convencida de ello me incorporé, con la simiente del hombre escurriéndose entre mis muslos, y me vestí de nuevo, guardando las monedas en el escote mientras él se marchaba, dando un portazo y sin mirar atrás.
¡Valemos más que un puñado de monedas...!
No dije nada, ¿qué sentido tenía hacerlo? Discutir conmigo misma me echaría del burdel; había oído historias de compañeras que así lo decían, pero no sabía si lo habían comentado por mí o porque era cierto. No confiaba en ellas, pero realmente no confiaba en absolutamente nadie, ni siquiera en mí misma. Sólo sabía que necesitaba esas monedas, y que mi cuerpo, dolorido, era la manera más rápida de conseguirlas, nada más. Todo lo demás importaba poco...
Todo salvo recuperar la memoria, ¿no?
Me mordí el labio, dudosa, y a continuación estiré las sábanas en un intento desesperado por no pensar en ello. Por supuesto, eso sólo significaba que es lo que hice a continuación: ¿quién habría sido yo? ¿De dónde venía? ¿Tendría una familia, alguien que se preocupara por mí...? Eso último lo dudaba, pero ¿cómo podía saberlo con certeza? Aún no podía, pero llegaría el momento; debía llegar. Tan cierto como que me llamaba Alchemilla... Porque eso era cierto, ¿no?
Por supuesto que lo es. Eres Alchemilla Gillespie, nada más y nada menos.
Si tan sólo supiera qué era ese más y ese menos... En fin, no valía la pena. Me dirigí hacia el espejo para tener una superficie donde poder adecentar mi rostro, pues a diario me recordaban, y en eso sí podía saber que no me mentían, que lo que más valía de mí era mi belleza, así que debía cuidarla. Y aunque no recordara cómo había aprendido a hacerlo, sí que conocía los usos de todos los ungüentos que se esparcían por todo el tocador. Sin pensar en ello, empecé a aplicar la esencia de rosa mosqueta primero, y la de manzanilla después, suavizando la piel y dejándola intacta, como si nadie acabara de montarme.
Justo a tiempo: llaman a la puerta.
– Está abierto. – respondí, limpiándome los restos de suciedad del cuerpo con el paño de lino que había cogido a continuación y que me habían recordado por activa y por pasiva, como si fuera estúpida (¿tal vez en el pasado lo hubiera sido? Es posible, pero no lo creía así), que era una afortunada por tener. Sin mirar en su dirección, lo dejé caer y me trencé el cabello para apartarlo del rostro, de forma que, cuando lo miré no hubiera interrupciones; a los clientes no solía gustarles que así fuera. – Bienvenido, Aleksandr. – lo recibí, y quise creer que así se llamaba, porque ¿creía recordarlo...?
Su nombre no es Aleksandr. No, no, no lo llames así, ¡ni Mussorgsky!
– No, no Aleksandr. Bienvenido, Shura. – murmuré, ladeando el rostro, y aunque no sabía por qué lo sabía, sí que sabía que lo hacía. Del mismo modo, sabía que no era un hombre normal, y creía recordarlo antes... mordiéndome el cuello, tal vez, pero eso no podía saberlo simplemente mirándolo, por mucho que su bello rostro atrapara mi atención de forma inevitable.
Y no sólo la tuya...
Invitado- Invitado
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Su vida, o eternidad mejor dicho, había sufrido una serie de cambios en los últimos meses. Se había casado, y había enviudado con la misma rapidez con la que todo pasó. Aleksandr no era un «viudo negro» o algo por el estilo, pero Vesper terminó por estorbarle, y qué se le iba a hacer. Sacó provecho de todo mientras duró. Y no es que la respetara demasiado (simplemente, casi la mata en su noche de bodas), sino que estaba urdiendo demasiados planes como para ir a ese lugar. Vaya, ¡fue incluso a Italia! Y estuvo allá algunas semanas, azorando un pobre pueblo.
Sin embargo, ahora estaba de regreso. Antes de su breve matrimonio y su partida, esa puta había desaparecido. Y le importaba porque era de las más entretenidas, y cuya sangre sabía mejor. A su regreso, una de las primeras cosas que supo, casi por error, es que estaba de vuelta y no dudó un segundo en hacerle una visita. Seguro lo extrañaba; esa forma suya que tenía de arrancar la vida como si arrancara la piel, lento y doloroso. Y justo cuando el dulce beso de la muerte te iba a alcanzar, él te lo negaba, sólo para prolongar el tormento. Sí, seguro lo extrañaba.
No se anunció, en parte porque no se trataba de un jodido baile de alta sociedad, y porque había sido una decisión rápida. No se caracterizaba por tomar muchas de esas, sin embargo, que Dios amparara al mundo cuando lo hacía. De un plumazo podía decidir que París le aburría y comenzar a destruir la maldita ciudad.
En el burdel, las madrinas, mujeres de carnes flácidas y maquillaje descuidado, lo recibieron con gusto, le dijeron cuánto lo habían echado de menos. Las prostitutas, en cambio, trataron todo lo que pudieron de esconderse, para que el demonio no las eligiera para pasar la noche. Y es que las más viejas sólo disfrutaban del oro que Aleksandr dejaba en ese lugar, y las más jóvenes eran las que sufrían con las peculiaridades de este cliente.
Pero una de las más viejas parecía saber a qué había ido exactamente. Tomó su abrigo y sin palabras, lo condujo a la habitación. Lo dejó apenas estuvieron frente a la puerta. Aleksandr sintió, desde ese momento, que algo esencial había cambiado, pero no identificaba el qué. Tocó al fin, e ingresó. Ahí estaba ella, la meretriz perdida que regresaba porque al parecer no sabía tener otra vida. Alzó el rostro y la estudio. Arqueó una ceja cuando lo llamó por su nombre, pues no había anunciado su arribo y la sorpresa se convirtió en enojo al escuchar aquel apelativo de cariño.
—Vaya, regresaste con sorpresas —le dijo, tratando de mantener la compostura, porque en ese instante deseaba abofetearla hasta verla sangrar de nariz y boca—. ¿Dónde aprendiste ese nombre? ¿En dónde demonios estuviste? —Se acercó con ese semblante suyo, de amenaza, de cataclismo. De sombra que repta por el mundo, queriendo consumirlo todo. Entornó la mirada, podía sentirlo, pero no verlo; eso que había cambiado en ella.
—¿Me extrañaste? —Con brusquedad la tomó del mentón y la obligó a verlo a los ojos. Verdes como un fuego maldito. Como los de Ilya, su abuelo, hechicero condenado por los siglos—. ¿Es por eso que regresaste? ¿Por qué me extrañaste mucho? —La soltó con fuerza, de tal modo que la hizo volver el rostro a un lado.
Con parsimonia, se quitó el saco y lo acomodó en respaldo de una silla. Luego se desabrochó los puños de la camisa y comenzó a remangarse hasta debajo de los codos. Parecía que se preparaba para una lucha cuerpo a cuerpo. Se quitó un mechón de cabello oscuro del rostro.
—¿Vas a hacer que te saque las palabras, una a una, a golpes? Sabes que eso me encanta —la dulzura de su voz fue un contraste con las atrocidades que estaba diciendo. Sonrió y se quedó de pie frente a ella, aguardando. Había tenido un cliente antes, podía oler aún la peste mortal de quien se había corrido en el interior de la mujerzuela, pero cualquier salvajada que éste hubiera cometido, era un lecho de rosas, en comparación de la barbarie que él estaba a punto de cometer.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Mar Jun 27, 2017 8:53 pm, editado 2 veces
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Con él me sucedía algo particular, distinto, que no creía recordar de antes; sin embargo, ¿qué era lo que recordaba de antes? Bien podía no ser ningún desconocido, al hecho de conocer su nombre y su ¿apodo? me remitía, pero ni lo sabía ni podía saberlo, así que las dudas permanecían, regadas de algo que creía identificar como miedo. Sí, definitivamente: tenía tanto miedo de él como de perder la cabeza y la noción de lo que era real y lo que no, y por eso retrocedí, aunque fue inútil porque él fue más rápido.
¡Siempre va a ser más rápido, Alchemilla, así son los vampiros! Y él es uno, claro, uno muy peligroso.
¡No hacía falta que lo jurara...! Sometida, sumisa como creía que jamás lo había sido (porque no recordaba haber sentido tanto miedo, mezclado siempre con más; ya nada era simple, y mis emociones menos), obedecí y le permití tocarme y manejarme sin que me hubiera pagado siquiera por ello. ¿Cómo se llamaba a una prostituta que se ofrece así a un cliente, sin que haya ni medio franco de por medio? Peor aún: ¿cómo se llama a una mujer que lo hace, sin plantearse que puede haber otras alternativas en su situación? El coraje de pensarlo fue lo que me devolvió los movimientos, no su amenaza; eso quise creer, al menos.
¡Ni se te ocurra desafiarlo!
– No lo he aprendido, lo sabía. Sé que eres Aleksandr Mussorgsky y que sólo tus allegados, que no tienes, te llaman Shura. No sé cómo, pero lo sé. – respondí más desafiante de lo que pensaba, pero no tenía intenciones de retractarme. Podía estar temblando un tanto, más de frío que de otra cosa (el miedo me paralizaba, ¿recordáis? Sí, tú, voz, ¡te hablo a ti! ¿Por qué no respondes cuando debes y sólo cuando quieres?), pero lo miraba a los ojos y así seguiría haciéndolo, sin rendirme.
No, no, ¡eres demasiado estúpida! En buena hora elegí meterme...
¡Ya basta! Pero había escuchado suficiente: se había metido, ¿quién y cómo? ¿Por qué y cómo? Dónde y cuándo lo sabía: cuando desperté en la caseta, después de ¿algo?, ya estaba así, y no me la podía quitar de mi cabeza. Pocas veces había estado tan convencida de algo como de que aquello que tenía en los pensamientos era hostil y ajeno, malo como el demonio, malo como él, que me miraba (se me debían de ver todos los razonamientos en el rostro) con atención.
– No recuerdo a dónde fui. – me sinceré. ¡No le digas la verdad, la usará contra nosotras! Precisamente por esa advertencia, continué diciendo la verdad. – No sé nada de mí misma. Creo que me llamo Alchemilla y sé que soy carne de burdel. Quiero decir, es evidente, ¿no? – solté una risita al final, amarga, y me señalé el cuerpo, vestido a la manera de las fulanas, a mi manera. Si algo tenía claro, de entre toda la maraña que era mi realidad, era que debía ser meretriz, porque los talentos que había demostrado que poseía en ese sentido no se ganaban gratuitamente.
No sigas, no sigas... ¿Qué tengo que hacer para que me escuches? ¡Sigue, sigue, cuéntale todo!
Oh, pero eso es exactamente lo que voy a hacer... ¡No! Apártate, aún es tarde, ¿no ves todo lo que lo está rodeando? Entorné los ojos y miré alrededor, tras él, en su rostro, hasta que lo vi: un rostro antiguo, transparente, de ojos verdes, que me miró con tal dureza que, instintivamente, me aproximé a un vampiro que deseaba mi dolor, no mi cercanía. ¿Cuándo me había vuelto tan capaz de ignorar el sentido común...? Probablemente desde que oía algo en mi cabeza que atentaba contra toda la lógica posible.
¡Me preocupo por mantener tu cuerpo intacto, desagradecida!
– No sé quién eres. No he podido echarte de menos, ¿no crees? – repliqué, y aunque parecía descarada, estaba como en otro lugar, con la vista clavada cerca de la pared, en ese rostro que se había dado cuenta de que lo miraba y sabía que estaba allí y parecía refulgir con más fuerza. Abrió la boca y dijo algo; me costó varios intentos leer sus labios, pero cuando lo hice, fruncí el ceño. – Ilya. No te acompaña nadie, pero allí... Allí... El hombre dice que es Ilya. – desvié el rostro hacia Aleksandr, o Shura, o como demonios se llamara, presa de la confusión.
Reza, Alchemilla, porque tal vez si te ve inocente, tu muerte por desafiarlo llegará más rápido.
¡Siempre va a ser más rápido, Alchemilla, así son los vampiros! Y él es uno, claro, uno muy peligroso.
¡No hacía falta que lo jurara...! Sometida, sumisa como creía que jamás lo había sido (porque no recordaba haber sentido tanto miedo, mezclado siempre con más; ya nada era simple, y mis emociones menos), obedecí y le permití tocarme y manejarme sin que me hubiera pagado siquiera por ello. ¿Cómo se llamaba a una prostituta que se ofrece así a un cliente, sin que haya ni medio franco de por medio? Peor aún: ¿cómo se llama a una mujer que lo hace, sin plantearse que puede haber otras alternativas en su situación? El coraje de pensarlo fue lo que me devolvió los movimientos, no su amenaza; eso quise creer, al menos.
¡Ni se te ocurra desafiarlo!
– No lo he aprendido, lo sabía. Sé que eres Aleksandr Mussorgsky y que sólo tus allegados, que no tienes, te llaman Shura. No sé cómo, pero lo sé. – respondí más desafiante de lo que pensaba, pero no tenía intenciones de retractarme. Podía estar temblando un tanto, más de frío que de otra cosa (el miedo me paralizaba, ¿recordáis? Sí, tú, voz, ¡te hablo a ti! ¿Por qué no respondes cuando debes y sólo cuando quieres?), pero lo miraba a los ojos y así seguiría haciéndolo, sin rendirme.
No, no, ¡eres demasiado estúpida! En buena hora elegí meterme...
¡Ya basta! Pero había escuchado suficiente: se había metido, ¿quién y cómo? ¿Por qué y cómo? Dónde y cuándo lo sabía: cuando desperté en la caseta, después de ¿algo?, ya estaba así, y no me la podía quitar de mi cabeza. Pocas veces había estado tan convencida de algo como de que aquello que tenía en los pensamientos era hostil y ajeno, malo como el demonio, malo como él, que me miraba (se me debían de ver todos los razonamientos en el rostro) con atención.
– No recuerdo a dónde fui. – me sinceré. ¡No le digas la verdad, la usará contra nosotras! Precisamente por esa advertencia, continué diciendo la verdad. – No sé nada de mí misma. Creo que me llamo Alchemilla y sé que soy carne de burdel. Quiero decir, es evidente, ¿no? – solté una risita al final, amarga, y me señalé el cuerpo, vestido a la manera de las fulanas, a mi manera. Si algo tenía claro, de entre toda la maraña que era mi realidad, era que debía ser meretriz, porque los talentos que había demostrado que poseía en ese sentido no se ganaban gratuitamente.
No sigas, no sigas... ¿Qué tengo que hacer para que me escuches? ¡Sigue, sigue, cuéntale todo!
Oh, pero eso es exactamente lo que voy a hacer... ¡No! Apártate, aún es tarde, ¿no ves todo lo que lo está rodeando? Entorné los ojos y miré alrededor, tras él, en su rostro, hasta que lo vi: un rostro antiguo, transparente, de ojos verdes, que me miró con tal dureza que, instintivamente, me aproximé a un vampiro que deseaba mi dolor, no mi cercanía. ¿Cuándo me había vuelto tan capaz de ignorar el sentido común...? Probablemente desde que oía algo en mi cabeza que atentaba contra toda la lógica posible.
¡Me preocupo por mantener tu cuerpo intacto, desagradecida!
– No sé quién eres. No he podido echarte de menos, ¿no crees? – repliqué, y aunque parecía descarada, estaba como en otro lugar, con la vista clavada cerca de la pared, en ese rostro que se había dado cuenta de que lo miraba y sabía que estaba allí y parecía refulgir con más fuerza. Abrió la boca y dijo algo; me costó varios intentos leer sus labios, pero cuando lo hice, fruncí el ceño. – Ilya. No te acompaña nadie, pero allí... Allí... El hombre dice que es Ilya. – desvié el rostro hacia Aleksandr, o Shura, o como demonios se llamara, presa de la confusión.
Reza, Alchemilla, porque tal vez si te ve inocente, tu muerte por desafiarlo llegará más rápido.
Invitado- Invitado
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Se quedó de pie frente a ella, con esa elegancia aterradora parecida a la de una espada recién afilada. La miró de ese modo en el que sólo él podía mirar, como si pudiera adentrarse en ti, en tu pecho, en tu alma, bajo la piel, y remover todo ahí dentro para su beneficio, o para su diversión. Lucía atemorizante, aunque ¿cuándo no lo hacía? Incluso cuando trataba de pasar por un humano, imponía, simplemente así era.
Entornó la mirada, pero no respondió. Algo no cuadraba ahí y le interesaba saber, fue por ello que contuvo la rabia que lo invadió cuando esa párvula y sucia boca volvió a pronunciar el diminutivo que hacía siglos no escuchaba, que creía enterrado junto a Miroslava, su madre, junto con su mortalidad, y su humanidad, si alguna vez la tuvo. El rompecabezas terminó por deshacerse al escucharla decir que se llamaba Alchemilla, incluso arqueó una ceja, completamente cautivado por el misterio, aunque no dejó entrever ninguna emoción más.
—No sabes a dónde fuiste, pero sabes mi nombre —comentó con sarcasmo y algo de incredulidad. Se acercó con parsimonia, de manera casi pesada. Un gigante que va pisoteando todo a su paso, y no le importa—. ¿Pretendes que te crea? —El tono fue haciéndose más violento, sin llegar a gritar. Era una furia que de a poco era alimentada, como una fogata que devora leña.
Un golpe, un grito. La muerte. Todo fue una posibilidad por un segundo. Una nueva palabra de este enmarañado discurso de la mujerzuela lo frenó. Odió que pudiera hacerlo con esa facilidad, sin embargo encontró más relevante desentrañar este acertijo, aunque le costara la vida… a ella, claro. Tensó las mandíbulas al escuchar el nombre de su abuelo, al que nunca conoció, y aún así, marcó su vida. Aún lo hacía.
—¿Me quieres tomar el pelo? —Espetó, aunque en el fondo sabía que no era así. Aún no podía identificar hasta dónde llegaba la locura de esta Elia; Alchemilla—. ¿Quién te ha dicho todo eso? ¿Cómo sabes ese nombre? No tienes idea de lo que estás hablando, ¿acaso alguien te pagó para decir todas estas tonterías? ¿Alguien te pagó para cambiarte el nombre y jugar conmigo? Si fue así, qué ilusos, parecen que no saben contra quién se enfrentan —Sabía que era una posibilidad remota, pues sus enemigos casi siempre acababan muertos. Reflexionó—: No, hay algo diferente en ti, ¿pero qué es? Dímelo —exigió, aunque extrañamente calmado para la magnitud de las revelaciones; y contrario a que ese hecho fuera tranquilizador, conseguía lo opuesto completamente. La aniquilaría, tarde o temprano, y sólo estaba prolongando esa realidad insoslayable.
—Encuentro beneficioso que no me recuerdes. Así toda la tortura será nueva para ti. Será como escuchar tus gritos de dolor por primera vez. Me voy a esmerar —se tronó los nudillos y el cuello—, y no me voy a detener hasta que me des respuestas satisfactorias a mis preguntas —y por satisfactorias quería decir que le complacieran.
Dio un paso más, luego otro y por un brevísimo instante desapareció; simplemente se movió a velocidad sobrenatural y al segundo siguiente estaba frente a ella, muy cerca, la tomó del cuello. Su enorme diestra casi rodeándolo. La empujó contra un muro. Un cuadro horrible que se suponía decoraba la habitación cayó al suelo. Acercó mucho su rostro al ajeno.
—Empieza a cantar, pajarito —su aliento helado contra la boca de la meretriz. Comenzó a apretar de a poco, de a poco, de a poco… una tortura que podía prologar toda la noche—. Esto es sólo el inicio, y está en ti poder detenerlo, ¿lo harás? Que no se diga que no soy misericordioso —acercó la nariz y la boca a la piel ajena, olió la yugular y luego rio contra ella. Rio como un maniático, como lo que era.
—Que bueno que no te acuerdas de mí. Hoy vas a aprender la lección de que yo no amenazo en vano —siguió apretando. La elevó un poco del suelo, aún contra el muro. Su rostro retorcido en una mueca que parecía surgida del averno. Un demonio sonriendo, de ojos verdes como joyas y la fuerza de un cataclismo—. ¿Quién te ha dicho todas estas cosas? ¡Habla! —Y con esa pregunta, la tomó como si se tratara de una muñeca de trapo, la elevó un poco más, todo lo que el brazo le permitió y la empujó contra el suelo.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Mar Sep 12, 2017 9:12 pm, editado 1 vez
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Daba igual cuánto retrocediera, porque él era más rápido; daba igual cuánto respondiera, porque él siempre sabría más, ¡siempre más! ¿Es que acaso estaba la batalla perdida de antemano? No sabía por qué, pero me negaba a creerlo; él hablaba y lo que decía me aterraba pero me instaba a seguir a partes iguales, y eso sí que lo entendía bien: él hablaba de cosas que yo no sabía, pero que anhelaba saber. ¡Mi nombre no era Alchemilla, él lo había dicho! Había afirmado que me había cambiado el nombre, no podía estar mintiendo porque no se sentía como si lo hiciera, tenía que ser otra y...
¿Y qué? Alchemilla soy yo, pero yo soy tú, ¿qué más da! ¡Domínate y presta atención, no bajes la guardia con él!
Quise resistirme, como siempre, pero por una vez el consejo fue bueno, y eso me permitió no rendirme ante la fuerza del vampiro que era demasiado rápido y no me había dado ni una mísera oportunidad. Alcé las manos hacia su antebrazo cuando él me cogió del cuello, con el pecho apretado y la vista cada vez más borrosa; nada quería más que respirar, arañarlo, ¡algo!, pero en lugar de eso mis manos fueron casi una caricia para él, un roce agradable en su piel fría y dura, exactamente igual que él. Y mis ojos, bueno, esos debían de ser un espectáculo penoso, clavados en los suyos y llenos de lágrimas de pura frustración que, sin embargo, no caían: mi escaso orgullo restante lo impedía.
– Nadie me ha dicho nada de él, ¡nadie! Él ha hablado y sé que se llama así; está detrás de ti y está muerto, pero tú no lo ves y yo sí. – traté de decirle, y lo conseguí a medias, lo suficiente para que él me entendiera y aflojara un poquito su agarre. Por supuesto, me abalancé sobre esa migaja de piedad y respiré todo lo profundo que pude, pero sin soltar su brazo ni tampoco dejar de mirarlo: parecía incapaz de ninguna de las dos cosas. – Sólo me pagan por montarme, nadie para que hable. Soy una puta, Shura, ¿recuerdas?
¡Ah, qué bien se siente poder hablar!
Noté el horror deformarme los rasgos al percibir que ella había hablado en mi lugar, controlado mi cuerpo como si yo no estuviera y yo no fuera su dueña; el horror se sumó al que ya él me provocaba de por sí y de milagro pude seguir conteniendo las lágrimas de desesperación, mas lo hice. ¿De dónde venía esa fortaleza, de la voz o de mí misma? ¿O tal vez se trataba de desesperación? No lo sabía, era otra de las cosas que no podía saber si seguía sin recuerdos, pero ahí estaban, igual que él en mis aposentos y yo entre la pared y él.
– No recuerdo nada, desperté hace unos días sola, en una cabaña en las afueras y medio muerta, sin saber nada salvo lo que me dice mi cabeza, pero creo que en mi cabeza ya no estoy solamente yo y creo que me estoy volviendo loca, Shura, pero no te estoy mintiendo, ¡no miento! – farfullé, desesperada y presa de su agarre con tanta firmeza que apenas podía expresarme, aunque no hacía falta porque él entendía, al menos todo lo que él deseara entender, como siempre. ¿Como siempre? ¿Acaso lo sabía o simplemente lo había deducido de él, su comportamiento y su actitud? Otro misterio que permanecería sin responder.
Ah, querida, la ignorancia da la felicidad, ¿no crees?
¡Por supuesto que no lo creía! Y no supe por qué, pero Aleksandr me dejó caer al suelo y, en vez de acusar el golpe, mi primer instinto fue llevarme las manos a la garganta dolorida y respirar hondo, con los ojos cerrados. Entonces fue cuando cayeron las lágrimas, que me sequé con el dorso de la mano rápidamente porque eran una maldita humillación, y no quería ni necesitaba ninguna de esas. ¡Suficiente tenía con el monstruo que vivía en mi cabeza...! Igual que el monstruo que tenía delante: tal para cual.
Qué curioso, fulana. No estáis solos. Hay una mujer, aparte de Ilya.
– La... la voz dijo que nuestro nombre era Alchemilla. Pensaba que era el mío, entonces, pero ahora sé que no, ¿no? Has dicho que me he cambiado el nombre, ese será el suyo, pero ¿cuál es el mío? Somos dos, y somos diferentes, pero estamos aquí dentro ambas. – expliqué, rápido y sin pensar, sin mirarlo a los ojos y señalándome a mí misma, desmadejada en el suelo como si fuera una muñeca rota.
Scarlet. ¡Scarlet! Es mi turno ahora.
– Soy Alchemilla, y no soy esa fulana. Sé de ti y de Miroslava, ella ve a Ilya pero yo los veo a los dos. – me lo escuché decir y de nuevo me llevé la mano a los labios, esta vez mirando a Shura con horror a los ojos. No entendía nada, absolutamente, de lo que estaba sucediendo; mi primer instinto fue abrazarme las piernas, hacerme un ovillo y relegarme a un rincón oscuro, pero no debía, así que me incorporé como pude, con la mano en la pared y la otra en mi boca, que a veces no se sentía ni como mía siquiera. – No sé qué me está pasando. Pero no por eso miento. – afirmé.
Hasta nuestras voces suenan diferentes... Por supuesto, ¡yo no soy ninguna fulana! Gracias a Robbie que he podido conservar mi voz, no vaya a ser que nos confundan. Menudo asco, ¡puta!
¿Y qué? Alchemilla soy yo, pero yo soy tú, ¿qué más da! ¡Domínate y presta atención, no bajes la guardia con él!
Quise resistirme, como siempre, pero por una vez el consejo fue bueno, y eso me permitió no rendirme ante la fuerza del vampiro que era demasiado rápido y no me había dado ni una mísera oportunidad. Alcé las manos hacia su antebrazo cuando él me cogió del cuello, con el pecho apretado y la vista cada vez más borrosa; nada quería más que respirar, arañarlo, ¡algo!, pero en lugar de eso mis manos fueron casi una caricia para él, un roce agradable en su piel fría y dura, exactamente igual que él. Y mis ojos, bueno, esos debían de ser un espectáculo penoso, clavados en los suyos y llenos de lágrimas de pura frustración que, sin embargo, no caían: mi escaso orgullo restante lo impedía.
– Nadie me ha dicho nada de él, ¡nadie! Él ha hablado y sé que se llama así; está detrás de ti y está muerto, pero tú no lo ves y yo sí. – traté de decirle, y lo conseguí a medias, lo suficiente para que él me entendiera y aflojara un poquito su agarre. Por supuesto, me abalancé sobre esa migaja de piedad y respiré todo lo profundo que pude, pero sin soltar su brazo ni tampoco dejar de mirarlo: parecía incapaz de ninguna de las dos cosas. – Sólo me pagan por montarme, nadie para que hable. Soy una puta, Shura, ¿recuerdas?
¡Ah, qué bien se siente poder hablar!
Noté el horror deformarme los rasgos al percibir que ella había hablado en mi lugar, controlado mi cuerpo como si yo no estuviera y yo no fuera su dueña; el horror se sumó al que ya él me provocaba de por sí y de milagro pude seguir conteniendo las lágrimas de desesperación, mas lo hice. ¿De dónde venía esa fortaleza, de la voz o de mí misma? ¿O tal vez se trataba de desesperación? No lo sabía, era otra de las cosas que no podía saber si seguía sin recuerdos, pero ahí estaban, igual que él en mis aposentos y yo entre la pared y él.
– No recuerdo nada, desperté hace unos días sola, en una cabaña en las afueras y medio muerta, sin saber nada salvo lo que me dice mi cabeza, pero creo que en mi cabeza ya no estoy solamente yo y creo que me estoy volviendo loca, Shura, pero no te estoy mintiendo, ¡no miento! – farfullé, desesperada y presa de su agarre con tanta firmeza que apenas podía expresarme, aunque no hacía falta porque él entendía, al menos todo lo que él deseara entender, como siempre. ¿Como siempre? ¿Acaso lo sabía o simplemente lo había deducido de él, su comportamiento y su actitud? Otro misterio que permanecería sin responder.
Ah, querida, la ignorancia da la felicidad, ¿no crees?
¡Por supuesto que no lo creía! Y no supe por qué, pero Aleksandr me dejó caer al suelo y, en vez de acusar el golpe, mi primer instinto fue llevarme las manos a la garganta dolorida y respirar hondo, con los ojos cerrados. Entonces fue cuando cayeron las lágrimas, que me sequé con el dorso de la mano rápidamente porque eran una maldita humillación, y no quería ni necesitaba ninguna de esas. ¡Suficiente tenía con el monstruo que vivía en mi cabeza...! Igual que el monstruo que tenía delante: tal para cual.
Qué curioso, fulana. No estáis solos. Hay una mujer, aparte de Ilya.
– La... la voz dijo que nuestro nombre era Alchemilla. Pensaba que era el mío, entonces, pero ahora sé que no, ¿no? Has dicho que me he cambiado el nombre, ese será el suyo, pero ¿cuál es el mío? Somos dos, y somos diferentes, pero estamos aquí dentro ambas. – expliqué, rápido y sin pensar, sin mirarlo a los ojos y señalándome a mí misma, desmadejada en el suelo como si fuera una muñeca rota.
Scarlet. ¡Scarlet! Es mi turno ahora.
– Soy Alchemilla, y no soy esa fulana. Sé de ti y de Miroslava, ella ve a Ilya pero yo los veo a los dos. – me lo escuché decir y de nuevo me llevé la mano a los labios, esta vez mirando a Shura con horror a los ojos. No entendía nada, absolutamente, de lo que estaba sucediendo; mi primer instinto fue abrazarme las piernas, hacerme un ovillo y relegarme a un rincón oscuro, pero no debía, así que me incorporé como pude, con la mano en la pared y la otra en mi boca, que a veces no se sentía ni como mía siquiera. – No sé qué me está pasando. Pero no por eso miento. – afirmé.
Hasta nuestras voces suenan diferentes... Por supuesto, ¡yo no soy ninguna fulana! Gracias a Robbie que he podido conservar mi voz, no vaya a ser que nos confundan. Menudo asco, ¡puta!
Invitado- Invitado
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Si bien, disfrutó del sufrimiento ajeno, como era de suponerse, fue breve y fue muy poco. Aleksandr podía ser muy paciente, si con ello prolongaba una tortura o una muerte inevitable, pero cuando se trataba de ese pasado que había dejado muy atrás, enterrado muy profundo, era diferente, porque era un recordatorio de su mortalidad, de que alguna vez fue humano, de que tuvo afectos, y muy grandes: su madre, solamente. Por ello, ese tema en especial lo ponía de mal humor, lo cual ya era terrible, considerando de quién estamos hablando.
La dejó hablar, y pudo notar no sólo el cambio de voz, sino incluso de semblante, como si el rostro de la puta fuera iluminado por luces diferentes. No era ajeno a algo de ese estilo, había leído algo al respecto alguna vez, aunque siendo sinceros, jamás lo había presenciado. Una vez que ella estuvo en el suelo, se sobó el brazo, ahí donde ella intentó oponer resistencia, fue sólo un reflejo, porque en realidad ella tenía muy pocas posibilidades de hacerle daño. Se peinó el cabello oscuro luego, y aunque estuvo a punto de gritarle que dejara de llamarlo Shura, en realidad otra cosa llamó su atención. La dejó también hacerse un ovillo; había algo en la fragilidad humana que lo satisfacía casi tanto como el gusto a hierro de la sangre en su paladar.
Se acuclilló para quedar cerca de ella. La empujó de un hombro sin sutileza para poder verle el rostro. La miró a los ojos, que incluso con las lágrimas recién derramadas, le dijeron mucho. Lo suficiente. Respiró profundo. Ahora matarla, le pareció, no era una opción. Era una ironía, casi, que fuera la gente así de desequilibrada la que estuviera más a salvo de él. Aunque la fulana en realidad poseyera un encanto aún mayor. En ella habitaba alguien más, ahora lo entendió.
—¿Y con quién hablo ahora? ¿Alchemilla, la que ve mis antepasados muertos, o la pobre infeliz que ha tenido que lidiar conmigo todo este tiempo? —Estiró la mano y la tomó del mentón, la estudió, aún no lograba descifrar cuándo una estaba dominando y cuándo la otra. No fue difícil que Aleksandr aceptara esta versión de los hechos, porque peores y más oscuras cosas ya había visto en todos sus milenios.
—Es fácil ver por qué elegiste a esta ilusa como recipiente. —Comenzó a erguirse y jaló del brazo a la mujer, para que también se pusiera de pie—. Lo que no logro ver aún, es si yo me interpuse en tu camino, o viniste a buscarme. Ves a Miroslava, y ves a Ilya… ¿sabes lo que eso significa? —La jaloneó un poco y la soltó—. ¿Sabes cuánto tiempo he pasado tratando de poder hablar con ellos? ¿Qué te dices? —continuó, sereno, a pesar de todo, porque sí, destruir, matar, aniquilar era algo que lo movía, que incluso le gustaba, pero desentrañar los secretos de su abuelo era en realidad su gran lance, prolongado por los siglos de los siglos.
—Habla, o tu pobre hospedadora pagará las consecuencias, Alchemilla —pronunció el nombre como si recitara un poema pagano. No le importó quién escuchaba en ese momento, sabía, por lo poco que había visto, que una se enteraba de lo que la otra oía, sentía o veía. Aunque comenzaba a ver a Alchemilla como la obvia fuerza dominante, y quizá, si tenía el control suficiente, le birlaba información a la mortal.
—¿Cuál es tu propósito, además de atormentar a tu anfitriona, y a mí de paso? —Ladeó la cabeza, como si tratara de leer algo en ella. Ver ese cambio sutil pero palpable. Tendría que aprender a diferencia, a conocer, porque de una cosa si estuvo seguro: ahora la necesitaba, y odió ese hecho en ese instante.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: Tangled in the great escape {Privado}
No entendía nada, ¿por qué no me atacaba! Se había mostrado agresivo desde el primer momento para, después, pararse en seco, ¿por qué? Me atreví a asomarme cuando él me obligó a hacerlo, lo miré y vi una tranquilidad que contrastaba con la mía, porque no podía estar más alterada en aquel momento, tan temerosa de él como lo estaba de mí misma... No. De mí misma no, de ella, de esa voz que se escondía en la parte trasera de mi cabeza, que controlaba mis pensamientos, que veía una cosa pero no la otra, porque yo veía a ese hombre (Ilya) y ella... ¿Y ella qué veía?
Yo a Miroslava. ¡Estúpida!
– No sé nada de ellos, ni de ti, por favor... – supliqué, odiándome a mí misma por hacerlo aunque supiera que no tenía otra opción, mirándolo como podía a través de las lágrimas y temerosa, aunque él mantuviera la calma; porque él mantenía la calma. Así se sentía aún peor que si se comportara con rabia, no podía negar la evidencia, necesitaba ayuda y que él se marchara, necesitaba que alguien lo apartara de mi vista y...
Gustosamente, fulana, yo me encargo, ¡ahora vete tú a dormir!
¿Qué...? De pronto, noté que algo se oscurecía, como si alguien hubiera apagado una vela de un soplido suave pero gélido. No me sentía capaz de controlar mis manos, que veía, ¡notaba!, secarme las lágrimas e incorporarme, ¡pero yo no lo estaba haciendo! Me iba hacia atrás, retrocedía poco a poco hacia la oscuridad, y aunque podía ver, cada vez se hacía todo más oscuro y ya no podía controlar nada, ni siquiera lo veía a él. Aunque él fue lo último que vi antes de que todo se desvaneciera por completo.
[color=#FF0066]¿Qué demonios...?
¡Ah, por fin, bendito sea Robbie, bendito el sacrificio a Scarlet de la sangre de la fulana, aunque aún no la hubiera derramado! No le dejaría, no, no a ese monstruo, ¡ese vampiro que le quería sacar toda la vida a mi nuevo cuerpo! No estaba nada mal, por eso la había elegido, y porque no me había quedado más remedio que hacerlo al perder el mío por los malditos hermanos que me habían asesinado, ¡traidores estúpidos que no entendían, no comprendían que lo había hecho por ellos...!
¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Cállate. ¡Cállate! ¡Ni siquiera en otro cuerpo me libraba de esas estúpidas voces, ni de los muertos ni nadie! Porque seguía viéndolos a los malditos bastardos, aunque sólo eran esos de Aleksandr, o Shura, como fuera que se llamara, igual me daba; lo miré con la cabeza ladeada, quieta, acariciando un mechón del cabello de la fulana que no tardaría en ser mía. Sólo tenía que debilitarla lo suficiente antes, y con suerte él podría ayudarme.
– Ella también ve a tus antepasados, pero eso es por mí. Era una puta fulana normal, sin magia, hasta que yo entré a su maldita mente; adquirió algo de mí pero no recuerda nada, no me conviene que lo haga. Así que ahora hablas conmigo. – le expliqué, aunque me aburría el tema, ¡era evidente! También lo era que la maldita fulana era una simple huésped y quien dominaba en nosotras era yo, que era quien tenía todo el poder y quien seguiría teniéndolo.
Por favor, ayuda, necesito ayuda, ¡quiero volver...!
¡No lo vas a hacer, nunca, jamás, Robbie se encargará! Apreté los párpados con fuerza, aún poco acostumbrada a ese cuerpo tan distinto del mío, tan... exuberante. Se mantenía bien, la fulana, aunque dejara que la mancillaran a cambio de unas monedas y eso fuera repulsivo; no podía quitarme la sensación de asco, sobre todo entre los muslos, y tuve que luchar por no frotar hasta quitármela, ¡puaj! La sangre de los sacrificios a Robbie se sentía muchísimo mejor que aquello.
– Te has interpuesto, no tengo ningún interés en ti. – respondí, sonriendo, aunque tenía poco que ver con la sonrisa de la fulana, lo noté en lo ajena que se sentía, como si me hubiera puesto una máscara de la cara arrancada de una persona y mi gesto se encontrara por debajo, visible y ensangrentado, ¡mi favorito! – Mi cuerpo murió por cosas que no vienen al caso, temas de muertos, pasado. Ella estuvo a punto de morir y yo entré en su mente, pero sobrevivió y ahora estoy aquí atrapada. Quiero matarla y quedarme con esto. – afirmé, señalando el cuerpo, pero no la cabeza. No, no era cómodo ahí arriba...
No, no, no, no te atreverás, no...
– Bien, tus muertos me dan igual. A ella también, pero te tiene miedo y no te lo va a decir nunca, ni siquiera entiende que ve muertos y que puede controlarlos. Pero yo lo entiendo; soy una bruja, sé cómo funciona esto. – expliqué, como si fuera estúpido, y para mí lo era, como todos... Salvo Scarlet. – Así que si tú me ayudas, yo puedo ayudarte. Puedo hablar con ellos, aunque creo que a Ilya no le hago gracia y se va a negar a presentarse cuando esté yo, pero puedo hablar con Miroslava a cambio de que me libres de la fulana. – ofrecí, alargando la mano para que la estrechara.
No te saldrás con la tuya.
Yo a Miroslava. ¡Estúpida!
– No sé nada de ellos, ni de ti, por favor... – supliqué, odiándome a mí misma por hacerlo aunque supiera que no tenía otra opción, mirándolo como podía a través de las lágrimas y temerosa, aunque él mantuviera la calma; porque él mantenía la calma. Así se sentía aún peor que si se comportara con rabia, no podía negar la evidencia, necesitaba ayuda y que él se marchara, necesitaba que alguien lo apartara de mi vista y...
Gustosamente, fulana, yo me encargo, ¡ahora vete tú a dormir!
¿Qué...? De pronto, noté que algo se oscurecía, como si alguien hubiera apagado una vela de un soplido suave pero gélido. No me sentía capaz de controlar mis manos, que veía, ¡notaba!, secarme las lágrimas e incorporarme, ¡pero yo no lo estaba haciendo! Me iba hacia atrás, retrocedía poco a poco hacia la oscuridad, y aunque podía ver, cada vez se hacía todo más oscuro y ya no podía controlar nada, ni siquiera lo veía a él. Aunque él fue lo último que vi antes de que todo se desvaneciera por completo.
[color=#FF0066]¿Qué demonios...?
¡Ah, por fin, bendito sea Robbie, bendito el sacrificio a Scarlet de la sangre de la fulana, aunque aún no la hubiera derramado! No le dejaría, no, no a ese monstruo, ¡ese vampiro que le quería sacar toda la vida a mi nuevo cuerpo! No estaba nada mal, por eso la había elegido, y porque no me había quedado más remedio que hacerlo al perder el mío por los malditos hermanos que me habían asesinado, ¡traidores estúpidos que no entendían, no comprendían que lo había hecho por ellos...!
¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Cállate. ¡Cállate! ¡Ni siquiera en otro cuerpo me libraba de esas estúpidas voces, ni de los muertos ni nadie! Porque seguía viéndolos a los malditos bastardos, aunque sólo eran esos de Aleksandr, o Shura, como fuera que se llamara, igual me daba; lo miré con la cabeza ladeada, quieta, acariciando un mechón del cabello de la fulana que no tardaría en ser mía. Sólo tenía que debilitarla lo suficiente antes, y con suerte él podría ayudarme.
– Ella también ve a tus antepasados, pero eso es por mí. Era una puta fulana normal, sin magia, hasta que yo entré a su maldita mente; adquirió algo de mí pero no recuerda nada, no me conviene que lo haga. Así que ahora hablas conmigo. – le expliqué, aunque me aburría el tema, ¡era evidente! También lo era que la maldita fulana era una simple huésped y quien dominaba en nosotras era yo, que era quien tenía todo el poder y quien seguiría teniéndolo.
Por favor, ayuda, necesito ayuda, ¡quiero volver...!
¡No lo vas a hacer, nunca, jamás, Robbie se encargará! Apreté los párpados con fuerza, aún poco acostumbrada a ese cuerpo tan distinto del mío, tan... exuberante. Se mantenía bien, la fulana, aunque dejara que la mancillaran a cambio de unas monedas y eso fuera repulsivo; no podía quitarme la sensación de asco, sobre todo entre los muslos, y tuve que luchar por no frotar hasta quitármela, ¡puaj! La sangre de los sacrificios a Robbie se sentía muchísimo mejor que aquello.
– Te has interpuesto, no tengo ningún interés en ti. – respondí, sonriendo, aunque tenía poco que ver con la sonrisa de la fulana, lo noté en lo ajena que se sentía, como si me hubiera puesto una máscara de la cara arrancada de una persona y mi gesto se encontrara por debajo, visible y ensangrentado, ¡mi favorito! – Mi cuerpo murió por cosas que no vienen al caso, temas de muertos, pasado. Ella estuvo a punto de morir y yo entré en su mente, pero sobrevivió y ahora estoy aquí atrapada. Quiero matarla y quedarme con esto. – afirmé, señalando el cuerpo, pero no la cabeza. No, no era cómodo ahí arriba...
No, no, no, no te atreverás, no...
– Bien, tus muertos me dan igual. A ella también, pero te tiene miedo y no te lo va a decir nunca, ni siquiera entiende que ve muertos y que puede controlarlos. Pero yo lo entiendo; soy una bruja, sé cómo funciona esto. – expliqué, como si fuera estúpido, y para mí lo era, como todos... Salvo Scarlet. – Así que si tú me ayudas, yo puedo ayudarte. Puedo hablar con ellos, aunque creo que a Ilya no le hago gracia y se va a negar a presentarse cuando esté yo, pero puedo hablar con Miroslava a cambio de que me libres de la fulana. – ofrecí, alargando la mano para que la estrechara.
No te saldrás con la tuya.
Invitado- Invitado
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Cualquier otro, pobre diablo que no sabe nada de nada, toda esta situación le habría parecido aterradora o inverosímil, o ambas quizá. Pero Aleksandr no era un pobre diablo que no sabía nada; Aleksandr había pasado por demasiadas etapas en su vida y subsiguiente inmortalidad como para entender, o en dado caso, no ser tan escéptico y aprender de todo lo que se le presentaba. Aún tenía preguntas al respecto, aún debía distinguir entre una y la otra, pero comenzaba a tener más claridad.
Hizo amago de querer golpearla una vez más, para que hablara, pero se contuvo. Debía ser más tolerante, al menos en esta ocasión; luego se desquitaría, con esta o con otra puta, o con cualquiera que se cruzara en su camino, le daba igual. Tensó las mandíbulas y aguardó.
Pronto de nuevo estuvo ella, la nueva presencia, Alchemilla, dominando el cuerpo de Elia; no hizo falta que se lo dijera para darse cuenta, a pesar de que la fulana era la dueña del cuerpo, parecía más una inquilina ajena, y que éste pertenecía a la otra; y aunque Aleksandr no era de los que dividieran a las personas en “los que le caían bien” y “los que no”, encontró a Alchemilla mucho más interesante y decidió que le agradaba, muy a su modo retorcido, como para no matarla (o a su cuerpo prestado) de inmediato.
—Empiezas con el pie izquierdo, Alchemilla. No sabes quién soy, y está bien, puedo perdonarte eso, que mi trabajo me ha costado mantenerme en las sombras a través de los siglos, pero si… mis antepasados han decidido mostrarse ante ti, algo más debe de unir nuestros caminos; no quieras tomarme el pelo, antes de ser lo que soy fui como tú… bueno, cuando estabas viva —se burló y una sonrisa se dibujó en su rostro—. Recuerda que puedo matar el cuerpo que te está dando alojamiento, ¿qué sería de ti si lo hago? Quizá huirías a tiempo, quizá vengo con la noche y repto por su cama para matarla en sus sueños, entonces no tendrías oportunidad de escapar, te desvanecerías con ella, ¿no es así? Se te olvida que no eres más que un ente sin forma, y en el mundo material no tienes poder, sólo sobre ella. —Hizo un ademán con la mano para señalarla, refiriéndose a Elia—. Y eso no es un gran mérito, para como yo lo veo. Así que… si te portas bien, puedo ayudarte.
Sabía que ambos se necesitaban mutuamente, pero el ego siempre dominaba sobre Aleksandr y no iba a aceptarlo; no de manera tan fácil, al menos.
—Puedo ayudarte, sí —continuó, con tono casi desenfadado, retomando la conversación—, pero por desgracias, y de acuerdo a lo que me has dicho, tú hablas con mi… con Miroslava —se corrigió—, y ella con Ilya, y es él quien tiene la clave para desenterrar los secretos que nos van a ayudar a ambos. Vas a necesitar que la fulana crea que puede ver y escuchar muertos, y que le haga caso a Ilya Mussorgsky, ¿puedes hacerlo? Vamos, tienes en tus manos una voluntad muy débil que puedes quebrar con facilidad, no me decepciones. —La sonrisa se ensanchó con un dejo siniestro que helaba la sangre, aunque estuvo seguro que no infundía precisamente miedo en Alchemilla, a pesar de las amenazas.
Y ese era un problema, porque el miedo era la gran arma de Aleksandr para conseguir todo aquello que quería y simplemente tomaba por la fuerza. Lidiar con una presencia tan traicionera no era algo que estuviera en sus planes; Alchemilla, de algún modo, le recordó a sí mismo, y se conocía bien, como para saber que no debía aliarse en un ser como él.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Localización : París
Re: Tangled in the great escape {Privado}
¡Menudo estúpido! El vampiro, ante Robbie, no duraría nada, nada, ¡nada! Y eso que se suponía que era experto en sacrificios de sangre, ¿no se suponía que esa era la especialidad de los suyos? De eso vivían, de eso se alimentaban, menudo estúpido había tenido que cruzarme, ¿por qué a mí! Llevaba preguntándomelo desde que había terminado metida en la fulana, no como los que la usaban con su permiso pero sí mucho más, mucho mejor para ella, pero peor para mí, al menos hasta que tuviera su cuerpo entero para mí, ¡sí!
Sabes que eso no va a pasar, ¿no? Antes me muero... Y sabes que, si eso pasa, saldrás tan perjudicada como yo.
¡Maldita fuera! Odiaba reconocer que pudiera tener razón; entre eso y el maldito vampiro hablando como si fuera un zar, él que estaba tan muerto de hambre como yo misma, me estaba enfadando y lo notaba en el cuerpo prestado al entrecerrar los ojos, distintos a los míos de entonces pero con la misma expresión. Oh, sí, ese cuerpo era más fuerte, menos frágil, porque la fulana sabía cuidarlo bien, para otros más que para ella pero con beneficios para mí, sí. Sin embargo, seguía siendo prestado, y eso era una desventaja porque me impedía hacer ciertas cosas, como ver a ese maldito Ilya.
Me necesitas. Lo sabes, se lo has escuchado, es inútil que intentes convencerte de lo contrario. Me necesitas...
¡Pero dejaré de hacerlo! Y cuando deje de hacerlo, nada me va a impedir dominar esto, ¡nada! Sentía la magia revolverse en mi interior, obedeciéndome a mí y no a ella; ni siquiera ver lo que yo había visto siempre con claridad (¡y cuánto tiempo había pasado sin entenderlo, creyéndome loca! Lo estás. ¡Cállate!) le daba poder sobre mí. Si ella no lo tenía, ni lo tendría, ¿qué le hacía pensar al vampiro que él sí? Ah, que todos eran iguales, todos se creían mejores que nadie por no haber muerto aún.
– No me importa quién seas. – se lo dije con sinceridad, porque así era, y podía afirmar con seguridad que a la fulana tampoco, pues sólo estaba interesada en averiguar quién ella era misma. ¡Pobre estúpida, jamás sabría nada! No mientras dependiera de mí, y no iba a dejar de hacerlo pronto. – Y ¿qué sería de ti si lo haces? Estoy loca, no soy estúpida. Si me matas, ni ella verá a Miroslava ni yo a Ilya y tú te quedarás compuesto y sin tus muertos. Trágate ese estúpido ego de una vez, me necesitas. – reprendí.
Qué estúpida, ¡cómo se nota que no es tu cuerpo el que está en peligro!
Daba igual. Todo daba igual porque yo tenía razón y él lo sabía, ¡lo sabía! Era tan consciente que no me había matado, ni a mí ni a la fulana, y eso ya hablaba por sí solo; en un vampiro, que mataban cuando se les miraba un poco mal, habernos dejado vivas a las dos ya era un triunfo, ¡una maldita batalla ganada! Pero queda la guerra. Sí, ¿y qué? Esa se ganará con el tiempo, ¡estúpida fulana desagradecida!
– La fulana es débil, no estúpida. Sabe lo que soy, lo que eres tú, ha tenido contacto con los nuestros antes de que yo estuviera aquí. – razoné, casi aburrida, porque ¡hola! Era evidente, ¿es que no prestaba atención? Para ser un vampiro que se creía tan superior, sus lagunas eran aún peores que esa en la que había muerto yo, y eso que yo la detestaba, no porque Scarlet y Robbie hubieran decidido llevarme hasta allí con los fantasmas de mis hermanos sino porque la odiaba, y punto.
– Le hará caso, sí. Pero no me va a decir nada, y me parece que eso te va a poner las cosas difíciles, porque Miroslava sí me quiere ver a mí, ¿eh?, y los dos son importantes para ti. – afirmé, sonriendo, y era diabólica mi expresión hasta en el rostro casi siempre dulce de la fulana mediterránea que había encontrado por accidente, y de la que por desgracia no podía librarme del mismo modo sin hundirme a mí misma en el proceso.
Oh, sí, qué accidental, lloraré de pena. ¡Déjame salir de una vez!
– Tal y como yo lo veo, te toca lidiar con las dos. Hasta que la mate, claro, pero no lo haré mientras me beneficie, y a ti también te beneficiará que la deje si está Ilya de por medio, ¿no? Así que tenemos un trato, tú no nos liquidas y yo tampoco lo hago con ella. – resumí, buscando su mano para estrecharla con fuerza, y al tocarlo pasó algo... Algo...
No, no, no, ¡no!
– Estáis locos, los dos. – aparté la mano, y no supe cuánto había echado de menos mi propio cuerpo hasta que no lo sentí de nuevo. Me retiré como si quemara, aunque estuviera helado, y apreté la mano contra mi pecho para evitar tocarlo, con el ceño fruncido y atónita ante lo que acababa de presenciar. Después de eso, ¿alguno de los creía, de verdad, que haría falta convencerme para saber que los muertos existían...?
Bien, un problema menos, al menos dejarte ver esto ha servido de algo.
Sabes que eso no va a pasar, ¿no? Antes me muero... Y sabes que, si eso pasa, saldrás tan perjudicada como yo.
¡Maldita fuera! Odiaba reconocer que pudiera tener razón; entre eso y el maldito vampiro hablando como si fuera un zar, él que estaba tan muerto de hambre como yo misma, me estaba enfadando y lo notaba en el cuerpo prestado al entrecerrar los ojos, distintos a los míos de entonces pero con la misma expresión. Oh, sí, ese cuerpo era más fuerte, menos frágil, porque la fulana sabía cuidarlo bien, para otros más que para ella pero con beneficios para mí, sí. Sin embargo, seguía siendo prestado, y eso era una desventaja porque me impedía hacer ciertas cosas, como ver a ese maldito Ilya.
Me necesitas. Lo sabes, se lo has escuchado, es inútil que intentes convencerte de lo contrario. Me necesitas...
¡Pero dejaré de hacerlo! Y cuando deje de hacerlo, nada me va a impedir dominar esto, ¡nada! Sentía la magia revolverse en mi interior, obedeciéndome a mí y no a ella; ni siquiera ver lo que yo había visto siempre con claridad (¡y cuánto tiempo había pasado sin entenderlo, creyéndome loca! Lo estás. ¡Cállate!) le daba poder sobre mí. Si ella no lo tenía, ni lo tendría, ¿qué le hacía pensar al vampiro que él sí? Ah, que todos eran iguales, todos se creían mejores que nadie por no haber muerto aún.
– No me importa quién seas. – se lo dije con sinceridad, porque así era, y podía afirmar con seguridad que a la fulana tampoco, pues sólo estaba interesada en averiguar quién ella era misma. ¡Pobre estúpida, jamás sabría nada! No mientras dependiera de mí, y no iba a dejar de hacerlo pronto. – Y ¿qué sería de ti si lo haces? Estoy loca, no soy estúpida. Si me matas, ni ella verá a Miroslava ni yo a Ilya y tú te quedarás compuesto y sin tus muertos. Trágate ese estúpido ego de una vez, me necesitas. – reprendí.
Qué estúpida, ¡cómo se nota que no es tu cuerpo el que está en peligro!
Daba igual. Todo daba igual porque yo tenía razón y él lo sabía, ¡lo sabía! Era tan consciente que no me había matado, ni a mí ni a la fulana, y eso ya hablaba por sí solo; en un vampiro, que mataban cuando se les miraba un poco mal, habernos dejado vivas a las dos ya era un triunfo, ¡una maldita batalla ganada! Pero queda la guerra. Sí, ¿y qué? Esa se ganará con el tiempo, ¡estúpida fulana desagradecida!
– La fulana es débil, no estúpida. Sabe lo que soy, lo que eres tú, ha tenido contacto con los nuestros antes de que yo estuviera aquí. – razoné, casi aburrida, porque ¡hola! Era evidente, ¿es que no prestaba atención? Para ser un vampiro que se creía tan superior, sus lagunas eran aún peores que esa en la que había muerto yo, y eso que yo la detestaba, no porque Scarlet y Robbie hubieran decidido llevarme hasta allí con los fantasmas de mis hermanos sino porque la odiaba, y punto.
– Le hará caso, sí. Pero no me va a decir nada, y me parece que eso te va a poner las cosas difíciles, porque Miroslava sí me quiere ver a mí, ¿eh?, y los dos son importantes para ti. – afirmé, sonriendo, y era diabólica mi expresión hasta en el rostro casi siempre dulce de la fulana mediterránea que había encontrado por accidente, y de la que por desgracia no podía librarme del mismo modo sin hundirme a mí misma en el proceso.
Oh, sí, qué accidental, lloraré de pena. ¡Déjame salir de una vez!
– Tal y como yo lo veo, te toca lidiar con las dos. Hasta que la mate, claro, pero no lo haré mientras me beneficie, y a ti también te beneficiará que la deje si está Ilya de por medio, ¿no? Así que tenemos un trato, tú no nos liquidas y yo tampoco lo hago con ella. – resumí, buscando su mano para estrecharla con fuerza, y al tocarlo pasó algo... Algo...
No, no, no, ¡no!
– Estáis locos, los dos. – aparté la mano, y no supe cuánto había echado de menos mi propio cuerpo hasta que no lo sentí de nuevo. Me retiré como si quemara, aunque estuviera helado, y apreté la mano contra mi pecho para evitar tocarlo, con el ceño fruncido y atónita ante lo que acababa de presenciar. Después de eso, ¿alguno de los creía, de verdad, que haría falta convencerme para saber que los muertos existían...?
Bien, un problema menos, al menos dejarte ver esto ha servido de algo.
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Era casi entretenido verla, su mirada a veces fija, segura de lo que veía, y a veces extraviada, que no recuerda dónde está. Su diálogo desordenado, las pausas que hacía, porque seguramente las dos almas que la habitaban luchaban por el poder. Aleksandr debía admitir que era sumamente entretenido, y si no tuviera otras prioridades de momento, ya se hubiera hecho con tan peculiar espécimen, para su divertimento personal. No obstante, Alchemilla y él, por desgracia, necesitaban a Elia intacta, incluso mansa ante los designios de ellos dos, aunque éstos vinieran en direcciones opuestas. ¡Qué penosa situación para la fulana! Si el vampiro fuera capaz de sentir algo más que ira y avaricia, hubiera sentido pena por ella, por Elia, la que le regaló varias noches lo suficientemente memorables como para no haberla matado, o quizá era que la consideraba tan insignificante que ni siquiera valía la pena el esfuerzo. Lo que hubiera sido, ya no importaba.
Sonrió, no dijo nada, la dejó hablar. Tenía razón, lo sabía, esa embustera sin cuerpo era inteligente, eso no significaba que fuera a felicitarla, o decirle que sí a todo. En cambio, le dio descaradamente la espalda, obviamente dejándole en claro que no era una amenaza para él, por más uñas y dientes que tratara de mostrar; poseer el rostro de Elia no ayudaba en nada, y se burló para sus adentros. La furcia era demasiado bella como para sentirse amenazado por ella. En cambio, fue a por una silla, la jaló con parsimonia y se sentó como el maldito dueño del mundo.
—Me quedaría sin mis muertos, como los llamas, pero mi existencia seguiría siendo eterna, y si algo he aprendido en todos estos siglos, es que siempre hay una solución —dijo y sonó extraño que él hablara con ese dejo de esperanza, si se le quería poner un calificativo. Se acomodó en su asiento, cruzando la pierna—. Bueno, eso soluciona un problema, ¿no? Que tu pobre hospedadora ya esté al tanto que lo que ve son muertos y no alucinaciones. Sí, Ilya es importante, Miroslava, en cambio… no tanto. —La pausa fue esencial para entender el mensaje. Su madre seguía siendo el recordatorio perenne de un pasado que Aleksandr a base de sangre y fuego había querido borrar: el de su humanidad—. Tú, Alchemilla, resultas estar ligada a quien con menos me interesa dialogar, qué dilema, ¿no? —Pareció querer sonreír pero se contuvo. Sólo echó ligeramente el cuerpo al frente cuando la vio acercarse.
—Tenemos un trato —concedió y estiró la mano, para cerrar el negocio. Ambos, Alchemilla y él, claro, no Elia, no eran de fiar, ¿cuánto iba a durar ese supuesto contrato? Pero al estrechar la mano, pudo sentirlo, algo diferente, algo inexplicable e imposible de empezar a describir, como si el hueso desacomodado de la realidad fuera regresado a su lugar. Incluso parpadeó, aturdido.
Se puso de pie, un hidalgo de oscuridad, y pudo ver a Elia de regreso, toda ella, en cuerpo y alma. No le gustó, no la necesitaba por ahora.
—Quizá —dijo, y se acercó a ella, acortando la distancia que la puta había puesto entre ambos. Estiró la mano y la tomó por el mentón para obligar a verlo a los ojos—. Pero tu vida ahora depende de nosotros dos, y está en ti obedecer, o morir. Tu amiga aún no lo entiende, quiere tener la carta más alta, pero es imposible, puedo aniquilarlas, ahora, mañana, cuando me dejen de servir, y mi triunfo será quedarme aquí, eterno, aunque tengan que pasar otros cinco mil años para encontrar una nueva salida a mi disyuntiva. —La soltó con brusquedad y la golpeó sin mucha fuerza en la mandíbula, con la mano extendida, una bofetada leve, a comparación de muchas otras que le había dado antes—. ¿Va a regresar? ¿O quieres negociar ahora tú? Me parece gracioso que lo hagan, y por eso me gusta ver cómo lo intentan. ¿Has escuchado el dicho “ponerse con Sansón a las patadas”? Eso hacen, las dos, pero no importa… ¡habla! —exclamó al final, sin llegar a soltar un grito.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Lun Ene 29, 2018 5:14 pm, editado 2 veces
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Aunque me había apartado porque no soportaba su tacto, porque sentía que me iba a salir un sarpullido si seguía permitiéndole que me rozara con el hielo de su piel, él hizo lo que le vino en gana y volvió a agarrarme, esta vez de la mandíbula. No sólo eso: se permitió abofetearme, y yo sólo pude contemplarlo con los ojos como platos, atónita ante su actitud como lo estaba ante la indignación de Alchemilla, bien parecida a la mía, por una vez.
¿Cómo demonios se atreve...?
Se atrevía porque era fuerte, creía que podía permitírselo. Siempre había sido igual, de pronto estaba segura; Alchemilla, en su indignación, no me impidió recordar los encuentros pasados con él, cuando había dominado y me había tratado como si sólo fuera un guiñapo que tratar y destrozar a su antojo, como si no tuviera ningún tipo de emociones. El momento no duró mucho, enseguida me di de bruces con el muro de sólida piedra que me impedía ver más allá, pero había contemplado lo suficiente para justificar mi rabia.
– No quiero ningún trato. – dije, y me sorprendió ser capaz de abrir la boca, pero todo parecía más fácil cuando había consonancia entre la voz y yo, cuando no era una constante batalla por ver quién dominaba mi cuerpo, cuyo control acababa de recuperar. Eso también influyó: me sentía dueña de mí misma, cómoda de repente con mis propias extremidades y con lo que veía, oía y casi saboreaba, en aquel caso la sangre por el golpe que me había dado.
Ya sabes que odio que dañe este cuerpo y que lo mancille cualquiera.
¿Qué...? Pero no me dio tiempo a hacer nada, ni siquiera a preguntarme lo que iba a suceder a continuación, porque Alchemilla tomó el control... No, no pudo llamarse a eso tomar el control, me guió para que lo hiciera yo, y juntas por una vez uní (unimos) las manos y empecé (empezamos) a murmurar algo en una lengua que no recordaba saber (latín. Es la necesaria para la magia más negra).
¿Qué estamos haciendo?
Espera.
Y lo hice. Confié por una vez en ella, demasiado atónita por el poder que sentía en mi interior y demasiado abrumada por la corporeidad que parecía estar adoptando Ilya ante nosotros, incluso también delante de Aleksandr, que lo miraba con la misma sorpresa que debía de estar sintiendo yo. Sin embargo, no sólo fue él quien apareció, también lo hizo una mujer (Miroslava), y de pronto fuimos cinco en una habitación en la que hasta entonces sólo habíamos sido tres.
Me toca otra vez a mí.
Pero ahora lo permití. Alchemilla gozó de mi sumisión para ponerse en el control de mi cuerpo y mirar a los dos espíritus, que empezaban a mostrar cierta incorporeidad ya, y que se colocaron entre Shura y yo, como protegiéndome, conscientes de que sin mí, sin nosotras, no iban a poder comunicarse ninguno de los dos con él. Yo sólo podía mirar lo que Alchemilla había causado, con un respeto hacia ella que terminaría por convertirse en miedo, lo sabía, pero que por el momento pareció suficiente para aguantar los segundos que tardaron los muertos en desaparecer y Alchemilla en retroceder de nuevo al fondo de mi mente.
– Ninguno de ellos quiere que me mates o que la mates a ella. Yo te doy igual, te interesa Alchemilla, los dos lo sabemos, pero tengo su bendición, y eso sí te importa, ¿no? – pregunté, retrocediendo de nuevo, pero me sentía más poderosa que hasta hacía un momento, y sabía que, si volvía a tocarme, Alchemilla actuaría de nuevo para protegerme, aunque no por generosidad.
¿Estás loca! Te necesito viva. Ese es el único motivo por el que seguimos aquí y así.
¿Cómo demonios se atreve...?
Se atrevía porque era fuerte, creía que podía permitírselo. Siempre había sido igual, de pronto estaba segura; Alchemilla, en su indignación, no me impidió recordar los encuentros pasados con él, cuando había dominado y me había tratado como si sólo fuera un guiñapo que tratar y destrozar a su antojo, como si no tuviera ningún tipo de emociones. El momento no duró mucho, enseguida me di de bruces con el muro de sólida piedra que me impedía ver más allá, pero había contemplado lo suficiente para justificar mi rabia.
– No quiero ningún trato. – dije, y me sorprendió ser capaz de abrir la boca, pero todo parecía más fácil cuando había consonancia entre la voz y yo, cuando no era una constante batalla por ver quién dominaba mi cuerpo, cuyo control acababa de recuperar. Eso también influyó: me sentía dueña de mí misma, cómoda de repente con mis propias extremidades y con lo que veía, oía y casi saboreaba, en aquel caso la sangre por el golpe que me había dado.
Ya sabes que odio que dañe este cuerpo y que lo mancille cualquiera.
¿Qué...? Pero no me dio tiempo a hacer nada, ni siquiera a preguntarme lo que iba a suceder a continuación, porque Alchemilla tomó el control... No, no pudo llamarse a eso tomar el control, me guió para que lo hiciera yo, y juntas por una vez uní (unimos) las manos y empecé (empezamos) a murmurar algo en una lengua que no recordaba saber (latín. Es la necesaria para la magia más negra).
¿Qué estamos haciendo?
Espera.
Y lo hice. Confié por una vez en ella, demasiado atónita por el poder que sentía en mi interior y demasiado abrumada por la corporeidad que parecía estar adoptando Ilya ante nosotros, incluso también delante de Aleksandr, que lo miraba con la misma sorpresa que debía de estar sintiendo yo. Sin embargo, no sólo fue él quien apareció, también lo hizo una mujer (Miroslava), y de pronto fuimos cinco en una habitación en la que hasta entonces sólo habíamos sido tres.
Me toca otra vez a mí.
Pero ahora lo permití. Alchemilla gozó de mi sumisión para ponerse en el control de mi cuerpo y mirar a los dos espíritus, que empezaban a mostrar cierta incorporeidad ya, y que se colocaron entre Shura y yo, como protegiéndome, conscientes de que sin mí, sin nosotras, no iban a poder comunicarse ninguno de los dos con él. Yo sólo podía mirar lo que Alchemilla había causado, con un respeto hacia ella que terminaría por convertirse en miedo, lo sabía, pero que por el momento pareció suficiente para aguantar los segundos que tardaron los muertos en desaparecer y Alchemilla en retroceder de nuevo al fondo de mi mente.
– Ninguno de ellos quiere que me mates o que la mates a ella. Yo te doy igual, te interesa Alchemilla, los dos lo sabemos, pero tengo su bendición, y eso sí te importa, ¿no? – pregunté, retrocediendo de nuevo, pero me sentía más poderosa que hasta hacía un momento, y sabía que, si volvía a tocarme, Alchemilla actuaría de nuevo para protegerme, aunque no por generosidad.
¿Estás loca! Te necesito viva. Ese es el único motivo por el que seguimos aquí y así.
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Su primera reacción fue entornar la mirada con la furia más manifiesta, y es que en verdad estaba perdiendo la paciencia. Tragó saliva, y se dio cuenta que necesitaba beber sangre porque esto lo estaba poniendo de muy mal humor. ¿Acaso Elia era idiota? Jamás la consideró especialmente brillante, pero no a estos grados suicidas que estaba demostrando. Dio un paso al frente, y fue todo lo que pudo hacer, luego todo sucedió como en un espiral descendente, oscuro y extraño, incluso para él; no que temiera, sino que odiaba transitar terrenos desconocidos, porque era una desventaja.
Miró con asombro, mismo que ni siquiera trató de disimular, eso que frente a sus ojos se formaba. Como un jarrón que se rompe a la inversa; esquirlas que se unen para formar un todo. Abrió los ojos tanto como pudo, y los irises verdes parecieron el reflejo de esos otros que ahora lo miraba, aunque los nuevos, los de Ilya, supo que era él, parecían estar detrás de un velo, uno intangible y eterno. Y estaba ella también, su madre… Miroslava, la causante de su inmortalidad y su ambición, maestra y protectora. Rechinó los dientes y con ello, ambas figuras se esfumaron así como vinieron.
El enojo en su semblante era palpable, no obstante, esta vez era distinto, como si fuera el Aleksandr humano que alguna vez fue, el que contenía toda esa ira. Soltó aire por las fosas nasales y finalmente clavó los ojos en la chica, o chicas. Malditas embusteras.
—Elia. —De inmediato supo con quién estaba hablando—. Es una jugada muy sucia lo que acaba de suceder, ¿así pretendes que tengamos un trato? Alchemilla, ¿así pretendes que tengamos un trato? —preguntó a las dos. Desvió la mirada, observó ese punto donde su madre y abuelo estuvieron hace tan sólo unos instantes. Y no era una asunto sentimental barato el que lo ponía tan colérico, era que en verdad necesitaba de sus ancestros.
—No te voy a matar. Hay peores destinos que la muerte. —Regresó la vista al frente y sonrió, pero en sus rasgos sinuosos se podía ver aún la irritación que todo esto le estaba produciendo. Es más, es su forma contenida de hablar, sin la arrogancia que usualmente acompañaba a sus palabras, daba una sensación más fría, más brutal. Antes daba la impresión de que en su afán de jugar contigo, podía tardarse horas, días, años en aniquilarte, ahora era como si en cualquier momento pudiera levantar la mano, y terminar con todo.
Se relamió los labios.
—Dime, o díganme, más bien, ahora que han asegurado que esa cabeza va a mantenerse pegada al cuello un rato más, ¿cuándo podré volver a verlos? ¿Acaso lidiar con Miroslava es el precio que tengo que pagar para hablar con Ilya? Tengo preguntas… —Se acercó, y se detuvo, no quería que volviera a hacer lo que había hecho, lo mejor era no tocarla(s) por ahora. Ese era su modo de asegurarles su vida, o la de Elia, que era el cuerpo mortal del que podía disponer, al menos.
—¿Entonces? Elia, Alchemilla… escuchen… los tres podemos sacar provecho de esta situación, si se portan bien. Tienen un gran poder, y parece que van a saber usarlo, sin embargo… —Pausó y sonrió de nuevo, como si se tratara de una máscara macabra cincelada en mármol—. Yo soy el único capaz de atar todos los cabos, sin mí, el dominio y los revenants no les servirán de nada, energía desperdiciada, lanzada al vacío. Aunque no lo crean, o quieran aceptarlo, también me necesitan. —Poco a poco recuperó la altivez usual, y la crueldad no desapareció ni un instante, era inherente a él.
—Si están de acuerdo, y según lo que recuerdo de cuando mis potestades eran otras, la noche de luna nueva es propicia para la magia, no sólo la más oscura, sino la más antigua también. La más poderosa, y la más complicada —sonó satisfecho. A pesar de todo, el sólo hecho de saberse más cerca de su gran meta lo complacía—. Dicha noche será dentro de tres noches, y he preparado el lugar ideal para volver a hablar con Ilya… y Miroslava, si es que tiene que estar presente también —dijo, a modo de invitación abierta, una a algo más grande, más grande que la hechicera poseyendo el cuerpo de la meretriz, más grande que él incluso. Si salía bien, habría un antes y un después.
Última edición por Aleksandr Mussorgsky el Vie Mar 30, 2018 1:59 am, editado 1 vez
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Temblaba. No por miedo, no lo sentía al saber que Alchemilla protegería mi cuerpo siempre y cuando me necesitara, y parecía que seguiría haciéndolo durante un tiempo, lo cual me satisfacía. Si temblaba era por el poder que me había inundado, movido por ella pero mantenido por mí, un poder que había permitido que descolocáramos a Aleksandr durante un momento y que abandonara su estúpida fachada arrogante, que empezaba a enfadarme...
Cuidado, fulana, no muestres tu desprecio tan abiertamente o de lo contrario lo lamentaremos, ¡y te necesito!
Pero ¿cómo podía no hacerlo! Él no lo entendía, no tenía en cuenta que yo, no Alchemilla sino yo, a quien le pertenecía el cuerpo que todos disfrutaban menos yo misma, no quería nada que ver en todo aquello, ¡nada! Yo no había pedido ver muertos, no había pedido a un cliente que quería aprovecharse de mí, y mucho menos había pedido tener a Alchemilla en mis pensamientos, manipulando cada decisión y valiéndose de una magia que no era mía, jamás lo sería por completo.
Al menos lo reconoces, ¿eh? Soy superior, me saldré con la mía y te detesto, sólo te utilizo hasta que dejes de serme útil.
No necesitaba escucharla para saberlo. Ni siquiera necesitaba atender al espectáculo patético del comportamiento de Aleksandr, quien, delante de mí, intentaba volver a tomar el control y... ¿Qué? ¿Negociar? No. ¡No! No estaba dispuesta, no quería ponerme en más peligro, ni siquiera si él preguntaba y exigía que se le respondiera la verdad que él no quería oír. Pensaría, otra vez, que lo estaba intentando manipular, pero no era cierto ni lo sería nunca: yo sólo quería que me dejaran todos tranquila...
Ah, pero yo sí quiero manipularlo, ¿no ves que es mucho más fácil lidiar con él cuando no te aterroriza y está confundido?
– No es tan fácil. Que aparezcan no, ellos están ahí siempre, para mí o para ella da igual porque no se van, pero mantenerlos... No soy capaz. Y Alchemilla tampoco es capaz, requiere de más fuerza de la que tenemos. – afirmé. Noté, a la perfección, cómo Alchemilla se enrabietaba en mi interior, con una furia que casi me resultaba dolorosa en el cráneo, pero que no podía evitar tampoco. Había sido sincera, sí, ¿y qué? Él se iba a enfadar, pero se enfadaría hasta si solamente respiraba, así que no había manera de ganar en mi situación, y mucho menos rodeada de ellos. Debía salir...
Pero no lo vas a hacer. No se te ocurra destrozarnos las oportunidades de salir vivas, ¿me oyes?, o entonces tendrás que temerme todavía más a mí.
– Si quisieras hablar con ellos, tendría que ser a través de nosotras, porque no... – comencé, pero me detuve enseguida y me tuve que apoyar en el lecho, ya que las piernas me habían fallado. La debilidad de antes se había visto intensificada por usar esa magia que no comprendía y apenas sentía como mía, y ahora casi ni podía tenerme en pie sin ayuda, de modo que preferí sentarme antes que correr el riesgo de caerme ante él. Si lo hacía, ya podía despedirme de cualquier idea de fuerza que hubiera podido tener hasta ese momento...
No lo enfades, estúpida, ¡sigue hablando!
– No estoy de acuerdo. ¿Me oís, los dos? No estoy de acuerdo con nada de esto. No quiero ir con Aleksandr ni quedarme aquí, no quiero que me manejéis como queráis y como si yo no importara. ¡Al demonio todos! – chillé. No pretendía hacerlo, no había pretendido nada en aquel momento salvo dejarme caer en el lecho y olvidarme de mis demonios, de los que tenía dentro y los que me miraban con ojos brillantes y colmillos afilados.
¿Qué crees que estás haciendo...?
Pero la ignoré, no pude evitarlo, y ella se calló porque se vio disminuida por un poder que no me pertenecía pero que empezaba a sentir como mío. Ese poder me permitió verme, de un momento a otro, con una cruz de plata en la mano, que le lancé a la cara a Aleksandr, y aprovechándome de la distracción salí corriendo, todo lo rápido que pude, fuera de la habitación y del burdel y de ellos...
No vas a poder, no...
¡Cállate! Y se calló. Y yo seguí corriendo, salí a la calle y me metí entre gente diversa, entre todos los que no me conocían pero que se apartaban de mí y todos los que, por el mismo motivo, mis ropas de fulana, se me querían acercar; me daba igual, huía sin rumbo, huía sin saber de qué, huía... Y supe que Aleksandr no me estaba persiguiendo porque sabía que no necesitaba hacerlo para encontrarme. Los dos lo sabíamos, pero a mí me había dado igual y me había ido hacia algún sitio lejano. ¿La iglesia...? No lo sabía, pero lo sabría.
Cuidado, fulana, no muestres tu desprecio tan abiertamente o de lo contrario lo lamentaremos, ¡y te necesito!
Pero ¿cómo podía no hacerlo! Él no lo entendía, no tenía en cuenta que yo, no Alchemilla sino yo, a quien le pertenecía el cuerpo que todos disfrutaban menos yo misma, no quería nada que ver en todo aquello, ¡nada! Yo no había pedido ver muertos, no había pedido a un cliente que quería aprovecharse de mí, y mucho menos había pedido tener a Alchemilla en mis pensamientos, manipulando cada decisión y valiéndose de una magia que no era mía, jamás lo sería por completo.
Al menos lo reconoces, ¿eh? Soy superior, me saldré con la mía y te detesto, sólo te utilizo hasta que dejes de serme útil.
No necesitaba escucharla para saberlo. Ni siquiera necesitaba atender al espectáculo patético del comportamiento de Aleksandr, quien, delante de mí, intentaba volver a tomar el control y... ¿Qué? ¿Negociar? No. ¡No! No estaba dispuesta, no quería ponerme en más peligro, ni siquiera si él preguntaba y exigía que se le respondiera la verdad que él no quería oír. Pensaría, otra vez, que lo estaba intentando manipular, pero no era cierto ni lo sería nunca: yo sólo quería que me dejaran todos tranquila...
Ah, pero yo sí quiero manipularlo, ¿no ves que es mucho más fácil lidiar con él cuando no te aterroriza y está confundido?
– No es tan fácil. Que aparezcan no, ellos están ahí siempre, para mí o para ella da igual porque no se van, pero mantenerlos... No soy capaz. Y Alchemilla tampoco es capaz, requiere de más fuerza de la que tenemos. – afirmé. Noté, a la perfección, cómo Alchemilla se enrabietaba en mi interior, con una furia que casi me resultaba dolorosa en el cráneo, pero que no podía evitar tampoco. Había sido sincera, sí, ¿y qué? Él se iba a enfadar, pero se enfadaría hasta si solamente respiraba, así que no había manera de ganar en mi situación, y mucho menos rodeada de ellos. Debía salir...
Pero no lo vas a hacer. No se te ocurra destrozarnos las oportunidades de salir vivas, ¿me oyes?, o entonces tendrás que temerme todavía más a mí.
– Si quisieras hablar con ellos, tendría que ser a través de nosotras, porque no... – comencé, pero me detuve enseguida y me tuve que apoyar en el lecho, ya que las piernas me habían fallado. La debilidad de antes se había visto intensificada por usar esa magia que no comprendía y apenas sentía como mía, y ahora casi ni podía tenerme en pie sin ayuda, de modo que preferí sentarme antes que correr el riesgo de caerme ante él. Si lo hacía, ya podía despedirme de cualquier idea de fuerza que hubiera podido tener hasta ese momento...
No lo enfades, estúpida, ¡sigue hablando!
– No estoy de acuerdo. ¿Me oís, los dos? No estoy de acuerdo con nada de esto. No quiero ir con Aleksandr ni quedarme aquí, no quiero que me manejéis como queráis y como si yo no importara. ¡Al demonio todos! – chillé. No pretendía hacerlo, no había pretendido nada en aquel momento salvo dejarme caer en el lecho y olvidarme de mis demonios, de los que tenía dentro y los que me miraban con ojos brillantes y colmillos afilados.
¿Qué crees que estás haciendo...?
Pero la ignoré, no pude evitarlo, y ella se calló porque se vio disminuida por un poder que no me pertenecía pero que empezaba a sentir como mío. Ese poder me permitió verme, de un momento a otro, con una cruz de plata en la mano, que le lancé a la cara a Aleksandr, y aprovechándome de la distracción salí corriendo, todo lo rápido que pude, fuera de la habitación y del burdel y de ellos...
No vas a poder, no...
¡Cállate! Y se calló. Y yo seguí corriendo, salí a la calle y me metí entre gente diversa, entre todos los que no me conocían pero que se apartaban de mí y todos los que, por el mismo motivo, mis ropas de fulana, se me querían acercar; me daba igual, huía sin rumbo, huía sin saber de qué, huía... Y supe que Aleksandr no me estaba persiguiendo porque sabía que no necesitaba hacerlo para encontrarme. Los dos lo sabíamos, pero a mí me había dado igual y me había ido hacia algún sitio lejano. ¿La iglesia...? No lo sabía, pero lo sabría.
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Casi estaba prefiriendo a Alchemilla a estas alturas.
Supuso que el espíritu de la hechicera estaría bastante desesperado como para terminar en Elia, tan testaruda y tonta que sólo iba a provocar su muerte, y aunque los tres se necesitaran en ese momento, eran Alchemilla y Aleksandr los que comandaban la empresa, Elia era sólo un instrumento que parecía querer negarse a su ineludible destino. Era una pena que para el vampiro ambas fueran prescindibles y aunque luchara por conservar aquel ente intangible dentro del cuerpo de la puta, tampoco iba a gastar más energía de la que valía la pena. Era patético todo el espectáculo.
La escuchó y la miró caer en la cama, no hizo intento alguno de ayudarla, de hecho, lo encontró bastante entretenido y estuvo a punto de apuntarlo con su usual saña cuando las palabras ajenas lo tomaron por sorpresa. Era raro que un mortal lo impresionara, pero ahí estaba. Y era Elia, Elia sola, rebelándose ante Alchemilla y ante él. Frunció el ceño. Fue a responder, o a golpearla para que dejara de decir tantas estupideces, pero la plata en la mano de la chica lo detuvo. Tampoco era tan idiota, el solo contacto podía ser catastrófico. Dio un paso hacia atrás, acto que Elia, completamente dueña de su cuerpo, aprovechó.
Bufó, furioso, pero no fue tras ella de inmediato.
Cuando fue esa noche al burdel no imaginó que se convertiría en una cacería, pero había yacido tantas veces con la mujerzuela que podía reconocer su aroma a kilómetros. Además, aunque su cuerpo estuviera habitado por dos almas, no dejaba de ser una simple humana, que no podía ir muy lejos. Salió tras ella tras varios minutos, incluso se dio tiempo de mirar el cielo. No quería esperar otra luna nueva, la iba a llevar a rastras a su casa del bosque si era necesario. Ojalá Alchemilla entendiera la importancia también, no le venía mal la ayuda.
Caminó en línea recta, empujando a aquellos que se interponían en su camino, como siguiendo un rastro invisible hasta detenerse en una calle adyacente a Notre Dame, oscura y estrecha, donde la vio, alba en la penumbra, junto a una puerta lateral de la catedral.
—No estoy de humor para jugar —dijo con voz firme y acercándose. El sonido de sus pasos rebotó en los sucios muros—. No te aproveches de que ahora no puedo matarte, porque… espera, sí puedo hacerlo —añadió con ironía y quedó a un distancia prudencial de ella.
—No te resistas, o será peor para ti. Estoy yo aquí afuera, como animal a punto de arrancarte la piel, pero hay algo peor dentro de ti, ¿no lo ves? Es un parásito que te comerá desde dentro si no lo detienes. Si te unes a esta empresa, podrás eliminarla de tu sistema —declaró, pero era mentira. La posibilidad más grande en realidad, creía, era que Alchemilla se apoderara por completo del cuerpo ajeno.
Los únicos que tenían verdaderos intereses ahí metidos eran ellos, Aleksandr y Alchemilla, y si tenía que dejar en paz a la hechicera después de conseguir su cometido, estaba dispuesto a hacerlo, a decir verdad. Ninguna de las dos lo comprendía, ni le interesaba que lo hicieran, pero si lograba descifrar los diarios de su abuelo marcaría un antes y después en las artes más oscuras, y en su existencia eterna. Eran armas para continuar propagando zozobra y miseria, armas que ansiaba con una sed que superaba todos los apetitos que antes pudo haber experimentado por la sangre.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Re: Tangled in the great escape {Privado}
Corría desesperada, sin saber hacia dónde iba, sabiendo a dónde me dirigía aunque una parte de mí no quisiera admitirlo y la otra sólo pudiera sentir molestia y rabia por la mala idea. Corría a través del gentío, apartando a la misma gente que me llamaba fulana y me insultaba por mi aspecto, como Alchemilla se estaba encargando de recordarme pese a mis esfuerzos por ignorarla, tan infructuosos como era posible; corría y trataba de huir pero no sabía si iba a funcionar, nada podía decirme si tenía razón en mi desesperación y...
No la tienes.
¿Pero, acaso, no era cierto lo que recordaba? No era capaz de nombrar la ciudad, que no se parecía en nada a París; no sabía si se trataba de un recuerdo de mi anterior vida o de la fantasía vívida de algún cliente que me la había metido en la cabeza antes de pagarme por utilizar mi cuerpo a su voluntad. Se sentía real, cálida y húmeda, con los colores tan vibrantes como cabía esperar de una ciudad tan hermosa; se sentía bien, creía, aunque había dolor bajo la superficie, una guerra esperando el momento perfecto para suceder.
Como en todas partes, ¿o es que crees que París es el maldito paraíso, fulana?
Roma. No era París, era Roma; los detalles pronto comenzaron a hacerse más vibrantes, y casi la veía ante mí mientras corría, iluminada por el sol anaranjado del anochecer y tan llena de iglesias por todas partes que los mendigos podían elegir en cuál pedir asilo. Se acogían a sagrado, decían, y los párrocos los recibían, aunque a regañadientes, porque con esa fórmula no podían dejar a nadie en la calle, o de lo contrario se meterían en problemas. Yo lo sabía, yo lo recordaba, yo quería intentarlo, pero...
Tarde, él ya está aquí.
Me giré para encararlo, pero mi primera reacción en cuanto sus ojos se clavaron con fuerza en los míos fue retroceder hasta la pared como si sus ojos peligrosos me quemaran, los brazos alzados sobre el pecho en un intento tan patético que hasta yo lo sabía de protegerme a mí misma, ¡y al cuerno con todos! ¿Estás segura, fulana? No, evidentemente; si me protegía, también la protegería a ella, pero... ¿Crees que necesito tu protección? Aquí la única que necesita ayuda eres tú.
– Mientes. – espeté. La acusación sonó dura a mis oídos, incluso Alchemilla contuvo un silbido de preocupación, o admiración (¡eso no en tus sueños, estúpida!) al escucharlo, intensificado por los muros de piedra que nos estaban rodeando, en el que me estaba apoyando. Me encontraba en una encrucijada, porque no podía volver a salir corriendo sin que él me atrapara, no podía atacarlo con los poderes que existían en mi interior porque no me obedecerían y Alchemilla no iba a ayudarme, apenas podía hacer nada.
Qué bien sabe cuando tienes que admitir la derrota.
– Mientes. No dices ni una gota de verdad y yo no quiero tener nada que ver contigo, ¿me oyes?, ¡nada! – repetí. Creí que, tal vez, así las palabras me infundirían un poco de valor, lo suficiente para que se me hiciera más fácil sobrevivir a su rabia y a su facilidad para herirme con sólo desearlo, como si fuera algún tipo de dios antiguo y...
Oh, no, has recordado.
¡Sí, lo hice! Le di la espalda, la peor idea posible, y corrí hacia la puerta que quedaba cerca de mí, la que daba a la casa de los párrocos de Notre Dame, muchísimo más discreta que las que permitían el acceso al interior del templo. Desesperada, empecé a aporrear la madera con los puños e incluso con los pies, pateándola como si así fueran a escucharme los sacerdotes dormidos, como si ellos pudieran ayudarme a salir del lío en el que los monstruos de mi alrededor me habían metido.
– Me acojo a sagrado, por favor, me acojo a sagrado, ¡necesito ayuda! – supliqué. Me negaba a sentir el sabor de las lágrimas bajándome por las mejillas, así que me obligué a callarme pero me obligué a ignorar a Aleksandr, Shura, y a seguir aporreando la puerta como si allí estuviera la solución a mis problemas. Terminaría con las manos heridas, pero me daba igual; terminaría en problemas, mas ¿acaso no lo estaba ya? Si así, al menos, podía intentar solucionarlos, que así fuera.
Sigue soñando.
No la tienes.
¿Pero, acaso, no era cierto lo que recordaba? No era capaz de nombrar la ciudad, que no se parecía en nada a París; no sabía si se trataba de un recuerdo de mi anterior vida o de la fantasía vívida de algún cliente que me la había metido en la cabeza antes de pagarme por utilizar mi cuerpo a su voluntad. Se sentía real, cálida y húmeda, con los colores tan vibrantes como cabía esperar de una ciudad tan hermosa; se sentía bien, creía, aunque había dolor bajo la superficie, una guerra esperando el momento perfecto para suceder.
Como en todas partes, ¿o es que crees que París es el maldito paraíso, fulana?
Roma. No era París, era Roma; los detalles pronto comenzaron a hacerse más vibrantes, y casi la veía ante mí mientras corría, iluminada por el sol anaranjado del anochecer y tan llena de iglesias por todas partes que los mendigos podían elegir en cuál pedir asilo. Se acogían a sagrado, decían, y los párrocos los recibían, aunque a regañadientes, porque con esa fórmula no podían dejar a nadie en la calle, o de lo contrario se meterían en problemas. Yo lo sabía, yo lo recordaba, yo quería intentarlo, pero...
Tarde, él ya está aquí.
Me giré para encararlo, pero mi primera reacción en cuanto sus ojos se clavaron con fuerza en los míos fue retroceder hasta la pared como si sus ojos peligrosos me quemaran, los brazos alzados sobre el pecho en un intento tan patético que hasta yo lo sabía de protegerme a mí misma, ¡y al cuerno con todos! ¿Estás segura, fulana? No, evidentemente; si me protegía, también la protegería a ella, pero... ¿Crees que necesito tu protección? Aquí la única que necesita ayuda eres tú.
– Mientes. – espeté. La acusación sonó dura a mis oídos, incluso Alchemilla contuvo un silbido de preocupación, o admiración (¡eso no en tus sueños, estúpida!) al escucharlo, intensificado por los muros de piedra que nos estaban rodeando, en el que me estaba apoyando. Me encontraba en una encrucijada, porque no podía volver a salir corriendo sin que él me atrapara, no podía atacarlo con los poderes que existían en mi interior porque no me obedecerían y Alchemilla no iba a ayudarme, apenas podía hacer nada.
Qué bien sabe cuando tienes que admitir la derrota.
– Mientes. No dices ni una gota de verdad y yo no quiero tener nada que ver contigo, ¿me oyes?, ¡nada! – repetí. Creí que, tal vez, así las palabras me infundirían un poco de valor, lo suficiente para que se me hiciera más fácil sobrevivir a su rabia y a su facilidad para herirme con sólo desearlo, como si fuera algún tipo de dios antiguo y...
Oh, no, has recordado.
¡Sí, lo hice! Le di la espalda, la peor idea posible, y corrí hacia la puerta que quedaba cerca de mí, la que daba a la casa de los párrocos de Notre Dame, muchísimo más discreta que las que permitían el acceso al interior del templo. Desesperada, empecé a aporrear la madera con los puños e incluso con los pies, pateándola como si así fueran a escucharme los sacerdotes dormidos, como si ellos pudieran ayudarme a salir del lío en el que los monstruos de mi alrededor me habían metido.
– Me acojo a sagrado, por favor, me acojo a sagrado, ¡necesito ayuda! – supliqué. Me negaba a sentir el sabor de las lágrimas bajándome por las mejillas, así que me obligué a callarme pero me obligué a ignorar a Aleksandr, Shura, y a seguir aporreando la puerta como si allí estuviera la solución a mis problemas. Terminaría con las manos heridas, pero me daba igual; terminaría en problemas, mas ¿acaso no lo estaba ya? Si así, al menos, podía intentar solucionarlos, que así fuera.
Sigue soñando.
Invitado- Invitado
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Le hubiera gustado que todo esto se diera de manera más sencilla, que Alchemilla siguiera al mando, parecía entender mejor el meollo y ella misma sacaba partido de todo. Pero claro, no iba a ser así, Elia, la tonta de Elia debía obsecarse en su intento fútil por sobrevivir y hacérselo difícil. Aunque encontraba entretenido todo aquello, para su desgracia sus horas en el exterior siempre iban al contrario de la arena que cae de un reloj, así que debí meterle prisa a esto, antes de dejar de existir de la manera más tonta, y tan cerca de su objetivo.
Entonces ahí, en la calle junto a la catedral, Aleksandr que cruzó de brazos y rio moviendo el pecho, con una burla hiriente, que no era como un fusilamiento, sino como el corte de un bisturí, que arde, arde de a poco y mata lentamente. Dio un paso, y al mismo tiempo, la fulana se acercó a la puerta, comenzó a tocar con furia. Giró los ojos y bufó, es más, la dejó que se hiciera ilusiones un momento antes de moverse hacia ella.
—Pero qué escandalosa —dijo con sorna y estuvo cerca de ella en un par de zancadas, tan cerca que si estiraba la mano, podía tomarla y llevársela al fin—. Me gusta que hagas ruido y grites, pero no aquí, sino en la cama, aquí no es divertido —continuó—. ¿Qué es exactamente lo que pretendes? ¿En serio crees que alguien te va a abrir? Eres una sucia puta, eres una pecadora para esta gente, jamás te darían asilo. —Miró hacia arriba, la flèche de Notre Dame queriendo alcanzar el cielo por encima de las demás edificaciones.
Un intento patético de los mortales.
Durante esos segundos que pasó contemplando el perfil de la iglesia, la puerta que con tanta furia Elia golpeaba se abrió. De inmediato Aleksandr se puso alerta. Un hombre joven, aunque delgado se apareció con una vela en la mano. Ah, no… no se iba a salir con la suya.
Avanzó con todo su poder avasallante y apartó a Elia de un empujón que la llevó contra el suelo. El vampiro entonces le sonrió al sujeto, quien seguía aturdido por todo, ni siquiera había dicho algo aún. Y no iba a decir nada nunca más. Lo tomó del cuello del pijama y lo elevó unos centímetros del suelo. Pudo ver en los ojos ajenos, llenos de miedo, su propio reflejo y se sonrió a sí mismo antes de tomarlo con facilidad, pasando un brazo debajo de la barbilla y con la mano otra sometiéndolo, obligándolo a mantener las manos en la espalda.
—Mira, Elia, mira tus gracias —regañó como si se dirigiera a una niña pequeña y muy tonta, como si ella lo estuviera obligando a hacer todo eso—, ¿esto es lo que querías? —Sin esperar una respuesta, soltó al hombre, que podía ser un párroco, un monaguillo, un desafortunado que estuvo ahí en el momento más inoportuno, eso no le importaba a Aleksandr. Apenas el desconocido dio un paso al frente, el inmortal lo tomó de la cabeza y con una apabullante facilidad, le rompió el cuello.
Crack.
Sólo eso se escuchó, un sonido corto y sin eco que terminó con la vida de un inocente, que cayó de bruces.
—Voy a matar a cuantos haga falta, Elia, pero podemos ahorrarnos todo esto si vienes conmigo de una maldita vez. —Terminó la frase entre dientes, era obvio que se estaba exasperando. Luego se sacudió las manos y fue a por ella.
La tomó del cabello con fuerza para ponerla de pie y la miró a los ojos. Buscó en ellos a Alchemilla.
Aleksandr Mussorgsky- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 29/10/2015
Localización : París
Re: Tangled in the great escape {Privado}
Creí recuperar la esperanza cuando la puerta se abrió, pero a veces Alchemilla tenía razón y debía escucharla aunque doliera, y esa fue una de ellas. Desde el suelo, tirada y dolorida, atónita y con la rabia burbujeándome aunque se mezclara con la maldita satisfacción de la voz que no dejaba de escuchar riéndose, con historia pero sin poder parar, contemplé cómo Aleksandr asesinaba al hombre que sólo había oído mi voz y había pretendido ayudarme: tal era su horrible pecado, uno que había cometido por mi culpa pero por el que no quería culparme, no debía, no...
¡Fíjate, ahora eres una asesina como él y como yo!
No, no, yo no quería serlo, ¡yo sólo quería ayuda! Nada de lo que recordaba que hubiera hecho justificaba el tormento del vampiro, que se regodeó todavía más en lo que hacía al agarrarme y hacerme sufrir con sus palabras y con sus actos, un dolor físico que en la cama le satisfacía tanto como, suponía, lo hacía fuera de ella. Así eran los vampiros, ¿no?, bastardos que disfrutaban haciendo sufrir, criaturas crueles que no tenían límite alguno porque eran inmortales y creían que eran fuertes por encima de todo y de todos, porque nadie se veía capaz de pararlos.
Oh, ¿ahora te vas a retorcer? ¿Ahora que por tu culpa ya ha muerto alguien? ¡Qué tierna!
– Pues claro que no es lo que quería. – susurré. No hizo falta mucho más porque su tóxica cercanía le permitía oírme, y de todas maneras era un vampiro, me escucharía hasta si hubiéramos estado dentro de Notre Dame ya y si me hubiera encontrado en la otra maldita punta de la catedral. Él se reiría, por supuesto, en cuanto viera las lágrimas que amenazaban con caerme de las mejillas, pero me mantuve todo lo firme que pude ante su mirada horrible que invocaba a Alchemilla, mi única manera de que ella no saliera a la luz para arruinarlo.
¿Arruinarlo? Fulana, en todo caso sólo lo arreglaría.
– Alchemilla no va a salir. – dije. Fue una promesa, un juramento que me hacía a mí misma tanto como se lo hacía a él, y toda la firmeza que había estado antes ausente en mi voz pareció aparecer de repente con fuerza, de improviso, sin que ni él ni yo nos lo esperáramos. Era todo una resistencia que no sabía de dónde provenía, que tenía algún origen desconocido pero de la que me apropié de inmediato con una comodidad que me hacía creer que era mía, de modo que no tuve la menor duda a la hora de hacerlo y, mucho menos, de mantenerme rígida y testaruda frente al dolor y tormento que tenía delante.
¡Serás estúpida! ¡Tengo que salir, vamos!
– No saldrá. Así que mátame, suéltame, pero no voy a ir contigo ahora. – afirmé. No era algo que pudiera cumplir con facilidad, mientras que él sí podía destrozarme con solo desearlo; era muy consciente de la clara diferencia que existía entre el vampiro y yo, pero no me importó en aquel breve instante en el que lo miré con firmeza. – Si lo hago, será con mis condiciones, y aquí, ahora, con un hombre fallecido al lado, no estoy dispuesta a ayudarte. – añadí.
Estás cediendo, ¿te das cuenta?
– Soy humana. Necesito un descanso que tú me estás arrebatando. Y Alchemilla, aunque le pese, también, ¿o piensas que aunque ella domine sigue siendo independiente a esto? – pregunté, mirando fugazmente el cuerpo que él había utilizado un sinnúmero de ocasiones y que parecía haberle cansado ya para terminar prefiriendo mi mente, o la suya, y mis poderes, o los de ambas, ¿quién sabía? Ni siquiera Alchemilla tenía la más remota idea, y eso que la bruja era ella, no yo; ante ese panorama, sólo podía suponer...
Erróneamente, por supuesto: la bruja soy yo y tú sólo eres una fulana.
Puede. Pero la fulana era quien dominaba el cuerpo, y no pensaba cederlo.
¡Fíjate, ahora eres una asesina como él y como yo!
No, no, yo no quería serlo, ¡yo sólo quería ayuda! Nada de lo que recordaba que hubiera hecho justificaba el tormento del vampiro, que se regodeó todavía más en lo que hacía al agarrarme y hacerme sufrir con sus palabras y con sus actos, un dolor físico que en la cama le satisfacía tanto como, suponía, lo hacía fuera de ella. Así eran los vampiros, ¿no?, bastardos que disfrutaban haciendo sufrir, criaturas crueles que no tenían límite alguno porque eran inmortales y creían que eran fuertes por encima de todo y de todos, porque nadie se veía capaz de pararlos.
Oh, ¿ahora te vas a retorcer? ¿Ahora que por tu culpa ya ha muerto alguien? ¡Qué tierna!
– Pues claro que no es lo que quería. – susurré. No hizo falta mucho más porque su tóxica cercanía le permitía oírme, y de todas maneras era un vampiro, me escucharía hasta si hubiéramos estado dentro de Notre Dame ya y si me hubiera encontrado en la otra maldita punta de la catedral. Él se reiría, por supuesto, en cuanto viera las lágrimas que amenazaban con caerme de las mejillas, pero me mantuve todo lo firme que pude ante su mirada horrible que invocaba a Alchemilla, mi única manera de que ella no saliera a la luz para arruinarlo.
¿Arruinarlo? Fulana, en todo caso sólo lo arreglaría.
– Alchemilla no va a salir. – dije. Fue una promesa, un juramento que me hacía a mí misma tanto como se lo hacía a él, y toda la firmeza que había estado antes ausente en mi voz pareció aparecer de repente con fuerza, de improviso, sin que ni él ni yo nos lo esperáramos. Era todo una resistencia que no sabía de dónde provenía, que tenía algún origen desconocido pero de la que me apropié de inmediato con una comodidad que me hacía creer que era mía, de modo que no tuve la menor duda a la hora de hacerlo y, mucho menos, de mantenerme rígida y testaruda frente al dolor y tormento que tenía delante.
¡Serás estúpida! ¡Tengo que salir, vamos!
– No saldrá. Así que mátame, suéltame, pero no voy a ir contigo ahora. – afirmé. No era algo que pudiera cumplir con facilidad, mientras que él sí podía destrozarme con solo desearlo; era muy consciente de la clara diferencia que existía entre el vampiro y yo, pero no me importó en aquel breve instante en el que lo miré con firmeza. – Si lo hago, será con mis condiciones, y aquí, ahora, con un hombre fallecido al lado, no estoy dispuesta a ayudarte. – añadí.
Estás cediendo, ¿te das cuenta?
– Soy humana. Necesito un descanso que tú me estás arrebatando. Y Alchemilla, aunque le pese, también, ¿o piensas que aunque ella domine sigue siendo independiente a esto? – pregunté, mirando fugazmente el cuerpo que él había utilizado un sinnúmero de ocasiones y que parecía haberle cansado ya para terminar prefiriendo mi mente, o la suya, y mis poderes, o los de ambas, ¿quién sabía? Ni siquiera Alchemilla tenía la más remota idea, y eso que la bruja era ella, no yo; ante ese panorama, sólo podía suponer...
Erróneamente, por supuesto: la bruja soy yo y tú sólo eres una fulana.
Puede. Pero la fulana era quien dominaba el cuerpo, y no pensaba cederlo.
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