Obliviscere onerum praeteritorum {Varek J. Lachance}

Aquella mañana había transcurrido de lo más ajetreada. Desde que había recibido la noticia no había parado de buscar soluciones lógicas para hacer frente a todo lo que iba a acontecer en los próximos días y como poder afrontarlo sin herir ni violar la privacidad  de Shine.  El ramo de flores estaba diseñado y el mensajero había sido enviado, seguramente el mensaje no era como esperaría el abogado de los Russell pero no estaba en situación de decidir, no podía decidir si todo el pasado de Shine debía acabar en su posesión, y convertirse en el dueño de su futuro. No sin antes haberlo discutido con ella.

Cuando llegó a las inmensidades de su mansión, lo primero que buscó fue el corcel que solía montar Shine. Necesitaba urgentemente dar fin a aquel acuerdo que le había abordado sin ningún tipo de condescendencia.  Accedió sin mirar atrás, arremetiendo e ignorando con todo lo que tenía delante hasta pararse frente a la puerta de la habitación de ella. Golpeó la puerta con sus nudillos, varias veces, y acercó la cabeza para cerciorarse de que le había escuchado - Shine - la llamó alzando algo la voz - Necesito hablar contigo - añadió de forma algo más baja.


Estaba sentada a lo indio sobre un mullido sillón, repasando un libro sobre  las manadas de licántropos que había en los alrededores de Paris y que había cogido de la biblioteca de mi viejo amigo, cuando oí la voz de Varek llamándome al otro lado de la puerta. La habitación, iluminada únicamente con la vela que estaba en la mesita cerca de donde estaba sentada, estaba prácticamente a oscuras, cerré el libro y lo coloqué sobre la superficie cercana - Pasa - Dije quedándome fija mirando la puerta.

No entendía qué hacía allí, apenas habíamos cruzado palabra desde que habíamos vuelto de la casa de aquel hechicero y habíamos traído a Lyre de vuelta, lo había notado incluso esquivo. Por lo que, que viniera hasta la que había sido asignada como mi habitación, me sorprendió adoptando yo una postura algo más tensa, a pesar de mantenerme sentada en aquel butacón, aparentemente relajada.


Apoyó la mano durante unos segundos sobre el pomo de la puerta, hasta que finalmente ejerció fuerza sobre él, abriendo la puerta. Buscó con la mirada a Shine, que permanecía plácida y tranquilamente sentada sobre un sillón, al lado de la ventana y acompañada de una pequeña vela que iluminaba lo suficiente para hacerle posible leer. Varek se quedó bajo el umbral de la puerta. No quería hablar de aquello en su habitación, no quería que una noticia tan marcada quedase impregnada en aquella estancia - Te espero en diez minutos en mi despacho - sentenció, abandonando la habitación, cerrando la puerta a su salida. En silencio bajó hasta el despacho el cual equipó con varias velas, y una mezcla de olor a canela para hacerlo más apacible. Se sentó en el sillón a la espera de que se le uniese, frente a él.


Tal como apareció en mi puerta desapareció. Sin él delante, no pude evitar sonreír, divertida, ante los formalismos, la seriedad y el misterio que envolvían a mi amigo. Soplé la vela, apagándola, y en silencio bajé hasta la biblioteca. Por el camino me crucé con algún que otro sirviente, que aún se sorprendía por mis vestimentas. Llegué hasta la puerta, y esta vez, entré sin llamar, Varek estaba sentado en unos sillones, con uno frente a él. Fui hasta éste y me senté de la misma manera que estaba en mi cuarto, a lo indio. - ¿Y bien?-Comenté con una sonrisa. Sabía que tanto mis ropas, como mi actitud, no le gustaban, pero el hecho de que hubiera estado como había estado todos estos días hacía que me apeteciera picarle.



Los pasos de Shine resonaron por el pasillo, hasta que entró en el despacho, donde tomó asiento. Una inocente sonrisa se dibujó en su rostro, mientras observaba con picardía el rostro de Varek, a expensas de saber que pasa, y rebatirle con alguna tontería. Pero el señor Lachance se encontraba con el corazón en un puño, y no pudo evitar eludir la mirada de la joven, mientras su mandíbula se tensaba. Deslizó sus manos por el sillón hasta posar las manos en el final del reposabrazos,  para impulsarse, y acercarse un poco más a ella. Buscando privacidad. Los sirvientes estaban avisados de que no querían interrupciones, y nadie entró a ofrecerles algún jugo para el encuentro.

Varek mojó sus labios lentamente mientras sacaba del bolsillo de su chaqueta la carta que había recibido de buena mañana.  El pergamino venía sellado con el escudo de la familia Russell, pero el hombre se aseguró que de nada más exhibir el manuscrito no se viene. En silencio le alargó el escrito para que lo leyese -  Mi pésame, Shine - la voz era ronca, quebrada, y buscó el tacto que era necesario para tratar de ponerse en el lugar de la muchacha, pero nunca fue su fuerte - Que no me has contado, Shine, porque soy el heredero - le preguntó sin más divagaciones.


La seriedad con la que Varek me miraba y lo que podía intuir a través de sus ojos hizo que poco a poco fuera perdiendo la sonrisa y fuera poniéndome seria, como él. Le miré, atenta, como sacaba un papel y me lo tendía. ¿El pésame? No entendía nada de lo que estaba contándome. Cogí el papel. Observé el sello de mi familia, que hacía años que no lo veía pero que podría reconocer en cualquier parte. Desdoblé las piernas y me senté, algo nerviosa pero intentando disimular por todos los medios ante mí amigo. Leí la carta, varias veces.

No tenía nada que decir, ni que hacer, mis padres lo habían dejado todo muy claro al mandar esa carta. Para ellos no existía. No era Russell. Estiré el brazo y lancé la carta sobre el regazo de mi amigo, que ahora estaba más cerca que antes. - Ya lo has leído. Enhorabuena, ahora eres propietario de las Bodegas Russell- Comenté con mordacidad. Me levanté, incomoda. Desde luego que no iba a desmoronarme, y menos delante de Varek, hacía tiempo que había aceptado lo que mis padres pensaban de mí. Sin embargo, aquella noticia me había caído como un balde de agua fría, recordándome cual era mi lugar en aquella familia y en España.


La respuesta era tal y cual esperaba el muchacho. Tomó una bocanada de aire levantándose, siguiéndola con rapidez. Apoyó su mano abierta sobre la puerta impidiendo que ésta se abriese y observó a Shine desde la altura que le sacaba - Shine - comenzó. Pero no sabía cómo seguir. Mil citas de cientos de autores atravesaron su mente, aglomerándose para tratar de salir por la boca del muchacho en forma de consuelo. Pero aquello no era empatizar, y decidió improvisar algo con la fe de que ella lo apreciase - No me importa lo que diga la carta, ni lo que sucedió entre vosotros. Lo que tengo claro es que no quiero tu legado, y ahora que no hay nadie para rebatirte, creo que deberías acompañarme a reclamar lo que es tuyo por protestad. No seas cabezota -  apartó la mano de la puerta para agarrar el mentón de la mujer y alzar su cabeza, en busca de sus ojos - No olvides que siempre fuimos nosotros, no nuestros apellidos. Decidimos que queríamos desde bien jóvenes, es hora de retomar lo que es tuyo, y dejar claro que no habrá Lachance-Russell, no bajo sus ideales - esbozó una simple sonrisa, para después besar su frente.


Llegué hasta la puerta, pero entonces la mano de Varek impidió que me fuera. Necesitaba irme, salir de aquella habitación. El fantasma de mi pasado estaba en aquella habitación, y nunca mejor dicho, y necesitaba respirar, tranquilizarme, continuar con mi vida. No quería mirar a mi amigo, no quería encontrarme con la pena que estaba segura que podría ver en sus ojos. No quería lastima.

No podía hablar. No quería. ¿Cabezota? No era cuestión de terquedad, era más una derrota. Mis padres, hasta tras la muerte,  tenían que mandarme un mensaje. Me habían dado su golpe de gracia, pero tan poco quería ver yo con ellos, como ellos conmigo. Sentir la mano de Varek,  revivir, en cierta manera,  la cercanía  que habíamos construido cuando éramos jóvenes, hizo que un gesto de dolor cruzara mi rostro. Alcé la cara para encontrarme con los ojos de mi amigo, y no pude aguantar más mi semblante serio y frio. Cerré los ojos, en un intento de calmarme y de no derrumbarme allí mismo. - No pinto nada allí. Ya lo has leído. - Susurré, dejando caer la mano, y de paso los hombros, que hasta entonces había estado apoyada en el pomo, en un gesto de derrota.


Sus brazos rodearon su cuerpo, abarcándolo y pegándolo a él. Acarició su cabello entrelazando sus dedos en sus mechones, mientras trataba que la tranquilidad de su respiración fuese de contagio. Esbozó una sonrisa divertida mientras negaba levemente con la cabeza - Te necesito allí, recibiré tu herencia y en ese mismo instante haré el escrito para hacerlo tuyo - la separó para que volviese a mirarle - Y no hay rebatimiento, mañana temprano saldremos para España, prepárate - la soltó para abrir la puerta.


Sentí los brazos de Varek rodeándome y acercándome a él. Me dejé llevar, arrimándome a su cuerpo y sintiendo los lentos latidos de su corazón. Me tranquilicé brevemente, me separé y le miré. No podía articular palabras, tras sentirme huérfana años, ahora lo era de verdad. Abrió la puerta y me dispuse a salir, pensando en cómo huir por la noche y no tener que volver allí. Sin embargo, tirando de mi particular sentido del humor, justo en el umbral de la puerta me giré y le miré: - Tal vez no sea mala idea, siempre puedo arruinarles el legado. - Comenté, guiñándole un ojo y girándome después, donde recorrí  el pasillo y subí hasta mi habitación, echándome sobre la cama y desmoronándome.

Las majestuosas montañas verdes y el cielo nublado dieron la bienvenida a la pareja de Americanos.  Llevaban casi una semana de viaje cuando finalmente ambos reconocieron el paraje que les rodeaba. El sonido del río cristalino, los altos árboles y la fauna los recibió recordándoles que la vida de aquel pequeño país no era tan rápida como podía serlo en Francia y que apenas los años habían pasado desde la última vez que ambos estuvieron aquí, compartiendo su historia.

Los carruajes frenaron frente a la casa de piedra de los Russell, que constaba de dos pisos,  y amplias plantas. Seguía tal y cual el joven la recordaba, realmente parecía que el tiempo no transcurría en aquel paraje. Varek se apresuró a bajar del carruaje, asqueado de llevar tantas horas allí sentado - Arratsalde on, prest- ezazue hamaiketakoa - avisó a uno de los sirvientes mientras esperaba a que Shine bajase de la cabina. No iba a ayudarla pues sabía que para ella sería una falta de respeto. Cogió su sombrero y se lo puso, evitando que el txirimiri le mojara el pelo. Otros dos sirvientes comenzaron a bajar las maletas, con rapidez para que nada quedase excesivamente humedecido, entre ellas se encontraba la de cuero que guardaba los papeles necesarios para que la herencia fuese a Shine y prácticamente no pasase por manos de los Lachance - Nik eramango dut  - se apresuró, agarrándola él, y entrando dentro de la casa. No podía permitir que aquello se extraviara.

A punto había estado de escaparme, de irme y de no viajar con Varek de vuelta mi casa, a mis orígenes, pero algo me lo impidió. Tras una semana de viaje en la que apenas conversé con mi compañero de carruaje, los caballos se detuvieron ante la casa de mis padres. Todo era como lo recordaba, la gente, el olor, los colores. Hasta el tiempo. Varek bajó del carruaje rápidamente, sin embargo, yo necesite esperar un momento, concederme algo más de tiempo. Respiré hondo y bajé.

Caminé con rapidez hasta el portón, resguardándome de la lluvia peculiar que caía en ese exclusivo lugar de la península. No pasaron desapercibidas para mí las miradas que me echaban los sirvientes. No estaba cómoda, no solo por los recuerdos que me traía el propio lugar, sino por el conjunto que se creaba con la presencia de Varek ahí. Me sentía una intrusa, una foránea, y así me lo hacían saber los sirvientes con sus miradas, que me recorrían de arriba abajo y miraban con desaprobación mi ropa. Hasta mi viejo amigo pintaba más en aquella casa que yo, sobre todo al escucharle hablar. No pude evitar mirarle, sorprendida porqué aun pudiera comunicarse en aquel idioma. Al parecer, se encontraba a gusto, seguro de que estaba donde debía estar. Yo, por el contrario, estaba parada, en la entrada de aquella casa, con los sirvientes trabajando a mí alrededor, sintiéndome tan fuera de lugar como siempre me había sentido, especialmente desde que se fuera el que ahora estaba junto a mí, sujetando una maleta de cuero. Me sentía observada, juzgada y comenzaba a agobiarme.

-Jaun, andre. Logela nagusia zuentzat prestatu dugu - Dijo uno de los sirvientes que recordaba con cariño, pues fue el único que se había preocupado por mí en mis últimos días en aquella casa. Ahora tenía el pelo teñido de canas, las arrugas alrededor de sus ojos comenzaban a ser realmente profundas, sin embargo, pude atisbar algún brillo de alegría al verme. Miré a Varek, para ver si había entendido lo que había querido decir, estaba tan bloqueada al encontrarme aquí, que ni los 7 días de viaje habían servido para prepararme ante el shock que estar aquí suponía para mí.

Varek estaba absorto en sus que haceres cuando escuchó al sirviente dirigirse a Shine. Alzó la vista tratando de no perder detalle de lo que decía para comprenderlo cuando una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. De alguna manera los señores Russell se las habían apañado para hacer creer que Shine y él se había unido en matrimonio, y por aquella razón él era el heredero.

No había pensado que tendría que tirar de tal manera de su compañera, hasta que notó como aquellas palabras en vascuence le había machacado con tanta fuerza. La mano de Varek se posó suavemente en la cintura de ella para susurrarle dulcemente al oído - Goazen, maitia, logela nagusia prestatu egin dute eta - besó su mejilla con suavidad y entró dentro sin perder el tiempo.

Su semblante cambió cuando pasó el umbral de la puerta, se dirigió hasta el despacho que recordaba a la perfección donde estaba y se paró frente a todos los libros y archivos. Debía ponerse al día con todo antes de hacer frente al abogado de la familia. Necesitaba la información en su plenitud para que el gobierno de España no se quedase ni un bien y todo fuese a parar a Shine. Agarró los últimos archivos de los últimos 7 años, se quitó al chaqueta y se sentó en la silla aterciopelada, pidió que le encendieran un par de velas y comenzó a rastrear cada dato, a seguirlo hasta el día que los Russell fallecieron.

Sin duda decir que estaba bloqueada era poco. Menos mal que Varek estaba ahí, sabiendo salir de las situaciones y aguantando. Después de años fuera de la familia, repudiada por haber manchado el buen nombre de mi querida casa, había descubierto que mis padres se las habían apañado para hacer con mi nombre, y mi vida, lo que siempre habían querido. Estaba enfurecida, y una vez más, decepcionada con mi familia por el poco amor que habían tenido hacia mí. Me tensé al sentir la mano de Varek, pues no esperaba tal muestra de acercamiento, sin embargo, disimulé y esbocé una breve sonrisa.

Me dejé llevar al interior, y cuando él se fue a la biblioteca yo subí al solemne cuarto principal. La cama era enorme, y por suerte había un sofá lo suficientemente mullido como para dormir en él. Me quite el abrigo y lo colgué en lo que parecía un perchero. Al rato de estar allí, cuando estaba sentada en una de las butacas pomposas, perdida en mis pensamientos jugueteando con una de las balas de plata que había caído de los bolsillos entraron un par de sirvientas. Guardé con rapidez la bala y, me puse en pie. Se sorprendieron por el atuendo, aunque aludieron a la moda de París. Si ellas supieran. Prepararon un baño y ropa, ropa que yo no había traído y que no pensaba ponerme. Sin embargo, tras una larga perorata por parte la más mayor de las sirvientas, salí de la habitación con un pomposo vestido azul marino, aparentemente negro, que me apretaba la cintura demasiado para mi comodidad, y con el pelo recogido en algo parecido a un moño y que no hacía más que hacer que mi picara la cabeza.

La situación comenzaba a parecerse a una broma de mal gusto, de pronto estaba casada con Varek y llevando uno de esos vestidos que tanto odiaba. En ello iba pensando cuando me tope con un sirviente que no conocía de nada, pues sería nuevo, y me indicó que ya estaba la cena preparada. Fui hasta el despacho y, antes de entrar, respiré hondo. Tenía la sensación de que cuando abriera la puerta, mi padre se encontraría sentado en la mesa, revisando papeles. Llamé con los nudillos y esperé a que la voz de Varek me invitara a entrar. Una vez dentro, y observando cómo miraba mi ropa y le miré alzando una ceja. Si hasta ahora había estado en shock, ahora estaba cabreada. No por él, sino por la situación que se había generado al aceptar venir a este maldito lugar: -La cena está esperando- Cerré la puerta detrás de mí y me apoye en ella, mirándole sentado en el despacho rodeado con tanto papel. Solté una larga bocanada de aire, haciendo que mis costillas sufrieran con el maldito vestido.

El tiempo transcurrió lento, era lo que pasaba cuando ojeabas cosas sin interés, números que no eran tuyos, cuentas desconocidas y el desorden era el dueño de cada montón. Los Russell llevaban años sin preocuparse por sus negocios, habían dejado que fluyeran manteniendo el mismo nivel de precios y recibos. Estaba tan estancado que con el cambio de de nombre la incrementación de ganancias sería muy elevada y Shine tendría una vida de lo más cómoda posible. Varek se encontraba cómodo haciendo aquello solamente por que sabía que su compañera iba a ganar todo lo que le correspondía, y con un par de ajustes, mucho más. La pereza por lo que tardarían en llevarse a cabo los tramites era lo que le incomodaba. No quería descuidar su negocio en París, y menos ahora que su hermano no podía hacerse cargo. Necesitaba dejarlo todo organizado aquí y que Shine, o alguien de confianza fuese moviendo cada tramite, hasta el final, donde el nombre de Shine Russell apareciese en todos los documentos, como única heredera y dueña de la empresa familiar.

La cera de la vela que alumbraba la parte más cercana de escritorio a Varek iba consumiendose, el muchacho no se permitía levantar la cabeza de todo el papeleo, quería darle algo claro y conciso en la cena a Shine. Cuando esta golpeó con los nudillos la puerta, pidiendo permiso para entrar, el joven se sobresaltó levemente, dando permiso poco después. Le costó hacerse a la oscuridad que le envolvía y más a el paisaje que le estaba ofreciendo la mujer.  Vestía un pomposo vestido azul, casi negro, que resaltaba cada centímetro de su cuerpo, convirtiéndolo en esbelto y delgado. Varek frunció el ceño al sentirse levemente atraído por lo que estaba viendo. Shine no era una mujer fea, para nada. Pero tampoco la había visto atractiva hasta ese mismo momento. Y quizás el maldito recuerdo de lo que pudo ser era quien estaba juzgando por el, esa sensación de haberla amado con todo su corazón podía aun permanecer en alguno de los rincones de su corazón, tratando de florecer.

Se levantó y apagó la vela soplando, el aroma a cera envolvió la biblioteca, le resultaba agradable. Acomodo los papeles en un montón, y agarró uno que enrolló - Te mostraré en la cena el plan que he trazado - le explicó, parándose frente a ella. Le ofreció su mano para que ambos accedieran juntos al gran comedor, donde le acomodó la silla, y se tomó el derecho de mover su plato y vaso hasta ponerlo al lado de su compañera, no iba a permanecer callado, ni iba a estar a tres metros de ella. Tomó asiento y comenzó con su explicación mientras les servían - ¿Conoces a alguien que pudiera mover los hilos desde aquí? Alguien de confianza, Shine? - le preguntó agarrando la copa para dar un sorbo al txakoli.

Esperé que Varek no hiciera ningún comentario sobre mi vestimenta, estaba bastante incómoda, pero me sorprendió hablando de los negocios y los planes. No hice comentario alguno hasta que llegamos al comedor y se acomodo a mi lado, para sorpresa de los sirvientes. Aunque muchos sonrieron creyendo que aquella cercanía se debía a la intimidad del matrimonio. Suspiré, no iba a aguantar mucho aquella mentira, no podía aguantar las mentiras mucho tiempo, y una tan grande como esta iba a explotarme en cualquier momento. Mire a Varek, agobiada, por vernos observados por todos los sirvientes y no poder comportarme como yo era, como lo había sido en los últimos años.

Según tomé la decisión, las palabras salieron por mi boca: - Joan zaitezte, mesedez. Utz gaitzazue bakarrik - Los sirvientes, poco a poco y de forma ordenada fueron abandonando la sala, tras servirnos la cena. Mire a Varek y volví a resoplar. – Esto es demasiado- Comenté en un susurro agarrando la copa y pegando un largo trago a aquel vino blanco de la zona. Sabía que me iba a subir a la cabeza, como siempre, pero prefería eso a tener que aguantar más esta mentira sin ningún tipo de sedante. Le miré, pero me quedé pensando en quién podría confiar de la zona, apartando la mirada lentamente. Cogí los cubiertos y corté un trozo de carne jugosa. – Creo que podría haber alguien, pero no estoy segura de cuál será la situación ahora mismo. Hace al menos 15 años que no vengo aquí, Varek.- Solté por fin. Si sabía hacer las cuentas y era tan listo como recordaba, entendería cuando empezó mi cambio.

En cuanto al que nos podía ayudar, recordé que a unos pocos kilómetros a caballo había una familia que era muy amiga de mis padres, y que tenían un hijo poco más mayor que yo y con quien, en los días más oscuros hasta que me fui, fue un buen apoyo. Si todo seguía igual, nos ayudaría. – Hay un castillo a pocos kilómetros de aquí, si todo sigue igual es posible que nos ayuden. – Comenté – Pero no sé lo que habrán hecho mis padres, ni cuál es la situación con esa familia ahora mismo. – Le miré con seriedad, como cazadora, no me gustaba salir al terreno sin conocerlo antes, sin sopesar posibilidades y sin estar al tanto los riesgos.

Deslizó el cuchillo por la chuleta, partiendola en dos. La sangre y el jugo se vertieron lentamente por el plato, que se tiñó de un rojo brillante. Varek se mantenía tranquilo, a pesar de todo el papeleo que tenía que llevar para que Shine pudiera respirar más tranquila, y devolverle el favor de  que jamás mandase a sus padres a por él. Y a pesar de que se habían inventado una historia dejandole de lado, y arrebatando su apellido para hacerlo de ellos, no les guardaba rencor. ¿De que servía? Ahora sólo estaba Shine, y estaba tan engañado como él.

Comió un trozo de carne observandola, y asintió con la cabeza - ignora tu entorno - le aconsejó. Era lo que siempre hacía él, y quizás era lo que le había ayudado a ser tan tranquilo como era. Bebió un poco de vino y dejó los cubiertos a los lados, giró la hoja y buscó el apellido que más se nombraba - ¿Butron? - preguntó con curiosidad - Si es así, nos vendrá bien ya que se habrán tragado la mentira bien y creerán que somos pareja, será fácil que nos ayuden, ya que todo lo que han invertido en tus viñedos les podría arruinar si ahora paras los negocios con su familia - le explica, bebido otro trago después - Pide que preparen los carruajes para bien temprano.- Organizaría las hojas que necesitaban llevarse a Paris, para que Jean las echase un vistazo, y dejar todo zanjado y que Shine pudiese vivir de nuevo sumergida en la tranquilidad mientras su bolsillo se llenaba.

***

Varek pidió que le informaran cuando Shine estuviera preparada, ya que no había descansado. Permaneció la noche ojeando los papeles necesarios para hacer frente una forma madura y siento consciente de cada palabra que podían cruzar, sabiendo por donde tirar. Apoyó su frente entre sus manos, mientras descansaba un poco. Escuchó como preparaban los caballos, y apagó la vela. Se incorporó y sacó sus tabas, para hacer un montón de papeles, se tiró en el sofá a fumar hasta que le llamasen.

-Butrón- Confirmé cuando preguntó. Escuché todo lo que decía, si era cierto, si mis padres les habían mentido a ellos también y habría que seguir con la mentira, con la broma de mal gusto que mis padres me habían dejado tras su muerte. Se  habían ido sin despedirse, sin siquiera saber que estaban enfermos. Si no hubiera estado en París, si no hubiera coincidido con Varek, jamás hubiera sabido de su muerte. Terminamos de cenar y cada uno se fue por su lado, el joven al despacho y yo a nuestra habitación, aprovechando el camino para pedir que prepararan los caballos al alba. Dejé bien claro que iríamos a caballo, nada de carruajes ni vestidos pomposos. Necesitaba deshacerme de aquella vestimenta, al menos unas horas.

Pasaron las horas mientras maldormia en aquella enorme cama, preocupada por cómo nos recibiría el muchacho que recordaba y que ahora seria todo un hombre. Cuando los primeros rallos de sol empezaron a despuntar y la habitación se fue iluminando, salí de la cama y comencé a prepararme. Aquel día no iba a ponerme un vestido, convencí a la anciana de siempre de que montar a caballo con aquellos volúmenes era imposible e incomodo,  y elegir el carruaje estaba descartado, pues necesitábamos llegar a Butrón lo antes posible y el carro solo nos ralentizaría, obligándonos a ir por los caminos y no por los atajos.

Cuando todo estuvo dispuesto, salí a los establos, colocados en la parte trasera de la casa. Allí, un joven sirviente se acercó con un petate, pero se quedo a medio camino al pararse demasiado rato a observar mis pantalones y mi chaqueta. Aquello le costó un pescozón del más anciano, que le arrebato el paquete y vino donde mi: - Avisad al señor de que todo está preparado – Le dije una vez cogí bulto, con lo que supuse sería algo de comida, y lo guardé en las alforjas. Monté sobre aquel  alazán dorado y esperé a Varek en el frio de la mañana, envuelta en un enorme fular de invierno que me tapaba hasta la nariz.