AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El jardín de las delicias (privado)
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El jardín de las delicias (privado)
Su contacto en París le había concertado un encuentro en al Palais Royale, alguien de alta alcurnia deseaba conocerla y aunque ella prefería no desplazarse y recibir en su mansión, por esa vez haría la excepción. Llevaba días de interminable tedio y hastío y una visita a la alta corte no le vendría mal.
Escogió un vestido que a Olivier le encantaba, brocado de seda indio de un bonito color púrpura con apliques de encaje dorado, rematado con bordados de intensos colores naranjas y rosas en los ribetes. Le encantaba la seda, ir envuelta en esa segunda piel, suave y moldeable a sus relieves. Era viuda, cuando se presentaba en actos sociales ecogía colores oscuros porque el luto ya lo dejó a los seis meses del fallecimiento de su marido. Pero en su rostro, en sus gestos y sobre todo sus ojos, no yacía la tristeza que cabía esperar cuando el ser querido se va.
Todo París murmuró cuando el anciano magnate naviero se casó con una joven de mala vida, pero nadie culpaba al viejo, todos los hombres en su misma posición habrían hecho lo mismo. Si la vida les regalaba unos años de asueto, de disfrute, bienvenido fuera.
El palacio era ostentoso y enorme, ya había estado allí en varias ocasiones, en bailes y celebraciones varias, pero no conocía los entresijos de aquella morada. Un mayordomo la escoltó hasta unas dependencias privadas, a las que si tuviera que regresar, le resultaría imposible, pues aquello era un laberinto de puertas. Desembocaron a un salón que parecía como una sala de música reconvertida en salón de té o similar. Lo supo porque todavía quedaban las marcas del piano en el suelo. Un sofá de terciopelo rojo se apoyaba a un lado de la ventana, bajo la cual había una mesa ovalada con un servicio de plata y fino cristal de Murano. El suelo combinaba madera pulida y alfombras orientales de colores apagados. Las paredes estaban cubiertas de cuadros pero le llamó la atención uno más grande y de vivos colores. Se acercó a contemplarlo mientras sujetaba distraidamente entre los dedos la esmeralda engarzada que llevaba al cuello y la acariciaba, tratando de recordar el nombre del autor la obra.
En él se representaba la creación de la tierra cuando el tríptico estaba cerrado, pintado en grises y blancos, y al abrirlo una explosión de color inundaba las retinas. A la izquierda se representaba el último día de la creación del Paraíso, en el centro la caída de los hombres a manos de la Lujuria carnal desenfrenada y a la derecha el Infierno donde se condenaba a los pecadores.
Estaba absorta observando cómo los humanos originales perdieron la gracia divina al caer en la corrupción del cuerpo. Era un simbolismo potente y que a ella le divertía enromemente. Finalmente recordó de quién era y murmuró.
— ¡Ah! ya recuerdo de quién eres... Jheronimus Bosch (el Bosco).
Escogió un vestido que a Olivier le encantaba, brocado de seda indio de un bonito color púrpura con apliques de encaje dorado, rematado con bordados de intensos colores naranjas y rosas en los ribetes. Le encantaba la seda, ir envuelta en esa segunda piel, suave y moldeable a sus relieves. Era viuda, cuando se presentaba en actos sociales ecogía colores oscuros porque el luto ya lo dejó a los seis meses del fallecimiento de su marido. Pero en su rostro, en sus gestos y sobre todo sus ojos, no yacía la tristeza que cabía esperar cuando el ser querido se va.
Todo París murmuró cuando el anciano magnate naviero se casó con una joven de mala vida, pero nadie culpaba al viejo, todos los hombres en su misma posición habrían hecho lo mismo. Si la vida les regalaba unos años de asueto, de disfrute, bienvenido fuera.
El palacio era ostentoso y enorme, ya había estado allí en varias ocasiones, en bailes y celebraciones varias, pero no conocía los entresijos de aquella morada. Un mayordomo la escoltó hasta unas dependencias privadas, a las que si tuviera que regresar, le resultaría imposible, pues aquello era un laberinto de puertas. Desembocaron a un salón que parecía como una sala de música reconvertida en salón de té o similar. Lo supo porque todavía quedaban las marcas del piano en el suelo. Un sofá de terciopelo rojo se apoyaba a un lado de la ventana, bajo la cual había una mesa ovalada con un servicio de plata y fino cristal de Murano. El suelo combinaba madera pulida y alfombras orientales de colores apagados. Las paredes estaban cubiertas de cuadros pero le llamó la atención uno más grande y de vivos colores. Se acercó a contemplarlo mientras sujetaba distraidamente entre los dedos la esmeralda engarzada que llevaba al cuello y la acariciaba, tratando de recordar el nombre del autor la obra.
En él se representaba la creación de la tierra cuando el tríptico estaba cerrado, pintado en grises y blancos, y al abrirlo una explosión de color inundaba las retinas. A la izquierda se representaba el último día de la creación del Paraíso, en el centro la caída de los hombres a manos de la Lujuria carnal desenfrenada y a la derecha el Infierno donde se condenaba a los pecadores.
Estaba absorta observando cómo los humanos originales perdieron la gracia divina al caer en la corrupción del cuerpo. Era un simbolismo potente y que a ella le divertía enromemente. Finalmente recordó de quién era y murmuró.
— ¡Ah! ya recuerdo de quién eres... Jheronimus Bosch (el Bosco).
- El jardín de las delicias:
Erline D'Amencourt- Prostituta Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: El jardín de las delicias (privado)
Hace tiempo que venía pensando en salir de mi mansión allá en Versalles por lo menos unos días, tenía que consultar además asuntos de la monarquía, el Rey siempre ha querido que sus súbditos no dejasen sus trabajos a última hora. Y como Conde de Francia tenía también que hacer lo que el Rey me pidiese. Yo había estado “enclaustrado” allá en la mansión bajo mi propia voluntad, ocupándome también, de los pensamientos tormentosos que me llegaban acerca de mi esclava de sangre. ¿Qué quería realmente hacer con ella y su existencia? Todavía no estaba claro en mi interior pues tenía una noción, pero realmente no quería hacerla pasar por el sufrimiento eterno de un inmortal.
Entre tanto, cuando tenía un tiempo para pensar en ese mundo de allá afuera que quedaba desplazado de mí había mantenido contacto por carta, con un susodicho que se encargaba del comercio sexual y entre otras cosas. La verdad, es que era bastante exclusivo y no tenía idea de ello hasta que entre las conversaciones que se daban entre los señores de Versalles yo pude enterarme y conseguir la dirección de su contacto. Hacía ya tiempo que no tenía contactos sexuales con mujeres, desde mi exilio de esta sociedad que a veces me cansaba en demasía. El hombre quien deseaba mantener su identidad en secreto, me contaba acerca de las mujeres que le asistían para el servicio y me conversó acerca de una en especial de apellido D’Amencourt.
Hablabla maravillas de ella y su habilidad para que los hombres la pidieran cada vez pagando “todo tipo de precios”, exactamente así me lo detalló en sus cartas. Su particularidad era que no solamente trabajaba por dinero, sino que, por objetos muy valiosos y difíciles de conseguir, los cuáles muy pocas personas podían acceder. Quedé dubitativo al leer aquel detalle que se molestaba en destacar en todas las cartas, me dio tanta curiosidad que una mujer pudiera pedir ese tipo de cosas a cambio de entregar su cuerpo. Exhalé al enterarme de esto, pensando en lo que los humanos son capaces de hacer por un poco de acción en sus vidas.
Había llegado la noche… y le había dejado en claro a mi mensajero anónimo que la Mujer solicitada en mis cartas con la que me encontraría, fuera hacia el Palacio Royal para nuestra reunión. Me arreglé para la ocasión y utilicé mis vestimentas nobles de colores oscuros. Un pantalón negro, botas negras largas, una levita de color negro con diseños bordados en dorado, y mi camisa blanca sencilla que se adaptaban perfectamente a mi cuerpo, con telas de calidad inglesas. Y mi peluquín largo y castaño de ocasión, que normalmente utilizaba para menesteres nobles porque sabía que allí podría encontrarme con cualquiera que trabajara dentro de la corte del Rey.
En el rincón oscuro de la habitación me quedé absorto observando a la mujer por detrás, en donde gracias a mis habilidades vampíricas naturales, sería difícil que ella se enterara de mi posición y presencia. La observé bastante tiempo desde allí y en silencio, su figura se amoldaba en aquel vestido de seda estilo oriental púrpura, me recordaba un poco a las nobles de la India con detalles fuertes en las partes del vestido más insinuadoras. Realmente la Mujer era mucho más hermosa de lo que había descrito aquel anónimo en sus cartas, me alegra no haber sido engañado por el patán, de lo contrario su fosa ya estaría cavada. La Mujer estaba ensimismada observando el tríptico de las almas de Bosch y su caída hacia los placeres y el pecado, lo cual esto a mí me recordaba a una de mis pinturas inspiradas en un pasaje de la biblia: El Valle de los Huesos Secos.
Una pintura que veía los pecados desde una perspectiva más aguda, profunda y oscura llena de emociones desgarradas desde el interior de mi ser.
-Aquella es una excelente obra maestra, dama…- dije en una voz resonante de la habitación del palacio.
Había pedido alquilar esta habitación para el encuentro entre la Mujer y yo, pagando una suma de dinero muy alta para que nadie entrara a molestar, ni nadie más supiera por qué no se podía acceder a esa habitación aquella noche.
Estire mi mano hacia ella para invitarla a que se acerca hasta a mí y pudiera besarla en forma de saludo. Al momento en que pude observar su rostro, lleno de vida y juventud mis ojos se posaron en sus labios y la forma de sus mejillas, que perfectamente delineadas te llamaban a besarla sin parar…
-Me llamo Mikaël Doré… es un placer conocerla al fin, mademoiselle.- finalicé esbozando una ligera sonrisa, que disfrutaba de la belleza jovial de la musa en frente de mí.
Entre tanto, cuando tenía un tiempo para pensar en ese mundo de allá afuera que quedaba desplazado de mí había mantenido contacto por carta, con un susodicho que se encargaba del comercio sexual y entre otras cosas. La verdad, es que era bastante exclusivo y no tenía idea de ello hasta que entre las conversaciones que se daban entre los señores de Versalles yo pude enterarme y conseguir la dirección de su contacto. Hacía ya tiempo que no tenía contactos sexuales con mujeres, desde mi exilio de esta sociedad que a veces me cansaba en demasía. El hombre quien deseaba mantener su identidad en secreto, me contaba acerca de las mujeres que le asistían para el servicio y me conversó acerca de una en especial de apellido D’Amencourt.
Hablabla maravillas de ella y su habilidad para que los hombres la pidieran cada vez pagando “todo tipo de precios”, exactamente así me lo detalló en sus cartas. Su particularidad era que no solamente trabajaba por dinero, sino que, por objetos muy valiosos y difíciles de conseguir, los cuáles muy pocas personas podían acceder. Quedé dubitativo al leer aquel detalle que se molestaba en destacar en todas las cartas, me dio tanta curiosidad que una mujer pudiera pedir ese tipo de cosas a cambio de entregar su cuerpo. Exhalé al enterarme de esto, pensando en lo que los humanos son capaces de hacer por un poco de acción en sus vidas.
Había llegado la noche… y le había dejado en claro a mi mensajero anónimo que la Mujer solicitada en mis cartas con la que me encontraría, fuera hacia el Palacio Royal para nuestra reunión. Me arreglé para la ocasión y utilicé mis vestimentas nobles de colores oscuros. Un pantalón negro, botas negras largas, una levita de color negro con diseños bordados en dorado, y mi camisa blanca sencilla que se adaptaban perfectamente a mi cuerpo, con telas de calidad inglesas. Y mi peluquín largo y castaño de ocasión, que normalmente utilizaba para menesteres nobles porque sabía que allí podría encontrarme con cualquiera que trabajara dentro de la corte del Rey.
- Vestimenta:
En el rincón oscuro de la habitación me quedé absorto observando a la mujer por detrás, en donde gracias a mis habilidades vampíricas naturales, sería difícil que ella se enterara de mi posición y presencia. La observé bastante tiempo desde allí y en silencio, su figura se amoldaba en aquel vestido de seda estilo oriental púrpura, me recordaba un poco a las nobles de la India con detalles fuertes en las partes del vestido más insinuadoras. Realmente la Mujer era mucho más hermosa de lo que había descrito aquel anónimo en sus cartas, me alegra no haber sido engañado por el patán, de lo contrario su fosa ya estaría cavada. La Mujer estaba ensimismada observando el tríptico de las almas de Bosch y su caída hacia los placeres y el pecado, lo cual esto a mí me recordaba a una de mis pinturas inspiradas en un pasaje de la biblia: El Valle de los Huesos Secos.
- El Valle de los Huesos Secos:
Una pintura que veía los pecados desde una perspectiva más aguda, profunda y oscura llena de emociones desgarradas desde el interior de mi ser.
-Aquella es una excelente obra maestra, dama…- dije en una voz resonante de la habitación del palacio.
Había pedido alquilar esta habitación para el encuentro entre la Mujer y yo, pagando una suma de dinero muy alta para que nadie entrara a molestar, ni nadie más supiera por qué no se podía acceder a esa habitación aquella noche.
Estire mi mano hacia ella para invitarla a que se acerca hasta a mí y pudiera besarla en forma de saludo. Al momento en que pude observar su rostro, lleno de vida y juventud mis ojos se posaron en sus labios y la forma de sus mejillas, que perfectamente delineadas te llamaban a besarla sin parar…
-Me llamo Mikaël Doré… es un placer conocerla al fin, mademoiselle.- finalicé esbozando una ligera sonrisa, que disfrutaba de la belleza jovial de la musa en frente de mí.
Mikaël Doré- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 28/10/2016
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Re: El jardín de las delicias (privado)
La Viuda de Seda se giró al escucharlo a sus espaldas y compuso una sonrisa moderada, normalmente analizaba a sus interlocutores antes de saber qué papel adquirir, cual versada actriz. Había caballeros que preferían una lengua vivaz y alegre, otros que prefería el recato y la modestia, la mayoría se enganchaban a su lengua de serpiente, que los incitaba a pecar cual Adán frente a la manzana.
— El placer es mío, monsieur. Mi nombre es Erline D'Amencourt. No sé si estoy equivocada con el autor, no soy una experta en pintura, quizás pueda usted confirmarme que es de El Bosco. He oído que tenéis una extensa colección de arte.
Se acercó despacio, quizás sus movimientos y pausas fueran calculadas, pero lo cierto es que no le quedaban impostadas, era como si al asumir el papel todo fluyese, convirtiéndose en el personaje que encarnaba. Le cedió la mano para que depositase el beso de cortesía en el dorso mientras lo observaba y registraba cada ademán, cada gesto, cada detalle. Un tic podía hablarle de un hombre nervioso e inseguro. Una sonrisa torcida le contaba que tras la fachada de hombre decente corría la sangre de un tiburón encubierto. La cara era el espejo del alma, o eso decían. Pero en Erline el refrán fallaba muchas veces porque poseía un magnetismo natural difícil de obviar, y lejos de espantar a la gente que se percataba de que era una actriz profesional, los atraía todavía más.
Peluquín. Estaba socialmente aceptado, pero muchos caballeros no lo llevaban, lo cual denotaba un gusto por seguir las tendencias y la moda, un afán por lucir "correcto" o de ser bien aceptado en sus apariciones. Quizás monsieur Doré poseyese una personalidad perfeccionista u obsesiva. Normalmente en el fondo subyacía cierta inseguridad, ya que los hombres que se sabían bien parecidos y seguros de si mismos no solían utilizar demasiados adornos para llamar la atención. Por otro lado, si le gustaba el arte debía tener una gran sensibilidad, pues los cerdos no eran capaces de paladear las margaritas.
Aquel hombre podría suponerle un reto, acostumbraba a codearse con empresarios o nobles maduros cuyo único talento era hacer dinero y vender hasta a su abuela si era necesario. Acostumbraba a pedir información sobre aquellos que recibía en su casa, pues así podía pensar qué podría sacar de aquellos encuentros, porque no la movía el dinero, pero tampoco era una hermanita de la caridad.
Dejó la mano apoyada en la del caballero, sin retirarla, para él decidiera si quería permanecer de pie o prefería sentarse en algún lugar.
— El placer es mío, monsieur. Mi nombre es Erline D'Amencourt. No sé si estoy equivocada con el autor, no soy una experta en pintura, quizás pueda usted confirmarme que es de El Bosco. He oído que tenéis una extensa colección de arte.
Se acercó despacio, quizás sus movimientos y pausas fueran calculadas, pero lo cierto es que no le quedaban impostadas, era como si al asumir el papel todo fluyese, convirtiéndose en el personaje que encarnaba. Le cedió la mano para que depositase el beso de cortesía en el dorso mientras lo observaba y registraba cada ademán, cada gesto, cada detalle. Un tic podía hablarle de un hombre nervioso e inseguro. Una sonrisa torcida le contaba que tras la fachada de hombre decente corría la sangre de un tiburón encubierto. La cara era el espejo del alma, o eso decían. Pero en Erline el refrán fallaba muchas veces porque poseía un magnetismo natural difícil de obviar, y lejos de espantar a la gente que se percataba de que era una actriz profesional, los atraía todavía más.
Peluquín. Estaba socialmente aceptado, pero muchos caballeros no lo llevaban, lo cual denotaba un gusto por seguir las tendencias y la moda, un afán por lucir "correcto" o de ser bien aceptado en sus apariciones. Quizás monsieur Doré poseyese una personalidad perfeccionista u obsesiva. Normalmente en el fondo subyacía cierta inseguridad, ya que los hombres que se sabían bien parecidos y seguros de si mismos no solían utilizar demasiados adornos para llamar la atención. Por otro lado, si le gustaba el arte debía tener una gran sensibilidad, pues los cerdos no eran capaces de paladear las margaritas.
Aquel hombre podría suponerle un reto, acostumbraba a codearse con empresarios o nobles maduros cuyo único talento era hacer dinero y vender hasta a su abuela si era necesario. Acostumbraba a pedir información sobre aquellos que recibía en su casa, pues así podía pensar qué podría sacar de aquellos encuentros, porque no la movía el dinero, pero tampoco era una hermanita de la caridad.
Dejó la mano apoyada en la del caballero, sin retirarla, para él decidiera si quería permanecer de pie o prefería sentarse en algún lugar.
Erline D'Amencourt- Prostituta Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: El jardín de las delicias (privado)
Una mujer sinigual, no cabe duda… sus pensamientos llegaban a mi como cuchillas, ella sabía realmente lo que estaba haciendo allí y eso me causaba satisfacción ya que he experimentado el encuentro con otras mujeres que se hayan perdidas en ese mundo en el que se desenvuelven y hasta olvidan realmente a qué tipo de persona están sirviendo o tienen en frente de sí. Mantuve una expresión firme, luego de rozar mis labios en su mano suavemente cuidada y cálida; después de unos momentos comencé a andar sobre mis pasos observando las bravas obras de arte que habían en aquella habitación, analizándolas y recordándolas… respirándolas… Arte, y más arte… Arte es el bello cuerpo que envolvía a la mujer que observaba y ardía de desenfreno y experiencias, que se hallaba frente a mis ojos…
-Así es, también soy pintor por lo que tengo muchas colecciones. Bosch está correcto, mademoiselle D’Amencourt. Es imprescindible tener una noción, de las bellezas que nos envuelven y nos caracterizan como cultura en esta sociedad…- comenté a la mujer mientras caminaba cerca de ella rondando a su alrededor. –Este palacio está lleno obras famosas, de gran valor y de especímenes que serán recordados con el tiempo y valdrán una cantidad de dinero inimaginable en un futuro- dije entonces con respecto al ambiente que nos rodeaba.
Me acerqué hasta una mesa en donde había una jarra de cristal, con un vino exportado desde Venecia. Lo había encargado yo para esa ocasión, un vino en el cual su uva parecía tocar como la seda en los labios de quien lo probase. -Permítame invitarle por favor, una copa de vino que traje especialmente para nosotros.- comenté a Erline, sirviéndole entonces aquel brebaje e invitándola a acercarse hasta mi lado nuevamente.
El sabor tocaba mis labios, más aun cuando poco y nada de mi cuerpo se deleitaba con él, siempre era mejor probar el brebaje humano… y en aquél momento me deleité escuchando el latir del corazón de esa mujer presente, cuando mi mirada se posaba en la suya para nuevamente regodearme en su figura tan exquisita, su piel bronceada y sedosa, como parecía ser aquella personalidad de la dama, que dejaba absorto a quien le diera una simple mirada…
-¿Cómo fue entonces que accedió a encontrarse conmigo?, ¿Hay algo que desee en especial de un hombre que ha muerto y renacido entre la oscuridad de los secretos sepultados de esta humanidad?- pregunté con voz neutra, y sin haber tomado ningún sorbo del vino dejé mi copa en la mesa, acercándome más a la mujer y que tomé suavemente por la cintura para inhalar el aroma de su piel en el cuello. Su vena bombeante de sangre y vida, me daba la sensación de querer destruirla y darle el color rojo de su sangre a mi alma tan grisácea…
Me quedé junto a ella, y mi fría palma recorrió su hombro lentamente para acariciar su brazo que sostenía la copa. Le di una mirada medio sonriente, pero no en demasía: -Adelante, beba y disfrute de lo que he traído para usted.- dije separándome lentamente y me quedé contemplándola con intensidad, acariciándome la barbilla pensativo.
-Así es, también soy pintor por lo que tengo muchas colecciones. Bosch está correcto, mademoiselle D’Amencourt. Es imprescindible tener una noción, de las bellezas que nos envuelven y nos caracterizan como cultura en esta sociedad…- comenté a la mujer mientras caminaba cerca de ella rondando a su alrededor. –Este palacio está lleno obras famosas, de gran valor y de especímenes que serán recordados con el tiempo y valdrán una cantidad de dinero inimaginable en un futuro- dije entonces con respecto al ambiente que nos rodeaba.
Me acerqué hasta una mesa en donde había una jarra de cristal, con un vino exportado desde Venecia. Lo había encargado yo para esa ocasión, un vino en el cual su uva parecía tocar como la seda en los labios de quien lo probase. -Permítame invitarle por favor, una copa de vino que traje especialmente para nosotros.- comenté a Erline, sirviéndole entonces aquel brebaje e invitándola a acercarse hasta mi lado nuevamente.
El sabor tocaba mis labios, más aun cuando poco y nada de mi cuerpo se deleitaba con él, siempre era mejor probar el brebaje humano… y en aquél momento me deleité escuchando el latir del corazón de esa mujer presente, cuando mi mirada se posaba en la suya para nuevamente regodearme en su figura tan exquisita, su piel bronceada y sedosa, como parecía ser aquella personalidad de la dama, que dejaba absorto a quien le diera una simple mirada…
-¿Cómo fue entonces que accedió a encontrarse conmigo?, ¿Hay algo que desee en especial de un hombre que ha muerto y renacido entre la oscuridad de los secretos sepultados de esta humanidad?- pregunté con voz neutra, y sin haber tomado ningún sorbo del vino dejé mi copa en la mesa, acercándome más a la mujer y que tomé suavemente por la cintura para inhalar el aroma de su piel en el cuello. Su vena bombeante de sangre y vida, me daba la sensación de querer destruirla y darle el color rojo de su sangre a mi alma tan grisácea…
Me quedé junto a ella, y mi fría palma recorrió su hombro lentamente para acariciar su brazo que sostenía la copa. Le di una mirada medio sonriente, pero no en demasía: -Adelante, beba y disfrute de lo que he traído para usted.- dije separándome lentamente y me quedé contemplándola con intensidad, acariciándome la barbilla pensativo.
Mikaël Doré- Vampiro/Realeza
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Re: El jardín de las delicias (privado)
Observó al caballero acercarse a ella y llenar dos copas, analizó sus gestos, sus facciones, tan educado, tan atento, de ánimo tan templado. Pero estaba carente de la energía que ostentaban otro tipo de hombres, aquellos forjados en la guerra, los que defendían el establecimiento de un nuevo Orden y la caída del viejo Régimen: Liberté, Egalité, Fraternité y todas esas palabras que inflamaban corazones y llenaban las calles de beligerancia. El señor Doré acarreaba una suerte de hastío difícil de describir, era como un puzzle al que le falta una pieza, una que se había perdido irremediablemente y no podía ser sustituida. Sus ojos eran mucho más expresivos de lo que creía, al menos para alguien acostumbrado a leer en las pupilas el presente y el pasado. Posó los labios en la copa de vino y dio un sorbo comentando después.
— Dolcetto de Dogliani...me gustan los vinos del Véneto. Mi difunto marido me llevó a Venecia y lo disfruté muchísimo. Olivier me regaló...el mundo. Cuando alguien lo hace es como si todo lo vivido con anterioridad no contase, como si tu vida empezase desde ahí. ¿Alguien os ha regalado el mundo alguna vez?...¡Oh! disculpadme si estoy hablando más de la cuenta..— Sus ojos no acompañaban del todo las palabras, una viuda desconsolada no miraba de esa forma. desde luego que había sentido algo por su difunto esposo pero no era amor, era... otra cosa.
El conde la tomó por la cintura y se acercó a su cuello a aspirar su aroma. A veces se preguntaba qué era lo que los volvía tan locos, si sólo era un trozo de piel. Quizás es que ella ya se había vuelto insensible a ese tipo de cosas, había compartido suficiente piel como para llenar dos vidas, ya no la conmovía algo así.
— espero que eso de vuestra muerte y resurrección sólo sea una bonita metáfora sobre lo banal y tedioso que se ha vuelto este mundo, donde han matado a la belleza y nos han invitado a su entierro, donde lo vulgar lo invade todo y encontrar un cometa de brillante estela es misión imposible. Porque de lo contrario, me asustaríais monsieur...significaría que estoy hablando con...¿Jesucristo?..— su sonrisa se curvó hacia arriba y asomó a aquellos ojos verdes y líquidos como los de una fontana.— dicen que es el único que volvió de entre los muertos.
Lo cierto es que sabía que los vampiros existían por habladurías de sus compañeros del Satine, pero jamás había estado con uno, o al menos si lo había estado no era consciente, no se presentaron como tales ni hicieron cosas de vampiros como morderla, drenarla y todas esas cosas. Últimamente tenía varios clientes que la intrigaban bastante pero no estaba segura de que lo fueran.
El caballero subió su mano recorriendo el contorno de su hombro y se perdió en sus propios pensamientos. Erline suspiró delicadamente.
— Como probablemente sepáis, no pido dinero, y seguramente os estaréis preguntando que capricho descabellado voy a solicitaros.— sonrió de medio lado, enigmáticamente.— Sois pintor, artista. Quiero que me pintéis. Pero no quiero un retrato al uso, cualquiera con un poco de maña puede observar y copiar lo que ve. No quiero que pintéis lo que véis sino lo que soy, lo que late bajo la piel, cómo me ven vuestros ojos. Para eso necesitaremos...— se acercó un poco al conde y alargó la mano, llevándola directamente hacia su mejilla y descendiendo por ésta hasta la barbilla, fijando los ojos en sus labios. Acortó distancias hasta quedarse a tan sólo unos milímetros de su piel.— ...conocernos un poco mejor. A cambio yo le ofrezco el jardín de las delicias, pero no al estilo del Bosco, sino al mio..— estaban muy cerca, él podia sentir su cálido aliento sobre la piel, en cambio Erline lo sintió un poco frío, como si estuviera reteniendo el aire en los pulmones.— ¿qué me decís? ¿Aceptáis el reto?
— Dolcetto de Dogliani...me gustan los vinos del Véneto. Mi difunto marido me llevó a Venecia y lo disfruté muchísimo. Olivier me regaló...el mundo. Cuando alguien lo hace es como si todo lo vivido con anterioridad no contase, como si tu vida empezase desde ahí. ¿Alguien os ha regalado el mundo alguna vez?...¡Oh! disculpadme si estoy hablando más de la cuenta..— Sus ojos no acompañaban del todo las palabras, una viuda desconsolada no miraba de esa forma. desde luego que había sentido algo por su difunto esposo pero no era amor, era... otra cosa.
El conde la tomó por la cintura y se acercó a su cuello a aspirar su aroma. A veces se preguntaba qué era lo que los volvía tan locos, si sólo era un trozo de piel. Quizás es que ella ya se había vuelto insensible a ese tipo de cosas, había compartido suficiente piel como para llenar dos vidas, ya no la conmovía algo así.
— espero que eso de vuestra muerte y resurrección sólo sea una bonita metáfora sobre lo banal y tedioso que se ha vuelto este mundo, donde han matado a la belleza y nos han invitado a su entierro, donde lo vulgar lo invade todo y encontrar un cometa de brillante estela es misión imposible. Porque de lo contrario, me asustaríais monsieur...significaría que estoy hablando con...¿Jesucristo?..— su sonrisa se curvó hacia arriba y asomó a aquellos ojos verdes y líquidos como los de una fontana.— dicen que es el único que volvió de entre los muertos.
Lo cierto es que sabía que los vampiros existían por habladurías de sus compañeros del Satine, pero jamás había estado con uno, o al menos si lo había estado no era consciente, no se presentaron como tales ni hicieron cosas de vampiros como morderla, drenarla y todas esas cosas. Últimamente tenía varios clientes que la intrigaban bastante pero no estaba segura de que lo fueran.
El caballero subió su mano recorriendo el contorno de su hombro y se perdió en sus propios pensamientos. Erline suspiró delicadamente.
— Como probablemente sepáis, no pido dinero, y seguramente os estaréis preguntando que capricho descabellado voy a solicitaros.— sonrió de medio lado, enigmáticamente.— Sois pintor, artista. Quiero que me pintéis. Pero no quiero un retrato al uso, cualquiera con un poco de maña puede observar y copiar lo que ve. No quiero que pintéis lo que véis sino lo que soy, lo que late bajo la piel, cómo me ven vuestros ojos. Para eso necesitaremos...— se acercó un poco al conde y alargó la mano, llevándola directamente hacia su mejilla y descendiendo por ésta hasta la barbilla, fijando los ojos en sus labios. Acortó distancias hasta quedarse a tan sólo unos milímetros de su piel.— ...conocernos un poco mejor. A cambio yo le ofrezco el jardín de las delicias, pero no al estilo del Bosco, sino al mio..— estaban muy cerca, él podia sentir su cálido aliento sobre la piel, en cambio Erline lo sintió un poco frío, como si estuviera reteniendo el aire en los pulmones.— ¿qué me decís? ¿Aceptáis el reto?
Última edición por Erline D'Amencourt el Miér Jun 07, 2017 12:36 pm, editado 1 vez
Erline D'Amencourt- Prostituta Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/04/2017
Re: El jardín de las delicias (privado)
Los delicados gestos de la musa que aquella noche compartiría en el lecho estaban llenos de fuego, algo que desde hace mucho tiempo no sentía en una mujer. Su mirada era casi asesina, porque dulces eran sus ojos, más no su tacto. Rápidamente mi piel sintió algo parecido a una corriente eléctrica al momento en que sentí su mano sobre mi mejilla. Ella soltaba palabras, como si estas no importaran, tenía un alma de poeta muy fría, pero era una amante intensa. Su reacción ante mi roce por cuello no la había electrificado como otros humanos lo sentían al instante, más no le vi marcas de otra bestia en su piel. Seguramente, nadie la había probado todavía. La sangre suya como una llama llegaba ante mis narices. No dejé de contemplar cada uno de sus movimientos, la tenía cerca de mí como un depredador a su presa. Su figura cerca de mí me entregaba añoranzas que cualquier viejo vampiro tendría, cuánto deseaba tocarla para esculpirla como el estigma de un artista.
Ella me habló de su difunto esposo, sin sentimientos pero con recuerdos valorados. Me habló sobre Jesucristo, el que no existía; me habló de lo que pedía, y me habló de conocernos, y en cada paso que daba ella, era un paso más avanzando hasta mi territorio. Esbocé una media sonrisa traviesa cuando enfatizó el “conocernos”. Hay muchas formas de conocerse, pero en aquella noche tan especial quería que todo fuese perfecto, porque siempre me exijo lo mismo en todos los aspectos. Un silencio reinaba en la habitación, en lo personal yo no era un Ser conversador prefería ir directamente al punto de inicio. La observé una y otra vez, mis ojos repasaron su existencia de arriba abajo, el corazón de la mujer hacía eco en mis oídos porque así es la sangre… prevalece y baña en carmesí todo lo que hay a su alcance. La compañía del vino había pasado a segundo plano y me dediqué a escuchar a Erline… no sólo las palabras, sino que a escuchar su cuerpo dialogar conmigo.
-Conmigo no se preocupe, usted no habla más de la cuenta pero debo reconocer que ha conectado con un Ser silencioso… Me disculpo de antemano si eso llegara a incomodarle, aunque no lo creo.- dije refiriéndome a mí mismo con seguridad, pues vagamente me concentré en leer los pensamientos de Erline y habían muchas cosas en las que podíamos coincidir. Mi mano la tomó nuevamente de la cintura, mientras mi aliento frío recorría la piel de su escote y deseaba poder hundir mi cabeza bajo su cuello regocijándome en el tiempo perdido de mis años como vampiro. Era una mezcla de humanidad obstaculizada por la esencia de mi maldición. La cargué hacia mí y la senté sobre mis piernas para hablarle en un tono de voz más grave: -Te daré lo que deseas… te pintaré desde aquella perspectiva interior que nadie más podría tocar de ti.- dejé el protocolo a un lado, porque me parecía que la lejanía ya no era necesaria. Ya me había enredado entre lo humano y lo divino nuevamente. Lo sensual era divino si se conectaba con el interior. Algo que siempre me había gustado sentir.
Recorrí su figura sobre mí, y mis manos también se habían regocijado, fruncí el ceño ante lo difícil que era volver a tocar a una mujer sin tener que matarla y sentí una especie de debilidad porque el aroma de su sangre me parecía exquisito, el pálpito de su corazón me ensordecía como si estuviera dopado ante ella sin salida alguna. El vino no mataba mi sed, su calor contenía mis lágrimas de júbilo y su rostro parecía iluminarse por lo que fue en ese momento que pude visualizar en mi interior la forma de su rostro, y como la pintaría. Cómo dibujaría sus curvas envolventes y traviesas, la forma de su voz y de sus labios. Su cabello castaño, como la hiedra que había crecido de forma desordenada y ametralladora en aquel tono tan pálido. Toda su imagen se formaba en mi mente y la podría pintar con todos mis deseos, ya no era solamente un deseo de la mujer sino, que también era mi voluntad… ¿Cómo aquella mujer fugaz pudo sucumbir mi voluntad y moldearla a su gusto en tan solo un momento? Era talentosa, toda una amalgama distribuida al acecho… Mis manos la recorrieron sin cesar y mis labios se prepararon para besar su bronceada piel nuevamente, cerca de su escote más casi no la tocaron sólo era un rayo mortal, una efímera caricia que podía darme más respuestas y más bosquejos de su imagen, podía transformarla una y mil veces en mi mente…
-Múestrame lo que eres entonces y el trazado comenzará… Yo acepto este reto.- dije en voz baja pero la esencia de mi voz fue intensa, dirigiéndome a ella con mi mirada fulminante en el fuego que sentía en mi pecho.
Ella me habló de su difunto esposo, sin sentimientos pero con recuerdos valorados. Me habló sobre Jesucristo, el que no existía; me habló de lo que pedía, y me habló de conocernos, y en cada paso que daba ella, era un paso más avanzando hasta mi territorio. Esbocé una media sonrisa traviesa cuando enfatizó el “conocernos”. Hay muchas formas de conocerse, pero en aquella noche tan especial quería que todo fuese perfecto, porque siempre me exijo lo mismo en todos los aspectos. Un silencio reinaba en la habitación, en lo personal yo no era un Ser conversador prefería ir directamente al punto de inicio. La observé una y otra vez, mis ojos repasaron su existencia de arriba abajo, el corazón de la mujer hacía eco en mis oídos porque así es la sangre… prevalece y baña en carmesí todo lo que hay a su alcance. La compañía del vino había pasado a segundo plano y me dediqué a escuchar a Erline… no sólo las palabras, sino que a escuchar su cuerpo dialogar conmigo.
-Conmigo no se preocupe, usted no habla más de la cuenta pero debo reconocer que ha conectado con un Ser silencioso… Me disculpo de antemano si eso llegara a incomodarle, aunque no lo creo.- dije refiriéndome a mí mismo con seguridad, pues vagamente me concentré en leer los pensamientos de Erline y habían muchas cosas en las que podíamos coincidir. Mi mano la tomó nuevamente de la cintura, mientras mi aliento frío recorría la piel de su escote y deseaba poder hundir mi cabeza bajo su cuello regocijándome en el tiempo perdido de mis años como vampiro. Era una mezcla de humanidad obstaculizada por la esencia de mi maldición. La cargué hacia mí y la senté sobre mis piernas para hablarle en un tono de voz más grave: -Te daré lo que deseas… te pintaré desde aquella perspectiva interior que nadie más podría tocar de ti.- dejé el protocolo a un lado, porque me parecía que la lejanía ya no era necesaria. Ya me había enredado entre lo humano y lo divino nuevamente. Lo sensual era divino si se conectaba con el interior. Algo que siempre me había gustado sentir.
Recorrí su figura sobre mí, y mis manos también se habían regocijado, fruncí el ceño ante lo difícil que era volver a tocar a una mujer sin tener que matarla y sentí una especie de debilidad porque el aroma de su sangre me parecía exquisito, el pálpito de su corazón me ensordecía como si estuviera dopado ante ella sin salida alguna. El vino no mataba mi sed, su calor contenía mis lágrimas de júbilo y su rostro parecía iluminarse por lo que fue en ese momento que pude visualizar en mi interior la forma de su rostro, y como la pintaría. Cómo dibujaría sus curvas envolventes y traviesas, la forma de su voz y de sus labios. Su cabello castaño, como la hiedra que había crecido de forma desordenada y ametralladora en aquel tono tan pálido. Toda su imagen se formaba en mi mente y la podría pintar con todos mis deseos, ya no era solamente un deseo de la mujer sino, que también era mi voluntad… ¿Cómo aquella mujer fugaz pudo sucumbir mi voluntad y moldearla a su gusto en tan solo un momento? Era talentosa, toda una amalgama distribuida al acecho… Mis manos la recorrieron sin cesar y mis labios se prepararon para besar su bronceada piel nuevamente, cerca de su escote más casi no la tocaron sólo era un rayo mortal, una efímera caricia que podía darme más respuestas y más bosquejos de su imagen, podía transformarla una y mil veces en mi mente…
-Múestrame lo que eres entonces y el trazado comenzará… Yo acepto este reto.- dije en voz baja pero la esencia de mi voz fue intensa, dirigiéndome a ella con mi mirada fulminante en el fuego que sentía en mi pecho.
Mikaël Doré- Vampiro/Realeza
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Fecha de inscripción : 28/10/2016
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Re: El jardín de las delicias (privado)
Le gustaban las palabras que se escondían en los silencios y ya estaba acostumbrada a ese lenguaje. Le Comte de France, un título nobiliario rimbombante y vacío, un hábito que no hacía al monje. Normalmente la gente silenciosa era observadora, era sensible y veía el mundo desde la calma y el análisis. Erline tampoco era muy habladora en general, pero cuando socializaba desplegaba la faceta pertinente; si el cliente quería acción, entonces miradas y lenguaje gestual. Si prefería una buen conversación, la aderezaba con doble sentidos y palabras algo crípticas. Porque si algo había infalible era el misterio. Cuando algo se rodea de misterio es más deseable, es más atractivo y se genera un poder de magnetismo que desata la pasión.
Las manos del caballero la recorrían, dibujando sus contornos, paseando a sus anchas por cada curva y cada ángulo, como si estuviera registrando lo que le hacía sentir al tocarla para luego dibujarla a oscuras, esculpirla con sus pensamientos. El mundo estaba corrompido, era un gran puzzle de rincones infrahumanos donde los poderosos daban caza a las panteras como Erline pensando que eran un trofeo más y no se daban cuenta de cuán equivocados estaban. La viuda de seda te envolvía en sus hilos, tejiendo la crisálida de la que nunca se podía emerger siendo el mismo. Ningun hombre que hubiera pasado por sus manos quedaba indiferente, Erline era como una experiencia religiosa, podría gustarte o no, pero jamás quedabas indiferente, te cambiaba de alguna forma. Algunos, la mayoría, terminaban por comprender que en realidad estaban presos de sus ojos, que era ella la que les cazaba y no al revés. Otros, los menos, sentían la verdadera dimensión que habitaba en el alma de aquella mujer: nadie podría retenerla, porque estaba vacía por dentro. No era capaz de sentir nada, ni afecto, ni odio, ni compasión. Erline era un conjunto de máscaras, de personajes, de sonrisas ensayadas y palabras adecuadas que servían de envoltorio al más inmenso vacío.
Por eso se casó con Olivier, él vio cómo era y aún así decidió amarla, sabiendo que jamás sería correspondido. Ella lo respetó, más o menos, y su matrimonio fue un arreglo, un contrato en el que ambas partes cumplieron. A Erline no le asustaba la soledad, ni el futuro, ni la vejez, ni siquiera la muerte. Vivía el carpe diem, tratando de encontrar alguna razón por la que seguir respirando, algo que la conmoviera, que la llenara, que le provocase aunque fuera un fugaz sentimiento de plenitud. Los que creían que se movía por la codicia, o la lujuria, o que seducía por ansia de poder y control, estaban muy equivocados. Nada de eso la saciaba.
La voz, el tacto, los gestos del caballero eran comedidos pero poco a poco despertaba algo que estaba contenido en sus sutiles maneras. El deseo que inflamaba hasta el más flemático corazón se abría paso hacia la superficie, en eso no era diferente de la mayoría, ahora sólo le faltaba saber si la sorprendería de alguna forma.
Cuando él la sentó encima se acercó más a su rostro y deslizó los dedos por los botones de la camisa acariciando su piel cubierta de tela hasta encontrar su cuello desnudo y elevarse hasta su mandíbula, conseguiría que Mikaël bajase su guardia y quizás , solo quizás ella haría lo mismo. Rozó con su barbilla la ajena mientras se dirigía hacia su oído para susurrarle. Su aliento cálido y húmedo impactó contra la sensible piel de aquella zona en un murmullo quedo.
— Si te lo contara nunca sabrías cuánta verdad habría en ello, descúbrelo por ti mismo.
Finalizó la frase atrapando el lóbulo de su oreja entre los labios y desgranando suaves y breves besos por su mandíbula. Su corazón no estaba desbocado, rara vez lo hacía, sólo cuando algo la excitaba en extremo. Sin embargo el resto de su cuerpo expresaba lo contrario, las caricias que iba imprimando sobre su fría piel era la antesala de algo que prometía convertirse el fuego. Llamas y escarcha chocando y fundiéndose, destruyéndose y reinventándose después. Erline era lo que era, no fingía ser una dama desvalida e inocente, no fingía no saber para qué estaba allí. Su anfitrión deseaba su cuerpo y es lo que iba a tener, pero había concesiones que tendría que hacerle a dueña de esos ojos, o el jardín de las delicias se quedaría sólo es eso: sexo casual sin complicaciones, carne por óleo.
Se acercó peligrosamente a sus labios, también extrañamente fríos, pero tan suaves al tacto como los de cualquiera y dejó sobre ellos un breve roce; tras éste, otra mirada que invitaba a seguir con aquel baile de piel despues de separarse y de nuevo otro beso, esta vez con los labios entreabiertos, acariciando los ajenos con delicadeza.
Las manos del caballero la recorrían, dibujando sus contornos, paseando a sus anchas por cada curva y cada ángulo, como si estuviera registrando lo que le hacía sentir al tocarla para luego dibujarla a oscuras, esculpirla con sus pensamientos. El mundo estaba corrompido, era un gran puzzle de rincones infrahumanos donde los poderosos daban caza a las panteras como Erline pensando que eran un trofeo más y no se daban cuenta de cuán equivocados estaban. La viuda de seda te envolvía en sus hilos, tejiendo la crisálida de la que nunca se podía emerger siendo el mismo. Ningun hombre que hubiera pasado por sus manos quedaba indiferente, Erline era como una experiencia religiosa, podría gustarte o no, pero jamás quedabas indiferente, te cambiaba de alguna forma. Algunos, la mayoría, terminaban por comprender que en realidad estaban presos de sus ojos, que era ella la que les cazaba y no al revés. Otros, los menos, sentían la verdadera dimensión que habitaba en el alma de aquella mujer: nadie podría retenerla, porque estaba vacía por dentro. No era capaz de sentir nada, ni afecto, ni odio, ni compasión. Erline era un conjunto de máscaras, de personajes, de sonrisas ensayadas y palabras adecuadas que servían de envoltorio al más inmenso vacío.
Por eso se casó con Olivier, él vio cómo era y aún así decidió amarla, sabiendo que jamás sería correspondido. Ella lo respetó, más o menos, y su matrimonio fue un arreglo, un contrato en el que ambas partes cumplieron. A Erline no le asustaba la soledad, ni el futuro, ni la vejez, ni siquiera la muerte. Vivía el carpe diem, tratando de encontrar alguna razón por la que seguir respirando, algo que la conmoviera, que la llenara, que le provocase aunque fuera un fugaz sentimiento de plenitud. Los que creían que se movía por la codicia, o la lujuria, o que seducía por ansia de poder y control, estaban muy equivocados. Nada de eso la saciaba.
La voz, el tacto, los gestos del caballero eran comedidos pero poco a poco despertaba algo que estaba contenido en sus sutiles maneras. El deseo que inflamaba hasta el más flemático corazón se abría paso hacia la superficie, en eso no era diferente de la mayoría, ahora sólo le faltaba saber si la sorprendería de alguna forma.
Cuando él la sentó encima se acercó más a su rostro y deslizó los dedos por los botones de la camisa acariciando su piel cubierta de tela hasta encontrar su cuello desnudo y elevarse hasta su mandíbula, conseguiría que Mikaël bajase su guardia y quizás , solo quizás ella haría lo mismo. Rozó con su barbilla la ajena mientras se dirigía hacia su oído para susurrarle. Su aliento cálido y húmedo impactó contra la sensible piel de aquella zona en un murmullo quedo.
— Si te lo contara nunca sabrías cuánta verdad habría en ello, descúbrelo por ti mismo.
Finalizó la frase atrapando el lóbulo de su oreja entre los labios y desgranando suaves y breves besos por su mandíbula. Su corazón no estaba desbocado, rara vez lo hacía, sólo cuando algo la excitaba en extremo. Sin embargo el resto de su cuerpo expresaba lo contrario, las caricias que iba imprimando sobre su fría piel era la antesala de algo que prometía convertirse el fuego. Llamas y escarcha chocando y fundiéndose, destruyéndose y reinventándose después. Erline era lo que era, no fingía ser una dama desvalida e inocente, no fingía no saber para qué estaba allí. Su anfitrión deseaba su cuerpo y es lo que iba a tener, pero había concesiones que tendría que hacerle a dueña de esos ojos, o el jardín de las delicias se quedaría sólo es eso: sexo casual sin complicaciones, carne por óleo.
Se acercó peligrosamente a sus labios, también extrañamente fríos, pero tan suaves al tacto como los de cualquiera y dejó sobre ellos un breve roce; tras éste, otra mirada que invitaba a seguir con aquel baile de piel despues de separarse y de nuevo otro beso, esta vez con los labios entreabiertos, acariciando los ajenos con delicadeza.
Erline D'Amencourt- Prostituta Clase Alta
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