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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Mar Mayo 16, 2017 2:31 pm

En los últimos días, había constatado empíricamente algo de lo que, por otro lado, había estado segura antes incluso de hacer la prueba: la diplomacia no llevaba a ningún sitio. No, no se trataba de que yo fuera una radical de cuidado, aunque media facción mía (calculando a ojo y a la baja, debo decir) pareciera pensar eso: se trataba más bien de que la Inquisición funcionaba como a ella le daba la maldita gana, y cuando seres tan egocéntricos como yo en mis mejores días la poblaban, pues así era imposible que hubiera entendimiento, claro. De no ser porque yo tenía muy claro que no creía ni, probablemente, jamás creería en Dios, me habría convencido de que los milagros existían simplemente por el hecho de que el Santo Oficio seguía, contra todo pronóstico y testarudo como él solo, funcionando, y hasta a veces cumplía sus objetivos. El hecho de que yo no estuviera de acuerdo con ellos no significaba que no tuvieran ese mérito, al César lo que es del César, y debía reconocerles que al menos el motor viejo y con la mitad de los engranajes rotos seguía tirando, por lo pronto. El problema residía cuando querías meterte dentro de ese conjunto de tuercas que se escapaban cuando tocabas la equivocada y te dabas cuenta de la suerte que era que algo o alguien tuviera algo medianamente claro ahí dentro. Luego con razón me llamaban a mí histérica: ¿cómo no iba a amagar con estarlo si debía tratar con semejante panda de memos? Cuando no se trataba de inútiles integrales, estirados o fanáticos, llegaban los que se creían demasiado importantes para ser molestados por otros inquisidores, ¡no fuera a ser que se contagiaran de algo...! Y en esas estaba, precisamente, tras recibir la octava negativa por parte del maldito líder de una facción a la que yo pertenecía pero en realidad no a reunirme con él, según decía porque estaba demasiado ocupado y lo que fuera que tuviera que decirle se lo podía decir a sus secretarios e intermediarios varios.

– Te voy a decir yo por dónde te puedes meter a tus intermediarios, cielo.

Absolutamente indignada, pues, ante la fútil insistencia que había estado llevando a cabo desde hacía días, arrugué el papel con la citación para uno de sus secretarios y lo arrojé lejos, para que no se le ocurriera volver a recordarme la negativa. Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, eso fue precisamente lo que hizo el papel, pero para mi fortuna me recordó algo en lo que debía pensar si quería enfrentarme a Aurélien Varese y salir victoriosa: si la montaña no iba a Mahoma, sería Mahoma el que tendría que ir a la montaña. O, lo que era lo mismo: si jugando con sus reglas no conseguía ningún resultado que me interesara, debía jugar con las mías propias para que, así, pudiera hacerme el enorme honor de enfrentarse a mí como llevaba tiempo queriendo que hiciera. Así pues, decidí en ese momento el curso de acción que debía seguir: primero, investigaría como si fuera una espía, y no un soldado; después, tendería una trampa; finalmente, él vendría. ¡Fácil, sencillo y a prueba de arrogantes incluso de su nivel! Ayudaba, por supuesto, que gozara de los medios para poder permitirme chantajear a sus secretarios, bien fueran económicos o anatómicos, porque varios de ellos se distraían tan fácilmente con mis encantos que resultaba hasta ofensivo no valerme de ellos para conseguir lo que quería... Así pues, averigüé que a veces actuaba de hermanita de la caridad y que no era infrecuente verlo en las calles con los desamparados, como si un hombre de su descripción no fuera imposible de perder de vista aunque se intentara; además, también averigüé que amaba las plantas e incluso tenía su propio jardín, cercano a Notre Dame. Ese era, exactamente, el tipo de información que yo deseaba recabar, y precisamente del que me valí para citarlo en ese mismo lugar, a través de uno de sus secretarios (al que había chantajeado, por supuesto: cualquier cosa con tal de convencerlo para que hiciera el trabajo), un par de noches después, alegando que tenía información valiosa para él. Así pues, cuando el día de la cita llegó, yo me cerca de la puerta, junto a un rosal particularmente bello, a esperarlo, y cuando finalmente llegó, fui más rápida que él y cerré la puerta de acceso con llave, apoyándome en ella para que no se atreviera a huir, no aún.

– Así que esto es lo que tiene que hacer una mujer para conseguir tu atención... No, ahora en serio, ¿planeabas verme dentro de este siglo o hacer un hueco en tu apretadísima agenda para una compañera, líder de facción, es demasiado costoso para ti? Pregunto por curiosidad, ¿eh?, sin acritud. Con acritud va esta pregunta: ¿cuándo demonios vas a dejarme utilizar a mis soldados condenados para las misiones que yo tengo planeadas desde hace meses con la excusa de que tú los necesitas?
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Mensaje por Aurélien Varèse Lun Jul 03, 2017 10:30 pm


Aurélien Varèse siempre estaba ocupado. Era algo que todos sabían. Eso sí, pocos, o nadie, tenían la certeza de en qué, sólo se tenía la noción de que recibir audiencia era virtualmente imposible. Pero no faltaban los necios, como era siempre. Usualmente el hechicero no se enteraba de los fútiles intentos de todo mundo por tratar de contactarlo. Tenía personal de sobra para parar esas balas. La mayoría de las personas aceptaban con resignación tratar con él por medio de intermediarios.

No obstante, siempre había alguien que se salía de la norma. Uno de sus hombres, heraldo, secretario y escudo que impedía que el mundo exterior lo viera, fue a verlo, aunque sus esbirros mismos sabían que ni ellos tenían ese derecho. «Es la octava vez que escribe» le dijo. Y Aurélien, con un desapego y una convicción brutales, respondió que entonces sería la octava vez que le dijeran que no. Con ello creyó que el asunto quedaría zanjado y él podría seguir con su vida, que ya era bastante complicada, como falso Varèse, Carracci escondido, hermano mayor en busca de su hermana menor, hombre piadoso, jardinero, y por sobre todas las cosas, líder de una facción de la Inquisición; la más complicada, si se quería, la que juntaba a personas como él, que querían buscar redención. O no… la verdad era que la mayoría de los Condenados estaban ahí metidos por muchos motivos, sórdidos o no, pero pocos tenían que ver con encontrar manumisión a sus pecados.

Pasaron las noches, Aurélien incluso había olvidado el asunto de la líder de los Soldados tratando de contactarlo con tanta insistencia. Había recibido un mensaje críptico, sobre información que podía ser de su interés y ese asunto era el que ocupaba su mente ahora. Había aprendido, desde mucho antes de entrar a las filas de la Inquisición, que ese tipo de cosas no debían echarse en saco roto. Y en todo caso, si iba a una trampa, ¿qué iban a hacerle? Sabía defenderse demasiado bien.

Tras pasar por la Corte de los Milagros y repartir mantas y revisar los avances de un pequeño huerto que les había enseñado a cuidar a los vagos y enfermos, se dirigió al jardín propio en las inmediaciones de Notre Dame. El lugar causaba mucho revuelo, porque a veces, cuando el resto de las plantas de París no reverdecían, ese pequeño espacio era como una esmeralda en el corazón de una ciudad gris. Por supuesto, Aurélien hacía uso de las habilidades que los hermanos Sorrentino le habían legado.

Tan pronto puso un pie en ese terreno fértil que tan bien conocía, escuchó el chirriar de los goznes de la puerta. Se giró y vio a esta mujer cerrando, interponiéndose entre la única salida y él. Fue a preguntar qué demonios sucedía, pero ella sola respondió. Nunca había visto su rostro, sin embargo esas palabras le dejaron claro quién era: Abigail Zarkozi. Suspiró y le dedicó una mirada indescifrable.

Por fin nos conocemos —habló con parquedad. Sus palabras fueron una bofetada—. Muy astuta, madeimoselle Zarkozi, aunque usted y yo sabemos que su cuerpo interpuesto en mi camino no me detendría si quisiera irme ahora mismo, ¿verdad? —Avanzó con paso lento, aunque cuando fue a acercarse más, terminó por desviar sus pasos hacia el rosal que era uno de sus orgullos. Tomó con delicadeza una flor y se agachó para olerla.

Son también mis hombres, parece que lo olvida. Y sus habilidades los hacen más solicitados para tareas más complejas —continuó sin mirarla, en cambio, con las manos desnudas arrancó un par de hojas del matorral, que estaba impidiendo que éste floreciera aún más. Siguió avanzando entre plantas—. Es demasiado costoso, sí. Por mucho que sea mi colega. Una líder de facción como yo. Ocupo mi tiempo en asuntos de mayor relevancia, para atender este tipo de desencuentros tengo mucha gente capacitada. Me insulta al no haber aceptado hablar con ninguno de ellos. Están a mi servicio por algo, son personas de mi plena confianza. —Se envaró ahí, entre plantas. Parecía un rey pagano, y había algo de ello en su estampa. Imponía, y lo sabía, no obstante, Abigail lo hacía también.


Última edición por Aurélien Varèse el Lun Sep 04, 2017 11:09 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Invitado Lun Jul 10, 2017 2:15 pm

De acuerdo, tal vez mi cuerpo no fuera a suponer un impedimento para que él se marchara si deseara hacerlo, pero igual que eso lo sabíamos los dos, también éramos plenamente conscientes de que lo intentaría, y no hacía falta conocerme para llegar a esa conclusión porque, siendo franca, sólo encontrarme allí ya le indicaba cuál era mi carácter. De forma semejante, el hecho de haber tenido que recurrir a semejante artimaña para ganarme una audiencia con él, que ni que fuera el rey de Francia, me gritaba la clase de hombre que era él, uno tan seco y tan orgulloso que de verdad me hacía preguntarme si no tendría ínfulas de la realeza. ¿En serio, de verdad me tocaba aguantar a alguien así? Ya no se trataba solamente de haberme topado con la Iglesia, algo a lo que me había terminado por acostumbrar porque era mi estilo de vida, sino de haberme cruzado con un egocéntrico que se creía con la potestad de poder hablarme como le viniera en gana solamente porque... ¿por qué, exactamente? ¿Por ser líder de una facción a la que yo pertenecía, pero en realidad no? Espera, no podía ser eso el motivo de su arrogancia, no podía creerme que fuera tan obtuso para no entender algo tan básico de los condenados como que éramos de la facción que elegíamos ser, bien fuera la suya o la mía en mi propio caso. Desde luego, suficiente tenía con aguantarme las falsas autoridades de la Iglesia y de todos los altos cargos que tenía a mi alrededor (tantos y tan masculinos que, francamente, me aburrían hasta lo imposible, ¡no podía evitarlo! Y tampoco quería, pero eso no venía al caso) como para que encima él, un mandado como yo misma lo era para los que estaban demasiado ciegos para ver que hacía lo que yo quería, se creyera con la autoridad de cualquier tipo para discutirme. No, lo siento, por ahí no pasaba ni pasaría.

– El por fin lo veo un poquito innecesario dado que has hecho todo lo que está en tu mano para no conocerme, pero te lo voy a perdonar porque me siento generosa ahora mismo. Ah, y también te voy a ahorrar el trato educado cuando tus palabras se contradicen tanto con ese usted que me estás imponiendo; tutéame, Aurélien, qué menos que hacerme ese pequeño favor después de ignorarme por sistema y, cuando me tienes delante, decir que te pasarías mi cuerpo por donde te apeteciera si es que decidieras irte. Siendo así de desconsiderado conmigo no vas a llegar a ninguna parte.

No le ordené nada, ni tampoco utilicé un tono que pudiera confundirse con una petición: simplemente establecí una realidad, una que esperaba que él aceptara porque era cosa de lógica para mí que así lo hiciera, pero lo cierto era que me importaba muy poco cómo siguiera dirigiéndose a mí mientras siguiera haciéndolo. No era tan estúpida de dejarme llevar por el orgullo herido, que tampoco es que lo estuviera en demasía por otro lado, y desaprovechar la oportunidad que había tenido de pillarlo en su espacio privado para que me diera una audiencia que ya veía que iba a ser complicada. Sin embargo, tampoco iba a achantarme ante él y su aspecto de rey, lo cual reforzaba una vez más la idea que me había transmitido en un primer momento de que se lo tenía bastante más creidito de lo que le convenía y, desde luego, de lo que dejaba traslucir al resto. Eso explicaba las obras de caridad constantes y que se hubiera ganado la fama de ser alguien que se dejaba la piel por los más desfavorecidos: del mismo modo que solamente los más pecadores esgrimían la virtud y la necesidad de adherirse a ella como un lema existencial, sólo los más orgullosos y los que más superiores se creen gastan su tiempo dedicándose a la beneficencia y promocionándola como un rasgo de su carácter. Ya se sabe: dime de qué presumes... Pero, al margen de sabidurías populares, me fijé en él largo y tendido sin moverme de mi sitio contra la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y una de mis piernas doblada para apoyarla en la reja, más relajada de lo que cualquiera podría pensar. La enorme ventaja de haber lidiado con muchos hombres arrogantes en mi vida era que cuando me encontraba con otro más tenía la experiencia suficiente para que mis emociones no se llevaran lo mejor de mí, y algo me decía que, con Aurélien Varèse, debía luchar por mantener la cabeza lo más fría posible.

– Si te insulto, Aurélien, me temo que tienes dos problemas: sentirte insultado y después dejar de hacerlo, porque te aseguro que no me voy a disculpar. Si se tratara de uno de mis soldados, condenado o no, entendería los intermediarios, pero no eres mejor que yo para relegarme al último puesto de tu atención, lo creas o no, y más en un asunto serio. Del mismo modo, dirigir a los condenados no hace que ellos, nosotros, tengamos como tales tareas más difíciles, porque eso de la dificultad es algo muy subjetivo y, como comprenderás, abierto a debates. No he venido buscando pelearme contigo, no dejes que mi temperamento te confunda porque no es así; de hecho, prefería negociar, pero eres tú el que no ha dejado de ponerme dificultades en el camino. Así pues, dime, ¿hay algo que pueda hacer para negociar contigo? ¿O vas a seguir cerrado a cal y canto y me vas a hacer perder el tiempo?
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Mensaje por Aurélien Varèse Miér Sep 06, 2017 10:20 pm


Algo parecido a una risa salió de su boca, sellada como si intentara ocultar algo dentro de ella, quizá sus demonios, que no eran pocos, y no eran mansos. Dejó que Abigail hablara; a pesar de lo que la actitud pudiera dar a entender, Aurélien era hombre que conocía su lugar, y el de los demás, quizá porque en el seno familiar jamás se halló y fue a encontrar disciplina en el sitio más inverosímil. Se quedó quieto y atento, su rostro no reflejó nada, y eso era más inquietante todavía. El falso francés distaba de ser un hombre recto —expiaba sus culpas ayudando a los necesitados—, pero tampoco era maldad pura. Era un hombre tan humano que dolía, poseía tantas honduras que terminaba por ser un laberinto.

Estudió el lenguaje corporal de la mujer. Todo en ella, hasta lo más sutil, le indicó peligro y supuso que debía estar en lo cierto, o no estaría portando el cargo que llevaba. La Facción 1 era la de lo físico, la fuerza bruta, y haciendo malabares mentales lamentables, uno creería que su líder debía ser un hombre; no obstante, viéndola ahí, frente a él, tan fiera y segura (tan sensual, también), supo que no había nadie mejor para comandar tropas. Claro que no atisbó nada de eso.

En cambio, avanzó al fin. Con la palma abierta acarició los matorrales a su paso, como si tratara de amansar una bestia verde y llena de espinas. Sonrió de lado, un gesto medido, aunque si las cosas seguían como hasta ese momento, seguro no sería bien recibido. Cuando estuvo a tan sólo un par de pasos de ella, interponiéndose entre él y la salida, se detuvo. Asintió.

Muy bien, Abigail —concedió, llamándola por su nombre para romper la formalidad—, has logrado mucho más que otros. Me acorralaste, y supongo que debo concederte esta victoria. Hubieras podido negociar con mi enviado, confío plenamente en su criterio, pero supongo que eso ya es inútil mencionarlo. Aquí estoy, y te escucho. —Miró a un lado y rio de nuevo, un sonido irónico y breve—. No es como si me hubieras dejado más opciones, ¿no? —Volvió a mirarla, sus ojos parecían decir algo más, brillaban con la luz de las farolas y las estrellas sobre ellos. Eran de un azul muy intenso y glacial.

Conozco una causa perdida cuando la veo. Tratar de ponernos de acuerdo es una de ellas, y no sé tú, pero a mí no me gusta perder el tiempo en empresas inútiles. Creo que ambos tenemos las manos bastante ocupadas como para eso. No obstante, creo que podemos llegar a un acuerdo, si los dos estamos dispuestos a ceder. —Dio un nuevo paso al frente y movió la cabeza, como si estuviera haciendo una media reverencia. En realidad le estaba preguntando si ella lo haría. Algo tipo: «hazlo y yo te sigo». Podría parecer que le estaba dejando la batuta a ella, pero había más de una forma de tener el control de una situación, y Aurélien conocía varias de ellas.

Dirijo a los Condenados tan bien como puedo, y comprendo que nunca se va a tener contento a todos, pero me preocupa… —Pausó. Fue una inflexión tramposa, porque era como enfatizar el hecho de que, en realidad, no lo amilanaba tanto—. Me preocupa que seas tú la inconforme. Eres una líder de facción, como yo, sé que no soy el más fácil de localizar, pero respeto el trabajo de todos nosotros, el mío y el tuyo incluidos. Hay un dicho, «zapatero a tus zapatos», sin embargo, me parece que esta vez los zapatos son de cuero, y uno es el zapatero y otro un talabartero, ¿quién debería hacerse cargo del calzado? Entiendo la disyuntiva en la que estamos, y como no me has dejado salida, literalmente, quiero oír lo que tienes para decir. —Aunque con una seguridad que daba miedo, fue también una manera de decir que ese era el regalo que le daba por haberlo encontrado y no darle opciones de más. Era un hito que muy pocos habían conseguido. Anotó eso, porque entonces Abigail sería más que una colega que respetar, quizá una potencial aliada, todo dependía cómo continuara ese encuentro.

Habrás notado que soy hombre al que le gusta trabajar solo, pero no soy de esos que no están dispuestos a hacer excepciones. Juego inteligente, o me gusta creer que lo hago —continuó, con una media sonrisa, como si de pronto encontrara entretenido todo aquello. No le gustó en absoluto ser sacado de su modo de trabajo, ser encarado cuando obviamente no le gustaba por manías personales, pero ya que estaba en esa situación, trataría de sacarle provecho.
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Mensaje por Invitado Lun Sep 18, 2017 1:28 pm

Algo que nunca me había gustado era que me trataran con condescendencia, y algo que me gustaba incluso menos que eso era que un hombre al que no conocía de nada se permitiera el lujo de felicitarme por algo que ya sabía que había hecho bien, como si necesitara de esa aprobación suya para sentirme mejor conmigo misma. Poco importaba el hecho de que fuera un líder de facción y que, como tal, su opinión era respetable, al margen de la identidad de quien portara el título: su personalidad había conseguido, en unos minutos, ponerme todavía más en contra que al principio, cuando había tenido que batallar y pelear con garras y dientes para conseguir un minuto de su tiempo. Si en tanta consideración me tenía por haber sido capaz de acorralarlo, ¿de verdad iba a insultar mi inteligencia felicitándome después de darme largas y de resistir a la petición de un igual durante tanto tiempo? La contradicción no era tan difícil de ver, pero suponía que mi fama no me había convertido en una mujer que alguien pudiera considerar inteligente, así que esa era la batalla contra la que tenía que luchar, igual que él tenía que batallar por escupir el palo de escoba que se había tragado y que lo mantenía recto como un trozo de cristal, tan rígido que si cedía un poco se rompería. Ah, si tan sólo pudiera estar presente para ver cómo echaba esa arrogancia suya... Pero intuía que ese no iba a ser el caso, y menos con esa soberbia con la que actuaba, como si fuera un rey generoso que aceptaba la recriminación de uno de sus súbditos y que, en un alarde de magnanimidad, decidía no sólo no matarlo sino también escucharlo, ¡y ya estaba hecha la buena obra del día! De verdad, no podía con tanta maldita contradicción, y menos con un hombre que parecía hecho de ellas hasta el punto de que le quitaba todo el atractivo que en otras circunstancias habría podido tener; gracias al cielo, por otro lado, porque así me era más fácil ser práctica, estratégica y analítica, rasgos que poseía aunque no soliera sacar a la luz.

– Tal y como yo lo veo, esto no es una misión imposible, en absoluto. Si he sido capaz de colarme en tu territorio, ¿cómo no voy a ser capaz de dialogar contigo? Tanto que me felicitas por una cosa, tal vez deberías plantearte que soy capaz de otras, ¿no?, sobre todo si apenas me conoces. Bien: no me gustan los intermediarios. Prefiero hablar cara a cara con el responsable del problema que intento solucionar, como probablemente entiendas. Por otro lado, ese es un problema grave: todos los condenados que forman parte también de mi facción han estado copados en misiones tuyas, de modo que las mías se han quedado desequilibradas. Me gusta que haya un equilibrio de fuerza, y para las misiones difíciles es necesario que haya alguien más que un humano encargándose de llevarlas a cabo, ¿sabes? De lo contrario, me quedaría sin soldados, y si tú tienes a tus soldados condenados y yo no tengo nada, me quedo sin cuero para nuestros zapatos, ¿ves por dónde voy? Bien, lo que te propongo es sencillo: compartirlos. Parece mentira que haya tenido que venir para proponer esto, pero es tan sencillo como turnarnos a los condenados soldados: yo selecciono las misiones y los candidatos, te los envío y tú me dices si es posible que se ocupen de ello. Fácil, hasta para un tipo cerrado como tú.

Me encontraba cerca de unas rosas, brillantes en color y aromáticas hasta el punto de casi ser abrumadoras, y mientras hablaba acaricié una de ellas, con cuidado de no clavarme una espina, pues aunque pudiera curarme enseguida de una herida tan insignificante, prefería ahorrarme el proceso. Además, podía no conocerlo lo más mínimo, pero intuía que no le gustaría nada que yo mancillara una de sus plantas aunque la que resultara herida fuera yo, porque en todo caso yo era la que se lo habría buscado, por lo que preferí tomarme mi tiempo y pausar, hasta mis propias palabras, que llenaron todo el aire entre nosotros. La verdad, lo prefería así antes que permitir que sus hierbajos lo hiciera, pues al menos tenía parte del control de la situación; por otro lado, no podía decir que no me había mostrado abierta al diálogo, a la comprensión y a ceder, de un modo que mi reputación, tan beneficiosa como horrible dependiendo del momento, aseguraba que no podía ser, para nada. Tenía la fama de ser demasiado temperamental, y al parecer nadie era capaz de comprender que si había llegado al puesto de líder de una facción inquisitorial había sido por eso, sí, pero me había mantenido a base de trabajo duro y de mis capacidades, que ocultaba condenadamente bien, en mi propia opinión. Prefería que los demás me subestimaran, como había hecho él, porque así al menos tendría el factor sorpresa para debilitar al resto, algo bueno cuando la hostilidad finalmente llegara, porque si algo sabía con certeza era que a nadie, a mí incluida, le gustaba que jugaran con su mente y sus expectativas, y una vez pasara la sorpresa la hostilidad posterior podía ser tan dura o más que el resto de la negociación. Así lo había aprendido a base de fuerza, por supuesto, pero también a base de experiencias desagradables que hacían que la del líder de los condenados, Aurélien, pareciera un paseo, especialmente en lo relativo a averiguar dónde se encontraba y cómo colarme allí, que sin duda había sido lo más difícil de todo. A partir de ahí, casi seguro, era pan comido, y por eso continué hablando.

– No pretendo que me tengas contenta. Ni siquiera pretendo gustarte, es inútil intentar tratar de agradar a todo el mundo. Pero si respetas lo que hago, también respetarás que quiera tener medios para hacerlo, y mis medios son mis soldados, de ahí el conflicto. No eres el único que prefiere trabajar solo, y no te estoy proponiendo que lo dejes todo y trabajes conmigo, sólo que nos coordinemos. Es razonable, ¿no?
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Mensaje por Aurélien Varèse Mar Ene 09, 2018 10:26 pm


Entornó la mirada, fijando sus ojos en ella mientras hablaba, memorizando la imagen, que le pareció casi poética, porque había pasión y fuerza en ella. Una belleza más allá de la belleza misma, la de Abigail con la rosa, la de Abigail haciéndole frente. Sonrió apenas, pero fue imperceptible, y es que, para como estaba todo, no quería que se lo tomara a reto o a burla. Aurélien, a pesar de esa alma caritativa que tenía (expiación, no buena voluntad), no era de los que tomaran en cuenta a los demás, o sus sentimientos, pero si quería sacar algo bueno de todo eso, debía contenerse. Y aunque Abigail no lo creyera, y le echara en cara su arrogancia, podía ser peor, si se lo proponía, estaba siendo sumamente flexible esta vez, sólo porque lo encontraba beneficioso. Era líder, porque era agudo, entre muchas otras cosas, podía convertir el carbón en oro con apenas lo suficiente a la mano.

Se movió hacia los rosales y concentró su atención en ellos, aún a una distancia prudencial de su colega. Siguió escuchando con atención, y asintió de vez en cuando para hacérselo saber, sin embargo, antes de responder, y con manos desnudas, arrancó una rosa con mucho cuidado, sin dañar al resto, y sin que ningún pétalo cayera, con la habilidad que sólo un avezado jardinero como él podía mostrar. La acercó a su rostro y olió su perfume.

Veo a dónde quieres llegar —dijo y giró el rostro para verla—, entiendo la disyuntiva, sin cuero no podemos trabajar. La situación es la siguiente, Abigail, no siempre está en mis manos. —Giró el cuerpo, para quedar de nuevo frente a frente—. A veces la misión demanda a este o a aquel condenado, y si resulta ser un soldado, bueno… ya lo viste. A veces me piden… a ciertos condenados para ciertas misiones, y a menos que tenga una objeción de peso, no puedo hacer nada —continuó—. Creo que mi facción, aunque parte de la misma organización, se mueve un poco diferente, tal vez tú no lo sabes, porque a pesar de, técnicamente estar bajo mi comando, no te mueves con nosotros —pronunció con especial énfasis el hecho de que, si seguían las reglas a rajatabla, Abigail quedaba bajo su mando.

Lo cierto era que, a veces, para las autoridades religiosas de la Inquisición, un condenado era mucho problema, y pedían a Aurélien que los mandara a misiones prácticamente suicidas, para deshacerse de ellos. Muchos vampiros no habían renunciado a su sed de sangre, ¿y quién podía controlar a un cambiante caprichoso? Eran un problema, incluso él podía verlo. No se lo dijo, porque no sabía cómo podía tomarse algo tan terrible. No creía que fuera de corazón débil, pero definitivamente no era algo grato de escuchar, y para usos de su reunión, era mejor así. Quién sabe, Abigail tenía tiempo en la Inquisición, quizá ya había escuchado algo de eso. Suspiró.

¿Sabes? No veo por qué no podamos coordinarnos como propones, pero creo que podríamos sacar mayores beneficios si… trabajamos juntos. Sé que dije que me gusta hacer las cosas solo, sin embargo no te estoy proponiendo no separarnos para nada, sino… tú conoces mejor a tus reclutas como soldados, y yo como condenados, creo que podríamos intercambiar información, elegir entre los dos a los mejores hombres y mujeres para ciertos trabajos. Y antes de que me digas algo, esto no nos obliga a vernos con frecuencia, si estás dispuesta a lidiar con alguno de mis emisarios, tendríamos el asunto resuelto. —Alzó ambas cejas y sonrió.

Sería beneficioso para ambos. —Distrajo la atención, alzó el rostro para ver el cielo nocturno—. No sé tú, pero si yo puedo optimizar el desempeño de mi facción, lo haré —y lo dijo en serio, Aurélien, a pesar de ser un hombre cercano a Dios y a la religión, no temía cruzar límites, si era necesario hacerlo. Tal vez por eso buscaba con tanto ahínco redimirse. Quizá era por ese motivo que ayudaba a los pobres, rezaba en silencio y mataba a otros como él, sin tentarse el corazón. Aurélien era un hombre con demasiados claroscuros como pintura de Caravaggio, jamás iba a posicionarse en la oscuridad, pero tampoco del lado de la luz.
Aurélien Varèse
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Mensaje por Invitado Dom Ene 14, 2018 10:04 am

Me noté parpadear más despacio, tan interesada en él como no lo había estado en las palabras de ¿nadie? desde hacía ni sabía cuánto, pero sí mucho, lo suficiente para no recordarlo bien aunque tuviera una memoria prodigiosa. Bueno, siendo fiel a la verdad, un sano ejercicio que sólo practicaba en la intimidad de la mente, tal vez estaba exagerando y tal vez había prestado atención a otros en momentos diferentes, pero la situación que nos traíamos entre manos era delicada y requería de todos mis sentidos, así que me empeñé en ponerlos a funcionar. Y mereció la pena, ¡vaya si lo hizo!, de una forma que casi me sorprendió: Aurélien Varèse, el misterioso líder de los condenados con el que había que pedir más audiencias que con el mismísimo rey de Francia, había aceptado mi propuesta. Por un momento no tuve claro si pedir que se estableciera una fiesta nacional por el logro, darle un golpe en la cabeza por el maldito tiempo y esfuerzo que me había obligado a invertir en él para conseguir algo tan lógico o simplemente sonreír; ante la duda, opté por la última, que era la opción más civilizada de todas. Podía ser una loba, en muchísimos más sentidos de la palabra que el literal (lo siento, pero no lo siento en absoluto), pero me habían inculcado modales desde una edad muy temprana, antes incluso de empezar a ser educada como inquisidora. Usarlos o no era harina de otro costal, dependía mucho de la situación y de mi humor, y si bien con alguien tan opuesto a mí como él en más de un sentido (¡gracias por el recordatorio de que también era mi superior, señor importante! Si no llega a ser por ti, se me habría olvidado) no me salía tan bien como con otros, me obligué a comportarme por el bien común, que básicamente sería el mío y tal vez, si negociaba bien, el suyo. No tenía la menor duda de que él sabría cómo llevar un diálogo de forma provechosa, pero, la verdad, no me apetecía contemplarlo en aquel momento, no pudiendo contemplarlo a él. ¿Por qué los más atractivos siempre eran los más imbéciles de todos...?

– Yo soy el mejor ejemplo para demostrarte que lo entiendo, ¿no crees? Los condenados somos de dos facciones: la tuya y la facción en la que nos especialicemos, y como líder de los soldados, como comprenderás, no puedo bailar bajo tu melodía. Me imagino que te molestará un tanto, sobre todo si has tenido la oportunidad de leer los informes de mis misiones y de comprobar mi experiencia, pero es lo que hay. Ni lo has decidido tú, ni lo he decidido yo, y por eso tenemos que hacer lo mejor que podamos con lo que nos ha sido entregado. Así pues, celebro que estés de acuerdo conmigo, Aurélien, ni te imaginas cuánto.

Lo mejor de todo era que no había ni una pizca de sarcasmo en mi voz: genuinamente me alegraba de haberme evitado un problema antes de que éste pudiera llegar a suceder. Por supuesto, no era ninguna ingenua, todos los que me conocían lo sabían bien, y tal vez hasta los que no lo hacían se lo podían llegar a imaginar tarde o temprano: sabía que, con el roce, habría más problemas de cara al futuro, pero esos me los esperaba y lidiaría con ellos cuando llegaran, nada más y nada menos. Si, hasta entonces, podía ahorrarme todas las dificultades posibles... bueno, sería idiota no aceptando, ¿verdad? Así que la decisión estaba tomada de antemano, no hacía falta leer mentes para darse cuenta de ello, y que los dos hubiéramos claudicado tornaba la situación de un tono bastante interesante, desde luego menos hostil que el inicial. Si bien seguía siendo una negociación entre dos huesos duros de roer, él porque su reputación y mi experiencia así lo corroboraban y yo porque me conocía y sabía que lo era, al encontrarse parte del camino allanado se podía ver mejor el objetivo en el horizonte, que era convertir nuestras facciones en algo lo más orgánico y eficiente posible. Demonios, ¿qué diría mi yo del pasado, la que utilizaba a la Inquisición y no al contrario, al ver a la soldado efectiva en la que me había convertido...? Seguramente sentiría decepción, en su rebeldía, y aunque podía comprenderlo porque yo seguía sin estar domesticada, lo sentía mucho por todos aquellos que pretendían hacerlo sin éxito, también había madurado lo suficiente para aprender que la rebeldía no era todo, y también era necesaria la estrategia en ciertas ocasiones. Tras semejante alarde de cambio con respecto al pasado, decidí que lo que necesitaba era reencontrarme con esa Abigail de entonces, y por eso elegí acercarme a Aurélien y acariciarle el pecho con la yema del dedo, girando a su alrededor mientras pensaba en su propuesta.

– El que le tiene alergia a los encuentros cara a cara eres tú, cielo, no yo: no tengo el menor problema en renunciar a los intermediarios y que lidiemos cara a cara. Tal vez sea incluso capaz de comportarme bien si aceptas, ¿no te parece algo maravilloso? Todo sea por optimizar a nuestras facciones, que las misiones sean más eficientes y todo eso... Bueno, y también por no hacernos enemigos: ninguno de los dos, estoy segura, tiene tiempo ni ganas para ese tipo de desencuentros. Seamos prácticos, ¿de acuerdo?, yo al menos tengo cosas mejores que hacer que dedicarme a luchas de egos que no sirven de casi nada. Así que sí, de acuerdo, reunámonos para trabajar mejor juntos. ¿Nos turnamos también para elegir el lugar, la hora y la frecuencia?
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