AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sombras en la sangre [Privado]
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Sombras en la sangre [Privado]
Era más fácil gobernar una nación que a una familia. Italia estaba unida; su núcleo familiar, no tanto. Ischirione, el rey más controvertido de los últimos siglos, tomaba las visitas diplomáticas y la dictación de leyes casi como una recreación. Sabía que cuando volviera a ver a su madre y a su hermana, para variar estarían batiéndose entre ellas como toros. Dos mujeres, dos huracanes que no podían dejar de chocar. Fuertes de carácter, testarudas como mulas, discutían hasta por las cosas más insignificantes, sólo para reafirmar quién era la hembra dominante.
«Al final, somos todos animales» pensaba Ischirione en medio de la Corte, escuchando las quejas y necesidades de sus súbditos. Ahí, él era el líder supremo. Eso no generaba catástrofe alguna. La hecatombe explotaba cuando no estaba claro quién era el pez más gordo, como en el caso de Bianca y Orsolina.
Justamente esta última le generó problemas al monarca, al finalizar el día.
— Mandé a llamar a tu sobrina. — anunció en la mesa la mellliza del rey — Hace poco cumplió los quince y ya es tiempo de que se case. No obtendrá mejor pretendiente que viviendo aquí.
Aquello desconcertó a Ischirione. No se le había consultado nada.
— ¿Tu hija? Que yo sepa, está bien posicionada.
— Pero podría estar en la cúspide. Si llega a ser de conocimiento público que la sobrina del rey vive en el palacio, los mejores postores harán fila para desposarla. Se darán cuenta de que, si quieren acceder a ti y a tus favores, tendrán que pasar por ella primero. — dijo Orsolina, orgullosa de sí misma por tener todo calculado.
Pero Ischirione, celoso guardián de su calma, sabía cómo resguardarla.
— No puedo dejar entrar al palacio, y menos a vivir, a nadie sin pasar por mi inspección. — dijo tajante, mientras se llevaba un pedazo de ave a la boca.
— Es mi hija y tu sobrina, ¿qué examen necesita? — reclamó Orsolina.
— Hasta donde recuerdo, tu amada hija era una bastarda en la práctica, aunque no por la ley. ¿Y ahora resulta que la quieres?
— Yo nunca dije que la quisiera, pero es mi deber como madre encaminarla.
— ¿No será que quieres deshacerte de ella?
— ¿Y desde cuándo eso ha sido un problema? ¿Firmar sentencias de muerte te ha convertido en moralista?
— ¡Ya es suficiente, Orsolina!
La viuda se mordió la lengua y bajó el volumen de sus palabras hasta uno tan débil como su templanza. Algo la asfixiaba.
— Desprecias a mi hija.
— No la estoy despreciando.
— Pero a mí sí.
— Soy tu hermano, Orsolina, pero soy el rey.
— Entonces use su poder para darle un futuro a mi hija, Majestad.
— Retírate. Es una orden.
No se hablaría más del tema hasta que la hija pródiga llegara al palacio. Para Orsolina, significaría el comienzo de su libertad, de su desprendimiento total de carga. Ischirione, en cambio, presentía que aquél era el inicio de una nueva era de tormentas.
«Al final, somos todos animales» pensaba Ischirione en medio de la Corte, escuchando las quejas y necesidades de sus súbditos. Ahí, él era el líder supremo. Eso no generaba catástrofe alguna. La hecatombe explotaba cuando no estaba claro quién era el pez más gordo, como en el caso de Bianca y Orsolina.
Justamente esta última le generó problemas al monarca, al finalizar el día.
— Mandé a llamar a tu sobrina. — anunció en la mesa la mellliza del rey — Hace poco cumplió los quince y ya es tiempo de que se case. No obtendrá mejor pretendiente que viviendo aquí.
Aquello desconcertó a Ischirione. No se le había consultado nada.
— ¿Tu hija? Que yo sepa, está bien posicionada.
— Pero podría estar en la cúspide. Si llega a ser de conocimiento público que la sobrina del rey vive en el palacio, los mejores postores harán fila para desposarla. Se darán cuenta de que, si quieren acceder a ti y a tus favores, tendrán que pasar por ella primero. — dijo Orsolina, orgullosa de sí misma por tener todo calculado.
Pero Ischirione, celoso guardián de su calma, sabía cómo resguardarla.
— No puedo dejar entrar al palacio, y menos a vivir, a nadie sin pasar por mi inspección. — dijo tajante, mientras se llevaba un pedazo de ave a la boca.
— Es mi hija y tu sobrina, ¿qué examen necesita? — reclamó Orsolina.
— Hasta donde recuerdo, tu amada hija era una bastarda en la práctica, aunque no por la ley. ¿Y ahora resulta que la quieres?
— Yo nunca dije que la quisiera, pero es mi deber como madre encaminarla.
— ¿No será que quieres deshacerte de ella?
— ¿Y desde cuándo eso ha sido un problema? ¿Firmar sentencias de muerte te ha convertido en moralista?
— ¡Ya es suficiente, Orsolina!
La viuda se mordió la lengua y bajó el volumen de sus palabras hasta uno tan débil como su templanza. Algo la asfixiaba.
— Desprecias a mi hija.
— No la estoy despreciando.
— Pero a mí sí.
— Soy tu hermano, Orsolina, pero soy el rey.
— Entonces use su poder para darle un futuro a mi hija, Majestad.
— Retírate. Es una orden.
No se hablaría más del tema hasta que la hija pródiga llegara al palacio. Para Orsolina, significaría el comienzo de su libertad, de su desprendimiento total de carga. Ischirione, en cambio, presentía que aquél era el inicio de una nueva era de tormentas.
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 02/05/2017
Re: Sombras en la sangre [Privado]
La esperanza es el sueño del hombre despierto
—Aristoteles
—Aristoteles
“Se requiere de tu inmediata presencia en la corte. Debo de presentarte en sociedad, no aceptaré otra negativa de tu parte. Acude inmediatamente a palacio.” Aquellas fueron las palabras que quien debía amarla por naturaleza y la que en vez de ello; únicamente sabia de ignorarla y odiarla. Así, con esas palabras secas y frías, su madre biológica ponía fin a su encierro en una casa llena de amor y estima por la joven que se había convertido. Hacia unos años atrás habría deseado enormemente escapar algunas horas de esa villa; su única familia, más ahora que había llegado la hora de partir hacia un destino socialmente favorable y lleno de privilegios, ahora era cuando le atosigaban los miedos por no encajar en ese mundo tan frio e inhóspito que se le antojaba la corte italiana.
Esa misma mañana antes de partir en un viaje de apenas cinco o seis horas a buen paso hasta llegar a Palacio, se encontró ayudando a su querida nodriza Marian en todo lo referente a lo que pudieran necesitar para el viaje. El equipaje de ambas damas, sencillo y austero, cabían en dos maletas mediantemente grandes. No necesitaban más, pensó la joven mientras con tristeza empacaba sus cosas y dejaba otras tantas cosas en aquella Villa que esperaba en lo más hondo de su corazón poder volver algún día en el futuro a aquel hogar que con tanta calidez habían creado para ella. Le dolía pensar en no volver a ver jamás a sus compañeros de juegos; los dos hijos de su ama de llaves los que se pasaban el día cuidando de los caballos de las pequeñas caballerizas que poseía. Extrañaría despertarse por las mañanas y abrir la ventana para ver como el corcel de su difunto padre correteaba por los terrenos, indomable y fuerte; como una vez su padre en vida cuentan que era. Ya nada sería lo mismo sin Odette y Alesia, sus maestras y tutoras. Ya hacía días se habían despedido de ellas, justo cuando Orsolina -su madre- las destituyó del cargo y las echó de su vida sin retorno o replica posible de su parte. Alessandra al terminar de empacar todo, dio una última mirada a la casa y tristemente después de despedirse de todos, se forzó a marchar tras Marian hacia el carruaje que había ido a buscarlas para llevarlas a su destino.
Primero entró Marian a quien ayudaron a entrar y acomodarse. Su nodriza ya no estaba tan joven como antes y al paso de los años mientras ella florecía, Marian perdía su brillo. Era el paso del tiempo y así eran las leyes de la naturaleza, Alessandra lo compartía, pero no lo aprobaba. No podía imaginarse una vida sin el apoyo y cariño de ella a su lado y pensar que pudieran también separarla de ella causaba un gran vacío en su alma. Finalmente, y tras una breve mirada nuevamente al hogar que dejaría atrás, entró en el carruaje y en cuanto las puertas se cerraron, por un efímero instante le faltó el aliento. Ya no había marcha atrás. No había escapatoria posible y sentándose, sintiendo sus alas romperse en mil pedacitos a los primeros pasos de aquellos caballos que la llevaban como el verdugo acompaña al sentenciado a encontrarse con la muerte, entendió por primera vez el pesar de Orsolina. A su madre le habían cortado las alas desde muy pequeña y ahora ella se vengaba, exorcizando sus demonios con el propio fruto de su vientre. La venganza estaba en la naturaleza humana y si, su madre misma le hacía aquello, ¿Qué no estarían dispuestos a hacer los demás, los que ni la conocían?
Lejos, rondando en sus fúnebres pensamientos, Alessandra no se dio cuenta del recorrido hasta que a su espalda las grandes puertas de su antigua casa fueron cerradas en un fuerte estruendo metálico tras el paso del carruaje. Miró una última vez atrás y con la imagen de aquel hogar, se volvió al frente decidida a poder con todo aquello que le viniera encima a partir de ahora. Para sobrevivir a la etapa que ahora le tocaba recorrer sola, necesitaría mucha constancia de su parte. No fallar ni una maldita vez, ser el ejemplo perfecto. E iba a emplearse a fondo, sin titubear, se prometió a si misma a cada minuto de aquel largo viaje que acabó demasiado pronto frente las puertas del inmenso palacio donde una larga comitiva ya procedían a anunciarla. Sirviéndose de la mano de uno de los pajes bajó del carruaje y detrás de Marian, nerviosa, ella le siguió. Todo cuanto sus ojos admiraban por el camino hacia donde les esperaba una audiencia con el rey, era absurdamente caro. Las migajas de su vida anterior ya no iban a servir en este lugar. El vestido que con tanto esfuerzo le habían diseñado para la ocasión, rápidamente quedó eclipsado por la magnificencia del edificio. Por suerte, no se toparon con nadie de camino a la sala del trono. Giraron por un último pasillo y allí, a apenas unos metros finalmente se encontró cara a cara con su tío. Todo había ido tan rápido, que demasiado absorta en su deseo por conocer a aquel rey con el que compartía sangre, no se dio cuenta de que habían dicho sus nombres a efectos de presentación hasta que su nodriza dedicó una reverencia a Ischirione. Seguidamente y desviando avergonzada la mirada de su tío, intentó enmendar su error, su tardía respuesta ante su persona y autoridad.
— Majestad, —susurró apresurada inclinándose en una reverencia esperando que perdonase sus nervios. —Quedo totalmente a su disposición como una más de vuestras vasallas, mi señor —añadió y levantándose de nuevo, se encontró de bruces con aquellos ojos tan parecidos a los suyos; a los de su madre. La hermana del rey.
Alessandra di Visconti- Humano Clase Alta
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 26/06/2017
Localización : Perdida por palacio
Re: Sombras en la sangre [Privado]
En lo que parecía una redada familiar, Ischirione avanzó a la sala del trono junto a su madre y su hermana para recibir al potencial nuevo huésped: Alessandra di Visconti, su sobrina. Debido a la casi nula descripción que recibió de Orsolina, apenas tenía noción de qué encontrarse, pero tampoco se sentía intrigado. Lo primordial era dar una buena impresión a la Corte. De eso dependería principalmente que la muchacha se quedara. Si no estaba preparada, los nobles lo sabrían. Y no estaba dispuesto a quedar como un rey de débil voluntad y escasos sesos. No por capricho de instigadoras mujeres.
Pero cuando vio a Alessandra y presenció su torpe descuido, el interés emergió de un pasado y melancólico rincón. Reconocía esa mirada, los destellos de un alma que repetía como loro lo que le habían enseñado que era correcto con un doble propósito: mantenerse a salvo y proteger las emociones que golpeaban las sienes, luchando por salir. Se daba cuenta en esos ojos vidriosos y fijos. Ah, qué fuerte era la sangre. Su hermana y su sobrina no habían convivido más que unas horas en lo que llevaban de vida y, aun así, la similitud en sus gesticulaciones era proverbial. Ischirione se preguntaba si Orsolina también se daba cuenta de esto. Y deseó que, por lo menos, tuviera la sospecha y se consumiera de coraje como precio por su detestable gusto de llevarlo al límite.
La cabeza del rey giró de forma muy disimulada hacia su hermana y luego hacia su madre. Nada más neutral que el semblante de Orsolina. ¿Y su madre? Su expresión delataba, para variar, que no quería involucrarse. Era lo más sensato. Él hubiera hecho lo mismo, de haber tenido elección, pero era el regente de Italia; estaba ahí para entrometerse.
Como el Rey de Italia, no como Ischirione Della Bordella, tuvo que corregir a Alessandra. Todos los presentes la estaban viendo; si cometía otro error, su estancia peligraría.
— De nuevo, y esta vez no se distraiga, señorita. — ordenó con firmeza en la mirada y también sus manos. Su intención fue recordarle que su destino no dependía de su madre. A puertas cerradas, todo el sentimentalismo que quisiera, pero estaban en medio de un acto público. Los haría ver fuertes como roca, aunque tuviera que gastarse la vida entera en ello. — La esperábamos. Bienaventurados somos de ver que está sana y salva después del largo viaje, sobre todo con los deberes que le esperan en este lado de la sala y más allá. Es por eso que me interesa sumamente cuánto pueda ofrecer a esta nación y si es que se encuentra preparada para los desafíos que, seguramente, le habrían informado con minucia. Dígame usted, ¿se considera a la altura de las circunstancias?
Pero cuando vio a Alessandra y presenció su torpe descuido, el interés emergió de un pasado y melancólico rincón. Reconocía esa mirada, los destellos de un alma que repetía como loro lo que le habían enseñado que era correcto con un doble propósito: mantenerse a salvo y proteger las emociones que golpeaban las sienes, luchando por salir. Se daba cuenta en esos ojos vidriosos y fijos. Ah, qué fuerte era la sangre. Su hermana y su sobrina no habían convivido más que unas horas en lo que llevaban de vida y, aun así, la similitud en sus gesticulaciones era proverbial. Ischirione se preguntaba si Orsolina también se daba cuenta de esto. Y deseó que, por lo menos, tuviera la sospecha y se consumiera de coraje como precio por su detestable gusto de llevarlo al límite.
La cabeza del rey giró de forma muy disimulada hacia su hermana y luego hacia su madre. Nada más neutral que el semblante de Orsolina. ¿Y su madre? Su expresión delataba, para variar, que no quería involucrarse. Era lo más sensato. Él hubiera hecho lo mismo, de haber tenido elección, pero era el regente de Italia; estaba ahí para entrometerse.
Como el Rey de Italia, no como Ischirione Della Bordella, tuvo que corregir a Alessandra. Todos los presentes la estaban viendo; si cometía otro error, su estancia peligraría.
— De nuevo, y esta vez no se distraiga, señorita. — ordenó con firmeza en la mirada y también sus manos. Su intención fue recordarle que su destino no dependía de su madre. A puertas cerradas, todo el sentimentalismo que quisiera, pero estaban en medio de un acto público. Los haría ver fuertes como roca, aunque tuviera que gastarse la vida entera en ello. — La esperábamos. Bienaventurados somos de ver que está sana y salva después del largo viaje, sobre todo con los deberes que le esperan en este lado de la sala y más allá. Es por eso que me interesa sumamente cuánto pueda ofrecer a esta nación y si es que se encuentra preparada para los desafíos que, seguramente, le habrían informado con minucia. Dígame usted, ¿se considera a la altura de las circunstancias?
Ischirione Della Bordella- Realeza Italiana
- Mensajes : 127
Fecha de inscripción : 02/05/2017
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