Dangerously (Privado)

por **Jarko Nygard** Dom Jun 04, 2017 6:22 pm

No, no estaba para nada feliz. Había perdido a mi hermano luego de discutir con él por meses. De alguna manera, siempre supe que su manía de ir tras las faldas de una mujer le saldría muy caro. Aquella última vez, la susodicha murió en el viaje y a mí no me afectó en lo absoluto, pero él había desaparecido por completo. Yo estaba acostumbrado a que mi hermano cambiara de pareja constantemente y que pasara de una histérica a otra en apenas un parpadeo, al igual que el hecho de que desapareciera cada tanto; el problema, es que antes era cuestión de meses, y yo ya no lo veía hace años.

Durante bastante tiempo compartimos nuestro “modo de vida” en una mansión a las afueras de París, pero lo cierto es que yo no tenía nada que hacer en esa lugar tan grande y mucho menos sólo. Akseli se había largado sin dejar rastro y me había dejado en la completa ignominia con respecto a su paradero. Quizás estaba muerto, pero eso no cambiaba las cosas. Aparte de él, vivía con nosotros una mujer, una jovencita que se encargaba de los quehaceres de la casa, pero ella era igual a mi hermano pero con una necesidad de atención que ya me tenía harto. Se suponía que debía servirnos en silencio, pero al contrario de lo pactado, permanecía cuestionándome y quejándose de lo mal que yo la hacía sentir, de lo ignorada que la mantenía e incluso de lo frío que la trataba. Pero no podía hacer nada, su sangre me tentaba en demasía y si flaqueaba en mi trato con ella, me sería imposible resistirme y terminaría alimentándome de ella sin poder detenerme. Debí hacerlo, se lo merecía, pero al final la despedí y ella también desapareció.

Caminé durante mucho tiempo, recorriendo cada calle parisina a mi antojo hasta encontrar una presa que se me antojara. Pero mi enojo era tal en esa noche que no veía a nadie lo suficientemente atrayente a mi sed, y continuaba por lo mismo “barriendo” la ciudad como si cada paso pudiera despejarme de la ira. Pero yo sabía que no era posible y que sólo la sangre o el asesinato podrían otorgarme la estúpida y temporal catarsis que necesitaba. Los prostíbulos eran buena opción, pero no era sexo lo que quería, sino sangre en mis manos, sin importar más. Fue entonces cuando le vi, una especie de ser en agonía que no era dueño de sus pasos. La sombra que proyectaba su caminar delataba embriaguez, locura, dolor o quizás el mismísimo desespero que no le permitía dar pasos firmes y más coherentes de los que ahora daba.

No tenía necesidad de seguir a nadie, pero la curiosidad creció en mí tan poderosamente que supe que mi don del rastreo sería útil para ubicar a quien se había cruzado conmigo sin siquiera pretenderlo. No me importaba quién o qué era, ni tampoco que actuara como fantasma sin rumbo pero con un comportamiento bastante extraño que no podría describir.

Sus pasos me llevaron a un edificio en ruinas -como era lo más predecible- y yo avancé abriéndome paso entre zancadas casi mudas hasta que alguna piedra rodaba en el impacto. Abrí mi mente, mis sentidos y así escuché el caos de su cerebro ¿Por qué le había seguido? Cuando le sentí cerca, solté una risa seca, corta, pero burlona y grosera al mismo tiempo — ¿Qué demonios te pasa? Lárgate de aquí— ordené como si el lugar fuera mío y, de paso, como una invitación a reclamarme, a sacar a relucir lo que realmente era.