AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Morbid Reminiscence — Privado [+18]
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Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Quizás varios días o un par de semanas. No lo sabía con exactitud, pero lo que sí aseguraba, con absoluta lucidez, era que estaba en ese sitio, tan diferente a su reino. Tal vez sí extrañaría un poco el olor a podredumbre mezclado con el de la piedra roñosa de las Catacumbas; sin embargo, tenía que admitir que ese aroma dulzón, proveniente de hierbas e inciensos, le gustaba. Su olfato, particularmente sensible, sabía adaptarse bien a ese perfume que, por muy extraño que pareciera, le tranquilizaba, como cuando Helga estaba viva y cuidaba de ella siendo una niña... atormentada por un gusano sin identidad (a quien ignoraba olímpicamente hablando). Oh, ¿ya saben de quién estamos hablando? Así es, de Eloise de Valois-Orléans-Angulema. En entregas anteriores, mejor conocida como: Átropos, la vampira loca, fulana... y así hasta el infinito con los seudónimos preciosos que se le concede a su estampa. En fin, que esta vez sólo la llamaremos Eloise. ¿Por qué? Porque algo era particularmente diferente en esta ocasión.
Primero: Que no se encontraba en las Catacumbas, cosa que ya había quedado bastante clara. Pero, jamás, se hizo mención al lugar en donde se hallaba en ese instante, y en el que llevaba un tiempo considerable, algo completamente extraño tratándose de ella. Y ahí es en donde compete explicar lo segundo: Eloise, motivada por algún pensamiento en especial, decidió abandonar su susodicho reino por... Momento, ¿por qué? Y no, no la malinterpreten. No buscaba a ese humano detestable llamado Gaspard de Grailly. En realidad, desde su último encuentro en las Catacumbas, ella había decidido no querer verlo más, porque no le apetecía en lo más mínimo. Eloise (que ya había asumido de nuevo que ese era su nombre), empezaría a interesarse por su estirpe luego de esa vez. ¿Gracias, Gaspard? Puede que las tonterías que hiciera el ladrón lograron removerle un poco los recuerdos. Aunque, lo más probable, pudo haber sido cuando el homúnculo logró tomar el control de su mente, mientras ella se había perdido en el limbo de sus pensamientos. ¡Bingo! Eso fue lo que la condujo hasta este punto de la historia.
Por supuesto, Eloise-Átropos no había llegado a concebir tal idea gracias a su hermano parásito, en lo más mínimo, porque igual había decidido vetarlo de su mente con una grandiosa agilidad. Toda la idea que se hallaba tras su salida de las Catacumbas, era completamente suya. A pesar de estar muy loca (en unas ocasiones más que en otras), no era ninguna idiota. Sabía cómo obrar, sobre todo cuando quería cumplir con un objetivo. Y no, nos vayamos a los hechos que involucraban a Gaspard de Grailly, porque el tipo siendo tan errático, podía resultar un terrible mal, incluso para el más sabio. Mejor centrémonos en lo que nos interesa: Saber su paradero antes de continuar divagando.
La señorita de Valois-Orléans-Angulema había planificado todo, por eso, antes de su salida definitiva, se dedicó a tantear el terreno, y así terminó: siendo el familiar lejano de una pareja de unos nobles de mediaba edad, quienes tenían una extensa propiedad a las afueras de la ciudad, muy cerca de donde alguna vez vivió hacía unos doscientos años atrás. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerlos. Con un poco de persuasión y una magnífica excusa (alguna enfermedad hereditaria que la había condenado a alejarse del sol), ellos la acogieron bajo su protección. ¡Qué desgraciada la Eloise! Bueno, no tanto, porque, debido a la gentileza de esos señores, les perdonó la existencia (para que vean que no era tan malvada y con el perdón de su sire, pero ella si sabía de lealtad).
Quizás, por tener la conciencia removida, aunque seguía siendo una loca bien vestida, Eloise, en muchísimos años, decidió visitar la tumba de la extinta Helga. La mujer le había ocultado muchas cosas, como por ejemplo: Nunca le respondía cuando preguntaba por el llanto de Luisa (su verdadera madre); o por qué no dejó, en determinadas ocasiones, que su padre la viera. Oh, creyó recordar cuando Luisa le pedía a Helga que podía llevársela, porque la malformación no era evidente y... ¿Acaso Helga le mintió? ¿Por qué no dejó que sus padres se la llevaran? ¡Momento! ¿Qué había ocurrido con ellos luego?
Se tuvo que obligar a sí misma a detener aquel ataque de su mente. Eran demasiadas preguntas que, posiblemente, se quedarían sin respuesta. Porque sí, aunque estuviera frente a la tumba de Helga en ese instante, ella no le iba a responder, a menos que se valiera de la magia para invocar a su... Pero, ¡qué idea más interesante! ¿Por qué no lo hizo cuando era humana y tenía esas habilidades? Por favor, había sido una estúpida al dejar pasar esa oportunidad.
—¡Shhh! —se silenció a sí misma, bueno, a su mente. Ya no estaba tan sola, al parecer—. Por eso es que odio esta ciudad... ¡No se puede tener paz!
Fue una queja baja. Un murmullo que se perdió en el silencio de la noche... Pero que el intruso, de seguro, no ignoraría. En fin, Eloise-Átropos, siguió en su mismo lugar, arrodillada frente a la tumba antigua y demacrada de Helga, con la firme intención de desenterrar sus restos.
Primero: Que no se encontraba en las Catacumbas, cosa que ya había quedado bastante clara. Pero, jamás, se hizo mención al lugar en donde se hallaba en ese instante, y en el que llevaba un tiempo considerable, algo completamente extraño tratándose de ella. Y ahí es en donde compete explicar lo segundo: Eloise, motivada por algún pensamiento en especial, decidió abandonar su susodicho reino por... Momento, ¿por qué? Y no, no la malinterpreten. No buscaba a ese humano detestable llamado Gaspard de Grailly. En realidad, desde su último encuentro en las Catacumbas, ella había decidido no querer verlo más, porque no le apetecía en lo más mínimo. Eloise (que ya había asumido de nuevo que ese era su nombre), empezaría a interesarse por su estirpe luego de esa vez. ¿Gracias, Gaspard? Puede que las tonterías que hiciera el ladrón lograron removerle un poco los recuerdos. Aunque, lo más probable, pudo haber sido cuando el homúnculo logró tomar el control de su mente, mientras ella se había perdido en el limbo de sus pensamientos. ¡Bingo! Eso fue lo que la condujo hasta este punto de la historia.
Por supuesto, Eloise-Átropos no había llegado a concebir tal idea gracias a su hermano parásito, en lo más mínimo, porque igual había decidido vetarlo de su mente con una grandiosa agilidad. Toda la idea que se hallaba tras su salida de las Catacumbas, era completamente suya. A pesar de estar muy loca (en unas ocasiones más que en otras), no era ninguna idiota. Sabía cómo obrar, sobre todo cuando quería cumplir con un objetivo. Y no, nos vayamos a los hechos que involucraban a Gaspard de Grailly, porque el tipo siendo tan errático, podía resultar un terrible mal, incluso para el más sabio. Mejor centrémonos en lo que nos interesa: Saber su paradero antes de continuar divagando.
La señorita de Valois-Orléans-Angulema había planificado todo, por eso, antes de su salida definitiva, se dedicó a tantear el terreno, y así terminó: siendo el familiar lejano de una pareja de unos nobles de mediaba edad, quienes tenían una extensa propiedad a las afueras de la ciudad, muy cerca de donde alguna vez vivió hacía unos doscientos años atrás. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerlos. Con un poco de persuasión y una magnífica excusa (alguna enfermedad hereditaria que la había condenado a alejarse del sol), ellos la acogieron bajo su protección. ¡Qué desgraciada la Eloise! Bueno, no tanto, porque, debido a la gentileza de esos señores, les perdonó la existencia (para que vean que no era tan malvada y con el perdón de su sire, pero ella si sabía de lealtad).
Quizás, por tener la conciencia removida, aunque seguía siendo una loca bien vestida, Eloise, en muchísimos años, decidió visitar la tumba de la extinta Helga. La mujer le había ocultado muchas cosas, como por ejemplo: Nunca le respondía cuando preguntaba por el llanto de Luisa (su verdadera madre); o por qué no dejó, en determinadas ocasiones, que su padre la viera. Oh, creyó recordar cuando Luisa le pedía a Helga que podía llevársela, porque la malformación no era evidente y... ¿Acaso Helga le mintió? ¿Por qué no dejó que sus padres se la llevaran? ¡Momento! ¿Qué había ocurrido con ellos luego?
Se tuvo que obligar a sí misma a detener aquel ataque de su mente. Eran demasiadas preguntas que, posiblemente, se quedarían sin respuesta. Porque sí, aunque estuviera frente a la tumba de Helga en ese instante, ella no le iba a responder, a menos que se valiera de la magia para invocar a su... Pero, ¡qué idea más interesante! ¿Por qué no lo hizo cuando era humana y tenía esas habilidades? Por favor, había sido una estúpida al dejar pasar esa oportunidad.
—¡Shhh! —se silenció a sí misma, bueno, a su mente. Ya no estaba tan sola, al parecer—. Por eso es que odio esta ciudad... ¡No se puede tener paz!
Fue una queja baja. Un murmullo que se perdió en el silencio de la noche... Pero que el intruso, de seguro, no ignoraría. En fin, Eloise-Átropos, siguió en su mismo lugar, arrodillada frente a la tumba antigua y demacrada de Helga, con la firme intención de desenterrar sus restos.
Última edición por Átropos el Miér Ago 09, 2017 3:06 am, editado 1 vez
Átropos- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Gaspard se aburría, ¿qué le sucedía a Gaspard? Bueno, si él mismo lo supiera tal vez podría ponerle solución, ¿a que sí? Pero no, el aquitano no tenía demasiada idea de por qué se encontraba sumido en un tedio tan enorme, aunque lo cierto era que si no se le ocurrían opciones era porque no pensaba en nada, la verdad. Estaba relajado, o al menos lo había estado hasta que había empezado a aburrirse; incluso, en un alarde de no sabía qué (mentira, sí: de salario. Acababa de hacer una buena entrega de muertos y los francos le habían pesado en los bolsillos), se había preocupado por su aspecto, aparte de por su hígado. ¡Increíble, efectivamente, pero no por ello menos cierto!
Lo cierto era que Gaspard de Grailly parecía un adelantado a su tiempo con su estampa, tan bohemia antes de que se hubiera instalado ese movimiento en el barrio de Montmartre (sí, donde se encontraba) que casi parecía que toda esa estética nacería de él. Tirado en una bañera, con los miembros desmadejados porque el recipiente era demasiado pequeño para él y una botella de vino (de Burdeos, sí; de su familia, no) en la mano, a de Grailly sólo le faltaba estar fumando opio y dibujando para dar una estampa de paz y romanticismo que no le pegaban nada, y precisamente por eso no lo hacía. Por eso y porque su escasa paciencia no se lo permitía, por descontado, pero ignoremos ese insignificante detalle, ¿de acuerdo?
No pasó mucho tiempo hasta que Gaspard se hartó de parecer un bohemio y se levantó de la bañera, con todo el cuerpo humedecido y las gotas de agua enredándose en los pliegues de sus músculos tensos. Parecía mentira que se hubiera bañado para relajarse porque ya volvía a estar tan inquieto como siempre, y así lo demostraron sus movimientos rápidos en dirección al espejo (para cortarse un poco los rizos salvajes de la coronilla, aunque en un arrebato casi se rapó los laterales de la cabeza de cortos que los dejó con la navaja), donde observó su reflejo un momento nada más.
No, Gaspard de Grailly no era egocéntrico, en absoluto, y su orgullo no solía nacer casi nunca de su apariencia, que él consideraba bastante vulgar en la mayor parte de las ocasiones, y aquella no era una excepción. Lo único que él creyó destacable mientras se recortaba la barba eran sus ojos claros, verdes oscuro bajo la luz trémula de las velas de la estancia, y la cicatriz diagonal que surcaba su barbilla y la partía, dándole un aspecto peligroso a su ya de por sí expresivo rostro. Más allá de eso, lo sabía, era un tipo normal, ¡todo lo normal que pudiera ser un resurreccionista!, y con esa idea en la cabeza decidió él, el normal, secarse y vestirse.
Siguiendo la misma línea de pensamiento que hasta ese momento, porque al menos sí que era un hombre consecuente con sus ideas la mayor parte de las veces, Gaspard se envolvió en telas bastas y ropas negras, poco llamativas, también por lo desgastado de las prendas. Parecía ir a juego, incluso, con la habitación de la posada que pronto abandonó, sin resistirse a la tentación de pasar por el viñedo de Montmartre de camino a su destino: el cementerio. Dada su voluntaria negativa a adentrarse otra vez en las Catacumbas para evitar encontrarse con Átropos, Gaspard debía volver a los lugares de siempre, así que ¿por qué no comenzar por aquel, en una colina y en un barrio alejado de miradas indiscretas, la mayor parte del tiempo al menos?
Lo que el aquitano no pudo evitar fue robar un racimo de uvas de una cepa particularmente crecida para la época del año en la que se encontraban y juguetear con ella entre los dedos, con cierta suavidad. Pese al puro nervio que solía invadir su cuerpo, sus manos parecían delicadas con el producto de la vid, fruto de la costumbre y de los años que había pasado vendimiando aquellos orbes pequeños y sabrosos para transformarlos después en vinos de alta calidad. Más aún contrastaba con las herramientas que llevaba en un saco a la espalda, entre las que se distinguía la pala por su forma caprichosa y el pico porque sobresalía por arriba para no golpearse a sí mismo con él; dureza contra suavidad, impropia en él.
Sí que le fue más propio lo que hizo después: saltar la verja, con cuidado de no aplastar su tentempié nocturno; colarse en el cementerio y caminar entre tumbas en busca de alguna fresca, con la tierra recién removida. El tiempo le había enseñado que esas eran las mejores porque los cadáveres no estaban aún demasiado podridos y no era demasiado repulsivo encargarse de transportarlos y todas esas cosas de su negocio; sus ojos, entrenados, las buscaban a través de las lápidas, casi todas iguales con la escasa luz nocturna. Sin embargo, lo que encontró no tenía que ver con una tumba fresca, y fue lo suficientemente sorprendente para que hasta él, con su nervio vivo existencial, se detuviese en seco.
– Si vis pacem, para bellum. – recitó Gaspard, terminándose el racimo de uvas y sacando, rápidamente, el pico y la pala, en los cuales se apoyó mientras miraba a Átropos, casi tan limpia como él mismo. ¡Vaya, resultaba que no era el único que había decidido higienizarse! Menudo honor, lo mismo escribía al rey para pedirle que estableciera una fiesta nacional por semejante evento... – Por un precio te la excavo yo mismo, fulana. Aunque dentro sólo vas a encontrar huesos y no te van a dar mucho por el muerto, pero, en fin, allá tú. – se ofreció, encogiéndose de hombros y con una sonrisa burlona en el rostro. Como siempre.
Lo cierto era que Gaspard de Grailly parecía un adelantado a su tiempo con su estampa, tan bohemia antes de que se hubiera instalado ese movimiento en el barrio de Montmartre (sí, donde se encontraba) que casi parecía que toda esa estética nacería de él. Tirado en una bañera, con los miembros desmadejados porque el recipiente era demasiado pequeño para él y una botella de vino (de Burdeos, sí; de su familia, no) en la mano, a de Grailly sólo le faltaba estar fumando opio y dibujando para dar una estampa de paz y romanticismo que no le pegaban nada, y precisamente por eso no lo hacía. Por eso y porque su escasa paciencia no se lo permitía, por descontado, pero ignoremos ese insignificante detalle, ¿de acuerdo?
No pasó mucho tiempo hasta que Gaspard se hartó de parecer un bohemio y se levantó de la bañera, con todo el cuerpo humedecido y las gotas de agua enredándose en los pliegues de sus músculos tensos. Parecía mentira que se hubiera bañado para relajarse porque ya volvía a estar tan inquieto como siempre, y así lo demostraron sus movimientos rápidos en dirección al espejo (para cortarse un poco los rizos salvajes de la coronilla, aunque en un arrebato casi se rapó los laterales de la cabeza de cortos que los dejó con la navaja), donde observó su reflejo un momento nada más.
No, Gaspard de Grailly no era egocéntrico, en absoluto, y su orgullo no solía nacer casi nunca de su apariencia, que él consideraba bastante vulgar en la mayor parte de las ocasiones, y aquella no era una excepción. Lo único que él creyó destacable mientras se recortaba la barba eran sus ojos claros, verdes oscuro bajo la luz trémula de las velas de la estancia, y la cicatriz diagonal que surcaba su barbilla y la partía, dándole un aspecto peligroso a su ya de por sí expresivo rostro. Más allá de eso, lo sabía, era un tipo normal, ¡todo lo normal que pudiera ser un resurreccionista!, y con esa idea en la cabeza decidió él, el normal, secarse y vestirse.
Siguiendo la misma línea de pensamiento que hasta ese momento, porque al menos sí que era un hombre consecuente con sus ideas la mayor parte de las veces, Gaspard se envolvió en telas bastas y ropas negras, poco llamativas, también por lo desgastado de las prendas. Parecía ir a juego, incluso, con la habitación de la posada que pronto abandonó, sin resistirse a la tentación de pasar por el viñedo de Montmartre de camino a su destino: el cementerio. Dada su voluntaria negativa a adentrarse otra vez en las Catacumbas para evitar encontrarse con Átropos, Gaspard debía volver a los lugares de siempre, así que ¿por qué no comenzar por aquel, en una colina y en un barrio alejado de miradas indiscretas, la mayor parte del tiempo al menos?
Lo que el aquitano no pudo evitar fue robar un racimo de uvas de una cepa particularmente crecida para la época del año en la que se encontraban y juguetear con ella entre los dedos, con cierta suavidad. Pese al puro nervio que solía invadir su cuerpo, sus manos parecían delicadas con el producto de la vid, fruto de la costumbre y de los años que había pasado vendimiando aquellos orbes pequeños y sabrosos para transformarlos después en vinos de alta calidad. Más aún contrastaba con las herramientas que llevaba en un saco a la espalda, entre las que se distinguía la pala por su forma caprichosa y el pico porque sobresalía por arriba para no golpearse a sí mismo con él; dureza contra suavidad, impropia en él.
Sí que le fue más propio lo que hizo después: saltar la verja, con cuidado de no aplastar su tentempié nocturno; colarse en el cementerio y caminar entre tumbas en busca de alguna fresca, con la tierra recién removida. El tiempo le había enseñado que esas eran las mejores porque los cadáveres no estaban aún demasiado podridos y no era demasiado repulsivo encargarse de transportarlos y todas esas cosas de su negocio; sus ojos, entrenados, las buscaban a través de las lápidas, casi todas iguales con la escasa luz nocturna. Sin embargo, lo que encontró no tenía que ver con una tumba fresca, y fue lo suficientemente sorprendente para que hasta él, con su nervio vivo existencial, se detuviese en seco.
– Si vis pacem, para bellum. – recitó Gaspard, terminándose el racimo de uvas y sacando, rápidamente, el pico y la pala, en los cuales se apoyó mientras miraba a Átropos, casi tan limpia como él mismo. ¡Vaya, resultaba que no era el único que había decidido higienizarse! Menudo honor, lo mismo escribía al rey para pedirle que estableciera una fiesta nacional por semejante evento... – Por un precio te la excavo yo mismo, fulana. Aunque dentro sólo vas a encontrar huesos y no te van a dar mucho por el muerto, pero, en fin, allá tú. – se ofreció, encogiéndose de hombros y con una sonrisa burlona en el rostro. Como siempre.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Oh, Helga, ¿por qué le había mentido? Porque sí, estaba seguro que la muy condenada bruja lo había hecho. Pero, ¿con qué fin? ¡Claro! Luego de más de doscientos años pretendía cuestionárselo, qué brillante que eres Eloise, ahora llamada Átropos. Bien, no es por falta de inteligencia, es que la mujer había sido como una madre, y a pesar de haberle ocultado muchas cosas con respecto a su verdadero origen, cuidaba de ella, y hasta buscaba la manera de calmar sus noches tormentosas cuando don homúnculo envidioso atacaba. Y si antes, muchísimo antes, no se preocupó en cuestionarle nada a la memoria de Helga, había sido por su propia mente. ¡No puede ser! ¿Le estaba golpeando la edad vampírica? Tonterías. Sólo tenía curiosidad, o al menos eso creía. ¿Por qué no extrañaba las Catacumbas ahora? Porque estaba ocupada hallando respuestas a sus dudas, aparte de confinar en un rincón al gusano sin nombre decente. Ese mismo inmoral que se apoderó de su voluntad en un momento de distracción... causada por ese estúpido de Gaspard de Grailly.
¡No se lo creía! Ahora resultaba que sentía la presencia de ese imbécil, justo ahora... De seguro sería otra mala jugada de su conciencia. Y no, no por haber estado a punto de asesinarlo, sino porque lo dejó vivo, ¡y no lo entendía! ¿Qué le estaba pasando? Vale, se frustró. Eloise-Átropos no podía lidiar con sus propios límites. Ella misma se había establecido sus propias leyes y su reino; por eso, cuando alguien intentaba pasarse por encima de la verja, se molestaba, claro. Sin embargo, esta vez, faltó a sí misma; rompió todo cuanto intentaba proteger. Ah, claro. Se sentía decepcionada, esa era la realidad. Y esa misma decepción la condujo a tal punto, a ver si así podía reparar algún daño que se pudo haber causado.
¿Orgullo? De sobra. La señorita Eloise-Átropos se preocupaba más por los supuestos daños que se había hecho a sí misma, que por otra cosa. Era obvio, estando tan demente, lo menos que iba a hacer era mostrar empatía por otros, porque... ¡Momento! ¿No había hecho esa excepción con Gaspard de Grailly? El estómago se le retorció, y de haber sido una persona corriente, de seguro habría exhalado con mucha rabia e impotencia. Así que sólo terminó hundiendo la punta de los dedos en la tierra que cubría la tumba de Helga, que apenas contaba con una lápida mohosa, con plantas trepadoras cubriendo gran parte de la piedra... Así había terminado todo.
No, claro que no había terminado nada. ¡Porque justo hacía aparición el más odiado del episodio! Eloise-Átropos entornó la mirada; Átropos bufó de rabia. ¿Por qué a ella y justo en ese momento? Entre todas las criaturas de aquella ciudad de porquería, ¿por qué él? Maldito Gaspard de Grailly. No quería verlo, ni escucharlo, ni nada... Por su culpa, ella se encontraba en ese estado. Y tan a gusto que se había sentido tantos años en sus Catacumbas, con sus muertos y las ratas. ¿Qué más podía pedir una loca como ella? Ay, Helga, ¿por qué no estabas viva para ayudar? Pero no, tuvo que aparecer cierto humano con tendencias rarísimas para con los muertos, ¡y mira cómo habían acabado las cosas!
Bien, quiso ignorarlo, pero no pudo. Hizo el mayor intento por hacer que no estaba ahí; sin embargo, lo dicho por él la descolocó. Y no, no era porque le había dicho fulana, (ya aquello ni le hacía cosquillas), sino por el simple hecho de que se le había ofrecido para profanar esa tumba. ¡La tumba de su querida Helga! Eh, eso nunca. Ella quiso hacerlo hacía un momento, pero cambió de opinión rápido. Por esa misma razón, le regresó una mirada de pocos amigos a Gaspard, como si quisiera fulminarlo con la mirada. De seguro la sangre de ella en el interior del ladrón le había advertido sobre esa peculiar rabia que le estremecía los sentidos a la vampira.
—¿Acaso crees que todos son como tú? El hecho de que no seas capaz de respetar las tumbas ajenas, no significa que los otros compartan tus mismas frustraciones —espetó, apartando las manos de la tierra, sacudiéndoselas luego, pero sin moverse de su lugar—. ¿Te piensas quedar ahí parado como un imbécil? Ya puedes largarte, y no me vengas con la excusa barata de yo-hago-lo-que-se-me-da-la-gana, porque ya es cansino, Gaspard. No causa gracia, ni rabia, nada.
¡Por todos los dioses del averno existentes en cada cultura ancestral! Eloise-Átropos había hablado con tanta coherencia, que no se podía creer que era ella. Aunque, claro, no dejaba de mostrar su indignación. Sin embargo, su actitud era muy diferente. Y eso, hasta Gaspard, iba a notarlo. Pero, ¿qué más daba? A la vampira no le generaba ningún problema como el imbécil fuera a reaccionar, porque no le importaba. Se encontraba muy abocada en otros asuntos que no lo involucraban a él, y tampoco lo involucrarían en un millón de años.
—No sabía que eras retrasado. Veo que estar sin oxígeno decente en las Catacumbas, hizo que tu cerebro dejara de funcionar bien —soltó, poniéndose de pie—. Entonces adiós... Tú y yo no podemos compartir el mismo lugar.
Y así, sin más, le dio la espalda y decidió marcharse, porque podía, porque le daba la gana... ¡Porque estaba hartísima de Gaspard!
¡No se lo creía! Ahora resultaba que sentía la presencia de ese imbécil, justo ahora... De seguro sería otra mala jugada de su conciencia. Y no, no por haber estado a punto de asesinarlo, sino porque lo dejó vivo, ¡y no lo entendía! ¿Qué le estaba pasando? Vale, se frustró. Eloise-Átropos no podía lidiar con sus propios límites. Ella misma se había establecido sus propias leyes y su reino; por eso, cuando alguien intentaba pasarse por encima de la verja, se molestaba, claro. Sin embargo, esta vez, faltó a sí misma; rompió todo cuanto intentaba proteger. Ah, claro. Se sentía decepcionada, esa era la realidad. Y esa misma decepción la condujo a tal punto, a ver si así podía reparar algún daño que se pudo haber causado.
¿Orgullo? De sobra. La señorita Eloise-Átropos se preocupaba más por los supuestos daños que se había hecho a sí misma, que por otra cosa. Era obvio, estando tan demente, lo menos que iba a hacer era mostrar empatía por otros, porque... ¡Momento! ¿No había hecho esa excepción con Gaspard de Grailly? El estómago se le retorció, y de haber sido una persona corriente, de seguro habría exhalado con mucha rabia e impotencia. Así que sólo terminó hundiendo la punta de los dedos en la tierra que cubría la tumba de Helga, que apenas contaba con una lápida mohosa, con plantas trepadoras cubriendo gran parte de la piedra... Así había terminado todo.
No, claro que no había terminado nada. ¡Porque justo hacía aparición el más odiado del episodio! Eloise-Átropos entornó la mirada; Átropos bufó de rabia. ¿Por qué a ella y justo en ese momento? Entre todas las criaturas de aquella ciudad de porquería, ¿por qué él? Maldito Gaspard de Grailly. No quería verlo, ni escucharlo, ni nada... Por su culpa, ella se encontraba en ese estado. Y tan a gusto que se había sentido tantos años en sus Catacumbas, con sus muertos y las ratas. ¿Qué más podía pedir una loca como ella? Ay, Helga, ¿por qué no estabas viva para ayudar? Pero no, tuvo que aparecer cierto humano con tendencias rarísimas para con los muertos, ¡y mira cómo habían acabado las cosas!
Bien, quiso ignorarlo, pero no pudo. Hizo el mayor intento por hacer que no estaba ahí; sin embargo, lo dicho por él la descolocó. Y no, no era porque le había dicho fulana, (ya aquello ni le hacía cosquillas), sino por el simple hecho de que se le había ofrecido para profanar esa tumba. ¡La tumba de su querida Helga! Eh, eso nunca. Ella quiso hacerlo hacía un momento, pero cambió de opinión rápido. Por esa misma razón, le regresó una mirada de pocos amigos a Gaspard, como si quisiera fulminarlo con la mirada. De seguro la sangre de ella en el interior del ladrón le había advertido sobre esa peculiar rabia que le estremecía los sentidos a la vampira.
—¿Acaso crees que todos son como tú? El hecho de que no seas capaz de respetar las tumbas ajenas, no significa que los otros compartan tus mismas frustraciones —espetó, apartando las manos de la tierra, sacudiéndoselas luego, pero sin moverse de su lugar—. ¿Te piensas quedar ahí parado como un imbécil? Ya puedes largarte, y no me vengas con la excusa barata de yo-hago-lo-que-se-me-da-la-gana, porque ya es cansino, Gaspard. No causa gracia, ni rabia, nada.
¡Por todos los dioses del averno existentes en cada cultura ancestral! Eloise-Átropos había hablado con tanta coherencia, que no se podía creer que era ella. Aunque, claro, no dejaba de mostrar su indignación. Sin embargo, su actitud era muy diferente. Y eso, hasta Gaspard, iba a notarlo. Pero, ¿qué más daba? A la vampira no le generaba ningún problema como el imbécil fuera a reaccionar, porque no le importaba. Se encontraba muy abocada en otros asuntos que no lo involucraban a él, y tampoco lo involucrarían en un millón de años.
—No sabía que eras retrasado. Veo que estar sin oxígeno decente en las Catacumbas, hizo que tu cerebro dejara de funcionar bien —soltó, poniéndose de pie—. Entonces adiós... Tú y yo no podemos compartir el mismo lugar.
Y así, sin más, le dio la espalda y decidió marcharse, porque podía, porque le daba la gana... ¡Porque estaba hartísima de Gaspard!
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Ni siquiera parpadeó al escucharla, y no fue una exageración en absoluto, sino que, de verdad, sus párpados se mantuvieron quietos, probablemente la única parte de su cuerpo que pudo hacerlo, mientras ella reculaba y hablaba, defendiéndose de él (típico) pero, esta vez, con argumentos. Vaya, las cosas se ponían interesantes; Gaspard decidió regalarle un poco más aún de su atención apoyándose mejor en sus herramientas, clavadas en el suelo aunque sin tocar el montículo de tierra de la tumba descuidada, y la contempló, sin terminar de creerse lo que estaba viendo. ¡Ya estaba, por eso no parpadeaba: pensaba que, si lo hacía, el delirio se terminaría!
No podía tratarse de la misma demente que había conocido en las Catacumbas, y sin embargo Gaspard sabía que lo era, no porque la lógica le dijera que era muy complicado que tuviera una gemela si ya tenía un homúnculo y así habían terminado, sino porque la sangre de ella aún estaba dentro de él y eso le hacía sentir cosas. Cosas residuales, por cierto, y cada vez menos abundantes, ¡gracias a todo lo que se le ocurriera por ello!, pero le venía bien para determinar, por ejemplo, que la mujer que tenía delante era Átropos y no otra, hasta si su vista no se lo creía.
¡Y lo estaba intentando! Sus párpados no se movían, pero sus iris verdes no habían parado de recorrerla de arriba abajo, captando cada detalle de la indumentaria y la actitud de una vampiresa que, de golpe, parecía que había decidido cuidar su aspecto físico un poco. Qué... ¿honor? ¡Si hasta se había bañado, por todos los malditos demonios del Infierno en el que no creía! Y no sólo eso: se había vestido con ropas elegantes, se había peinado y parecía compuesta y entera, no a punto de hacerse pedazos con tanta fuerza que era casi un milagro que aún permaneciera toda ensamblada. Casi podía decir que le gustaba, pero sólo casi.
Ni en un millón de años lo admitiría si es que eso sucedía, y la verdad era que Gaspard no las tenía todas consigo al respecto porque no se tenía por alguien capaz de llegar a eso, nada más y nada menos. Debía reconocer, sí, que ella intentando mancillar una tumba (incluso si lo ponía a él a caer de un burro por dedicarse a eso mismo; algo de su vieja Átropos seguía ahí, ¡menos mal!) tenía papeletas para ponerlo muy a tono, pero se las contuvo porque no era el momento y, definitivamente, no era el lugar, gracias. Suficientes veces lo habían llamado necrofílico como para encima montárselo con una vampiresa en un cementerio lleno de muertos por todas partes.
No, por ahí no pasaba. Sí que había pasado por hacer eso mismo en las Catacumbas, pero no había habido más muertos que ella, que le había parecido viva de la forma más pecaminosa y carnal posible hacía casi una eternidad. No, en serio, se lo parecía porque en ninguna de las otras veces que se habían reencontrado había sentido lo mismo, ni siquiera en aquella; sin embargo, aquella era en la que más cerca se encontraba, y todo por culpa de que Átropos-Eloise parecía tener la cabeza un poco sobre los hombros y algo menos de adorno que lo habitual. Bueno, no, no la tenía de adorno, pero sí para hospedar a un homúnculo que la odiaba, así que no ver ni rastro de esa deformidad también era otro motivo para sentirse satisfecho.
– Nadie más que yo es como yo, pero tenías las manos metidas en la tierra y estabas excavando, así que la lógica de lo que hacías era un poco aplastante. – explicó, sin paciencia alguna, pero sí con toda la sorna de la que era capaz, y las arrugas en su rostro, a ambos lados de su boca, daban muestra de hasta qué punto Gaspard de Grailly, con ese apellido suyo que le empezaba a traer otra vez por el camino de la amargura, podía ser burlón. Eso, por supuesto, no hizo que la Átropos cuerda se detuviera o se girara, pero lo que de Grailly dijo a continuación sí.
– Creo que sí que es mi hermano. Me refiero a Lazet, el inquisidor de la última vez. No es que eso cambie nada porque sigue siendo un desconocido, pero estoy bastante seguro de que es él porque lo vi de lejos y es clavado a mi hermano la última vez que lo vi. – explicó, y dado que Átropos se había mostrado reticente a que él le ofreciera sus servicios (¡y eso que pensaba hacerle una oferta muy buena!), procedió a guardar la pala, pero no el pico, por si acaso. Qué podía decir, el pico era una de sus armas fetiche, tanto como resurreccionista como en su faceta de ocasional cazador, así que cualquier excusa para tenerlo fuera era bienvenida.
– No sé por qué piensas que busco tu rabia, tu gracia o tu nada. Me crucé contigo por accidente una vez y a raíz de eso, todo esto ha sido una sucesión de encuentros casuales de los que yo no he querido obtener nunca nada. Es más, yo venía al cementerio a ocuparme de mis asuntos y estabas tú aquí en medio. Pero bien, no compartiremos lugar, sólo faltaba. – se burló, mediante su tono, y, con el pico al hombro, se alejó de la tumba, aunque para ello tuvo que bordearla y se detuvo un instante a leer la lápida, cosa que consiguió de milagro por el deterioro de la piedra. – Helga. Mencionaste a una Luisa, pero no a una Helga. Cuántos secretos... – provocó, sin poder evitarlo.
No podía tratarse de la misma demente que había conocido en las Catacumbas, y sin embargo Gaspard sabía que lo era, no porque la lógica le dijera que era muy complicado que tuviera una gemela si ya tenía un homúnculo y así habían terminado, sino porque la sangre de ella aún estaba dentro de él y eso le hacía sentir cosas. Cosas residuales, por cierto, y cada vez menos abundantes, ¡gracias a todo lo que se le ocurriera por ello!, pero le venía bien para determinar, por ejemplo, que la mujer que tenía delante era Átropos y no otra, hasta si su vista no se lo creía.
¡Y lo estaba intentando! Sus párpados no se movían, pero sus iris verdes no habían parado de recorrerla de arriba abajo, captando cada detalle de la indumentaria y la actitud de una vampiresa que, de golpe, parecía que había decidido cuidar su aspecto físico un poco. Qué... ¿honor? ¡Si hasta se había bañado, por todos los malditos demonios del Infierno en el que no creía! Y no sólo eso: se había vestido con ropas elegantes, se había peinado y parecía compuesta y entera, no a punto de hacerse pedazos con tanta fuerza que era casi un milagro que aún permaneciera toda ensamblada. Casi podía decir que le gustaba, pero sólo casi.
Ni en un millón de años lo admitiría si es que eso sucedía, y la verdad era que Gaspard no las tenía todas consigo al respecto porque no se tenía por alguien capaz de llegar a eso, nada más y nada menos. Debía reconocer, sí, que ella intentando mancillar una tumba (incluso si lo ponía a él a caer de un burro por dedicarse a eso mismo; algo de su vieja Átropos seguía ahí, ¡menos mal!) tenía papeletas para ponerlo muy a tono, pero se las contuvo porque no era el momento y, definitivamente, no era el lugar, gracias. Suficientes veces lo habían llamado necrofílico como para encima montárselo con una vampiresa en un cementerio lleno de muertos por todas partes.
No, por ahí no pasaba. Sí que había pasado por hacer eso mismo en las Catacumbas, pero no había habido más muertos que ella, que le había parecido viva de la forma más pecaminosa y carnal posible hacía casi una eternidad. No, en serio, se lo parecía porque en ninguna de las otras veces que se habían reencontrado había sentido lo mismo, ni siquiera en aquella; sin embargo, aquella era en la que más cerca se encontraba, y todo por culpa de que Átropos-Eloise parecía tener la cabeza un poco sobre los hombros y algo menos de adorno que lo habitual. Bueno, no, no la tenía de adorno, pero sí para hospedar a un homúnculo que la odiaba, así que no ver ni rastro de esa deformidad también era otro motivo para sentirse satisfecho.
– Nadie más que yo es como yo, pero tenías las manos metidas en la tierra y estabas excavando, así que la lógica de lo que hacías era un poco aplastante. – explicó, sin paciencia alguna, pero sí con toda la sorna de la que era capaz, y las arrugas en su rostro, a ambos lados de su boca, daban muestra de hasta qué punto Gaspard de Grailly, con ese apellido suyo que le empezaba a traer otra vez por el camino de la amargura, podía ser burlón. Eso, por supuesto, no hizo que la Átropos cuerda se detuviera o se girara, pero lo que de Grailly dijo a continuación sí.
– Creo que sí que es mi hermano. Me refiero a Lazet, el inquisidor de la última vez. No es que eso cambie nada porque sigue siendo un desconocido, pero estoy bastante seguro de que es él porque lo vi de lejos y es clavado a mi hermano la última vez que lo vi. – explicó, y dado que Átropos se había mostrado reticente a que él le ofreciera sus servicios (¡y eso que pensaba hacerle una oferta muy buena!), procedió a guardar la pala, pero no el pico, por si acaso. Qué podía decir, el pico era una de sus armas fetiche, tanto como resurreccionista como en su faceta de ocasional cazador, así que cualquier excusa para tenerlo fuera era bienvenida.
– No sé por qué piensas que busco tu rabia, tu gracia o tu nada. Me crucé contigo por accidente una vez y a raíz de eso, todo esto ha sido una sucesión de encuentros casuales de los que yo no he querido obtener nunca nada. Es más, yo venía al cementerio a ocuparme de mis asuntos y estabas tú aquí en medio. Pero bien, no compartiremos lugar, sólo faltaba. – se burló, mediante su tono, y, con el pico al hombro, se alejó de la tumba, aunque para ello tuvo que bordearla y se detuvo un instante a leer la lápida, cosa que consiguió de milagro por el deterioro de la piedra. – Helga. Mencionaste a una Luisa, pero no a una Helga. Cuántos secretos... – provocó, sin poder evitarlo.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Vamos a intentar entender una cosa: Átropos, o Eloise, estaba ya cansada mentalmente de Gaspard de Grailly. Él, lo había estado en los encuentros casuales anteriores, y eso era lo que tanto al disgustaba. Ahora, ambos se encontraban en posiciones curiosas. Sí, curiosas. Se supone que... Bueno, ella parecía tener la cabeza bien puesta en su lugar, incluso se defendió con argumentos válidos, y ese hermano-tumor detestable, ya no estaba para fastidiar. Lo único apenas parecido a lo anterior era el hecho de que Gaspard cumplía con su rutina de siempre (aunque bien vestido, eso sí), y Átropos no paraba de hablar. Y que no se equivoque el humano de que ella estaba a punto de excavar aquella tumba; bien, estuvo a poquito de hacerlo, sin embargo, se arrepintió. Tal vez, en alguna ocasión anterior, si se habría atrevido a cumplir con semejante labor, guiada por esos impulsos psicopáticos de los que se jactaba. No obstante, en ese momento se encontraba muy sosegada. ¡Claro! Porque parte de su locura provenía del gusano sin identidad, lo que revela que el bicho ese era el loco, y no tanto Átropos. ¡Vaya acertijo se ha resuelto!
Tal vez Gaspard pudo haberlo notado, porque no despegaba su mirada de la vampira, algo que ella no dejó pasar obviamente. Pero esa obsesión por él había pasado a segundo plano; no se desvaneció del todo, eso sí. Claro, es que tal parecía que estaban prácticamente predestinados, a pesar de que intentaran repelerse. Y eso era lo interesante de las relaciones con otros, ¿no? Oh, no, esperen. Estamos tratando con seres que no se guiaban por las simples leyes de la empatía humana, así que no vale mucho. En fin, lo que cuenta es que había algo muy inusual entre esos dos, aunque Átropos se hiciera la gran señora de la indignación... ¿Y qué más podía hacer? Ya bastante la había ofendido ese estúpido, como para seguir cayendo en el mismo círculo vicioso. Quizás, cuando su mente volviera a ser un caos, buscara de fastidiarlo... Quizás.
Aunque, en algo si podía estar segura: Él sí estaba buscando la manera de provocarla. ¡Bien! No fue tan difícil deducirlo. Y sí ella se había parado en seco, no fue por haber escuchado lo del hermano, porque era algo que, aunque no se lo confesó directamente, lo sabía. Ese Lazet, sin duda alguna, era el hermano menor de Gaspard. Simplemente ignoraba los motivos por los que buscaba al cazador y ladronzuelo a tiempo completo. Eh, y tampoco le importaba. Recordemos que ahora se hallaba más centrada en desentrañar cosas de su propio pasado. Y estuvo a punto de hacerlo, pero Gaspard fue más rápido en arruinarlo. ¿Hasta cuándo no dejaba de pisotearle los planes? Y era precisamente por eso que se había detenido, que casi se nos olvida explicarlo con tanta cosa de por medio.
Vale, Átropos no lo ignoró. Y menos cuando él mencionó a Helga (el nombre lo había leído en la lápida, segurísimo). ¡Eso no podía estar pasándole! De haber necesitado del preciado oxígeno, habría estado haciendo ejercicios de respiración, pero sólo empuñó las manos. La vampira anterior se le habría lanzado encima, pero la de ahora... no, esa no lo haría. Sin embargo, toda la cháchara dicha por Gaspard, fue suficiente para hacer que se girara y lo mirara con una ceja enarcada, porque no se creía que quisiera provocar alguna reacción en ella. Apenas hizo una mueca, observándolo como si de un loco se tratara (irónico cuando ella misma lo estaba).
—Lazet —agregó, finalmente—. ¿Y eso qué? O sea, Gaspard, no me importa si te busca o no. Son asuntos de él, no míos... Y de seguro que no lo serán tuyos, aparte de que, bueno sí, es inquisidor y te buscan por lo que haces. Pero, más allá de eso... ¿qué? ¿A qué viene el comentario? Sí, te lo mencioné, pero ya ni me acordaba —explicó, y vaya que si lo hizo. Y no, no hubo un ataque psicótico de por medio, lo hizo como lo haría una persona con las neuronas bien funcionales—. Ah, cierto. Y no, no estaba excavando. Había hundido los dedos en la tierra para evitar usarlos en arrancarte la piel de la cara por pura rabia. Quizás sea un poco aplastante, pero no se compara a tu oficio. ¿Entiendes? No sé de dónde sacaste que yo estaba excavando... ¿Fumaste opio?
¿Acercarse o no? Bien, eso rompía de nuevo sus reglas. Pero ya que estaban, y como su orgullo tampoco le permitía que él se saliera con las suyas, pues igual desistió de su misión por quererse esfumar del cementerio, y así terminó: Muy cerca de Gaspard, confrontándolo con la mirada, mientras cruzaba los brazos. Es que seguía de incrédula por lo que estaba ocurriendo.
—Oh, no pretendes conseguir nada de eso. Entonces, ¿por qué ahora me andas buscando conversación? El Gaspard anterior hubiera dicho cualquier cosa y se habría marchado y ya, tan sencillo como eso —dijo, negando levemente—. Si mencioné a Luisa, a María, ¡a quién sea!, no es tu problema. No sé qué cosas te haya dicho el homúnculo, porque ya ni me acuerdo. Pero es algo que no te incumbe. A menos que... resulte que ahora si te interese lo que tiene que ver conmigo. No es eso, ¿cierto? No respondas, ya me sé la respuesta. Un no me interesa a secas. Y como no te importa, deja el nombre de Helga en paz, no interrumpas su descanso. ¿Podrías hacerme ese favor? No te lo estoy ordenando, mucho menos es un mandato... es un favor. Como el que me pediste en las Catacumbas. ¿O te olvidaste que sólo así accedí a sacarte ahí?
Se mordió la lengua, ya no quería seguir hablando con él. ¡Al demonio con Gaspard de Grailly! Mejor que se regrese por donde vino, y todos felices.
Tal vez Gaspard pudo haberlo notado, porque no despegaba su mirada de la vampira, algo que ella no dejó pasar obviamente. Pero esa obsesión por él había pasado a segundo plano; no se desvaneció del todo, eso sí. Claro, es que tal parecía que estaban prácticamente predestinados, a pesar de que intentaran repelerse. Y eso era lo interesante de las relaciones con otros, ¿no? Oh, no, esperen. Estamos tratando con seres que no se guiaban por las simples leyes de la empatía humana, así que no vale mucho. En fin, lo que cuenta es que había algo muy inusual entre esos dos, aunque Átropos se hiciera la gran señora de la indignación... ¿Y qué más podía hacer? Ya bastante la había ofendido ese estúpido, como para seguir cayendo en el mismo círculo vicioso. Quizás, cuando su mente volviera a ser un caos, buscara de fastidiarlo... Quizás.
Aunque, en algo si podía estar segura: Él sí estaba buscando la manera de provocarla. ¡Bien! No fue tan difícil deducirlo. Y sí ella se había parado en seco, no fue por haber escuchado lo del hermano, porque era algo que, aunque no se lo confesó directamente, lo sabía. Ese Lazet, sin duda alguna, era el hermano menor de Gaspard. Simplemente ignoraba los motivos por los que buscaba al cazador y ladronzuelo a tiempo completo. Eh, y tampoco le importaba. Recordemos que ahora se hallaba más centrada en desentrañar cosas de su propio pasado. Y estuvo a punto de hacerlo, pero Gaspard fue más rápido en arruinarlo. ¿Hasta cuándo no dejaba de pisotearle los planes? Y era precisamente por eso que se había detenido, que casi se nos olvida explicarlo con tanta cosa de por medio.
Vale, Átropos no lo ignoró. Y menos cuando él mencionó a Helga (el nombre lo había leído en la lápida, segurísimo). ¡Eso no podía estar pasándole! De haber necesitado del preciado oxígeno, habría estado haciendo ejercicios de respiración, pero sólo empuñó las manos. La vampira anterior se le habría lanzado encima, pero la de ahora... no, esa no lo haría. Sin embargo, toda la cháchara dicha por Gaspard, fue suficiente para hacer que se girara y lo mirara con una ceja enarcada, porque no se creía que quisiera provocar alguna reacción en ella. Apenas hizo una mueca, observándolo como si de un loco se tratara (irónico cuando ella misma lo estaba).
—Lazet —agregó, finalmente—. ¿Y eso qué? O sea, Gaspard, no me importa si te busca o no. Son asuntos de él, no míos... Y de seguro que no lo serán tuyos, aparte de que, bueno sí, es inquisidor y te buscan por lo que haces. Pero, más allá de eso... ¿qué? ¿A qué viene el comentario? Sí, te lo mencioné, pero ya ni me acordaba —explicó, y vaya que si lo hizo. Y no, no hubo un ataque psicótico de por medio, lo hizo como lo haría una persona con las neuronas bien funcionales—. Ah, cierto. Y no, no estaba excavando. Había hundido los dedos en la tierra para evitar usarlos en arrancarte la piel de la cara por pura rabia. Quizás sea un poco aplastante, pero no se compara a tu oficio. ¿Entiendes? No sé de dónde sacaste que yo estaba excavando... ¿Fumaste opio?
¿Acercarse o no? Bien, eso rompía de nuevo sus reglas. Pero ya que estaban, y como su orgullo tampoco le permitía que él se saliera con las suyas, pues igual desistió de su misión por quererse esfumar del cementerio, y así terminó: Muy cerca de Gaspard, confrontándolo con la mirada, mientras cruzaba los brazos. Es que seguía de incrédula por lo que estaba ocurriendo.
—Oh, no pretendes conseguir nada de eso. Entonces, ¿por qué ahora me andas buscando conversación? El Gaspard anterior hubiera dicho cualquier cosa y se habría marchado y ya, tan sencillo como eso —dijo, negando levemente—. Si mencioné a Luisa, a María, ¡a quién sea!, no es tu problema. No sé qué cosas te haya dicho el homúnculo, porque ya ni me acuerdo. Pero es algo que no te incumbe. A menos que... resulte que ahora si te interese lo que tiene que ver conmigo. No es eso, ¿cierto? No respondas, ya me sé la respuesta. Un no me interesa a secas. Y como no te importa, deja el nombre de Helga en paz, no interrumpas su descanso. ¿Podrías hacerme ese favor? No te lo estoy ordenando, mucho menos es un mandato... es un favor. Como el que me pediste en las Catacumbas. ¿O te olvidaste que sólo así accedí a sacarte ahí?
Se mordió la lengua, ya no quería seguir hablando con él. ¡Al demonio con Gaspard de Grailly! Mejor que se regrese por donde vino, y todos felices.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
De todas las malas excusas que había escuchado en su vida, y eran unas cuantas (no por parte de sí mismo porque se aceptaba sin justificarse, pero sí de otros, y en exceso para su humilde opinión), la de Átropos era la peor de todas con diferencia. ¿En serio pensaba que Gaspard de Grailly, demasiado rápido mental y físicamente para lo que le convenía, iba a creerse que sólo había metido los dedos en la tierra para evitar usarlos contra él? ¡Ni siquiera su hiperactividad lo había llevado a semejantes extremos, y eso que tenía que lidiar con un cuerpo que tenía dificultades para dejar de moverse, con o sin su consentimiento! A otro perro con ese hueso; Gaspard, desde luego, no se lo creía, pero no respondió.
Del mismo modo, tampoco respondió cuando ella insinuó lo del opio porque, ¡hola!, era demasiado avispado para hacerlo, nada menos. Nada más no porque, bueno, él sabía de sobra que los efectos del opio eran exactamente los opuestos a los que él mostraba, pese a su aparente calma; Átropos era demasiado lista para no darse cuenta de que sus ojos no paraban, y el opio atontaba, no despertaba el intelecto de uno precisamente. Durante algún tiempo, en sus primeros años de libertad, se lo había planteado como opción para calmar sus músculos, pero después había llegado a la conclusión de que la hiperactividad no le venía del todo mal, y si quería concentrarse sólo necesitaba dolor. “Sólo”, porque no es que fuera la mejor solución, pero mejor eso que nada.
Aun así, ni siquiera con esas observaciones que su aguda mente hacía podía evitar la percepción general de que ella estaba demasiado cuerda, era muy lógica para lo que había llegado a esperarse de Átropos, y tal vez a quien estaba viendo era a Eloise... Sin homúnculo de por medio, ¡gracias a todo! A Dios no porque no creía en él, por mucho que el Padre Clément lo hubiera intentado durante su período de aprendizaje con él, pero sí gracias al motivo por el que se hubiera largado. Sólo por eso, Gaspard estaba dispuesto a tener más manga ancha que antes, no lo iba a negar, pero eso no significaba que fuera a ceder tan fácilmente a Átropos, por mucho que fuera un favor...
¿Se negaría a eso? Pues bien, no lo sabía. No se trataba solamente de un inconveniente de ser impredecible por completo, sino también una consecuencia de no haberse relacionado mucho en su vida con nadie que pudiera pedirle un favor que no tuviera unido dinero o la muerte de un sobrenatural. Alguna ventaja tenía que tener ser un antisocial, ¿no? Porque se negaba a llamarse marginado; sabía que lo era, por supuesto, pero esa palabra tenía el estigma dramático de que otros lo habían elegido por él, y nada menos de la realidad: Gaspard de Grailly era quien siempre había elegido estar solo, alejado cuanto pudiera de otros seres humanos y a su aire. ¿Por qué, entonces, había terminado conversando con Átropos...?
¡Ay, si él mismo lo supiera! Además, no es que se trataran de cuatro frases sueltas y ya estaba, sino que estaba buscando la conversación, ¡él! ¡El hombre que detestaba hablar tanto como detestaba tratar con los demás! ¿Qué le estaba pasando? Alegaba imprevisibilidad, la excusa de siempre, que realmente no era tan excusa porque así de irreverente era él, pero lo cierto era que sospechaba que tenía que ver con su interlocutora: literalmente con la mujer que tenía delante, Eloise, y nada con Átropos, que era a la que había conocido con anterioridad. Qué iba a hacer: a Gaspard le parecía interesante el cambio que se había obrado en ella, tanto por el cambio en sí porque su cautela le impedía bajar la guardia, y quería saber por qué se comportaba así para saber a qué atenerse después.
¡Sí, después! Gaspard sabía que, para su desgracia, con Átropos siempre había un después porque tarde o temprano siempre se encontraban, incluso si él se portaba “bien” (todo lo bien que pudiera comportarse un criminal como él) y evitaba las Catacumbas porque sabía que ella residía allí. O, al menos, solía residir, pero no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que el aspecto de ella no tenía nada que ver con el de una rata del inframundo parisino, así que continuó observándola e ignorando el veneno lógico de sus palabras mientras pensaba sus cosas, que eran las que más le interesaban por mucho que ella empezara a hacerlo. ¿Ves? Así era Gaspard: no se engañaba, no se ponía excusas, y así todo era bastante más sencillo.
– No hay homúnculo, ni siquiera hablas con él. Te has bañado, lo huelo desde aquí; te has arreglado; toda la tierra y mugre que te cubre está en tus uñas, y casi pareces la princesa que él me dijo que eras. ¿Por qué? ¿Qué te ha llevado a salir de tu reino? – inquirió, y para mantener las manos ocupadas decidió darle la vuelta al pico y limpiar un poco de la tierra de la parte afilada, con las manos en continuo movimiento y los ojos, en contraposición, quietos. En ella, pero detenidos, lo cual era un interesantísimo contraste con unos momentos antes, cuando la había estado mirando hasta la saciedad. Sólo cuando se dio por satisfecho lo guardó de nuevo, aceptando tácitamente hacerle el favor; sin embargo, Gaspard no estaba tan generoso para largarse, así que tendría que lidiar con eso.
– Y no sólo eso, no estás errática. Algo te ha pasado, ¿es la consecuencia de tu monstruo yéndose? Porque te prefiero así. – admitió, encogiéndose de hombros, y a continuación cruzó los brazos sobre el pecho, lo cual tensó la tela en sus músculos desarrollados hasta la saciedad y perceptibles solamente cuando hacía ciertas posiciones, no en su vida normal. Era, por tanto, un honor que con ella no intentara recurrir a lo de siempre, disimularse a sí mismo, pero era un honor que ella no apreciaría, así que él no le iba a dedicar un pensamiento de más al tema. – Te lo he contado porque tú me dijiste lo de Lazet, una cosa por la otra. Te hablo porque tengo curiosidad por oírte cuerda. Y te pregunto porque tengo curiosidad, nada más. Bien, aclarado todo eso, tengo cosas que hacer. Nos vemos, Eloise. – se despidió, provocándola a propósito con el hombre, y se dirigió hacia una tumba fresca cerca de allí para poder hacer su trabajo.
Del mismo modo, tampoco respondió cuando ella insinuó lo del opio porque, ¡hola!, era demasiado avispado para hacerlo, nada menos. Nada más no porque, bueno, él sabía de sobra que los efectos del opio eran exactamente los opuestos a los que él mostraba, pese a su aparente calma; Átropos era demasiado lista para no darse cuenta de que sus ojos no paraban, y el opio atontaba, no despertaba el intelecto de uno precisamente. Durante algún tiempo, en sus primeros años de libertad, se lo había planteado como opción para calmar sus músculos, pero después había llegado a la conclusión de que la hiperactividad no le venía del todo mal, y si quería concentrarse sólo necesitaba dolor. “Sólo”, porque no es que fuera la mejor solución, pero mejor eso que nada.
Aun así, ni siquiera con esas observaciones que su aguda mente hacía podía evitar la percepción general de que ella estaba demasiado cuerda, era muy lógica para lo que había llegado a esperarse de Átropos, y tal vez a quien estaba viendo era a Eloise... Sin homúnculo de por medio, ¡gracias a todo! A Dios no porque no creía en él, por mucho que el Padre Clément lo hubiera intentado durante su período de aprendizaje con él, pero sí gracias al motivo por el que se hubiera largado. Sólo por eso, Gaspard estaba dispuesto a tener más manga ancha que antes, no lo iba a negar, pero eso no significaba que fuera a ceder tan fácilmente a Átropos, por mucho que fuera un favor...
¿Se negaría a eso? Pues bien, no lo sabía. No se trataba solamente de un inconveniente de ser impredecible por completo, sino también una consecuencia de no haberse relacionado mucho en su vida con nadie que pudiera pedirle un favor que no tuviera unido dinero o la muerte de un sobrenatural. Alguna ventaja tenía que tener ser un antisocial, ¿no? Porque se negaba a llamarse marginado; sabía que lo era, por supuesto, pero esa palabra tenía el estigma dramático de que otros lo habían elegido por él, y nada menos de la realidad: Gaspard de Grailly era quien siempre había elegido estar solo, alejado cuanto pudiera de otros seres humanos y a su aire. ¿Por qué, entonces, había terminado conversando con Átropos...?
¡Ay, si él mismo lo supiera! Además, no es que se trataran de cuatro frases sueltas y ya estaba, sino que estaba buscando la conversación, ¡él! ¡El hombre que detestaba hablar tanto como detestaba tratar con los demás! ¿Qué le estaba pasando? Alegaba imprevisibilidad, la excusa de siempre, que realmente no era tan excusa porque así de irreverente era él, pero lo cierto era que sospechaba que tenía que ver con su interlocutora: literalmente con la mujer que tenía delante, Eloise, y nada con Átropos, que era a la que había conocido con anterioridad. Qué iba a hacer: a Gaspard le parecía interesante el cambio que se había obrado en ella, tanto por el cambio en sí porque su cautela le impedía bajar la guardia, y quería saber por qué se comportaba así para saber a qué atenerse después.
¡Sí, después! Gaspard sabía que, para su desgracia, con Átropos siempre había un después porque tarde o temprano siempre se encontraban, incluso si él se portaba “bien” (todo lo bien que pudiera comportarse un criminal como él) y evitaba las Catacumbas porque sabía que ella residía allí. O, al menos, solía residir, pero no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que el aspecto de ella no tenía nada que ver con el de una rata del inframundo parisino, así que continuó observándola e ignorando el veneno lógico de sus palabras mientras pensaba sus cosas, que eran las que más le interesaban por mucho que ella empezara a hacerlo. ¿Ves? Así era Gaspard: no se engañaba, no se ponía excusas, y así todo era bastante más sencillo.
– No hay homúnculo, ni siquiera hablas con él. Te has bañado, lo huelo desde aquí; te has arreglado; toda la tierra y mugre que te cubre está en tus uñas, y casi pareces la princesa que él me dijo que eras. ¿Por qué? ¿Qué te ha llevado a salir de tu reino? – inquirió, y para mantener las manos ocupadas decidió darle la vuelta al pico y limpiar un poco de la tierra de la parte afilada, con las manos en continuo movimiento y los ojos, en contraposición, quietos. En ella, pero detenidos, lo cual era un interesantísimo contraste con unos momentos antes, cuando la había estado mirando hasta la saciedad. Sólo cuando se dio por satisfecho lo guardó de nuevo, aceptando tácitamente hacerle el favor; sin embargo, Gaspard no estaba tan generoso para largarse, así que tendría que lidiar con eso.
– Y no sólo eso, no estás errática. Algo te ha pasado, ¿es la consecuencia de tu monstruo yéndose? Porque te prefiero así. – admitió, encogiéndose de hombros, y a continuación cruzó los brazos sobre el pecho, lo cual tensó la tela en sus músculos desarrollados hasta la saciedad y perceptibles solamente cuando hacía ciertas posiciones, no en su vida normal. Era, por tanto, un honor que con ella no intentara recurrir a lo de siempre, disimularse a sí mismo, pero era un honor que ella no apreciaría, así que él no le iba a dedicar un pensamiento de más al tema. – Te lo he contado porque tú me dijiste lo de Lazet, una cosa por la otra. Te hablo porque tengo curiosidad por oírte cuerda. Y te pregunto porque tengo curiosidad, nada más. Bien, aclarado todo eso, tengo cosas que hacer. Nos vemos, Eloise. – se despidió, provocándola a propósito con el hombre, y se dirigió hacia una tumba fresca cerca de allí para poder hacer su trabajo.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Y no, él no le creyó, pensó que se estaba excusando, pero no lo estaba haciendo, porque no tenía motivos para armarse cualquier tontería. Claro, era obvio que esa información la percibió de inmediato, porque, al estar tan cuerda en ese momento, le era mucho más sencillo manejar sus propias habilidades vampíricas. Así que nada, no tuvo inconveniente alguno en saber ese detalle, que, por supuesto, se esperaba. ¡Exacto! Eloise-Átropos (o como quieran llamarla), no se sorprendió ni un poco al reconocer que Gaspard no iba a creerle, a pesar de que ella si le estaba diciendo la verdad. Haber enterrado la punta de los dedos en la tierra fue un simple impulso, porque sí, seguía siendo la vampira loca de días atrás, sólo que se encontraba más equilibrada mentalmente. Casi como esos psicópatas que actúan como personas corrientes y están al tanto de su demencia, más prefieren ocultarla porque les es más sencillo hacerlo de ese modo. Bueno, algo parecido pasaba con Eloise-Átropos aquella vez.
En fin, obviando el tema de que ella se había excusado, lo que más le hacía ruido en la cabeza, y no terminaba de entender, era el motivo por el cual él seguía respondiéndole. Es decir, a Gaspard no le gustaba hablar demasiado, y aun así, lo estaba haciendo, ¿por qué? No pudo evitar sentirse intrigada, pero no lo demostró abiertamente, aunque ya le había mencionado el hecho con anterioridad, eso sí. Pero hasta ese breve momento no había sido atacada por la duda; era realmente curioso. Bueno, seguía tratando con Gaspard de Grailly, el hombre con la mente más caótica que jamás hubiera conocido (y mira, que ya luego de haber tenido a un sire con la cabeza marchita, ya nada le sorprendía en el mundo, excepto ese con su apellido de Grailly). En conclusión: Por más que quería saber el motivo, no guardaba ni un ápice de sorpresa. Oh, ¿es que ya Gaspard le era demasiado predecible? No del todo, sólo una pequeña porción lo era, y eso resultaba muchísimo tratándose de él.
¡Momento! No debía bajar la guardia, no ahora. La serenidad tenía que mantenerla para seguir con su plan de existencia, no para dedicársela a ese condenado humano. ¿O sí? ¡Vale! Por él es que ella se hallaba en esa situación, porque fue capaz de remover al gusano sin identidad, al punto de sacar a la misma Eloise de sus lagunas mentales. Eh, sí, a Eloise, que era quien se sabía comportar y actuar con las tuercas bien puestas; nada que ver con Átropos, que de repente salía con cualquier locura. Aunque igual seguían siendo la misma persona, sólo que la reina de las Catacumbas llevaba las situaciones al extremo, y la hija real de Enrique III de Francia, no. ¡Demonios! Gaspard había descubierto lo que era en realidad y tanto que se había esforzado en ocultarlo... Eso no estaba bien. O tal vez si lo estaría. Uh, siendo Átropos le habría arrancado la cabeza del cuello de pura impotencia, pero ella no lo haría. Tampoco era para tanto.
Es que... ¡mírenla! Hasta parecía agraciada. Simplemente bajó la mirada, mientras se limpiaba los restos de la tierra en sus dedos, como si la suciedad le molestara en verdad. No tenía mucho qué hacer, ni siquiera excusarse sobre su linaje. ¡Maldito Gaspard! Ahora sabía que ella, en su mortalidad, había sido la hija de dos reyes, y eso la ponía en una situación un tanto vergonzosa. ¡Era su secreto y de nadie más! Y no es como si quisiera compartirlo con ese cretino. Todo era culpa del homúnculo de porquería, que, desde luego, le había revelado eso a Gaspard porque creyó que lo mataría, pero se equivocó por mucho. ¿Genial?
—No hay homúnculo porque no sólo le heriste el orgullo. Claro, su rostro horrible sigue ahí, y no es como su pudiera arrancarlo con facilidad —dijo con tono amargo, como pudo haberlo hecho la Eloise humana hacía ya varios años atrás—. Y veo que tampoco se quedó muy callado al contarte cosas que... no debió haber dicho. —Entornó la mirada con cierto hastío, porque no le agradaba hablar mucho sobre eso—. Era. De eso ya ha pasado mucho tiempo, casi dos siglos más o menos... Y lo más probable es que no haya pruebas de mi existencia.
Sí, le respondió porque sabía que él la escucharía, a pesar de estar algo distante de ella. Incluso lo soslayó, de seguro ya habría encontrado una tumba con la cual entretenerse, y eso no le hizo nada de gracia. Es más, ni quería estar ahí cuando Gaspard estuviera sacando el cadáver apestoso de esa tumba (hasta se nos puso exquisita la señorita). ¡Bien! Sintió la necesidad de seguirlo, de arruinarle la labor por el simple empeño de que le gustaba así como estaba, que como el ladronzuelo maloliente de días anteriores. Y también por algo que había descubierto durante su excursión.
—Espera un momento —soltó, aunque eso fue una patada al orgullo—. ¿Podrías dejar eso para después? Digo, lo de cavar tumbas... Puedes encontrar algunos cadáveres frescos en ciertas entradas de las Catacumbas sin necesidad de llamar tanto la atención —le ofreció, y ni siquiera ella se lo creía, pero como estaba en sus cabales, no debía sorprenderse demasiado—. Es que, creo que vi a un par de personas cerca cuando venía en camino. A mí me dejó pasar el velador porque lo conozco. Pero tú entraste de manera ilegal y... No lo hagas. Al menos por hoy. Lo digo en serio, Gaspard.
En fin, obviando el tema de que ella se había excusado, lo que más le hacía ruido en la cabeza, y no terminaba de entender, era el motivo por el cual él seguía respondiéndole. Es decir, a Gaspard no le gustaba hablar demasiado, y aun así, lo estaba haciendo, ¿por qué? No pudo evitar sentirse intrigada, pero no lo demostró abiertamente, aunque ya le había mencionado el hecho con anterioridad, eso sí. Pero hasta ese breve momento no había sido atacada por la duda; era realmente curioso. Bueno, seguía tratando con Gaspard de Grailly, el hombre con la mente más caótica que jamás hubiera conocido (y mira, que ya luego de haber tenido a un sire con la cabeza marchita, ya nada le sorprendía en el mundo, excepto ese con su apellido de Grailly). En conclusión: Por más que quería saber el motivo, no guardaba ni un ápice de sorpresa. Oh, ¿es que ya Gaspard le era demasiado predecible? No del todo, sólo una pequeña porción lo era, y eso resultaba muchísimo tratándose de él.
¡Momento! No debía bajar la guardia, no ahora. La serenidad tenía que mantenerla para seguir con su plan de existencia, no para dedicársela a ese condenado humano. ¿O sí? ¡Vale! Por él es que ella se hallaba en esa situación, porque fue capaz de remover al gusano sin identidad, al punto de sacar a la misma Eloise de sus lagunas mentales. Eh, sí, a Eloise, que era quien se sabía comportar y actuar con las tuercas bien puestas; nada que ver con Átropos, que de repente salía con cualquier locura. Aunque igual seguían siendo la misma persona, sólo que la reina de las Catacumbas llevaba las situaciones al extremo, y la hija real de Enrique III de Francia, no. ¡Demonios! Gaspard había descubierto lo que era en realidad y tanto que se había esforzado en ocultarlo... Eso no estaba bien. O tal vez si lo estaría. Uh, siendo Átropos le habría arrancado la cabeza del cuello de pura impotencia, pero ella no lo haría. Tampoco era para tanto.
Es que... ¡mírenla! Hasta parecía agraciada. Simplemente bajó la mirada, mientras se limpiaba los restos de la tierra en sus dedos, como si la suciedad le molestara en verdad. No tenía mucho qué hacer, ni siquiera excusarse sobre su linaje. ¡Maldito Gaspard! Ahora sabía que ella, en su mortalidad, había sido la hija de dos reyes, y eso la ponía en una situación un tanto vergonzosa. ¡Era su secreto y de nadie más! Y no es como si quisiera compartirlo con ese cretino. Todo era culpa del homúnculo de porquería, que, desde luego, le había revelado eso a Gaspard porque creyó que lo mataría, pero se equivocó por mucho. ¿Genial?
—No hay homúnculo porque no sólo le heriste el orgullo. Claro, su rostro horrible sigue ahí, y no es como su pudiera arrancarlo con facilidad —dijo con tono amargo, como pudo haberlo hecho la Eloise humana hacía ya varios años atrás—. Y veo que tampoco se quedó muy callado al contarte cosas que... no debió haber dicho. —Entornó la mirada con cierto hastío, porque no le agradaba hablar mucho sobre eso—. Era. De eso ya ha pasado mucho tiempo, casi dos siglos más o menos... Y lo más probable es que no haya pruebas de mi existencia.
Sí, le respondió porque sabía que él la escucharía, a pesar de estar algo distante de ella. Incluso lo soslayó, de seguro ya habría encontrado una tumba con la cual entretenerse, y eso no le hizo nada de gracia. Es más, ni quería estar ahí cuando Gaspard estuviera sacando el cadáver apestoso de esa tumba (hasta se nos puso exquisita la señorita). ¡Bien! Sintió la necesidad de seguirlo, de arruinarle la labor por el simple empeño de que le gustaba así como estaba, que como el ladronzuelo maloliente de días anteriores. Y también por algo que había descubierto durante su excursión.
—Espera un momento —soltó, aunque eso fue una patada al orgullo—. ¿Podrías dejar eso para después? Digo, lo de cavar tumbas... Puedes encontrar algunos cadáveres frescos en ciertas entradas de las Catacumbas sin necesidad de llamar tanto la atención —le ofreció, y ni siquiera ella se lo creía, pero como estaba en sus cabales, no debía sorprenderse demasiado—. Es que, creo que vi a un par de personas cerca cuando venía en camino. A mí me dejó pasar el velador porque lo conozco. Pero tú entraste de manera ilegal y... No lo hagas. Al menos por hoy. Lo digo en serio, Gaspard.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
No tuvo tiempo de clavar el pico en la arena, ni mucho menos de llegar a sacar el pico de su macuto improvisado para hacer lo que tenía intenciones de hacer (vamos, su trabajo. Se podía discutir si estaba bien o mal, pero desde el momento en que le pagaban por hacerlo contaba como trabajo, y eso era innegable), porque Átropos habló, y otra vez lo pilló fuera de juego. En su defensa, debía decir que le resultaba muy extraño que ella se mostrara tan cuerda que era casi razonable; que lo siguiera, por otro lado, no le era raro en absoluto. Por favor, ¡hablamos de la vampiresa que lo había dejado inconsciente cuando se estaba yendo para meterlo en su territorio!
No, esa no se la iba a perdonar tan fácilmente, cuerda o no. A Gaspard le había dolido la cabeza lo indecible después del golpe de la vampiresa, y además el rato que había pasado en las Catacumbas le había requerido de tanto tiempo recuperándose (o intentándolo, porque no había sido capaz de pasar ni medio día en reposo) que había afectado negativamente a su trabajo. ¡No había podido adquirir vino de calidad en varias semanas! Y eso para cualquiera podía ser un lujo innecesario, pero no para Gaspard de Grailly, que a veces se alimentaba más a base de derivados de la uva que de alimentos propiamente dichos. En eso, no podía negarlo, era condenadamente francés.
En lo demás, bueno, depende de a quién se le pregunte; desde luego, su orgullo sí que era muy galo, y se había empeñado en dejárselo claro a Átropos desde el primer momento en que se habían conocido por accidente, en las Catacumbas, ante cuya mención alzó una ceja y se giró, con los brazos en jarras. No podía haber escuchado bien, ¿verdad?, tenían que haberle fallado los oídos cuando ella le propuso que robara cadáveres de las entradas de las Catacumbas, sin adentrarse demasiado. Cosa que, ¡hola!, ya había hecho, y de hecho así había sido como se habían conocido por primera vez porque ella no se lo había tolerado, ¡cómo se iba a llevar a uno de sus súbditos!
Así pues, en contraposición a su actitud hasta aquel preciso momento, Gaspard de Grailly se puso en guardia, delante de aquella tumba que no había llegado a excavar y ante una Átropos que se contradecía siendo racional aún más que estando como un rebaño de cabras. Incómodo, e incapaz de moverse por descontado, cambió el peso de un pie al otro mientras seguía escuchando y analizaba las palabras que ella le estaba lanzando con una suavidad que empezaba a incomodarlo. ¿No decían, acaso, que más vale malo conocido que bueno por conocer? Pues así estaba Gaspard, nada más y nada menos.
¿Acaso alguien podía culparlo por haberse acostumbrado a la Átropos errática, a quien en cierto modo podía entender porque eso tenían en común, y no apreciar demasiado a la actual? Además, a él no lo engañaba: la locura que poseía ella no era transitoria, estaba demasiado arraigada para que pudiera irse así, sin más, como si haciendo ¡puf! ya fuera una tipa cuerda otra vez. ¡Las cosas no funcionaban así! Con o sin homúnculo, ella había vivido tanto tiempo con eso en la cabeza que el daño ya estaba hecho, y no podía evitar desconfiar de ella, sobre todo si parecía preocuparse por él.
¡Qué enternecedor! Para desgracia de Átropos, Gaspard era la clase de tipo que estaba tan poco acostumbrado a que le hicieran cumplidos o se preocuparan por él (¿necesitamos recordar el papel de don nadie que había tenido que representar durante quince años de su vida, en su etapa con su familia? No, ¿verdad?) que literalmente no sabía cómo reaccionar ante ellos, aparte de no creyéndoselos, claro. Es decir, Gaspard no era estúpido y sabía que seguramente no estaban solos, pero de ahí a tragarse que ella sentía preocupación... No, no lo iba a convencer con eso, lo sentimos por Átropos pero Gaspard se iba a mantener a la defensiva.
– Los bastardos no suelen dejar pruebas, no. Nadie quiere que se sepa de la existencia de uno. – opinó, y la verdad era que lo sabía bien pese a no ser bastardo por el sencillo hecho de que había tenido que convivir con varios de ellos durante sus aventuras con malhechores, esas que habían hecho de él un criminal duro y decente en sus tareas ilegales. En cualquier caso, Gaspard no iba a opinar mucho más con respecto al carácter principesco de Átropos porque, total, ¿para qué? Ella misma había dicho que era en pasado, no en presente, así que lo mismo daba sacar el tema o no. Además, si tratar con el vulgo lo ponía malo, no quería imaginarse el peñazo máximo que tenía que ser tratar con la realeza... Ugh, no, gracias.
– Te recuerdo que la última vez que me metí a buscar cadáveres en las Catacumbas te encontré a ti y me la montaste por robarte a uno de tus súbditos. ¿El homúnculo también es tu memoria? Porque me sorprende que no recuerdes eso; seguramente lo hayas olvidado a propósito o ignorado, me da igual. Pero, Átropos, no me trago tu preocupación y menos si no dejas de contradecirte. Así que no me pienso largar. – sentenció, endureciendo su expresión, y tan alerta con respecto a ella que esa guardia que tenía subida bien podía servir para defenderse de cualquier potencial trabajador del cementerio que no quisiera verlo allí ni en pintura, que era, por otro lado, lo más factible de todas las cosas que podrían llegar a pasarle. Gajes del oficio.
No, esa no se la iba a perdonar tan fácilmente, cuerda o no. A Gaspard le había dolido la cabeza lo indecible después del golpe de la vampiresa, y además el rato que había pasado en las Catacumbas le había requerido de tanto tiempo recuperándose (o intentándolo, porque no había sido capaz de pasar ni medio día en reposo) que había afectado negativamente a su trabajo. ¡No había podido adquirir vino de calidad en varias semanas! Y eso para cualquiera podía ser un lujo innecesario, pero no para Gaspard de Grailly, que a veces se alimentaba más a base de derivados de la uva que de alimentos propiamente dichos. En eso, no podía negarlo, era condenadamente francés.
En lo demás, bueno, depende de a quién se le pregunte; desde luego, su orgullo sí que era muy galo, y se había empeñado en dejárselo claro a Átropos desde el primer momento en que se habían conocido por accidente, en las Catacumbas, ante cuya mención alzó una ceja y se giró, con los brazos en jarras. No podía haber escuchado bien, ¿verdad?, tenían que haberle fallado los oídos cuando ella le propuso que robara cadáveres de las entradas de las Catacumbas, sin adentrarse demasiado. Cosa que, ¡hola!, ya había hecho, y de hecho así había sido como se habían conocido por primera vez porque ella no se lo había tolerado, ¡cómo se iba a llevar a uno de sus súbditos!
Así pues, en contraposición a su actitud hasta aquel preciso momento, Gaspard de Grailly se puso en guardia, delante de aquella tumba que no había llegado a excavar y ante una Átropos que se contradecía siendo racional aún más que estando como un rebaño de cabras. Incómodo, e incapaz de moverse por descontado, cambió el peso de un pie al otro mientras seguía escuchando y analizaba las palabras que ella le estaba lanzando con una suavidad que empezaba a incomodarlo. ¿No decían, acaso, que más vale malo conocido que bueno por conocer? Pues así estaba Gaspard, nada más y nada menos.
¿Acaso alguien podía culparlo por haberse acostumbrado a la Átropos errática, a quien en cierto modo podía entender porque eso tenían en común, y no apreciar demasiado a la actual? Además, a él no lo engañaba: la locura que poseía ella no era transitoria, estaba demasiado arraigada para que pudiera irse así, sin más, como si haciendo ¡puf! ya fuera una tipa cuerda otra vez. ¡Las cosas no funcionaban así! Con o sin homúnculo, ella había vivido tanto tiempo con eso en la cabeza que el daño ya estaba hecho, y no podía evitar desconfiar de ella, sobre todo si parecía preocuparse por él.
¡Qué enternecedor! Para desgracia de Átropos, Gaspard era la clase de tipo que estaba tan poco acostumbrado a que le hicieran cumplidos o se preocuparan por él (¿necesitamos recordar el papel de don nadie que había tenido que representar durante quince años de su vida, en su etapa con su familia? No, ¿verdad?) que literalmente no sabía cómo reaccionar ante ellos, aparte de no creyéndoselos, claro. Es decir, Gaspard no era estúpido y sabía que seguramente no estaban solos, pero de ahí a tragarse que ella sentía preocupación... No, no lo iba a convencer con eso, lo sentimos por Átropos pero Gaspard se iba a mantener a la defensiva.
– Los bastardos no suelen dejar pruebas, no. Nadie quiere que se sepa de la existencia de uno. – opinó, y la verdad era que lo sabía bien pese a no ser bastardo por el sencillo hecho de que había tenido que convivir con varios de ellos durante sus aventuras con malhechores, esas que habían hecho de él un criminal duro y decente en sus tareas ilegales. En cualquier caso, Gaspard no iba a opinar mucho más con respecto al carácter principesco de Átropos porque, total, ¿para qué? Ella misma había dicho que era en pasado, no en presente, así que lo mismo daba sacar el tema o no. Además, si tratar con el vulgo lo ponía malo, no quería imaginarse el peñazo máximo que tenía que ser tratar con la realeza... Ugh, no, gracias.
– Te recuerdo que la última vez que me metí a buscar cadáveres en las Catacumbas te encontré a ti y me la montaste por robarte a uno de tus súbditos. ¿El homúnculo también es tu memoria? Porque me sorprende que no recuerdes eso; seguramente lo hayas olvidado a propósito o ignorado, me da igual. Pero, Átropos, no me trago tu preocupación y menos si no dejas de contradecirte. Así que no me pienso largar. – sentenció, endureciendo su expresión, y tan alerta con respecto a ella que esa guardia que tenía subida bien podía servir para defenderse de cualquier potencial trabajador del cementerio que no quisiera verlo allí ni en pintura, que era, por otro lado, lo más factible de todas las cosas que podrían llegar a pasarle. Gajes del oficio.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¡Por supuesto! Gaspard iba a desconfiar de su repentino cambio; Gaspard seguiría sin creerle nada. Y no era para menos, porque ella ahora estaba muy diferente a como la había conocido en las Catacumbas, y eso, sin duda alguna, podría resultar una pieza que no encajaba del todo, en especial para alguien como él, que siempre tenía un plan extra para toda ocasión y vivía del modo más caótico posible. Claro, así lo había conocido, desde luego. Por eso tampoco le tomaba por sorpresa, porque empezaba a acostumbrarse a esas conductas erráticas por parte de él. Bueno, la Átropos de las Catacumbas detestaba que Gaspard actuara así porque a ella le encantaba mantener el control, pero resulta que a Eloise-Átropos le era un tanto indiferente, quizás porque sí tenía la cabeza en su lugar y comprendía que algunas cosas no las podía cambiar. ¡Hasta parecía un sueño! Con razón al ladrón le resultaba algo completamente fuera de contexto, y ya se imaginaba que sería alguna trama por parte de la vampira. Y esta vez... esta vez estaba equivocado.
Bien, lo admitía, no podía hacer a un lado aquella brillante deducción. O sea, en un principio estuvo dándole a entender a él que no le interesaba en lo más mínimo (asegurándole todo mediante la lógica de las palabras, obviamente), pero ahora se había acercado para, ¿ayudarlo? Era contradictorio, claro que sí. Y reconocerlo hizo que se mordiera la lengua, porque se dejó llevar por un impulso de rabia, ese mismo que la dominaba en ocasiones anteriores a su salida de las Catacumbas. Sin embargo, no había cambiado de opinión por mala intención. Sí, seguía siendo una vampira peligrosa, a pesar de actuar con una decencia digna de la realeza. Aunque, este detalle no es precisamente algo ajeno al mundo. Una persona podía ser potencialmente malvada y tener los pies bien puestos sobre la tierra, así de fácil. A Eloise-Átropos la convertía en alguien de cuidado el simple hecho de ser una vampira, condición que le hacía tener conductas que ponían en peligro la vida de cualquiera que la rodeara. No obstante, ya esto era algo que estaba aprendiendo a dominar; lo llevaba poniendo en práctica desde hacía varios días, y le estaba yendo bastante bien.
Así que, ante la reacción de Gaspard (una muy aferrada a la duda), simplemente bajó la cabeza. Se debatió, incluso, si era mejor dejarlo ahí para que lo descubrieran, o si tendría que convencerlo de que le estaba diciendo la verdad. Tal vez él pensaría que esas personas que Eloise-Átropos le mencionó serían empleados del cementerio, pero no. A diferencia del caótico de Grailly, ella seguía siendo sobrenatural, lo que le añadía el plus de poder percibir cosas a distancia. Por eso quiso advertir a Gaspard, porque lo iban a descubrir, y probablemente tenía que ver con ese inquisidor que podía ser su hermano menor (¡vaya! No era el único con una historia familiar complicada). La decisión resultaba complicada. Le generaba un conflicto interno muy molesto, no porque él tomara la posición de rechazarla de nuevo, sino porque su ayuda era genuina y muy honesta, por lo que si le ocurría algo a ese idiota, se iba a sentir culpable. ¡El muy bastardo le importaba! Oh, eso fue un puñetazo directo a su orgullo. Menos mal que estaba cuerda y no andaba como la cabra descarriada de antaño. Casi podía asegurarse que la Eloise de antes de la muerte de Helga había regresado.
¡Y él tendría que acostumbrarse! Porque Eloise-Átropos no tenía intenciones de abandonar su verdadero estado mental, justo ese que poseía en ese instante. Sí, admitía que se le iban las tuercas algunas veces, que tenía un maldito genio del demonio; incluso que seguía siendo una asesina a sangre fría y la muerte era parte de sí misma. Pero, esta vez, necesitaba equilibrar todas esas cosas, porque muchas eran causadas por el gusano sin identidad, y eso resultaba un verdadero fastidio. Esa cosa la había dañado mucho, y todo por culpa de... ¿sería Luisa la verdadera culpable o Helga lo había hecho con algún propósito? Aquella idea fue suficiente para abstraerla por un momento, obligándola a observar la tumba de la difunta bruja.
—Te lo mencioné como alternativa. Tampoco es como si fuera a ir contigo, porque ya no pienso regresar a las Catacumbas —respondió, regresándose de nuevo a la tumba de Helga. Se acuclilló para apartar las plantas que cubrían la piedra roñosa, como si quisiera descubrir algo más—. Es el único lugar que conozco en donde hay cadáveres de sobra para venderlos. Además, casi nadie se atreve a ir hasta ahí, ni siquiera la Inquisición —sentenció, mientras se ponía de pie. Aunque habría explicado todo aquello, estaba muy centrada en sus pensamientos, los cuales distaban mucho de lo que había dicho—. Y no son mis súbditos. Bueno, ya no. Antes sí, por cosas que... no van al caso.
Como que antes si tenía la cabeza de adorno y actuaba como una loca sin cerebro por culpa de su mellizo... Pero se había propuesto a hacer las cosas con lógica, como cuando era humana y se sentía bien, a pesar de tener al bicho ese fastidiándola porque ella era más fuerte. En fin, aún debía mantenerse alerta por si aquellos hombres, que logró escuchar, pretendían acercarse.
—¿Por qué piensas que se trata de tu hermano? Digo, apenas tenía cinco años cuando te marchaste, es imposible que lo reconozcas a estas alturas, a menos que sea él mismo quien revele su identidad —agregó, porque tenía toda la certeza de que lo estaban siguiendo a él en ese momento—. No va al caso eso que dije, lo sé. Pero tengo el leve presentimiento que quienes vienen hacia esta dirección no son los del cementerio, sino inquisidores. ¿Vas a seguir negándote a creer o esperarás que estén frente a ti para hacerlo? No tuvimos un buen inicio, lo reconozco. Aunque, si yo habría estado en la misma situación que ahora, nunca hubiéramos coincidido...
Bien, lo admitía, no podía hacer a un lado aquella brillante deducción. O sea, en un principio estuvo dándole a entender a él que no le interesaba en lo más mínimo (asegurándole todo mediante la lógica de las palabras, obviamente), pero ahora se había acercado para, ¿ayudarlo? Era contradictorio, claro que sí. Y reconocerlo hizo que se mordiera la lengua, porque se dejó llevar por un impulso de rabia, ese mismo que la dominaba en ocasiones anteriores a su salida de las Catacumbas. Sin embargo, no había cambiado de opinión por mala intención. Sí, seguía siendo una vampira peligrosa, a pesar de actuar con una decencia digna de la realeza. Aunque, este detalle no es precisamente algo ajeno al mundo. Una persona podía ser potencialmente malvada y tener los pies bien puestos sobre la tierra, así de fácil. A Eloise-Átropos la convertía en alguien de cuidado el simple hecho de ser una vampira, condición que le hacía tener conductas que ponían en peligro la vida de cualquiera que la rodeara. No obstante, ya esto era algo que estaba aprendiendo a dominar; lo llevaba poniendo en práctica desde hacía varios días, y le estaba yendo bastante bien.
Así que, ante la reacción de Gaspard (una muy aferrada a la duda), simplemente bajó la cabeza. Se debatió, incluso, si era mejor dejarlo ahí para que lo descubrieran, o si tendría que convencerlo de que le estaba diciendo la verdad. Tal vez él pensaría que esas personas que Eloise-Átropos le mencionó serían empleados del cementerio, pero no. A diferencia del caótico de Grailly, ella seguía siendo sobrenatural, lo que le añadía el plus de poder percibir cosas a distancia. Por eso quiso advertir a Gaspard, porque lo iban a descubrir, y probablemente tenía que ver con ese inquisidor que podía ser su hermano menor (¡vaya! No era el único con una historia familiar complicada). La decisión resultaba complicada. Le generaba un conflicto interno muy molesto, no porque él tomara la posición de rechazarla de nuevo, sino porque su ayuda era genuina y muy honesta, por lo que si le ocurría algo a ese idiota, se iba a sentir culpable. ¡El muy bastardo le importaba! Oh, eso fue un puñetazo directo a su orgullo. Menos mal que estaba cuerda y no andaba como la cabra descarriada de antaño. Casi podía asegurarse que la Eloise de antes de la muerte de Helga había regresado.
¡Y él tendría que acostumbrarse! Porque Eloise-Átropos no tenía intenciones de abandonar su verdadero estado mental, justo ese que poseía en ese instante. Sí, admitía que se le iban las tuercas algunas veces, que tenía un maldito genio del demonio; incluso que seguía siendo una asesina a sangre fría y la muerte era parte de sí misma. Pero, esta vez, necesitaba equilibrar todas esas cosas, porque muchas eran causadas por el gusano sin identidad, y eso resultaba un verdadero fastidio. Esa cosa la había dañado mucho, y todo por culpa de... ¿sería Luisa la verdadera culpable o Helga lo había hecho con algún propósito? Aquella idea fue suficiente para abstraerla por un momento, obligándola a observar la tumba de la difunta bruja.
—Te lo mencioné como alternativa. Tampoco es como si fuera a ir contigo, porque ya no pienso regresar a las Catacumbas —respondió, regresándose de nuevo a la tumba de Helga. Se acuclilló para apartar las plantas que cubrían la piedra roñosa, como si quisiera descubrir algo más—. Es el único lugar que conozco en donde hay cadáveres de sobra para venderlos. Además, casi nadie se atreve a ir hasta ahí, ni siquiera la Inquisición —sentenció, mientras se ponía de pie. Aunque habría explicado todo aquello, estaba muy centrada en sus pensamientos, los cuales distaban mucho de lo que había dicho—. Y no son mis súbditos. Bueno, ya no. Antes sí, por cosas que... no van al caso.
Como que antes si tenía la cabeza de adorno y actuaba como una loca sin cerebro por culpa de su mellizo... Pero se había propuesto a hacer las cosas con lógica, como cuando era humana y se sentía bien, a pesar de tener al bicho ese fastidiándola porque ella era más fuerte. En fin, aún debía mantenerse alerta por si aquellos hombres, que logró escuchar, pretendían acercarse.
—¿Por qué piensas que se trata de tu hermano? Digo, apenas tenía cinco años cuando te marchaste, es imposible que lo reconozcas a estas alturas, a menos que sea él mismo quien revele su identidad —agregó, porque tenía toda la certeza de que lo estaban siguiendo a él en ese momento—. No va al caso eso que dije, lo sé. Pero tengo el leve presentimiento que quienes vienen hacia esta dirección no son los del cementerio, sino inquisidores. ¿Vas a seguir negándote a creer o esperarás que estén frente a ti para hacerlo? No tuvimos un buen inicio, lo reconozco. Aunque, si yo habría estado en la misma situación que ahora, nunca hubiéramos coincidido...
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
No sabía qué era más increíble, si que Átropos le hubiera dicho que no pensaba regresar a las Catacumbas o que le dijera que los muertos no eran sus súbditos después de darle una paliza por atreverse, él, a tocar a uno de ellos. ¿Dónde habían quedado todas esas historias de que las Catacumbas eran su reino y los que allí se encontraban eran suyos, embalsamados para que los habitantes de sus dominios no se le pudrieran y pudieran seguir engrosando la población que ella dominaba? ¿Dónde estaban esos aires de grandeza que Átropos le había mostrado desde el primer momento en que, por puro accidente, se había cruzado en su camino? ¿Dónde estaba Átropos!
Gaspard desconfiaba porque había aprendido a conocer a Átropos, no a Eloise, y tenía muy claro que era la princesa la que tenía delante, no la vampiresa demente. Sin embargo, que nadie se engañara porque el aquitano seguía siendo listo y no se olvidaba ni de que ella era una vampiresa ni de que era una asesina que había matado a dos de sus clientes así como si nada, porque realmente a ella le había costado menos que nada, mientras que a él... Bueno, esa era otra historia. Y ninguno de los dos tenía tiempo para pensar en que Gaspard de Grailly todavía no había matado a ningún humano para proveerse de cadáveres frescos que poder vender, así que eso no venía al caso.
Sí que lo hacía que Gaspard estuviera desconfiando, no por extraño (lo raro hubiera sido precisamente lo contrario: que Gaspard confiara en ella, así sin más. ¡Con lo mal que se le daban las relaciones humanas...! Pretender que, de pronto, iba a confiar con ella era un poco tontería), sino por oportuno. A fin de cuentas, la elección que había hecho era lo que estaba poniéndolo en una situación extraña, sin saber si realmente corría peligro (más del habitual, quiero decir) o si era todo cosa de ella para... ¿Para qué, exactamente? No lo sabía. Y eso añadía otra duda a la lista, ya demasiado larga, de las que tenía; no tenía ni idea de por qué decía eso de que corría peligro si era falso porque ella y su cambio de actitud lo habían pillado muy desprevenido.
Así pues, ¿qué opciones tenía el aquitano? Francamente: pocas. Estaba confundido y desconfiaba, se encontraba en guardia y a la defensiva frente a ella que, por su parte, intentaba usar la lógica; eso sí que se lo podía valorar, que no se dijera que no podía ser generoso hasta el extremo. Pero el problema de base era que necesitaba actuar, fuera en una dirección u otra, porque estaba agobiado con tanta rigidez y tanta inactividad, la hiperactividad motora que poseía desde que tenía memoria lo estaba destrozando en aquel instante, así que debía tomar una decisión y, por una vez, debía hacerlo sin tener en cuenta mil planes y mil alternativas, y no porque su mente no estuviera contemplándolas, para nada. Más bien se trataba de que, al desconfiar, no estaba considerando que Átropos (no, Eloise) pudiera ser sincera, y tal vez lo era...
Es más, empezaba a estar convencido de que sí que lo era. No porque hubiera empezado a confiar en ella, todo lo contrario, sino porque la sangre que le había ingerido a la vampiresa y que estaba empezando a esfumarse lo volvía un poco más receptivo a sonidos, y los trabajadores del cementerio no hacían los ruidos que escuchaba de lejos. Ni hacían esos ruidos ni, tampoco, sacaban armas de sus fundas; Gaspard de Grailly se vio finalmente obligado a reconocer que Eloise se estaba preocupando por él como Átropos alguna vez había hecho (esa posesividad suya era una forma de preocuparse, ¿no?), y, tras poner los ojos en blanco, giró el rostro de nuevo hacia el de ella, con tanta rigidez que casi era como si se lo hubiera partido. De todas maneras, para su orgullo así era, por lo que no iba tan desencaminado.
– Pongamos que tienes razón y que he decidido creerte. En ese caso, nada hipotético, ¿te tengo que coger como un saco de patatas para largarnos o basta con que te lo diga para que lo hagamos? – preguntó, hostil y burlón como el Gaspard que tanto Átropos y Eloise habían conocido y, suponía, habían empezado a apreciar, porque por muy mal que se le dieran las relaciones con otros seres hasta él sabía que si estaba siendo sincera, aparte de por motivos ulteriores, era porque algo de aprecio le tenía. Así pues, no había nada de hipotético, efectivamente, en lo que había dicho, y sin esperar respuesta la cogió del brazo y la arrastró hacia la salida más próxima, para lo cual tuvieron que trepar la verja. Menuda suerte que ambos fueran atléticos, ¿no...?
– No, no lo reconozco. Escuché de lejos y oí Lazet, pero si nadie lo llama por el apellido de Grailly, en fin, no puedo confirmarlo. – admitió y, sin soltarla, la condujo hasta el viñedo de Montmarte, ese que había visitado antes y al que volvía porque él era así y a veces le fallaba el subconsciente, especialmente tras tantos años como se había pasado entre uvas y cepas. – Pero hay varias cosas que me llevan a pensarlo. En primer lugar, la edad que tiene, encaja bien con el tiempo que ha pasado. En segundo lugar, él siempre fue el favorito desde que nació y seguramente lo educaron con el cura de mi pueblo, un hombre que tenía contactos en la Inquisición y que, muy posiblemente, lo metiera allí, o al menos influyera. Y, además, ¿por qué iba a buscarme a mí un alto cargo si no? Soy vulgar hasta como criminal, Eloise, con unos inquisidores de tres al cuarto debería bastar. – admitió, sin regodearse en la pena para nada, porque ese no era su estilo.
– Nuestro inicio fue penoso. Y lo sabes. – afirmó, y en vez de hacer lo que haría cualquier persona normal en su situación (cansancio, ergo sentarse), Gaspard hizo lo que sólo un hiperactivo como él podía contemplar: seguir moviéndose sin parar. En aquel momento se estaba moviendo entre las viñas, acariciando las hojas y negando con la cabeza para sí mismo. – Tan al norte no saben ni plantar viñas, ¿dónde están las rosas? – se preguntó, y al ver que Átropos parecía sorprendida, blasfemó. – Las rosas son las flores más delicadas, si algún parásito va a las viñas lo verás antes en las rosas que hay plantadas en cada hilera, y así podrás salvar la maldita cosecha. – explicó, poniéndose en cuclillas y arrancando otro racimo de uvas (verdes, pero le daba igual) para comérselo y mantenerse ocupado. – No sé qué hacer contigo. Cuando me despreciabas era más fácil que ahora que me aprecias. – soltó, sin mirarla.
Gaspard desconfiaba porque había aprendido a conocer a Átropos, no a Eloise, y tenía muy claro que era la princesa la que tenía delante, no la vampiresa demente. Sin embargo, que nadie se engañara porque el aquitano seguía siendo listo y no se olvidaba ni de que ella era una vampiresa ni de que era una asesina que había matado a dos de sus clientes así como si nada, porque realmente a ella le había costado menos que nada, mientras que a él... Bueno, esa era otra historia. Y ninguno de los dos tenía tiempo para pensar en que Gaspard de Grailly todavía no había matado a ningún humano para proveerse de cadáveres frescos que poder vender, así que eso no venía al caso.
Sí que lo hacía que Gaspard estuviera desconfiando, no por extraño (lo raro hubiera sido precisamente lo contrario: que Gaspard confiara en ella, así sin más. ¡Con lo mal que se le daban las relaciones humanas...! Pretender que, de pronto, iba a confiar con ella era un poco tontería), sino por oportuno. A fin de cuentas, la elección que había hecho era lo que estaba poniéndolo en una situación extraña, sin saber si realmente corría peligro (más del habitual, quiero decir) o si era todo cosa de ella para... ¿Para qué, exactamente? No lo sabía. Y eso añadía otra duda a la lista, ya demasiado larga, de las que tenía; no tenía ni idea de por qué decía eso de que corría peligro si era falso porque ella y su cambio de actitud lo habían pillado muy desprevenido.
Así pues, ¿qué opciones tenía el aquitano? Francamente: pocas. Estaba confundido y desconfiaba, se encontraba en guardia y a la defensiva frente a ella que, por su parte, intentaba usar la lógica; eso sí que se lo podía valorar, que no se dijera que no podía ser generoso hasta el extremo. Pero el problema de base era que necesitaba actuar, fuera en una dirección u otra, porque estaba agobiado con tanta rigidez y tanta inactividad, la hiperactividad motora que poseía desde que tenía memoria lo estaba destrozando en aquel instante, así que debía tomar una decisión y, por una vez, debía hacerlo sin tener en cuenta mil planes y mil alternativas, y no porque su mente no estuviera contemplándolas, para nada. Más bien se trataba de que, al desconfiar, no estaba considerando que Átropos (no, Eloise) pudiera ser sincera, y tal vez lo era...
Es más, empezaba a estar convencido de que sí que lo era. No porque hubiera empezado a confiar en ella, todo lo contrario, sino porque la sangre que le había ingerido a la vampiresa y que estaba empezando a esfumarse lo volvía un poco más receptivo a sonidos, y los trabajadores del cementerio no hacían los ruidos que escuchaba de lejos. Ni hacían esos ruidos ni, tampoco, sacaban armas de sus fundas; Gaspard de Grailly se vio finalmente obligado a reconocer que Eloise se estaba preocupando por él como Átropos alguna vez había hecho (esa posesividad suya era una forma de preocuparse, ¿no?), y, tras poner los ojos en blanco, giró el rostro de nuevo hacia el de ella, con tanta rigidez que casi era como si se lo hubiera partido. De todas maneras, para su orgullo así era, por lo que no iba tan desencaminado.
– Pongamos que tienes razón y que he decidido creerte. En ese caso, nada hipotético, ¿te tengo que coger como un saco de patatas para largarnos o basta con que te lo diga para que lo hagamos? – preguntó, hostil y burlón como el Gaspard que tanto Átropos y Eloise habían conocido y, suponía, habían empezado a apreciar, porque por muy mal que se le dieran las relaciones con otros seres hasta él sabía que si estaba siendo sincera, aparte de por motivos ulteriores, era porque algo de aprecio le tenía. Así pues, no había nada de hipotético, efectivamente, en lo que había dicho, y sin esperar respuesta la cogió del brazo y la arrastró hacia la salida más próxima, para lo cual tuvieron que trepar la verja. Menuda suerte que ambos fueran atléticos, ¿no...?
– No, no lo reconozco. Escuché de lejos y oí Lazet, pero si nadie lo llama por el apellido de Grailly, en fin, no puedo confirmarlo. – admitió y, sin soltarla, la condujo hasta el viñedo de Montmarte, ese que había visitado antes y al que volvía porque él era así y a veces le fallaba el subconsciente, especialmente tras tantos años como se había pasado entre uvas y cepas. – Pero hay varias cosas que me llevan a pensarlo. En primer lugar, la edad que tiene, encaja bien con el tiempo que ha pasado. En segundo lugar, él siempre fue el favorito desde que nació y seguramente lo educaron con el cura de mi pueblo, un hombre que tenía contactos en la Inquisición y que, muy posiblemente, lo metiera allí, o al menos influyera. Y, además, ¿por qué iba a buscarme a mí un alto cargo si no? Soy vulgar hasta como criminal, Eloise, con unos inquisidores de tres al cuarto debería bastar. – admitió, sin regodearse en la pena para nada, porque ese no era su estilo.
– Nuestro inicio fue penoso. Y lo sabes. – afirmó, y en vez de hacer lo que haría cualquier persona normal en su situación (cansancio, ergo sentarse), Gaspard hizo lo que sólo un hiperactivo como él podía contemplar: seguir moviéndose sin parar. En aquel momento se estaba moviendo entre las viñas, acariciando las hojas y negando con la cabeza para sí mismo. – Tan al norte no saben ni plantar viñas, ¿dónde están las rosas? – se preguntó, y al ver que Átropos parecía sorprendida, blasfemó. – Las rosas son las flores más delicadas, si algún parásito va a las viñas lo verás antes en las rosas que hay plantadas en cada hilera, y así podrás salvar la maldita cosecha. – explicó, poniéndose en cuclillas y arrancando otro racimo de uvas (verdes, pero le daba igual) para comérselo y mantenerse ocupado. – No sé qué hacer contigo. Cuando me despreciabas era más fácil que ahora que me aprecias. – soltó, sin mirarla.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Y si Gaspard prefería más esa parte de ella que estaba completamente loca y no a la de ahora? No, bueno, tampoco podía hacer mucho si resultaba de ese modo. Por eso no le extrañaría si decidía creerle o no. ¡Maldita sea! Lo entendía a la perfección, pero detestaba el hecho de que las cosas resultaran de esa manera. Claro, si no habría estado tan inestable mentalmente, el primer encuentro entre ambos nunca hubiera ocurrido, ni por asomo. Es más, de no ser así, ella ni siquiera existiría, porque esa misma locura fue la que la condujo a ser una sobrenatural con más de doscientos años de existencia. ¿Debía sentirse agradecida? En lo absoluto. El sacrificio que tuvo que hacer a cambio de la inmortalidad resultaba excesivo, porque, durante su vida humana, había deseado la muerte muchas veces, sólo que, siendo tan testaruda, decidió luchar contra esa cosa en su cabeza. ¡Y mira como había terminado!
Le resultaba contradictorio que aceptara de buena gana su condición vampírica sólo porque así conoció a Gaspard de Grailly. ¡Era una estúpida! Ah, no. No lo era. Lo que pasa es que empezaba a sentirse muy sola después de tanto tiempo; su demencia sólo cubría esa necesidad repulsiva que tanto odió en su mortalidad. Y, precisamente, gracias a ese humano mezquino, ella lo había recordado, y no de buena manera. Por eso decidió quedarse y buscar la forma de convencerlo para ayudarlo. ¡No sólo era estúpida! Ya tendría que ir deshaciéndose de ese pensamiento absurdo. No debía acercarse más a Gaspard luego de aquella vez. Ese sería su último encuentro, y tenía que asegurarse que fuese de ese modo y no de otro. Por ahora, sólo lo ayudaría... o lo intentaría, mientras maldecía al destino internamente si se le ocurría la brillante idea de unirlos de nuevo.
¿Y para qué el destino iba a perder tiempo y energía en eso? Aunque él fuera tan errático como la Átropos loca (y eso parecía mantenerlo tranquilo), resultaba que con Eloise no ocurría lo mismo; desconfiaba de ella y con toda la razón. Quizás hasta le iba a aburrir su conducta. ¿Decepcionante? Sí, mucho más que cuando la rechazaba siendo la vampira loca de las Catacumbas. ¡Hacía tanto tiempo que no sentía con verdadera sensatez! Y era un verdadero asco, porque tampoco podía ser tan masoquista en hallar placer en semejante tontería. Tal vez si lo sentía por el dolor físico y la sangre, pero las heridas del orgullo no eran precisamente agradables, algo muy frustrante para su persona. ¡Tenía que admitirlo! Ella no era digna de ser para el agrado de los demás; nunca lo fue... nunca lo sería.
Haberlo admitido le dolía, pero no lo demostró. Es más, hasta decidió, de una vez por todas, marcharse, porque ni siquiera sintió muy sinceras las palabras de Gaspard y... ¡No tenía que huir con él, ni con nadie! ¿Por qué quiso arrastrarla hacia la salida? Ahora recordaba porque le hacía doler la cabeza. ¡Bingo! Porque sus pensamientos eran muy dispersos, y, a pesar de que no le afectó mucho en su momento, ahora sí le era un tanto incómodo, justo porque ahora ella tenía las ideas bien puestas en su sitio. Aun así, le siguió hacia donde sea que se dirigiera. Pudo haber tomado otro rumbo, desde luego, pero igual terminó con Gaspard en ¿un viñedo? Bueno, al menos era un escondite excepcional, lo reconocía. Aquellos hombres no se atreverían a buscarlo en ese lugar.
—Yo podría descubrir si es tu hermano o no —murmuró, porque no podía negar que igual le generaba mucha curiosidad aquella situación—. Tengo una informante segura y es bastante buena en lo que hace. Quizás no la recuerdes, o sí —soltó, un tanto insegura de revelar ese detalle. Bien, daba igual, ya a esas alturas no podía ocultar muchas cosas—. ¿Recuerdas a la rata que me seguía a todas partes? Su nombre es Leto, y... ¡No me mires así! Es que ella no es como las otras ratas corrientes. Aunque si ha logrado comunicarse con ellas, quién sabe cómo demonios. En fin, ella es mitad, ya sabes, humana. Creo que les llaman cambiantes, algo así.
¡Y ahora todo tenía sentido con respecto a esa rata! Las demás sólo estaban amaestradas, pero esa... esa no. Con razón Eloise-Átropos terminaba enterándose de muchas cosas, a pesar de estar siempre en las Catacumbas. La señora vampira, ex miembro de la realeza francesa, resultaba una cajita de Pandora, incluso para el mismo Gaspard, que no se podía creer lo que escuchaba.
—¿Acaso trabajaste en algún viñedo? Digo, sabes mucho, yo apenas sé que el vino existe. Pero nunca lo probé, Helga no me dejaba —encogió los hombros con indiferencia tras aquel recuerdo—. No tienes que hacer nada, Gaspard. Hasta a mí me cuesta adaptarme a esto luego de tanto tiempo, pero si antes actuaba de esa manera, era por culpa de él, porque no me dejaba en paz. Todo se salió de control cuando murió Helga y me dejó sola, sin saber qué hacer con la magia y esas cosas... Supe que mi padre estaba muerto, pero de mi madre no tenía razón, hasta hace poco que encontré a la última persona de la rama Valois-Angulema.
Tal vez a él no le interesaría en lo más mínimo, sin embargo, a ella le resultó un alivio, porque antes no había tenido la oportunidad de hablar sobre su pasado. Quizás lo habría hecho con su creador, pero de él no se acordaba mucho como para asegurarlo. Hasta se sentía extraña de actuar con normalidad y no como una cabra de las montañas.
Le resultaba contradictorio que aceptara de buena gana su condición vampírica sólo porque así conoció a Gaspard de Grailly. ¡Era una estúpida! Ah, no. No lo era. Lo que pasa es que empezaba a sentirse muy sola después de tanto tiempo; su demencia sólo cubría esa necesidad repulsiva que tanto odió en su mortalidad. Y, precisamente, gracias a ese humano mezquino, ella lo había recordado, y no de buena manera. Por eso decidió quedarse y buscar la forma de convencerlo para ayudarlo. ¡No sólo era estúpida! Ya tendría que ir deshaciéndose de ese pensamiento absurdo. No debía acercarse más a Gaspard luego de aquella vez. Ese sería su último encuentro, y tenía que asegurarse que fuese de ese modo y no de otro. Por ahora, sólo lo ayudaría... o lo intentaría, mientras maldecía al destino internamente si se le ocurría la brillante idea de unirlos de nuevo.
¿Y para qué el destino iba a perder tiempo y energía en eso? Aunque él fuera tan errático como la Átropos loca (y eso parecía mantenerlo tranquilo), resultaba que con Eloise no ocurría lo mismo; desconfiaba de ella y con toda la razón. Quizás hasta le iba a aburrir su conducta. ¿Decepcionante? Sí, mucho más que cuando la rechazaba siendo la vampira loca de las Catacumbas. ¡Hacía tanto tiempo que no sentía con verdadera sensatez! Y era un verdadero asco, porque tampoco podía ser tan masoquista en hallar placer en semejante tontería. Tal vez si lo sentía por el dolor físico y la sangre, pero las heridas del orgullo no eran precisamente agradables, algo muy frustrante para su persona. ¡Tenía que admitirlo! Ella no era digna de ser para el agrado de los demás; nunca lo fue... nunca lo sería.
Haberlo admitido le dolía, pero no lo demostró. Es más, hasta decidió, de una vez por todas, marcharse, porque ni siquiera sintió muy sinceras las palabras de Gaspard y... ¡No tenía que huir con él, ni con nadie! ¿Por qué quiso arrastrarla hacia la salida? Ahora recordaba porque le hacía doler la cabeza. ¡Bingo! Porque sus pensamientos eran muy dispersos, y, a pesar de que no le afectó mucho en su momento, ahora sí le era un tanto incómodo, justo porque ahora ella tenía las ideas bien puestas en su sitio. Aun así, le siguió hacia donde sea que se dirigiera. Pudo haber tomado otro rumbo, desde luego, pero igual terminó con Gaspard en ¿un viñedo? Bueno, al menos era un escondite excepcional, lo reconocía. Aquellos hombres no se atreverían a buscarlo en ese lugar.
—Yo podría descubrir si es tu hermano o no —murmuró, porque no podía negar que igual le generaba mucha curiosidad aquella situación—. Tengo una informante segura y es bastante buena en lo que hace. Quizás no la recuerdes, o sí —soltó, un tanto insegura de revelar ese detalle. Bien, daba igual, ya a esas alturas no podía ocultar muchas cosas—. ¿Recuerdas a la rata que me seguía a todas partes? Su nombre es Leto, y... ¡No me mires así! Es que ella no es como las otras ratas corrientes. Aunque si ha logrado comunicarse con ellas, quién sabe cómo demonios. En fin, ella es mitad, ya sabes, humana. Creo que les llaman cambiantes, algo así.
¡Y ahora todo tenía sentido con respecto a esa rata! Las demás sólo estaban amaestradas, pero esa... esa no. Con razón Eloise-Átropos terminaba enterándose de muchas cosas, a pesar de estar siempre en las Catacumbas. La señora vampira, ex miembro de la realeza francesa, resultaba una cajita de Pandora, incluso para el mismo Gaspard, que no se podía creer lo que escuchaba.
—¿Acaso trabajaste en algún viñedo? Digo, sabes mucho, yo apenas sé que el vino existe. Pero nunca lo probé, Helga no me dejaba —encogió los hombros con indiferencia tras aquel recuerdo—. No tienes que hacer nada, Gaspard. Hasta a mí me cuesta adaptarme a esto luego de tanto tiempo, pero si antes actuaba de esa manera, era por culpa de él, porque no me dejaba en paz. Todo se salió de control cuando murió Helga y me dejó sola, sin saber qué hacer con la magia y esas cosas... Supe que mi padre estaba muerto, pero de mi madre no tenía razón, hasta hace poco que encontré a la última persona de la rama Valois-Angulema.
Tal vez a él no le interesaría en lo más mínimo, sin embargo, a ella le resultó un alivio, porque antes no había tenido la oportunidad de hablar sobre su pasado. Quizás lo habría hecho con su creador, pero de él no se acordaba mucho como para asegurarlo. Hasta se sentía extraña de actuar con normalidad y no como una cabra de las montañas.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Gaspard de Grailly no necesitaba recordarse que estaban en verano y que, por tanto, no era época de que las cepas que los rodeaban a ambos se encontraran ya con los frutos totalmente desarrollados; aun sin pensarlo, lo sabía perfectamente, ¿cómo no si se había pasado algo menos de la mitad de su vida en ese mismo paisaje, encorvado y como uno más? La vid no tenía secretos para él, no cuando se había forjado entre parras y cepas y había aprendido hasta a distinguir los parásitos que aquejaban a las plantas antes incluso de que éstos salieran a la luz, y por eso sabía bastante, demasiado incluso. Desde luego, mucho más que Átropos, pero no le sorprendía, y mucho menos después de saber que ella había nacido como la bastarda de un rey, noble hasta sin proponérselo.
La verdad, Gaspard muchas veces se había sorprendido, sobre todo de niño, al darse cuenta de que su familia tenía dinero, y no poco además. Le sorprendía porque, en palabras del Padre Clément, la nobleza aspiraba a no trabajar y los burgueses aspiraban a ser nobles, ergo a no depender del sudor de sus cuellos; su familia era burguesa, por supuesto, pero él trabajaba, ¿y por qué? Tenían otros peones, Gaspard los había visto durante mucho tiempo casi más que a su propia familia, pero aun así su lugar estaba entre las viñas, igual que había terminado en aquel momento, y había sido consciente de ello desde el primer momento. ¿Por qué?, sin embargo, era algo que se había preguntado en numerosas ocasiones, pero al final había terminado por encontrar la respuesta: para que pudieran manejarlo.
Sus padres, de oírlo, se habrían defendido diciendo que no, que lo habían mandado a los viñedos para enseñarle el fruto del esfuerzo y a que no diera nada por sentado porque todo lo que poseían había costado conseguirlo. Gaspard no negaba que tal vez fuera así al principio, pero tampoco estaba ciego ante la evidencia de que, al tratar con un hijo mediano y antisocial, que además no paraba quieto, era mucho más sencillo mandarlo al campo y tenerlo distraído que, ¡qué sabía él!, buscarle un buen matrimonio como habían hecho con sus hermanos mayores o meterlo en la Iglesia o la Inquisición. Una opción, por cierto, que aparentemente sí que había seguido su hermano pequeño, ¡qué curiosos!
Así pues, Gaspard había estado atado a las viñas desde que tenía uso de razón, y aunque se había quejado mucho (en su fuero interno, no olvidemos que no le gustaba hablar entonces y seguía sin gustarle ahora), admitía que eso había tenido sus beneficios, claro que sí. Si no hubiera sido por esos años, su cuerpo no se habría moldeado como lo había hecho, y no solamente no disfrutaría tanto del vino (uno de sus mayores vicios; Gaspard estaba convencido de que mejor eso que el opio, así que por eso se lo permitía), sino que no conocería nada de plantas, que eran grandes aliadas en su carrera como cazador. Y si bien no solía prestar tanta atención a esa faceta suya como a la de resurreccionista, bueno, de más de un apuro lo había sacado, así que no pensaba desdeñarlo tan gratuitamente.
Era una ventaja para él ser alguien tan práctico, incluso si estaba medio sumido en sus pensamientos y acariciando las hojas de la planta más cercana, como estudiándolas. También podía llegar a ser una ventaja su hiperactividad, especialmente en lo de pensar rápido, porque así fue como escuchó a Átropos contarle cosas de ese pasado que había empezado a descubrir gracias al homúnculo al que él había rechazado antes de que lo hiciera ella misma; pudo satisfacer en parte su curiosidad sin necesidad de preguntar él mismo, y todo por lo bien que le venía que Eloise fuera mucho más habladora que Átropos. O, al menos, que lo que ella decía tuviera sentido.
– Ahora entiendo que seas tan amiga de la rata. Si descubres que es mi hermano, házmelo saber, sería de agradecer para planear un recibimiento en concordancia. – solicitó, con un tono que parecía que ni siquiera estaba pidiendo un favor aunque lo estaba haciendo, y con los ojos puestos en el racimo, aún demasiado verde y minúsculo, que más a mano tenía. Con desinterés, pues tenía tantos asuntos en la cabeza que no iba a concentrarse en ese precisamente, arrancó una de las pequeñas uvas y la examinó a la débil luz de la luna; parecía limpia de parásitos, a simple vista, así que la frotó con su ropa hasta que brilló y después se la llevó a la boca, como tantas veces antes había hecho ya.
– Mi familia es dueña de enormes viñedos en Aquitania. Todo mi pueblo vive de las bodegas, ya sea de vino o de champagne, y estamos en la zona de influencia de Burdeos, así que puedes imaginarte que me ha tocado criarme con vino siempre. – aclaró, mirándola por fin y sin demasiada acritud, aunque tampoco tuviera un gesto cordial porque hasta en su expresión neutra resultaba, Gaspard de Grailly, una mezcla entre seco y burlón que impedía considerarlo amable. – De pequeño, pasaba más tiempo en los viñedos que dentro de mi casa. Todos mis hermanos trabajaban algo el campo, pero yo lo hice sin parar desde que empecé a andar hasta que me largué, a los 15. Esto no tiene secretos para mí. – reconoció, orgulloso.
Sin embargo, ni siquiera así era egocéntrico, y no tanto por su tono aún neutral, sino porque era un hecho objetivo que haberse pasado casi una década y media entre viñas le daba un conocimiento suficiente para poder permitirse decir eso y mucho más. Aun así, Gaspard se giró y miró a Átropos; daba la espalda a una hilera pero se enfrentaba a la siguiente, lo cual era una comparación muy apropiada del viñedo en su vida: por mucho que tratara de superarlo e ignorarlo, siempre terminaba volviendo a eso que, suponía, se consideraba hogar según la definición habitual de ese término. – Así que eras hechicera. Interesante. – concluyó, desviando el tema de conversación lejos de él.
La verdad, Gaspard muchas veces se había sorprendido, sobre todo de niño, al darse cuenta de que su familia tenía dinero, y no poco además. Le sorprendía porque, en palabras del Padre Clément, la nobleza aspiraba a no trabajar y los burgueses aspiraban a ser nobles, ergo a no depender del sudor de sus cuellos; su familia era burguesa, por supuesto, pero él trabajaba, ¿y por qué? Tenían otros peones, Gaspard los había visto durante mucho tiempo casi más que a su propia familia, pero aun así su lugar estaba entre las viñas, igual que había terminado en aquel momento, y había sido consciente de ello desde el primer momento. ¿Por qué?, sin embargo, era algo que se había preguntado en numerosas ocasiones, pero al final había terminado por encontrar la respuesta: para que pudieran manejarlo.
Sus padres, de oírlo, se habrían defendido diciendo que no, que lo habían mandado a los viñedos para enseñarle el fruto del esfuerzo y a que no diera nada por sentado porque todo lo que poseían había costado conseguirlo. Gaspard no negaba que tal vez fuera así al principio, pero tampoco estaba ciego ante la evidencia de que, al tratar con un hijo mediano y antisocial, que además no paraba quieto, era mucho más sencillo mandarlo al campo y tenerlo distraído que, ¡qué sabía él!, buscarle un buen matrimonio como habían hecho con sus hermanos mayores o meterlo en la Iglesia o la Inquisición. Una opción, por cierto, que aparentemente sí que había seguido su hermano pequeño, ¡qué curiosos!
Así pues, Gaspard había estado atado a las viñas desde que tenía uso de razón, y aunque se había quejado mucho (en su fuero interno, no olvidemos que no le gustaba hablar entonces y seguía sin gustarle ahora), admitía que eso había tenido sus beneficios, claro que sí. Si no hubiera sido por esos años, su cuerpo no se habría moldeado como lo había hecho, y no solamente no disfrutaría tanto del vino (uno de sus mayores vicios; Gaspard estaba convencido de que mejor eso que el opio, así que por eso se lo permitía), sino que no conocería nada de plantas, que eran grandes aliadas en su carrera como cazador. Y si bien no solía prestar tanta atención a esa faceta suya como a la de resurreccionista, bueno, de más de un apuro lo había sacado, así que no pensaba desdeñarlo tan gratuitamente.
Era una ventaja para él ser alguien tan práctico, incluso si estaba medio sumido en sus pensamientos y acariciando las hojas de la planta más cercana, como estudiándolas. También podía llegar a ser una ventaja su hiperactividad, especialmente en lo de pensar rápido, porque así fue como escuchó a Átropos contarle cosas de ese pasado que había empezado a descubrir gracias al homúnculo al que él había rechazado antes de que lo hiciera ella misma; pudo satisfacer en parte su curiosidad sin necesidad de preguntar él mismo, y todo por lo bien que le venía que Eloise fuera mucho más habladora que Átropos. O, al menos, que lo que ella decía tuviera sentido.
– Ahora entiendo que seas tan amiga de la rata. Si descubres que es mi hermano, házmelo saber, sería de agradecer para planear un recibimiento en concordancia. – solicitó, con un tono que parecía que ni siquiera estaba pidiendo un favor aunque lo estaba haciendo, y con los ojos puestos en el racimo, aún demasiado verde y minúsculo, que más a mano tenía. Con desinterés, pues tenía tantos asuntos en la cabeza que no iba a concentrarse en ese precisamente, arrancó una de las pequeñas uvas y la examinó a la débil luz de la luna; parecía limpia de parásitos, a simple vista, así que la frotó con su ropa hasta que brilló y después se la llevó a la boca, como tantas veces antes había hecho ya.
– Mi familia es dueña de enormes viñedos en Aquitania. Todo mi pueblo vive de las bodegas, ya sea de vino o de champagne, y estamos en la zona de influencia de Burdeos, así que puedes imaginarte que me ha tocado criarme con vino siempre. – aclaró, mirándola por fin y sin demasiada acritud, aunque tampoco tuviera un gesto cordial porque hasta en su expresión neutra resultaba, Gaspard de Grailly, una mezcla entre seco y burlón que impedía considerarlo amable. – De pequeño, pasaba más tiempo en los viñedos que dentro de mi casa. Todos mis hermanos trabajaban algo el campo, pero yo lo hice sin parar desde que empecé a andar hasta que me largué, a los 15. Esto no tiene secretos para mí. – reconoció, orgulloso.
Sin embargo, ni siquiera así era egocéntrico, y no tanto por su tono aún neutral, sino porque era un hecho objetivo que haberse pasado casi una década y media entre viñas le daba un conocimiento suficiente para poder permitirse decir eso y mucho más. Aun así, Gaspard se giró y miró a Átropos; daba la espalda a una hilera pero se enfrentaba a la siguiente, lo cual era una comparación muy apropiada del viñedo en su vida: por mucho que tratara de superarlo e ignorarlo, siempre terminaba volviendo a eso que, suponía, se consideraba hogar según la definición habitual de ese término. – Así que eras hechicera. Interesante. – concluyó, desviando el tema de conversación lejos de él.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¡Ahora la que no se podía creer nada era ella! ¿Y cómo hacerlo? Es decir, remitiéndose a los encuentros anteriores con Gaspard, las cosas no habían sido especialmente sanas. En realidad, fueron desastrosas y desagradables hasta un punto que rebasaba los límites; ni siquiera lo que hicieron en las Catacumbas la primera vez, era algo que se pudiera recordar de buena manera. Sin embargo, esa noche, las cosas iban tomando un rumbo muy diferente, empezando por Átropos, quien había dejado a un lado sus ínfulas de reina de los muertos para centrarse a ser quien era en realidad: Eloise de Valoise-Orléans-Angulema, la misma mujer de antes de que la bruja Helga falleciera. Porque, aunque se vea poco creíble, Eloise si era una persona muy cuerda en ese entonces, pero empezó a acercarse a la auténtica demencia cuando ya no supo qué hacer, porque aquella bruja condenada no le enseñó a valerse por sí misma, terminando como una loca con cero sentido común.
Claro, tampoco es que ahora, que si actuaba como una dama sensata, dejaría a un lado su lado más sádico, porque esa parte si la conservaba y le agradaba, era su as bajo la manga; aquella arma afilada que usaría en contra de quien se interpusiera en su camino. Estaba muy lejos de ser una persona corriente y bondadosa, eso podía saberlo hasta el más idiota, no hacía falta pensarlo mucho. Sin embargo, con esta presentación de Átropos, si era más sencillo lidiar, sin riesgos de morir en el primer intento. Es más, gracias a esa parte lógica que aún conservaba, esa rata Leto seguía con vida y se había convertido en una pequeña aliada. Era una cambiante joven que salvó de... ¡adivinen! Así es, de inquisidores. Una jovencita de rostro lánguido que poseía una audacia increíble, y que si sabía mucho sobre lealtad, por eso seguía a la vampira a sus excursiones inusuales en las Catacumbas, refugiándose durante el día en alguna parte de la ciudad. Leto siempre le llevaba las noticias pertinentes del exterior, algo bastante bueno, y ahora mucho más.
¡Bien! Tenía que reconocer que no se esperaba que Gaspard fuera a aceptar esa pequeña colaboración. Leto no se negaría, aunque con ese orgullo que se cargaba, quizás iba a fingir pensárselo mucho. ¡No lo duden! El hecho de que él hubiera ofendido a Eloise-Átropos anteriormente, no tenía muy contenta a la rata. Pero eso no era obstáculo para su protectora, y menos en ese momento que estaba tan sosegada y era capaz de hablar con lógica. Y que mejor ejemplo que el hecho de que no estaba discutiendo con Gaspard de Grailly, sino que mantenía una conversación con él, revelándole, incluso, cosas de su pasado, cuando no quiso hacerlo antes. Y sí, lo hacía porque había cambiado de opinión y no por ser contradictoria. Ya conociéndolo mejor, incluyendo su imprevisible actitud, el humano se había ganado un porcentaje de su confianza; además, el hecho de que fuera un antisocial, le sumaba puntos extra, que aumentaron cuando escuchó con atención lo de su familia. ¡Con razón sabía tanto!
Aunque, en su caso particular, no recordaba con exactitud el nombre de aquel lugar de dónde provenía de Grailly. Tal vez por ignorancia, o porque en los libros que había tenido que estudiar, aquel sitio no fue para nada nombrado. Así que no podía hablar mucho sobre Aquitania; tampoco fingiría que sabía de qué le hablaba él, tal vez, si se animaba, le preguntaría sobre esa región; al menos aprendería algo nuevo, y a ella siempre le había gustado el conocimiento, por lo que no estaba nada mal que retomara ese pasatiempo suyo, el único que la hacía sentir alguien en el pasado.
—Comprendo. Veo que tampoco fuiste el único marginado —soltó, sin ahondar mucho en lo que dijo, porque aquello sólo escapó de sus labios como un reproche a su propio origen—. La familia es una farsa, porque no es algo que escojas, simplemente es como te toque, y en la mayoría de las veces, resulta un fiasco. Pero creo que se debe a que las personas no son suficientemente tolerantes como para pretender convivir con los demás. —Hizo una pausa breve, mientras se internaba entre las hileras de vides—. ¿Por qué decidiste huir? Además, ¿de dónde sacaste esa idea de robar tumbas?
Apareció frente a él, sin previo aviso, como lo había hecho en sus encuentros anteriores, aunque esta vez no era con la intención de atacarlo o molestarlo. Simplemente fue algo que quiso le nació. Y bueno, no era como si pudiera hacer mucho en aquel sitio, aparte de buscarle conversación (que se tornaba mucho más interesante, debía admitir). Aunque no pudo evitar fruncir el ceño ante el recuerdo de la magia, y mucho menos cuando la luna se asomaba con indiferencia entre algunas nubes que se desvanecían con las corrientes de aire.
—Helga me enseñó, diciéndome que me serviría en algún futuro. Lo hizo por un tiempo, pero terminé aceptando la inmortalidad, porque me obsesioné con la idea de destruir al gusano ese, pero aquello sólo empeoró las cosas —confesó al cabo de unos minutos, ni siquiera esperando una respuesta por parte de Gaspard—. Fue la magia la culpable de que acabara en las Catacumbas y que no pudiera extraviarme entre los túneles. Algo de provecho tenía que sacarle a ese caos... Por cierto, si ya crees que te aburre todo esto, puedes decírmelo. Supongo que ya los inquisidores se habrán marchado al no encontrar a nadie.
Claro, tampoco es que ahora, que si actuaba como una dama sensata, dejaría a un lado su lado más sádico, porque esa parte si la conservaba y le agradaba, era su as bajo la manga; aquella arma afilada que usaría en contra de quien se interpusiera en su camino. Estaba muy lejos de ser una persona corriente y bondadosa, eso podía saberlo hasta el más idiota, no hacía falta pensarlo mucho. Sin embargo, con esta presentación de Átropos, si era más sencillo lidiar, sin riesgos de morir en el primer intento. Es más, gracias a esa parte lógica que aún conservaba, esa rata Leto seguía con vida y se había convertido en una pequeña aliada. Era una cambiante joven que salvó de... ¡adivinen! Así es, de inquisidores. Una jovencita de rostro lánguido que poseía una audacia increíble, y que si sabía mucho sobre lealtad, por eso seguía a la vampira a sus excursiones inusuales en las Catacumbas, refugiándose durante el día en alguna parte de la ciudad. Leto siempre le llevaba las noticias pertinentes del exterior, algo bastante bueno, y ahora mucho más.
¡Bien! Tenía que reconocer que no se esperaba que Gaspard fuera a aceptar esa pequeña colaboración. Leto no se negaría, aunque con ese orgullo que se cargaba, quizás iba a fingir pensárselo mucho. ¡No lo duden! El hecho de que él hubiera ofendido a Eloise-Átropos anteriormente, no tenía muy contenta a la rata. Pero eso no era obstáculo para su protectora, y menos en ese momento que estaba tan sosegada y era capaz de hablar con lógica. Y que mejor ejemplo que el hecho de que no estaba discutiendo con Gaspard de Grailly, sino que mantenía una conversación con él, revelándole, incluso, cosas de su pasado, cuando no quiso hacerlo antes. Y sí, lo hacía porque había cambiado de opinión y no por ser contradictoria. Ya conociéndolo mejor, incluyendo su imprevisible actitud, el humano se había ganado un porcentaje de su confianza; además, el hecho de que fuera un antisocial, le sumaba puntos extra, que aumentaron cuando escuchó con atención lo de su familia. ¡Con razón sabía tanto!
Aunque, en su caso particular, no recordaba con exactitud el nombre de aquel lugar de dónde provenía de Grailly. Tal vez por ignorancia, o porque en los libros que había tenido que estudiar, aquel sitio no fue para nada nombrado. Así que no podía hablar mucho sobre Aquitania; tampoco fingiría que sabía de qué le hablaba él, tal vez, si se animaba, le preguntaría sobre esa región; al menos aprendería algo nuevo, y a ella siempre le había gustado el conocimiento, por lo que no estaba nada mal que retomara ese pasatiempo suyo, el único que la hacía sentir alguien en el pasado.
—Comprendo. Veo que tampoco fuiste el único marginado —soltó, sin ahondar mucho en lo que dijo, porque aquello sólo escapó de sus labios como un reproche a su propio origen—. La familia es una farsa, porque no es algo que escojas, simplemente es como te toque, y en la mayoría de las veces, resulta un fiasco. Pero creo que se debe a que las personas no son suficientemente tolerantes como para pretender convivir con los demás. —Hizo una pausa breve, mientras se internaba entre las hileras de vides—. ¿Por qué decidiste huir? Además, ¿de dónde sacaste esa idea de robar tumbas?
Apareció frente a él, sin previo aviso, como lo había hecho en sus encuentros anteriores, aunque esta vez no era con la intención de atacarlo o molestarlo. Simplemente fue algo que quiso le nació. Y bueno, no era como si pudiera hacer mucho en aquel sitio, aparte de buscarle conversación (que se tornaba mucho más interesante, debía admitir). Aunque no pudo evitar fruncir el ceño ante el recuerdo de la magia, y mucho menos cuando la luna se asomaba con indiferencia entre algunas nubes que se desvanecían con las corrientes de aire.
—Helga me enseñó, diciéndome que me serviría en algún futuro. Lo hizo por un tiempo, pero terminé aceptando la inmortalidad, porque me obsesioné con la idea de destruir al gusano ese, pero aquello sólo empeoró las cosas —confesó al cabo de unos minutos, ni siquiera esperando una respuesta por parte de Gaspard—. Fue la magia la culpable de que acabara en las Catacumbas y que no pudiera extraviarme entre los túneles. Algo de provecho tenía que sacarle a ese caos... Por cierto, si ya crees que te aburre todo esto, puedes decírmelo. Supongo que ya los inquisidores se habrán marchado al no encontrar a nadie.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Pero bueno, que le aspen, ¡resulta que estaba de acuerdo con Átropos-Eloise (le daba dolor de cabeza intentar decidirse por una de las dos) en algo! Si le hubieran dicho que eso era posible hacía, qué sabía él, un par de meses, simplemente diciéndole que era una vampiresa que estaba loca, no se lo habría creído, en absoluto. Y, bien, él sabía que lo de la mujer que tenía delante era algo más complicado que simplemente locura, porque haber cambiado tanto por la no presencia de un homúnculo aún no le terminaba de encajar bien, pero era una buena manera de simplificarlo, y lo prefería así que más complicado. Suficientemente mal se le daba interactuar con otros seres como para, encima, buscarse más dificultades de las necesarias. ¡No, gracias!
Aun así, estaba de acuerdo, y su cuerpo actuó antes de que lo hiciera su mente al asentir de forma aprobatoria con cada una de las palabras que ella dijo sobre la familia, una panda de seres que estaban relacionados por sangre y... ¿qué? ¿Es que el hecho de tener sangre en común con, digamos, un Inquisidor cambiaba el hecho de que éste seguía siendo un completo desconocido para él? Y no digamos ya con sus padres, que se habían limitado a ponerle el nombre y darle órdenes durante más de una década sin preocuparse de mucho más de lo que le pasara salvo si era de vida o muerte. Desde el principio se había tenido que buscar, Gaspard de Grailly, la vida por su propia cuenta; desde el principio le habían alienado, y a eso se había acostumbrado, nada más y nada menos.
Pero no había que sentir lástima por él, en absoluto, ya que si él mismo no la sentía, ¿para qué iba a molestarse otro en semejante pérdida de tiempo? Aparte de hiperactivo, el aquitano era un hombre práctico hasta el extremo, y en vez de lamentarse pensando que siempre había pasado desapercibido en su familia, había aprendido a pasar desapercibido a propósito en su vida y a usarlo para su propio beneficio, entre otras cosas para salvar el pellejo de sus muchos perseguidores. Además, y eso era algo no menos importante, esa independencia le había enseñado algo que muchos otros no poseían: introspección; gracias a esa introspección, se conocía a sí mismo estupendamente, y era bien consciente de sus limitaciones y talentos, de forma que podía usarlo en su favor cuanto quisiera.
No, en general no estaba nada disgustado con su pasado, aunque la palabra que ella había escogido (marginado) tuviera un tinte de lástima que no le gustaba un pelo. Si se hubiera tratado de la Átropos a la que se había acostumbrado, Gaspard habría pensado que la había utilizado para burlarse porque esa era la dinámica que habían tenido al inicio y a la que se había acostumbrado a base de varios encuentros en los que él había decidido cuanto había podido, pero siempre menos de lo que le habría gustado. Sin embargo, era muy consciente de que se trataba de Eloise, la versión cuerda y principesca (de eso no se iba a olvidar) de Átropos, y ella no lo había dicho con particular crueldad, sino como una mera observación, y ya. Ah, a veces echaba de menos la violencia verbal con la otra ella...
Pero de entre las muchas ventajas que tenía que ella se comportara de forma incluso razonable (hasta para él, que con lo irreverente que era no podía llamarse casi nunca razonable a sí mismo), no sentir que su integridad física corría un peligro constante era una de las más importantes, a su juicio. Bien, claro, seguía tratándose de una vampiresa y sólo por eso era peligrosa; además, seguía siendo la vampiresa que no lo quería muerto porque lo entretenía, de una manera u otra, pero que difícilmente controlaba su fuerza, y mucho menos las decisiones que tomaba, pero aun así sentía cierta paz cuando trataba con ella con la cabeza amueblada, y eso era... raro. Incómodo, en cierto modo, para un tipo hiperactivo, pero bueno, ¿qué podía hacerlo? Lo bueno superaba a lo malo, así que se aguantaría.
– Las viñas no me aburren, nunca lo han hecho, por eso aguanté tanto tiempo. – respondió, ignorando deliberadamente la otra pregunta implícita que había hecho Eloise: ¿lo aburría ella? Sin embargo, que no respondiera con palabras no significaba que no lo hiciera con hechos; a fin de cuentas, Gaspard seguía allí, ¿no? Si se aburriera, como ya le había sucedido al verla en las Catacumbas en más de una ocasión, se habría marchado, sobre todo si no había nada que lo atara a aquel lugar y tenía la libertad y la capacidad de tomar esa decisión si le apetecía. Era muy sencillo, en realidad: si seguía ahí, sería porque él quería, ¿no? No era un hombre que buscara quedar bien, y mucho menos con ella, así que ahí estaba su respuesta.
– La magia tal vez podría haberlo solucionado si era lo suficientemente oscura, pero la inmortalidad lo ligó a ti para siempre. – dedujo, acariciándose la barbilla, atravesada a su vez por una cicatriz que hacía mucho que se había hecho. No necesitó confirmación de ella para saber que era cierto, y por eso continuó. – Pero ahora el homúnculo no está, incluso si se supone que estaba pegado a ti para la eternidad, así que me pregunto si quizá eso sea también cosa de magia, como lo de que puedas guiarte tan bien por las Catacumbas. – continuó, y entonces la miró, recordando que le había hecho una pregunta que no tenía por qué no contestar, pues, total, ¿qué más daba? No es que su vida fuera un secreto.
– Tenía quince años. Toda mi vida trabajando en los viñedos de un pueblo pequeño, recibiendo clases del cura del pueblo, viendo a mis hermanos mayores e incluso menores hacer su vida de forma independiente y yo, el más independiente de todos, atado al campo. Imagina qué clase de efecto tuvo eso en mí. – resumió, estirando un dedo por cada argumento que dio. Pese a no necesitar ambas manos, de sobra era sabido a esas alturas que Gaspard no podía estarse quieto, así que la otra mano amagó con hacer los mismos gestos que Gaspard había estado haciendo con la dominante para ilustrar su argumento.
– Estaba harto. Y el impulso que necesité fue descubrir que había algo más que humanos como yo en este mundo; en cuanto lo averigüé, quise descubrir más y para ello me marché. – continuó, y su vista bajó a los anillos de tinta que cubrían sus antebrazos, muy significativos dentro de la conversación aunque ella no tuviera ni idea de cuánto o de por qué. – Y en cuanto a lo demás, era un crío y me junté con maleantes de lo peorcito. ¿Cómo no sacar una idea así de turbia de esa gente? – finalizó, encogiéndose de hombros.
Aun así, estaba de acuerdo, y su cuerpo actuó antes de que lo hiciera su mente al asentir de forma aprobatoria con cada una de las palabras que ella dijo sobre la familia, una panda de seres que estaban relacionados por sangre y... ¿qué? ¿Es que el hecho de tener sangre en común con, digamos, un Inquisidor cambiaba el hecho de que éste seguía siendo un completo desconocido para él? Y no digamos ya con sus padres, que se habían limitado a ponerle el nombre y darle órdenes durante más de una década sin preocuparse de mucho más de lo que le pasara salvo si era de vida o muerte. Desde el principio se había tenido que buscar, Gaspard de Grailly, la vida por su propia cuenta; desde el principio le habían alienado, y a eso se había acostumbrado, nada más y nada menos.
Pero no había que sentir lástima por él, en absoluto, ya que si él mismo no la sentía, ¿para qué iba a molestarse otro en semejante pérdida de tiempo? Aparte de hiperactivo, el aquitano era un hombre práctico hasta el extremo, y en vez de lamentarse pensando que siempre había pasado desapercibido en su familia, había aprendido a pasar desapercibido a propósito en su vida y a usarlo para su propio beneficio, entre otras cosas para salvar el pellejo de sus muchos perseguidores. Además, y eso era algo no menos importante, esa independencia le había enseñado algo que muchos otros no poseían: introspección; gracias a esa introspección, se conocía a sí mismo estupendamente, y era bien consciente de sus limitaciones y talentos, de forma que podía usarlo en su favor cuanto quisiera.
No, en general no estaba nada disgustado con su pasado, aunque la palabra que ella había escogido (marginado) tuviera un tinte de lástima que no le gustaba un pelo. Si se hubiera tratado de la Átropos a la que se había acostumbrado, Gaspard habría pensado que la había utilizado para burlarse porque esa era la dinámica que habían tenido al inicio y a la que se había acostumbrado a base de varios encuentros en los que él había decidido cuanto había podido, pero siempre menos de lo que le habría gustado. Sin embargo, era muy consciente de que se trataba de Eloise, la versión cuerda y principesca (de eso no se iba a olvidar) de Átropos, y ella no lo había dicho con particular crueldad, sino como una mera observación, y ya. Ah, a veces echaba de menos la violencia verbal con la otra ella...
Pero de entre las muchas ventajas que tenía que ella se comportara de forma incluso razonable (hasta para él, que con lo irreverente que era no podía llamarse casi nunca razonable a sí mismo), no sentir que su integridad física corría un peligro constante era una de las más importantes, a su juicio. Bien, claro, seguía tratándose de una vampiresa y sólo por eso era peligrosa; además, seguía siendo la vampiresa que no lo quería muerto porque lo entretenía, de una manera u otra, pero que difícilmente controlaba su fuerza, y mucho menos las decisiones que tomaba, pero aun así sentía cierta paz cuando trataba con ella con la cabeza amueblada, y eso era... raro. Incómodo, en cierto modo, para un tipo hiperactivo, pero bueno, ¿qué podía hacerlo? Lo bueno superaba a lo malo, así que se aguantaría.
– Las viñas no me aburren, nunca lo han hecho, por eso aguanté tanto tiempo. – respondió, ignorando deliberadamente la otra pregunta implícita que había hecho Eloise: ¿lo aburría ella? Sin embargo, que no respondiera con palabras no significaba que no lo hiciera con hechos; a fin de cuentas, Gaspard seguía allí, ¿no? Si se aburriera, como ya le había sucedido al verla en las Catacumbas en más de una ocasión, se habría marchado, sobre todo si no había nada que lo atara a aquel lugar y tenía la libertad y la capacidad de tomar esa decisión si le apetecía. Era muy sencillo, en realidad: si seguía ahí, sería porque él quería, ¿no? No era un hombre que buscara quedar bien, y mucho menos con ella, así que ahí estaba su respuesta.
– La magia tal vez podría haberlo solucionado si era lo suficientemente oscura, pero la inmortalidad lo ligó a ti para siempre. – dedujo, acariciándose la barbilla, atravesada a su vez por una cicatriz que hacía mucho que se había hecho. No necesitó confirmación de ella para saber que era cierto, y por eso continuó. – Pero ahora el homúnculo no está, incluso si se supone que estaba pegado a ti para la eternidad, así que me pregunto si quizá eso sea también cosa de magia, como lo de que puedas guiarte tan bien por las Catacumbas. – continuó, y entonces la miró, recordando que le había hecho una pregunta que no tenía por qué no contestar, pues, total, ¿qué más daba? No es que su vida fuera un secreto.
– Tenía quince años. Toda mi vida trabajando en los viñedos de un pueblo pequeño, recibiendo clases del cura del pueblo, viendo a mis hermanos mayores e incluso menores hacer su vida de forma independiente y yo, el más independiente de todos, atado al campo. Imagina qué clase de efecto tuvo eso en mí. – resumió, estirando un dedo por cada argumento que dio. Pese a no necesitar ambas manos, de sobra era sabido a esas alturas que Gaspard no podía estarse quieto, así que la otra mano amagó con hacer los mismos gestos que Gaspard había estado haciendo con la dominante para ilustrar su argumento.
– Estaba harto. Y el impulso que necesité fue descubrir que había algo más que humanos como yo en este mundo; en cuanto lo averigüé, quise descubrir más y para ello me marché. – continuó, y su vista bajó a los anillos de tinta que cubrían sus antebrazos, muy significativos dentro de la conversación aunque ella no tuviera ni idea de cuánto o de por qué. – Y en cuanto a lo demás, era un crío y me junté con maleantes de lo peorcito. ¿Cómo no sacar una idea así de turbia de esa gente? – finalizó, encogiéndose de hombros.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Increíble, pero genuinamente cierto. Átropos estaba manteniendo una conversación corriente con, nada menos, que Gaspard de Grailly; es que no se podía creer, y mucho menos con los antecedentes que llevaban esos dos. Cuando se atacaron de manera constante, haciéndose daño de cualquier forma, insultándose, luchando por saber quién era más caótico... en fin, que tenían una relación peculiar, y desde un principio lo fue, algo que ninguno se esperaba (nunca, jamás en la vida). Y bien, lo que ocurría aquella vez no era simple casualidad o un teatro muy bien armado por parte de la vampira, en lo absoluto. Ella estaba siendo muy transparente con esa actitud que había tomado; no dejaba de ser un inminente peligro si se le provocaba en serio, pero se hallaba estable, y mucho... Hasta Gaspard se encontraba sorprendido de aquel cambio, aunque, claro, igual conservaba sus dudas, en especial, porque por su culpa casi muere en las Catacumbas. Bueno, más culpa del homúnculo que de Átropos, ahora Eloise, o Eloise-Átropos... como quieran llamarla, que el seudónimo es lo de menos.
Y continuando con la escena, con las sorpresas, y con la curiosa situación, lo que Eloise-Átropos no se esperaba, en lo más mínimo, era que Gaspard fuera a contarle más cosas de las que consideró. Ella sí había decidido hablar más de la cuenta, porque sentía deseos de hacerlo; porque necesitaba tener a alguien a quien revelarle sus propias dudas, luego de haber estado tan sola en aquellas pútridas Catacumbas (bueno, estaba Leto, pero la rata vivía paseando por media ciudad y... esa ya es otra historia). Era raro, hasta para sí misma, porque nunca se imaginó que iba a poder retomar las riendas de su mente luego de tanto tiempo. Y no, tampoco culpaba a su sire, porque él, bueno estaba loco, pero quien la atormentaba de manera constante con su estúpida voz era el gusano sin identidad. Sencillamente no podía concentrarse en sus movimientos, ¡en nada! No obstante, ahora si tenía ese poder y le gustaba. Se sentía en perfectas condiciones, y a quien debía agradecerle era a ese humano. Sí, a Gaspard de Grailly... para su sorpresa.
Aunque, mientras lo escuchaba con atención, una duda le surgió: ¿y si el homúnculo decidía atacar de nuevo y ella terminaba desquiciada como antes? La idea le frustró y se le notó en el semblante, incluso en la oscuridad de sus ojos. No se trataba de miedo, sino de un fastidio que le generaba un resquemor terrible. ¡No quería que regresara! Lo odiaba, le molestaba en proporciones bíblicas, y ella estaba muy bien así, con esa capacidad de razonar y de no cometer actos a lo tonto. Eloise-Átropos se quedó pasmada en su lugar, sin saber exactamente qué hacer o qué decir ante aquel ataque nada gratuito de su pensamiento. Pero recordó que no se encontraba sola, que ahí se hallaba Gaspard, quien de seguro esperaría alguna respuesta de su parte.
—Yo no quiero que regrese... no otra vez — reveló, sin poder contenerse, y mucho menos cuando se planteaba algo un tanto ruin con respecto a ese tema—. La magia no fue solución, porque él nació de ella, estoy segura, pero Helga no habló mucho sobre el tema. Apenas recuerdo que Luisa decía algo sobre arrepentimiento y... ahora que lo pienso mejor, hay algo más detrás de todo eso. Cosas que me oculta ese desgraciado. Ni siquiera mi creador pudo detenerlo —habló con amargura, mientras observaba el cielo nocturno, porque era incapaz de sostenerle la mirada a Gaspard—. Es detestable. En fin...
Cuando decidió mirarlo, le puso más atención a aquellas marcas de tinta que tenía alrededor de sus antebrazos. Pudo notar, incluso, que debían tener algún significado para él, y mucho más con todo lo que le había dicho. Era como si aquello enfatizara por completo su historia, así como la cosa esa que ella tenía en su nuca, que de no haber existido, habría sucedido a Enrique III de Francia o algo así. Tampoco le interesaba demasiado el tema de la realeza, porque, ¡qué aburridos que eran! Más que estar sola en las Catacumbas. Oh, ese maldito lugar le recordó cosas desagradables, las mismas que giraban en torno a esa peculiar conversación. Y, a pesar de no haberle hallado respuestas a todas sus preguntas, tenía que tomar en cuenta una decisión de último momento. Pero necesitaba a Gaspard una vez más, y por eso se le acercó. Irrumpió en su espacio personal, y no de la manera en que lo había hecho antes, esta vez sostuvo su rostro con una delicadeza impropia de ella.
—Necesito que me prometas algo, aunque no sea de tu gusto hacer esas cosas —murmuró, acercándose al punto de poder sentir su aliento contra sus propios labios—. Si el gusano regresa... acaba conmigo.
Pudo haber continuado con su petición, pero tuvo que dejarla a medias. ¡Malditos inquisidores! ¿Qué no se cansaban de arruinarlo todo? No, por supuesto que no. Ay, eran peor que el bicho ese que decía ser su hermano, al que ya no quería recordar de ninguna manera.
—Están cerca. Salgamos de aquí —no había terminado de decir aquello cuando lo jaló de la mano y lo condujo a través de los vides—. Y no te olvides de lo que te pedí. Busquemos a la rata, de seguro me siguió, estaba conmigo hasta que apareciste. Quizás haya averiguado algo...
Y continuando con la escena, con las sorpresas, y con la curiosa situación, lo que Eloise-Átropos no se esperaba, en lo más mínimo, era que Gaspard fuera a contarle más cosas de las que consideró. Ella sí había decidido hablar más de la cuenta, porque sentía deseos de hacerlo; porque necesitaba tener a alguien a quien revelarle sus propias dudas, luego de haber estado tan sola en aquellas pútridas Catacumbas (bueno, estaba Leto, pero la rata vivía paseando por media ciudad y... esa ya es otra historia). Era raro, hasta para sí misma, porque nunca se imaginó que iba a poder retomar las riendas de su mente luego de tanto tiempo. Y no, tampoco culpaba a su sire, porque él, bueno estaba loco, pero quien la atormentaba de manera constante con su estúpida voz era el gusano sin identidad. Sencillamente no podía concentrarse en sus movimientos, ¡en nada! No obstante, ahora si tenía ese poder y le gustaba. Se sentía en perfectas condiciones, y a quien debía agradecerle era a ese humano. Sí, a Gaspard de Grailly... para su sorpresa.
Aunque, mientras lo escuchaba con atención, una duda le surgió: ¿y si el homúnculo decidía atacar de nuevo y ella terminaba desquiciada como antes? La idea le frustró y se le notó en el semblante, incluso en la oscuridad de sus ojos. No se trataba de miedo, sino de un fastidio que le generaba un resquemor terrible. ¡No quería que regresara! Lo odiaba, le molestaba en proporciones bíblicas, y ella estaba muy bien así, con esa capacidad de razonar y de no cometer actos a lo tonto. Eloise-Átropos se quedó pasmada en su lugar, sin saber exactamente qué hacer o qué decir ante aquel ataque nada gratuito de su pensamiento. Pero recordó que no se encontraba sola, que ahí se hallaba Gaspard, quien de seguro esperaría alguna respuesta de su parte.
—Yo no quiero que regrese... no otra vez — reveló, sin poder contenerse, y mucho menos cuando se planteaba algo un tanto ruin con respecto a ese tema—. La magia no fue solución, porque él nació de ella, estoy segura, pero Helga no habló mucho sobre el tema. Apenas recuerdo que Luisa decía algo sobre arrepentimiento y... ahora que lo pienso mejor, hay algo más detrás de todo eso. Cosas que me oculta ese desgraciado. Ni siquiera mi creador pudo detenerlo —habló con amargura, mientras observaba el cielo nocturno, porque era incapaz de sostenerle la mirada a Gaspard—. Es detestable. En fin...
Cuando decidió mirarlo, le puso más atención a aquellas marcas de tinta que tenía alrededor de sus antebrazos. Pudo notar, incluso, que debían tener algún significado para él, y mucho más con todo lo que le había dicho. Era como si aquello enfatizara por completo su historia, así como la cosa esa que ella tenía en su nuca, que de no haber existido, habría sucedido a Enrique III de Francia o algo así. Tampoco le interesaba demasiado el tema de la realeza, porque, ¡qué aburridos que eran! Más que estar sola en las Catacumbas. Oh, ese maldito lugar le recordó cosas desagradables, las mismas que giraban en torno a esa peculiar conversación. Y, a pesar de no haberle hallado respuestas a todas sus preguntas, tenía que tomar en cuenta una decisión de último momento. Pero necesitaba a Gaspard una vez más, y por eso se le acercó. Irrumpió en su espacio personal, y no de la manera en que lo había hecho antes, esta vez sostuvo su rostro con una delicadeza impropia de ella.
—Necesito que me prometas algo, aunque no sea de tu gusto hacer esas cosas —murmuró, acercándose al punto de poder sentir su aliento contra sus propios labios—. Si el gusano regresa... acaba conmigo.
Pudo haber continuado con su petición, pero tuvo que dejarla a medias. ¡Malditos inquisidores! ¿Qué no se cansaban de arruinarlo todo? No, por supuesto que no. Ay, eran peor que el bicho ese que decía ser su hermano, al que ya no quería recordar de ninguna manera.
—Están cerca. Salgamos de aquí —no había terminado de decir aquello cuando lo jaló de la mano y lo condujo a través de los vides—. Y no te olvides de lo que te pedí. Busquemos a la rata, de seguro me siguió, estaba conmigo hasta que apareciste. Quizás haya averiguado algo...
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Hasta aquel momento, para Gaspard había habido unas cuantas cosas muy claras, y entre ellas se encontraba la idea de que la vulnerabilidad siempre era equivalente a la debilidad, nada más y nada menos. Precisamente por eso, el aquitano, que era lo contrario a débil en cualquier sentido posible, y bastaba poco más que un vistazo a su cuerpo musculoso para darse cuenta de ello, nunca había querido mostrarse así, y de hecho se había rebelado contra siquiera sentirse así, para ahorrarse aún más trabajo. Átropos podía dar fe (Átropos, que no Eloise; ya conocía bien la diferencia, para su... ¿desgracia? ¿Fortuna? Quién sabía) de que ni siquiera cuando había estado mal, muy mal, como en las Catacumbas la última vez, había sido vulnerable; así era Gaspard, y así se lo hemos contado.
Sin embargo, a ella la vio vulnerable, y la palabra que le vino a la mente no fue débil, sino simplemente asustada. ¿Podía culparla, acaso? Bueno, no, pero tampoco vaya a emocionarse nadie porque tampoco podía entenderla más allá de lo teórico: sabía, porque lo había vivido, que el homúnculo era un dolor de cabeza constante, y su ausencia había convertido a Átropos en Eloise, pero ya. A menos que estuviera dentro de la cabecita de la vampiresa, y ya había demasiada gente allí dentro para su gusto (así que no, muchas gracias pero no), no lo podría saber nunca, pero entendía que quisiera librarse y temiera el retorno del homúnculo sin más rostro que el de su nuca, así como su vulnerabilidad.
¡Ya está, lo había admitido, pasemos página! Él lo hizo, sí, sólo para encontrarse con que Eloise se le había puesto tan cerca que casi podría haberla besado, pero no tuvo la menor intención de hacerlo porque ella habló para demostrar que su juicio seguía podrido aunque no hubiera homúnculo a la vista y eso, la verdad, le cortó todo el posible calor que hubiera podido llegar a sentir. ¡Demonios, Eloise, no! Si realmente quería seducir a Gaspard, y a aquellas alturas de Grailly no tenía muy claro si eso era lo que ella quería o era un efecto secundario de comportarse con cierta lógica, con debilidad no era la manera, para nada, en absoluto, ¡no y no! ¿Acaso no era obvio viendo cómo era él, cómo se comportaba y cómo se había mostrado ante ella desde el inicio...?
Pues resultaba que no, y Gaspard se empeñó en demostrarlo de la mejor manera que se le ocurrió: moviéndose a su manera, sin parar y con el caos controlado que era su personalidad la mayor parte del tiempo. Así pues, Gaspard la cogió del brazo, como había hecho en el cementerio, y sin dejar de farfullar por lo bajo contra la maldita Inquisición y la madre que los había parido a todos, se largó del viñedo con toda la desgana posible. ¿Qué podía decir al respecto? Era su infancia, las viñas eran su vida y una de las pocas cosas en las que era un absoluto experto; se sentía cómodo a su alrededor, y tener que marcharse porque los fanáticos pesados lo buscaban... en fin, no le hacía gracia. Más o menos estaba a la par con lo poco que le gustaba la debilidad ajena, en especial la de Eloise, para que el lector se haga a la idea de cuán poco le gustaba.
Como un auténtico conocedor del barrio de Montmarte, aunque su área de más conocimiento fuera el cementerio y como mucho sus alrededores más inmediatos, Gaspard callejeó entre los edificios y sus huecos, que apenas eran suficiente para llamarlos callejones porque no cabían sino uno detrás del otro, desde luego no en paralelo. Hasta él, que no tenía los sentidos de un vampiro pese a que algo de la sangre de Átropos aún estuviera en su interior, se daba cuenta de que los seguían, y no se debía tanto al aviso de Eloise como a su instinto de cazador, fruto de una enseñanza tan buena que su maestro podía estar orgulloso hasta si en su día hubiera pensado que todo caía en saco roto cuando se trataba de Gaspard.
A base de requiebros, pasos rápidos combinados con un ritmo lento, y básicamente un caos constante a la hora de avanzar, Gaspard supo que los había perdido por el momento más o menos cuando se alejó de Montmartre y llegaron a la zona de la prisión Saint-Lazare, donde él creía que no los buscarían. ¿A quién, inquisidor o no, se le ocurriría ir a una antigua leprosería reconvertida en prisión, aunque ellos solamente estuvieran ocultándose en las sombras del gran edificio que se encontraba cerca, pero no tanto, de Montmartre? Sólo a una inmortal y a un tipo al que le daban igual muchas cosas, pero el tipo en cuestión no creía que los inquisidores fueran a meter las narices en la justicia civil, así que, por lo pronto, a salvo estaban.
– No acabaré contigo, acabaré con él. – replicó, tan firme como serio, porque no tenía la menor intención de fomentar la autocompasión que Eloise sentía por sí misma, en absoluto. – Busca a la rata si quieres, yo tenía como prioridad largarme de Montmarte, así que aquí estamos. No pienso prometerte nada, y menos matarte, ¿no te has dado cuenta de que los vampiros sois difíciles de aniquilar, a estas alturas? Además, a ti no te odio del todo, a él sí. – admitió, aunque por descontado no iba a meterse a tratar de desentrañar lo que sí sentía por ella que no era odio, para nada. Demasiado complicado para un antisocial como él. – En fin, si nació con magia, con magia lo liquidaremos. – aseguró, y por fin calló, sin ganas de hablar más (como era habitual en él, por otro lado).
Sin embargo, a ella la vio vulnerable, y la palabra que le vino a la mente no fue débil, sino simplemente asustada. ¿Podía culparla, acaso? Bueno, no, pero tampoco vaya a emocionarse nadie porque tampoco podía entenderla más allá de lo teórico: sabía, porque lo había vivido, que el homúnculo era un dolor de cabeza constante, y su ausencia había convertido a Átropos en Eloise, pero ya. A menos que estuviera dentro de la cabecita de la vampiresa, y ya había demasiada gente allí dentro para su gusto (así que no, muchas gracias pero no), no lo podría saber nunca, pero entendía que quisiera librarse y temiera el retorno del homúnculo sin más rostro que el de su nuca, así como su vulnerabilidad.
¡Ya está, lo había admitido, pasemos página! Él lo hizo, sí, sólo para encontrarse con que Eloise se le había puesto tan cerca que casi podría haberla besado, pero no tuvo la menor intención de hacerlo porque ella habló para demostrar que su juicio seguía podrido aunque no hubiera homúnculo a la vista y eso, la verdad, le cortó todo el posible calor que hubiera podido llegar a sentir. ¡Demonios, Eloise, no! Si realmente quería seducir a Gaspard, y a aquellas alturas de Grailly no tenía muy claro si eso era lo que ella quería o era un efecto secundario de comportarse con cierta lógica, con debilidad no era la manera, para nada, en absoluto, ¡no y no! ¿Acaso no era obvio viendo cómo era él, cómo se comportaba y cómo se había mostrado ante ella desde el inicio...?
Pues resultaba que no, y Gaspard se empeñó en demostrarlo de la mejor manera que se le ocurrió: moviéndose a su manera, sin parar y con el caos controlado que era su personalidad la mayor parte del tiempo. Así pues, Gaspard la cogió del brazo, como había hecho en el cementerio, y sin dejar de farfullar por lo bajo contra la maldita Inquisición y la madre que los había parido a todos, se largó del viñedo con toda la desgana posible. ¿Qué podía decir al respecto? Era su infancia, las viñas eran su vida y una de las pocas cosas en las que era un absoluto experto; se sentía cómodo a su alrededor, y tener que marcharse porque los fanáticos pesados lo buscaban... en fin, no le hacía gracia. Más o menos estaba a la par con lo poco que le gustaba la debilidad ajena, en especial la de Eloise, para que el lector se haga a la idea de cuán poco le gustaba.
Como un auténtico conocedor del barrio de Montmarte, aunque su área de más conocimiento fuera el cementerio y como mucho sus alrededores más inmediatos, Gaspard callejeó entre los edificios y sus huecos, que apenas eran suficiente para llamarlos callejones porque no cabían sino uno detrás del otro, desde luego no en paralelo. Hasta él, que no tenía los sentidos de un vampiro pese a que algo de la sangre de Átropos aún estuviera en su interior, se daba cuenta de que los seguían, y no se debía tanto al aviso de Eloise como a su instinto de cazador, fruto de una enseñanza tan buena que su maestro podía estar orgulloso hasta si en su día hubiera pensado que todo caía en saco roto cuando se trataba de Gaspard.
A base de requiebros, pasos rápidos combinados con un ritmo lento, y básicamente un caos constante a la hora de avanzar, Gaspard supo que los había perdido por el momento más o menos cuando se alejó de Montmartre y llegaron a la zona de la prisión Saint-Lazare, donde él creía que no los buscarían. ¿A quién, inquisidor o no, se le ocurriría ir a una antigua leprosería reconvertida en prisión, aunque ellos solamente estuvieran ocultándose en las sombras del gran edificio que se encontraba cerca, pero no tanto, de Montmartre? Sólo a una inmortal y a un tipo al que le daban igual muchas cosas, pero el tipo en cuestión no creía que los inquisidores fueran a meter las narices en la justicia civil, así que, por lo pronto, a salvo estaban.
– No acabaré contigo, acabaré con él. – replicó, tan firme como serio, porque no tenía la menor intención de fomentar la autocompasión que Eloise sentía por sí misma, en absoluto. – Busca a la rata si quieres, yo tenía como prioridad largarme de Montmarte, así que aquí estamos. No pienso prometerte nada, y menos matarte, ¿no te has dado cuenta de que los vampiros sois difíciles de aniquilar, a estas alturas? Además, a ti no te odio del todo, a él sí. – admitió, aunque por descontado no iba a meterse a tratar de desentrañar lo que sí sentía por ella que no era odio, para nada. Demasiado complicado para un antisocial como él. – En fin, si nació con magia, con magia lo liquidaremos. – aseguró, y por fin calló, sin ganas de hablar más (como era habitual en él, por otro lado).
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Pero, ¿qué le había acabado de pedir? Oh sí, era una estúpida que rebasaba los límites de la ineptitud de cualquier especie en la faz de la tierra, incluso del universo, si es que existían otras criaturas más allá de las fronteras de la Tierra. ¡Claro! Todo se debía al estado deplorable en que la había dejado el bicho ese de su cabeza, del que ni siquiera sabía su origen. ¿Por qué demonios estaba ahí? De seguro Helga tendría algo que ver, más allá de usar magia porque sí, porque le salió del fondo de su pútrida existencia. La rabia (y esta vez era en serio, como la que había sentido estando con la cabeza hecha un caos) empezaba a hervirle lentamente en su interior. La indignación, mezclada con ese sentimiento de autocompasión, le estaba revolviendo todo por dentro. Era, quizás, una suerte que en ese momento fuese la Eloise de antaño y podía pensar con claridad, para así medir sus acciones de manera adecuada. Aunque, no dejaría de ser una bastarda, porque eso sí que no iba a cambiar, en lo más mínimo. Y mucho menos cuando su orgullo había sido tan mancillado.
Aun así, no dejaba de temer que ese sucio espectro regresara para atormentarla. ¡Ella quería estar así! Sin demasiadas complicaciones mentales; extrañaba su capacidad de análisis, de actuar siempre bajo una razón justificada y no por el cochino instinto del momento. ¡Qué impotencia! Si tan sólo pudiera arrancárselo de la nuca. Eso sería más factible que estar pidiendo como una imbécil que la mataran, ¡como si tuviera razones para deshacerse de su existencia tan así! Vale, Eloise-Átropos se había arrepentido de haber pedido eso, y todo debido a los nervios de perder la voluntad sobre misma. ¡Eso era lo que realmente lamentaba! No podía tener otra explicación. Claro, antes logró acorralar a su hermano, pero el último incidente en las Catacumbas le demostró que él podía invertir los resultados; sólo tenía qué precisar el momento adecuado. ¡Y existía un culpable! Ahora si podía decirlo con toda la ira que iba haciéndose paso en su interior: Maldito seas, Gaspard de Grailly...
¿Y antes había sentido deseos de agradecerle? ¡Menuda ciega, tonta y falta de sentido común! Bueno, le ayudó a alejar al gusano sin identidad, pero ella era la hermana, y bien sabía que ese bicho regresaría, y ahora con más razón: ambos querían descubrir la verdad sobre las intenciones que tuvo Helga en el pasado. Porque sí, aunque a Eloise-Átropos no le agradara en lo absoluto, esa cosa había estado ligada a ella desde que se encontraba en el vientre de su querida madre Luisa, así que... ciertamente, buscaban respuestas. Sin embargo, ella no las quería hallar con él, aunque no tenía muchas alternativas. ¡Malditas decisiones difíciles! La tenían tan liada y fuera de contexto, que ni prestó atención hacia dónde se dirigía, mejor dicho, la dirigían, porque se encontraba con el humano ese, y bueno, así estaban ocurriendo las cosas. Además, debía buscar a su pequeña Leto, a quien pidió que espiara a los inquisidores esos que ahora perseguían a Gaspard, no a ella.
Reconoció el lugar de inmediato, porque había estado un par de veces por ahí, pero de eso hace ya bastante tiempo. En fin, se estaban refugiando de los inquisidores (quienes continuaban siguiéndoles, su instinto no la engañaba), comportándose como personas corrientes más que como dos fugitivos (aunque ella ni tenía motivos para huir), y así de aburrido se volvió todo. Bien, no era aburrido, era molesto, porque ya quería largarse de ese lugar; no, no de ese lugar. Más bien, quería perder de vista a Gaspard. Por eso, su primera reacción fue zafarse de su agarre con brusquedad, así nada más, mientras observaba todo detenidamente. ¡Exacto! No había que ser adivino para saber qué pretendía Eloise-Átropos. Era evidentemente, huiría apenas él le diera la espalda. ¡Ya basta de tanta inmadurez de su parte! Tenía mejores cosas que hacer que andar con un humano mediocre al que le gustaba desenterrar muertos.
—¿Y cómo pretendes acabar con él? —inquirió, casi riéndose en su cara. ¡Es que no lo podía creer! Era un humano corriente enfrentándose a lo que posiblemente era un demonio atado a ella—. ¿Me lo vas a arrancar de la nuca? Oh, ya sé, ¿usarás tu sabio poder de los muertos para destruirlo? ¡Vaya tontería! —Negó, mientras cruzaba los brazos—. Liquidaremos me suena a muchas personas... ¿Y con magia? Eh, te recuerdo que acabo de decirte que aprendí eso mismo de Helga, ¿o ya te está fallando la memoria? Aparte de tener cero imaginación. Que aburrido.
¡Cuánta hostilidad, Eloise! Sí, fue intencional. No quería que metiera las narices en un asunto que era solamente suyo. Si alguien acabaría con el gusano, sería ella. Pero ella sola, sin ayuda de más nadie, porque no la necesitaba. Su homúnculo... su problema. Así de sencillo, no tenía que dar demasiadas explicaciones al respecto, ¡el mundo no las pedía! Se había valido por sí misma durante tantos años, ¿por qué cambiar de opinión justo ahora? Justo cuando tenía la cabeza bien organizada.
—Tienes razón —afirmó—. Iré por mi rata y todos felices.
Ni le dio tiempo a despedirse ni nada, porque ya se estaba marchando por otro lado, dejándolo con la palabra en la boca, ¡ni le dio tiempo de nada! Hizo lo que tuvo que haber hecho desde antes, no andar como una estúpida confundida con tonterías. Además, ¡no se lo merecía! Por eso se largó, y con mucha suerte de su lado, él no la siguió, ni la seguiría, o eso creyó. En fin, que le daba muy igual. Lo que no le dio igual fue haberse encontrado con esos mismos inquisidores (y casi suelta la risa al saber que eran sólo dos humanos comunes). Luego escuchó a Leto chillar muy de cerca. ¡Entonces si los había enviado el tal Lazet!
—¿Buscan a Gaspard de Grailly? Ah no, la pregunta es: ¿buscan al hermano de Lazet de Grailly? No me miren así, soy una informante. En fin, que está por allá. De nada —habló, valiéndose de su poder de persuasión para convencerlos con una facilidad innegable, señalando justo el sitio en donde se encontraba Gaspard—. Es un poco escurridizo. Suerte con eso.
Recogió a Leto del suelo, llevándosela en su hombro; al menos ya se había deshecho de los obstáculos principales. Nadie la detendría para lograr su misión esa noche: descubrir todo sobre Helga. Así que simplemente se apresuró a ir al sitio en donde empezó todo.
Aun así, no dejaba de temer que ese sucio espectro regresara para atormentarla. ¡Ella quería estar así! Sin demasiadas complicaciones mentales; extrañaba su capacidad de análisis, de actuar siempre bajo una razón justificada y no por el cochino instinto del momento. ¡Qué impotencia! Si tan sólo pudiera arrancárselo de la nuca. Eso sería más factible que estar pidiendo como una imbécil que la mataran, ¡como si tuviera razones para deshacerse de su existencia tan así! Vale, Eloise-Átropos se había arrepentido de haber pedido eso, y todo debido a los nervios de perder la voluntad sobre misma. ¡Eso era lo que realmente lamentaba! No podía tener otra explicación. Claro, antes logró acorralar a su hermano, pero el último incidente en las Catacumbas le demostró que él podía invertir los resultados; sólo tenía qué precisar el momento adecuado. ¡Y existía un culpable! Ahora si podía decirlo con toda la ira que iba haciéndose paso en su interior: Maldito seas, Gaspard de Grailly...
¿Y antes había sentido deseos de agradecerle? ¡Menuda ciega, tonta y falta de sentido común! Bueno, le ayudó a alejar al gusano sin identidad, pero ella era la hermana, y bien sabía que ese bicho regresaría, y ahora con más razón: ambos querían descubrir la verdad sobre las intenciones que tuvo Helga en el pasado. Porque sí, aunque a Eloise-Átropos no le agradara en lo absoluto, esa cosa había estado ligada a ella desde que se encontraba en el vientre de su querida madre Luisa, así que... ciertamente, buscaban respuestas. Sin embargo, ella no las quería hallar con él, aunque no tenía muchas alternativas. ¡Malditas decisiones difíciles! La tenían tan liada y fuera de contexto, que ni prestó atención hacia dónde se dirigía, mejor dicho, la dirigían, porque se encontraba con el humano ese, y bueno, así estaban ocurriendo las cosas. Además, debía buscar a su pequeña Leto, a quien pidió que espiara a los inquisidores esos que ahora perseguían a Gaspard, no a ella.
Reconoció el lugar de inmediato, porque había estado un par de veces por ahí, pero de eso hace ya bastante tiempo. En fin, se estaban refugiando de los inquisidores (quienes continuaban siguiéndoles, su instinto no la engañaba), comportándose como personas corrientes más que como dos fugitivos (aunque ella ni tenía motivos para huir), y así de aburrido se volvió todo. Bien, no era aburrido, era molesto, porque ya quería largarse de ese lugar; no, no de ese lugar. Más bien, quería perder de vista a Gaspard. Por eso, su primera reacción fue zafarse de su agarre con brusquedad, así nada más, mientras observaba todo detenidamente. ¡Exacto! No había que ser adivino para saber qué pretendía Eloise-Átropos. Era evidentemente, huiría apenas él le diera la espalda. ¡Ya basta de tanta inmadurez de su parte! Tenía mejores cosas que hacer que andar con un humano mediocre al que le gustaba desenterrar muertos.
—¿Y cómo pretendes acabar con él? —inquirió, casi riéndose en su cara. ¡Es que no lo podía creer! Era un humano corriente enfrentándose a lo que posiblemente era un demonio atado a ella—. ¿Me lo vas a arrancar de la nuca? Oh, ya sé, ¿usarás tu sabio poder de los muertos para destruirlo? ¡Vaya tontería! —Negó, mientras cruzaba los brazos—. Liquidaremos me suena a muchas personas... ¿Y con magia? Eh, te recuerdo que acabo de decirte que aprendí eso mismo de Helga, ¿o ya te está fallando la memoria? Aparte de tener cero imaginación. Que aburrido.
¡Cuánta hostilidad, Eloise! Sí, fue intencional. No quería que metiera las narices en un asunto que era solamente suyo. Si alguien acabaría con el gusano, sería ella. Pero ella sola, sin ayuda de más nadie, porque no la necesitaba. Su homúnculo... su problema. Así de sencillo, no tenía que dar demasiadas explicaciones al respecto, ¡el mundo no las pedía! Se había valido por sí misma durante tantos años, ¿por qué cambiar de opinión justo ahora? Justo cuando tenía la cabeza bien organizada.
—Tienes razón —afirmó—. Iré por mi rata y todos felices.
Ni le dio tiempo a despedirse ni nada, porque ya se estaba marchando por otro lado, dejándolo con la palabra en la boca, ¡ni le dio tiempo de nada! Hizo lo que tuvo que haber hecho desde antes, no andar como una estúpida confundida con tonterías. Además, ¡no se lo merecía! Por eso se largó, y con mucha suerte de su lado, él no la siguió, ni la seguiría, o eso creyó. En fin, que le daba muy igual. Lo que no le dio igual fue haberse encontrado con esos mismos inquisidores (y casi suelta la risa al saber que eran sólo dos humanos comunes). Luego escuchó a Leto chillar muy de cerca. ¡Entonces si los había enviado el tal Lazet!
—¿Buscan a Gaspard de Grailly? Ah no, la pregunta es: ¿buscan al hermano de Lazet de Grailly? No me miren así, soy una informante. En fin, que está por allá. De nada —habló, valiéndose de su poder de persuasión para convencerlos con una facilidad innegable, señalando justo el sitio en donde se encontraba Gaspard—. Es un poco escurridizo. Suerte con eso.
Recogió a Leto del suelo, llevándosela en su hombro; al menos ya se había deshecho de los obstáculos principales. Nadie la detendría para lograr su misión esa noche: descubrir todo sobre Helga. Así que simplemente se apresuró a ir al sitio en donde empezó todo.
Átropos- Vampiro Clase Baja
- Mensajes : 80
Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Y él cómo demonios iba a saber cómo terminar con el homúnculo del demonio, que le estaba dando más problemas casi a él que a ella? Desde luego, en proporción así era, porque Átropos llevaba toda su vida conviviendo con esa deformidad y ya se había tenido que acostumbrar, mientras que él no llevaba conociéndola ni un mes y ya había tenido que verse fastidiado por el maldito homúnculo en más de una ocasión. ¡Y aun así había intentado ayudar, en parte por puro egoísmo y en parte por ella! Pero, claro, lo había intentado sin éxito, ¿cómo iba a tenerlo si Gaspard de Grailly no era bueno con las personas? Al final, así había terminado: rabioso a más no poder.
¡Es que le veía cara de hechicero o qué demonios? Gaspard no tenía ni la más remota idea de magia, lo admitía, más allá de algún tratado teórico que hubiera podido leer en anticuarios a lo largo del tiempo o en volúmenes antiguos con los que le habían pagado por sus servicios, como si los códices en lenguas muertas pudieran servirle para poder llevarse comida al estómago. Incluso aunque les hubiera dedicado atención, y no era el caso, Gaspard no tenía el menor interés en meterse en ese tipo de asuntos: suficientes elementos sobrenaturales tenía en su vida con su atracción selectiva hacia los vampiros como para, encima, lidiar con magia negra. ¡Ni de broma, gracias!
Aun así, se lo había propuesto a Átropos porque sabía de bastantes hechiceros lo suficientemente oscuros para ser capaces de hacer algo así, y ¿cómo se lo había agradecido ella? Echándolo a los malditos inquisidores, por supuesto. Sería una mentira decir que Gaspard se quedó quieto de la pura indignación, no por eso (se sintió así, desde luego), sino porque era incapaz de quedarse quieto y ni siquiera entonces lo consiguió, más bien al contrario. Gracias a esos movimientos suyos tan acelerados, se olvidó de Átropos y se preparó con las armas que llevaba encima, más concretamente una daga, para enfrentarse a inquisidores con los que no quería ni hablar.
Poco le importaba si Lazet era su hermano o no, y mucho menos que los inquisidores quisieran capturarlo y no matarlo: para Gaspard, que había aprendido de muy joven que lo único que realmente poseía era su vida y estaba dispuesto a salvarla como fuera, los inquisidores eran una amenaza, y punto. Se trataba de una manera muy rígida de ver la vida, eso no iba a discutirlo porque era un hecho, pero le había ayudado a salvar el pellejo durante tantísimos años, más de una decena, que no iba a ponerse a pensar en aquel momento precisamente, y mucho menos estando enfadado. Maldita fuera Eloise, que a fin de cuentas no era tan diferente a Átropos como se pensaba, y malditos fueran todos los vampiros del mundo entero, que al parecer habían elegido París como lugar de juegos porque podían, igual que él.
Bien, Gaspard era un cazador, con lo cual se podía afirmar sin demasiado error que sus habilidades solían estar más o menos empatadas con las de los inquisidores no condenados (ahí, se temía, tenía poco que hacer salvo en lo relativo a aprovecharse de las debilidades de la raza de cada cual). Sin embargo, había un detalle que los inquisidores no estaban teniendo en cuenta, y era que, por mucho que Gaspard fuera semejante a ellos en sus mejores días, aquel no era de los mejores: estaba demasiado enfadado para andarse con sutilezas, y por tanto no tenía pensado controlarse en absoluto. El resultado, pues, sólo pudo ser el que fue: Gaspard los derrotó, dejándolos inconscientes y sangrantes a ambos, en cuestión de minutos, con varias heridas él mismo, satisfecho pero aún rabioso.
Por si se necesitan más detalles: ambos se le acercaron queriendo hablar, explicándole que un inquisidor de alto rango al que no se refirieron por su nombre requería de su presencia, y Gaspard se había negado. A continuación, ellos insistieron, y Gaspard los golpeó, con lo cual ellos le devolvieron el golpe y pronto se vieron enzarzados los tres en una pelea rápida y muy sucia (cortesía del aquitano) en la que Gaspard los acuchilló alguna vez en zonas no demasiado peligrosas y terminó por largarse. Fin de la historia, no demasiado complicado; con la mano en el costado, que sangraba, Gaspard comenzó a dirigirse hacia Eloise, que no se había alejado demasiado por puro morbo, seguramente.
– Jodida fulana. – siseó, molestó, y la golpeó en la nuca con el dorso de su mano, a la altura de donde se encontraba el homúnculo, absolutamente fuera de sí y tan lleno de enfado que apenas regía. – ¿Para eso intento ayudarte, eh? Desagradecida, basura. – continuó, y aunque no estaba gritando porque las autoridades de la prisión podían oírlos y Gaspard no tenía la menor intención de acabar entre rejas, su tono bajo fue lo suficientemente elocuente para que ella se diera cuenta de que no estaba bromeando, y de que se había enfadado como, hasta el momento, sólo había hecho con Átropos, y aún no con Eloise.
– Disfruta de tu rata, es la única maldita compañía que vas a tener. Lanzarme a unos inquisidores ha sido todo un detalle, ya veo que no eres tan distinta de Átropos como creía; da igual que estés más cuerda si sigues siendo absoluta mugre por dentro. – espetó, con rabia, pero al momento siguiente pareció calmarse por completo, y su cuerpo perdió parte de la tensión que había acumulado, incluso. Se quedó estirado, recto, digno sobre todo en contraposición a la traidora de ella, que lo miraba porque él la había increpado y a él no le podía dar más igual. – Ahórrate darle recuerdos a Leto de mi parte. Que os cunda. – se despidió, y entonces fue él quien se largó en dirección contraria, sólo que (¡ejem!) sin denunciarla a ningún inquisidor. ¡De nada!
¡Es que le veía cara de hechicero o qué demonios? Gaspard no tenía ni la más remota idea de magia, lo admitía, más allá de algún tratado teórico que hubiera podido leer en anticuarios a lo largo del tiempo o en volúmenes antiguos con los que le habían pagado por sus servicios, como si los códices en lenguas muertas pudieran servirle para poder llevarse comida al estómago. Incluso aunque les hubiera dedicado atención, y no era el caso, Gaspard no tenía el menor interés en meterse en ese tipo de asuntos: suficientes elementos sobrenaturales tenía en su vida con su atracción selectiva hacia los vampiros como para, encima, lidiar con magia negra. ¡Ni de broma, gracias!
Aun así, se lo había propuesto a Átropos porque sabía de bastantes hechiceros lo suficientemente oscuros para ser capaces de hacer algo así, y ¿cómo se lo había agradecido ella? Echándolo a los malditos inquisidores, por supuesto. Sería una mentira decir que Gaspard se quedó quieto de la pura indignación, no por eso (se sintió así, desde luego), sino porque era incapaz de quedarse quieto y ni siquiera entonces lo consiguió, más bien al contrario. Gracias a esos movimientos suyos tan acelerados, se olvidó de Átropos y se preparó con las armas que llevaba encima, más concretamente una daga, para enfrentarse a inquisidores con los que no quería ni hablar.
Poco le importaba si Lazet era su hermano o no, y mucho menos que los inquisidores quisieran capturarlo y no matarlo: para Gaspard, que había aprendido de muy joven que lo único que realmente poseía era su vida y estaba dispuesto a salvarla como fuera, los inquisidores eran una amenaza, y punto. Se trataba de una manera muy rígida de ver la vida, eso no iba a discutirlo porque era un hecho, pero le había ayudado a salvar el pellejo durante tantísimos años, más de una decena, que no iba a ponerse a pensar en aquel momento precisamente, y mucho menos estando enfadado. Maldita fuera Eloise, que a fin de cuentas no era tan diferente a Átropos como se pensaba, y malditos fueran todos los vampiros del mundo entero, que al parecer habían elegido París como lugar de juegos porque podían, igual que él.
Bien, Gaspard era un cazador, con lo cual se podía afirmar sin demasiado error que sus habilidades solían estar más o menos empatadas con las de los inquisidores no condenados (ahí, se temía, tenía poco que hacer salvo en lo relativo a aprovecharse de las debilidades de la raza de cada cual). Sin embargo, había un detalle que los inquisidores no estaban teniendo en cuenta, y era que, por mucho que Gaspard fuera semejante a ellos en sus mejores días, aquel no era de los mejores: estaba demasiado enfadado para andarse con sutilezas, y por tanto no tenía pensado controlarse en absoluto. El resultado, pues, sólo pudo ser el que fue: Gaspard los derrotó, dejándolos inconscientes y sangrantes a ambos, en cuestión de minutos, con varias heridas él mismo, satisfecho pero aún rabioso.
Por si se necesitan más detalles: ambos se le acercaron queriendo hablar, explicándole que un inquisidor de alto rango al que no se refirieron por su nombre requería de su presencia, y Gaspard se había negado. A continuación, ellos insistieron, y Gaspard los golpeó, con lo cual ellos le devolvieron el golpe y pronto se vieron enzarzados los tres en una pelea rápida y muy sucia (cortesía del aquitano) en la que Gaspard los acuchilló alguna vez en zonas no demasiado peligrosas y terminó por largarse. Fin de la historia, no demasiado complicado; con la mano en el costado, que sangraba, Gaspard comenzó a dirigirse hacia Eloise, que no se había alejado demasiado por puro morbo, seguramente.
– Jodida fulana. – siseó, molestó, y la golpeó en la nuca con el dorso de su mano, a la altura de donde se encontraba el homúnculo, absolutamente fuera de sí y tan lleno de enfado que apenas regía. – ¿Para eso intento ayudarte, eh? Desagradecida, basura. – continuó, y aunque no estaba gritando porque las autoridades de la prisión podían oírlos y Gaspard no tenía la menor intención de acabar entre rejas, su tono bajo fue lo suficientemente elocuente para que ella se diera cuenta de que no estaba bromeando, y de que se había enfadado como, hasta el momento, sólo había hecho con Átropos, y aún no con Eloise.
– Disfruta de tu rata, es la única maldita compañía que vas a tener. Lanzarme a unos inquisidores ha sido todo un detalle, ya veo que no eres tan distinta de Átropos como creía; da igual que estés más cuerda si sigues siendo absoluta mugre por dentro. – espetó, con rabia, pero al momento siguiente pareció calmarse por completo, y su cuerpo perdió parte de la tensión que había acumulado, incluso. Se quedó estirado, recto, digno sobre todo en contraposición a la traidora de ella, que lo miraba porque él la había increpado y a él no le podía dar más igual. – Ahórrate darle recuerdos a Leto de mi parte. Que os cunda. – se despidió, y entonces fue él quien se largó en dirección contraria, sólo que (¡ejem!) sin denunciarla a ningún inquisidor. ¡De nada!
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Qué demonios había hecho? ¡En serio! O sea, ¿qué culpa tenía Gaspard de lo que a ella le pasaba? Más bien estaba intentando ayudarla, o al menos esa era la primera impresión que cualquiera se llevaría. Incluso, la auxilió en las Catacumbas, cuando silenció por completo al homúnculo, logrando que ella pudiera recuperar el control de su mente luego de tantos años. Ah, pero la mejor forma de pagarle era esa: acusarlo con los inquisidores. Claro, fue en un momento de rabia oportuna, porque su orgullo era lo suficientemente enorme como para no querer que él se siguiera inmiscuyendo en sus asuntos; ya sabía suficiente, y no quería que se enterara de más cosas. ¿Por qué? Oh, ¿se sentiría vulnerable acaso? Desde luego que sí, ya que esa historia podría usarla perfectamente en su contra, ¿o no? Bien, Gaspard tampoco se veía como un sujeto al que le gustara chantajear con cosas así, él prefería usar otros medios, en caso de que estuviera muy fastidiado o molesto, algo que demostró desde un principio.
Si bien Gaspard de Grailly había sido el culpable de que el gusano sin identidad tomara el control por un breve período de tiempo, también se deshizo de su presencia, con dificultad, pero lo consiguió. ¡Tenía muchos sentimientos encontrados con respecto a él! Sin embargo (y ya habiendo recibido la información necesaria sobre aquellos inquisidores), si lo delató fue porque aquellos hombres no iban a hacerle nada, simplemente querían llevarlo con su hermano menor, que de seguro lo buscaría para algún beneficio, porque así era la familia, no podía esperarse menor cosa. Así que, sabiendo ese detalle, optó por marcharse, pues tenía un objetivo muy sustentado esa noche, y aunque la rabia iba haciéndose espacio en su interior, logró lidiar fácilmente con ella. ¡Debía controlar sus impulsos! Había hecho algo estúpido hacía escasos minutos, aun así, era algo justificado. Así es, a pesar de la molestia, guardaba una mínima preocupación por ese estúpido. Pero, ¿él lo tomaría de ese modo? De seguro que no, ¿y qué diablos importaba? Ahora se hallaba completamente centrada en su búsqueda, como si alguna fuerza mayor la condujera sin descanso.
¿Acaso sería el poder de ese hermano sobre ella? Eloise-Átropos aún continuaba atada a ese bicho, aunque ahora estuviera calladito, sin decir nada al respecto. ¡Y eso era peligroso! Precisamente por esa misma razón se había asustado antes, viéndose vulnerable y sosa, porque temía que él estuviera planeando algo muy ruin para cumplir con sus objetivos, ejerciendo algún poder sobre su voluntad sin que se percatara de ello. ¡Y pensaba Gaspard otra cosa! Ofreciéndole propuestas ridículas, en el amplio sentido de la palabra. No pudo evitar entornar la mirada al recordar sus palabras, ¡porque no tenía ni idea de nada! No sabía lo horrible que era estar junto con esa cosa, y ya lo había soportado por muchísimos años. Estaba harta, y hallaría la forma de arrancárselo de su cuerpo. Pero lo haría sola, sin la ayuda de más nadie, ni siquiera la de Gaspard de Grailly.
Eh, ¿por qué seguía pensando en ese imbécil? Cierto, porque sus sentidos la estaban alertando de que él, como era de esperarse, no aceptó la oferta de los inquisidores y prefirió enfrentarse a ellos. ¡Era un cabeza hueca! Y luego se enojaba con ella por nada, cuando la culpa era solamente suya. En fin, de seguro iba a tomar otra ruta, sintiéndose traicionado y molesto. Esperaba que sí, porque no tenía muchas ganas de continuar a su lado, no esa vez. Eloise-Átropos distaba mucho de la anterior en algunas cosas, y una de esas cosas era, desde luego, querer mantener a Gaspard lejos, a pesar de que una parte suya se negaba. ¡Tenía que aprender a tomar decisiones firmes! Luego terminaría arrepentida... Un momento, ¿por qué una parte de ella sí y la otra no?
Aquella interrogante fue lo suficientemente poderosa como para lograr que parara en seco; Leto chilló al notar aquel comportamiento repentino por parte de la vampira. Fue extraño, como si algo le estuviera oprimiendo el pecho, y ni por ser vampira podía evitar ese tipo de sensaciones tan propias de la ansiedad. Observó el largo trecho que la conduciría hacia su destino final, pero no se atrevía a dar un paso más, porque la confusión fue terrible, como si de repente se sintiera insegura, ¡pero tenía que mandar al diablo al gusano! ¿Y si era una trampa suya? Ciertamente se asustó. Sí, lo hizo, porque estamos hablando de la vampira cuerda, la verdadera persona que habitaba ese cuerpo: nada más que Eloise (recordemos que Átropos es el apodo de su propia locura y eso ha quedado ya más claro que el agua).
Tanta fue su abstracción que apenas se dio cuenta que Gaspard había aparecido tan lleno de rabia, que la golpeó justo en el lugar menos indicado (para desgracia de ambos... habiendo tantos puntos para descargar su ira). La rata Leto salió disparada hacia otro lado, incluso chillando de la pura molestia cuando Eloise-Átropos se llevó las manos a la cabeza, observando a Gaspard con cara de... ¿confundida? Así mismo era. Aún estaba apegada a sus ideas irracionales y para su mala fortuna (también por culpa de ese pedazo de idiota), el golpe removió algo en su cabeza. Ni siquiera acertó a recriminarle algo a Gaspard, ni mucho menos a excusarse, sólo dejó que se largara, mientras intentaba callar el ruido en su mente, que parecía un zumbido ensordecedor que no paraba.
—Pero, ¿qué hiciste? ¡Eres un estúpido! —gruñó en voz baja. Aún tenía las manos en la cabeza, como si sintiera que esta se le iba a salir, pero, tan pronto como pudo, las apartó—. Gracias por el detalle, de Grailly. Gracias por regresarme a mi lugar...
La primera en percatarse de que algo que no estaba fue Leto, cuyos chillidos eran más audibles, pero no fue suficiente para evitar que ¿Eloise? Se detuviera y a toda prisa continuara con su camino, como si nada hubiera ocurrido.
Si bien Gaspard de Grailly había sido el culpable de que el gusano sin identidad tomara el control por un breve período de tiempo, también se deshizo de su presencia, con dificultad, pero lo consiguió. ¡Tenía muchos sentimientos encontrados con respecto a él! Sin embargo (y ya habiendo recibido la información necesaria sobre aquellos inquisidores), si lo delató fue porque aquellos hombres no iban a hacerle nada, simplemente querían llevarlo con su hermano menor, que de seguro lo buscaría para algún beneficio, porque así era la familia, no podía esperarse menor cosa. Así que, sabiendo ese detalle, optó por marcharse, pues tenía un objetivo muy sustentado esa noche, y aunque la rabia iba haciéndose espacio en su interior, logró lidiar fácilmente con ella. ¡Debía controlar sus impulsos! Había hecho algo estúpido hacía escasos minutos, aun así, era algo justificado. Así es, a pesar de la molestia, guardaba una mínima preocupación por ese estúpido. Pero, ¿él lo tomaría de ese modo? De seguro que no, ¿y qué diablos importaba? Ahora se hallaba completamente centrada en su búsqueda, como si alguna fuerza mayor la condujera sin descanso.
¿Acaso sería el poder de ese hermano sobre ella? Eloise-Átropos aún continuaba atada a ese bicho, aunque ahora estuviera calladito, sin decir nada al respecto. ¡Y eso era peligroso! Precisamente por esa misma razón se había asustado antes, viéndose vulnerable y sosa, porque temía que él estuviera planeando algo muy ruin para cumplir con sus objetivos, ejerciendo algún poder sobre su voluntad sin que se percatara de ello. ¡Y pensaba Gaspard otra cosa! Ofreciéndole propuestas ridículas, en el amplio sentido de la palabra. No pudo evitar entornar la mirada al recordar sus palabras, ¡porque no tenía ni idea de nada! No sabía lo horrible que era estar junto con esa cosa, y ya lo había soportado por muchísimos años. Estaba harta, y hallaría la forma de arrancárselo de su cuerpo. Pero lo haría sola, sin la ayuda de más nadie, ni siquiera la de Gaspard de Grailly.
Eh, ¿por qué seguía pensando en ese imbécil? Cierto, porque sus sentidos la estaban alertando de que él, como era de esperarse, no aceptó la oferta de los inquisidores y prefirió enfrentarse a ellos. ¡Era un cabeza hueca! Y luego se enojaba con ella por nada, cuando la culpa era solamente suya. En fin, de seguro iba a tomar otra ruta, sintiéndose traicionado y molesto. Esperaba que sí, porque no tenía muchas ganas de continuar a su lado, no esa vez. Eloise-Átropos distaba mucho de la anterior en algunas cosas, y una de esas cosas era, desde luego, querer mantener a Gaspard lejos, a pesar de que una parte suya se negaba. ¡Tenía que aprender a tomar decisiones firmes! Luego terminaría arrepentida... Un momento, ¿por qué una parte de ella sí y la otra no?
Aquella interrogante fue lo suficientemente poderosa como para lograr que parara en seco; Leto chilló al notar aquel comportamiento repentino por parte de la vampira. Fue extraño, como si algo le estuviera oprimiendo el pecho, y ni por ser vampira podía evitar ese tipo de sensaciones tan propias de la ansiedad. Observó el largo trecho que la conduciría hacia su destino final, pero no se atrevía a dar un paso más, porque la confusión fue terrible, como si de repente se sintiera insegura, ¡pero tenía que mandar al diablo al gusano! ¿Y si era una trampa suya? Ciertamente se asustó. Sí, lo hizo, porque estamos hablando de la vampira cuerda, la verdadera persona que habitaba ese cuerpo: nada más que Eloise (recordemos que Átropos es el apodo de su propia locura y eso ha quedado ya más claro que el agua).
Tanta fue su abstracción que apenas se dio cuenta que Gaspard había aparecido tan lleno de rabia, que la golpeó justo en el lugar menos indicado (para desgracia de ambos... habiendo tantos puntos para descargar su ira). La rata Leto salió disparada hacia otro lado, incluso chillando de la pura molestia cuando Eloise-Átropos se llevó las manos a la cabeza, observando a Gaspard con cara de... ¿confundida? Así mismo era. Aún estaba apegada a sus ideas irracionales y para su mala fortuna (también por culpa de ese pedazo de idiota), el golpe removió algo en su cabeza. Ni siquiera acertó a recriminarle algo a Gaspard, ni mucho menos a excusarse, sólo dejó que se largara, mientras intentaba callar el ruido en su mente, que parecía un zumbido ensordecedor que no paraba.
—Pero, ¿qué hiciste? ¡Eres un estúpido! —gruñó en voz baja. Aún tenía las manos en la cabeza, como si sintiera que esta se le iba a salir, pero, tan pronto como pudo, las apartó—. Gracias por el detalle, de Grailly. Gracias por regresarme a mi lugar...
La primera en percatarse de que algo que no estaba fue Leto, cuyos chillidos eran más audibles, pero no fue suficiente para evitar que ¿Eloise? Se detuviera y a toda prisa continuara con su camino, como si nada hubiera ocurrido.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Captó el cambio muy rápido, tanto como corrían sus pensamientos, que fueron precisamente los que le gritaron que algo iba mal, tan alto y claro como se puso a chillar la rata, Leto. ¡Qué orgánico resultó todo! Desde luego, a veces ni siquiera él, irreverente como el que más, era ajeno a que las cosas sucedieran de una forma tan fluida que casi parecía que alguien se había tomado el tiempo de engrasar los mecanismos que las hacían funcionar, los de la causa que tenían como consecuencia el efecto. Por supuesto, era demasiado avispado para creerse semejante tontería, pero ¡que no se dijera que a veces no se le pasaba por la cabeza! Tantas cosas lo hacían que, la verdad, al final era agotador.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, por Gaspard dándose cuenta del cambio que había tenido lugar en Eloise, ya-no-Átropos-pero-tampoco-Eloise, ¡no ganaba para nombres con los que referirse a ella! Si no fuera un tipo muy lleno de recursos y con una paciencia considerable para lo que quería, haría muchísimo tiempo que se habría cansado de ella y de sus tonterías, pero aún no lo había hecho, así que así seguiría, centrándose en todo menos en lo importante. ¿Y qué era lo importante? Eso era algo discutible, cambiaba aún más que él de pensamientos en la intimidad de su cráneo, duro como él solo, pero en ese instante estaba centrado en ella.
Más bien, siendo fieles a la verdad, estaba centrado en cómo Gaspard estaba seguro de que ella ya no era ella, ninguna de las dos ellas que él había conocido al menos. Y eso que físicamente no había cambiado, seguía siendo la vampiresa hermosa pero inestable que él había conocido en las Catacumbas y que no conseguía ponérsela dura si no lo mordía, incluso aunque le hubiera dado ganas de besarla durante un momentito muy fugaz. Aun así, Gaspard sabía, estaba seguro de ello, que ella ya no estaba tan presente como antes, y del mismo modo sabía que la culpa había sido suya y de su golpe en la cabeza.
¡Cuán sorprendente era que Gaspard de Grailly entonara un mea culpa! Tan sorprendente que no tenía la menor intención de hacerlo en alto, incluso si lo había reconocido en sus propios pensamientos, que era donde más importaba. De todas maneras, el aquitano no era muy dado a mentirse a sí mismo; a los demás sí, claro, cuando le convenía hacerlo y abrir la boca merecía la pena (en su opinión, la mayor parte del tiempo no lo hacía, por eso apenas hablaba), pero ¿a sí mismo? ¡Ni loco, y muchos decían que ya lo estaba! Sin entrar en lo comodín que era esa definición cuando se trataba del complejo e inestable de Grailly, la cuestión era que no se mentiría, y eso le permitía ver las cosas con claridad, todas ellas.
Sí, hasta si sus pensamientos eran una maraña compleja como ella sola, Gaspard podía apreciar lo que tenía delante: llámese años de experiencia, llámese inteligencia o llámese una buena suerte rara que le había durado toda la vida, pero Gaspard era muy receptivo y podía captar muchas cosas a la vez. Entre ellas, que Átropos-Eloise-quien fuera se estaba yendo, cosa obvia, pero también que no le estaba enseñando la cara, lo cual era un sinónimo claro de que no quería que viera su identidad. Pocos podían presumir de distinguir quién se escondía en la cabeza de la vampiresa con nada más que una mirada, y Gaspard jamás presumiría de semejante tontería, pero él sí que lo podía captar, y todos lo sabían: Átropos, Eloise, el homúnculo y Gaspard mismo.
Así pues, no había ni una sola posibilidad de que fueran a ser felices los cuatro, porque Gaspard no estaba dispuesto a permitirlo y el homúnculo mucho menos. Homúnculo, por cierto, al que el aquitano detestaba porque era el que más daño le había hecho del dúo dinámico que formaban Átropos-Eloise y él, que habitaba en su cabeza como el parásito que era. Así pues, que no quedara ninguna duda de lo que sucedió a continuación: Gaspard salió detrás de ella (de él. ¿De él en el cuerpo de ella? Más apropiado, sin duda), metió la mano en su arsenal de cazador y resurreccionista y la apresó con plata, sin miramientos.
– Estúpido lo será la zorra de tu madre. – espetó, vulgar a morir y sin parpadear, mientras afianzaba las cadenas de plata y la agarraba para dirigirse lejos de allí, así tuviera que arrastrarla. Era contraproducente actuar en público, lo sabía, pero aparte de como ladrón de tumbas, Gaspard de Grailly tenía cierta fama como cazador, y suponía que una vez había noqueado a la Inquisición (¡ojalá!) que lo perseguía, esa sería la fama suya que imperaría en aquel barrio alejado de cualquier cementerio. Sí, tal vez podía afirmarse eso, que su fama iba por barrios; desde luego, en su pueblo sólo tenía la fama de haberse pirado, que él supiera, pero en París... ah, eso era harina de otro costal.
– Homúnculo. ¿Te crees que no te reconozco? A otro lo engañas, a mí no. – se dirigió al ser mientras la arrastraba por las calles; se estaba dirigiendo a un zulo que conocían él y pocos más, donde tal vez pudiera aprisionarla un rato y debilitarla lo suficiente para tomar medidas más drásticas por la mañana. Había sido su culpa que el hermano saliera, ¿no? Pues sí, de acuerdo, pondría de su parte para que volviera a desaparecer por completo; no por ella, sino por el bien propio, que era el que más le preocupaba. Así, terminó en un zulo, efectivamente, subterráneo para más señas, donde la aprisionó con más plata y el pico afianzando las cadenas, en vez de cavando como a él le gustaba. Menudo drama. – ¿No te cansas? A mí me tienes harto.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, por Gaspard dándose cuenta del cambio que había tenido lugar en Eloise, ya-no-Átropos-pero-tampoco-Eloise, ¡no ganaba para nombres con los que referirse a ella! Si no fuera un tipo muy lleno de recursos y con una paciencia considerable para lo que quería, haría muchísimo tiempo que se habría cansado de ella y de sus tonterías, pero aún no lo había hecho, así que así seguiría, centrándose en todo menos en lo importante. ¿Y qué era lo importante? Eso era algo discutible, cambiaba aún más que él de pensamientos en la intimidad de su cráneo, duro como él solo, pero en ese instante estaba centrado en ella.
Más bien, siendo fieles a la verdad, estaba centrado en cómo Gaspard estaba seguro de que ella ya no era ella, ninguna de las dos ellas que él había conocido al menos. Y eso que físicamente no había cambiado, seguía siendo la vampiresa hermosa pero inestable que él había conocido en las Catacumbas y que no conseguía ponérsela dura si no lo mordía, incluso aunque le hubiera dado ganas de besarla durante un momentito muy fugaz. Aun así, Gaspard sabía, estaba seguro de ello, que ella ya no estaba tan presente como antes, y del mismo modo sabía que la culpa había sido suya y de su golpe en la cabeza.
¡Cuán sorprendente era que Gaspard de Grailly entonara un mea culpa! Tan sorprendente que no tenía la menor intención de hacerlo en alto, incluso si lo había reconocido en sus propios pensamientos, que era donde más importaba. De todas maneras, el aquitano no era muy dado a mentirse a sí mismo; a los demás sí, claro, cuando le convenía hacerlo y abrir la boca merecía la pena (en su opinión, la mayor parte del tiempo no lo hacía, por eso apenas hablaba), pero ¿a sí mismo? ¡Ni loco, y muchos decían que ya lo estaba! Sin entrar en lo comodín que era esa definición cuando se trataba del complejo e inestable de Grailly, la cuestión era que no se mentiría, y eso le permitía ver las cosas con claridad, todas ellas.
Sí, hasta si sus pensamientos eran una maraña compleja como ella sola, Gaspard podía apreciar lo que tenía delante: llámese años de experiencia, llámese inteligencia o llámese una buena suerte rara que le había durado toda la vida, pero Gaspard era muy receptivo y podía captar muchas cosas a la vez. Entre ellas, que Átropos-Eloise-quien fuera se estaba yendo, cosa obvia, pero también que no le estaba enseñando la cara, lo cual era un sinónimo claro de que no quería que viera su identidad. Pocos podían presumir de distinguir quién se escondía en la cabeza de la vampiresa con nada más que una mirada, y Gaspard jamás presumiría de semejante tontería, pero él sí que lo podía captar, y todos lo sabían: Átropos, Eloise, el homúnculo y Gaspard mismo.
Así pues, no había ni una sola posibilidad de que fueran a ser felices los cuatro, porque Gaspard no estaba dispuesto a permitirlo y el homúnculo mucho menos. Homúnculo, por cierto, al que el aquitano detestaba porque era el que más daño le había hecho del dúo dinámico que formaban Átropos-Eloise y él, que habitaba en su cabeza como el parásito que era. Así pues, que no quedara ninguna duda de lo que sucedió a continuación: Gaspard salió detrás de ella (de él. ¿De él en el cuerpo de ella? Más apropiado, sin duda), metió la mano en su arsenal de cazador y resurreccionista y la apresó con plata, sin miramientos.
– Estúpido lo será la zorra de tu madre. – espetó, vulgar a morir y sin parpadear, mientras afianzaba las cadenas de plata y la agarraba para dirigirse lejos de allí, así tuviera que arrastrarla. Era contraproducente actuar en público, lo sabía, pero aparte de como ladrón de tumbas, Gaspard de Grailly tenía cierta fama como cazador, y suponía que una vez había noqueado a la Inquisición (¡ojalá!) que lo perseguía, esa sería la fama suya que imperaría en aquel barrio alejado de cualquier cementerio. Sí, tal vez podía afirmarse eso, que su fama iba por barrios; desde luego, en su pueblo sólo tenía la fama de haberse pirado, que él supiera, pero en París... ah, eso era harina de otro costal.
– Homúnculo. ¿Te crees que no te reconozco? A otro lo engañas, a mí no. – se dirigió al ser mientras la arrastraba por las calles; se estaba dirigiendo a un zulo que conocían él y pocos más, donde tal vez pudiera aprisionarla un rato y debilitarla lo suficiente para tomar medidas más drásticas por la mañana. Había sido su culpa que el hermano saliera, ¿no? Pues sí, de acuerdo, pondría de su parte para que volviera a desaparecer por completo; no por ella, sino por el bien propio, que era el que más le preocupaba. Así, terminó en un zulo, efectivamente, subterráneo para más señas, donde la aprisionó con más plata y el pico afianzando las cadenas, en vez de cavando como a él le gustaba. Menudo drama. – ¿No te cansas? A mí me tienes harto.
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