AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Morbid Reminiscence — Privado [+18]
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Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Recuerdo del primer mensaje :
¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Quizás varios días o un par de semanas. No lo sabía con exactitud, pero lo que sí aseguraba, con absoluta lucidez, era que estaba en ese sitio, tan diferente a su reino. Tal vez sí extrañaría un poco el olor a podredumbre mezclado con el de la piedra roñosa de las Catacumbas; sin embargo, tenía que admitir que ese aroma dulzón, proveniente de hierbas e inciensos, le gustaba. Su olfato, particularmente sensible, sabía adaptarse bien a ese perfume que, por muy extraño que pareciera, le tranquilizaba, como cuando Helga estaba viva y cuidaba de ella siendo una niña... atormentada por un gusano sin identidad (a quien ignoraba olímpicamente hablando). Oh, ¿ya saben de quién estamos hablando? Así es, de Eloise de Valois-Orléans-Angulema. En entregas anteriores, mejor conocida como: Átropos, la vampira loca, fulana... y así hasta el infinito con los seudónimos preciosos que se le concede a su estampa. En fin, que esta vez sólo la llamaremos Eloise. ¿Por qué? Porque algo era particularmente diferente en esta ocasión.
Primero: Que no se encontraba en las Catacumbas, cosa que ya había quedado bastante clara. Pero, jamás, se hizo mención al lugar en donde se hallaba en ese instante, y en el que llevaba un tiempo considerable, algo completamente extraño tratándose de ella. Y ahí es en donde compete explicar lo segundo: Eloise, motivada por algún pensamiento en especial, decidió abandonar su susodicho reino por... Momento, ¿por qué? Y no, no la malinterpreten. No buscaba a ese humano detestable llamado Gaspard de Grailly. En realidad, desde su último encuentro en las Catacumbas, ella había decidido no querer verlo más, porque no le apetecía en lo más mínimo. Eloise (que ya había asumido de nuevo que ese era su nombre), empezaría a interesarse por su estirpe luego de esa vez. ¿Gracias, Gaspard? Puede que las tonterías que hiciera el ladrón lograron removerle un poco los recuerdos. Aunque, lo más probable, pudo haber sido cuando el homúnculo logró tomar el control de su mente, mientras ella se había perdido en el limbo de sus pensamientos. ¡Bingo! Eso fue lo que la condujo hasta este punto de la historia.
Por supuesto, Eloise-Átropos no había llegado a concebir tal idea gracias a su hermano parásito, en lo más mínimo, porque igual había decidido vetarlo de su mente con una grandiosa agilidad. Toda la idea que se hallaba tras su salida de las Catacumbas, era completamente suya. A pesar de estar muy loca (en unas ocasiones más que en otras), no era ninguna idiota. Sabía cómo obrar, sobre todo cuando quería cumplir con un objetivo. Y no, nos vayamos a los hechos que involucraban a Gaspard de Grailly, porque el tipo siendo tan errático, podía resultar un terrible mal, incluso para el más sabio. Mejor centrémonos en lo que nos interesa: Saber su paradero antes de continuar divagando.
La señorita de Valois-Orléans-Angulema había planificado todo, por eso, antes de su salida definitiva, se dedicó a tantear el terreno, y así terminó: siendo el familiar lejano de una pareja de unos nobles de mediaba edad, quienes tenían una extensa propiedad a las afueras de la ciudad, muy cerca de donde alguna vez vivió hacía unos doscientos años atrás. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerlos. Con un poco de persuasión y una magnífica excusa (alguna enfermedad hereditaria que la había condenado a alejarse del sol), ellos la acogieron bajo su protección. ¡Qué desgraciada la Eloise! Bueno, no tanto, porque, debido a la gentileza de esos señores, les perdonó la existencia (para que vean que no era tan malvada y con el perdón de su sire, pero ella si sabía de lealtad).
Quizás, por tener la conciencia removida, aunque seguía siendo una loca bien vestida, Eloise, en muchísimos años, decidió visitar la tumba de la extinta Helga. La mujer le había ocultado muchas cosas, como por ejemplo: Nunca le respondía cuando preguntaba por el llanto de Luisa (su verdadera madre); o por qué no dejó, en determinadas ocasiones, que su padre la viera. Oh, creyó recordar cuando Luisa le pedía a Helga que podía llevársela, porque la malformación no era evidente y... ¿Acaso Helga le mintió? ¿Por qué no dejó que sus padres se la llevaran? ¡Momento! ¿Qué había ocurrido con ellos luego?
Se tuvo que obligar a sí misma a detener aquel ataque de su mente. Eran demasiadas preguntas que, posiblemente, se quedarían sin respuesta. Porque sí, aunque estuviera frente a la tumba de Helga en ese instante, ella no le iba a responder, a menos que se valiera de la magia para invocar a su... Pero, ¡qué idea más interesante! ¿Por qué no lo hizo cuando era humana y tenía esas habilidades? Por favor, había sido una estúpida al dejar pasar esa oportunidad.
—¡Shhh! —se silenció a sí misma, bueno, a su mente. Ya no estaba tan sola, al parecer—. Por eso es que odio esta ciudad... ¡No se puede tener paz!
Fue una queja baja. Un murmullo que se perdió en el silencio de la noche... Pero que el intruso, de seguro, no ignoraría. En fin, Eloise-Átropos, siguió en su mismo lugar, arrodillada frente a la tumba antigua y demacrada de Helga, con la firme intención de desenterrar sus restos.
Primero: Que no se encontraba en las Catacumbas, cosa que ya había quedado bastante clara. Pero, jamás, se hizo mención al lugar en donde se hallaba en ese instante, y en el que llevaba un tiempo considerable, algo completamente extraño tratándose de ella. Y ahí es en donde compete explicar lo segundo: Eloise, motivada por algún pensamiento en especial, decidió abandonar su susodicho reino por... Momento, ¿por qué? Y no, no la malinterpreten. No buscaba a ese humano detestable llamado Gaspard de Grailly. En realidad, desde su último encuentro en las Catacumbas, ella había decidido no querer verlo más, porque no le apetecía en lo más mínimo. Eloise (que ya había asumido de nuevo que ese era su nombre), empezaría a interesarse por su estirpe luego de esa vez. ¿Gracias, Gaspard? Puede que las tonterías que hiciera el ladrón lograron removerle un poco los recuerdos. Aunque, lo más probable, pudo haber sido cuando el homúnculo logró tomar el control de su mente, mientras ella se había perdido en el limbo de sus pensamientos. ¡Bingo! Eso fue lo que la condujo hasta este punto de la historia.
Por supuesto, Eloise-Átropos no había llegado a concebir tal idea gracias a su hermano parásito, en lo más mínimo, porque igual había decidido vetarlo de su mente con una grandiosa agilidad. Toda la idea que se hallaba tras su salida de las Catacumbas, era completamente suya. A pesar de estar muy loca (en unas ocasiones más que en otras), no era ninguna idiota. Sabía cómo obrar, sobre todo cuando quería cumplir con un objetivo. Y no, nos vayamos a los hechos que involucraban a Gaspard de Grailly, porque el tipo siendo tan errático, podía resultar un terrible mal, incluso para el más sabio. Mejor centrémonos en lo que nos interesa: Saber su paradero antes de continuar divagando.
La señorita de Valois-Orléans-Angulema había planificado todo, por eso, antes de su salida definitiva, se dedicó a tantear el terreno, y así terminó: siendo el familiar lejano de una pareja de unos nobles de mediaba edad, quienes tenían una extensa propiedad a las afueras de la ciudad, muy cerca de donde alguna vez vivió hacía unos doscientos años atrás. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para convencerlos. Con un poco de persuasión y una magnífica excusa (alguna enfermedad hereditaria que la había condenado a alejarse del sol), ellos la acogieron bajo su protección. ¡Qué desgraciada la Eloise! Bueno, no tanto, porque, debido a la gentileza de esos señores, les perdonó la existencia (para que vean que no era tan malvada y con el perdón de su sire, pero ella si sabía de lealtad).
Quizás, por tener la conciencia removida, aunque seguía siendo una loca bien vestida, Eloise, en muchísimos años, decidió visitar la tumba de la extinta Helga. La mujer le había ocultado muchas cosas, como por ejemplo: Nunca le respondía cuando preguntaba por el llanto de Luisa (su verdadera madre); o por qué no dejó, en determinadas ocasiones, que su padre la viera. Oh, creyó recordar cuando Luisa le pedía a Helga que podía llevársela, porque la malformación no era evidente y... ¿Acaso Helga le mintió? ¿Por qué no dejó que sus padres se la llevaran? ¡Momento! ¿Qué había ocurrido con ellos luego?
Se tuvo que obligar a sí misma a detener aquel ataque de su mente. Eran demasiadas preguntas que, posiblemente, se quedarían sin respuesta. Porque sí, aunque estuviera frente a la tumba de Helga en ese instante, ella no le iba a responder, a menos que se valiera de la magia para invocar a su... Pero, ¡qué idea más interesante! ¿Por qué no lo hizo cuando era humana y tenía esas habilidades? Por favor, había sido una estúpida al dejar pasar esa oportunidad.
—¡Shhh! —se silenció a sí misma, bueno, a su mente. Ya no estaba tan sola, al parecer—. Por eso es que odio esta ciudad... ¡No se puede tener paz!
Fue una queja baja. Un murmullo que se perdió en el silencio de la noche... Pero que el intruso, de seguro, no ignoraría. En fin, Eloise-Átropos, siguió en su mismo lugar, arrodillada frente a la tumba antigua y demacrada de Helga, con la firme intención de desenterrar sus restos.
Última edición por Átropos el Miér Ago 09, 2017 3:06 am, editado 1 vez
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Eloise (sí, ella, porque Átropos había quedado muy atrás), estaba hecha un desastre emocional, de eso no tenía la menor duda. Claro, después de muchísimo tiempo, había recobrado una parte de sí misma que pensó haber dejado sepultada entre las ruinas de la residencia en la que alguna vez vivió, cuando era humana... cuando la bruja esa aún estaba viva. Pero resulta que no fue así, porque en ese preciso instante tenía muy en orden su cabeza, aunque, de seguro, Gaspard estaría pensando todo lo contrario. No era para menos, después de todo lo había acusado con los inquisidores que lo buscaban; incluso rechazó su ayuda. Sin embargo, ¿acaso él estaba al tanto de lo muy sufrida que era la existencia de Eloise con ese maldito homúnculo del demonio? ¡Estaba harta! Tan harta, que lo único que quería era arrancárselo de su ser de una buena vez. Y no quería involucrar a Gaspard en ello, quizás porque estaba... ¿intentando protegerlo? Difícil en su situación, justo cuando había sido toda una horrible criatura, con cero sensatez, que habitaba en las Catacumbas. La misma que casi lo mata de debilidad.
Por eso, lo mejor era huir, lejos, muy lejos de él. Y mientras los inquisidores lo distraían, ella se alejaba mucho más, porque tenía objetivos muy claros en mente y no quería parar. Debía acabar con esa bestia que tenía aferrada en su cabeza. Y ahora que volvía a ser la misma Eloise medio sensata (y no menos asesina a sangre fría, sólo que cuidaba mejor sus acciones), si estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para acabar con lo que había iniciado Helga; no sabía cómo, pero de seguro algo tuvo que haber dejado aquella mujer; alguna cosa que pudiera darle alternativas para deshacerse del homúnculo. Tal vez si lo conseguía, buscaría a Gaspard para pedirle disculpas por todo lo que le había hecho, sin importar si él las aceptaba o no; lo que contaba era la intención, ¿no? ¡Sí! Ella, la vampira loca y desquiciada de antes, la que ahora sí se encontraba en sus cabales, o al menos eso aparentaba. Quizás lo mejor es continuar llamándola Eloise-Átropos, para asegurar que ambas se hallaban en perfecta sincronía... ¡Se hallaban! Porque luego todo se nubló.
¿Por qué Gaspard? Es decir, ¿por qué la golpeaste justo ahí? Tal parecía que el cazador no midió sus acciones en su desboque de rabia. Bien, luego de lo que le había hecho ella, era comprensible. Pero, habiendo tantos lugares en donde golpearla, él prefirió decantarse por la parte de la nuca en donde se encontraba el bicho ese sin identidad. ¡Muy mal! Porque ese desgraciado sólo necesitaba un pequeño empuje para regresar y volver a dominar a Eloise, quien ahora se encontraba en ese maldito letargo que tanto detestaba. Es que no entendía cómo podía ser tan considerada con Gaspard a esas alturas. ¡Él seguía empeñado en regresar! Así fuera para vengarse un poquito de ella. Aunque, con el tema del hermano-homúnculo, no era como si le agradara en lo absoluto. Por supuesto, vino a darse cuenta de su error cuando la vampira (que ya no era ni Eloise, ni Átropos), marchaba a paso decidido hacia el lado contrario, dejando una clara advertencia de quién controlaba ese cuerpo. Y más lo demostraba la actitud de la rata Leto, que no quiso acercarse en ningún momento a su supuesta ama (bueno, al cuerpo de su ama, mejor dicho).
Pero claro, ahora a Gaspard de Grailly no le quedaba más opción que ser, ¿el héroe? Con lo fácil que era dejar a aquellos locos irse por su rumbo, porque el gusano sin identidad también estaba muy centrado en conseguir algo más que el control de Eloise. No había considerado, en lo absoluto, vengarse del humano ese; en ese momento no tenía motivos de peso para querer hacerlo. Además, ya aquel iba por su propio rumbo y... ¡No! No lo hizo. Maldito fuera Gaspard con su apellido de Grailly, interviniendo de nuevo en su camino. ¿Y qué mejor manera de hacerlo? Sino que apresando el cuerpo de Eloise, ¡nada más y nada menos! Por supuesto, aquello también le afectaba, porque, ¡hola!, él estaba compartiendo el mismo recipiente y le afectaba todo lo que le perjudicara a ella. Más claro no podía ser, y así había terminado: Gaspard se llevó a rastras al cuerpo de Eloise-Átropos-ahora homúnculo, hacia algún lugar en donde pudiera mantenerla retenida, para deshacerse, naturalmente, del molesto ser ese, quien seguía ahí, bastante despierto, sin intenciones de desaparecer del pensamiento de la vampira.
—Si tan harto te tuviera, ¿por qué no me dejaste ir, eh? Que contradictorio eres, humano. Nos harías un gran favor dejando de molestarnos... Porque, créeme, lo menos que pretendía era hacerte caso. Que ella lo hiciera antes, no significa que yo lo haga. Además —hizo una pausa, esbozando una sonrisa maliciosa—, no deberías preocuparte nunca más porque Eloise te fastidie. No lo volverá a hacer, te lo juro. Ahora, déjame ir.
Como si fuera realmente posible que Gaspard fuera a hacerlo, pero con intentarlo no perdía nada. Aparte, le había ofrecido una oferta tentadora, porque, se supone que él estaba cansado de Eloise, ¿o no? La maldita duda le hizo fruncir el ceño y fue en ese momento en que la dueña de ese cuerpo y de esa mente, lo aisló como el parásito que era. ¡Malditos todos que no lo dejaban actuar en paz! Ya tendría tiempo para vengarse y...
—¡Eres un estúpido de proporciones astronómicas, Gaspard! —Y para buena fortuna, Eloise-Átropos regresaba una vez más, aunque no le agradó nada encontrarse atrapada de aquella manera—. Pudiste haberme hecho daño de otra manera, pero no... ¡Tú no! Tenías que despertar a ese maldito, cuando lo único que quiero es sacarlo de mi cabeza. Eres tan idiota, un cabeza hueca, un... ¿No te era más fácil dejarme ir? Creo que es demasiado bueno para ser cierto.
Obviamente, al removerse, el dolor que le causaba la plata se intensificó más, por lo que se vio obligada a quedarse quietecita. Sus planes se habían ido al garete una vez más, y no hace falta indagar mucho para saber quién era el culpable.
Por eso, lo mejor era huir, lejos, muy lejos de él. Y mientras los inquisidores lo distraían, ella se alejaba mucho más, porque tenía objetivos muy claros en mente y no quería parar. Debía acabar con esa bestia que tenía aferrada en su cabeza. Y ahora que volvía a ser la misma Eloise medio sensata (y no menos asesina a sangre fría, sólo que cuidaba mejor sus acciones), si estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para acabar con lo que había iniciado Helga; no sabía cómo, pero de seguro algo tuvo que haber dejado aquella mujer; alguna cosa que pudiera darle alternativas para deshacerse del homúnculo. Tal vez si lo conseguía, buscaría a Gaspard para pedirle disculpas por todo lo que le había hecho, sin importar si él las aceptaba o no; lo que contaba era la intención, ¿no? ¡Sí! Ella, la vampira loca y desquiciada de antes, la que ahora sí se encontraba en sus cabales, o al menos eso aparentaba. Quizás lo mejor es continuar llamándola Eloise-Átropos, para asegurar que ambas se hallaban en perfecta sincronía... ¡Se hallaban! Porque luego todo se nubló.
¿Por qué Gaspard? Es decir, ¿por qué la golpeaste justo ahí? Tal parecía que el cazador no midió sus acciones en su desboque de rabia. Bien, luego de lo que le había hecho ella, era comprensible. Pero, habiendo tantos lugares en donde golpearla, él prefirió decantarse por la parte de la nuca en donde se encontraba el bicho ese sin identidad. ¡Muy mal! Porque ese desgraciado sólo necesitaba un pequeño empuje para regresar y volver a dominar a Eloise, quien ahora se encontraba en ese maldito letargo que tanto detestaba. Es que no entendía cómo podía ser tan considerada con Gaspard a esas alturas. ¡Él seguía empeñado en regresar! Así fuera para vengarse un poquito de ella. Aunque, con el tema del hermano-homúnculo, no era como si le agradara en lo absoluto. Por supuesto, vino a darse cuenta de su error cuando la vampira (que ya no era ni Eloise, ni Átropos), marchaba a paso decidido hacia el lado contrario, dejando una clara advertencia de quién controlaba ese cuerpo. Y más lo demostraba la actitud de la rata Leto, que no quiso acercarse en ningún momento a su supuesta ama (bueno, al cuerpo de su ama, mejor dicho).
Pero claro, ahora a Gaspard de Grailly no le quedaba más opción que ser, ¿el héroe? Con lo fácil que era dejar a aquellos locos irse por su rumbo, porque el gusano sin identidad también estaba muy centrado en conseguir algo más que el control de Eloise. No había considerado, en lo absoluto, vengarse del humano ese; en ese momento no tenía motivos de peso para querer hacerlo. Además, ya aquel iba por su propio rumbo y... ¡No! No lo hizo. Maldito fuera Gaspard con su apellido de Grailly, interviniendo de nuevo en su camino. ¿Y qué mejor manera de hacerlo? Sino que apresando el cuerpo de Eloise, ¡nada más y nada menos! Por supuesto, aquello también le afectaba, porque, ¡hola!, él estaba compartiendo el mismo recipiente y le afectaba todo lo que le perjudicara a ella. Más claro no podía ser, y así había terminado: Gaspard se llevó a rastras al cuerpo de Eloise-Átropos-ahora homúnculo, hacia algún lugar en donde pudiera mantenerla retenida, para deshacerse, naturalmente, del molesto ser ese, quien seguía ahí, bastante despierto, sin intenciones de desaparecer del pensamiento de la vampira.
—Si tan harto te tuviera, ¿por qué no me dejaste ir, eh? Que contradictorio eres, humano. Nos harías un gran favor dejando de molestarnos... Porque, créeme, lo menos que pretendía era hacerte caso. Que ella lo hiciera antes, no significa que yo lo haga. Además —hizo una pausa, esbozando una sonrisa maliciosa—, no deberías preocuparte nunca más porque Eloise te fastidie. No lo volverá a hacer, te lo juro. Ahora, déjame ir.
Como si fuera realmente posible que Gaspard fuera a hacerlo, pero con intentarlo no perdía nada. Aparte, le había ofrecido una oferta tentadora, porque, se supone que él estaba cansado de Eloise, ¿o no? La maldita duda le hizo fruncir el ceño y fue en ese momento en que la dueña de ese cuerpo y de esa mente, lo aisló como el parásito que era. ¡Malditos todos que no lo dejaban actuar en paz! Ya tendría tiempo para vengarse y...
—¡Eres un estúpido de proporciones astronómicas, Gaspard! —Y para buena fortuna, Eloise-Átropos regresaba una vez más, aunque no le agradó nada encontrarse atrapada de aquella manera—. Pudiste haberme hecho daño de otra manera, pero no... ¡Tú no! Tenías que despertar a ese maldito, cuando lo único que quiero es sacarlo de mi cabeza. Eres tan idiota, un cabeza hueca, un... ¿No te era más fácil dejarme ir? Creo que es demasiado bueno para ser cierto.
Obviamente, al removerse, el dolor que le causaba la plata se intensificó más, por lo que se vio obligada a quedarse quietecita. Sus planes se habían ido al garete una vez más, y no hace falta indagar mucho para saber quién era el culpable.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Antes de empezar, a Gaspard le gustaría dejar clara una cosita nada más: era un bicho raro. ¡Y lo admitía sin complejos, sin la más mínima duda, sin planteárselo siquiera! También lo admitía sin enorgullecerse de ello, porque le parecía que ser raro era tan arbitrario como ser alto o ser musculoso; todas esas cosas dependían siempre de la comparación con otras, y el hecho de que a él le tocara recibir una de las partes de esa comparación no le suponía un trauma muy grande, la verdad fuera dicha. Aun así, Gaspard de Grailly era raro, muy raro, en comparación con la mayoría de tipos de su edad y posición, a aquellas alturas casados y con algún retoño ya a su nombre, mientras que él... bueno.
No, bueno no, la situación de Gaspard se merecía que se le diera de comer aparte, y punto, pues no todos los días se encontraba uno atrapando a una vampiresa loca y escuchando conversaciones de dos de los seres que convivían en la cabeza de dicha vampiresa. Y menos mal, porque si difícilmente lo consideraba cuerdo la mayor parte de los seres con los que trataba, incluso sabiendo sólo la parte de que robaba cadáveres y los vendía (nada más, gracias por el interés), si ya les contara que hablaba con identidades diferentes de una misma vampiresa, lo mandarían al loquero de una patada. O a una tumba... Quién sabía.
De cualquier modo, si había quedado algo claro era que Gaspard era raro, y, como tal, ¿qué podía esperarse de él salvo constantes rarezas? Normalmente, esas rarezas consistían en su hiperactividad impidiendo que se quedara quietecito cuando le convenía, pero en aquel preciso momento, la rareza consistió en justo lo contrario: Gaspard de Grailly, movido hasta el hartazgo, estaba quieto como un maldito muerto. De algo tenía que haberle servido al aquitano el constante contacto con cadáveres que llevaba teniendo desde hacía más de una década, ¿no? Aunque sólo fuera para adoptar ese rigor mortis que tan extraño se le antojaba, pero que no varió mientras hablaba el homúnculo, motivo por el cual no se movía.
No confiaba en el ser que vivía en Eloise, tan sencillo como eso. No es que confiara mucho en ella, o en Átropos, pero sí que podía decir con certeza que a ambas les pondría su vida en las manos con muchas menos dudas que al homúnculo, y eso viniendo de Gaspard de Grailly era todo un acontecimiento, pese a que no tuviera la menor intención de ponerse nunca en esa situación. Antes muerto, nunca mejor dicho; le gustara a ella(s) o no, el resurreccionista era muy desconfiado, y más cuando las circunstancias le daban la razón a sus siempre bien pensados planes, pese a la rapidez de sus pensamientos.
Así fue como, escéptico, Gaspard escuchó negociar al homúnculo, y aunque tuvo que reconocerle que lo del chantaje emocional no se le daba demasiado mal (teniendo en cuenta que no funcionó con él, ya era un logro que supiera valorarlo. ¡Al parecer, Gaspard estaba muy extraordinario aquel día!), no pensaba entrarle al trapo. Es más, ni siquiera habló, pero esa fue probablemente la única cosa normal dentro de su personalidad que hizo Gaspard durante aquel rato, en el que sus ojos eran la única parte de su cuerpo que se estaba moviendo para seguir la negociación unilateral a la que se había visto arrastrado contra su voluntad. Más o menos como a lo de haber conocido a Átropos, al final iba a resultar que quizá sí eran hermanos, y si no biológicos, como poco lo serían a fuerza de la puta convivencia.
– Creía que ya habíamos acordado que estúpida era la zorra de tu madre, no yo. – espetó, con los brazos cruzados sobre el pecho, lo cual le llevó a preguntarse cuándo demonios había hecho eso, ya que no lo recordaba. No le sorprendía demasiado no haber sido capaz de mantener la postura inmóvil durante mucho rato, y tampoco que sólo se movió cuando ella, Eloise al parecer, había hablado; por otro lado, Eloise parecía haber tomado el control del cuerpo que compartía con su homúnculo, lo cual consideró interesante en grado mínimo, pero al mismo tiempo una excusa más que decente para moverse otra vez. ¡Uf, menos mal, ya empezaba a sentirse demasiado incómodo por la quietud!
– Estaba enfadado, Eloise, ¿cómo iba a dejarte ir sin pegarte? ¿Qué quieres que te diga, que he actuado sin pensar? ¡Vamos, pues claro que no! Quería hacerte daño, y así lo conseguía. – replicó, y para ser un tipo, por lo general, bastante alejado de lo psicópata (eso se lo dejaba a otros como Átropos o el homúnculo; con Eloise, por su parte, aún no lo había decidido, pero suponía que sería cuestión de tiempo descubrirlo o no), su voz sonó lo suficientemente rabiosa para pensar que iba a ponerse a matar gente en breve. No lo haría, porque a humanos corrientes y molientes no había tenido aún la posibilidad de liquidar, pero tiempo al tiempo.
– Me he planteado por un momento dejarte ir, pero hay un problema: tu homúnculo ha intentado negociar y pedirme lo mismo que tú, y que estéis los dos de acuerdo en algo es la clase de estímulo que necesito para hacer justo lo contrario. – explicó, y en cualquier otra persona (no rara, recordemos que Gaspard de Grailly lo era) eso habría terminado en una disculpa, más o menos sincera, pero como mínimo presente en la frase y en las intenciones. Gaspard, sin embargo, no estaba muy por la labor de pedirle perdón por algo que no había hecho mal; ya había asumido la culpa por sacar a la luz al homúnculo, ¿qué más quería! Porque milagros no hacía, ni estaba dispuesto tampoco a dejarse arrastrar por Átropos, Eloise, el homúnculo o el harén de su vampiresa, gracias, así que no iba a disculparse. Nunca.
No, bueno no, la situación de Gaspard se merecía que se le diera de comer aparte, y punto, pues no todos los días se encontraba uno atrapando a una vampiresa loca y escuchando conversaciones de dos de los seres que convivían en la cabeza de dicha vampiresa. Y menos mal, porque si difícilmente lo consideraba cuerdo la mayor parte de los seres con los que trataba, incluso sabiendo sólo la parte de que robaba cadáveres y los vendía (nada más, gracias por el interés), si ya les contara que hablaba con identidades diferentes de una misma vampiresa, lo mandarían al loquero de una patada. O a una tumba... Quién sabía.
De cualquier modo, si había quedado algo claro era que Gaspard era raro, y, como tal, ¿qué podía esperarse de él salvo constantes rarezas? Normalmente, esas rarezas consistían en su hiperactividad impidiendo que se quedara quietecito cuando le convenía, pero en aquel preciso momento, la rareza consistió en justo lo contrario: Gaspard de Grailly, movido hasta el hartazgo, estaba quieto como un maldito muerto. De algo tenía que haberle servido al aquitano el constante contacto con cadáveres que llevaba teniendo desde hacía más de una década, ¿no? Aunque sólo fuera para adoptar ese rigor mortis que tan extraño se le antojaba, pero que no varió mientras hablaba el homúnculo, motivo por el cual no se movía.
No confiaba en el ser que vivía en Eloise, tan sencillo como eso. No es que confiara mucho en ella, o en Átropos, pero sí que podía decir con certeza que a ambas les pondría su vida en las manos con muchas menos dudas que al homúnculo, y eso viniendo de Gaspard de Grailly era todo un acontecimiento, pese a que no tuviera la menor intención de ponerse nunca en esa situación. Antes muerto, nunca mejor dicho; le gustara a ella(s) o no, el resurreccionista era muy desconfiado, y más cuando las circunstancias le daban la razón a sus siempre bien pensados planes, pese a la rapidez de sus pensamientos.
Así fue como, escéptico, Gaspard escuchó negociar al homúnculo, y aunque tuvo que reconocerle que lo del chantaje emocional no se le daba demasiado mal (teniendo en cuenta que no funcionó con él, ya era un logro que supiera valorarlo. ¡Al parecer, Gaspard estaba muy extraordinario aquel día!), no pensaba entrarle al trapo. Es más, ni siquiera habló, pero esa fue probablemente la única cosa normal dentro de su personalidad que hizo Gaspard durante aquel rato, en el que sus ojos eran la única parte de su cuerpo que se estaba moviendo para seguir la negociación unilateral a la que se había visto arrastrado contra su voluntad. Más o menos como a lo de haber conocido a Átropos, al final iba a resultar que quizá sí eran hermanos, y si no biológicos, como poco lo serían a fuerza de la puta convivencia.
– Creía que ya habíamos acordado que estúpida era la zorra de tu madre, no yo. – espetó, con los brazos cruzados sobre el pecho, lo cual le llevó a preguntarse cuándo demonios había hecho eso, ya que no lo recordaba. No le sorprendía demasiado no haber sido capaz de mantener la postura inmóvil durante mucho rato, y tampoco que sólo se movió cuando ella, Eloise al parecer, había hablado; por otro lado, Eloise parecía haber tomado el control del cuerpo que compartía con su homúnculo, lo cual consideró interesante en grado mínimo, pero al mismo tiempo una excusa más que decente para moverse otra vez. ¡Uf, menos mal, ya empezaba a sentirse demasiado incómodo por la quietud!
– Estaba enfadado, Eloise, ¿cómo iba a dejarte ir sin pegarte? ¿Qué quieres que te diga, que he actuado sin pensar? ¡Vamos, pues claro que no! Quería hacerte daño, y así lo conseguía. – replicó, y para ser un tipo, por lo general, bastante alejado de lo psicópata (eso se lo dejaba a otros como Átropos o el homúnculo; con Eloise, por su parte, aún no lo había decidido, pero suponía que sería cuestión de tiempo descubrirlo o no), su voz sonó lo suficientemente rabiosa para pensar que iba a ponerse a matar gente en breve. No lo haría, porque a humanos corrientes y molientes no había tenido aún la posibilidad de liquidar, pero tiempo al tiempo.
– Me he planteado por un momento dejarte ir, pero hay un problema: tu homúnculo ha intentado negociar y pedirme lo mismo que tú, y que estéis los dos de acuerdo en algo es la clase de estímulo que necesito para hacer justo lo contrario. – explicó, y en cualquier otra persona (no rara, recordemos que Gaspard de Grailly lo era) eso habría terminado en una disculpa, más o menos sincera, pero como mínimo presente en la frase y en las intenciones. Gaspard, sin embargo, no estaba muy por la labor de pedirle perdón por algo que no había hecho mal; ya había asumido la culpa por sacar a la luz al homúnculo, ¿qué más quería! Porque milagros no hacía, ni estaba dispuesto tampoco a dejarse arrastrar por Átropos, Eloise, el homúnculo o el harén de su vampiresa, gracias, así que no iba a disculparse. Nunca.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¡Ya estaba bueno! No lo aguantaba más, su situación parecía ir de mal en peor, y ni siquiera por tener una mente estable se libraba de la mala fortuna. No, bueno, no era mala fortuna, era una manía del destino de querer arruinarle los planes siempre. ¡Claro! como no eran otros los que tenían que lidiar con ese bicho en la cabeza, no entendían las ganas enormes que ella tenía de sacarlo de ahí lo antes posible, y más cuando supo que había una esperanza. En tanto tiempo ¡la había! ¿Cómo no querer salir corriendo a hacer lo que tuviera que hacer para cumplir con su misión? Es más, habría renunciado a la inmortalidad si con eso la apartaran para siempre del homúnculo. Sin embargo, esa misma alegría dio paso al más auténtico temor, y fue como todas las ideas absurdas, mezcladas con sus propios recuerdos, atacaron su mente. ¿Acaso él estaba jugando con eso? No lo sabía, aunque su mirada si pudo reflejar esa tremenda desesperación e incertidumbre en ella.
Y era ahí en donde se hallaba de nuevo Gaspard. ¿Por qué él? ¿Por qué? ¡Qué demonios había hecho para merecer! Ah sí, ya había acordado. Su peor error fue haberle seguido el paso durante esa noche, porque en las anteriores... bueno, era otra cosa, y ella no estaba tan cuerda como en ese momento. No obstante, lo único que no podía perdonarle a él era que le hubiera dado poder al gusano sin identidad. Todos los músculos de su rostro se tensaron, incluso apretó las manos con tanta fuerza, sintiendo el filo de sus uñas hundirse en la piel desnuda de las palmas. Hasta llegó al punto de apretar con fuerza los párpados, justo cuando sintió que sus ojos se humedecieron. Así es, ella era la Eloise antes de que Helga falleciera... Si Helga estuviera viva, las cosas serían diferentes. De seguro que sí; y ella nunca habría sido vampira.
La bruja había cuidado de ella desde que era un bebé; le brindó protección y hasta le enseñó a defenderse, algo parecido a lo que había hecho con Leto. Pero ahora que las cosas tomaban un rumbo cada vez más extraño, no sabía sí continuar conservando el recuerdo de Helga como algo bueno o no. ¡Todos merecían su odio! Hasta Gaspard. Menos Leto, porque su ratita era la única criatura desinteresada que siempre se hallaba a su lado, que de seguro estaría buscándola desesperada y... ¡Quería largarse! Y por eso cometió el error de remover los brazos, lastimándose más de lo que ya estaba. Esta vez no hubo gemidos de placer, sino un auténtico quejido de dolor. ¡Cuán humillada se sentía!
–Realmente patético, Eloise. Te dije que el tipo era un error...
«Lo sé». Mi madre al menos tenía más neuronas funcionales que tú, pedazo de idiota —replicó, y sí, hubo mucha irritación en sus palabras—. ¿No te cansas de arruinarlo todo? Oh, no. Parece que naciste nada más para echarlo todo a perder; ahora entiendo porque no le importaste nada a tu familia antes. Sólo eras su peón —masculló, y sin saber muy bien por qué le había salido con eso. Pero seguía muy molesta, así que no pudo evitarlo—. ¡Pudiste haberme golpeado en otro lado, estúpido! ¡Tú hiciste que él tuviera más poder! Y tenlo por seguro que no va a quedarse tranquilo hasta que te vea muerto... Una cosa era Átropos, otra cosa muy diferente es ese demonio. Además, ya me haces daño con tu presencia, así que, no te sigas esforzando más. Muchas gracias.
¿Eloise molesta? Sí, Eloise a punto de volverse loca de ira. Aunque tenía muchas ganas de cuidarse, porque hizo un esfuerzo monumental en no moverse más, o terminaría peor. Debía hallar la manera de salir de ahí, pero su cerebro tampoco cooperaba en ese instante. ¡Bien! Lo había asumido, jamás iba a deshacerse del homúnculo, esa cosa seguiría pegada a ella por toda la eternidad. Quiso hacerse ovillo, sólo que recordó que estaba atada con cadenas y no podía. Oh, dulce y amarga frustración que la carcomía por dentro...
—Deberías estar agradecido. Al menos tu hermano menor se molesta en buscarte, ¡y mira lo que haces! Arruinas todo, Gaspard, es lo único que sabes hacer... Patético, molesto; eres de lo peor. ¡Ya déjame ir maldita sea! Haz algo bien una vez en tu pútrida existencia —casi hace una pataleta como una cría de cinco años, casi. Pero tenía que seguir insistiéndole hasta que desistiera—. Espera, ¿acaso no quieres que me deshaga del gusano? ¡Qué contradictorio eres! Aparte de estúpido, poca cosa y cabeza hueca. Ah, cierto, no te importa nada, y como no te importa, ¿podrías hacerme el favor de soltarme para poder ir a quitarme a cierto hermano en forma de homúnculo que te quiere dos metros bajo tierra? Ay, esto es inútil... Prefiero que me incinere el sol.
¿Qué pensaría su sire al verla así? ¿Qué pensarían Helga y Luisa? ¡Incluso su padre! Vale, que creyeran lo que les saliera de la voluntad, porque no eran ellos los que lidiaban con ese tumor, ella sí. Eloise prácticamente quedó resignada a quedarse en ese estado para siempre, porque al maldito de Gaspard de Grailly no le iba a dar la gana de soltarla.
—Si realmente te importara un poquito, me hicieras caso. Pero no, sólo eres un falso; como todos en esta maldita ciudad...
Y era ahí en donde se hallaba de nuevo Gaspard. ¿Por qué él? ¿Por qué? ¡Qué demonios había hecho para merecer! Ah sí, ya había acordado. Su peor error fue haberle seguido el paso durante esa noche, porque en las anteriores... bueno, era otra cosa, y ella no estaba tan cuerda como en ese momento. No obstante, lo único que no podía perdonarle a él era que le hubiera dado poder al gusano sin identidad. Todos los músculos de su rostro se tensaron, incluso apretó las manos con tanta fuerza, sintiendo el filo de sus uñas hundirse en la piel desnuda de las palmas. Hasta llegó al punto de apretar con fuerza los párpados, justo cuando sintió que sus ojos se humedecieron. Así es, ella era la Eloise antes de que Helga falleciera... Si Helga estuviera viva, las cosas serían diferentes. De seguro que sí; y ella nunca habría sido vampira.
La bruja había cuidado de ella desde que era un bebé; le brindó protección y hasta le enseñó a defenderse, algo parecido a lo que había hecho con Leto. Pero ahora que las cosas tomaban un rumbo cada vez más extraño, no sabía sí continuar conservando el recuerdo de Helga como algo bueno o no. ¡Todos merecían su odio! Hasta Gaspard. Menos Leto, porque su ratita era la única criatura desinteresada que siempre se hallaba a su lado, que de seguro estaría buscándola desesperada y... ¡Quería largarse! Y por eso cometió el error de remover los brazos, lastimándose más de lo que ya estaba. Esta vez no hubo gemidos de placer, sino un auténtico quejido de dolor. ¡Cuán humillada se sentía!
–Realmente patético, Eloise. Te dije que el tipo era un error...
«Lo sé». Mi madre al menos tenía más neuronas funcionales que tú, pedazo de idiota —replicó, y sí, hubo mucha irritación en sus palabras—. ¿No te cansas de arruinarlo todo? Oh, no. Parece que naciste nada más para echarlo todo a perder; ahora entiendo porque no le importaste nada a tu familia antes. Sólo eras su peón —masculló, y sin saber muy bien por qué le había salido con eso. Pero seguía muy molesta, así que no pudo evitarlo—. ¡Pudiste haberme golpeado en otro lado, estúpido! ¡Tú hiciste que él tuviera más poder! Y tenlo por seguro que no va a quedarse tranquilo hasta que te vea muerto... Una cosa era Átropos, otra cosa muy diferente es ese demonio. Además, ya me haces daño con tu presencia, así que, no te sigas esforzando más. Muchas gracias.
¿Eloise molesta? Sí, Eloise a punto de volverse loca de ira. Aunque tenía muchas ganas de cuidarse, porque hizo un esfuerzo monumental en no moverse más, o terminaría peor. Debía hallar la manera de salir de ahí, pero su cerebro tampoco cooperaba en ese instante. ¡Bien! Lo había asumido, jamás iba a deshacerse del homúnculo, esa cosa seguiría pegada a ella por toda la eternidad. Quiso hacerse ovillo, sólo que recordó que estaba atada con cadenas y no podía. Oh, dulce y amarga frustración que la carcomía por dentro...
—Deberías estar agradecido. Al menos tu hermano menor se molesta en buscarte, ¡y mira lo que haces! Arruinas todo, Gaspard, es lo único que sabes hacer... Patético, molesto; eres de lo peor. ¡Ya déjame ir maldita sea! Haz algo bien una vez en tu pútrida existencia —casi hace una pataleta como una cría de cinco años, casi. Pero tenía que seguir insistiéndole hasta que desistiera—. Espera, ¿acaso no quieres que me deshaga del gusano? ¡Qué contradictorio eres! Aparte de estúpido, poca cosa y cabeza hueca. Ah, cierto, no te importa nada, y como no te importa, ¿podrías hacerme el favor de soltarme para poder ir a quitarme a cierto hermano en forma de homúnculo que te quiere dos metros bajo tierra? Ay, esto es inútil... Prefiero que me incinere el sol.
¿Qué pensaría su sire al verla así? ¿Qué pensarían Helga y Luisa? ¡Incluso su padre! Vale, que creyeran lo que les saliera de la voluntad, porque no eran ellos los que lidiaban con ese tumor, ella sí. Eloise prácticamente quedó resignada a quedarse en ese estado para siempre, porque al maldito de Gaspard de Grailly no le iba a dar la gana de soltarla.
—Si realmente te importara un poquito, me hicieras caso. Pero no, sólo eres un falso; como todos en esta maldita ciudad...
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
La punta de su pie estaba como loca, siguiendo un ritmo que se encontraba nada más que en su cabeza, pues en el zulo en el que ambos habían terminado sólo se escuchaba a Eloise hablar. No, no hablar, rajar sin descanso y sin pausa, hasta el punto de que Gaspard empezó a dudar de si realmente era tan distinta a Átropos porque, demonios, ambas le daban el mismo dolor de cabeza con sus vomitonas verbales incesantes. En realidad, tenía claro que Eloise no era la misma pero a la vez sí, algo que para otro no habría tenido el más mínimo sentido, pero ya hemos acordado que Gaspard era raro, así que ¿para qué esforzarse en entenderlo? Con que se entendiera él mismo, bastaba.
¡Así, al menos, uno de los dos lo haría! Con Eloise no existía la esperanza de que tuviera algo el más mínimo sentido, pues estaba como una cabra incluso si no era Átropos, y eso era evidente a los ojos del aquitano, pero sobre todo a sus oídos. No en vano, Gaspard de Grailly estaba pudiendo presenciar cómo, en un margen de apenas minutos, Eloise pasaba de la negación a la resignación para finalizar en la negociación, como si esa línea argumental tuviera el más mínimo sentido con él. ¿Tenía que recordarle, acaso, que él era raro y que la lógica fallida como la de ella no funcionaba en un hiperactivo como lo era el resurreccionista? Se lo iba a empezar a plantear, al paso que iba...
Bromas (¿bromas?) aparte, Gaspard escuchó, sí, pero no lo hizo quieto como había estado hacía no tanto rato, sino que se siguió moviendo; poco, porque el movimiento se estaba limitando a su pie inquieto, pero lo estaba haciendo, de eso no cabía duda. Además, al mismo tiempo que su cuerpo se resistía a la idea de permanecer inmutable, su mente daba vueltas, y fue solamente cuestión de tiempo que él mismo también la rodeara, sin perderse detalle y esquivando lo suficiente las cadenas para que ni lo tocaran, y que ella tampoco lo hiciera.
Al estar maniatada, era muy fácil (¡por una vez! Una parte de él ni se lo creía, la verdad) tenerla quietecita, y la verdad era que Gaspard lo prefería así, sobre todo cuando él mismo había sacado a la luz al homúnculo otra vez, cosa que ella le había echado muy en cara. ¡Como si él no lo supiera o algo! ¿De verdad se creía que era tan estúpido, a aquellas alturas? Impulsivo sí, por supuesto, tan cierto como que el vino de Burdeos era el mejor que el aquitano había probado nunca, pero ¿estúpido? No, en absoluto. Y ofendido con sus palabras tampoco porque ya lo tenía bastante asimilado, ¿qué más daba?
– Qué buena palabra. Peón, sí. Labriego, habría utilizado yo, pero te la acepto. – bromeó, cuando finalmente se quedó delante de ella, y sin esperar permiso de Eloise la agarró de la barbilla y le movió la cara en varias direcciones para no perderse ni un ángulo de sus ojos. Y no, no lo estaba haciendo de forma gratuita o para ver su belleza, pese a lo extraño de la relación que tenían esos dos, sino que lo que hacía era buscar rastros del homúnculo en la mirada de la vampiresa, nada más. – ¿Sabes por qué me ignoraban? Porque siempre ha sido más fácil dejarme tranquilo que intentar controlarme. Y porque yo nunca he estado bien con gente. Me prefiero solo. – respondió, acariciándole el mentón con el pulgar y, a continuación, separándose.
Lo que había dicho Eloise no era mentira, pero tampoco era del todo verdad: en todo hay dos versiones, y si bien la de los padres, hermanos y demás familia de Gaspard era que no lo integraban ni aceptaban porque era raro, descuidado, distraído y demasiado desapegado, la de Gaspard era que no quería ser aceptado por ellos, a quienes consideraba bastante inferiores, y por eso se había comportado siempre como lo había hecho. ¿Cuál era cierta? A su manera, ambas, pero Átropos estaba seguramente más interesada en la de Gaspard, su humano, que en la de la familia tan extraña que tenía, así que ahí estaba: conocimiento para ella. ¡Qué magnánimo, de Grailly!
– Que sí, que ya sé que lo del homúnculo es culpa mía, ¡no soy estúpido, Eloise! – admitió, prácticamente gruñendo, pero no se iba a disculpar, no hacía falta una vez lo había admitido. Para Gaspard, ese ya era un paso grande, e incluso Eloise debía reconocer que él había hecho más de lo que ella se esperaba que pudiera hacer, así que esperar que avanzara de ahí era pedir un milagro cuando ninguno de los dos creía que éstos existieran. A Gaspard, no obstante, se le pasó rápido el genio, y se cruzó de brazos de nuevo, clavado frente a ella y con su rostro como la diana de su mirada, inquisitiva e inestable como él mismo podía serlo.
– Si te importara, no me enfadarías. Si no fueras tan estúpida, te darías cuenta de que no puedo hacerte caso si no tienes ni idea de cómo te vas a librar de él o de cómo encontrar a esa hechicera tuya. Pero ¿para qué pensar que te estoy ayudando? ¡Si sólo soy un ladrón de tumbas patético y problemático que no para nunca quieto! – replicó, alzando una ceja y con cara de absoluta sorpresa, como si la sola idea de que se pudiera pensar en él ayudándola fuera una fantasía loca, en vez de lo que estaba haciendo en realidad, al mantenerla presa contra su voluntad.
¡De acuerdo, tal vez no era la mejor manera, pero lo estaba intentando! Y eso ya decía mucho de él, que no confiaba en nadie; de él, que no establecía vínculos con nadie; de él, que no la había buscado pero la había encontrado. Gaspard seguía siendo humano y seguía fallando, sí, pero lo admitía e intentaba poner su granito de arena para solucionarlo si le convenía; aparentemente esa situación lo hacía, porque estaba molestándose por Eloise y por sacarla de una situación que no era culpa suya. El agravante sí, pero lo de base no, que eso no se le olvidara a la fulana que tenía delante, y que estaba asistiendo al enfado progresivo de Gaspard en un lugar de honor.
– Pero no. Soy un falso y no me importa nada. Por eso te he mentido tantas veces, Eloise. Por eso he dejado que tu hermano siguiera poseyendo tu cuerpo y no he hecho nada para evitarlo. Porque soy un falso, sí, justo por eso, ¡me has clavado! – se burló, y no pudo evitarlo, la golpeó para reforzar sus palabras. De todas maneras, era humano y su golpe no sería mortal del todo para ella, por mucho que le doliera porque, ¡hola!, Gaspard era un tipo fuerte y robusto, a la vista estaba, sobre todo a la de los privilegiados que, como ella, lo habían visto sin ropa cubriéndolo.
¡Así, al menos, uno de los dos lo haría! Con Eloise no existía la esperanza de que tuviera algo el más mínimo sentido, pues estaba como una cabra incluso si no era Átropos, y eso era evidente a los ojos del aquitano, pero sobre todo a sus oídos. No en vano, Gaspard de Grailly estaba pudiendo presenciar cómo, en un margen de apenas minutos, Eloise pasaba de la negación a la resignación para finalizar en la negociación, como si esa línea argumental tuviera el más mínimo sentido con él. ¿Tenía que recordarle, acaso, que él era raro y que la lógica fallida como la de ella no funcionaba en un hiperactivo como lo era el resurreccionista? Se lo iba a empezar a plantear, al paso que iba...
Bromas (¿bromas?) aparte, Gaspard escuchó, sí, pero no lo hizo quieto como había estado hacía no tanto rato, sino que se siguió moviendo; poco, porque el movimiento se estaba limitando a su pie inquieto, pero lo estaba haciendo, de eso no cabía duda. Además, al mismo tiempo que su cuerpo se resistía a la idea de permanecer inmutable, su mente daba vueltas, y fue solamente cuestión de tiempo que él mismo también la rodeara, sin perderse detalle y esquivando lo suficiente las cadenas para que ni lo tocaran, y que ella tampoco lo hiciera.
Al estar maniatada, era muy fácil (¡por una vez! Una parte de él ni se lo creía, la verdad) tenerla quietecita, y la verdad era que Gaspard lo prefería así, sobre todo cuando él mismo había sacado a la luz al homúnculo otra vez, cosa que ella le había echado muy en cara. ¡Como si él no lo supiera o algo! ¿De verdad se creía que era tan estúpido, a aquellas alturas? Impulsivo sí, por supuesto, tan cierto como que el vino de Burdeos era el mejor que el aquitano había probado nunca, pero ¿estúpido? No, en absoluto. Y ofendido con sus palabras tampoco porque ya lo tenía bastante asimilado, ¿qué más daba?
– Qué buena palabra. Peón, sí. Labriego, habría utilizado yo, pero te la acepto. – bromeó, cuando finalmente se quedó delante de ella, y sin esperar permiso de Eloise la agarró de la barbilla y le movió la cara en varias direcciones para no perderse ni un ángulo de sus ojos. Y no, no lo estaba haciendo de forma gratuita o para ver su belleza, pese a lo extraño de la relación que tenían esos dos, sino que lo que hacía era buscar rastros del homúnculo en la mirada de la vampiresa, nada más. – ¿Sabes por qué me ignoraban? Porque siempre ha sido más fácil dejarme tranquilo que intentar controlarme. Y porque yo nunca he estado bien con gente. Me prefiero solo. – respondió, acariciándole el mentón con el pulgar y, a continuación, separándose.
Lo que había dicho Eloise no era mentira, pero tampoco era del todo verdad: en todo hay dos versiones, y si bien la de los padres, hermanos y demás familia de Gaspard era que no lo integraban ni aceptaban porque era raro, descuidado, distraído y demasiado desapegado, la de Gaspard era que no quería ser aceptado por ellos, a quienes consideraba bastante inferiores, y por eso se había comportado siempre como lo había hecho. ¿Cuál era cierta? A su manera, ambas, pero Átropos estaba seguramente más interesada en la de Gaspard, su humano, que en la de la familia tan extraña que tenía, así que ahí estaba: conocimiento para ella. ¡Qué magnánimo, de Grailly!
– Que sí, que ya sé que lo del homúnculo es culpa mía, ¡no soy estúpido, Eloise! – admitió, prácticamente gruñendo, pero no se iba a disculpar, no hacía falta una vez lo había admitido. Para Gaspard, ese ya era un paso grande, e incluso Eloise debía reconocer que él había hecho más de lo que ella se esperaba que pudiera hacer, así que esperar que avanzara de ahí era pedir un milagro cuando ninguno de los dos creía que éstos existieran. A Gaspard, no obstante, se le pasó rápido el genio, y se cruzó de brazos de nuevo, clavado frente a ella y con su rostro como la diana de su mirada, inquisitiva e inestable como él mismo podía serlo.
– Si te importara, no me enfadarías. Si no fueras tan estúpida, te darías cuenta de que no puedo hacerte caso si no tienes ni idea de cómo te vas a librar de él o de cómo encontrar a esa hechicera tuya. Pero ¿para qué pensar que te estoy ayudando? ¡Si sólo soy un ladrón de tumbas patético y problemático que no para nunca quieto! – replicó, alzando una ceja y con cara de absoluta sorpresa, como si la sola idea de que se pudiera pensar en él ayudándola fuera una fantasía loca, en vez de lo que estaba haciendo en realidad, al mantenerla presa contra su voluntad.
¡De acuerdo, tal vez no era la mejor manera, pero lo estaba intentando! Y eso ya decía mucho de él, que no confiaba en nadie; de él, que no establecía vínculos con nadie; de él, que no la había buscado pero la había encontrado. Gaspard seguía siendo humano y seguía fallando, sí, pero lo admitía e intentaba poner su granito de arena para solucionarlo si le convenía; aparentemente esa situación lo hacía, porque estaba molestándose por Eloise y por sacarla de una situación que no era culpa suya. El agravante sí, pero lo de base no, que eso no se le olvidara a la fulana que tenía delante, y que estaba asistiendo al enfado progresivo de Gaspard en un lugar de honor.
– Pero no. Soy un falso y no me importa nada. Por eso te he mentido tantas veces, Eloise. Por eso he dejado que tu hermano siguiera poseyendo tu cuerpo y no he hecho nada para evitarlo. Porque soy un falso, sí, justo por eso, ¡me has clavado! – se burló, y no pudo evitarlo, la golpeó para reforzar sus palabras. De todas maneras, era humano y su golpe no sería mortal del todo para ella, por mucho que le doliera porque, ¡hola!, Gaspard era un tipo fuerte y robusto, a la vista estaba, sobre todo a la de los privilegiados que, como ella, lo habían visto sin ropa cubriéndolo.
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Era realmente complicado describir la situación mental de Eloise en ese momento, que parecía mucho más cercana a la de Átropos, pero no, seguía siendo la Eloise de esa noche, la misma que había estado en el cementerio frente a la tumba de Helga. Sin embargo, por estar justamente metida en aquel lío existencial, es que era difícil entenderla, porque pasaban muchas cosas por su mente, y sus emociones... bueno, esas estaban hechas un mar en furia. Es más, y lo reconocía abiertamente, nunca antes se había sentido de aquella manera; ni siquiera el homúnculo lo había conseguido. Pero Gaspard, ¡ese con su apellido de Grailly!, logró sacar de orbita lo que ella creyó tener bien cuidado y escondido en todo su tiempo de no-vida. Por supuesto, no era bonito sentirse así, ya que su humillación era mayúscula. Su orgullo jamás le permitía ver más allá de sus narices, ni mucho menos, aceptar que ese humano condenado era el causante de todo eso. Aparte, ¡la tenía atada con cadenas! Qué romántica escena... ¡Para nada!
Es más, ya ni se sabía qué clase de escena resultaba esa. ¡Con ellos nunca se sabía nada! Podrían considerarse que eran como la horma del zapato del otro, pero a la vez había algo más, sólo que en su caos mental era difícil de deducirlo. ¡Y Eloise sufría por eso! Muy en el fondo de su pútrida cabeza, (y corazón), lo hacía, porque ya no hallaba qué hacer. Quería intentar muchas cosas, y luego cambiaba de opinión. ¡Gaspard tampoco ayudaba! Él le sumaba más caos al estado de ella, y la descolocó aún más cuando notó ese extraño enfado en él, como si esta vez lo que le escupió en cara sí lo había tocado un poco. ¿Y cómo iba a ser? Antes le decía cosas parecidas y él continuaba con su manía de llevarle la contraria, y ahora... Ahora no. Lo entendía cada vez menos. Bueno, ni se entendía a sí misma, ¿qué se podía esperar?
Sin embargo, y como si hubieran sido una especie de tranquilizante, sus palabras la habían dejado muy quieta, aún con la rabia jugándole sucio, al igual que la indignación y otras cosas que no sabía qué eran con exactitud. ¡Hasta se había olvidado del gusano sin identidad por ese instante! Sobre todo cuando, luego de haberle tomado la barbilla con brusquedad, Gaspard le dedicó una breve caricia que la dejó extrañada. Sólo que él se alejó y eso la frustró. Ay, pobrecita Eloise, que no era capaz de aceptar nada, porque, ¡vale!, tampoco sabía nada. ¡Cierto! Quería que la dejara ir, pero a la vez no... ¡Que tenía que irse! Bueno, ya no tenía la más parca idea de lo que quería. Se tuvo que obligar a poner sus pensamientos en regla, y, aunque de seguro iba quedar más humillada de lo que ya estaba, no quedaba de otra.
Aunque no lo admitieran, ambos tenían que aprender a tratar de hacer las paces por al menos una vez. Por muy caóticos y erráticos que fueran, tenían que hacer el mínimo esfuerzo. Y más cuando Gaspard había querido retener a Eloise en contra de su voluntad, cuando ella en realidad no lo iba a molestar más. Fue en ese fugaz instante en que la duda que asaltó a Eloise hizo que la rabia se le bajara un poquito (luego también de semejante golpe, por favor), observando al humano (su humano, que quedara bien claro, porque justo lo reconocía en silencio), extrañada.
—Te prefieres solo, pero aquí me tienes... ¿por qué no me dices la verdad, Gaspard? Te hubiera resultado más fácil dejándome ir, lo sabes. Porque te juro que él no iba a fastidiarte, sólo quiere lo mismo que yo. Nos queremos separar, él con otro cuerpo y yo finalmente seré libre, ¿no lo entiendes? —habló, mucho más calmada que antes. Ay, las malditas cadenas que no la dejaban acercarse a él—. ¡Y no te he enfadado a propósito! No lo fue, de verdad. Es que tú nunca entiendes, no lo haces. Quise distraerte para que no me siguieras, porque esa cosa estuvo a punto de matarte y no quiero que te haga daño, ¿es tan difícil entenderlo?
Pero, ¿qué diablos había dicho? La verdad, así de simple. ¡Y que gran alivio fue haberla dejado salir! Aunque había pensado que se sentiría peor, y no, resultó lo contrario. Es más, hasta le sobraban ganas de seguir siendo sincera. Eso de arreglar sus ideas sí que funcionaba, a pesar de que probablemente no obtendría nada a cambio, ¿y qué más daba? Empezaba a resignarse a estar atada sin hacer mucho con su cuerpo.
—Y sí, ya sé cómo deshacerme de él, pero quería hacerlo sola —confesó—. En un principio me causaba fastidio que te metieras en mis cosas, pero la verdad era esa. De seguro si te tiene cerca, entonces va a buscar la manera de dañarte, porque quizás te vea como un rival, no lo sé. —Hizo una pausa, ocultando la mirada unos instantes—. Si llego a deshacerme del gusano, ¿querrás verme de nuevo? ¿Por qué te molesta tanto que dude de ti? Estoy cansada de todo esto. No ha parado desde que tengo memoria, y si tuve que quedarme en las Catacumbas de ese modo, fue porque así estaría segura y él no iba a molestar mucho. Pero cometí un error, y fue haber aceptado la inmortalidad. Y ahora estoy pagando por ello, supongo...
Es más, ya ni se sabía qué clase de escena resultaba esa. ¡Con ellos nunca se sabía nada! Podrían considerarse que eran como la horma del zapato del otro, pero a la vez había algo más, sólo que en su caos mental era difícil de deducirlo. ¡Y Eloise sufría por eso! Muy en el fondo de su pútrida cabeza, (y corazón), lo hacía, porque ya no hallaba qué hacer. Quería intentar muchas cosas, y luego cambiaba de opinión. ¡Gaspard tampoco ayudaba! Él le sumaba más caos al estado de ella, y la descolocó aún más cuando notó ese extraño enfado en él, como si esta vez lo que le escupió en cara sí lo había tocado un poco. ¿Y cómo iba a ser? Antes le decía cosas parecidas y él continuaba con su manía de llevarle la contraria, y ahora... Ahora no. Lo entendía cada vez menos. Bueno, ni se entendía a sí misma, ¿qué se podía esperar?
Sin embargo, y como si hubieran sido una especie de tranquilizante, sus palabras la habían dejado muy quieta, aún con la rabia jugándole sucio, al igual que la indignación y otras cosas que no sabía qué eran con exactitud. ¡Hasta se había olvidado del gusano sin identidad por ese instante! Sobre todo cuando, luego de haberle tomado la barbilla con brusquedad, Gaspard le dedicó una breve caricia que la dejó extrañada. Sólo que él se alejó y eso la frustró. Ay, pobrecita Eloise, que no era capaz de aceptar nada, porque, ¡vale!, tampoco sabía nada. ¡Cierto! Quería que la dejara ir, pero a la vez no... ¡Que tenía que irse! Bueno, ya no tenía la más parca idea de lo que quería. Se tuvo que obligar a poner sus pensamientos en regla, y, aunque de seguro iba quedar más humillada de lo que ya estaba, no quedaba de otra.
Aunque no lo admitieran, ambos tenían que aprender a tratar de hacer las paces por al menos una vez. Por muy caóticos y erráticos que fueran, tenían que hacer el mínimo esfuerzo. Y más cuando Gaspard había querido retener a Eloise en contra de su voluntad, cuando ella en realidad no lo iba a molestar más. Fue en ese fugaz instante en que la duda que asaltó a Eloise hizo que la rabia se le bajara un poquito (luego también de semejante golpe, por favor), observando al humano (su humano, que quedara bien claro, porque justo lo reconocía en silencio), extrañada.
—Te prefieres solo, pero aquí me tienes... ¿por qué no me dices la verdad, Gaspard? Te hubiera resultado más fácil dejándome ir, lo sabes. Porque te juro que él no iba a fastidiarte, sólo quiere lo mismo que yo. Nos queremos separar, él con otro cuerpo y yo finalmente seré libre, ¿no lo entiendes? —habló, mucho más calmada que antes. Ay, las malditas cadenas que no la dejaban acercarse a él—. ¡Y no te he enfadado a propósito! No lo fue, de verdad. Es que tú nunca entiendes, no lo haces. Quise distraerte para que no me siguieras, porque esa cosa estuvo a punto de matarte y no quiero que te haga daño, ¿es tan difícil entenderlo?
Pero, ¿qué diablos había dicho? La verdad, así de simple. ¡Y que gran alivio fue haberla dejado salir! Aunque había pensado que se sentiría peor, y no, resultó lo contrario. Es más, hasta le sobraban ganas de seguir siendo sincera. Eso de arreglar sus ideas sí que funcionaba, a pesar de que probablemente no obtendría nada a cambio, ¿y qué más daba? Empezaba a resignarse a estar atada sin hacer mucho con su cuerpo.
—Y sí, ya sé cómo deshacerme de él, pero quería hacerlo sola —confesó—. En un principio me causaba fastidio que te metieras en mis cosas, pero la verdad era esa. De seguro si te tiene cerca, entonces va a buscar la manera de dañarte, porque quizás te vea como un rival, no lo sé. —Hizo una pausa, ocultando la mirada unos instantes—. Si llego a deshacerme del gusano, ¿querrás verme de nuevo? ¿Por qué te molesta tanto que dude de ti? Estoy cansada de todo esto. No ha parado desde que tengo memoria, y si tuve que quedarme en las Catacumbas de ese modo, fue porque así estaría segura y él no iba a molestar mucho. Pero cometí un error, y fue haber aceptado la inmortalidad. Y ahora estoy pagando por ello, supongo...
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Podía indignarse, vaya que sí, pero a Átropos no le faltaba razón en una cosa: Gaspard ni lo entendía ni tenía la más mínima posibilidad de hacerlo, pese a sus intenciones fueran las de ayudarla, aún no tenía muy claro por qué. En lo demás no acertaba, ¡se siente!, porque él no se podía creer que ella fuera tan ilusa de pensar que lo iba a proteger del homúnculo si se libraba de él cuando ni siquiera podía protegerse a sí misma de lo que existía dentro de su cabeza. ¿Lógica, alguien? ¿O sólo él, para no variar, era el único que veía las cosas con un poco de claridad? Ah, cuánto le quedaba a Eloise por aprender de él y de su desconfianza existencial.
No podía culparse a Gaspard de Grailly por no fiarse de ella, puesto que si se observaban con atención los antecedentes de ellos dos, se podía ver que ella era la que constantemente había atacado la libertad del aquitano, que la valoraba (a la libertad, no a Eloise, no queremos dudas al respecto) por encima de casi todo lo demás. Por mucho que no tuviera motivos para mentirle, estando atrapada como lo estaba por esas cadenas que le ardían, Gaspard no se lo terminaba de creer, y por eso le dejó hablar todo lo que ella quiso y más sin hacer él lo propio y responderle. Por eso y porque por todos era sabido que de Grailly odiaba hablar si no era necesario hacerlo, pero ¿y lo bonito que quedaba decir que lo hacía por ella?
¡Desde luego, a ella le funcionaba todo eso! Gaspard casi lo sentía enternecerlo, pero sólo casi; estaba demasiado curtido, especialmente en esos asuntos sentimentales que tanto detestaba, para que una serie de palabras bonitas por parte de una manipuladora le calaran profundo y pudieran tener mucho más efecto en él que aún más desconfianza. Como mínimo, eso quería creer, pero no podía olvidarse de la parte de él que le recordaba, con impertinencia, que ella estaba siendo sincera; tal vez no era lógico, tal vez sabía bien que rogándole y convenciéndole había más posibilidades de que la soltara, pero Gaspard la conocía (¿lo hacía?) y sabía que no le mentía (¿lo sabía?).
Y eso, que no quedara duda, lo hacía todo todavía más complicado. ¡Cuánto habría preferido de Grailly que ella lo despreciara o lo tratara con hostilidad siempre, como todos! A eso estaba acostumbrado, y de hecho le gustaba porque le permitía estar solo, como ella le había recriminado que no estuviera para exigirle una verdad que ni él mismo sabía, como información útil. A importarle a los demás no estaba tan habituado, y de hecho la última persona que había admitido que lo hacía seguía, suponía Gaspard, en Saint-Émilion, ejerciendo de sacerdote en la iglesia monolítica a la que tantas veces había ido de pequeño. Así que, mira, no, por ahí no quería pasar, ¡ni loco!
Pero querer no es poder, lo sabía bien porque la vida se lo había enseñado hacía muchos años; querer y tener la intención no era conseguir lo que se pretendía, y mucho menos cuando Átropos o Eloise estaban metidas en todo ese asunto. ¡Para ser tan distintas mira que podían ser igual de problemáticas...! De no ser por ella(s), no se encontraría allí, con una vampiresa a la que podía haber utilizado para su placer pero no, la tenía removiéndole los pensamientos más aún de lo que ya de por sí lo hacían ellos sin ayuda de nadie; al final, Gaspard acabaría mareado, y eso le haría aún menos gracia que todo lo demás.
– No estás viendo el largo plazo. Estás viendo lo momentáneo, precisamente tú cuando el que no para quieto y parece no reflexionar soy yo, pero supongo que sigo siendo una caja de sorpresas hasta para ti. – recriminó Gaspard, con uno de sus índices clavándose en la piel de la vampiresa, pero de una forma mucho menos dolorosa que las cadenas de plata que la estaban quemando despacio. – Sí que habría sido más fácil que te largaras tú sola, pero te habrías quedado a su merced. Mi golpe lo ha sacado, pero él ya estaba ahí; imagina que algo en el proceso sale mal porque él lo interrumpe y te destruye del todo. Entonces, dime, ¿cómo planeas protegerme? – preguntó, con acritud.
En sus palabras no había habido ninguna declaración empalagosa, ningún tipo de sentimiento favorable hacia ella, nada salvo rechazo y crítica, que se vieron ambos intensificados por los ojos entrecerrados del aquitano, dos rendijas verdes que la observaban con recelo. Sin embargo, leyendo entre líneas había tanto más que alguien inteligente como Átropos sería capaz de comprender hasta lo que Gaspard no iba a decir tan fácilmente, porque para él era, en realidad, justo lo contrario a fácil, y no tenía la menor intención de enredarse así en ese tipo de temas que no comprendía. Antes pasto de vampiros que en una situación de clara debilidad, y por todos es sabido lo poco que duró Gaspard de pasto de vampiros antes de empezar a defenderse...
– Sí es difícil entenderlo. Y debe de serlo más que te des cuenta de que hagas lo que hagas, me va a hacer daño igual; dentro o fuera de ti, tu homúnculo me odia porque ya no es el único hombre de tu vida, así que luchas contra lo inevitable. No es práctico. – razonó Gaspard, llevando de nuevo la mano a la barbilla de Eloise, pero esta vez para acariciarla, no para golpearla. – ¿Confías en ti para hacerlo sola? No seas estúpida, si lo tienes dentro no eres de fiar. – continuó razonando, con aún más acritud, pero continuó con la caricia, sin mirarla por estar sumido en sus propios pensamientos.
– No te he dado motivos para que dudes. La he cagado, sí, pero no he arruinado tu vida más de lo que ya estaba. – respondió, encogiéndose de hombros y dando un paso hacia atrás, aunque sin soltarla de la barbilla. – Yo no elegí nada de esto, lo hiciste tú. ¿Ahora tengo elección? ¿Y quieres que vuelva a verte? Deja de putearme, fulana, y me lo pensaré. – replicó, con una sonrisa cruel, ya sin caricias a Átropos y con un último gesto que cambió el significado de toda su respuesta (y a la vez sirvió como la respuesta que no le había dado): la besó.
No podía culparse a Gaspard de Grailly por no fiarse de ella, puesto que si se observaban con atención los antecedentes de ellos dos, se podía ver que ella era la que constantemente había atacado la libertad del aquitano, que la valoraba (a la libertad, no a Eloise, no queremos dudas al respecto) por encima de casi todo lo demás. Por mucho que no tuviera motivos para mentirle, estando atrapada como lo estaba por esas cadenas que le ardían, Gaspard no se lo terminaba de creer, y por eso le dejó hablar todo lo que ella quiso y más sin hacer él lo propio y responderle. Por eso y porque por todos era sabido que de Grailly odiaba hablar si no era necesario hacerlo, pero ¿y lo bonito que quedaba decir que lo hacía por ella?
¡Desde luego, a ella le funcionaba todo eso! Gaspard casi lo sentía enternecerlo, pero sólo casi; estaba demasiado curtido, especialmente en esos asuntos sentimentales que tanto detestaba, para que una serie de palabras bonitas por parte de una manipuladora le calaran profundo y pudieran tener mucho más efecto en él que aún más desconfianza. Como mínimo, eso quería creer, pero no podía olvidarse de la parte de él que le recordaba, con impertinencia, que ella estaba siendo sincera; tal vez no era lógico, tal vez sabía bien que rogándole y convenciéndole había más posibilidades de que la soltara, pero Gaspard la conocía (¿lo hacía?) y sabía que no le mentía (¿lo sabía?).
Y eso, que no quedara duda, lo hacía todo todavía más complicado. ¡Cuánto habría preferido de Grailly que ella lo despreciara o lo tratara con hostilidad siempre, como todos! A eso estaba acostumbrado, y de hecho le gustaba porque le permitía estar solo, como ella le había recriminado que no estuviera para exigirle una verdad que ni él mismo sabía, como información útil. A importarle a los demás no estaba tan habituado, y de hecho la última persona que había admitido que lo hacía seguía, suponía Gaspard, en Saint-Émilion, ejerciendo de sacerdote en la iglesia monolítica a la que tantas veces había ido de pequeño. Así que, mira, no, por ahí no quería pasar, ¡ni loco!
Pero querer no es poder, lo sabía bien porque la vida se lo había enseñado hacía muchos años; querer y tener la intención no era conseguir lo que se pretendía, y mucho menos cuando Átropos o Eloise estaban metidas en todo ese asunto. ¡Para ser tan distintas mira que podían ser igual de problemáticas...! De no ser por ella(s), no se encontraría allí, con una vampiresa a la que podía haber utilizado para su placer pero no, la tenía removiéndole los pensamientos más aún de lo que ya de por sí lo hacían ellos sin ayuda de nadie; al final, Gaspard acabaría mareado, y eso le haría aún menos gracia que todo lo demás.
– No estás viendo el largo plazo. Estás viendo lo momentáneo, precisamente tú cuando el que no para quieto y parece no reflexionar soy yo, pero supongo que sigo siendo una caja de sorpresas hasta para ti. – recriminó Gaspard, con uno de sus índices clavándose en la piel de la vampiresa, pero de una forma mucho menos dolorosa que las cadenas de plata que la estaban quemando despacio. – Sí que habría sido más fácil que te largaras tú sola, pero te habrías quedado a su merced. Mi golpe lo ha sacado, pero él ya estaba ahí; imagina que algo en el proceso sale mal porque él lo interrumpe y te destruye del todo. Entonces, dime, ¿cómo planeas protegerme? – preguntó, con acritud.
En sus palabras no había habido ninguna declaración empalagosa, ningún tipo de sentimiento favorable hacia ella, nada salvo rechazo y crítica, que se vieron ambos intensificados por los ojos entrecerrados del aquitano, dos rendijas verdes que la observaban con recelo. Sin embargo, leyendo entre líneas había tanto más que alguien inteligente como Átropos sería capaz de comprender hasta lo que Gaspard no iba a decir tan fácilmente, porque para él era, en realidad, justo lo contrario a fácil, y no tenía la menor intención de enredarse así en ese tipo de temas que no comprendía. Antes pasto de vampiros que en una situación de clara debilidad, y por todos es sabido lo poco que duró Gaspard de pasto de vampiros antes de empezar a defenderse...
– Sí es difícil entenderlo. Y debe de serlo más que te des cuenta de que hagas lo que hagas, me va a hacer daño igual; dentro o fuera de ti, tu homúnculo me odia porque ya no es el único hombre de tu vida, así que luchas contra lo inevitable. No es práctico. – razonó Gaspard, llevando de nuevo la mano a la barbilla de Eloise, pero esta vez para acariciarla, no para golpearla. – ¿Confías en ti para hacerlo sola? No seas estúpida, si lo tienes dentro no eres de fiar. – continuó razonando, con aún más acritud, pero continuó con la caricia, sin mirarla por estar sumido en sus propios pensamientos.
– No te he dado motivos para que dudes. La he cagado, sí, pero no he arruinado tu vida más de lo que ya estaba. – respondió, encogiéndose de hombros y dando un paso hacia atrás, aunque sin soltarla de la barbilla. – Yo no elegí nada de esto, lo hiciste tú. ¿Ahora tengo elección? ¿Y quieres que vuelva a verte? Deja de putearme, fulana, y me lo pensaré. – replicó, con una sonrisa cruel, ya sin caricias a Átropos y con un último gesto que cambió el significado de toda su respuesta (y a la vez sirvió como la respuesta que no le había dado): la besó.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Había hecho bien, mal o qué? Es decir, por un momento de confusión decidió soltarle muchas cosas a Gaspard, cuando tenía un orgullo que no le permitía, siquiera, poner en orden sus ideas, más allá de estar atada a un ser espectral, tan molesto que, con toda seguridad, sí podía decir que lo odiaba. Pero, ¿a Gaspard lo odiaba? Definitivamente no. Sí, logró descubrirlo, y más ahora cuando poseía esa sensatez que decidió reservar durante muchísimos años, por miedo a ¿qué cosa? ¿A la soledad o a no saber qué hacer con su existencia en el futuro? Eloise nunca se había sentido tan perdida, y de un modo tan inexplicable; no desde que Helga abandonó este mundo. Era como si empezara a cavar mucho en su interior, desenterrando todo eso que quiso tapiar bajo una locura un tanto ficticia. Porque, aunque no lo crean, hay locos de locos, y Eloise sólo puede ser peligrosa para quien se lo merece. Lo había sido para Gaspard en su momento, sin embargo, ya las cosas entre ambos habían ido más allá. Él parecía ser esa clase de estímulo que la mantenía con las fichas en su lugar, a pesar de haberle revuelto el pensamiento. ¡Divinamente contradictorio!
Sí, por supuesto, le había dado mucha rabia porque la mantenía retenida en contra de su voluntad, pero más que nada porque despertó al gusano de ese letargo en el que debía estar toda la eternidad. ¡Vale! Ya lo repitió muchas veces, sólo que no lo podía superar con facilidad. Sin embargo, esa ira se estaba esfumando lentamente, tanto por las acciones de Gaspard, como por las cosas que decía; que no fueron bonitas, en lo absoluto, aun así, Eloise quiso creer que había algo más en todo eso, y aunque se hallara tan revuelta de mente, prefirió pensar en esa mínima posibilidad, que hasta la dejaba muy quieta (aparte de que la plata ya le empezaba a quemar demasiado cuando se movía). ¿Tenía que resignarse a no intentar entenderlo? Quizá Átropos no quería hacerlo, pero Eloise sí.
¡Ahora lo comprendía de mejor manera! Admitirlo era difícil, obvio, igualmente pudo hacer que todas las piezas encajaran perfectamente, resultado de las dudas que se le vinieron a la mente mientras lo miraba fijo, sin ninguna clase de mal gesto en ella, sino la más pura curiosidad. Su intención de querer deshacerse del homúnculo no residía tanto en que anhelaba estar libre, a pesar de que la desesperaba mucho; no, su deseo repentino de estar sin ataduras era, no sólo la integridad de Gaspard, sino porque... ¿quería estar con él? ¡Maldita sea! No podía ser posible. ¿Y sí así era? Bien, ahora, luego de creer que había resuelto el acertijo, terminó más enredada, y todo por su propia culpa. Y era comprensible, porque siendo ella una persona no sana de mente, no se podía esperar que pudiera llegar a desarrollar algún vínculo serio con alguien más. Bueno, sí podía, porque a la ratita Leto la había protegido e incluso se preocupaba por ella y... ¿en dónde demonios estaría en ese momento? Ni podía tener una idea clara de su paradero, no cuando la voz de Gaspard continuaba ahí, taladrando muy en el fondo de su razón.
—No lo hago porque estoy desesperada, lo admito —respondió en voz baja, sin apartar la mirada de él, ignorando cualquier cosa, hasta que tenía a un hermano muy feo—. Sigues siendo una caja de sorpresas por muchas cosas que yo no alcanzo a entender en este preciso instante, y quizá no lo haga, porque me resulta extraño tener que acomodar las emociones como si fueran objetos a los que puedes llevar de un lado a otro —terminó reconociendo. ¿Ya qué más podía perder?—. Ya no lo sé... Deja de recriminarme las cosas de esa manera. Porque, a ver, ¿tienes una mejor idea? ¡Iba a ir por el diario de Helga! Porque... Ahora que lo recuerdo, mis padres le pidieron que se deshiciera de esa cosa y no sé qué más pasó. ¡Y no! Él ni siquiera es un hombre, es un gusano sin identidad, aunque tiene sentido ahora que lo dices de ese modo. Pero, ¡te juro que no los entiendo! A Helga y a él, no me refería a ti.
Y aquello fue el motor que la llevara a hundirse brevemente en sus recuerdos, ayudado, quizás, por las acciones de Gaspard, aparte de sus palabras, porque sí, tenía que darle la razón. Aunque igual surgieron más dudas, en conjunto con todas esas memorias que había creído marchitas, pero no, ahí estaban, queriendo llevarle mensajes inconclusos. ¡Su padre si la visitaba seguido! ¿Y por qué dejó de hacerlo luego? Un momento, ¿y por qué diablos le regresó el beso a Gaspard de ese modo como si extrañara hacerlo? ¡Aparte de desear un poco de su sangre! Sólo un poco, porque... ¡ya ni sabía! Había algo más que un simple deseo vampírico, algo que ella no quiso comprender, sólo era cuestión de dejarse llevar nada más, y de sentir su piel erizarse cuando probaba de ese elixir que emanaba de la boca de él. Y fue tanta su ofuscación, que cuando Gaspard quiso separarse, ella no lo dejó.
—¡No! No te vayas... por favor. No quisiera seguir metiéndote en problemas, pero te necesito, ¡lo admito! Y me da rabia porque eso me haría dependiente a ti y no, ¡no puede ser de ese modo! —y esta vez sí apartó el rostro de inmediato. Ay, cómo dolía reconocer que su orgullo había sido mancillado por quién sabe qué cosas—. Si fuera un poquito más Átropos en este momento, quizás lo asimilara de mejor manera. Pero la loca de las Catacumbas es un personaje inventado, al fin y al cabo.
Sí, por supuesto, le había dado mucha rabia porque la mantenía retenida en contra de su voluntad, pero más que nada porque despertó al gusano de ese letargo en el que debía estar toda la eternidad. ¡Vale! Ya lo repitió muchas veces, sólo que no lo podía superar con facilidad. Sin embargo, esa ira se estaba esfumando lentamente, tanto por las acciones de Gaspard, como por las cosas que decía; que no fueron bonitas, en lo absoluto, aun así, Eloise quiso creer que había algo más en todo eso, y aunque se hallara tan revuelta de mente, prefirió pensar en esa mínima posibilidad, que hasta la dejaba muy quieta (aparte de que la plata ya le empezaba a quemar demasiado cuando se movía). ¿Tenía que resignarse a no intentar entenderlo? Quizá Átropos no quería hacerlo, pero Eloise sí.
¡Ahora lo comprendía de mejor manera! Admitirlo era difícil, obvio, igualmente pudo hacer que todas las piezas encajaran perfectamente, resultado de las dudas que se le vinieron a la mente mientras lo miraba fijo, sin ninguna clase de mal gesto en ella, sino la más pura curiosidad. Su intención de querer deshacerse del homúnculo no residía tanto en que anhelaba estar libre, a pesar de que la desesperaba mucho; no, su deseo repentino de estar sin ataduras era, no sólo la integridad de Gaspard, sino porque... ¿quería estar con él? ¡Maldita sea! No podía ser posible. ¿Y sí así era? Bien, ahora, luego de creer que había resuelto el acertijo, terminó más enredada, y todo por su propia culpa. Y era comprensible, porque siendo ella una persona no sana de mente, no se podía esperar que pudiera llegar a desarrollar algún vínculo serio con alguien más. Bueno, sí podía, porque a la ratita Leto la había protegido e incluso se preocupaba por ella y... ¿en dónde demonios estaría en ese momento? Ni podía tener una idea clara de su paradero, no cuando la voz de Gaspard continuaba ahí, taladrando muy en el fondo de su razón.
—No lo hago porque estoy desesperada, lo admito —respondió en voz baja, sin apartar la mirada de él, ignorando cualquier cosa, hasta que tenía a un hermano muy feo—. Sigues siendo una caja de sorpresas por muchas cosas que yo no alcanzo a entender en este preciso instante, y quizá no lo haga, porque me resulta extraño tener que acomodar las emociones como si fueran objetos a los que puedes llevar de un lado a otro —terminó reconociendo. ¿Ya qué más podía perder?—. Ya no lo sé... Deja de recriminarme las cosas de esa manera. Porque, a ver, ¿tienes una mejor idea? ¡Iba a ir por el diario de Helga! Porque... Ahora que lo recuerdo, mis padres le pidieron que se deshiciera de esa cosa y no sé qué más pasó. ¡Y no! Él ni siquiera es un hombre, es un gusano sin identidad, aunque tiene sentido ahora que lo dices de ese modo. Pero, ¡te juro que no los entiendo! A Helga y a él, no me refería a ti.
Y aquello fue el motor que la llevara a hundirse brevemente en sus recuerdos, ayudado, quizás, por las acciones de Gaspard, aparte de sus palabras, porque sí, tenía que darle la razón. Aunque igual surgieron más dudas, en conjunto con todas esas memorias que había creído marchitas, pero no, ahí estaban, queriendo llevarle mensajes inconclusos. ¡Su padre si la visitaba seguido! ¿Y por qué dejó de hacerlo luego? Un momento, ¿y por qué diablos le regresó el beso a Gaspard de ese modo como si extrañara hacerlo? ¡Aparte de desear un poco de su sangre! Sólo un poco, porque... ¡ya ni sabía! Había algo más que un simple deseo vampírico, algo que ella no quiso comprender, sólo era cuestión de dejarse llevar nada más, y de sentir su piel erizarse cuando probaba de ese elixir que emanaba de la boca de él. Y fue tanta su ofuscación, que cuando Gaspard quiso separarse, ella no lo dejó.
—¡No! No te vayas... por favor. No quisiera seguir metiéndote en problemas, pero te necesito, ¡lo admito! Y me da rabia porque eso me haría dependiente a ti y no, ¡no puede ser de ese modo! —y esta vez sí apartó el rostro de inmediato. Ay, cómo dolía reconocer que su orgullo había sido mancillado por quién sabe qué cosas—. Si fuera un poquito más Átropos en este momento, quizás lo asimilara de mejor manera. Pero la loca de las Catacumbas es un personaje inventado, al fin y al cabo.
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¿Cuándo habían convertido un zulo en un confesionario? Por el amor de Dios, ¿es que estaban los dos locos! Mejor no responder a eso, porque aunque la respuesta para Átropos, y también para Eloise, era inmediatamente sí, con Gaspard la cosa era más complicada y, la verdad, suficientes complicaciones tenía ya como para añadir otra al carro. ¿Qué demonios les pasaba para convertir en lugares suyos los más impropios (las Catacumbas, sin ir más lejos; ¿a alguien aparte de a él se le ocurría procrear en unas catacumbas con una criatura que moraba en ella? No, por supuesto que no? Luego la calle o los lugares propios no les satisfarían y, claro, su enfermedad continuaría por los siglos de los siglos.
Así lo haría para ella, claro, pero él era humano, algo que los dos tenían muy claro. Y si en treinta y cuatro años de existencia no le había dado nunca a Gaspard por entregarse a un vampiro para algo diferente al acto carnal, no iba a empezar ahora a desear ser otra cosa que humano, ¿para qué? Estaba bastante a gusto como estaba, con sus pros y sus contras, para plantearse otra cosa; sus cosas las entendía, dentro de sus posibilidades, así que no pensaba aspirar a más. No como Eloise, que al parecer lo entendía a él (¡enhorabuena, ya era una y medio! Porque a veces ni el aquitano lo hacía, la verdad), pero ella jugaba en otras ligas, y él lo sabía.
No, no se iba a poner a comparar las capacidades de la vampiresa y las suyas porque no tenía ningún sentido, y además estaba un tanto ocupado devolviéndole el beso y pensando mucho las cosas para ponerse con otra tarea a la vez. Bendita hiperactividad que le permitía hacer varias cosas a un tiempo, pero si quería que alguna de ellas fuera extraordinaria debía centrarse, y en vez de hacerlo provocándose dolor (un clásico), lo hizo casi violando la boca de Eloise, de la que se separó con un mordisco que dejó la sangre de la vampiresa corriéndole por la barbilla, pero sin penetrar en su organismo. Podían estar todo lo enredados que quisieran, pero a Gaspard de Grailly no le apetecía volver a ser esclavo de la sangre de Eloise, o Átropos, o ambas, ¡gracias!
¡Y que a nadie se le ocurra criticarlo porque estaba siendo consecuente! Seguía siendo alguien que amaba la libertad por encima de todas las cosas, que detestaba la cadenas (metafóricas y reales, como las que había usado para enredar a Eloise y quemarla y que no se largara, aún no sabía muy bien para qué) y que no se las pondría nunca; no querer esclavizarse era lógico, hasta en alguien que, para casi todos, era demasiado anárquico para lo que le convenía. Así pues, Gaspard se separó y se limpió la sangre con las yemas de los dedos, pero no la consumió, sino que la dejó gotear en el suelo, perceptible para los oídos de su vampiresa. O eso suponía él, vaya, no es como si estuviera metido en su cabecita para comprobarlo ni nada de eso.
– Así que he conocido una mentira. Vaya por Dios, y yo pensando que toda esa locura había nacido de la nada y sin ningún motivo, menuda decepción ver que eras tú desde el principio. – ironizó, y pese a que su cuerpo estuviera indicando con lenguaje no verbal que había disfrutado del contacto y no estaba cerrado del todo al acercamiento con ella, no se movió, sino que permaneció en ese mismo lugar, como el guardián de la bestia que, sabía, tenía delante. Otra cosa era que esa bestia se estuviera portando bien, pero Gaspard debía recordarse de nuevo que, como humano, tenía que guardarse bien las espaldas, y cualquier precaución era poca para conseguirlo.
Además, ¿se le ocurre a alguien alguna excusa mejor para no pensar en lo que ella le provocaba que estar constantemente a la defensiva? ¡Vamos, se aceptan ideas! ¿No, nadie? Bien, pues Gaspard de Grailly seguiría recurriendo a eso mismito porque el resultado era bueno, y si algo no estaba roto, ¿para qué cambiarlo? Un consejo útil tanto para herramientas de resurreccionista como para relaciones sociales; con razón a Gaspard se le daban tan mal las personas como tantas veces había demostrado... No es que pusiera particular interés, ni siquiera con su vampiresa, pero bueno, lo demás también influía, que era el mensaje al que queríamos llegar.
– Tal vez podría conseguirlo si supiera dónde buscar. – se ofreció, y a continuación sacudió la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados, con los pensamientos revoloteándole tan rápido como las sensaciones que tanto ella como la situación le provocaban. – No sé ni por qué te ayudo. Qué demonios, sí, si te tengo contenta sólo querrá matarme tu homúnculo que, de todas maneras, ya quiere hacerlo. Tengo que preocuparme por mi pellejo, Eloise, ¿eh? – añadió, gesticulando con sus expresivos ojos de una forma un tanto histriónica, y entonces sí que se movió, esta vez para acabar tras ella y cogerla de la nuca con una mano, de forma que tuvo que alzar la cabeza hacia el cielo.
– También me necesitas para salir de aquí. ¿Por qué debería hacerlo? Convénceme, fulana. – la obligó, pero ese fulana no sonó como de costumbre, como un insulto, sino que el tono y la posición dominante de Gaspard tras ella lo volvieron algo erótico, aún más cuando él lo acompañó de una patada a los pies de Átropos para que separara las piernas y él pudiera encajarse detrás, pero prácticamente mecido por ellas. – Ya dependes de mí para más de lo que te imaginas. Y yo ya estoy metido en problemas hasta el cuello, ¿por qué no meterme un poco más? – preguntó, encogiéndose de hombros y mirando al techo con falsa reflexividad, para, a continuación, llevar las manos a la cintura de sus pantalones aunque aún sin bajarlos. El hecho de que fuera aún ya era un indicativo, por cierto, de que no tardaría en pasar.
Así lo haría para ella, claro, pero él era humano, algo que los dos tenían muy claro. Y si en treinta y cuatro años de existencia no le había dado nunca a Gaspard por entregarse a un vampiro para algo diferente al acto carnal, no iba a empezar ahora a desear ser otra cosa que humano, ¿para qué? Estaba bastante a gusto como estaba, con sus pros y sus contras, para plantearse otra cosa; sus cosas las entendía, dentro de sus posibilidades, así que no pensaba aspirar a más. No como Eloise, que al parecer lo entendía a él (¡enhorabuena, ya era una y medio! Porque a veces ni el aquitano lo hacía, la verdad), pero ella jugaba en otras ligas, y él lo sabía.
No, no se iba a poner a comparar las capacidades de la vampiresa y las suyas porque no tenía ningún sentido, y además estaba un tanto ocupado devolviéndole el beso y pensando mucho las cosas para ponerse con otra tarea a la vez. Bendita hiperactividad que le permitía hacer varias cosas a un tiempo, pero si quería que alguna de ellas fuera extraordinaria debía centrarse, y en vez de hacerlo provocándose dolor (un clásico), lo hizo casi violando la boca de Eloise, de la que se separó con un mordisco que dejó la sangre de la vampiresa corriéndole por la barbilla, pero sin penetrar en su organismo. Podían estar todo lo enredados que quisieran, pero a Gaspard de Grailly no le apetecía volver a ser esclavo de la sangre de Eloise, o Átropos, o ambas, ¡gracias!
¡Y que a nadie se le ocurra criticarlo porque estaba siendo consecuente! Seguía siendo alguien que amaba la libertad por encima de todas las cosas, que detestaba la cadenas (metafóricas y reales, como las que había usado para enredar a Eloise y quemarla y que no se largara, aún no sabía muy bien para qué) y que no se las pondría nunca; no querer esclavizarse era lógico, hasta en alguien que, para casi todos, era demasiado anárquico para lo que le convenía. Así pues, Gaspard se separó y se limpió la sangre con las yemas de los dedos, pero no la consumió, sino que la dejó gotear en el suelo, perceptible para los oídos de su vampiresa. O eso suponía él, vaya, no es como si estuviera metido en su cabecita para comprobarlo ni nada de eso.
– Así que he conocido una mentira. Vaya por Dios, y yo pensando que toda esa locura había nacido de la nada y sin ningún motivo, menuda decepción ver que eras tú desde el principio. – ironizó, y pese a que su cuerpo estuviera indicando con lenguaje no verbal que había disfrutado del contacto y no estaba cerrado del todo al acercamiento con ella, no se movió, sino que permaneció en ese mismo lugar, como el guardián de la bestia que, sabía, tenía delante. Otra cosa era que esa bestia se estuviera portando bien, pero Gaspard debía recordarse de nuevo que, como humano, tenía que guardarse bien las espaldas, y cualquier precaución era poca para conseguirlo.
Además, ¿se le ocurre a alguien alguna excusa mejor para no pensar en lo que ella le provocaba que estar constantemente a la defensiva? ¡Vamos, se aceptan ideas! ¿No, nadie? Bien, pues Gaspard de Grailly seguiría recurriendo a eso mismito porque el resultado era bueno, y si algo no estaba roto, ¿para qué cambiarlo? Un consejo útil tanto para herramientas de resurreccionista como para relaciones sociales; con razón a Gaspard se le daban tan mal las personas como tantas veces había demostrado... No es que pusiera particular interés, ni siquiera con su vampiresa, pero bueno, lo demás también influía, que era el mensaje al que queríamos llegar.
– Tal vez podría conseguirlo si supiera dónde buscar. – se ofreció, y a continuación sacudió la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados, con los pensamientos revoloteándole tan rápido como las sensaciones que tanto ella como la situación le provocaban. – No sé ni por qué te ayudo. Qué demonios, sí, si te tengo contenta sólo querrá matarme tu homúnculo que, de todas maneras, ya quiere hacerlo. Tengo que preocuparme por mi pellejo, Eloise, ¿eh? – añadió, gesticulando con sus expresivos ojos de una forma un tanto histriónica, y entonces sí que se movió, esta vez para acabar tras ella y cogerla de la nuca con una mano, de forma que tuvo que alzar la cabeza hacia el cielo.
– También me necesitas para salir de aquí. ¿Por qué debería hacerlo? Convénceme, fulana. – la obligó, pero ese fulana no sonó como de costumbre, como un insulto, sino que el tono y la posición dominante de Gaspard tras ella lo volvieron algo erótico, aún más cuando él lo acompañó de una patada a los pies de Átropos para que separara las piernas y él pudiera encajarse detrás, pero prácticamente mecido por ellas. – Ya dependes de mí para más de lo que te imaginas. Y yo ya estoy metido en problemas hasta el cuello, ¿por qué no meterme un poco más? – preguntó, encogiéndose de hombros y mirando al techo con falsa reflexividad, para, a continuación, llevar las manos a la cintura de sus pantalones aunque aún sin bajarlos. El hecho de que fuera aún ya era un indicativo, por cierto, de que no tardaría en pasar.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Indudablemente, Eloise estaba hecha un desorden. Mejor dicho, su mente estaba hecha un caos, más de lo común, y era precisamente por todo lo que le estaba pasando justo en ese momento, que se daba por antecedentes bastante curiosos. No, curiosos no, ¡insólito! Porque muchos se preguntaran cómo una vampira, con un poco más de doscientos años, que habitaba en las Catacumbas de París como un ser demente, había terminado fuera de ese lugar. ¿Cómo diablos se explicaba eso? Ah, fácil. Esa vampira no tenía cualquier ascendencia; esa vampira no tenía un pasado común y corriente como el de otros vampiros. Y gracias a la aparición de determinada persona, todo eso terminó arrastrándola de nuevo al mundo real, en vez de continuar cerrándose a la posibilidad de hallar respuestas. Sin embargo, y pese a las dudas que tenía Eloise con respecto a su origen, lo que le ocurría esa noche estaba más bien relacionado con un humano que no paraba quieto.
Gaspard era, a su modo, alguien que había llamado poderosamente su atención, porque a diferencia del resto, él tuvo muchas osadías con ella, incluso cuando se hacía llamar Átropos y andaba como cabra en esas galerías mortuorias. ¡Él se había atrevido a desafiar a su hermano parásito! Y eso, desde luego, que lo tenía molesto, pero para ella era algo muy significativo, porque desde siempre lo había odiado. Sin embargo, Eloise sabía que esa cosa era peligrosa y, a pesar de las irreverencias de Gaspard, tenía muy en cuenta que podría salir lastimado, y bien, se preocupaba. ¡Demonios! Resultaba que el cazador sí llevaba mucha razón. ¿Cómo podría ella controlar a ese monstruo que habitaba en su interior? Bueno, lo había dominado por mucho tiempo, pero, ¿y si tomaba otro cuerpo qué? ¡Ya tendría tiempo para pensarlo mejor! Ahora sólo le interesaba más centrarse en su humano inquieto y vulgar; ese mismo que le revolvía las ideas con sus acciones.
Si aquella noche iba a ser la última en la que ambos coincidirían, quería, al menos, que terminara bien, no sólo para ella, sino para él. Al menos no estaba tan desquiciada como su otra identidad que se creía reina de los muertos, aunque la locura no era tan diferente; quizá un poco, porque Eloise prefería tener en orden su mente, no como Átropos. ¡Qué bien era que ambas se equilibraran! En fin, que ya luego se le pasó lo de su otrora personalidad, porque se hallaba muy concentrada en los labios de Gaspard y... ¡ay maldito que la dejaba con ganas de más! Hasta le había hecho sangrar, obligándose a relamerse para evitar que la sangre continuara goteando (la suya, no la de él. Esa ya la estaba saboreando con demasiado gusto). Por supuesto, quería continuar con aquello, pero se obligó a guardar la compostura mientras él permanecía un tanto distante (de su boca, para ser más específicos).
—Ya tengo suficiente con tener a otro en mi cabeza como para seguir dejando pasar más gente. Átropos sólo fue el apodo de quien me convirtió en esto... Yo no estaba muy bien en ese entonces, me había quedado sola y Helga estaba muerta, ¿qué querías que hiciera? Tampoco quería morir de manera tan miserable —reconoció por primera vez en años. Fue una punzada a su ego, pero ya que estaba siendo tan sincera, mejor continuar antes de que le diera otro ataque de histeria por seguir atada—. No creo que puedas conseguirlo solo, porque ni yo sé en dónde pudo haberlo ocultado. Sí, quizá en donde vivíamos antes, pero tendría que intentarlo. Además, aún recuerdo mis lecciones de magia, así que no creo que sea tan complicado —murmuró, más para sí misma que para Gaspard—. ¡Ya lo sé! Que me estresa saber que igual te detesta... Aunque antes yo hubiera permitido eso, ahora no. No quiero. Quizá es porque me importas.
Ya lo había dejado claro, sí, pero esta vez quiso recalcarlo con mayor sensatez y no como si hubiera sido producto de un impulso de su psiquis. Es más, estuvo tan centrada en aquello, que apenas se dio cuenta cuando ya Gaspard estaba a sus espaldas. Sólo el tirón en su nuca la hizo espabilarse lo suficiente como para fruncir el ceño y removerse un poco. ¡Y lo hizo porque quería soltarse! No para huir, sino para poder darles utilidad a sus manos... en el cuerpo de Gaspard, por ejemplo. Simplemente tuvo que conformarse con disfrutar de la calidez de su cuerpo apegado al suyo.
—¿Eso qué significa? —inquirió, porque, tras lo dicho por él, no pudo evitar sentir aún más curiosidad—. Bien, sí, te necesito para salir de aquí. Pero tendría que ir contigo, ¿no? Porque sé que no vas a dejarme ir así nada más. —Giró un poco rostro, para intentar verlo mejor—. ¿O vas a permitirme ir sola? Digo, después de todo soy tu fulana, ¿verdad? Es como si tuviera algún sello que indicara que te pertenezco. —Sonrió, luego de tanto rato, pero finalmente lo hizo—. Podría entregarme en bandeja de plata ahora que lo considero, después de todo, ya bastante que has mancillado mi orgullo, ¿por qué no meterte más en problemas a cambio de seguir infringiendo mi autoridad? A cambio de decir que... ¿en algún momento consideraste que te pertenecía? También lo odias por no tener esas libertades conmigo, ¿o me equivoco?
¿Pero qué fue eso? Una invitación, obvio. Aunque no había sido la intención de Eloise, sólo lo soltó como simple provocación; era claro que ella ya no tenía muchas intenciones de distanciarse, cuando suponía que debía hacerlo, porque sus razones de peso eran muchas. ¡Que sí! Que ya lo sabía, aun así, ese magnetismo que era Gaspard para ella, bueno, pudo más... de nuevo, para más rabia del gusano sin identidad, y para malestar personal por ser tan dócil ante un humano. ¡Y al diablo! ¿Qué era de la vida sin un poco de placer? ¿Y qué era de ella sin él? Mejor dicho, ¿qué sería? Vale, primero tenía que deshacerse de su hermano antes de intentar responder a esa pregunta. Aunque bien podría hallar la respuesta justo ahora, después de todo, ¿ya no estaba Gaspard muy apegado a ella haciendo que la tela de su vestido fuera mucho más molesta que de costumbre?
Gaspard era, a su modo, alguien que había llamado poderosamente su atención, porque a diferencia del resto, él tuvo muchas osadías con ella, incluso cuando se hacía llamar Átropos y andaba como cabra en esas galerías mortuorias. ¡Él se había atrevido a desafiar a su hermano parásito! Y eso, desde luego, que lo tenía molesto, pero para ella era algo muy significativo, porque desde siempre lo había odiado. Sin embargo, Eloise sabía que esa cosa era peligrosa y, a pesar de las irreverencias de Gaspard, tenía muy en cuenta que podría salir lastimado, y bien, se preocupaba. ¡Demonios! Resultaba que el cazador sí llevaba mucha razón. ¿Cómo podría ella controlar a ese monstruo que habitaba en su interior? Bueno, lo había dominado por mucho tiempo, pero, ¿y si tomaba otro cuerpo qué? ¡Ya tendría tiempo para pensarlo mejor! Ahora sólo le interesaba más centrarse en su humano inquieto y vulgar; ese mismo que le revolvía las ideas con sus acciones.
Si aquella noche iba a ser la última en la que ambos coincidirían, quería, al menos, que terminara bien, no sólo para ella, sino para él. Al menos no estaba tan desquiciada como su otra identidad que se creía reina de los muertos, aunque la locura no era tan diferente; quizá un poco, porque Eloise prefería tener en orden su mente, no como Átropos. ¡Qué bien era que ambas se equilibraran! En fin, que ya luego se le pasó lo de su otrora personalidad, porque se hallaba muy concentrada en los labios de Gaspard y... ¡ay maldito que la dejaba con ganas de más! Hasta le había hecho sangrar, obligándose a relamerse para evitar que la sangre continuara goteando (la suya, no la de él. Esa ya la estaba saboreando con demasiado gusto). Por supuesto, quería continuar con aquello, pero se obligó a guardar la compostura mientras él permanecía un tanto distante (de su boca, para ser más específicos).
—Ya tengo suficiente con tener a otro en mi cabeza como para seguir dejando pasar más gente. Átropos sólo fue el apodo de quien me convirtió en esto... Yo no estaba muy bien en ese entonces, me había quedado sola y Helga estaba muerta, ¿qué querías que hiciera? Tampoco quería morir de manera tan miserable —reconoció por primera vez en años. Fue una punzada a su ego, pero ya que estaba siendo tan sincera, mejor continuar antes de que le diera otro ataque de histeria por seguir atada—. No creo que puedas conseguirlo solo, porque ni yo sé en dónde pudo haberlo ocultado. Sí, quizá en donde vivíamos antes, pero tendría que intentarlo. Además, aún recuerdo mis lecciones de magia, así que no creo que sea tan complicado —murmuró, más para sí misma que para Gaspard—. ¡Ya lo sé! Que me estresa saber que igual te detesta... Aunque antes yo hubiera permitido eso, ahora no. No quiero. Quizá es porque me importas.
Ya lo había dejado claro, sí, pero esta vez quiso recalcarlo con mayor sensatez y no como si hubiera sido producto de un impulso de su psiquis. Es más, estuvo tan centrada en aquello, que apenas se dio cuenta cuando ya Gaspard estaba a sus espaldas. Sólo el tirón en su nuca la hizo espabilarse lo suficiente como para fruncir el ceño y removerse un poco. ¡Y lo hizo porque quería soltarse! No para huir, sino para poder darles utilidad a sus manos... en el cuerpo de Gaspard, por ejemplo. Simplemente tuvo que conformarse con disfrutar de la calidez de su cuerpo apegado al suyo.
—¿Eso qué significa? —inquirió, porque, tras lo dicho por él, no pudo evitar sentir aún más curiosidad—. Bien, sí, te necesito para salir de aquí. Pero tendría que ir contigo, ¿no? Porque sé que no vas a dejarme ir así nada más. —Giró un poco rostro, para intentar verlo mejor—. ¿O vas a permitirme ir sola? Digo, después de todo soy tu fulana, ¿verdad? Es como si tuviera algún sello que indicara que te pertenezco. —Sonrió, luego de tanto rato, pero finalmente lo hizo—. Podría entregarme en bandeja de plata ahora que lo considero, después de todo, ya bastante que has mancillado mi orgullo, ¿por qué no meterte más en problemas a cambio de seguir infringiendo mi autoridad? A cambio de decir que... ¿en algún momento consideraste que te pertenecía? También lo odias por no tener esas libertades conmigo, ¿o me equivoco?
¿Pero qué fue eso? Una invitación, obvio. Aunque no había sido la intención de Eloise, sólo lo soltó como simple provocación; era claro que ella ya no tenía muchas intenciones de distanciarse, cuando suponía que debía hacerlo, porque sus razones de peso eran muchas. ¡Que sí! Que ya lo sabía, aun así, ese magnetismo que era Gaspard para ella, bueno, pudo más... de nuevo, para más rabia del gusano sin identidad, y para malestar personal por ser tan dócil ante un humano. ¡Y al diablo! ¿Qué era de la vida sin un poco de placer? ¿Y qué era de ella sin él? Mejor dicho, ¿qué sería? Vale, primero tenía que deshacerse de su hermano antes de intentar responder a esa pregunta. Aunque bien podría hallar la respuesta justo ahora, después de todo, ¿ya no estaba Gaspard muy apegado a ella haciendo que la tela de su vestido fuera mucho más molesta que de costumbre?
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 18/05/2017
Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
¡Alto ahí! No hemos comentado lo suficiente un hecho que, de puro importante, era casi hasta incisivo, nunca mejor dicho dada la situación y... perdón, volvamos, no queramos ser como Gaspard de Grailly con su incapacidad para concentrarse en nada. Bien, había un gran elefante en la habitación (zulo, pero llamarlo habitación le daba un... como, digamos, menos aspecto de mazmorra, ¿no?), uno que cada vez era más evidente aunque ninguno de los dos estuviera pensando en él. ¿Y cuál era esa verdad incómoda, no por mucho tiempo porque Gaspard se había colocado de una forma que encajaba tan bien con Eloise que los dos estaban hasta casi cómodos? ¡Pues precisamente esa!
En aquel zulo, aquella noche, era la segunda vez en treinta y cuatro años que Gaspard de Grailly lograba excitarse sin necesidad de que un vampiro lo mordiera previamente. Y aunque pueda parecer una tontería, no lo era; Gaspard no era un miembro funcional de la sociedad, y aparte de ser un tipo rarito era un hombre con unas filias muy marcadas, las cuales había descubierto de bastante joven y no habían cambiado demasiado. Bien, hasta ahí todos de acuerdo, pero el problema era cuando esas filias no hacían acto de presencia y, aun así, Gaspard estaba tan excitado que le estaba clavando la hombría a Eloise antes incluso de hincársela hasta el fondo, lo cual no dejaba de ser... ¿curioso?
Problemático, más bien, porque iba asociado a otra serie de cosas que ella parecía muy dispuesta a querer admitir, pero que él no iba a decir en voz alta, tanto por no querer hablar como por el hecho de que no le gustaba lo más mínimo enfrentarse a sus sentimientos. Pese a ello, la realidad era la que era, ni siquiera una vampiresa capaz de ilusionar (tuviera el poder o no; para de Grailly, cualquier ser que se hubiera convencido durante más de dos siglos de que era de una forma distinta a la que era, ya merecía que se le reconociera eso. Al César lo que es del César, y tal) podía cambiarla.
Y, claro, así estaban. Las manos de Gaspard se habían mantenido en la cinturilla de sus pantalones, nada estáticas aunque no hubiera bajado la tela para revelarse ante ella, pues sus dedos tamborileaban sobre el tejido como si así pudiera sentirlo mejor. O como si quisiera, cuando la mente del aquitano estaba ocupada en el erotismo de la situación y de la docilidad forzada de su vampiresa, apresada por unas cadenas que solamente él podía quitarle, si es que lo deseaba. ¿Lo hacía? Bueno... No demasiado, la verdad.
Apresado por ella o no, de una forma por supuesto metafórica, Gaspard sabía que ella no se iba a rendir tan fácilmente, puesto que en la competición por sus atenciones, la mayor experiencia la tenía el ser con el que llevaba malviviendo varios siglos, y no un humano al que le había cogido cierto aprecio tras unos pocos encuentros. No es que se estuviera tirando piedras contra el tejado propio, sino que Gaspard era objetivo hasta más no poder y sabía ver la situación que tenía delante tan bien como sabía trazar un plan a largo plazo, hiperactividad o no.
Así pues, a nadie debería extrañarle que la mente del resurreccionista se encontrara funcionando a aún más revoluciones de lo normal, en un plano dando vueltas a lo que haría después mientras que en otros, paralelos, repartía su atención más prioritaria entre las palabras que ella le había dicho y la evidente atracción que existía entre ellos. Presa o no, Átropos se estaba dando perfecta cuenta de que Gaspard sentía un deseo insano por ella, pues él mismo se había asegurado de que ella lo notara. ¿Por qué? ¡Ah, esa sí que era una buenísima pregunta, sí...! Ojalá tuviera clara una respuesta para ella.
– Algo práctico tenía que tener todo esto, ¿no? Antes sólo podía estar convencido de que no ibas a matarme, pero ahora sé bien que no tienes intención de hacerlo. – resumió, siempre demasiado práctico, Gaspard de Grailly, quien se estaba restregando despacio contra ella como si ya se encontrara clavado en lo más profundo de Átropos. Tiempo al tiempo, pero aún no. – La pertenencia es problemática. Vivo con lo justo y no me va mal, no soy avaricioso en ese sentido. Pero... ¿A quién queremos engañar, Eloise? Me perteneces. Ni siquiera tu homúnculo puede negarlo. – admitió.
Lo hizo a regañadientes, sí, pero lo hizo, de eso no cupo duda. Y aunque no tenía pensado hablar mucho más porque, ¡hola!, seguía tratándose de Gaspard de Grailly, no fue del todo necesario una vez empezó a moverse con esa gracia que tenía a veces, cuando no era ni histriónico, ni caótico ni falsamente comedido. O tal vez se debiera a la excitación, que lo volvía un animal elegante como éstos; la cuestión fue que Gaspard se bajó despacio las capas de ropa que lo separaban de ella, y, en contraste, le levantó las faldas a Eloise de un golpe, momentos antes de agarrarla de las caderas y pegarla a él, con tal buena suerte que entró en la ya preparada y húmeda vampiresa de un solo movimiento.
– Admito que eso tiene ventajas... Aunque le quita la emoción a la caza; era más excitante tener que conseguirte a mi manera. – fue capaz de responder, no supo muy bien cómo, antes de empezar a moverse contra ella. Y pese a que lo que los había llevado hasta allí había sido una seducción lenta, que bullía en el aire a un fuego muy lento, los movimientos del aquitano fueron lo contrario a esos, e incluso los acompañó de constantes mordiscos en los hombros de Eloise, de forma opuesta a como, hasta aquella noche, había sido necesario para excitarlo. Curioso.
Sin embargo, no fue tan curioso como cuando, a mitad del coito, con ambos excitados y él taladrando el interior de su vampiresa, Gaspard se detuvo (no se apartó, recordemos que era inteligente y práctico aunque fuera rarito y algo aleatorio a veces), buscó las llaves de las cadenas y las desbloqueó. De un golpe, éstas cayeron al suelo, y Gaspard, mudo, hizo como si no hubiera pasado nada: la volvió a agarrar de las caderas y, con renovadas energías, volvió a intensificar el ritmo con el que la penetraba, dejándose llevar, incluso con los ojos cerrados... Pero la boca abierta. – Empieza a agradecérmelo y no hagas que me arrepienta, fulana. – espetó, con la dureza de sus movimientos también en sus palabras, y esta vez ya sin detenerse.
En aquel zulo, aquella noche, era la segunda vez en treinta y cuatro años que Gaspard de Grailly lograba excitarse sin necesidad de que un vampiro lo mordiera previamente. Y aunque pueda parecer una tontería, no lo era; Gaspard no era un miembro funcional de la sociedad, y aparte de ser un tipo rarito era un hombre con unas filias muy marcadas, las cuales había descubierto de bastante joven y no habían cambiado demasiado. Bien, hasta ahí todos de acuerdo, pero el problema era cuando esas filias no hacían acto de presencia y, aun así, Gaspard estaba tan excitado que le estaba clavando la hombría a Eloise antes incluso de hincársela hasta el fondo, lo cual no dejaba de ser... ¿curioso?
Problemático, más bien, porque iba asociado a otra serie de cosas que ella parecía muy dispuesta a querer admitir, pero que él no iba a decir en voz alta, tanto por no querer hablar como por el hecho de que no le gustaba lo más mínimo enfrentarse a sus sentimientos. Pese a ello, la realidad era la que era, ni siquiera una vampiresa capaz de ilusionar (tuviera el poder o no; para de Grailly, cualquier ser que se hubiera convencido durante más de dos siglos de que era de una forma distinta a la que era, ya merecía que se le reconociera eso. Al César lo que es del César, y tal) podía cambiarla.
Y, claro, así estaban. Las manos de Gaspard se habían mantenido en la cinturilla de sus pantalones, nada estáticas aunque no hubiera bajado la tela para revelarse ante ella, pues sus dedos tamborileaban sobre el tejido como si así pudiera sentirlo mejor. O como si quisiera, cuando la mente del aquitano estaba ocupada en el erotismo de la situación y de la docilidad forzada de su vampiresa, apresada por unas cadenas que solamente él podía quitarle, si es que lo deseaba. ¿Lo hacía? Bueno... No demasiado, la verdad.
Apresado por ella o no, de una forma por supuesto metafórica, Gaspard sabía que ella no se iba a rendir tan fácilmente, puesto que en la competición por sus atenciones, la mayor experiencia la tenía el ser con el que llevaba malviviendo varios siglos, y no un humano al que le había cogido cierto aprecio tras unos pocos encuentros. No es que se estuviera tirando piedras contra el tejado propio, sino que Gaspard era objetivo hasta más no poder y sabía ver la situación que tenía delante tan bien como sabía trazar un plan a largo plazo, hiperactividad o no.
Así pues, a nadie debería extrañarle que la mente del resurreccionista se encontrara funcionando a aún más revoluciones de lo normal, en un plano dando vueltas a lo que haría después mientras que en otros, paralelos, repartía su atención más prioritaria entre las palabras que ella le había dicho y la evidente atracción que existía entre ellos. Presa o no, Átropos se estaba dando perfecta cuenta de que Gaspard sentía un deseo insano por ella, pues él mismo se había asegurado de que ella lo notara. ¿Por qué? ¡Ah, esa sí que era una buenísima pregunta, sí...! Ojalá tuviera clara una respuesta para ella.
– Algo práctico tenía que tener todo esto, ¿no? Antes sólo podía estar convencido de que no ibas a matarme, pero ahora sé bien que no tienes intención de hacerlo. – resumió, siempre demasiado práctico, Gaspard de Grailly, quien se estaba restregando despacio contra ella como si ya se encontrara clavado en lo más profundo de Átropos. Tiempo al tiempo, pero aún no. – La pertenencia es problemática. Vivo con lo justo y no me va mal, no soy avaricioso en ese sentido. Pero... ¿A quién queremos engañar, Eloise? Me perteneces. Ni siquiera tu homúnculo puede negarlo. – admitió.
Lo hizo a regañadientes, sí, pero lo hizo, de eso no cupo duda. Y aunque no tenía pensado hablar mucho más porque, ¡hola!, seguía tratándose de Gaspard de Grailly, no fue del todo necesario una vez empezó a moverse con esa gracia que tenía a veces, cuando no era ni histriónico, ni caótico ni falsamente comedido. O tal vez se debiera a la excitación, que lo volvía un animal elegante como éstos; la cuestión fue que Gaspard se bajó despacio las capas de ropa que lo separaban de ella, y, en contraste, le levantó las faldas a Eloise de un golpe, momentos antes de agarrarla de las caderas y pegarla a él, con tal buena suerte que entró en la ya preparada y húmeda vampiresa de un solo movimiento.
– Admito que eso tiene ventajas... Aunque le quita la emoción a la caza; era más excitante tener que conseguirte a mi manera. – fue capaz de responder, no supo muy bien cómo, antes de empezar a moverse contra ella. Y pese a que lo que los había llevado hasta allí había sido una seducción lenta, que bullía en el aire a un fuego muy lento, los movimientos del aquitano fueron lo contrario a esos, e incluso los acompañó de constantes mordiscos en los hombros de Eloise, de forma opuesta a como, hasta aquella noche, había sido necesario para excitarlo. Curioso.
Sin embargo, no fue tan curioso como cuando, a mitad del coito, con ambos excitados y él taladrando el interior de su vampiresa, Gaspard se detuvo (no se apartó, recordemos que era inteligente y práctico aunque fuera rarito y algo aleatorio a veces), buscó las llaves de las cadenas y las desbloqueó. De un golpe, éstas cayeron al suelo, y Gaspard, mudo, hizo como si no hubiera pasado nada: la volvió a agarrar de las caderas y, con renovadas energías, volvió a intensificar el ritmo con el que la penetraba, dejándose llevar, incluso con los ojos cerrados... Pero la boca abierta. – Empieza a agradecérmelo y no hagas que me arrepienta, fulana. – espetó, con la dureza de sus movimientos también en sus palabras, y esta vez ya sin detenerse.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Había conseguido cumplir con su objetivo, sin tener que acudir a sus habilidades como vampiro, aunque con él no tenía que conseguir las cosas de esa manera, sino ganárselas por sus propios méritos, sin trucos baratos, ni nada por el estilo. Esos los reservaba en otras ocasiones más convencionales. Con Gaspard prefería valerse de... ¿ser ella misma?, y punto. No había nada misterioso en ello. Lo que le había dicho lo usó como recurso para provocarlo, incluso invitarlo a que dejara que esa atracción, que sentía hacia a ella, tomara las riendas de la situación. Eloise no era estúpida, ni como Átropos había pasado por alto aquel detalle. ¡Claro! Ella también se sentía indudablemente atraída por él, ¿para qué engañarse? Si desde un principio había sido de ese modo, y antes no le había ocurrido. Quizá un poco con su sire, pero con Gaspard había algo diferente; algo que no alcanzaba a comprender del todo, porque esas cosas ideas asociadas a sus sentimientos siempre eran como una tempestad en su cabeza. Así que prefirió optar por lo más fácil: Dejarse llevar y hacerle caso a sus instintos.
Si bien tenía muy fundamentada la idea de que buscaría la manera de deshacerse del homúnculo, aquello lo dejaría para después. Sí, porque se encontraba muy ocupada en lo que estaba ocurriendo en ese momento. Así es, lo de entregarse en bandeja de plata a Gaspard, era muy serio. No había ninguna jugada sucia en aquella confesión, porque, aunque a muchos les sorprenda, Eloise estaba siendo completamente sincera, pero quiso permitirse disfrazar esa realidad en una invitación que, desde luego, él no dejó pasar por alto. Ay, si tuviera un corazón palpitante, de seguro éste estaría a punto de salírsele del pecho por todas las cosas que estaba experimentando. ¡Hasta había conseguido que él se excitara sin necesidad de morderlo! Bien, sí quería morderlo, pero no para provocar esa reacción, aquello prefería usarlo como añadidura en lo que estaban a punto de hacer. Y si a ella le inquietaba estar atada, esta vez ya no era por querer darse a la fuga, sino porque quería tener sus manos ocupadas en Gaspard, desde luego.
Y no, no le importaba si lo hacían en ese zulo (o mazmorra... o pocilga), en una habitación amueblada, o en... ¡eso no importaba! Le daba igual, porque tampoco era como si esperara que aquello fuera a ocurrir de nuevo. Aunque esta vez iba a ser muy diferente al primer encuentro, de eso no tenía la menor duda. Y no había que ser todo un experto en el tema para no darse cuenta de ello. Era evidente que ahora existía algo más que un morboso placer; había una afinidad entre ambos difícil de explicar, sobre todo por tratarse de quienes eran. Pero nadie puede negar que Gaspard y Eloise (o Átropos) si habían desarrollado un vínculo extrañísimo, algo que, por supuesto, odiaba el gusano sin identidad, aunque no es como si a ellos les importara lo que esa cosa opinara, y menos cuando estaban tan ocupados. Sobre todo Gaspard, que no dejaba de provocarla con sus movimientos (y qué hastío tener toda esa tela cubriéndola).
—De ahí el origen de su rabia, obvio. Porque te he permitido eso. No es fácil resistirse a luz cuando eres una maldita polilla —reconoció en un momento de lucidez. Pero no porque había dejado su locura corriente, sino porque había logrado acomodar las ideas aun cuando él le estaba provocando demasiadas cosas ya—. Puedes ser un avaricioso conmigo, ¿qué es de la vida sin un poco de excepciones? Hasta yo las he hecho contigo, quizá porque me he vuelto un poco masoquista. Podrías hasta sentirte orgulloso, aunque no lo seas en lo más mínimo...
Y apenas logró murmurar aquello, porque ya Gaspard había hecho lo suyo, y como respuesta, dejó escapar un gemido mientras arqueaba la espalda ligeramente y empuñaba las manos (¡cómo seguía odiando las malditas cadenas que la tenían prisionera!). Bien, la había tomado por sorpresa, ¿y qué podía esperar de alguien tan errático como él? No tuvo siquiera tiempo de pensar una respuesta inmediata, porque los movimientos de Gaspard no es que la dejaran pensar muy bien en otras cosas, salvo en querer acoplarse perfectamente a su cuerpo, siguiendo el ritmo de sus embestidas. Tenía que reconocerlo, él no dejaba de decepcionarla y menos cuando, por fin, había decidido quitarle sus ataduras. ¿Iba a escaparse? ¡En lo más mínimo!
Aunque él continuaba penetrándola como si no hubiera mañana, se apartó un poco sólo para girarse e irse despojando de sus prendas, que ya le estaban estorbando a un punto que le era desquiciante. Uh, a Gaspard no le había hecho la menor gracia, aunque si se ponía a analizar mejor lo que estaba ocurriendo, no podía quejarse, porque Eloise ya se había quedado completamente desnuda ante él, incluso se apegó nuevamente a su cuerpo para volver a afianzar esa unión que hasta entonces habían tenido. Incluso enredó los brazos alrededor de sus hombros, en el preciso instante en que devoraba sus labios.
—¿Y acaso no fue esto una cacería, Gaspard? Yo me quería ir, ¿lo recuerdas? —murmuró contra sus labios, mordiéndolos luego, mientras su cuerpo quería fundirse por completo con el suyo—. ¿Y qué debería decir? ¿Gracias? Me pides demasiado...
¿Y desde cuándo besar a Gaspard se había convertido en algo más adictivo que su sangre? ¡A saber! Pero intensificaba más todo lo que estaba sintiendo en ese momento. ¿A quién engañaba? Quería devorarlo, de un modo metafórico, obviamente. Él tampoco se quedaba muy atrás, después de todo ya había reconocido que ella le pertenecía, ¿no?
Si bien tenía muy fundamentada la idea de que buscaría la manera de deshacerse del homúnculo, aquello lo dejaría para después. Sí, porque se encontraba muy ocupada en lo que estaba ocurriendo en ese momento. Así es, lo de entregarse en bandeja de plata a Gaspard, era muy serio. No había ninguna jugada sucia en aquella confesión, porque, aunque a muchos les sorprenda, Eloise estaba siendo completamente sincera, pero quiso permitirse disfrazar esa realidad en una invitación que, desde luego, él no dejó pasar por alto. Ay, si tuviera un corazón palpitante, de seguro éste estaría a punto de salírsele del pecho por todas las cosas que estaba experimentando. ¡Hasta había conseguido que él se excitara sin necesidad de morderlo! Bien, sí quería morderlo, pero no para provocar esa reacción, aquello prefería usarlo como añadidura en lo que estaban a punto de hacer. Y si a ella le inquietaba estar atada, esta vez ya no era por querer darse a la fuga, sino porque quería tener sus manos ocupadas en Gaspard, desde luego.
Y no, no le importaba si lo hacían en ese zulo (o mazmorra... o pocilga), en una habitación amueblada, o en... ¡eso no importaba! Le daba igual, porque tampoco era como si esperara que aquello fuera a ocurrir de nuevo. Aunque esta vez iba a ser muy diferente al primer encuentro, de eso no tenía la menor duda. Y no había que ser todo un experto en el tema para no darse cuenta de ello. Era evidente que ahora existía algo más que un morboso placer; había una afinidad entre ambos difícil de explicar, sobre todo por tratarse de quienes eran. Pero nadie puede negar que Gaspard y Eloise (o Átropos) si habían desarrollado un vínculo extrañísimo, algo que, por supuesto, odiaba el gusano sin identidad, aunque no es como si a ellos les importara lo que esa cosa opinara, y menos cuando estaban tan ocupados. Sobre todo Gaspard, que no dejaba de provocarla con sus movimientos (y qué hastío tener toda esa tela cubriéndola).
—De ahí el origen de su rabia, obvio. Porque te he permitido eso. No es fácil resistirse a luz cuando eres una maldita polilla —reconoció en un momento de lucidez. Pero no porque había dejado su locura corriente, sino porque había logrado acomodar las ideas aun cuando él le estaba provocando demasiadas cosas ya—. Puedes ser un avaricioso conmigo, ¿qué es de la vida sin un poco de excepciones? Hasta yo las he hecho contigo, quizá porque me he vuelto un poco masoquista. Podrías hasta sentirte orgulloso, aunque no lo seas en lo más mínimo...
Y apenas logró murmurar aquello, porque ya Gaspard había hecho lo suyo, y como respuesta, dejó escapar un gemido mientras arqueaba la espalda ligeramente y empuñaba las manos (¡cómo seguía odiando las malditas cadenas que la tenían prisionera!). Bien, la había tomado por sorpresa, ¿y qué podía esperar de alguien tan errático como él? No tuvo siquiera tiempo de pensar una respuesta inmediata, porque los movimientos de Gaspard no es que la dejaran pensar muy bien en otras cosas, salvo en querer acoplarse perfectamente a su cuerpo, siguiendo el ritmo de sus embestidas. Tenía que reconocerlo, él no dejaba de decepcionarla y menos cuando, por fin, había decidido quitarle sus ataduras. ¿Iba a escaparse? ¡En lo más mínimo!
Aunque él continuaba penetrándola como si no hubiera mañana, se apartó un poco sólo para girarse e irse despojando de sus prendas, que ya le estaban estorbando a un punto que le era desquiciante. Uh, a Gaspard no le había hecho la menor gracia, aunque si se ponía a analizar mejor lo que estaba ocurriendo, no podía quejarse, porque Eloise ya se había quedado completamente desnuda ante él, incluso se apegó nuevamente a su cuerpo para volver a afianzar esa unión que hasta entonces habían tenido. Incluso enredó los brazos alrededor de sus hombros, en el preciso instante en que devoraba sus labios.
—¿Y acaso no fue esto una cacería, Gaspard? Yo me quería ir, ¿lo recuerdas? —murmuró contra sus labios, mordiéndolos luego, mientras su cuerpo quería fundirse por completo con el suyo—. ¿Y qué debería decir? ¿Gracias? Me pides demasiado...
¿Y desde cuándo besar a Gaspard se había convertido en algo más adictivo que su sangre? ¡A saber! Pero intensificaba más todo lo que estaba sintiendo en ese momento. ¿A quién engañaba? Quería devorarlo, de un modo metafórico, obviamente. Él tampoco se quedaba muy atrás, después de todo ya había reconocido que ella le pertenecía, ¿no?
Átropos- Vampiro Clase Baja
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Localización : En alguna parte de esta enorme ciudad...
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Una parte de él estaba convencida de que se iba a escapar en cuanto la dejara libre, porque ¿para qué continuar con eso que se traían entre manos si ya no tenía cadenas de plata para aprisionarla? Esa parte de él ya había contado con la humillación de volver a colocarse la ropa, y estaba en pleno proceso de decidir cómo olvidarse de Átropos, Eloise, el homúnculo y la madre que los había parido a todos cuando ella, para su sorpresa, se quedó y cambió de posición. Entonces tomó el lugar central la parte de él que había pensado que ella se quedaría porque lo apreciaba, a su extraña manera, no sin cierta sorpresa porque... ¡Bueno, pues porque no creía que se fuera a quedar, y ya estaba!
Era una consecuencia lógica de ser un antisocial que no entendía bien a las personas, de esa manía que tenían Átropos y Eloise y de comportarse de la forma más imprevisible posible (¡mira, como él mismo! Si es que tenían tantas cosas en común que era imposible que no terminaran enredándose como lo estaban) y, en menor medida, del hecho de que no había necesitado mordiscos para excitarse. ¡No era cosa baladí esa, en absoluto! Suponía una diferencia notable con los antecedentes del aquitano, e incluso con la tinta que rodeaba sus antebrazos musculosos y que le recordaba, incluso contra el cuerpo de la princesa destronada a la que estaba horadando en lo más profundo, lo distintas que habían sido las cosas antes de que ella llegara.
¿Distintas a mejor, a peor o simplemente distintas? Eso era algo que no iba a pensar cuando estaba ocupado con ella, igual que tampoco pensaba hablar más mientras siguieran en esa posición (o en la que ella había obligado a ambos a adoptar, lo cierto era que le importaba de poco a nada al aquitano), y no por estar ocupado besándola, sino porque no le apetecía. Como si fuera raro que a Gaspard de Grailly no le diera por hablar en cualquier circunstancia de su vida, si lo raro era precisamente lo contrario. Maravilloso, por otro lado, decir que algo que hacía Gaspard era raro cuando él, por definición, lo era, pero ¡así eran las cosas y así se las estábamos contando!
Pensamientos paralelos aparte, lo cierto era que Gaspard estaba ocupado y muy entretenido con el cuerpo, en general, y la boca, en particular, de Eloise. Ocasionalmente, cuando el momento lo requería, se dedicaba a otras partes, bien fuera a sus muslos para sujetarla o a sus pechos para regodearse en ella y en ese nuevo placer que había descubierto de una manera diferente a la habitual. Pese a que pudiera considerarse un virgen, al menos en el sentido de que esa era la primera vez que no necesitaba mordiscos, definitivamente no lo era, y se le notaba, tanto eso como que realmente estaba interesado por la mujer (o lo que fuera) que tenía entre manos. ¡Cuántas primeras veces tenía aquel encuentro!
Sin embargo, como absolutamente todos, tenía que terminar tarde o temprano, y aunque aquel lo hizo con la nota placentera de un orgasmo que no requirió de nada más que ese movimiento coordinado y pasional de ambos, también tuvo un matiz extraño, agrio, porque ambos sabían que eso significaba que ella se largaría y que, seguramente, tardarían en volver a verse. Eso, claro, si se era optimista y no tan realista como de Grailly, que a aquellas alturas ya tenía bastante asumido que, con toda probabilidad, no volverían a cruzar sus caminos, así en general. Y aunque ya se había enfrentado a las consecuencias de ello, no en vano era, aparte de hiperactivo y aquitano, el hombre que siempre tenía un plan, no por ello dejaba de tener un sabor amargo en la boca mientras se vestía, en completo silencio.
– Y como toda excepción, esta ha llegado a su fin, ¿no? Digo, ahora viene cuando te largas para enfrentarte a tus demonios y tus problemas y yo me quedo aquí tirado. – rompió su silencio, Gaspard, pero sin acritud, exponiendo hechos que ya tenía asumidos porque conocía a la vampiresa, en cualquiera de sus dos personalidades, lo suficiente para imaginarse por dónde iban a ir los tiros. No era como si pudiera escribir un manual sobre ella, más que nada porque el único en interesarse por la obra sería él mismo, pero andaba sobrado de conocimiento de la loca de las Catacumbas que ya no era tal, así que... ni tan mal, ¿no?
– ¿Vas a decirme adiós, al menos? ¿O planeas largarte después de esto y no decir nada? Vamos, estoy hablando, ¿qué menos que dejarme terminar la cacería con algo positivo? Dime adiós para poder cerrar esto de algún modo y ya está. – recriminó, encogiéndose de hombros y sin mirarla, y sólo lo hizo cuando añadió lo siguiente. – No me gusta dejar las cosas así de abiertas. Es como las heridas, se infectan y después es peor. – justificó, y razón no le faltaba.
Sin embargo, no se debía únicamente a eso, y los dos lo sabían. Gaspard estaba haciendo tiempo para despedirse porque en lo más profundo sí que le importaba algo, un poquito nada más, pero ya era más de lo que había sentido por casi nadie más, con un par de gloriosas excepciones, por lo que, de por sí, ya era significativo. Igual que también lo eran los expresivos ojos verdes del aquitano, centrados en ella mientras esperaba a que ella decidía si quería salir ganándose el odio de Gaspard de Grailly o, por el contrario, su sincera admiración. Más, es decir, de lo que ya se la había ganado.
Era una consecuencia lógica de ser un antisocial que no entendía bien a las personas, de esa manía que tenían Átropos y Eloise y de comportarse de la forma más imprevisible posible (¡mira, como él mismo! Si es que tenían tantas cosas en común que era imposible que no terminaran enredándose como lo estaban) y, en menor medida, del hecho de que no había necesitado mordiscos para excitarse. ¡No era cosa baladí esa, en absoluto! Suponía una diferencia notable con los antecedentes del aquitano, e incluso con la tinta que rodeaba sus antebrazos musculosos y que le recordaba, incluso contra el cuerpo de la princesa destronada a la que estaba horadando en lo más profundo, lo distintas que habían sido las cosas antes de que ella llegara.
¿Distintas a mejor, a peor o simplemente distintas? Eso era algo que no iba a pensar cuando estaba ocupado con ella, igual que tampoco pensaba hablar más mientras siguieran en esa posición (o en la que ella había obligado a ambos a adoptar, lo cierto era que le importaba de poco a nada al aquitano), y no por estar ocupado besándola, sino porque no le apetecía. Como si fuera raro que a Gaspard de Grailly no le diera por hablar en cualquier circunstancia de su vida, si lo raro era precisamente lo contrario. Maravilloso, por otro lado, decir que algo que hacía Gaspard era raro cuando él, por definición, lo era, pero ¡así eran las cosas y así se las estábamos contando!
Pensamientos paralelos aparte, lo cierto era que Gaspard estaba ocupado y muy entretenido con el cuerpo, en general, y la boca, en particular, de Eloise. Ocasionalmente, cuando el momento lo requería, se dedicaba a otras partes, bien fuera a sus muslos para sujetarla o a sus pechos para regodearse en ella y en ese nuevo placer que había descubierto de una manera diferente a la habitual. Pese a que pudiera considerarse un virgen, al menos en el sentido de que esa era la primera vez que no necesitaba mordiscos, definitivamente no lo era, y se le notaba, tanto eso como que realmente estaba interesado por la mujer (o lo que fuera) que tenía entre manos. ¡Cuántas primeras veces tenía aquel encuentro!
Sin embargo, como absolutamente todos, tenía que terminar tarde o temprano, y aunque aquel lo hizo con la nota placentera de un orgasmo que no requirió de nada más que ese movimiento coordinado y pasional de ambos, también tuvo un matiz extraño, agrio, porque ambos sabían que eso significaba que ella se largaría y que, seguramente, tardarían en volver a verse. Eso, claro, si se era optimista y no tan realista como de Grailly, que a aquellas alturas ya tenía bastante asumido que, con toda probabilidad, no volverían a cruzar sus caminos, así en general. Y aunque ya se había enfrentado a las consecuencias de ello, no en vano era, aparte de hiperactivo y aquitano, el hombre que siempre tenía un plan, no por ello dejaba de tener un sabor amargo en la boca mientras se vestía, en completo silencio.
– Y como toda excepción, esta ha llegado a su fin, ¿no? Digo, ahora viene cuando te largas para enfrentarte a tus demonios y tus problemas y yo me quedo aquí tirado. – rompió su silencio, Gaspard, pero sin acritud, exponiendo hechos que ya tenía asumidos porque conocía a la vampiresa, en cualquiera de sus dos personalidades, lo suficiente para imaginarse por dónde iban a ir los tiros. No era como si pudiera escribir un manual sobre ella, más que nada porque el único en interesarse por la obra sería él mismo, pero andaba sobrado de conocimiento de la loca de las Catacumbas que ya no era tal, así que... ni tan mal, ¿no?
– ¿Vas a decirme adiós, al menos? ¿O planeas largarte después de esto y no decir nada? Vamos, estoy hablando, ¿qué menos que dejarme terminar la cacería con algo positivo? Dime adiós para poder cerrar esto de algún modo y ya está. – recriminó, encogiéndose de hombros y sin mirarla, y sólo lo hizo cuando añadió lo siguiente. – No me gusta dejar las cosas así de abiertas. Es como las heridas, se infectan y después es peor. – justificó, y razón no le faltaba.
Sin embargo, no se debía únicamente a eso, y los dos lo sabían. Gaspard estaba haciendo tiempo para despedirse porque en lo más profundo sí que le importaba algo, un poquito nada más, pero ya era más de lo que había sentido por casi nadie más, con un par de gloriosas excepciones, por lo que, de por sí, ya era significativo. Igual que también lo eran los expresivos ojos verdes del aquitano, centrados en ella mientras esperaba a que ella decidía si quería salir ganándose el odio de Gaspard de Grailly o, por el contrario, su sincera admiración. Más, es decir, de lo que ya se la había ganado.
Invitado- Invitado
Re: Morbid Reminiscence — Privado [+18]
Quizás, en otras condiciones, hubiera decidido escaparse y seguir con su principal objetivo de la noche (porque era tan obsesa con algunas cosas, que no había fuerza que la hiciera desistir). Claro, si hubiera sido la típica loca de las Catacumbas, sí, lo habría hecho y al diablo con todo lo demás. Sin embargo, en esa ocasión las cosas eran diferentes, y cuando hablamos de diferentes, nos referimos a la cabecita de Átropos, quien ahora ni se molestaba en que la llamasen Eloise (su nombre real), cosa que en días anteriores habría sido un delito. Pero ya no, eso tendría que acabarse, como lo era estar atada a ese gusano sin identidad. ¿Decisión personal? Parte del mérito se lo tenía que dar a Gaspard de Grailly, porque sin él, probablemente, continuaría en las Catacumbas como la vil demente que era (y que en partes es, ¿a quién engañamos?), condenada a permanecer junto a su supuesto hermano homúnculo. Y sí, también era por él por quien continuaba ahí, por quien no decidió irse, sino que prefirió continuar con lo que habían iniciado.
¿Y qué era eso? Ni ella misma podía explicarlo del todo, ni siquiera por tener la mente bien despejada era capaz de deducir con claridad qué le ocurría. ¿Qué demonios había hecho ese humano para haber logrado semejante punto de quiebre en una vampira que se consideraba a sí misma una reina inestable? Difícil respuesta. Lo único que se podía apreciar con suficiente claridad era, justamente, que entre ambos se forjaba a fuego una atracción innegable... algo que iba más allá de su supuesta lógica. Quizá pudo haber surgido por puro masoquismo, u otras cuestiones que escapaban de la comprensión de cualquiera; porque así de caprichoso y complicado es el agujero negro de los sentimientos, ese del que Gaspard y Eloise huían de manera constante debido a su peculiar estilo de ¿vida y no-vida? Pero al que tendrían que resignarse tarde o temprano, a su manera, desde luego, porque, ¡hola!, seguían siendo unos personajes cero funcionales en la sociedad hipócrita y corriente de siempre.
Pero, retomando el tema... ¡Y que bien resignada había decido estar Eloise! Porque, apenas fue liberada de aquellas malditas cadenas, encaró sus propios instintos, sin importarle absolutamente nada. Aunque tuviera muy clara su idea de deshacerse del homúnculo, no pudo sencillamente dejar a un lado ese deseo que la ataba a Gaspard. Casi podía asegurarse que se estaba entregando por completo a él, (sin razonarlo mucho), que bien podía compararse con esas cadenas de plata que la habían quemado, aunque de éstas no quería liberarse. Y, desde luego, el resurreccionista no perdió semejante oportunidad, menos cuando ella había adoptado otra posición, siguiendo de manera coordinada los movimientos de él. Y no sólo por eso eso, sino porque le urgía también besarlo con una pasión desmedida, como lo eran las caricias de sus manos deslizándose por los hombros fuertes de Gaspard, por su torso, y ocasionalmente su espalda, a la que sus uñas marcaron ligeramente.
Lo cierto es que ambos habían decidido consumir aquello que, de la nada, se convirtió en un incendio del que, aparentemente, no quisieron escapar en ese instante, sin pensar siquiera en el lugar, ni las razones por las que se supone se hallaban ahí. Es más, y a pesar de ser una orgullosa del demonio, Eloise ni siquiera reprimió los gemidos que iban acompañados con el nombre de él, de su preciado humano... Sí, obvio, eso era tan sólo la respuesta de lo que Gaspard le provocaba con sus acciones, con esa aceptación silenciosa de que, obviamente, ella le pertenecía (y hasta lo había reconocido). Incluso sintió la tentación de morderlo en más de una ocasión, pero no lo hizo, porque quería aferrarse a la idea de que era ella quien lo estaba llevando al límite, ¡y claro que era así! Porque a medida que iban transcurriendo los minutos, la tensión en sus cuerpos iba ascendiendo, hasta que finalmente culminó en un placentero orgasmo.
¡Y ya estaba! Todo había empezado y acabado de manera maravillosa. Lo único malo fue haberlo terminado, porque eso significaría que Eloise tendría que marcharse. ¿Quería hacerlo? Apenas pudo tomar razón de sus ideas mientras se recuperaba de lo anterior. Y lo hacía en lo que ese silencio incómodo entre ambos se hacía cada vez más amplio, y más amargo incluso. Era obvio, no quería irse, ¡no quería! Pero no tenía más alternativas, y si las había, no sabía cuáles eran, porque en su situación no era tan fácil hallar alguna salida. ¿Y cómo? Si estaba atrapada en un laberinto con un bicho raro que no soportaba en lo más mínimo; un bicho que aparte quería dañar a su humano, ese que ahora la sacaba de sus cavilaciones con unas palabras que no supo cómo tomar. Ni siquiera tuvo el valor de mirarlo por un momento. Lo hizo sólo cuando terminó de vestirse.
Encarar a Gaspard no había sido tan difícil antes... Ahora era algo que le dejaba un profundo vacío. ¿Cómo habían llegado hasta semejante punto?
—Gaspard... —susurró, desviando la mirada hacia el suelo, al menos por unos segundos, porque luego tuvo que verlo a los ojos, como queriendo hallar alguna explicación a todo aquello—. No digas eso, sabes que no es así. Bueno, sí, tengo que encargarme de todo este asunto. Y ahora más que nunca...
Y tras decir eso, decidió acercarse a él, para sujetar su rostro y observarlo en silencio. ¡Estaba convencida! Tenía que deshacerse del homúnculo, y no sólo por ella, sino, ¿por Gaspard? ¡Cuántas cosas ocurrieron durante esa noche! (Y faltaban por ocurrir, porque para Eloise la noche no había terminado aún).
—No te diré adiós, porque me niego a hacerlo —dijo, un poco antes de besarlo con una paciencia que no era propia de ella—. Aunque no me respondiste eso antes, quiero hacerte saber que yo sí quiero volver a verte. Pero no regresaré mientras sea una amenaza para ti. Tómalo de la manera que te apetezca, pero es mi decisión, y no cambiará en lo más mínimo.
¿Y qué era eso? Ni ella misma podía explicarlo del todo, ni siquiera por tener la mente bien despejada era capaz de deducir con claridad qué le ocurría. ¿Qué demonios había hecho ese humano para haber logrado semejante punto de quiebre en una vampira que se consideraba a sí misma una reina inestable? Difícil respuesta. Lo único que se podía apreciar con suficiente claridad era, justamente, que entre ambos se forjaba a fuego una atracción innegable... algo que iba más allá de su supuesta lógica. Quizá pudo haber surgido por puro masoquismo, u otras cuestiones que escapaban de la comprensión de cualquiera; porque así de caprichoso y complicado es el agujero negro de los sentimientos, ese del que Gaspard y Eloise huían de manera constante debido a su peculiar estilo de ¿vida y no-vida? Pero al que tendrían que resignarse tarde o temprano, a su manera, desde luego, porque, ¡hola!, seguían siendo unos personajes cero funcionales en la sociedad hipócrita y corriente de siempre.
Pero, retomando el tema... ¡Y que bien resignada había decido estar Eloise! Porque, apenas fue liberada de aquellas malditas cadenas, encaró sus propios instintos, sin importarle absolutamente nada. Aunque tuviera muy clara su idea de deshacerse del homúnculo, no pudo sencillamente dejar a un lado ese deseo que la ataba a Gaspard. Casi podía asegurarse que se estaba entregando por completo a él, (sin razonarlo mucho), que bien podía compararse con esas cadenas de plata que la habían quemado, aunque de éstas no quería liberarse. Y, desde luego, el resurreccionista no perdió semejante oportunidad, menos cuando ella había adoptado otra posición, siguiendo de manera coordinada los movimientos de él. Y no sólo por eso eso, sino porque le urgía también besarlo con una pasión desmedida, como lo eran las caricias de sus manos deslizándose por los hombros fuertes de Gaspard, por su torso, y ocasionalmente su espalda, a la que sus uñas marcaron ligeramente.
Lo cierto es que ambos habían decidido consumir aquello que, de la nada, se convirtió en un incendio del que, aparentemente, no quisieron escapar en ese instante, sin pensar siquiera en el lugar, ni las razones por las que se supone se hallaban ahí. Es más, y a pesar de ser una orgullosa del demonio, Eloise ni siquiera reprimió los gemidos que iban acompañados con el nombre de él, de su preciado humano... Sí, obvio, eso era tan sólo la respuesta de lo que Gaspard le provocaba con sus acciones, con esa aceptación silenciosa de que, obviamente, ella le pertenecía (y hasta lo había reconocido). Incluso sintió la tentación de morderlo en más de una ocasión, pero no lo hizo, porque quería aferrarse a la idea de que era ella quien lo estaba llevando al límite, ¡y claro que era así! Porque a medida que iban transcurriendo los minutos, la tensión en sus cuerpos iba ascendiendo, hasta que finalmente culminó en un placentero orgasmo.
¡Y ya estaba! Todo había empezado y acabado de manera maravillosa. Lo único malo fue haberlo terminado, porque eso significaría que Eloise tendría que marcharse. ¿Quería hacerlo? Apenas pudo tomar razón de sus ideas mientras se recuperaba de lo anterior. Y lo hacía en lo que ese silencio incómodo entre ambos se hacía cada vez más amplio, y más amargo incluso. Era obvio, no quería irse, ¡no quería! Pero no tenía más alternativas, y si las había, no sabía cuáles eran, porque en su situación no era tan fácil hallar alguna salida. ¿Y cómo? Si estaba atrapada en un laberinto con un bicho raro que no soportaba en lo más mínimo; un bicho que aparte quería dañar a su humano, ese que ahora la sacaba de sus cavilaciones con unas palabras que no supo cómo tomar. Ni siquiera tuvo el valor de mirarlo por un momento. Lo hizo sólo cuando terminó de vestirse.
Encarar a Gaspard no había sido tan difícil antes... Ahora era algo que le dejaba un profundo vacío. ¿Cómo habían llegado hasta semejante punto?
—Gaspard... —susurró, desviando la mirada hacia el suelo, al menos por unos segundos, porque luego tuvo que verlo a los ojos, como queriendo hallar alguna explicación a todo aquello—. No digas eso, sabes que no es así. Bueno, sí, tengo que encargarme de todo este asunto. Y ahora más que nunca...
Y tras decir eso, decidió acercarse a él, para sujetar su rostro y observarlo en silencio. ¡Estaba convencida! Tenía que deshacerse del homúnculo, y no sólo por ella, sino, ¿por Gaspard? ¡Cuántas cosas ocurrieron durante esa noche! (Y faltaban por ocurrir, porque para Eloise la noche no había terminado aún).
—No te diré adiós, porque me niego a hacerlo —dijo, un poco antes de besarlo con una paciencia que no era propia de ella—. Aunque no me respondiste eso antes, quiero hacerte saber que yo sí quiero volver a verte. Pero no regresaré mientras sea una amenaza para ti. Tómalo de la manera que te apetezca, pero es mi decisión, y no cambiará en lo más mínimo.
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