Brökk Tollak

→ Hechicería
→ Percepción del aura
→ Premonición
→ Nigromancia
→ Barrera

Brökk es de ascendencia vikinga, su padre es un cambiante guerrero forjado en el acero y el fuego. Desde niño ha sido educado como tal, para seguir los pasos de sus antepasados fieros y luchadores. Es disciplinado en extremo, pues además de su destreza en combate corre por sus venas una magia oscura que debe controlar. Ha aprendido a no rendirse nunca, sea cual sea la desgracia acontecida. Sus padres han pasado por varios infiernos, literalmente, y con todas las probabilidades en contra, han conseguido salir a flote. Ha heredado la testarudez de su padre, la determinación de su madre y ese gesto siempre serio y hermético.

Tiene un humor bastante agudo pero sólo hace bromas y chistes con la gente que quiere. Sabe que será un gran guerrero y que su magia lo elevará a otro nivel, ya lo predijeron los dioses que habitan en Asgard, por ello ha sufrido toda la presión del mundo sobre sus hombros desde que nació, es un elegido de los Æsir y como tal no puede defraudarlos. Ser ese elegido no lo hace prepotente, no más allá de lo pagado de si mismo que está cualquier guerrero nórdico. Es orgulloso, como no podía ser menos, pero no hasta caer en la estupidez; su madre es todo lo contrario a orgullosa, le ha enseñado a apreciar la esencia que hay en las cosas sencillas, en los gestos bondadosos y también ha heredado el gusto por aprender y saciar su curiosidad infinita por los caminos inescrutables de la magia. Porque un hombre no debería estar hecho de guerra únicamente.

Brökk contiene en su interior dos grandes legados y la gesta de sus padres ha sido educarlo para que predomine el guerrero porque el mago se lo permite. Inteligente, fuerte, determinado, testarudo y orgulloso, reflexivo y tenaz. Su gran fortaleza psicológica es a la vez su gran debilidad, porque quien consiga romperla no necesitará nada más para acabar con él. Es fiel a los suyos hasta el fin de los tiempos y no dudará en hacer lo que sea necesario si se ven en aprietos.

Brökk nació una soleada mañana de abril en los pantanos de Louisiana, en Baton Rouge, cerca de Nueva Orleans, donde su madre creció y donde la casa familiar de la familia Mordrake permanecía ajena a las guerras de sangre escandinavas.

Su padre, Ulf, viajaba a menudo al continente europeo, allí es donde la guerra se desarrollaba, la revolución para derrocar al tirano Rannulf se gestaba entre París y el norte vikingo y como general del ejército del legítimo rey, marchaba con sus hombres cuando era necesario.

Su madre, Giuliana, era de ascendencia irlandesa, las mujeres de su familia eran todas brujas wiccanas, pero al emigrar a Nueva Orleans, su tía Gwenda y ella misma, abrazaron la magia vudú, mucho más oscura y poderosa, forjada en la sangre y el sufrimiento de los esclavos africanos que llegaron al nuevo mundo. En la casa del pantano convivía la magia blanca, la magia negra y el acero crudo. La bruja era capaz de conectarse al mundo espiritual, ése donde los dioses vudú y los de otros panteones forjaban las visiones y hablaban con los mortales para que cumplieran sus propósitos. Giuliana tenía el don de la premonición y la capacidad de hablar con sus dioses cuando entraba en trance.

El primogénito Tollak nació bajo unos designios particulares: sus padres atravesaron el infierno vudú y viajaron hasta Asgard en busca de respuestas, pues no podían tener descendencia. Los dioses nórdicos temían al vástago de esa pareja, pues sería un gran guerrero nórdico pero por sus venas correría la más oscura de las magias. Los dioses nunca daban puntadas sin hilo, y ofrecieron un pacto a Giuliana y Ulf: les concederían su descendencia soñada si a cambio les entregaban a ese hijo cuando cumpliera la edad de 16, pero le quedaba vetado creer en los Loa, los dioses vudú. Se consagraría únicamente a los Æsir, renunciando a su legado criollo por parte de madre, y sería un instrumento en manos de los dioses vikingos. Si Brökk rompía ese pacto su familia sufriría las consecuencias.

Bajo estas premisas, el niño creció sabiendo que sobre él pesaba mucha responsabilidad, que el día de mañana tendría que cumplir su destino y consagrarse a sus dioses, aceptar las órdenes que éstos quisieran enviarle a través de las visiones y no flaquear nunca o sus hermanos experimentarían la furia de los dioses guerreros.

Su padre le enseñó todo cuanto sabía sobre armas, lucha y guerra, exigiéndole mucho más que a cualquier soldado de mayor edad y envergadura. Lo forjó a golpes y fuego, como las buenas espadas, quizás incluso alguna vez, con crueldad, por su propio bien. Su madre por contra, lo sumergió de lleno en las artes mágicas, necesitaba que las comprendiera y las dominara, pues aunque tuviera vetado servir a los Loa, su energía negra lo embargaba y era parte de él. Los dioses vudú eran antiguos, tanto como la humanidad misma, era una de las religiones más viejas y ancestrales que se remontaban a las primeras eras del hombre. Por esa razón, solían pasar más desapercibidos que los honorables y terribles dioses nórdicos. Los Loa jugaban al acertijo, al doble significado, al caos y al juego. Tenían también sus dioses de la sangre y la guerra, pero no se caracterizaban por ello, sino por el dominio sobre la vida y la muerte, el regreso de las almas a sus cuerpos y la magia oscura que era capaz de inflingir daño a alguien por medio del vudú. La conexión de la energía y la materia, esa era la especialidad de Giuliana y así se la transmitió a su hijo. Sus habilidades podrían sacarle de más de un aprieto, pero no podría usarlas sin pedir permiso primero a Loki, el dios que firmó el pacto junto a sus padres, su dios protector y guía del panteón de Asgard.

Por el momento Brökk llevaba bien ese equilibrio, no solía usar la magia, y cuando la necesitaba, pedía consejo a Loki. Sin la autorización de éste, no podía usarla, no quería ofender a los Æsir. Por contra, los Loa parecían tomarse aquel asunto con mucha diversión. Lejos de estar ofendidos por el chantaje de los dioses nórdicos, asistían a aquella pantomima con el mortal de por medio. Llegaría un día que las cosas se pondrían interesantes, pero no era el momento aún.

El destino de Brökk aún tenía muchas sorpresas que dar.