Una fría tonada... {Libre}

Habían veces en que no podía dormir con tranquilidad, algunos recuerdos agazapados en mi mente no me permitían volar entre el espacio de mis deseos, me ponía a pensar constantemente en cómo podía perfeccionar mi estabilidad humana, y mi estabilidad en la música… Estaba un poco confundido, por lo que de inmediato supe que lo que tenía que hacer en aquél mísero momento... y era tocar el adorado piano de cola que pertenecía al Palacio Royal, en donde cualquier susodicho con talento podría tocarlo para acompañar el ambiente que se producía allí.

Sentí ciertas presencias y miradas frías cerca del lugar dónde me encontraba, tan gélidas pero tan llenas de caricias que no lograban incomodarme, como otras personas que me escuchaban o me veían tocar... cuando uno se conectaba con la música, de alguna manera lograba conectarse también con las esencias de los oyentes...
Al tocar aquellas notas que había compuesto hace unos meses atrás, me sentí mucho más realizado al verlas entrelazadas armónicamente en el piano.

“La vida era tan efímera que apenas denotas cuánto tiempo has perdido, cuánto tiempo has aprovechado, cuánto tiempo te queda… La inmortalidad era una ilusión atemporal que sólo se manifestaba a través del recuerdo de toda esa vida.

Tu nacimiento, el crecimiento, el desarrollo, los caminos, el desvarío, los errores, las decisiones… todo aquello implicaba una inmortalidad incontable de la que sólo te podrías dar cuenta, en el momento de tu muerte….

Cuánto y todo has hecho, has vivido o has dejado morir… los pasos se desvanecen como en la propia arena , y las olas tal como el tiempo, termina borrando todo… y te ves encaminado hacia otro lugar, que quizás nunca antes has conocido, que nunca antes has imaginado… y el cuerpo…el cuerpo mortal termina desvaneciéndose…”

Aquello fue lo que me inspiró a realizar esta pieza, y recordé los momentos exactos en que cada nota declaraba su posición e identificación en mis partituras.
...Fue entonces que la pieza había acabado, y en un sutil movimiento mis largos cabellos oscuros cayeron por sobre mi rostro suavemente como un velo, que me invitaba a descansar en paz…

© RED FOR SS

El pianista

Palacio Royal - París

Mi madre colocó tras mi oreja, uno de los mechones dorados que escapaban de la plateada tiara y la trenza en que había atado ella mis cabellos, se alejó unos pasos para verme por completo y asintió satisfecha, regresando a mi para arreglar una de las mangas de mi vestido. Nos había dicho a Elliot, mi hermano menor y a mi, que la elegancia era primordial aquella noche.

No dije nada porque no lo dudaba. La fiesta a la que habíamos sido invitados sería nada más y nada menos que en el Palacio Royal y gracias a mi abuela materna y a su apellido, a sus encantadoras conversaciones y humor, a una belleza que se complementaba con sus arrugas, a sus valiosas amistades y a sus jugosos francos, teníamos invitación.

Pero yo habría podido asistir sin el dolor de cabeza por el peinado, sin las zapatillas de tacón alto que le acusaban a todos de mi presencia. Habiendo sido presentados, avanzamos a un amplio salón, tomé una copa de champagne mientras mi madre se perdía con mi abuelita en la compleja labor de socializar entre nobles y burgueses. Yo ya tenía mi perdición en las paredes, hermosos tapices y cuadros, el olor de la comida era hilarante, el salón era gigante y deseé algún día poder cocinar para el rey francés y su reina...quizás para la realeza del mundo… Del universo. ¿Un dios qué gustaría de cena?

Un piano se escuchó en el exterior, salí de la habitación segura de que Elliot me seguía, busqué en cada salón, comedor, habitación, insistiendo también en las cerradas hasta dar con el paradero de tan bella melodía, solo bebí el licor dorado hasta encontrarlo. No supe porqué pero escucharla era hallarme de nuevo en el vientre de mi madre. Adelante a varios invitados, no parecían muy interesados en el músico de largos cabellos oscuros que tenía mi piel erizada. Giré para ver a mi hermano y no estaba. Pero me fue inevitable no cerrar los ojos girando para seguir escuchando la melodía.

Yo escuchaba, sentía los latidos de mi madre, los míos, los rayos del sol a través de su vientre entibiando a la April que aún no nacería. Escuchaba la voz de mi padre desde allí adentro, como presentía desde antes que sería frío y colocaría una barrera ante mi. Sentiría el frío, el miedo y como creía que moría al darme a luz mi madre, la voz de las esclavas y sus risas enternecidas mientras lloraba a grito herido llenando nuestra hacienda y a New Orleans de mis días nuevos. Luego se tornaba triste y el final fue una fatídico.

Aplaudí notoriamente emocionada y conmovida por tan bellísima experiencia, algunos tímidos aplaudían pero pronto dejaron de hacerlo y cuando abrí lento los ojos, fue para darme cuenta que todos los presentes lo miraban, no solo al músico, también a mi. Sus rostros mostraban incredulidad y algunos, incluidas mujeres, me miraban con disgusto.

Mantuve sus miradas, el tiempo que pude. Al final no resistí, tuve que dejar de lado mis ojos húmedos por el recuerdo y hablé. - No sé ustedes, damas y caballeros. Pero donde nací me enseñaron a celebrar el talento. - dije cortes y educada. Los rumores llenaron el salón. - ¿Y dónde fue eso, madame?- me preguntaron.

- En América.  -respondí sin esperar reacciones positivas o negativas.- En Estados Unidos. - aclaré y los murmullos regresaron, hice una reverencia mientras me alejaba. La disgustada fui yo, aun más cuando escucharía la cereza del pastel a mi espalda.

- Norteamericanos… Su impertinencia y falta de clase salta a la vista. - dijo alguien. - Y va en aumento al igual que su inmigración a Europa. - otra voz y varios asintieron, otros rieron presuntuosos, no incliné la cabeza por básico amor propio, terminé de atravesar erguida la calle del juicio y deshonor que habían hecho a mis pasos los curiosos y afines a opiniones hirientes sobre mi origen, que siempre había sido considerado uno de los más antiguos y respetados en casa.

No cruce el umbral, tomé las faldas de mi vestido y me quedé dando un trago a mi copa,  conteniendo sollozos que más me encolerizarían. Podría lastimar a quien había osado hablar así de mi por un aplauso que yo creía era merecido y poco por el talento y la experiencia vivida a través del sonido, podría hacerle daño sin tener que transformarme, ¡a todos! Y allí estaba, sin buscar un escondite para mi vergüenza. ¿Y mi carácter? ¿Ese mismo del que me enorgullecía dónde estaba? Quizás allí.