AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
Los pasos apresurados resonaban en la fría calma de la recepción del hospital. Había abierto las puertas empujando con la parte posterior de un hombro, aprovechando el peso de su cuerpo y el empuje de sus piernas, porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo contra sí su preciada carga.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Desde que Drakul le dio la idea de ir al hospital a colaborar, se pasaba las noches en el Saint Louis y los días aguardando que llegase la hora de ir. Jamás hubiera pensado que su triste condena pudiera desaparecer en cuastión de segundos al traspasar el portón ojival y acceder a los pabellones.
Las generosas donaciones de Héctor le habían abierto cualquier puerta y habían disipado cualquier recelo que pudiera haber acerca de las razones por las que una señorita de alta clase, joven y bella, prefería pasarse las horas con los enfermos en vez de disfrutar de la Ópera o las fiestas para jovencitas casaderas. Hacía falta mucha ayuda en el hospital, como en todos, pues estaban abarrotados de gente con enfermedades contagiosas, disenterías, tuberculosis, huesos rotos...Francia vivía una segunda crisis social y económica que para variar, pagaba el pueblo, y eso mermaba la salud.
Hania había pedido quedarse en el pabelón de niños crónicos, donde iban a parar los pequeños con enfermedades respiratorias que requerían hospitalización, normalmente larga. Era un ala tranquila, los enfermos respiratorios eran contagiosos y normalmente poca gente pasaba por allí si no era necesario. Los niños estaban agrupados en una gran sala común, rectangular, con grandes ventanas y una chimenea que no se encendía apenas, pues usaban estufas de carbón para calentarlos. Desde que Hania se había "apropiado" de esa sala, había dibujos colgados en las ventanas, mantas y colchas de flores, estantes llenos de libros, una alfombra grande sobre la que habían bloques de madera para jugar y muñecas de trapo. Cada noche, al ocultarse el sol, acudía con cestas de galletas, dulces, frutas y cualquier cosa que se le antojase, libros nuevos, flores en un jarrón, pinturas y lápices... lo que fuera. Esos niños estaban allí porque sufrían la terrible enfermedad, en algunos casos, sería el último lugar donde estarían y le dolía pensar que sus cortas vidas acabarían en un lugar tan vacío e inhóspito.
Normalmente las familias iban a visitarlos de dia, pero la clase obrera tenía que trabajar, y a menudo cuidar a otros 4 o 5 hijos, así que el enfermo era el último, el que se quedaba atrás, la ley de la selva. Tampoco es que se pudiera hacer mucho, si se miraba fríamente. Los doctores y enfermeras les administraban los tratamientos y sólo quedaba esperar y rezar, y eso se podía hacer mientras uno trabaja o da de comer a la familia. Pero para eso ya estaba ella allí, para llevarles un poco de consuelo, para leerles cuentos, contarles historias, enseñarles el maravilloso mundo imaginario que ella podía ver y transitar con sólo cerrar los ojos, podía llevarlos por un rato lejos de su enfermedad y de su soledad.
Como cada noche, traspasó las puertas y saludó a los bedeles, encaminándose a la última planta en el pabellón derecho. A veces había niños nuevos, otras veces faltaban niños porque se habian marchado o porque morían. Pero generlamente había un volumen estable de "regulares", esos niños cuya afección tardaria meses en curar o en empeorar. Llevaba en las manos un montón de papel de seda para hacer flores y guirnaldas porque al día siguiente empezaba la primavera y se le había ocurrido que los niños adornasen un poco la sala. Era temprano, tan sólo las nueve, tendrían tiempo de hacerlas y luego leer un cuento.
Cuando entró, Marie Anne una niña de 8 años y ojos castaños estaba levantada y corrió hacia ella abrazandola.
— ¿Hania! Robert ha roto mi dibujo de la casita, le dije que no lo tocara y miralo!!.— señaló un dibujo con la esquina rota.
— hola Marie...no te preocupes, fíjate, así está más bonito porque le ha quitado el trozo donde estaba el agujero por el que se colaban los ratones...ahora ya no se pueden colar.— la niña se lo pensó y finalmente parecio que la respuesta de la rubia le gustó y se conformó.
Había un niño nuevo, pelirrojo, y a su lado estaba el que debía ser su padre con otra niña también pelirroja más mayor, claramente su hermana. Le saludó con la mano y se dirigió a la mesa a dejar lo que traía. Los pequeños se arremolinaron junto a ella.
— mañana empieza la primavera y he traido para hacer unas flores y unas guirnaldas que colgaremos de las ventanas ¿vale?
Los niños estallaron en risitas y expclamaciones, cogiendo los papeles y las tijeras y peleándose por algunos de los utensilios. Era fantástico verlos tan llenos de vida. Cuando los tuvo a todos controlados, haciendo lo que debian hacer, se acercó al niño nuevo, que claramente estaba aún febril y débil, necesitaba reposo y medicamentos.
— hola... me llamo Hania. Si necesita algo...dígamelo.— se dirigió al padre y luego miró a la niña.— ¿quieres venir con nosotros a hacer flores?
Las generosas donaciones de Héctor le habían abierto cualquier puerta y habían disipado cualquier recelo que pudiera haber acerca de las razones por las que una señorita de alta clase, joven y bella, prefería pasarse las horas con los enfermos en vez de disfrutar de la Ópera o las fiestas para jovencitas casaderas. Hacía falta mucha ayuda en el hospital, como en todos, pues estaban abarrotados de gente con enfermedades contagiosas, disenterías, tuberculosis, huesos rotos...Francia vivía una segunda crisis social y económica que para variar, pagaba el pueblo, y eso mermaba la salud.
Hania había pedido quedarse en el pabelón de niños crónicos, donde iban a parar los pequeños con enfermedades respiratorias que requerían hospitalización, normalmente larga. Era un ala tranquila, los enfermos respiratorios eran contagiosos y normalmente poca gente pasaba por allí si no era necesario. Los niños estaban agrupados en una gran sala común, rectangular, con grandes ventanas y una chimenea que no se encendía apenas, pues usaban estufas de carbón para calentarlos. Desde que Hania se había "apropiado" de esa sala, había dibujos colgados en las ventanas, mantas y colchas de flores, estantes llenos de libros, una alfombra grande sobre la que habían bloques de madera para jugar y muñecas de trapo. Cada noche, al ocultarse el sol, acudía con cestas de galletas, dulces, frutas y cualquier cosa que se le antojase, libros nuevos, flores en un jarrón, pinturas y lápices... lo que fuera. Esos niños estaban allí porque sufrían la terrible enfermedad, en algunos casos, sería el último lugar donde estarían y le dolía pensar que sus cortas vidas acabarían en un lugar tan vacío e inhóspito.
Normalmente las familias iban a visitarlos de dia, pero la clase obrera tenía que trabajar, y a menudo cuidar a otros 4 o 5 hijos, así que el enfermo era el último, el que se quedaba atrás, la ley de la selva. Tampoco es que se pudiera hacer mucho, si se miraba fríamente. Los doctores y enfermeras les administraban los tratamientos y sólo quedaba esperar y rezar, y eso se podía hacer mientras uno trabaja o da de comer a la familia. Pero para eso ya estaba ella allí, para llevarles un poco de consuelo, para leerles cuentos, contarles historias, enseñarles el maravilloso mundo imaginario que ella podía ver y transitar con sólo cerrar los ojos, podía llevarlos por un rato lejos de su enfermedad y de su soledad.
Como cada noche, traspasó las puertas y saludó a los bedeles, encaminándose a la última planta en el pabellón derecho. A veces había niños nuevos, otras veces faltaban niños porque se habian marchado o porque morían. Pero generlamente había un volumen estable de "regulares", esos niños cuya afección tardaria meses en curar o en empeorar. Llevaba en las manos un montón de papel de seda para hacer flores y guirnaldas porque al día siguiente empezaba la primavera y se le había ocurrido que los niños adornasen un poco la sala. Era temprano, tan sólo las nueve, tendrían tiempo de hacerlas y luego leer un cuento.
Cuando entró, Marie Anne una niña de 8 años y ojos castaños estaba levantada y corrió hacia ella abrazandola.
— ¿Hania! Robert ha roto mi dibujo de la casita, le dije que no lo tocara y miralo!!.— señaló un dibujo con la esquina rota.
— hola Marie...no te preocupes, fíjate, así está más bonito porque le ha quitado el trozo donde estaba el agujero por el que se colaban los ratones...ahora ya no se pueden colar.— la niña se lo pensó y finalmente parecio que la respuesta de la rubia le gustó y se conformó.
Había un niño nuevo, pelirrojo, y a su lado estaba el que debía ser su padre con otra niña también pelirroja más mayor, claramente su hermana. Le saludó con la mano y se dirigió a la mesa a dejar lo que traía. Los pequeños se arremolinaron junto a ella.
— mañana empieza la primavera y he traido para hacer unas flores y unas guirnaldas que colgaremos de las ventanas ¿vale?
Los niños estallaron en risitas y expclamaciones, cogiendo los papeles y las tijeras y peleándose por algunos de los utensilios. Era fantástico verlos tan llenos de vida. Cuando los tuvo a todos controlados, haciendo lo que debian hacer, se acercó al niño nuevo, que claramente estaba aún febril y débil, necesitaba reposo y medicamentos.
— hola... me llamo Hania. Si necesita algo...dígamelo.— se dirigió al padre y luego miró a la niña.— ¿quieres venir con nosotros a hacer flores?
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/02/2017
Localización : perdida entre las nieblas de su mente
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
-Lo que necesito ahora es un médico, no guirnaldas de flores.
En ese momento, tan estresado por el estado de Stan, por faltar al trabajo sin siquiera haber avisado, por cómo estaba su vida desde la muerte de Erin, por Elba, que se veía obligada a crecer demasiado rápido y a hacer cosas que escapan de las capacidades de su edad, Clyven no midió la brusquedad de su respuesta. Aquella mujer sólo intentaba ser amable.
Elba dudó, porque no veía a su padre receptivo con esa persona. Clyven la notó pegarse a su pierna y bajó la mirada.
-Ve si quieres. Yo esperaré al doctor.
Puso la mano en la cabeza despeinada de la niña pelirroja y sonrió del modo que sólo sonreía a sus hijos. La animó a irse con Hania y los demás niños, mientras él se centraba en la salud del pequeño Stan.
La niña miró a la rubia con desconfianza, la misma mirada que tenia su padre, esos ojos que te leían hasta el alma, pero finalmente accedió y siguió a la vampira y fue a reunirse con los demás niños. Cogió unas tijeras y papeles de colores para comenzar a recortar flores con las que montar una guirnalda.
Su padre esperó a que el médico llegase y revisase al pequeño Stan. El catarro mal curado había derivado en una afección en los pulmones que iba a necesitar unos cuantos días de internamiento, no podía precisarle cuántos. Los medicamentos no eran un problema, prque allí podrían proporcionárselos por un puñado de francos adicionales. Clyven aceptó, tampoco tenía muchas opciones y no iba a escatimar cuando de sus hijos se trataba, bastante tenían los pequeños con haber perdido a su madre y tener que pasar todas las noches solos para que él pudiera trabajar.
La consulta con el doctor se alargó más de una hora, tiempo que Elba permaneción jugando con los otros niños. Se integró con facilidad, era una niña muy simpática y buena, bastante mañosa a pesar de su corta edad, aunque no dejaba de mirar hacia la puerta, esperando ver aparecer a su padre.
Finalmente la puerta en cuestión se abrió, para dar paso al médico y a Clyven, con un cansado Stan acurrucado contra su hombro, agarrado a su camisa con el puñito. El doctor le guió hasta una de las camas, donde Clyven acostó al niño y acabó su conversación con el médico, quien se retiró para buscar las primeras medicinas.
Elba dejó lo que tenía entre manos y corrió a reunirse con su padre, que la cogió y la subió a la cama junto a su hermano.
-Stan está enfermo, así que tendrá que quedarse unos cuantos días aquí. Tú te quedarás con él, porque no puedo estar en el hospital y en casa a la vez y tengo que ir a trabajar, ¿de acuerdo? Pero estará atendido por los médicos, así que puedes jugar con los otros niños siempre que no estorbes su trabajo. ¿Me has entendido?
En ese momento, tan estresado por el estado de Stan, por faltar al trabajo sin siquiera haber avisado, por cómo estaba su vida desde la muerte de Erin, por Elba, que se veía obligada a crecer demasiado rápido y a hacer cosas que escapan de las capacidades de su edad, Clyven no midió la brusquedad de su respuesta. Aquella mujer sólo intentaba ser amable.
Elba dudó, porque no veía a su padre receptivo con esa persona. Clyven la notó pegarse a su pierna y bajó la mirada.
-Ve si quieres. Yo esperaré al doctor.
Puso la mano en la cabeza despeinada de la niña pelirroja y sonrió del modo que sólo sonreía a sus hijos. La animó a irse con Hania y los demás niños, mientras él se centraba en la salud del pequeño Stan.
La niña miró a la rubia con desconfianza, la misma mirada que tenia su padre, esos ojos que te leían hasta el alma, pero finalmente accedió y siguió a la vampira y fue a reunirse con los demás niños. Cogió unas tijeras y papeles de colores para comenzar a recortar flores con las que montar una guirnalda.
Su padre esperó a que el médico llegase y revisase al pequeño Stan. El catarro mal curado había derivado en una afección en los pulmones que iba a necesitar unos cuantos días de internamiento, no podía precisarle cuántos. Los medicamentos no eran un problema, prque allí podrían proporcionárselos por un puñado de francos adicionales. Clyven aceptó, tampoco tenía muchas opciones y no iba a escatimar cuando de sus hijos se trataba, bastante tenían los pequeños con haber perdido a su madre y tener que pasar todas las noches solos para que él pudiera trabajar.
La consulta con el doctor se alargó más de una hora, tiempo que Elba permaneción jugando con los otros niños. Se integró con facilidad, era una niña muy simpática y buena, bastante mañosa a pesar de su corta edad, aunque no dejaba de mirar hacia la puerta, esperando ver aparecer a su padre.
Finalmente la puerta en cuestión se abrió, para dar paso al médico y a Clyven, con un cansado Stan acurrucado contra su hombro, agarrado a su camisa con el puñito. El doctor le guió hasta una de las camas, donde Clyven acostó al niño y acabó su conversación con el médico, quien se retiró para buscar las primeras medicinas.
Elba dejó lo que tenía entre manos y corrió a reunirse con su padre, que la cogió y la subió a la cama junto a su hermano.
-Stan está enfermo, así que tendrá que quedarse unos cuantos días aquí. Tú te quedarás con él, porque no puedo estar en el hospital y en casa a la vez y tengo que ir a trabajar, ¿de acuerdo? Pero estará atendido por los médicos, así que puedes jugar con los otros niños siempre que no estorbes su trabajo. ¿Me has entendido?
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
La carita de la niña era de curiosidad, pero cuando su padre espetó aquel comentario la miró con recelo. Ni siquiera ella se esperaba un comentario tan borde y gratuito, la pilló tan descolocada que no fue capaz de decir nada, tan sólo asintió desviando la mirada hacia donde estaban los demás niños y se dirigió allí con ellos.
Podía entender la preocupación de un padre por un niño tan pequeño e indefenso. La enfermedad no respetaba condiciones, edades ni estatus, atrapaba a quien quería y siempre estaba el riesgo de no ganar la batalla. Excepto a ella, que no podía ni siquiera rozarla. La Muerte no quería a los vampiros, eran monstruos hasta para ella que no le hacía ascos a nadie. Elba en seguida se integró y eso facilitaba mucho las cosas, a los niños les gustaba estar con otros niños, jugar, pintar y contarse las maravillas que pasaban por sus imaginativas cabecitas. Estaban ya colgando las guirnaldas cuando se abrió la puerta y el hombre apareció portando al pequeño en brazos, depositándolo después sobre la cama.
Escuchó involuntariamente la conversación con la niña y se agitó. Era muy pequeña para quedarse sola en ese hospital con su hermanito mientras su padre tenía que arrastrar sus huesos a su puesto de trabajo. ¡Maldita sociedad implacable! no podías ponerte enfermo o uno de los tuyos, sin que se resintiera la economía, tan precaria que en caso de perder la fuente de ingresos estaría condenando al niño por no poder pagar los medicamentos. Era la pescadilla que se muerde la cola. Recordaba sus largas noches de soledad en el orfanato, algunas de ellas resfriada o febril...recordaba la única mano amiga en su frente, la de la hermana Adolfina, y lo oscuro que parecía estar todo...y se le encogían sus muertas tripas. De pronto se enfadó con los dioses, si es que existían. Ningún niño debería estar enfermo nunca, ninguno debería estar solo...¿acaso no tenian monstruos peores a los que condenar, por ejemplo a ella?
Una manita tiró de los pliegues de su vestido, y unos grandes ojos marrones la miraron inquisitivos.
— Es la hora del cuento...— carraspeó sacudiéndose de encima el enfado.
— Tienes razón... vamos allá.— Sacó del estante un libro y se sentó en una silla esperando a que se colocaran todos por encima de las camas colindantes, les gustaba senatrse juntos en el cuento para escucharla mejor. De vez en cuando se escuchaba una tos o un silbido proveniente de los pulmones de alguno de ellos, pues ninguno de los que estaba allí estaba sano.— Se llama La luna ahogada. En el principio del mundo, sólo había ciénagas y pantanos, y la Luna brillando sobre ellos para iluminar el camino en la noche con su luz plateada. Pero en las noches de Luna Oscura, cuando Ella ocultaba su rostro blanco sumergiendo a la tierra en un mar de tinieblas, entonces las criaturas de la oscuridad, los espectros y los fuegos fatuos, los seres viscosos más viejos que el tiempo, surgían de los pantanos para conducir a los caminantes a la boca de la muerte.
Cuando Ella lo supo se sintió furiosa. Cubrió su luz clara con un manto de terciopelo negro y descendió al mundo mortal. En los pantanos no había más luz que el suave resplandor de sus pies sobre la tierra oscura y húmeda. Las criaturas de la oscuridad saltaron sobre Ella entonces, la hicieron caer al agua estancada y la retuvieron enredándola en las raices frías de las plantas acuáticas.
La capucha que cubría la cara resplandeciente de la Luna cayó precisamente cuando pasaba junto al pantano un viajero extraviado, y su luz se extendió por la superfície del agua. Dando las gracias por haberse salvado de una muerte segura, el hombre volvió a su casa rápidamente, sin pensar ni un instante de dónde había surgido la blanca luz salvadora.
Muy pronto, sin embargo, la gente empezó a preguntarse que había sido de Ella. Las noches pasaban, una detrás de la otra, siempre iguales, siempre negras, y la luz no volvía. Solo entonces el caminante recordó la plateada luz de los pantanos, y comprendió lo que había sucedido. Llamó a la gente del pueblo y les dijo "La Luna se ha ahogado en los pantanos" y allí se dirigieron, con cuerdas y luces.
En el lugar donde el viajero había visto la luz no había más que una piedra, más negra que la misma noche, surgiendo del agua estancada.Tiraron y empujaron, durante las largas horas oscuras, entre las furiosas criaturas nocturnas de las que solo les separaba la débil luz amarilla de sus lámparas.
La piedra cedió. Se movió a un lado y la hermosa Luna, de rostro blanco y luminoso, apareció debajo. Y ante los ojos asombrados de los aldeanos, la Luna Ahogada flotó sobre los pantanos y subió a ocupar su lugar en el cielo.
Y desde ese día, dicen, la Luna brilla aún con más fuerza sobre ciénagas y pantanos, manteniendo así alejados a todos los espíritus malignos que pueblan la oscuridad.
Podía entender la preocupación de un padre por un niño tan pequeño e indefenso. La enfermedad no respetaba condiciones, edades ni estatus, atrapaba a quien quería y siempre estaba el riesgo de no ganar la batalla. Excepto a ella, que no podía ni siquiera rozarla. La Muerte no quería a los vampiros, eran monstruos hasta para ella que no le hacía ascos a nadie. Elba en seguida se integró y eso facilitaba mucho las cosas, a los niños les gustaba estar con otros niños, jugar, pintar y contarse las maravillas que pasaban por sus imaginativas cabecitas. Estaban ya colgando las guirnaldas cuando se abrió la puerta y el hombre apareció portando al pequeño en brazos, depositándolo después sobre la cama.
Escuchó involuntariamente la conversación con la niña y se agitó. Era muy pequeña para quedarse sola en ese hospital con su hermanito mientras su padre tenía que arrastrar sus huesos a su puesto de trabajo. ¡Maldita sociedad implacable! no podías ponerte enfermo o uno de los tuyos, sin que se resintiera la economía, tan precaria que en caso de perder la fuente de ingresos estaría condenando al niño por no poder pagar los medicamentos. Era la pescadilla que se muerde la cola. Recordaba sus largas noches de soledad en el orfanato, algunas de ellas resfriada o febril...recordaba la única mano amiga en su frente, la de la hermana Adolfina, y lo oscuro que parecía estar todo...y se le encogían sus muertas tripas. De pronto se enfadó con los dioses, si es que existían. Ningún niño debería estar enfermo nunca, ninguno debería estar solo...¿acaso no tenian monstruos peores a los que condenar, por ejemplo a ella?
Una manita tiró de los pliegues de su vestido, y unos grandes ojos marrones la miraron inquisitivos.
— Es la hora del cuento...— carraspeó sacudiéndose de encima el enfado.
— Tienes razón... vamos allá.— Sacó del estante un libro y se sentó en una silla esperando a que se colocaran todos por encima de las camas colindantes, les gustaba senatrse juntos en el cuento para escucharla mejor. De vez en cuando se escuchaba una tos o un silbido proveniente de los pulmones de alguno de ellos, pues ninguno de los que estaba allí estaba sano.— Se llama La luna ahogada. En el principio del mundo, sólo había ciénagas y pantanos, y la Luna brillando sobre ellos para iluminar el camino en la noche con su luz plateada. Pero en las noches de Luna Oscura, cuando Ella ocultaba su rostro blanco sumergiendo a la tierra en un mar de tinieblas, entonces las criaturas de la oscuridad, los espectros y los fuegos fatuos, los seres viscosos más viejos que el tiempo, surgían de los pantanos para conducir a los caminantes a la boca de la muerte.
Cuando Ella lo supo se sintió furiosa. Cubrió su luz clara con un manto de terciopelo negro y descendió al mundo mortal. En los pantanos no había más luz que el suave resplandor de sus pies sobre la tierra oscura y húmeda. Las criaturas de la oscuridad saltaron sobre Ella entonces, la hicieron caer al agua estancada y la retuvieron enredándola en las raices frías de las plantas acuáticas.
La capucha que cubría la cara resplandeciente de la Luna cayó precisamente cuando pasaba junto al pantano un viajero extraviado, y su luz se extendió por la superfície del agua. Dando las gracias por haberse salvado de una muerte segura, el hombre volvió a su casa rápidamente, sin pensar ni un instante de dónde había surgido la blanca luz salvadora.
Muy pronto, sin embargo, la gente empezó a preguntarse que había sido de Ella. Las noches pasaban, una detrás de la otra, siempre iguales, siempre negras, y la luz no volvía. Solo entonces el caminante recordó la plateada luz de los pantanos, y comprendió lo que había sucedido. Llamó a la gente del pueblo y les dijo "La Luna se ha ahogado en los pantanos" y allí se dirigieron, con cuerdas y luces.
En el lugar donde el viajero había visto la luz no había más que una piedra, más negra que la misma noche, surgiendo del agua estancada.Tiraron y empujaron, durante las largas horas oscuras, entre las furiosas criaturas nocturnas de las que solo les separaba la débil luz amarilla de sus lámparas.
La piedra cedió. Se movió a un lado y la hermosa Luna, de rostro blanco y luminoso, apareció debajo. Y ante los ojos asombrados de los aldeanos, la Luna Ahogada flotó sobre los pantanos y subió a ocupar su lugar en el cielo.
Y desde ese día, dicen, la Luna brilla aún con más fuerza sobre ciénagas y pantanos, manteniendo así alejados a todos los espíritus malignos que pueblan la oscuridad.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Localización : perdida entre las nieblas de su mente
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven se sentó en el borde de la cama, con la espalda apoyada en la pared, contra el cabecero de metal, que se le clavaba entre las paletillas. Cogió la almohada raída y se la colocó detrás, para estar más cómodo. Subió una pierna a la cama, con el tobillo sobre el borde, de forma que el pie quedara fuera, pues no quería ensuciar las sábanas con los zapatos; no por las piezas de tela en sí, sino por su pequeño, prefería que durmiera en un lugar lo más limpio posible.
Mimoso como nunca, porque no se encontraba bien y quería sentirse protegido, Stan buscó el calor del cuerpo de su padre, quien no dudó en acomodarlo contra él, en el hueco que quedaba en su regazo, por la pierna flexionada, rodeado firmemente con el brazo, para que no se cayera si se movía en sueños.
Besó su cabeza pelirroja y se quedó allí, mirando a su hija en la distancia, con los otros niños. Qué diferente sería su vida si Erin siguiera allí. Él seguiría trabajando, tan duro como siempre, pero sabiendo que sus pequeños estaban seguros en casa, con una madre amorosa y dulce que cuidaba de ellos.
La echaba de menos.
Muchísimo.
Sin embargo, tenía que ser fuerte y seguir adelante, tenía que luchar, como siempre había hecho, por sus hijos. No le gustaba dejarlos solos tan pequeños y siempre se preocupaba demasiado por ellos mientras estaba trabajando, pero tampoco podía disponer de la porción de su sueldo que implicaba una niñera las veinticuatro horas, todos los días, ni podía estar siempre dependiendo de los vecinos.
Al menos Elba iba a sacar algo positivo, relacionándose con otros niños y pudiendo disfrutar de juegos y diversiones. Ni siquiera se molestó porque no estuviera dormida a esas horas. Stan se durmió y Clyven estaba seguro de que había dado alguna que otra cabezada durante el cuento.
Mimoso como nunca, porque no se encontraba bien y quería sentirse protegido, Stan buscó el calor del cuerpo de su padre, quien no dudó en acomodarlo contra él, en el hueco que quedaba en su regazo, por la pierna flexionada, rodeado firmemente con el brazo, para que no se cayera si se movía en sueños.
Besó su cabeza pelirroja y se quedó allí, mirando a su hija en la distancia, con los otros niños. Qué diferente sería su vida si Erin siguiera allí. Él seguiría trabajando, tan duro como siempre, pero sabiendo que sus pequeños estaban seguros en casa, con una madre amorosa y dulce que cuidaba de ellos.
La echaba de menos.
Muchísimo.
Sin embargo, tenía que ser fuerte y seguir adelante, tenía que luchar, como siempre había hecho, por sus hijos. No le gustaba dejarlos solos tan pequeños y siempre se preocupaba demasiado por ellos mientras estaba trabajando, pero tampoco podía disponer de la porción de su sueldo que implicaba una niñera las veinticuatro horas, todos los días, ni podía estar siempre dependiendo de los vecinos.
Al menos Elba iba a sacar algo positivo, relacionándose con otros niños y pudiendo disfrutar de juegos y diversiones. Ni siquiera se molestó porque no estuviera dormida a esas horas. Stan se durmió y Clyven estaba seguro de que había dado alguna que otra cabezada durante el cuento.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Al finalizar el cuento se encargó de recoger todos los papeles que quedaban por allí de las guirnaldas, mientras los niños se iban acostando cada uno en su cama. Elba regresó con su padre y su hermano, que se había dormido después de los medicamentos. Pasó cama por cama dando besos y arropando a los pequeños, dedicándoles algunas palabras mimosas a los que lo necesitaban y de buenas noches a los más mayores. Apagó las luces dejando sólo un par de lámparas de aceite para dar un poco de claridad por si alguno se despertaba y necesitaba el orinal o cualquier cosa y viendo a la pequeña familia tendida los tres en la misma cama, cogió una de las colchas de colores y se acercó silenciosamente para echarla encima del padre y los niños, que debían estar agotados.
Salió por el pasillo con la jarra vacía, dispuesta a traerla de nuevo llena de agua, y al bajar a las cocinas como cada noche vio a uno de los cocineros y se le ocurrió algo.
— Señor Herman, me preguntaba si no tendría por ahí alguna sobra...es que salí algo precipitadamente y se me olvidó cenar.
El cocinero conocía a la muchacha, sabía de la labor que hacía con los niños y sabía que también muchas veces les traía cosas como galletas, frutas etc, pero si esa vez le estaba pidiendo algo de comer, sería por alguna buena razón, y seguramente no sería para ella. Si empezaba a conocerla un poco, apostaría que esa comida sería para alguno de los niños que tenía hambre. Le preparó un plato con unos bocadillos y una manzana, deseándole buen provecho.
La rubia regresó al cuarto común y se acercó a los nuevos inquilinos de la cama número 16. Elba todavía estaba despierta y le susurró.
— ¿Tienes hambre? voy a dejar esto aquí ¿vale? si se despiertan cogedlo, me lo ha dado el cocinero para vosotros, es un hombre muy amable.— le señaló a su padre y a su hermano.— Buenas noches Elba, te veo mañana, seguro que tu hermano mañana estará mejor, ya lo verás.
Recogió un par de trastos más en su recorrido, repasó con la mirada la sala y escuchó las campanadas de Notre Dame. Aún quedaban unas horas hasta que Héctor fuera a buscarla. Se sentó en un banco del pasillo con un libro entre las manos. No lo estaba leyendo en verdad, sólo mantenía los ojos fijos en él, pensando en cuánta desgracia había en el mundo para que una familia tan bonita tuviera que acabar en un lugar como aquel. Pensó en esos dos niños, en que si su padre era cuanto tenían y le sucedía algo, acabarían como ella, que era apenas un poco más mayor que Stan cuando la recogieron, húerfana. Suponía que si la madre no estaba allí es porque no había una madre, siempre que las había eran las que se quedaban con los niños.
Salió por el pasillo con la jarra vacía, dispuesta a traerla de nuevo llena de agua, y al bajar a las cocinas como cada noche vio a uno de los cocineros y se le ocurrió algo.
— Señor Herman, me preguntaba si no tendría por ahí alguna sobra...es que salí algo precipitadamente y se me olvidó cenar.
El cocinero conocía a la muchacha, sabía de la labor que hacía con los niños y sabía que también muchas veces les traía cosas como galletas, frutas etc, pero si esa vez le estaba pidiendo algo de comer, sería por alguna buena razón, y seguramente no sería para ella. Si empezaba a conocerla un poco, apostaría que esa comida sería para alguno de los niños que tenía hambre. Le preparó un plato con unos bocadillos y una manzana, deseándole buen provecho.
La rubia regresó al cuarto común y se acercó a los nuevos inquilinos de la cama número 16. Elba todavía estaba despierta y le susurró.
— ¿Tienes hambre? voy a dejar esto aquí ¿vale? si se despiertan cogedlo, me lo ha dado el cocinero para vosotros, es un hombre muy amable.— le señaló a su padre y a su hermano.— Buenas noches Elba, te veo mañana, seguro que tu hermano mañana estará mejor, ya lo verás.
Recogió un par de trastos más en su recorrido, repasó con la mirada la sala y escuchó las campanadas de Notre Dame. Aún quedaban unas horas hasta que Héctor fuera a buscarla. Se sentó en un banco del pasillo con un libro entre las manos. No lo estaba leyendo en verdad, sólo mantenía los ojos fijos en él, pensando en cuánta desgracia había en el mundo para que una familia tan bonita tuviera que acabar en un lugar como aquel. Pensó en esos dos niños, en que si su padre era cuanto tenían y le sucedía algo, acabarían como ella, que era apenas un poco más mayor que Stan cuando la recogieron, húerfana. Suponía que si la madre no estaba allí es porque no había una madre, siempre que las había eran las que se quedaban con los niños.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Elba asintió, con una sonrisa agradecida, y abrió la bolsa de la comida para curiosear.
-Gracias. Hasta mañana, señorita Doe.
La chiquilla era tímida y quizás algo recelosa, pero después del rato de juegos y el cuento, estaba mucho más relajada. Además, era agradable tener a su padre con ellos esa noche. Sabía que tenía que trabajar y que hacía lo que podía, sí, pero no dejaba de ser una niña de cinco años que echaba de menos a su madre y quería pasar tiempo con su padre.
Se acurrucó en la cama, junto a su padre y su hermano, y se durmió. Estaban todos agotados. Sobre todo Clyven, que arrastraba una deuda de sueño que, lejos de mermar, se acrecentaba día a día.
Antes del amanecer, el capataz despertó. Las medicinas habían ayudado y el pequeño Stan había pasado bien la noche, aunque la afección todavía no estaba curada y necesitaría unos cuantos días más de ingreso. Sonrió levemente y acarició el pelo de Elba. Era tan preciosa, tan parecida a Erin. Era una herida abierta, una que estaba cerrando poco a poco, perdido en la rutina y en el tiempo que pasaba con sus pequeños. Pero no podía evitar pensar en que, si ella siguiera allí, los niños no tendrían que pasar las noches solos.
Vio la bolsa con la comida, pero no la tocó. Prefería que fueran sus hijos los que dieran buena cuenta de ella. Despertó con suavidad a la mayor.
-Elba, despierta. Eh, vamos, princesita. -Ella abrió los ojos, con mucho sueño aún-. Tengo que irme un rato. Pasaré por la fábrica para hablar con el señor Vollan y es probable que tenga que quedarme a trabajar un rato. Volveré lo antes posible, pero mientras tanto, no te separes de la cama de tu hermano. Deja que los médicos hagan su trabajo y portaos bien, ¿de acuerdo? -La niña asintió-. Bien. Recuerda que mamá os está mirando, aunque vosotros no la veais, así que haced que esté contenta. Ahora sigue durmiendo.
Sin tener muy claro si había entendido lo que le decía o no, Clyven abandonó el hospital para ir a hablar con su jefe, con la buena suerte de que le dio el día libre y pudo regresar en un par de horas junto a sus pequeños. Sin embargo, esa noche tendría que marcharse, porque no podía faltar a más turnos de trabajo. Y no podía permitirse recortes en el sueldo. El sepelio de Erin había supuesto un desembolso que había dejado sus ahorros un poco más bajos de como estaban normalmente. Esto unido a los gastos adicionales para sacar adelante a un bebé sin el aporte de una madre. Pero sobrevivirian. Tenía una casa y un trabajo. El resto ya iría llegando.
Tras hablar con el médico aquella tarde, esperó a que llegase la mujer que la noche anterior había entretenido a los pequeños. Se acercó a ella, con gesto serio, habiendo dejado a los niños en la cama, jugando con un par de muñecos de trapo que les había llevado al pasar por su casa.
-Disculpe. Elba me ha dicho que ayer nos dejó algo para comer. Quería darle las gracias. Fue un detalle por su parte. Y sé que voy a abusar de su buena fe, pero... he de volver al trabajo. ¿Podría, antes de irse, echarles un ojo para comprobar que no necesitan nada? Por supuesto, si requiere un pago por su trabajo estoy más que inclinado a ello.
-Gracias. Hasta mañana, señorita Doe.
La chiquilla era tímida y quizás algo recelosa, pero después del rato de juegos y el cuento, estaba mucho más relajada. Además, era agradable tener a su padre con ellos esa noche. Sabía que tenía que trabajar y que hacía lo que podía, sí, pero no dejaba de ser una niña de cinco años que echaba de menos a su madre y quería pasar tiempo con su padre.
Se acurrucó en la cama, junto a su padre y su hermano, y se durmió. Estaban todos agotados. Sobre todo Clyven, que arrastraba una deuda de sueño que, lejos de mermar, se acrecentaba día a día.
Antes del amanecer, el capataz despertó. Las medicinas habían ayudado y el pequeño Stan había pasado bien la noche, aunque la afección todavía no estaba curada y necesitaría unos cuantos días más de ingreso. Sonrió levemente y acarició el pelo de Elba. Era tan preciosa, tan parecida a Erin. Era una herida abierta, una que estaba cerrando poco a poco, perdido en la rutina y en el tiempo que pasaba con sus pequeños. Pero no podía evitar pensar en que, si ella siguiera allí, los niños no tendrían que pasar las noches solos.
Vio la bolsa con la comida, pero no la tocó. Prefería que fueran sus hijos los que dieran buena cuenta de ella. Despertó con suavidad a la mayor.
-Elba, despierta. Eh, vamos, princesita. -Ella abrió los ojos, con mucho sueño aún-. Tengo que irme un rato. Pasaré por la fábrica para hablar con el señor Vollan y es probable que tenga que quedarme a trabajar un rato. Volveré lo antes posible, pero mientras tanto, no te separes de la cama de tu hermano. Deja que los médicos hagan su trabajo y portaos bien, ¿de acuerdo? -La niña asintió-. Bien. Recuerda que mamá os está mirando, aunque vosotros no la veais, así que haced que esté contenta. Ahora sigue durmiendo.
Sin tener muy claro si había entendido lo que le decía o no, Clyven abandonó el hospital para ir a hablar con su jefe, con la buena suerte de que le dio el día libre y pudo regresar en un par de horas junto a sus pequeños. Sin embargo, esa noche tendría que marcharse, porque no podía faltar a más turnos de trabajo. Y no podía permitirse recortes en el sueldo. El sepelio de Erin había supuesto un desembolso que había dejado sus ahorros un poco más bajos de como estaban normalmente. Esto unido a los gastos adicionales para sacar adelante a un bebé sin el aporte de una madre. Pero sobrevivirian. Tenía una casa y un trabajo. El resto ya iría llegando.
Tras hablar con el médico aquella tarde, esperó a que llegase la mujer que la noche anterior había entretenido a los pequeños. Se acercó a ella, con gesto serio, habiendo dejado a los niños en la cama, jugando con un par de muñecos de trapo que les había llevado al pasar por su casa.
-Disculpe. Elba me ha dicho que ayer nos dejó algo para comer. Quería darle las gracias. Fue un detalle por su parte. Y sé que voy a abusar de su buena fe, pero... he de volver al trabajo. ¿Podría, antes de irse, echarles un ojo para comprobar que no necesitan nada? Por supuesto, si requiere un pago por su trabajo estoy más que inclinado a ello.
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Llegó al hospital como siempre a las nueve, apenas una hora después de ponerse el sol. En esa hora normalmente caminaba con Hector un rato hacia el centro sanitario, y generalmente se despertaba antes para poder vestirse, peinarse y beber un poco. Desde que iba a ver a los niños, tomaba más que lo justo de las botellas, no quería descontrolarse y acabar mordiendo a alguien. Incluso cuando Tyler aparecía silenciosamente por el salón, le daba un mordisquito que le aportaba cierto rubor a las mejillas. Ahora su aspecto era un poco más saludable y humano que semanas atrás, cuando su palidez era claramente cadavérica. Todo por no asustar a los niños. Si algo había llevado a Hania Doe a aceptar un poco más su naturaleza fue el propio miedo a las consecuencias de ser ella misma, así que por ese motivo cedió a lo natural, a alimentarse mejor para minimizar el riesgo.
Esa noche llevaba una cesta con croissants de mantequilla y tortitas de almendras y nueces. Los niños siempre esperaban que llevase algo y a ella no le costaba nada dada la fortuna de Héctor, que había dispuesto fondos para el uso de la rubia. Se detuvo en la puerta donde la interceptó el hombre.
— Buenas noches señor Clyven. Veo que Stan está mejor, me alegro mucho. —Sus penetrantes ojos azules la hicieron sentirse observada, como si estuviera viendo al monstruo de muerto corazón que habia bajo la piel, retiró la mirada.— No fue nada, vengo cada noche a hacerles compañía, la mayoría están solos durante días... Descuide, estaré aquí toda la noche, como siempre, y por supuesto no tiene que pagarme nada.— Le ofreció la cesta por si quería coger alguno.— ¿quiere llevarse unos dulces para el camino? están recién hechos.
Los niños la vieron llegar y rápidamente saltaron de sus camas para ir a buscarla. Esa noche Adam estaba un poco peor, y no podía salir del lecho, así que después de saludralos a todos y dejar la cesta en la mesa para que pudieran coger lo que qusieran, se acercó a la cama del pequeño y se sentó a su lado, acariciandole el pelo y dandole un beso en la frente.
— ¿sabes qué? que desde la calle la guirnalda que más se ve es la tuya, la vi desde abajo y pensé que me hace ilusión que me saludes el primero, me pongo muy contenta. ¿Tienes ganas de escuchar el cuento o prefieres dormir un poco?
El niño quería escuchar el cuento, así que Hania les dijo a los demás que se acercaran a esa parte de la sala, porque lo leería desde la cama de Adam, ya que él no podía moverse.
— Como Sandokán ya ha llegado a Bombay...cada uno de vosotros seréis un personaje. ¿Quién quiere ser el portugués? y el alguacil? y la tabernera?..— a cada niño le daba un elemnto de disfraz, un parche pirata, una espada de cartón, un velo de colores...etc. Y así cada uno representaría con gestos lo que ella iba narrando, dándole vida al cuento. Era como hacer teatro, pero más divertido y estaban esperando ese tipo de cosas que los alejara por un rato del lugar donde se encontraban.
A Stan le tocó ser uno de los ladrones que le roban a Sandokán y a Elba la reina del palacio indio. Tardaron un rato en colocarse las cuatros cosas de disfraz y meterse en el papel. Hania fue narrando el capítulo, y dejaba tiempo entre frase y frase para que los niños interpretaran lo que hacía el personaje. Aquello dio para muchas risas, porque había algunos que eran muy ocurrentes e imaginativos.
Cuando se dieron cuenta estaban dando las doce en las campanas de Notre Dame.
— Madre mia!! que tarde!! mañana me van a reñir mucho por teneros despiertos hasta tan tarde.
— No se lo diremos a nadie!!.— contestó alguno de los niños, mientras se quitaban los disfraces protestando. Se acostaron todos soñando con las mil aventuras que vivirían a bordo del Prao, el barco del pirata.
Como le dijo a Clyven, esa noche se quedó hasta la hora en la que ya no podía quedarse más, porque si salía el sol estaba muy jodida.
Esa noche llevaba una cesta con croissants de mantequilla y tortitas de almendras y nueces. Los niños siempre esperaban que llevase algo y a ella no le costaba nada dada la fortuna de Héctor, que había dispuesto fondos para el uso de la rubia. Se detuvo en la puerta donde la interceptó el hombre.
— Buenas noches señor Clyven. Veo que Stan está mejor, me alegro mucho. —Sus penetrantes ojos azules la hicieron sentirse observada, como si estuviera viendo al monstruo de muerto corazón que habia bajo la piel, retiró la mirada.— No fue nada, vengo cada noche a hacerles compañía, la mayoría están solos durante días... Descuide, estaré aquí toda la noche, como siempre, y por supuesto no tiene que pagarme nada.— Le ofreció la cesta por si quería coger alguno.— ¿quiere llevarse unos dulces para el camino? están recién hechos.
Los niños la vieron llegar y rápidamente saltaron de sus camas para ir a buscarla. Esa noche Adam estaba un poco peor, y no podía salir del lecho, así que después de saludralos a todos y dejar la cesta en la mesa para que pudieran coger lo que qusieran, se acercó a la cama del pequeño y se sentó a su lado, acariciandole el pelo y dandole un beso en la frente.
— ¿sabes qué? que desde la calle la guirnalda que más se ve es la tuya, la vi desde abajo y pensé que me hace ilusión que me saludes el primero, me pongo muy contenta. ¿Tienes ganas de escuchar el cuento o prefieres dormir un poco?
El niño quería escuchar el cuento, así que Hania les dijo a los demás que se acercaran a esa parte de la sala, porque lo leería desde la cama de Adam, ya que él no podía moverse.
— Como Sandokán ya ha llegado a Bombay...cada uno de vosotros seréis un personaje. ¿Quién quiere ser el portugués? y el alguacil? y la tabernera?..— a cada niño le daba un elemnto de disfraz, un parche pirata, una espada de cartón, un velo de colores...etc. Y así cada uno representaría con gestos lo que ella iba narrando, dándole vida al cuento. Era como hacer teatro, pero más divertido y estaban esperando ese tipo de cosas que los alejara por un rato del lugar donde se encontraban.
A Stan le tocó ser uno de los ladrones que le roban a Sandokán y a Elba la reina del palacio indio. Tardaron un rato en colocarse las cuatros cosas de disfraz y meterse en el papel. Hania fue narrando el capítulo, y dejaba tiempo entre frase y frase para que los niños interpretaran lo que hacía el personaje. Aquello dio para muchas risas, porque había algunos que eran muy ocurrentes e imaginativos.
Cuando se dieron cuenta estaban dando las doce en las campanas de Notre Dame.
— Madre mia!! que tarde!! mañana me van a reñir mucho por teneros despiertos hasta tan tarde.
— No se lo diremos a nadie!!.— contestó alguno de los niños, mientras se quitaban los disfraces protestando. Se acostaron todos soñando con las mil aventuras que vivirían a bordo del Prao, el barco del pirata.
Como le dijo a Clyven, esa noche se quedó hasta la hora en la que ya no podía quedarse más, porque si salía el sol estaba muy jodida.
Última edición por Hania Doe el Dom Ago 27, 2017 2:34 pm, editado 1 vez
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
-Se lo agradezco. A los niños le encantarán. -Cogió dos bollos, uno para cada niño-. Si me disculpa, se me hace tarde para llegar a la fábrica.
Se alejó de ella y fue a reunirse con sus pequeños. Les entregó un dulce a cada uno, indicándoles que debían dar las gracias a Hania por ellos, les besó la cabecita y se marchó a trabajar.
Elba llevó a su hermano pequeño de la mano hasta reunirse con el resto de los niños.
-Gracias por los dulces, señorita Doe. -bajó la mirada hacia su hermano, apremiándole-. Dale las gracias, Stan.
-Aia.
El pequeño era demasiado pequeño aún para hablar y sólo conseguía articular algunas sílabas mal dichas. Su padre sonreía cuando le decía que tenía lengua de trapo.
Jugando con los otros niños, la estancia en el hospital era más divertida y no se sentían solos, como en su casa. Stan tenía una sonrisa preciosa, igual que la de su padre, cuando dejaba que se viera. Elba fruncía las cejas igual que él cuando miraba algo concentrada. Pero los rasgos de los niños eran un constante recuerdo de su madre a ojos de aquel hombre marcado por la pérdida.
Stan se quitaba a cada rato el pañuelo de ladrón y luego no era capaz de ponérselo otra vez. Elba se metió en seguida en el papel de reina, dándo órdenes a los demás niños.
Como Hania era cariñosa con ellos y no les hacía perrerías como los médicos y las enfermeras, los pequeños siempre le hacían caso, así que todos acabaron acostándose a dormir.
Los pequeños pelirrojos se acurrucaron en la cama, del mismo modo que hacían en la suya propia.
Cuando acabó su turno, Clyven se apresuró a pasar por casa para coger una muda y algo para llevarles de comer a los niños y emprendió el camino al hospital. La casa estaba hecha un desastre, las camas sin hacer, loza sucia amontonada en la cocina, ropa arrugada en el respaldo de una silla... Pero tenía cosas más importantes de las que ocuparse en ese instante.
Al salir de la fábrica ya había despuntado el día, mientras llegó y no al hospital, el sol ya empezaba a calentarle el ánimo. Por tanto, Hania no estaba cuando arribó.
La caída del sol trajo consigo a la rubia, una noche más.
-Buenas noches, señorita Doe.
Se alejó de ella y fue a reunirse con sus pequeños. Les entregó un dulce a cada uno, indicándoles que debían dar las gracias a Hania por ellos, les besó la cabecita y se marchó a trabajar.
Elba llevó a su hermano pequeño de la mano hasta reunirse con el resto de los niños.
-Gracias por los dulces, señorita Doe. -bajó la mirada hacia su hermano, apremiándole-. Dale las gracias, Stan.
-Aia.
El pequeño era demasiado pequeño aún para hablar y sólo conseguía articular algunas sílabas mal dichas. Su padre sonreía cuando le decía que tenía lengua de trapo.
Jugando con los otros niños, la estancia en el hospital era más divertida y no se sentían solos, como en su casa. Stan tenía una sonrisa preciosa, igual que la de su padre, cuando dejaba que se viera. Elba fruncía las cejas igual que él cuando miraba algo concentrada. Pero los rasgos de los niños eran un constante recuerdo de su madre a ojos de aquel hombre marcado por la pérdida.
Stan se quitaba a cada rato el pañuelo de ladrón y luego no era capaz de ponérselo otra vez. Elba se metió en seguida en el papel de reina, dándo órdenes a los demás niños.
Como Hania era cariñosa con ellos y no les hacía perrerías como los médicos y las enfermeras, los pequeños siempre le hacían caso, así que todos acabaron acostándose a dormir.
Los pequeños pelirrojos se acurrucaron en la cama, del mismo modo que hacían en la suya propia.
Cuando acabó su turno, Clyven se apresuró a pasar por casa para coger una muda y algo para llevarles de comer a los niños y emprendió el camino al hospital. La casa estaba hecha un desastre, las camas sin hacer, loza sucia amontonada en la cocina, ropa arrugada en el respaldo de una silla... Pero tenía cosas más importantes de las que ocuparse en ese instante.
Al salir de la fábrica ya había despuntado el día, mientras llegó y no al hospital, el sol ya empezaba a calentarle el ánimo. Por tanto, Hania no estaba cuando arribó.
La caída del sol trajo consigo a la rubia, una noche más.
-Buenas noches, señorita Doe.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Esa noche llegó, como siempre, con una cesta de palitos de caramelo y frutas cofitadas. A los niños nunca les hacía daño el dulce, eso era sólo para gordinflones sin salud. Antes de entrar, una enfermera le avisó que Adam, el niño que la noche anterior estaba un poco peor, había fallecido esa tarde y que los niños estaban muy afectados.
Se mordió el labio inferior, ella sabía lo que es eso, en el orfanato las epidemias de gripe causaban estragos en invierno. Se armó de valor para entrar en la sala y de inmediato notó la pesadumbre y la tristeza en sus caritas.
— Buenas noches señor Clyven, buenas noches a todos.
Algún que otro pequeño se le abrazó, porque ella era la única persona que lo visitaba en días. Repartió abrazos, besos y caricias y se sentó con ellos limpiando lágrimas de sus caritas con el pañuelo.
— Llorar y estar triste es normal, porque lo echáis de menos. En el orfanato donde vivía constantemente se iba algún amigo, porque lo adopataban y yo... lo echaba de menos. Pero no os tenéis que preocupar por Adam, está en un lugar mágico, ahora puede ser viento y volar, puede tocar el sol y acariciar la luna. El cielo es un lugar maravilloso donde las estrellas nunca se apagan y nadie llora.
— ¿vivías en un orfanato porque no tenías familia?.— Hania asintió.
— pero la hermana Adolfina me enseñó una canción para cuando me sintiera sola y triste, y cuando eso pasa, cierro los ojos e imagino que estoy donde dice la canción, volando en el cielo, con los que se fueron, como Adam o mi madre.
— ¿nos la enseñas?.— Hania asintió y tomó aire, aunque no lo necesitara, era una situación difícil hasta para ella, que solía evadirse en su mundo cuando sucedía algo así.
— Claro, venid aquí a la alfombra, sentáos en círculo y coged de la mano a los que están a vuestro lado.
Carraspeó un instante y recordó la letra, entonándola con su voz suave.
Esa noche se notaba que no tenían ganas de fiesta ni de risas, era normal. Enfrentarse a la muerte tan pequeños... ella misma lo había visto decenas de veces en el orfanato, pero siempre pensó que el cielo no sería tan malo como la propia tierra, así nunca se sintió inclinada a temer morirse.
Tras la canción que los transportó un poquito al cielo, les leyó cuentos y poco a poco fueron quedándose dormidos. Esa noche más que nunca repartió abrazos y besos, los necesitaban y ella necesitaba darlos. El consuelo era algo tan gratuito que no entendía por qué la gente no lo regalaba más.
Se mordió el labio inferior, ella sabía lo que es eso, en el orfanato las epidemias de gripe causaban estragos en invierno. Se armó de valor para entrar en la sala y de inmediato notó la pesadumbre y la tristeza en sus caritas.
— Buenas noches señor Clyven, buenas noches a todos.
Algún que otro pequeño se le abrazó, porque ella era la única persona que lo visitaba en días. Repartió abrazos, besos y caricias y se sentó con ellos limpiando lágrimas de sus caritas con el pañuelo.
— Llorar y estar triste es normal, porque lo echáis de menos. En el orfanato donde vivía constantemente se iba algún amigo, porque lo adopataban y yo... lo echaba de menos. Pero no os tenéis que preocupar por Adam, está en un lugar mágico, ahora puede ser viento y volar, puede tocar el sol y acariciar la luna. El cielo es un lugar maravilloso donde las estrellas nunca se apagan y nadie llora.
— ¿vivías en un orfanato porque no tenías familia?.— Hania asintió.
— pero la hermana Adolfina me enseñó una canción para cuando me sintiera sola y triste, y cuando eso pasa, cierro los ojos e imagino que estoy donde dice la canción, volando en el cielo, con los que se fueron, como Adam o mi madre.
— ¿nos la enseñas?.— Hania asintió y tomó aire, aunque no lo necesitara, era una situación difícil hasta para ella, que solía evadirse en su mundo cuando sucedía algo así.
— Claro, venid aquí a la alfombra, sentáos en círculo y coged de la mano a los que están a vuestro lado.
Carraspeó un instante y recordó la letra, entonándola con su voz suave.
We're walking in the air
We're floating in the moonlit sky
The people far below are sleeping as we fly
We're holding very tight
I'm riding in the midnight blue
I'm finding I can fly so high above with you
Far across the world
The villages go by like trees
The rivers and the hills
The forest and the streams
Children gaze open mouth
Taken by surprise
Nobody down below believes their eyes
We're surfing in the air
We're swimming in the frozen sky
We're drifting over icy
Mountains floating by
Suddenly swooping low on an ocean deep
Arousing of a mighty monster from its sleep
We're walking in the air
We're dancing in the midnight sky
And everyone who sees us greets us as we fly
We're floating in the moonlit sky
The people far below are sleeping as we fly
We're holding very tight
I'm riding in the midnight blue
I'm finding I can fly so high above with you
Far across the world
The villages go by like trees
The rivers and the hills
The forest and the streams
Children gaze open mouth
Taken by surprise
Nobody down below believes their eyes
We're surfing in the air
We're swimming in the frozen sky
We're drifting over icy
Mountains floating by
Suddenly swooping low on an ocean deep
Arousing of a mighty monster from its sleep
We're walking in the air
We're dancing in the midnight sky
And everyone who sees us greets us as we fly
- walking in the air:
Esa noche se notaba que no tenían ganas de fiesta ni de risas, era normal. Enfrentarse a la muerte tan pequeños... ella misma lo había visto decenas de veces en el orfanato, pero siempre pensó que el cielo no sería tan malo como la propia tierra, así nunca se sintió inclinada a temer morirse.
Tras la canción que los transportó un poquito al cielo, les leyó cuentos y poco a poco fueron quedándose dormidos. Esa noche más que nunca repartió abrazos y besos, los necesitaban y ella necesitaba darlos. El consuelo era algo tan gratuito que no entendía por qué la gente no lo regalaba más.
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
-Papá.
-¿Qué?
-¿Mamá también está el cielo, como Adam?
Clyven suspiró. Era una pregunta que Elba le había hecho varias veces, como si necesitase confirmar que su madre estaba en otro sitio.
-Sí, princesa. Pero te cuida desde allí.
-¿Y por qué se fue? ¿No nos quería?
-Se fue porque tuvo que irse. Y sí que nos quería. Claro que nos quería.
-¿Entonces por qué no viene nunca a visitarnos o te escribe una carta como hacen los abuelos?
-Porque está muerta, Elba. No puede venir a vernos. Cuando uno se muere, ya no hay vuelta atrás.
-Pero tú me has dicho que ella me ve y me cuida.
Clyven se apretó el puente de la nariz, intentando armarse de paciencia para no gritarle una burrada a su hija. Sólo tenía cinco años y había perdido a su madre.
-A ver... ¿Recuerdas cuando fuimos a casa de la señora Finns y viste los peces en su pecera? -La niña asintió-. ¿Recuerdas que tú podías verlos a través del cristal, pero no podías tocarlos y ellos no te veían ni te tocaban a ti? -La niña asintió de nuevo-. Y te acuerdas también de que los cuidaste y les echaste la comida, ¿cierto? -Un nuevo asentimiento por parte de la pequeña pelirroja-. Pues es algo parecido. El cielo es como si fuera el cristal de la pecera y nosotros estamos dentro. Mamá está fuera y nos ve, aunque nosotros a ella no. Y nos cuida desde ahí.
La paqueña pareció conformarse con esa explicación y se reunió con los otros niños para escuchar los cuentos. Era su tercera noche en el hospital y la tristeza les invadía.
Stan parecía más reacio a dejar marchar a su padre a trabajar, pero no tuvo más remedio que hacerlo, viéndole marchar con una carita de tristeza que le partía el alma al capataz. Su padre hubiese preferido quedarse, cada noche lo hubiera preferido, pero dejar a los niños dormidos era mucho menos peligroso y los turnos de noche suponían un ingreso adicional que le vendría muy bien para cubrir los gastos del hospital. Quizás, cuando volvieran a casa, se plantearía contratar a una persona para cuidarles por las noches, porque el cansancio que acumulaba acabaría por pasarle factura.
-¿Qué?
-¿Mamá también está el cielo, como Adam?
Clyven suspiró. Era una pregunta que Elba le había hecho varias veces, como si necesitase confirmar que su madre estaba en otro sitio.
-Sí, princesa. Pero te cuida desde allí.
-¿Y por qué se fue? ¿No nos quería?
-Se fue porque tuvo que irse. Y sí que nos quería. Claro que nos quería.
-¿Entonces por qué no viene nunca a visitarnos o te escribe una carta como hacen los abuelos?
-Porque está muerta, Elba. No puede venir a vernos. Cuando uno se muere, ya no hay vuelta atrás.
-Pero tú me has dicho que ella me ve y me cuida.
Clyven se apretó el puente de la nariz, intentando armarse de paciencia para no gritarle una burrada a su hija. Sólo tenía cinco años y había perdido a su madre.
-A ver... ¿Recuerdas cuando fuimos a casa de la señora Finns y viste los peces en su pecera? -La niña asintió-. ¿Recuerdas que tú podías verlos a través del cristal, pero no podías tocarlos y ellos no te veían ni te tocaban a ti? -La niña asintió de nuevo-. Y te acuerdas también de que los cuidaste y les echaste la comida, ¿cierto? -Un nuevo asentimiento por parte de la pequeña pelirroja-. Pues es algo parecido. El cielo es como si fuera el cristal de la pecera y nosotros estamos dentro. Mamá está fuera y nos ve, aunque nosotros a ella no. Y nos cuida desde ahí.
La paqueña pareció conformarse con esa explicación y se reunió con los otros niños para escuchar los cuentos. Era su tercera noche en el hospital y la tristeza les invadía.
Stan parecía más reacio a dejar marchar a su padre a trabajar, pero no tuvo más remedio que hacerlo, viéndole marchar con una carita de tristeza que le partía el alma al capataz. Su padre hubiese preferido quedarse, cada noche lo hubiera preferido, pero dejar a los niños dormidos era mucho menos peligroso y los turnos de noche suponían un ingreso adicional que le vendría muy bien para cubrir los gastos del hospital. Quizás, cuando volvieran a casa, se plantearía contratar a una persona para cuidarles por las noches, porque el cansancio que acumulaba acabaría por pasarle factura.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Stan no podía dormir esa noche y Elba estaba a su lado, susurrando en voz baja. Se levantó de la silla dejando el libro y se acercó a los pequeños. Acarició la cabecita de Stan y se quedó con ellos un poco sentada en el borde la cama.
— ¿no podéis dormir? yo a veces tampoco puedo.— Veía la carita de Elba, taciturna, dandole vueltas a lo que le había dicho su padre, conversación que escuchó en dolby surround, cuando los pensamientos del capataz y los de la niña invadieron su cerebro mientras sacaba los libros y ordenaba la sala. — ¿cómo se llamaba vuestra madre?
— Erin.
— Qué nombre más bonito. Es el nombre la isla de Eire, Irlanda. Mi madre se llamaba Arianne y era rubia, tenía los ojos verdes, apenas me acuerdo de ella, yo era más o menos como Stan cuando ella se fue al cielo. Ahora os cuida desde allí, seguramente se haya hecho amiga de mi madre y ahora mismo estén hablando de nosotros.— alargó su mano hacia la de Elba para tomársela y apretarla suavemente. Estaba fría pero no tanto como semanas atrás.— Cuando algo me sale mal o no sé que hacer ¿sabes lo que hago? hablo con ella, pienso en ella y le cuento lo que me pasa. Entonces me duermo y confío que al día siguiente ella me habrá inspirado y sabré cómo solucionar el problema y...así es. No hay que ponerse triste, porque algun día volveremos a vernos en ese lugar, pero no podemos ir ahora porque cada uno tiene un propósito en este mundo y hay que cumplir con él. Cuando está hecho, los ángeles te vendrán a buscar.
— ¿Y cuál es el tuyo?.— La niña era muy despierta y la pregunta la cazó por sorpresa. Ciertamente ella estaba técnicamente muerta y no había habido ángeles ni cielos,y su propósito real era no convertirse en un completo engendro cruel, pero era una fantasía que necesitaba que creyeran porque eran muy pequeños para aceptar que la muerte es muerte y podredumbre y casi es peor regresar de ella porque vuelves hecho un monstruo.
— Buena pregunta. Pues...— se quedó pensativa unos instantes.— creo que cuidar de vosotros, de todos los niños que llegan aquí.
— ¿Y si los ángeles se llevan a mi padre como se llevaron a los tuyos?.— ¡Oh! así que era eso. Tenían miedo de quedarse solos, de perder también a Clyven.
— Eso no va a pasar Elba, seguro que los ángeles ya están contentos de tener a vuestra madre con ellos... además tu padre es un poquitito...hum...gruñón. Yo creo que a los ángeles lo harán esperar. ¿No crees?.— le guiñó el ojo sonriéndole a la pequeña que primero se enfurruñó al escuchar que su padre era seco, pero luego sonrió mas o menos convencida. Es cierto, su padre no era muy divertido con los demás, sólo con ellos, por eso los ángeles no querrían llevárselo.— De todas formas, aunque puedes hablar con tu mamá cuando quieras, si algun dia quieres hablar con alguien, estaré aquí ¿vale? puedes hablar conmigo si te apetece.
La pequeña asintió, de alguna manera más tranquila, y aunque la frialdad de la piel de Hania le daba mala espina, no apartó la mano y tomó en cuenta sus palabras, a fin de cuentas hasta ese momento sólo les había demostrado bondad.
Esa noche le dio muchas vueltas a algo y cuando Héctor fue a buscarla caminaron hacia casa y le soltó la bomba.
— Creo que ya sé qué es lo que de verdad me gustaría con mi vida.— El vampiro la miró con cierto gesto incrédulo, temiéndose cualquier locura de Hania.— Quiero crear un hogar para los niños que pierden a sus padres. Yo misma crecí en uno. Son lugares fríos, llenos de vacíos y silencios. Me gustaría crear un un hogar donde hubiera amor para esos niños, no sólo un sitio donde te den comida y techo como si fuera un establo de mulos. Sé que eso no es barato. Estoy dispuesta a aprender lo que deba aprender para ser como tú, para tener negocios que sustenten ese hogar. No sé ni por dónde empezar pero... ya tengo una meta.
— ¿no podéis dormir? yo a veces tampoco puedo.— Veía la carita de Elba, taciturna, dandole vueltas a lo que le había dicho su padre, conversación que escuchó en dolby surround, cuando los pensamientos del capataz y los de la niña invadieron su cerebro mientras sacaba los libros y ordenaba la sala. — ¿cómo se llamaba vuestra madre?
— Erin.
— Qué nombre más bonito. Es el nombre la isla de Eire, Irlanda. Mi madre se llamaba Arianne y era rubia, tenía los ojos verdes, apenas me acuerdo de ella, yo era más o menos como Stan cuando ella se fue al cielo. Ahora os cuida desde allí, seguramente se haya hecho amiga de mi madre y ahora mismo estén hablando de nosotros.— alargó su mano hacia la de Elba para tomársela y apretarla suavemente. Estaba fría pero no tanto como semanas atrás.— Cuando algo me sale mal o no sé que hacer ¿sabes lo que hago? hablo con ella, pienso en ella y le cuento lo que me pasa. Entonces me duermo y confío que al día siguiente ella me habrá inspirado y sabré cómo solucionar el problema y...así es. No hay que ponerse triste, porque algun día volveremos a vernos en ese lugar, pero no podemos ir ahora porque cada uno tiene un propósito en este mundo y hay que cumplir con él. Cuando está hecho, los ángeles te vendrán a buscar.
— ¿Y cuál es el tuyo?.— La niña era muy despierta y la pregunta la cazó por sorpresa. Ciertamente ella estaba técnicamente muerta y no había habido ángeles ni cielos,y su propósito real era no convertirse en un completo engendro cruel, pero era una fantasía que necesitaba que creyeran porque eran muy pequeños para aceptar que la muerte es muerte y podredumbre y casi es peor regresar de ella porque vuelves hecho un monstruo.
— Buena pregunta. Pues...— se quedó pensativa unos instantes.— creo que cuidar de vosotros, de todos los niños que llegan aquí.
— ¿Y si los ángeles se llevan a mi padre como se llevaron a los tuyos?.— ¡Oh! así que era eso. Tenían miedo de quedarse solos, de perder también a Clyven.
— Eso no va a pasar Elba, seguro que los ángeles ya están contentos de tener a vuestra madre con ellos... además tu padre es un poquitito...hum...gruñón. Yo creo que a los ángeles lo harán esperar. ¿No crees?.— le guiñó el ojo sonriéndole a la pequeña que primero se enfurruñó al escuchar que su padre era seco, pero luego sonrió mas o menos convencida. Es cierto, su padre no era muy divertido con los demás, sólo con ellos, por eso los ángeles no querrían llevárselo.— De todas formas, aunque puedes hablar con tu mamá cuando quieras, si algun dia quieres hablar con alguien, estaré aquí ¿vale? puedes hablar conmigo si te apetece.
La pequeña asintió, de alguna manera más tranquila, y aunque la frialdad de la piel de Hania le daba mala espina, no apartó la mano y tomó en cuenta sus palabras, a fin de cuentas hasta ese momento sólo les había demostrado bondad.
Esa noche le dio muchas vueltas a algo y cuando Héctor fue a buscarla caminaron hacia casa y le soltó la bomba.
— Creo que ya sé qué es lo que de verdad me gustaría con mi vida.— El vampiro la miró con cierto gesto incrédulo, temiéndose cualquier locura de Hania.— Quiero crear un hogar para los niños que pierden a sus padres. Yo misma crecí en uno. Son lugares fríos, llenos de vacíos y silencios. Me gustaría crear un un hogar donde hubiera amor para esos niños, no sólo un sitio donde te den comida y techo como si fuera un establo de mulos. Sé que eso no es barato. Estoy dispuesta a aprender lo que deba aprender para ser como tú, para tener negocios que sustenten ese hogar. No sé ni por dónde empezar pero... ya tengo una meta.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven estaba a punto de irse es noche rumbo al trabajo, cuando su jefe irrumpió en el hospital, con su madre en brazos. Fue a buscar ayuda y, cuando la atendieron, se dispuso a ir a la fábrica. Sin embargo, algo en su jefe le hizo quedarse. Se le notaba tan solo y perdido como había estado él cuando Erin murió.
No iba a desaprovechar la ocasión de pasar la noche con sus hijos, aunque tuviera que recuperar las horas de trabajo otro día. Mientras el señor Vollan hablaba con el médico acerca de su madre, el capataz aprovechó para ir a la sala donde tenían a los niños para ver a sus hijos.
-Papá -dijeron ambos a coro. Elba corrió hacia él, con un inestable Stan intentando alcanzarla y que finalmente optó por gatear hasta su padre, que ya tenía a su hermana agarrada a una pierna-. ¿Ya has acabado de trabajar? ¡Qué pronto!
-No he acabado, es que no he ido. Mi jefe ha venido porque su madre se ha puesto enferma.
-¿Y te vas a quedar esta noche? -los ojillos de la chiquilla brillaron ilusionados.
-De momento sí. Me acercaré de vez en cuando a hablar con el señor Vollan.
-¿Puedo ir contigo?
-Tan tnien. -O lo que venía siendo que él también quería ir con su padre. Pero si el pobre no levantaba dos palmos del suelo y tenía media lengua de trapo aún...
-¿Por qué no? Pero callados y cuando yo diga, volvéis aquí.
Ambos niños asintieron, obedientes.
Tras una corta conversación con su jefe, Clyven llevó de vuelta a los niños a la sala donde se encontraba Hania con los demás.
-Vamos, id a escuchar el cuento de la señorita Doe mientras yo voy a por algo para comer.
Porque Stan sí tenía derecho a comida en el hospital, pero Elba y él tenían que alimentarse por sus propios medios. A él le servía cualquier cosa, pero se preocupaba más por la alimentación de su hija.
Al regresar, comió algo y le entregó a Stan un trocito de pan para que se entretuviera hasta que le sirvieran la cena.
El pequeño, tras mordisquearlo un poco, lo dejó en la cama y trató de echarle mano a otros alimentos.
-Tú no. A ti van a darte comida especial porque estás enfermo -el niño frunció el ceño como él. Aunque eso de la comida especial le hacía sentir importante.
Mientras los niños jugaban, se acercó a Hania.
-Disculpe, señorita Doe. Quería darle las gracias. Elba me ha dicho que ha hablado con usted y que le ha dicho palabras bonitas de su madre. Está muy reciente aún. Stan no la ha conocido, pero Elba acusa mucho su falta y yo no puedo dedicarle todo el tiempo que necesita. Estos días me está usted facilitando mucho la estancia en el hospital y me gustaría agradecérselo.
No iba a desaprovechar la ocasión de pasar la noche con sus hijos, aunque tuviera que recuperar las horas de trabajo otro día. Mientras el señor Vollan hablaba con el médico acerca de su madre, el capataz aprovechó para ir a la sala donde tenían a los niños para ver a sus hijos.
-Papá -dijeron ambos a coro. Elba corrió hacia él, con un inestable Stan intentando alcanzarla y que finalmente optó por gatear hasta su padre, que ya tenía a su hermana agarrada a una pierna-. ¿Ya has acabado de trabajar? ¡Qué pronto!
-No he acabado, es que no he ido. Mi jefe ha venido porque su madre se ha puesto enferma.
-¿Y te vas a quedar esta noche? -los ojillos de la chiquilla brillaron ilusionados.
-De momento sí. Me acercaré de vez en cuando a hablar con el señor Vollan.
-¿Puedo ir contigo?
-Tan tnien. -O lo que venía siendo que él también quería ir con su padre. Pero si el pobre no levantaba dos palmos del suelo y tenía media lengua de trapo aún...
-¿Por qué no? Pero callados y cuando yo diga, volvéis aquí.
Ambos niños asintieron, obedientes.
Tras una corta conversación con su jefe, Clyven llevó de vuelta a los niños a la sala donde se encontraba Hania con los demás.
-Vamos, id a escuchar el cuento de la señorita Doe mientras yo voy a por algo para comer.
Porque Stan sí tenía derecho a comida en el hospital, pero Elba y él tenían que alimentarse por sus propios medios. A él le servía cualquier cosa, pero se preocupaba más por la alimentación de su hija.
Al regresar, comió algo y le entregó a Stan un trocito de pan para que se entretuviera hasta que le sirvieran la cena.
El pequeño, tras mordisquearlo un poco, lo dejó en la cama y trató de echarle mano a otros alimentos.
-Tú no. A ti van a darte comida especial porque estás enfermo -el niño frunció el ceño como él. Aunque eso de la comida especial le hacía sentir importante.
Mientras los niños jugaban, se acercó a Hania.
-Disculpe, señorita Doe. Quería darle las gracias. Elba me ha dicho que ha hablado con usted y que le ha dicho palabras bonitas de su madre. Está muy reciente aún. Stan no la ha conocido, pero Elba acusa mucho su falta y yo no puedo dedicarle todo el tiempo que necesita. Estos días me está usted facilitando mucho la estancia en el hospital y me gustaría agradecérselo.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Cuando se le acercó el hombre estaba guardando unos libros en un estante y se le cayeron de las manos, todavía le causaba impresión que la gente se acercase a ella y le hablase, y más aún que lo hicieran con amabilidad. Se apresuró a recogerlos y colocarlos.
— ah...si...no fue nada. Sus hijos tienen mucha suerte de haber tenido una madre y de tenerle a usted. Yo perdí a mi madre con tres años y me quedé sola, puedo entender a Elba.— Igual era una indiscreción pero sintió curiosidad por preguntarle.— ¿y cómo se arregla? trabaja por la noches y de día los niños tan pequeños necesitan cuidados...debe ser muy difícil y muy duro.— levantó una mano y la otra la puso sobre su propio corazón quieto.— discúlpeme... no es de mi incumbencia, no debí preguntarle.
Igual tenía a una mujer que le estuviese ayudando, o ya había rehecho su vida, o vete a saber, pero desde luego no era quien para meterse en la vida de los demás. Estaba preparando todos los papeles del nuevo Orfanato y quizás en una o dos semanas tendrían la propiedad a su disposición. Estaba ubicada en la zona industrial, en el barrio donde se hallaba la metalúrgica donde trabajaba Clyven. Quizás más adelante cuando estuviera todo en marcha, podría pasarse por allí y verlos alguna vez.
— Sabe...estoy dejandome la piel para poner en marcha una casa de acogida para niños sin hogar y seguramente la ubiquemos en el barrio donde está su fábrica. Si algun día necesita alguna cosa...no dude en decírmelo.
— ah...si...no fue nada. Sus hijos tienen mucha suerte de haber tenido una madre y de tenerle a usted. Yo perdí a mi madre con tres años y me quedé sola, puedo entender a Elba.— Igual era una indiscreción pero sintió curiosidad por preguntarle.— ¿y cómo se arregla? trabaja por la noches y de día los niños tan pequeños necesitan cuidados...debe ser muy difícil y muy duro.— levantó una mano y la otra la puso sobre su propio corazón quieto.— discúlpeme... no es de mi incumbencia, no debí preguntarle.
Igual tenía a una mujer que le estuviese ayudando, o ya había rehecho su vida, o vete a saber, pero desde luego no era quien para meterse en la vida de los demás. Estaba preparando todos los papeles del nuevo Orfanato y quizás en una o dos semanas tendrían la propiedad a su disposición. Estaba ubicada en la zona industrial, en el barrio donde se hallaba la metalúrgica donde trabajaba Clyven. Quizás más adelante cuando estuviera todo en marcha, podría pasarse por allí y verlos alguna vez.
— Sabe...estoy dejandome la piel para poner en marcha una casa de acogida para niños sin hogar y seguramente la ubiquemos en el barrio donde está su fábrica. Si algun día necesita alguna cosa...no dude en decírmelo.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
No, no era de su incumbencia. Pero se lo había preguntado con tanta dulzura y le había facilitado tanto aquellos días que no le salió ser antipático.
-Es complicado. Erin era una maravillosa ama de casa y se encargaba de Elba. Cocinaba realmente bien y era muy organizada. Su muerte sacudió todo nuestro mundo y me dejó solo con los dos niños. Durante unos meses me ayudó una vecina, mientras Stan necesitó tomar leche demasiado a menudo. Ahora que ya come papillas me apaño algo mejor.
Siempre estaba con la preocupación de que pudiera pasarles algo en su ausencia, pero tenía que vivir con ello. No podía dejar de trabajar hasta que crecieran. Y por las noches siempre era más problable que pasaran las horas durmiendo y no les pasara nada.
-Lo mismo le digo, señorita Doe. Si necesita usted algo, no dude en decírmelo. No soy demasiado manitas, pero si requiere un par de manos para trabajar, cuente conmigo.
Quizás, si estaba cerca del trabajo, pudiera aprovechar y pagar por la estancia de los niños allí alguna noche.
-Es complicado. Erin era una maravillosa ama de casa y se encargaba de Elba. Cocinaba realmente bien y era muy organizada. Su muerte sacudió todo nuestro mundo y me dejó solo con los dos niños. Durante unos meses me ayudó una vecina, mientras Stan necesitó tomar leche demasiado a menudo. Ahora que ya come papillas me apaño algo mejor.
Siempre estaba con la preocupación de que pudiera pasarles algo en su ausencia, pero tenía que vivir con ello. No podía dejar de trabajar hasta que crecieran. Y por las noches siempre era más problable que pasaran las horas durmiendo y no les pasara nada.
-Lo mismo le digo, señorita Doe. Si necesita usted algo, no dude en decírmelo. No soy demasiado manitas, pero si requiere un par de manos para trabajar, cuente conmigo.
Quizás, si estaba cerca del trabajo, pudiera aprovechar y pagar por la estancia de los niños allí alguna noche.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Pasó unas pocas noches más con aquellos pequeños que le infundían una ternura infinita, hasta que al pelirrojo le dieron el alta. Había que celebrar que fuera así, pues la alternativa era una enfermedad crónica de incierto resultado. Cuando la pequeña familia se marchó sintió que algo la removía por dentro. La noche siguiente esos niños la pasarían solos en su casa, su padre tenía que trabajar y eso le producía una inquietud enorme, pues ella sabía bien lo que albergaba la oscuridad. Sintió deseos de ir a su casa y alertar a Clyven de que no podía dejar a sus pequeños solos, su orfanato entero había sucumbido a un demonio de colmillos afilados y ella misma había corrido una suerte aún peor al ser uno de ellos...pero no podía decirle algo así, ni tampoco abandonar ese hospital por el momento. Era la única que traía algo de alegría a la vida de esos pequeños.
Durante los siguientes días trabajó duro para organizar una fiesta benéfica en la que consiguió cazar a unas cuantas jóvenes de la media y alta sociedad para que se pasaran por el St.Louis de día a hacer la misma labor que ella de noche, así los niños estarían entretenidos en horas más normales y ella podría liberar sus noches para otros menesteres, que con el nuevo Orfanato, iba a necesitar todas esas horas. Aunque los pequeños confiaban en la rubia y la querían, las nuevas chicas eran simpáticas y dulces y no extrañaron tanto la pérdida de Hania cuando ésta se despidió, prometiéndoles que iría a visitarlos cuando pudiera.
La siguiente noche estaba impaciente por acercarse a ver la propiedad donde montarían La Dama de Plata, en el barrio industrial. Se acercó allí con Héctor y ambos valoraron positivamente la elección, comenzarían las obras de inmediato y tendrían unas semanas al menos para ultimar otras cuestiones. A sabiendas de que iba a pasar por el barrio de Clyven, memorizó la dirección de la ficha de Stan y se plantó en su puerta con un libro entre las manos y al titán esperando en la acera. Suponía que todavía no se habría ido a trabajar y los críos estarían ya en la cama. Llamó al timbre, todavía insegura sobre la explicación que iba a darle, y es que pasaban por allí. Eso era cierto, pero lo extraño eran las horas y en el fondo de su acción había algo más que simple cortesía, había preocupación por los niños, preocupación fundada.
— Buenas noches señor Clyven. Fuimos a ver la propiedad que le comenté y pasábamos por aquí...ya sé que no son horas para hacer una visita pero como sabía que vendría a su barrio, le traje a Elba el libro de Juan de las Nieves que tanto le gustó, y a preguntarle cómo sigue Stan..– lo soltó todo de carrerilla, porque no se sentía con derecho a estar allí, ni a preguntar por aquellos pequeños que no eran nada suyo...pero la cosa es que allí estaba, plantada, tratando de juntars las agallas suficientes para no salir corriendo en cuanto Clyven frunciera el ceño y le cerrase la puerta en las narices.
Durante los siguientes días trabajó duro para organizar una fiesta benéfica en la que consiguió cazar a unas cuantas jóvenes de la media y alta sociedad para que se pasaran por el St.Louis de día a hacer la misma labor que ella de noche, así los niños estarían entretenidos en horas más normales y ella podría liberar sus noches para otros menesteres, que con el nuevo Orfanato, iba a necesitar todas esas horas. Aunque los pequeños confiaban en la rubia y la querían, las nuevas chicas eran simpáticas y dulces y no extrañaron tanto la pérdida de Hania cuando ésta se despidió, prometiéndoles que iría a visitarlos cuando pudiera.
La siguiente noche estaba impaciente por acercarse a ver la propiedad donde montarían La Dama de Plata, en el barrio industrial. Se acercó allí con Héctor y ambos valoraron positivamente la elección, comenzarían las obras de inmediato y tendrían unas semanas al menos para ultimar otras cuestiones. A sabiendas de que iba a pasar por el barrio de Clyven, memorizó la dirección de la ficha de Stan y se plantó en su puerta con un libro entre las manos y al titán esperando en la acera. Suponía que todavía no se habría ido a trabajar y los críos estarían ya en la cama. Llamó al timbre, todavía insegura sobre la explicación que iba a darle, y es que pasaban por allí. Eso era cierto, pero lo extraño eran las horas y en el fondo de su acción había algo más que simple cortesía, había preocupación por los niños, preocupación fundada.
— Buenas noches señor Clyven. Fuimos a ver la propiedad que le comenté y pasábamos por aquí...ya sé que no son horas para hacer una visita pero como sabía que vendría a su barrio, le traje a Elba el libro de Juan de las Nieves que tanto le gustó, y a preguntarle cómo sigue Stan..– lo soltó todo de carrerilla, porque no se sentía con derecho a estar allí, ni a preguntar por aquellos pequeños que no eran nada suyo...pero la cosa es que allí estaba, plantada, tratando de juntars las agallas suficientes para no salir corriendo en cuanto Clyven frunciera el ceño y le cerrase la puerta en las narices.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
El inoportuno sonido del timbre interrumpió su rutina antes de ir a trabajar. El sol se había puesto apenas unas horas antes y le quedaban unos minutos para dejar todo listo antes de volver a dejar a sus hijos solos en mitad de la noche para ir a ganarse el pan.
Chasqueando la lengua con fastidio, dejó a Elba a medio peinar y fue a abrir. Tras él, asomados en el hueco del pasillo, dos cabecitas pelirrojas curioseaban la intempestiva visita. Ambos sonrienron al escuchar la voz de Hania y avanzaron hasta colocarse a ambos lados de su padre, para verla.
-Señorita Doe -fue el escueto saludo del adulto.
La sorpresa en su rostro fue evidente. Era la última persona que esperaba ver ante su puerta. Sin embargo, la explicación que le dio le pareció coherente. Se apartó de la puerta y la invitó a pasar al piso que habitaban.
Era un primero, con una estancia principal que se abría a la derecha del recibidor, un comedor que comunicaba con la cocina y un pequeño pasillo que daba al resto de habitaciones. No era demasiado grande, como las mansiones y viviendas de la clase alta, pero sí tenía espacio suficiente para una familia completa, acorde a las posibilidades de un hombre con un puesto de cierta responsabilidad en la clase obrera.
-Hola, señorita Doe -saludó Elba, con una sonrisa, agarrada a la pierna de su padre.
Stan también dijo hola, pero a su manera. Apenas balbuceaba algunas palabras aún y para sostenerse en pie, se aferraba al pantalón de Clyven.
-Stan está mejor, gracias. Ya apenas tiene arranques de tos. Me alegra que haya encontrado un lugar de su agrado para el orfanato. Si necesita cualquier cosa, dígamelo.
Elba se escurrió hasta Hania, curioseando el libro que había traído.
Clyven, desde donde estaban, en el umbral de su casa, no podía ver al hombre que acompañaba a Hania. De haberlo hecho, seguramente habría pensado que era su marido, porque no era normal que una mujer caminara sola a esas horas sin la protección de un hombre, si lo tenía.
Chasqueando la lengua con fastidio, dejó a Elba a medio peinar y fue a abrir. Tras él, asomados en el hueco del pasillo, dos cabecitas pelirrojas curioseaban la intempestiva visita. Ambos sonrienron al escuchar la voz de Hania y avanzaron hasta colocarse a ambos lados de su padre, para verla.
-Señorita Doe -fue el escueto saludo del adulto.
La sorpresa en su rostro fue evidente. Era la última persona que esperaba ver ante su puerta. Sin embargo, la explicación que le dio le pareció coherente. Se apartó de la puerta y la invitó a pasar al piso que habitaban.
Era un primero, con una estancia principal que se abría a la derecha del recibidor, un comedor que comunicaba con la cocina y un pequeño pasillo que daba al resto de habitaciones. No era demasiado grande, como las mansiones y viviendas de la clase alta, pero sí tenía espacio suficiente para una familia completa, acorde a las posibilidades de un hombre con un puesto de cierta responsabilidad en la clase obrera.
-Hola, señorita Doe -saludó Elba, con una sonrisa, agarrada a la pierna de su padre.
Stan también dijo hola, pero a su manera. Apenas balbuceaba algunas palabras aún y para sostenerse en pie, se aferraba al pantalón de Clyven.
-Stan está mejor, gracias. Ya apenas tiene arranques de tos. Me alegra que haya encontrado un lugar de su agrado para el orfanato. Si necesita cualquier cosa, dígamelo.
Elba se escurrió hasta Hania, curioseando el libro que había traído.
Clyven, desde donde estaban, en el umbral de su casa, no podía ver al hombre que acompañaba a Hania. De haberlo hecho, seguramente habría pensado que era su marido, porque no era normal que una mujer caminara sola a esas horas sin la protección de un hombre, si lo tenía.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
— ¿Ya se va a trabajar?...— "evidentemente, Hania, la gente no duerme en mono de trabajo."— ¿Quiere que me quede un ratito? normalmente me quedaba en le hospital hasta casi la madrugada, pero como tuve que centrarme en el proyecto, busqué quien me sustituyese...y lo echo un poco de menos.
Miró hacia los niños interrogándolos con la mirada, si ellos querían, claro, porque de lo contrario, no había nada más que decir.
— Mi...tío me está esperando afuera. Le diré que venga a buscarme más tarde.— salió a avisar a Héctor mientras mentalmente le comunicaba su nuevo grado de parentesco.
Sonrió aliviada cuando los niños se alegraron de que pasase un rato con ellos, y cogió a Stan en brazos y a Elba de la mano.
— ¿Me enseñáis vuestra habitación? podemos leer un cuento o dos...pero no hasta muy tarde que mañana hay que ir al colegio ¿si?
No podía evitar sentir una infinita ternura por el pequeñajo, al que daban ganas de...morderlo. Figuradamente. Y la niña era tan lista y tan abnegada que lo único que pretendía era hacerla sonreir.
Le enseñaron la casa y pudo ver sobre una cómoda un retrato al carboncillo de Erin, una mujer realmente hermosa retratada magnificamente en aquellos trazos. Le preguntaron por qué estaba allí y les contó que estaba poniendo en marcha el nuevo orfanato por allí cerca, Elba se alegró porque eso significaba que podrían verla más a menudo. Leyeron unos cuentos y mientras se iban durmiendo, Hania recortó unas pequeñas flores blancas y les pintó el corazón rojo. Los niños cayeron en un profundo sueño y tras arroparlos y darles un beso, fue a la salita y dejó las flores alrededor del retrato de Erin.
Aún quedaban unas horas para que Héctor fuera a buscarla, así que se dedicó a ordenar los trastos de la cocina y dejársela bien colocada. Se encontró un tarro de harina y vio unos huevos sobre la repisa...no se lo pensó dos veces. Horneó unas galletas de mantequilla y las dejó sobre la mesa cubiertas con un trapo y una nota sobre éste.
"Señor Clyven,
Espero que no se tome a mal que haya trasteado un poco su cocina, pensé que a Elba y Stan les gustaría desayunar unas galletas recién hechas. Volveré mañana si le viene bien.
Que tenga un buen día,
Hania Doe."
Y se marchó antes del alba cuando Héctor fue a buscarla. Se sentía bien cuando ayudaba un poco a hacer del mundo un lugar menos hostil para unos niños sin culpa de nada.
Miró hacia los niños interrogándolos con la mirada, si ellos querían, claro, porque de lo contrario, no había nada más que decir.
— Mi...tío me está esperando afuera. Le diré que venga a buscarme más tarde.— salió a avisar a Héctor mientras mentalmente le comunicaba su nuevo grado de parentesco.
Sonrió aliviada cuando los niños se alegraron de que pasase un rato con ellos, y cogió a Stan en brazos y a Elba de la mano.
— ¿Me enseñáis vuestra habitación? podemos leer un cuento o dos...pero no hasta muy tarde que mañana hay que ir al colegio ¿si?
No podía evitar sentir una infinita ternura por el pequeñajo, al que daban ganas de...morderlo. Figuradamente. Y la niña era tan lista y tan abnegada que lo único que pretendía era hacerla sonreir.
Le enseñaron la casa y pudo ver sobre una cómoda un retrato al carboncillo de Erin, una mujer realmente hermosa retratada magnificamente en aquellos trazos. Le preguntaron por qué estaba allí y les contó que estaba poniendo en marcha el nuevo orfanato por allí cerca, Elba se alegró porque eso significaba que podrían verla más a menudo. Leyeron unos cuentos y mientras se iban durmiendo, Hania recortó unas pequeñas flores blancas y les pintó el corazón rojo. Los niños cayeron en un profundo sueño y tras arroparlos y darles un beso, fue a la salita y dejó las flores alrededor del retrato de Erin.
Aún quedaban unas horas para que Héctor fuera a buscarla, así que se dedicó a ordenar los trastos de la cocina y dejársela bien colocada. Se encontró un tarro de harina y vio unos huevos sobre la repisa...no se lo pensó dos veces. Horneó unas galletas de mantequilla y las dejó sobre la mesa cubiertas con un trapo y una nota sobre éste.
"Señor Clyven,
Espero que no se tome a mal que haya trasteado un poco su cocina, pensé que a Elba y Stan les gustaría desayunar unas galletas recién hechas. Volveré mañana si le viene bien.
Que tenga un buen día,
Hania Doe."
Y se marchó antes del alba cuando Héctor fue a buscarla. Se sentía bien cuando ayudaba un poco a hacer del mundo un lugar menos hostil para unos niños sin culpa de nada.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Regresar a casa y encontrarse una nota le produjo una sensación extraña. Por un lado, sintió una leve punzada de vulnerabilidad, porque había alguien más, ajeno a su casa, que había trasteado por su territorio, que había abierto los armarios, que había usado sus enseres, que habia tenido acceso a la intimidad de su vivienda en su ausencia.
Por otro, le invadió una calidez que había demasiado tiempo que no sentía. Una sensación agradecimiento por que alguien había arropado a sus hijos, les había dejado un delicioso desayuno, cuyo sutil aroma se extendía por todo el lugar, que había dejado un rastro con su presencia similar al que tenía cuando Erin vivía. El olor de un hogar.
Supuso que se debía a que era una mujer y las mujeres tenían esa cualidad; podían convertir cualquier espacio en algo cálido con su sola presencia.
Cogió una galleta. Después de toda la noche trabajando, tenía hambre y cualquier cosa le venía bien. Hasta el dulce y eso que no era demasiado de esos sabores. Estaban buenas, eso tenía que reconocerlo.
Agarró otra y se encaminó a su habitación para quitarse la ropa y echarse a dormir. Le quedaban un par de horas hasta que los niños despertasen. Se durmió pensando en Erin y en la falta que les hacía a sus hijos una madre que les arropara por las noches, les diera besos para sanar las rodillas raspadas y les hiciera galletas.
Tal vez fuera ese pensamiento el que le dejó más receptivo a la presencia de la rubia la noche siguiente.
-Buenas noches, señorita Doe -saludó, cuando abrió la puerta para dejarla pasar.
Los niños salieron a darle las gracias por las galletas, aleccionados por su padre. Porque enseñarles a ser agradecidos era parte de su educación y él pensaba darles la mejor que pudiera.
-¿De verdad desea quedarse aquí con ellos en lugar de acudir al hospital? No quisiera importunar sus rutinas. -Aunque por supuesto, prefería que alguien cuidara de sus hijos y más si era una mujer tan dulce como Hania-. ¿Cómo va su proyecto del orfanato?
Por otro, le invadió una calidez que había demasiado tiempo que no sentía. Una sensación agradecimiento por que alguien había arropado a sus hijos, les había dejado un delicioso desayuno, cuyo sutil aroma se extendía por todo el lugar, que había dejado un rastro con su presencia similar al que tenía cuando Erin vivía. El olor de un hogar.
Supuso que se debía a que era una mujer y las mujeres tenían esa cualidad; podían convertir cualquier espacio en algo cálido con su sola presencia.
Cogió una galleta. Después de toda la noche trabajando, tenía hambre y cualquier cosa le venía bien. Hasta el dulce y eso que no era demasiado de esos sabores. Estaban buenas, eso tenía que reconocerlo.
Agarró otra y se encaminó a su habitación para quitarse la ropa y echarse a dormir. Le quedaban un par de horas hasta que los niños despertasen. Se durmió pensando en Erin y en la falta que les hacía a sus hijos una madre que les arropara por las noches, les diera besos para sanar las rodillas raspadas y les hiciera galletas.
Tal vez fuera ese pensamiento el que le dejó más receptivo a la presencia de la rubia la noche siguiente.
-Buenas noches, señorita Doe -saludó, cuando abrió la puerta para dejarla pasar.
Los niños salieron a darle las gracias por las galletas, aleccionados por su padre. Porque enseñarles a ser agradecidos era parte de su educación y él pensaba darles la mejor que pudiera.
-¿De verdad desea quedarse aquí con ellos en lugar de acudir al hospital? No quisiera importunar sus rutinas. -Aunque por supuesto, prefería que alguien cuidara de sus hijos y más si era una mujer tan dulce como Hania-. ¿Cómo va su proyecto del orfanato?
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Se plantó en la puerta de aquella pequeña familia con una cesta grande. En ella llevaba más cuentos y pinturas para jugar, un camioncito de madera para Stan, unos jabones de olor a flores porque a las niñas les gustaba más ese olor que el del jabón sencillo (algo que sin duda un hombre solo y curtido no podía saber ni tener en cuenta) y aunque ella no podía comerlos, trajo unos bollitos rellenos de crema y recubiertos de azúcar. Los había comido un par de veces en su vida y le parecían lo más sublime del mundo.
Había bebido media botella y un bocadito de Tyler, no quería descontrolarse y menos con los niños, ya que de día dedicaba mucha energía a los papeleos y la organización del Orfanato, así que sus mejillas estaban rosaditas y tenia un aspecto bastante saludable, casi como si estuviera viva de verdad.
— Buenas noches señor Clyven.— Pasó al interior y los niños la recibieron contentos de tener a alguien con quién charlar y que les daba achuchones. Pasó a la cocina a dejar la cesta sobre la mesa y sacó la bandeja de bollitos.— No se preocupe, el hospital está atendido, conseguí embarcar a otras muchachas en esta labor y van a jugar con los niños en horarios más adecuados para ellos. Yo no puedo hacerlo por...— bajó los ojos hacia el suelo, no le gustaba mentir, pero tenía que hacerlo, porque no podía justificar que hiciera las cosas de noche cuando todas ellas se podían hacer de día como la gente normal.— mi problema de piel. Tengo una extraña enfermedad y el sol me produce ampollas y quemaduras que pueden llegar a ser graves. No es contagiosa, no se preocupe, solo soy un... bicho raro.
Les dio un bollito a cada niño y cogió a Stan en brazos limpiándole la carita llena de crema. Le encantaba estar con ellos y cantar canciones, jugar a muñecas con Elba o contar cuentos.
— El Orfanato va bien, lento...porque los papeleos cuestan, y todo se complica. Pero espero poder empezar las obras en breve y acondicionar la casona para antes de que empiece el invierno. Mi tio me ayuda mucho, es un gran hombre de negocios, si no fuera por él...no sabría ni por donde empezar. ¿Cómo va su metalurgia? escuché que había fallecido la madre del propietario.
Stan le sacó del bolsillo a Hania un papelito, era un folleto sobre un nuevo parque de atracciones en el que había espectáculo nocturno.
— Oh, esto me lo dieron ayer. Hay un espectáculo de magia, otro de música, acrobacias...¿Tiene algun día libre? Si me lo permite podría llevar a los niños, pero seguramente quieran ir con usted.
Había bebido media botella y un bocadito de Tyler, no quería descontrolarse y menos con los niños, ya que de día dedicaba mucha energía a los papeleos y la organización del Orfanato, así que sus mejillas estaban rosaditas y tenia un aspecto bastante saludable, casi como si estuviera viva de verdad.
— Buenas noches señor Clyven.— Pasó al interior y los niños la recibieron contentos de tener a alguien con quién charlar y que les daba achuchones. Pasó a la cocina a dejar la cesta sobre la mesa y sacó la bandeja de bollitos.— No se preocupe, el hospital está atendido, conseguí embarcar a otras muchachas en esta labor y van a jugar con los niños en horarios más adecuados para ellos. Yo no puedo hacerlo por...— bajó los ojos hacia el suelo, no le gustaba mentir, pero tenía que hacerlo, porque no podía justificar que hiciera las cosas de noche cuando todas ellas se podían hacer de día como la gente normal.— mi problema de piel. Tengo una extraña enfermedad y el sol me produce ampollas y quemaduras que pueden llegar a ser graves. No es contagiosa, no se preocupe, solo soy un... bicho raro.
Les dio un bollito a cada niño y cogió a Stan en brazos limpiándole la carita llena de crema. Le encantaba estar con ellos y cantar canciones, jugar a muñecas con Elba o contar cuentos.
— El Orfanato va bien, lento...porque los papeleos cuestan, y todo se complica. Pero espero poder empezar las obras en breve y acondicionar la casona para antes de que empiece el invierno. Mi tio me ayuda mucho, es un gran hombre de negocios, si no fuera por él...no sabría ni por donde empezar. ¿Cómo va su metalurgia? escuché que había fallecido la madre del propietario.
Stan le sacó del bolsillo a Hania un papelito, era un folleto sobre un nuevo parque de atracciones en el que había espectáculo nocturno.
— Oh, esto me lo dieron ayer. Hay un espectáculo de magia, otro de música, acrobacias...¿Tiene algun día libre? Si me lo permite podría llevar a los niños, pero seguramente quieran ir con usted.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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