AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
Recuerdo del primer mensaje :
Los pasos apresurados resonaban en la fría calma de la recepción del hospital. Había abierto las puertas empujando con la parte posterior de un hombro, aprovechando el peso de su cuerpo y el empuje de sus piernas, porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo contra sí su preciada carga.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Clyven- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
No le gustó Tyler. No podía decir por qué, pero habiá algo en la forma en que miró a Hania... Como si compartieran algo a lo que él era ajeno. Hania pareció percibirlo, porque se apresuró a explicarle quién era.
Vale. Bien. Pero seguía sin gustarle. De algún modo, se sentía muy territorial. No era algo que pudiera explicar, pero le había pasado desde que tenía memoria, como si hubiera algo en él que sintiera que todo era una amenaza para arrebatarle o poner en peligro lo que le importaba.
Y en esos momentos, lo que le importaba eran sus hijos y esa preciosidad rubia que se acurrucaba contra su pecho, saltándose todas las formalidades propias de su clase. La envolvió en un abrazo protector, posesivo.
El sabor de aquellos labios fríos era tan anhelado que parecía no tener suficiente. Pero no debía, por mucho que ansiara secuestrarla y llenarla de caricias, era un hombre respetuoso a su manera y no llegaría más lejos de lo que debiera llegar. Había conseguido permiso de su tío para conrtejarla y por esa noche era bastante logro. Además, esos besos dulces eran el mejor de los premios.
-He de marcharme al trabajo, pero... prometo enviarte una nota, concertando una cita. ¿Dónde te apetece ir?
No se lo había dicho aún a sus hijos, porque eran demasiado pequeños para entender las implicaciones de un cortejo, se lo diría cuando llegara el momento de concertar el matrimonio y Hania estuviera ya en trámites para dejar de ser la sobrina de Fortier para convertirse en su mujer.
Vale. Bien. Pero seguía sin gustarle. De algún modo, se sentía muy territorial. No era algo que pudiera explicar, pero le había pasado desde que tenía memoria, como si hubiera algo en él que sintiera que todo era una amenaza para arrebatarle o poner en peligro lo que le importaba.
Y en esos momentos, lo que le importaba eran sus hijos y esa preciosidad rubia que se acurrucaba contra su pecho, saltándose todas las formalidades propias de su clase. La envolvió en un abrazo protector, posesivo.
El sabor de aquellos labios fríos era tan anhelado que parecía no tener suficiente. Pero no debía, por mucho que ansiara secuestrarla y llenarla de caricias, era un hombre respetuoso a su manera y no llegaría más lejos de lo que debiera llegar. Había conseguido permiso de su tío para conrtejarla y por esa noche era bastante logro. Además, esos besos dulces eran el mejor de los premios.
-He de marcharme al trabajo, pero... prometo enviarte una nota, concertando una cita. ¿Dónde te apetece ir?
No se lo había dicho aún a sus hijos, porque eran demasiado pequeños para entender las implicaciones de un cortejo, se lo diría cuando llegara el momento de concertar el matrimonio y Hania estuviera ya en trámites para dejar de ser la sobrina de Fortier para convertirse en su mujer.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
¿Que dónde la patecía ir? al fin del mundo si era necesario, con él iría hasta debajo de un puente a vivir. Se dejó caldear en ese abrazo, kilos y kilos de carne, piel y ...sangre rodeándola. Pero por extraño que pareciese, no lo veía así, pesar de que para ella no debería ser más que un filete de la cena, era incapaz de verlo como un alimento.
Elevó la barbilla para enfrentar sus ojos con una amplia sonrisa, tenía ganas de gritarle al mundo que las clases no importaban, que todo eso de las apariencias era una chorrada, que lo verdaderamente importante es que su corazón tenía dueño y éste le correspondía y no había nada más importante que eso.
—Donde te sientas más cómodo. Aunque no me crees...a mi las apariencias me dan igual, aunque mi tio dice que sirven para hacer mejores negocios. ¿Quieres ir a ver los fuegos artificiales del cuatro de julio? es una de esas cosas que sólo son bonitas de noche.
Porque cuando tu vida era la noche eterna te acostumbrabas a buscar estelas de luz que la llenasen de algo más que el vacío y la oscuridad. El cielo se pintaría de colores, de gente riendo y celebrando y podría salir a la calle de la mano de Clyven, como una persona normal.
—Mañana pasaré a ver a Stan y Elba, se lo prometí y tengo ganas de verlos. Cuando esté todo acabado, me encantaría que vinieran alguna noche a dormir aquí, será como una aventura con los demás niños.
Y si él quisiera... si accediera a quedarse alguna noche también... enrojeció de pronto por pensarlo, quizás después de todo sí le diera hambre su cercanía, su aroma, su intensa forma de ser. Un beso más, uno tan sólo antes de irse...se puso de puntillas y reclamó lo que todo su ser le pedía. Cuando el capataz de marchó, enfiló de nuevo hacia la mansión resoplando, porque de seguro Héctor la estaría esperando con media sonrisa socarrona. Pues esta vez le daba igual, porque por fin se sentía dueña de sus pasos, de su vida, de su destino. Quería a ese hombre y lo estaba consiguiendo, a pesar de todo, a pesar de si misma y de sus dudas, esta vez nadie podría quitarle lo único que había deseado de forma egoísta para ella.
Elevó la barbilla para enfrentar sus ojos con una amplia sonrisa, tenía ganas de gritarle al mundo que las clases no importaban, que todo eso de las apariencias era una chorrada, que lo verdaderamente importante es que su corazón tenía dueño y éste le correspondía y no había nada más importante que eso.
—Donde te sientas más cómodo. Aunque no me crees...a mi las apariencias me dan igual, aunque mi tio dice que sirven para hacer mejores negocios. ¿Quieres ir a ver los fuegos artificiales del cuatro de julio? es una de esas cosas que sólo son bonitas de noche.
Porque cuando tu vida era la noche eterna te acostumbrabas a buscar estelas de luz que la llenasen de algo más que el vacío y la oscuridad. El cielo se pintaría de colores, de gente riendo y celebrando y podría salir a la calle de la mano de Clyven, como una persona normal.
—Mañana pasaré a ver a Stan y Elba, se lo prometí y tengo ganas de verlos. Cuando esté todo acabado, me encantaría que vinieran alguna noche a dormir aquí, será como una aventura con los demás niños.
Y si él quisiera... si accediera a quedarse alguna noche también... enrojeció de pronto por pensarlo, quizás después de todo sí le diera hambre su cercanía, su aroma, su intensa forma de ser. Un beso más, uno tan sólo antes de irse...se puso de puntillas y reclamó lo que todo su ser le pedía. Cuando el capataz de marchó, enfiló de nuevo hacia la mansión resoplando, porque de seguro Héctor la estaría esperando con media sonrisa socarrona. Pues esta vez le daba igual, porque por fin se sentía dueña de sus pasos, de su vida, de su destino. Quería a ese hombre y lo estaba consiguiendo, a pesar de todo, a pesar de si misma y de sus dudas, esta vez nadie podría quitarle lo único que había deseado de forma egoísta para ella.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/02/2017
Localización : perdida entre las nieblas de su mente
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Los besos de aquella mujer eran adictivos. Podría pasarse la noche entera pegado a esos labios de porcelana, fríos, pero extrañamente atrayentes. Cada roce parecía robarle un poco de calor, pero a cambio sentía que explotaba todo su cuerpo.
Él no lo sabía, pero era parte del influjo de los vampiros. El sentimiento que había nacido por la rubia era real, pues jamás había probado su sangre, así que no tenía el vínculo de un esclavo. Pero la reacción física de su cuerpo, las sensaciones que percibía, la forma en la que cada sutil roce disparaba su deseo…
Después de todo, los vampiros estaban hechos para atraer.
Con mucho trabajo, se separó de su cuerpo y se obligó a mantener la compostura. Algo difícil, con todo lo que la deseaba, con el anhelo reprimido por recorrer su piel y despojarla de esas ropas que la hacían parecer una muñequita de porcelana para descubrir a la mujer en la intimidad.
-Los niños estarán encantados de verte. Sabes que te adoran. Tanto como yo.
Un último beso en la frente y se marchó, porque si no lo hacía ya, no lo haría. Y no estaba en disposición de perder el trabajo. No con dos hijos que mantener, una casa que sacar adelante y un cortejo que acababa de comenzar y que implicaría salidas y atenciones que deseaba dar, pero que no podría permitirse a los niveles a los que la rubia debía estar acostumbrada. Así que necesitaba trabajar duro, todas las horas que fueran posibles, para poder dar a sus hijos y a la que esperaba fuera su mujer una vida agradable.
Tal y como habían acordado, envió una nota con unas escuetas líneas para ir a ver los fuegos artificiales. Pasaría a recogerla al anochecer, aprovechando que esa noche la tenía libre.
Puntualmente estuvieron allí, él y los dos niños, porque querían ver los fuegos, querían ver a Hania y él no tenía con quién dejarlos, ya que la niñera también tenía el día de descanso. Así que rezó internamente porque la rubia aceptara de buen grado la presencia de los niños y que, cuando éstos cayeran rendidos unas horas más tarde, ellos pudieran tener un momento para disfrutar de la compañía del otro y, tal vez, pudiera estrecharla de nuevo entre sus brazos.
Él no lo sabía, pero era parte del influjo de los vampiros. El sentimiento que había nacido por la rubia era real, pues jamás había probado su sangre, así que no tenía el vínculo de un esclavo. Pero la reacción física de su cuerpo, las sensaciones que percibía, la forma en la que cada sutil roce disparaba su deseo…
Después de todo, los vampiros estaban hechos para atraer.
Con mucho trabajo, se separó de su cuerpo y se obligó a mantener la compostura. Algo difícil, con todo lo que la deseaba, con el anhelo reprimido por recorrer su piel y despojarla de esas ropas que la hacían parecer una muñequita de porcelana para descubrir a la mujer en la intimidad.
-Los niños estarán encantados de verte. Sabes que te adoran. Tanto como yo.
Un último beso en la frente y se marchó, porque si no lo hacía ya, no lo haría. Y no estaba en disposición de perder el trabajo. No con dos hijos que mantener, una casa que sacar adelante y un cortejo que acababa de comenzar y que implicaría salidas y atenciones que deseaba dar, pero que no podría permitirse a los niveles a los que la rubia debía estar acostumbrada. Así que necesitaba trabajar duro, todas las horas que fueran posibles, para poder dar a sus hijos y a la que esperaba fuera su mujer una vida agradable.
Tal y como habían acordado, envió una nota con unas escuetas líneas para ir a ver los fuegos artificiales. Pasaría a recogerla al anochecer, aprovechando que esa noche la tenía libre.
Puntualmente estuvieron allí, él y los dos niños, porque querían ver los fuegos, querían ver a Hania y él no tenía con quién dejarlos, ya que la niñera también tenía el día de descanso. Así que rezó internamente porque la rubia aceptara de buen grado la presencia de los niños y que, cuando éstos cayeran rendidos unas horas más tarde, ellos pudieran tener un momento para disfrutar de la compañía del otro y, tal vez, pudiera estrecharla de nuevo entre sus brazos.
Clyven- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Tardó un buen rato en acicalarse, estaba nerviosa y temblaba como un flan. Eligió un vestido de color malva, se peinó con un moño bajo hecho de trenzas y un pequeño broche en el pelo de piedras de color rosa. Se echó un poco de perfume, era de flor de cerezo, suave y limpio y cogió guantes de suave piel teñida también de malva. No se podía dudar que pertenecía a la clase alta por la calidad de sus ropas, pero su gusto era sencillo y de colores limpios.
Bebió más tarde de Tyler para que le durase más el efecto saciante, Clyven le provocaba un hambre atroz contra la que luchaba como el titán que era. El ama de llaves abrió la puerta y cuando los vio a todo en el Hall ensanchó la sonrisa y corrió hacia los niños para arrodillarse sin cuidado alguno sobre la alfombra y abrazarlos a ambos.
— ¡Pero qué guapos estáis! ¿te ha hecho las trenzas tu padre?.— acarició el pelo de Elba de ese color rojo flamígero y le hizo mucha gracia ver a Stan con la camisa planchada. Los niños se le echaron encima y finalmente se levantó del suelo llevando a Stan en bgrazos y a Elba de la mano.— señora Wells, traiga mis guantes de piel azul por favor.— la mujer trajo los guantes que eran idénticos a los suyos y hacían juego con el abrigo de Elba, poniéndoselos a la niña. Le quedaban un poco grandes, pero al menos no pasaría frío en las manos.
Después se acercó a Clyven mordiéndose el labio inferior, no sabía si los niños sabían que tenían algo y no sabía como comportarse, si abrazarlo, darle un beso en la mejilla o en la boca, o no hacer nada y seguir tratándose con cortesía y distancia. Los ojos le brillaban presos de la emoción, las mariposas volaban por su vacío estómago y el reloj de pared marcó las diez, en un hora comenzarían los fuegos. La mujer, prevenida por Hania, trajo también una pequeña caja con asa, era como un bolso pero más grande, como una tartera y en ella llevaba pastelillos, porque una noche de fuegos artificiales sin pastelillos no era lo mismo, había un termo de café. En verdad lo había preparado para dos, pero no importaba, por ella, los niños podían comerse su ración de pasteles, le hacían un favor.
—¿Nos vamos?
Bebió más tarde de Tyler para que le durase más el efecto saciante, Clyven le provocaba un hambre atroz contra la que luchaba como el titán que era. El ama de llaves abrió la puerta y cuando los vio a todo en el Hall ensanchó la sonrisa y corrió hacia los niños para arrodillarse sin cuidado alguno sobre la alfombra y abrazarlos a ambos.
— ¡Pero qué guapos estáis! ¿te ha hecho las trenzas tu padre?.— acarició el pelo de Elba de ese color rojo flamígero y le hizo mucha gracia ver a Stan con la camisa planchada. Los niños se le echaron encima y finalmente se levantó del suelo llevando a Stan en bgrazos y a Elba de la mano.— señora Wells, traiga mis guantes de piel azul por favor.— la mujer trajo los guantes que eran idénticos a los suyos y hacían juego con el abrigo de Elba, poniéndoselos a la niña. Le quedaban un poco grandes, pero al menos no pasaría frío en las manos.
Después se acercó a Clyven mordiéndose el labio inferior, no sabía si los niños sabían que tenían algo y no sabía como comportarse, si abrazarlo, darle un beso en la mejilla o en la boca, o no hacer nada y seguir tratándose con cortesía y distancia. Los ojos le brillaban presos de la emoción, las mariposas volaban por su vacío estómago y el reloj de pared marcó las diez, en un hora comenzarían los fuegos. La mujer, prevenida por Hania, trajo también una pequeña caja con asa, era como un bolso pero más grande, como una tartera y en ella llevaba pastelillos, porque una noche de fuegos artificiales sin pastelillos no era lo mismo, había un termo de café. En verdad lo había preparado para dos, pero no importaba, por ella, los niños podían comerse su ración de pasteles, le hacían un favor.
—¿Nos vamos?
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/02/2017
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Elba recibió los guantes con una gran sonrisa y le mostró la mano a su padre.
-Mira, papá. Ahora soy una señorita.
Porque las señoritas jamás iban con las manos desnudas, había escuchado decir en alguna ocasión. Y claro, ella apenas tenía unos guantes de lana y una bufanda para cuando el frío apretaba demasiado. El sueldo de su padre era el que era y tenían que apañarse los tres. Pero en su inocente mente infantil, sólo comprendía que con lo que tenía era suficiente y el hecho de que Hania compartiese los suyos la hacía sentir tremendamente especial.
-Claro que sí –asintió el capataz, esbozando una sonrisa de ésas que sólo se escapaban hacia sus hijos y porque no podía evitarlo. Aunque, de algún modo, también empezaban a ser patrimonio de la rubia.
-Papá ha dicho que vendrás con nosotros de paseo y que iremos a cenar a un sitio bonito. Siempre vamos a sitios bonitos cuando tú estás.
Clyven tuvo la decencia de carraspear un poco. La jodida niña siempre tenía que abrir la boca de más. No podía permitirse excesos todos los días, pero de vez en cuando sí, así que elegía los días que pasaba con Hania y así podían disfrutar todos, como el amago de familia que esperaba que un día fueran.
Se acercó para quitarle a Stan, que ya empezaba a pesar bastante y acabaría por mancharle el vestido con los zapatos. Acomodó al niño en sus hombros y aprovechó la cercanía para besarla. Sus hijos debían acostumbrarse a que aquello iba a ser la norma, si todo salía como esperaba. Fue un beso corto, en los labios, sin irrumpir en su boca y someterla como solía hacer cuando estaban a solas, pero era la promesa de algo más, porque no dudaba que los niños acabarían por quedarse dormidos después de un buen rato de correr y jugar.
-Vámonos.
Caminaron por las calles parisinas como una familia, ellos dos con paso tranquilo, Hania hablando y él asintiendo a sus palabras y participando escuetamente, los niños correteando incansables de un lado a otro, pegando la nariz a los escaparates, intentando ver el interior oscuro de las tiendas, saltando sin pisar determinadas baldosas y persiguiéndose mutuamente, aunque Stan no podía seguirle aún el ritmo a su hermana y solía acabar mirándola enfadado.
Eligieron un lugar apartado desde el que ver los fuegos con tranquilidad y donde los niños podían jugar a unos metros de ellos, dejándoles un poco de intimidad para disfrutar de aquella salida como pareja. El capataz era seco y distante habitualmente, pero no dudó en colocar su mano sobre la de Hania, dejando así la puerta abierta a que ella buscara un mayor contacto si lo deseaba.
Tenían suerte de estar en un lugar público, porque de ser de otro modo, hacía demasiado tiempo que ya la habría tomado por la cintura y la habría besado hasta hartarse. Posiblemente incluso hubiera intentado dar un paso más.
-Mira, papá. Ahora soy una señorita.
Porque las señoritas jamás iban con las manos desnudas, había escuchado decir en alguna ocasión. Y claro, ella apenas tenía unos guantes de lana y una bufanda para cuando el frío apretaba demasiado. El sueldo de su padre era el que era y tenían que apañarse los tres. Pero en su inocente mente infantil, sólo comprendía que con lo que tenía era suficiente y el hecho de que Hania compartiese los suyos la hacía sentir tremendamente especial.
-Claro que sí –asintió el capataz, esbozando una sonrisa de ésas que sólo se escapaban hacia sus hijos y porque no podía evitarlo. Aunque, de algún modo, también empezaban a ser patrimonio de la rubia.
-Papá ha dicho que vendrás con nosotros de paseo y que iremos a cenar a un sitio bonito. Siempre vamos a sitios bonitos cuando tú estás.
Clyven tuvo la decencia de carraspear un poco. La jodida niña siempre tenía que abrir la boca de más. No podía permitirse excesos todos los días, pero de vez en cuando sí, así que elegía los días que pasaba con Hania y así podían disfrutar todos, como el amago de familia que esperaba que un día fueran.
Se acercó para quitarle a Stan, que ya empezaba a pesar bastante y acabaría por mancharle el vestido con los zapatos. Acomodó al niño en sus hombros y aprovechó la cercanía para besarla. Sus hijos debían acostumbrarse a que aquello iba a ser la norma, si todo salía como esperaba. Fue un beso corto, en los labios, sin irrumpir en su boca y someterla como solía hacer cuando estaban a solas, pero era la promesa de algo más, porque no dudaba que los niños acabarían por quedarse dormidos después de un buen rato de correr y jugar.
-Vámonos.
Caminaron por las calles parisinas como una familia, ellos dos con paso tranquilo, Hania hablando y él asintiendo a sus palabras y participando escuetamente, los niños correteando incansables de un lado a otro, pegando la nariz a los escaparates, intentando ver el interior oscuro de las tiendas, saltando sin pisar determinadas baldosas y persiguiéndose mutuamente, aunque Stan no podía seguirle aún el ritmo a su hermana y solía acabar mirándola enfadado.
Eligieron un lugar apartado desde el que ver los fuegos con tranquilidad y donde los niños podían jugar a unos metros de ellos, dejándoles un poco de intimidad para disfrutar de aquella salida como pareja. El capataz era seco y distante habitualmente, pero no dudó en colocar su mano sobre la de Hania, dejando así la puerta abierta a que ella buscara un mayor contacto si lo deseaba.
Tenían suerte de estar en un lugar público, porque de ser de otro modo, hacía demasiado tiempo que ya la habría tomado por la cintura y la habría besado hasta hartarse. Posiblemente incluso hubiera intentado dar un paso más.
Clyven- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Sobre aquella colina había un parque infantil, los niños jugaron un poco en los columpios mientras ellos los vigilaban de cerca sentados en un banco de piedra. El jardín tenía un mirador sobre París y desde allí podrían ver los fuegos artificiales. Aunque la sensación era extraña y aún le daba reparo estar tan fría, se pegó a Clyven enredando su brazo con el del capataz y el otro agarrando la misma mano, como si temiese que pudiera desvanecerse. Apoyó la cabeza en su hombro...¿eso era la felicidad? pues que se detuviera el tiempo en ese momento y para siempre. Cada beso era un suspiro de esperanza, de vida, de luz en su oscuro mundo al que había sido arrojada sin pedirlo.
El espectáculo pirotécnico comenzó y Elba corrió a sujear a su hermano para llevarlo junto a ellos y así, los cuatro, disfrutaron del cielo iluminado durante un buen rato, comentando los colores y formas que tomaban en el aire. El brillo de los ojos de los pequeños sólo era comparable con el de la rubia cada vez que los miraba a ellos. El mundo parecía tener más colores y ser más bonito desde que esa pequeña familia habia entrado en su vida, pero sobre todo desde que Clyven le había confesado tener sentimientos por ella, de la misma forma que ella suspiraba por él.
Cuando Elba y Stan se cansaron de correr y jugar se quedaron dormidos sobre ellos, como solía ser costumbre.
— es que es muy tarde...siento tanto no poder hacer vida diurna...— Ella se sentía muy feliz, pero...¿era lo justo para los niños? ¿y para Clyven? desde luego eso no era lo peor, lo más grave es que fuera un monstruo hematófago.— Clyven...yo...¿estás seguro de que no te importa que no pueda salir a disfrutar de un día de campo contigo y con los niños? hay muchas cosas que se hacen de día y yo... sé que soy un bicho raro, no pasa nada si no puedes aceptarme así...
Las dudas la corroían y no quería hacer infelices a ninguno de ellos, pero no se había podido resistir a empezar aquella relación porque el capataz era todo cuanto ella podía querer y desear, y esos niños la alegría de sus días.
El espectáculo pirotécnico comenzó y Elba corrió a sujear a su hermano para llevarlo junto a ellos y así, los cuatro, disfrutaron del cielo iluminado durante un buen rato, comentando los colores y formas que tomaban en el aire. El brillo de los ojos de los pequeños sólo era comparable con el de la rubia cada vez que los miraba a ellos. El mundo parecía tener más colores y ser más bonito desde que esa pequeña familia habia entrado en su vida, pero sobre todo desde que Clyven le había confesado tener sentimientos por ella, de la misma forma que ella suspiraba por él.
Cuando Elba y Stan se cansaron de correr y jugar se quedaron dormidos sobre ellos, como solía ser costumbre.
— es que es muy tarde...siento tanto no poder hacer vida diurna...— Ella se sentía muy feliz, pero...¿era lo justo para los niños? ¿y para Clyven? desde luego eso no era lo peor, lo más grave es que fuera un monstruo hematófago.— Clyven...yo...¿estás seguro de que no te importa que no pueda salir a disfrutar de un día de campo contigo y con los niños? hay muchas cosas que se hacen de día y yo... sé que soy un bicho raro, no pasa nada si no puedes aceptarme así...
Las dudas la corroían y no quería hacer infelices a ninguno de ellos, pero no se había podido resistir a empezar aquella relación porque el capataz era todo cuanto ella podía querer y desear, y esos niños la alegría de sus días.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven tenía a Elba sentada sobre sus piernas y apoyada contra su cuerpo. Sobre Hania se había quedado dormido Stan. El capataz pasó la mano sobre el pelo del niño, apartándoselo de la frente.
-Yo también vivo de noche.
Trabajaba habitualmente en ese turno en la fundición, porque era el que mejor se pagaba. Además, desde que tenía una niñera, aunque no estuviera de acuerdo en que Hania la costease, no tenía esa comezón de haber dejado a dos niños solos e indefensos en la casa toda la noche.
Que Hania no pudiera salir al sol no implicaba que no pudiera hacer nada en las horas de luz. Podía leer, bordar, cocinar, enseñar a los niños a hacer cosas, dormir a su lado toda la mañana. Sí, había cosas que no podrían hacer... pero es que él, por su trabajo, tampoco las hacía.
-¿Puedes tú aceptarme así?
Y en "así" se incluia su caracter hermético, su falta de conversación, su tosquedad, su clase inferior, su limitada cultura, sus pocos recursos, su casa pequeña, su trabajo nocturno, la carga de dos hijos.
Se levantó, acomodando a Elba en su costado. La niña se despertó, miró alrededor con los ojos apenas abiertos y volvió a dormirse, abrazada a su cuello, apoyando la cabeza en su hombro. Con un gesto, le pidió a Hania que le acomodase a Stan al otro lado, para que no cargase ella con él, aunque algo le decía que la rubia se empeñaría en hacerlo ella.
-Bien. Vamos.
El camino a casa fue más lento y silencioso. Una vez en el pequeño piso, que podía caber perfectamente entero en la biblioteca de Héctor, Clyven dejó a los niños acostados uno junto al otro en la cama de la habitación pequeña, los arropó y salió, entornando la puerta tras él, para quedar encarado a Hania, mirándola como si fuera agua fresca en mitad de un desierto.
Frunció el ceño y eliminó la distancia entre ellos en apenas dos pasos. No pronunció palabra, pero tampoco le hacía falta. Tomó a la muchacha de la cintura con un brazo, pegándola de un seco ademán contra su cuerpo, haciéndole perder el equilibrio para que no pudiera soltarse de su abrazo. La otra mano subió por la espalda de Hania hasta su nuca, sosteniendo su cabeza para que no lograra alejarse de él. La miró a los ojos con tanta intensidad que hubiera reflejado el hierro candente de la fundición.
Y la besó.
La besó sin vergüenza, sin protocolos. Un beso que valía por cien. Por mil. Un beso intenso y exigente, en que el capataz tomaba el completo control de esa inocente boca, donde mordía los labios de Hania, abriéndolos sin demora, con la experta intrusión de su lengua, cálida y húmeda, buscando una compañera contra la que enredarse y deshacerse en caricias. Un beso que le dejaría los labios y el mentón enrojecidos por la fricción de la barba de tres días. Un beso que no se rompió ni siquiera cuando la hizo chocar contra la pared.
-Yo también vivo de noche.
Trabajaba habitualmente en ese turno en la fundición, porque era el que mejor se pagaba. Además, desde que tenía una niñera, aunque no estuviera de acuerdo en que Hania la costease, no tenía esa comezón de haber dejado a dos niños solos e indefensos en la casa toda la noche.
Que Hania no pudiera salir al sol no implicaba que no pudiera hacer nada en las horas de luz. Podía leer, bordar, cocinar, enseñar a los niños a hacer cosas, dormir a su lado toda la mañana. Sí, había cosas que no podrían hacer... pero es que él, por su trabajo, tampoco las hacía.
-¿Puedes tú aceptarme así?
Y en "así" se incluia su caracter hermético, su falta de conversación, su tosquedad, su clase inferior, su limitada cultura, sus pocos recursos, su casa pequeña, su trabajo nocturno, la carga de dos hijos.
Se levantó, acomodando a Elba en su costado. La niña se despertó, miró alrededor con los ojos apenas abiertos y volvió a dormirse, abrazada a su cuello, apoyando la cabeza en su hombro. Con un gesto, le pidió a Hania que le acomodase a Stan al otro lado, para que no cargase ella con él, aunque algo le decía que la rubia se empeñaría en hacerlo ella.
-Bien. Vamos.
El camino a casa fue más lento y silencioso. Una vez en el pequeño piso, que podía caber perfectamente entero en la biblioteca de Héctor, Clyven dejó a los niños acostados uno junto al otro en la cama de la habitación pequeña, los arropó y salió, entornando la puerta tras él, para quedar encarado a Hania, mirándola como si fuera agua fresca en mitad de un desierto.
Frunció el ceño y eliminó la distancia entre ellos en apenas dos pasos. No pronunció palabra, pero tampoco le hacía falta. Tomó a la muchacha de la cintura con un brazo, pegándola de un seco ademán contra su cuerpo, haciéndole perder el equilibrio para que no pudiera soltarse de su abrazo. La otra mano subió por la espalda de Hania hasta su nuca, sosteniendo su cabeza para que no lograra alejarse de él. La miró a los ojos con tanta intensidad que hubiera reflejado el hierro candente de la fundición.
Y la besó.
La besó sin vergüenza, sin protocolos. Un beso que valía por cien. Por mil. Un beso intenso y exigente, en que el capataz tomaba el completo control de esa inocente boca, donde mordía los labios de Hania, abriéndolos sin demora, con la experta intrusión de su lengua, cálida y húmeda, buscando una compañera contra la que enredarse y deshacerse en caricias. Un beso que le dejaría los labios y el mentón enrojecidos por la fricción de la barba de tres días. Un beso que no se rompió ni siquiera cuando la hizo chocar contra la pared.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Si hubiera tenido un corazón vivo se le habría desbocado; si hubiera tenido unos pulmones que necesitaban oxígeno, habría tenido que parar a respirar; pero por suerte o por desgracia ni los tenía ni los necesitaba y pudo perderse entre los brazos del capataz, una vez superada la sopresa inicial.
Ese tipo de beso la arrastraba a un infierno de sensaciones, ni siquiera sus más bajos instintos de vampiro podían tomar el control sobre aquello, porque no era sed, no era hambre que provocaba desazón. Era otra cosa, era excitación, un terreno inexplorado al que no se había atrevido a asomarse todavía. Podían parecer como el agua y el fuego: incompatibles, contrarios, destructivos el uno para el otro. Pero nada más lejos, ella creía que eran más bien como fuego y aire, se insuflaban para crecer.
Los besos de Clyven quemaban, encendían, provocaban, pero a la vez la hacían sentir viva, bonita, algo digno de ser querido en vez de destruido que es lo que merecía. Desde el minuto cero se rindió a ese fuego abrasador, concediéndole su capitulación absoluta al capataz, coronándolo vencedor de la gesta, conquistador del terreno y señor de su voluntad. Pasó los brazos por su cuello acariciando su corto pelo, demandando más con sus labios cuando Clyven bajaba la intensidad. La arrinconó contra la pared y en vez de sentirse agobiada se sentió completamente suya, una sensación de pertenencia como jamás había tenido. Nunca se arraigó a nada ni a nadie de ese modo, hasta el punto de anular su voluntad a la favor de la de él. En ese momento podría haberle pedido que se lanzara al abismo más oscuro y ella habría saltado sin vacilar.
Los minutos se escurrieron tan rápido que cuando se dio cuenta sonaban campanas en Notre Dame, anunciando la madrugada. Se detuvo un instante, con las mejillas arreboladas mirando a Clyven como si contemplara las pirámides de Egipto por primera vez.
— hay luz en el pasillo...— la tenue claridad era peor que una niebla tóxica, era la muerte, las cenizas y las llamas eternas para ella, si seguían avanzando, pronto alcanzarían su pálida piel reduciéndola a la nada.
Ese tipo de beso la arrastraba a un infierno de sensaciones, ni siquiera sus más bajos instintos de vampiro podían tomar el control sobre aquello, porque no era sed, no era hambre que provocaba desazón. Era otra cosa, era excitación, un terreno inexplorado al que no se había atrevido a asomarse todavía. Podían parecer como el agua y el fuego: incompatibles, contrarios, destructivos el uno para el otro. Pero nada más lejos, ella creía que eran más bien como fuego y aire, se insuflaban para crecer.
Los besos de Clyven quemaban, encendían, provocaban, pero a la vez la hacían sentir viva, bonita, algo digno de ser querido en vez de destruido que es lo que merecía. Desde el minuto cero se rindió a ese fuego abrasador, concediéndole su capitulación absoluta al capataz, coronándolo vencedor de la gesta, conquistador del terreno y señor de su voluntad. Pasó los brazos por su cuello acariciando su corto pelo, demandando más con sus labios cuando Clyven bajaba la intensidad. La arrinconó contra la pared y en vez de sentirse agobiada se sentió completamente suya, una sensación de pertenencia como jamás había tenido. Nunca se arraigó a nada ni a nadie de ese modo, hasta el punto de anular su voluntad a la favor de la de él. En ese momento podría haberle pedido que se lanzara al abismo más oscuro y ella habría saltado sin vacilar.
Los minutos se escurrieron tan rápido que cuando se dio cuenta sonaban campanas en Notre Dame, anunciando la madrugada. Se detuvo un instante, con las mejillas arreboladas mirando a Clyven como si contemplara las pirámides de Egipto por primera vez.
— hay luz en el pasillo...— la tenue claridad era peor que una niebla tóxica, era la muerte, las cenizas y las llamas eternas para ella, si seguían avanzando, pronto alcanzarían su pálida piel reduciéndola a la nada.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven desvió los ojos un momento hacia el pasillo. Para él, el sol era tan cotidiano y tan inocuo que ni le había prestado atención. Pero tendría que empezar a hacerlo, dada la rara enfermedad de Hania. Acunó las mejillas de la rubia con ambas manos y la miró intensamente.
-Quédate –murmuró contra sus labios tras un corto e intenso beso.
Sin esperar más respuesta, la tomó de la mano y tiró de ella de regreso a las sombras de su alcoba. Encendió una luz en la mesilla y cerró con firmeza la ventana, echando las cortinas y asegurándose de que no hubiera un rayo de luz allí.
Cuando hubo acabado, miró a Hania. Cómo la deseaba. No podía evitarlo, se notaba en su mirada, predadora. No podía dejar de recorrerla con los ojos, de desvestirla con la mirada. Avanzó hacia ella y volvió a pegarla contra su cuerpo. Iba a tener que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no poseerla esa noche. Porque a la mínima señal de que Hania deseaba dar un paso más, él saltaría al abismo.
-Quédate –murmuró contra sus labios tras un corto e intenso beso.
Sin esperar más respuesta, la tomó de la mano y tiró de ella de regreso a las sombras de su alcoba. Encendió una luz en la mesilla y cerró con firmeza la ventana, echando las cortinas y asegurándose de que no hubiera un rayo de luz allí.
Cuando hubo acabado, miró a Hania. Cómo la deseaba. No podía evitarlo, se notaba en su mirada, predadora. No podía dejar de recorrerla con los ojos, de desvestirla con la mirada. Avanzó hacia ella y volvió a pegarla contra su cuerpo. Iba a tener que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no poseerla esa noche. Porque a la mínima señal de que Hania deseaba dar un paso más, él saltaría al abismo.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Una vez en la habitación estaba muy oscuro, pero a ella no le afectaba, veía mejor en la oscuridad en realidad. Siempre habían estado los niños por medio, pero esa vez estaban sólo ellos dos, y algo había cambiado, no estaban allí por carambolas raras del destino, estaban allí como pareja, como tandem formado por la rubia y el capataz, por extraño que pudiera parecer, el viudo y la joven rica.
Se habían besado intensamente en el pasillo y se había quedado con ganas de más, era como una droga que jamás había probado y que la volvía loca, su piel, su olor, su tacto... tan sólo temía descontrolarse y morderlo. Tendría que hacer acopio de fuerza de voluntad como había logrado hacerlo al comer alimentos humanos. Intuía lo que podría pasar a continuación, lo veía en sus ojos, encendidos de deseo y sencillamente quería dejar que pasara, se lo gritaba todo sue cuerpo, se lo pedía su mente ahogando cualquier otra duda o reparo.
Dejó caer al suelo el chal que aún llevaba enredado entre los brazos y también la horquilla que sujetaba su larga melena, dejando que ésta resbalase también hasta el suelo. Tragó saliva y se atrevió con los botones de la blusa, pero le temblaba el pulso y no acertaba. Quería preguntarle si eso es lo que quería, porque ella desde luego lo deseaba, pero Clyven se había retenido en un intento de hacer las cosas "bien", a la antigua usanza, con un cortejo largo y educado. Pero sabía la respuesta, la deseaba tanto como ella a él y a Hania las reglas sociales le importaban un bledo, no se sentía parte de la sociedad, de ninguna en verdad.
Avanzó un paso pequeño hacia él dejando por imposible el botón atascado y le tendió las manos, era suya, lo había sido desde largo tiempo atrás y quería completar el círculo. Tan sólo rezaba para no perder el control de su sed, y por lo demás, no tenía miedo alguno.
Se habían besado intensamente en el pasillo y se había quedado con ganas de más, era como una droga que jamás había probado y que la volvía loca, su piel, su olor, su tacto... tan sólo temía descontrolarse y morderlo. Tendría que hacer acopio de fuerza de voluntad como había logrado hacerlo al comer alimentos humanos. Intuía lo que podría pasar a continuación, lo veía en sus ojos, encendidos de deseo y sencillamente quería dejar que pasara, se lo gritaba todo sue cuerpo, se lo pedía su mente ahogando cualquier otra duda o reparo.
Dejó caer al suelo el chal que aún llevaba enredado entre los brazos y también la horquilla que sujetaba su larga melena, dejando que ésta resbalase también hasta el suelo. Tragó saliva y se atrevió con los botones de la blusa, pero le temblaba el pulso y no acertaba. Quería preguntarle si eso es lo que quería, porque ella desde luego lo deseaba, pero Clyven se había retenido en un intento de hacer las cosas "bien", a la antigua usanza, con un cortejo largo y educado. Pero sabía la respuesta, la deseaba tanto como ella a él y a Hania las reglas sociales le importaban un bledo, no se sentía parte de la sociedad, de ninguna en verdad.
Avanzó un paso pequeño hacia él dejando por imposible el botón atascado y le tendió las manos, era suya, lo había sido desde largo tiempo atrás y quería completar el círculo. Tan sólo rezaba para no perder el control de su sed, y por lo demás, no tenía miedo alguno.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Para el capataz ocurrió todo a cámara lenta. La forma en la que las manos de Hania abrían los botones, su cabello cayendo. Era hipnótica, sensual. Lo hacía todo con esa aura de inocencia que le volvía loco.
Al ver que tenía complicaciones, esbozó esa mueca que le hacía las veces de sonrisa, que no era más que una leve curvatura en el lado izquierdo de la boca, y tomó las riendas. Sus rudos dedos abrieron el botón rebelde y los que quedaban, hasta que pudo colar la mano bajo la tela y tocar, por fin, la piel de aquella mujer que nublaba sus sentidos.
Le bajó la prenda de los hombros y atacó a besos la carne descubierta, empujándola hacia la cama, donde cayó sobre ella, sosteniendo su peso entre las rodillas y un brazo y dejando su mano libre vagar a sus anchas por sus costados, por su abdomen, hacia la cinturilla de las faldas que aún cubrían las piernas de la rubia, hacia sus senos, que apretó con firmeza al tiempo que comenzaba uno de aquellos besos en los que podía expresar todo lo que no decían las palabras.
Al ver que tenía complicaciones, esbozó esa mueca que le hacía las veces de sonrisa, que no era más que una leve curvatura en el lado izquierdo de la boca, y tomó las riendas. Sus rudos dedos abrieron el botón rebelde y los que quedaban, hasta que pudo colar la mano bajo la tela y tocar, por fin, la piel de aquella mujer que nublaba sus sentidos.
Le bajó la prenda de los hombros y atacó a besos la carne descubierta, empujándola hacia la cama, donde cayó sobre ella, sosteniendo su peso entre las rodillas y un brazo y dejando su mano libre vagar a sus anchas por sus costados, por su abdomen, hacia la cinturilla de las faldas que aún cubrían las piernas de la rubia, hacia sus senos, que apretó con firmeza al tiempo que comenzaba uno de aquellos besos en los que podía expresar todo lo que no decían las palabras.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
El miedo se había evaporado de esa habitación, ya no tenía cabida, una vez superadas las barreras de la confianza se encontraba en terreno seguro, o casi. La cárcel en la que se convirtió el cuerpo de Clyven era la prisión más esperada que nadie deseara jamás. Su calor irradiaba a través de la piel y la llevaba de nuevo a la vida que perdió aquella fatídica noche.
Por primera vez en su vida se sentía despertando a algo cálido, algo más grande que ellos dos, un sentimiento correspondido y aderezado con esa atracción intensa. Se dejó besar, trató de corresponder a las caricias de forma torpe, pero segura; todavía no podía creer que Clyven fuera enteramente suyo, de la misma forma que ella se dejaba en sus manos, rendida a un enamoramiento más fuerte que su propia titanidad. De pronto lo era todo, él, esa habitación su piel y sus labios. No había presente, pasado ni futuro, no existía nada que no fuera él. A pesar de sus parquedad, de sus malas pulgas y sus modales rudos se había colado entre las rendijas de su alma llenándolo todo de luz, haciendo latir un corazón muerto.
Durante las siguientes horas se sumergió en una burbuja temporal que podría parecer una ilusión si no fuera porque era muy real, porque cada fibra de su cuerpo experimentó el placer, la necesidad, el paraíso y el infierno todo junto y cuando se vino a dar cuenta, la tarde había tomado posesión del cielo. Clyven la dejó durante un rato en la cama mientras hacía la cena de los niños y les daba un baño. En cualquier otro momento se habría vestido y habría salido al menos hasta el pasillo para verlos y darles un beso, pero estaba exhausta. No había perdido el control, no podía creerlo, ni siquiera le había dado sed, estaba demasiado ocupada en no morirse de placer, pero ahora empezaba a notar el efecto de la falta de sangre. Podría con ello, no hacía demasiado que se había alimentado. Se hizo un ovillo bajo las mantas y cerró los ojos tan sólo oliendo su esencia sobre la almohada. ¿Podían estar así para el resto de la vida?
En ese momento ni siquiera su peor enemiga, que era la Hania interior, se atrevió a replicarle que ella era inmortal y él no, pequeño detalle que debería conocer. Sólo se sentía completamente feliz, arropada y segura.
Por primera vez en su vida se sentía despertando a algo cálido, algo más grande que ellos dos, un sentimiento correspondido y aderezado con esa atracción intensa. Se dejó besar, trató de corresponder a las caricias de forma torpe, pero segura; todavía no podía creer que Clyven fuera enteramente suyo, de la misma forma que ella se dejaba en sus manos, rendida a un enamoramiento más fuerte que su propia titanidad. De pronto lo era todo, él, esa habitación su piel y sus labios. No había presente, pasado ni futuro, no existía nada que no fuera él. A pesar de sus parquedad, de sus malas pulgas y sus modales rudos se había colado entre las rendijas de su alma llenándolo todo de luz, haciendo latir un corazón muerto.
Durante las siguientes horas se sumergió en una burbuja temporal que podría parecer una ilusión si no fuera porque era muy real, porque cada fibra de su cuerpo experimentó el placer, la necesidad, el paraíso y el infierno todo junto y cuando se vino a dar cuenta, la tarde había tomado posesión del cielo. Clyven la dejó durante un rato en la cama mientras hacía la cena de los niños y les daba un baño. En cualquier otro momento se habría vestido y habría salido al menos hasta el pasillo para verlos y darles un beso, pero estaba exhausta. No había perdido el control, no podía creerlo, ni siquiera le había dado sed, estaba demasiado ocupada en no morirse de placer, pero ahora empezaba a notar el efecto de la falta de sangre. Podría con ello, no hacía demasiado que se había alimentado. Se hizo un ovillo bajo las mantas y cerró los ojos tan sólo oliendo su esencia sobre la almohada. ¿Podían estar así para el resto de la vida?
En ese momento ni siquiera su peor enemiga, que era la Hania interior, se atrevió a replicarle que ella era inmortal y él no, pequeño detalle que debería conocer. Sólo se sentía completamente feliz, arropada y segura.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Le despertaron las voces de Elba y Stan, que pretendían hablar en susurros, pero lo hacían más alto de lo que ellos pensaban.
-No lo sé, Stan.
-Nania es ora mamá.
-Tsk. Que noooo. Para eso tiene que casarse con papá.
-Pos se casen.
-Eso. Ah. Corre, corre, volvamos a la cama.
Se habían dado cuenta de que Clyven se había despertado y pretendían correr de vuelta a la cama, como si nada hubiera pasado allí. El capataz no pudo evitar soltar una especie de carcajada o bufido que escapó de la media sonrisa que asomó a su rostro.
Les dio un poco de margen a los niños antes de salir de la cama para hablar con ellos, porque en esos momentos sólo le apetecía quedarse allí, desnudo bajo las mantas, con la mano tras la nuca, mirando el techo en la absoluta oscuridad de la habitación y disfrutando del recuerdo de la noche anterior, cuando por fin Hania se había quedado a su lado y había podido hacerle el amor hasta que ambos habían caído rendidos.
Se removió, pasado un rato, y se levantó de la cama, buscó a tientas sus pantalones y se los puso. Besó el hombro de Hania, que escapaba bajo las sábanas, y la dejó dormir un rato más mientras él iba a reunirse con los niños y prepararles algo para desayunar. O quizás ya comer, no tenía ni idea de qué hora era, pero tampoco le importaba.
Elba y Stan habían vuelto a la cama donde habían dormido juntos la noche anterior y fingían dormir, aunque abrían de vez en cuando los ojos para comprobar que no hubieran sido descubiertos. En una de esas veces, se toparon con un Clyven descamisado y descalzo, con los pantalones a medio abrochar, mirándoles con los brazos cruzados, apoyado en el quicio de la puerta.
-Buenos días.
-Hola, papi –saludó Elba con una fingida inocencia que le arrancó una sonrisa al capataz.
-Hola –secundó Stan.
Clyven avanzó hacia la cama y se hizo hueco entre los dos niños, que en seguida se encaramaron sobre el.
-¿Os gustaría tener una nueva mamá? –El tacto nunca había sido su fuerte.
Los niños se miraron entre ellos, con los ojos muy abiertos, como diciéndose sin palabras que tenían razón. Le miraron ambos a la vez, con la esperanza reflejada en sus rostros infantiles.
-Si todo sale bien, es posible que Hania pueda serlo. ¿Eso os gustaría?
La reacción fue inmediata. Los niños levantaron las manos con entusiasmo, gritando de alegría y poniéndose a saltar en la cama.
-Shhh, shhh. Vais a despertarla. Teneis que portaros bien y hacerle caso. O no querrá ser vuestra mamá.
-No lo sé, Stan.
-Nania es ora mamá.
-Tsk. Que noooo. Para eso tiene que casarse con papá.
-Pos se casen.
-Eso. Ah. Corre, corre, volvamos a la cama.
Se habían dado cuenta de que Clyven se había despertado y pretendían correr de vuelta a la cama, como si nada hubiera pasado allí. El capataz no pudo evitar soltar una especie de carcajada o bufido que escapó de la media sonrisa que asomó a su rostro.
Les dio un poco de margen a los niños antes de salir de la cama para hablar con ellos, porque en esos momentos sólo le apetecía quedarse allí, desnudo bajo las mantas, con la mano tras la nuca, mirando el techo en la absoluta oscuridad de la habitación y disfrutando del recuerdo de la noche anterior, cuando por fin Hania se había quedado a su lado y había podido hacerle el amor hasta que ambos habían caído rendidos.
Se removió, pasado un rato, y se levantó de la cama, buscó a tientas sus pantalones y se los puso. Besó el hombro de Hania, que escapaba bajo las sábanas, y la dejó dormir un rato más mientras él iba a reunirse con los niños y prepararles algo para desayunar. O quizás ya comer, no tenía ni idea de qué hora era, pero tampoco le importaba.
Elba y Stan habían vuelto a la cama donde habían dormido juntos la noche anterior y fingían dormir, aunque abrían de vez en cuando los ojos para comprobar que no hubieran sido descubiertos. En una de esas veces, se toparon con un Clyven descamisado y descalzo, con los pantalones a medio abrochar, mirándoles con los brazos cruzados, apoyado en el quicio de la puerta.
-Buenos días.
-Hola, papi –saludó Elba con una fingida inocencia que le arrancó una sonrisa al capataz.
-Hola –secundó Stan.
Clyven avanzó hacia la cama y se hizo hueco entre los dos niños, que en seguida se encaramaron sobre el.
-¿Os gustaría tener una nueva mamá? –El tacto nunca había sido su fuerte.
Los niños se miraron entre ellos, con los ojos muy abiertos, como diciéndose sin palabras que tenían razón. Le miraron ambos a la vez, con la esperanza reflejada en sus rostros infantiles.
-Si todo sale bien, es posible que Hania pueda serlo. ¿Eso os gustaría?
La reacción fue inmediata. Los niños levantaron las manos con entusiasmo, gritando de alegría y poniéndose a saltar en la cama.
-Shhh, shhh. Vais a despertarla. Teneis que portaros bien y hacerle caso. O no querrá ser vuestra mamá.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Flotó en los brazos de Morfeo cuando por fin cayó agotada de tanto placer. Ni la mordida más suculenta le había proporcionado nunca nada parecido, y quedarse recogida entre los brazos del capataz la hizo sentir segura, como si hubiera llegado por fin al hogar, al refugio, al castillo en las nubes donde no hay lágrimas.
Lo sintió levantarse y darle un beso en el hombro, salir a hurtadillas y alcanzar a los niños en su habitación, para charlar con ellos. Su oído sobrenatural captó la conversación de los tres y se le hizo un nundo en la garganta. ¿Ser su nueva mamá? no podría sentirse jamás más honrada que ocupando el lugar de Erin, pero esa burbuja sería tan frágil como ahora mismo, que la ilusión se hacía añicos. tenía que decirle a Clyven lo que era, tenía que detener aquella fantasí porque también los niños saldrían dañados. De pronto sintió todo el peso de la mentira vencerla y aplastarla como un bloque de hormigón. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo enfrentarse a ese hombre y decirle en su cara que le había ocultado su esencia monstruosa por puro egoismo?
Si hubiera podido se habría desintegrado en ese miesmo instante, pero recordó las palabras de Hector "si en verdad te quiere, será un mal trago pero te aceptará así". ¿Seguro? ella no estaba tan segura de eso, de haberlo estado ya se lo habría dicho mucho antes. ¿Qué podía hacer? cavilando al respecto se enrolló en la manta cerrando los ojos y tratando de no llorar ni de huir despavorida porque era de día y explotaría en mnil cenizas sanguinolentas. Fueron los dos niños la que acudieron al cuarto a hurtadillas a comprobar si estaba dormida como su padre había dicho, y cuchichearon cerca de su oreja.
No podía decírselo, aún no. Abrió los ojos y forzó una sonrisa.
— Buenos días... ¿habéis dormido bien?.— besó sus cabecitas sintiendo una punzada de dolor en su pecho, se sentía vil, falsa y traidora por no haber sido sincera desdee el principio.
Lo sintió levantarse y darle un beso en el hombro, salir a hurtadillas y alcanzar a los niños en su habitación, para charlar con ellos. Su oído sobrenatural captó la conversación de los tres y se le hizo un nundo en la garganta. ¿Ser su nueva mamá? no podría sentirse jamás más honrada que ocupando el lugar de Erin, pero esa burbuja sería tan frágil como ahora mismo, que la ilusión se hacía añicos. tenía que decirle a Clyven lo que era, tenía que detener aquella fantasí porque también los niños saldrían dañados. De pronto sintió todo el peso de la mentira vencerla y aplastarla como un bloque de hormigón. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo enfrentarse a ese hombre y decirle en su cara que le había ocultado su esencia monstruosa por puro egoismo?
Si hubiera podido se habría desintegrado en ese miesmo instante, pero recordó las palabras de Hector "si en verdad te quiere, será un mal trago pero te aceptará así". ¿Seguro? ella no estaba tan segura de eso, de haberlo estado ya se lo habría dicho mucho antes. ¿Qué podía hacer? cavilando al respecto se enrolló en la manta cerrando los ojos y tratando de no llorar ni de huir despavorida porque era de día y explotaría en mnil cenizas sanguinolentas. Fueron los dos niños la que acudieron al cuarto a hurtadillas a comprobar si estaba dormida como su padre había dicho, y cuchichearon cerca de su oreja.
No podía decírselo, aún no. Abrió los ojos y forzó una sonrisa.
— Buenos días... ¿habéis dormido bien?.— besó sus cabecitas sintiendo una punzada de dolor en su pecho, se sentía vil, falsa y traidora por no haber sido sincera desdee el principio.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven dejó a los niños disfrutar de la compañía de Hania en la cama durante un rato. En concreto, el rato que tardó en preparar algo rápido para desayunar. Leche, pan con mantequilla y algo de jamón. No tenía el elenco de manjares a los que seguramente estaba acostumbrada la rubia, pero ahora sabía que eso a ella no le importaba.
Tenía una sonrisa esquiva, pero asomaba a sus labios ese día con mucha facilidad. Era un buen día y todo parecía estar arreglándose en su vida. Todavía tenía que ver cómo iba a enfrentar los gastos de un matrimonio y si podían permitirse alquilar una casa algo mejor para cuando Hania se mudara con ellos.
Pero aún faltaba tiempo para eso. Iba a hacer las cosas bien. O medio bien, porque ya se había comido el puchero antes de las doce. Aunque le daba igual. Iba a ofrecerle a esa mujer un noviazgo como se esperaba de una mujer de su clase, dentro de sus escasas posibilidades, y luego iba a casarse con ella.
Les avisó para que fueran a la mesa a comer y saludó a Hania con un beso en la frente.
-¿Estás bien?
Poco sabía que ese rostro angelical que le había robado el corazón escondía un secreto tan grande y que iba a cambiar tanto sus vidas.
Tenía una sonrisa esquiva, pero asomaba a sus labios ese día con mucha facilidad. Era un buen día y todo parecía estar arreglándose en su vida. Todavía tenía que ver cómo iba a enfrentar los gastos de un matrimonio y si podían permitirse alquilar una casa algo mejor para cuando Hania se mudara con ellos.
Pero aún faltaba tiempo para eso. Iba a hacer las cosas bien. O medio bien, porque ya se había comido el puchero antes de las doce. Aunque le daba igual. Iba a ofrecerle a esa mujer un noviazgo como se esperaba de una mujer de su clase, dentro de sus escasas posibilidades, y luego iba a casarse con ella.
Les avisó para que fueran a la mesa a comer y saludó a Hania con un beso en la frente.
-¿Estás bien?
Poco sabía que ese rostro angelical que le había robado el corazón escondía un secreto tan grande y que iba a cambiar tanto sus vidas.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
¿Bien? estaba en el paraíso y a la vez cayendo en el infierno más oscuro. Se merecía algo mejor que ella, pero en ese momento no podía chasquear los dedos y cambiar las cosas, así que jugaría su papel y mañana sería un día nuevo, donde quizás hallaría el coraje para hablar con Clyven.
— Sólo un poco cansada, pero estoy bien.— Se acurrucó de nuevo junto a Elba y Stan que le habían traído un cuento para que se lo leyera y la rubia comenzó a leerlo en voz alta como cuando les leía a los niños del hospital. Las cosas podrían ir muy mal, podrían explotar en un drama lleno de dolor y lágrimas, pero desde luego jamás borrarían el amor que les tenía a esos niños y a su padre, jamás habría nada que reeemplazase a esos recuerdos, de momentos en familia, de instante compartidos en la más pura y llana felicidad. Si al final todo rodaba cuesta abajo, podría al menos sentirse satisfecha de haber vivido eso al menos por unos momentos efímeros.
El día transcurrió tranquilo, dentro del hogar de Clyven y cuando cayó la noche, el carro la esperaba en la puerta. Debía marcharse, la esparaban en la mansión y en el orfanato y la vida no se detenía aunque su corazón sí, se quedaba allí con ellos para siempre. Se alzó de puntillas para besar al capataz en un beso largo y sentido santes de subir al transporte y le dedicó una sonrisa que le nació de dentro, a pesar de sus cavilaciones, no podía evitarlo cuando lo miraba, era la luz de su pequeño mundo y conseguía exactamente eso.
Cuando regresó a la mansión Fortier, se derrumbó en su cuarto y sacó afuera toda la pena que no había podido expiar por estar con ellos, quedándose vacía cuando ya rayaba el alba. A la noche siguiente debía asistir a una gala benéfica y al menos le serviría para distraer sus sombríos pensamientos.
Mientras se celebraba la gala en el Petit Palais, la guerra de sangre que estaba comenzando a escondidas de los humanos, estalló ennuna reyerta descomunal, en la zona industrial, donde Clyven vivía, la orden de cazadores atacó un nido de neófitos anarquistas que pretendían sembrar el caos en París. Esa noche corrió la sangre por los callejones, a tan sólo unos metros de la fundición y de la casa donde los niños dormían apaciblemente con su niñera al cargo.
— Sólo un poco cansada, pero estoy bien.— Se acurrucó de nuevo junto a Elba y Stan que le habían traído un cuento para que se lo leyera y la rubia comenzó a leerlo en voz alta como cuando les leía a los niños del hospital. Las cosas podrían ir muy mal, podrían explotar en un drama lleno de dolor y lágrimas, pero desde luego jamás borrarían el amor que les tenía a esos niños y a su padre, jamás habría nada que reeemplazase a esos recuerdos, de momentos en familia, de instante compartidos en la más pura y llana felicidad. Si al final todo rodaba cuesta abajo, podría al menos sentirse satisfecha de haber vivido eso al menos por unos momentos efímeros.
El día transcurrió tranquilo, dentro del hogar de Clyven y cuando cayó la noche, el carro la esperaba en la puerta. Debía marcharse, la esparaban en la mansión y en el orfanato y la vida no se detenía aunque su corazón sí, se quedaba allí con ellos para siempre. Se alzó de puntillas para besar al capataz en un beso largo y sentido santes de subir al transporte y le dedicó una sonrisa que le nació de dentro, a pesar de sus cavilaciones, no podía evitarlo cuando lo miraba, era la luz de su pequeño mundo y conseguía exactamente eso.
Cuando regresó a la mansión Fortier, se derrumbó en su cuarto y sacó afuera toda la pena que no había podido expiar por estar con ellos, quedándose vacía cuando ya rayaba el alba. A la noche siguiente debía asistir a una gala benéfica y al menos le serviría para distraer sus sombríos pensamientos.
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Mientras se celebraba la gala en el Petit Palais, la guerra de sangre que estaba comenzando a escondidas de los humanos, estalló ennuna reyerta descomunal, en la zona industrial, donde Clyven vivía, la orden de cazadores atacó un nido de neófitos anarquistas que pretendían sembrar el caos en París. Esa noche corrió la sangre por los callejones, a tan sólo unos metros de la fundición y de la casa donde los niños dormían apaciblemente con su niñera al cargo.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/02/2017
Localización : perdida entre las nieblas de su mente
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Clyven no entendía muy bien la causa de aquel jaleo que se había desatado de repente por las calles de París. La gente hablaba de sangre y muerte, pero no veía a la policía por ningún lado y todo parecía demasiado tranquilo durante el día. Lo que estaba claro era que pasaba algo, aunque no supiera bien qué.
Esa noche, antes de ir a la fábrica, se aseguró de dejar a los niños bien acompañados y protegidos en la seguridad de su morada. Y desvió sus pasos unos minutos para pasar por el orfanato, a ver si conseguía ver a Hania un momento y así se aseguraba de que la rubia estaba bien.
No se acordó hasta que se lo dijeron en la institución que regentaba su prometida -todavía se le hacía extraño pensar en ella como eso, su prometida-, que ésta se encontraba en un evento social junto a su tío. Cosas de ricos.
Frunció el ceño, porque no tenía claro cómo iba a encajar ese tipo de celebraciones en su vida. O cómo iba a encajar él en ese tipo de acontecimientos. Internamente, preferiría que Hania siguiera acudiendo sola a esos menesteres, pero si iba a ser su mujer, él tendría que desempeñar el papel que le cosrrespondería como marido. Por mucho que le disgustase la idea.
Gruñendo entre dientes por no haber podido asegurarse personalmente del buen estado de la muchacha y confiando en que su tío se encargaría de ello a la perfección, Clyven emprendió de nuevo el camino hacia el trabajo.
Sin embargo, aquella noche no llegaría a su destino como era habitual. Aquella noche su vida iba a dar un giro. Uno inesperado y terrible. Aquella noche, el humilde capataz iba a ser testigo de los horrores de la noche parisina, de las criaturas que se escondian en las sombras e iba a conocer el verdadero significado del miedo.
Al atajar por uno de los callejones que levaban al polígono donde se encontraba la fundición Vollan, se topó de frente con algo inesperado. Una sombra, no podía decir que fuera humana, a pesar de su apariencia antropomorfa. Tenía los ojos rojos, largos colmillos y la boca lena de sangre. En sus brazos, el cuerpo inerte de alguien a quien acababa de destrozar el cuello a mordiscos.
Se quedó durante unos momentos estático, sin saber qué pensar, sin ser capaz de asimilar lo que pasaba ante él. Hasta que, cuando sus ojos y los de aquella criatura se encontraron, comprendió que ese momento era el que filo entre la vida y la muerte.
Y corrió. Corrió con todas sus fuerzas, sin rumbo y a la desesperada. Por puro instinto. Hacia el único lugar que consideraba seguro, aunque luego se arrepintiera profundamente de ello. Corrió y corrió.
Hasta el portal de su casa.
Esa noche, antes de ir a la fábrica, se aseguró de dejar a los niños bien acompañados y protegidos en la seguridad de su morada. Y desvió sus pasos unos minutos para pasar por el orfanato, a ver si conseguía ver a Hania un momento y así se aseguraba de que la rubia estaba bien.
No se acordó hasta que se lo dijeron en la institución que regentaba su prometida -todavía se le hacía extraño pensar en ella como eso, su prometida-, que ésta se encontraba en un evento social junto a su tío. Cosas de ricos.
Frunció el ceño, porque no tenía claro cómo iba a encajar ese tipo de celebraciones en su vida. O cómo iba a encajar él en ese tipo de acontecimientos. Internamente, preferiría que Hania siguiera acudiendo sola a esos menesteres, pero si iba a ser su mujer, él tendría que desempeñar el papel que le cosrrespondería como marido. Por mucho que le disgustase la idea.
Gruñendo entre dientes por no haber podido asegurarse personalmente del buen estado de la muchacha y confiando en que su tío se encargaría de ello a la perfección, Clyven emprendió de nuevo el camino hacia el trabajo.
Sin embargo, aquella noche no llegaría a su destino como era habitual. Aquella noche su vida iba a dar un giro. Uno inesperado y terrible. Aquella noche, el humilde capataz iba a ser testigo de los horrores de la noche parisina, de las criaturas que se escondian en las sombras e iba a conocer el verdadero significado del miedo.
Al atajar por uno de los callejones que levaban al polígono donde se encontraba la fundición Vollan, se topó de frente con algo inesperado. Una sombra, no podía decir que fuera humana, a pesar de su apariencia antropomorfa. Tenía los ojos rojos, largos colmillos y la boca lena de sangre. En sus brazos, el cuerpo inerte de alguien a quien acababa de destrozar el cuello a mordiscos.
Se quedó durante unos momentos estático, sin saber qué pensar, sin ser capaz de asimilar lo que pasaba ante él. Hasta que, cuando sus ojos y los de aquella criatura se encontraron, comprendió que ese momento era el que filo entre la vida y la muerte.
Y corrió. Corrió con todas sus fuerzas, sin rumbo y a la desesperada. Por puro instinto. Hacia el único lugar que consideraba seguro, aunque luego se arrepintiera profundamente de ello. Corrió y corrió.
Hasta el portal de su casa.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
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