AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
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La voz del cuentacuentos. (Priv)
Recuerdo del primer mensaje :
Los pasos apresurados resonaban en la fría calma de la recepción del hospital. Había abierto las puertas empujando con la parte posterior de un hombro, aprovechando el peso de su cuerpo y el empuje de sus piernas, porque sus manos estaban ocupadas sosteniendo contra sí su preciada carga.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Stan se ahogaba. No sabía muy bien por qué, pero suponía que era consecuencia del catarro mal curado que había tenido el pequeño un par de semanas atrás. Le había dejado dormido, junto a su hermana mayor, ambos en la misma cama. Tenía que irse a trabajar y el turno de noche le obligaba a dejar a sus hijos solos. No le gustaba la idea, pero no tenía otro remedio. Había intentado compaginar otros horarios tras la muerte de Erin, pero al final había acabado asumiendo que sus opciones eran las que eran y tenía que apañarse.
Acababa de abrocharse las botas y echaba mano a la chaqueta cuando una asustada Elba apareció en la puerta de su dormitorio, descalza y apretando la tela de pequeñas florecillas de su camisón en un puño. Tenía apenas cinco años, la piel clara y pecosa y una abundante melena pelirroja. Se parecía tanto a Erin que se le encogía el corazón.
-¿Qué?
-Papá, Stan está haciendo cosas raras y está muy caliente.
No le gustó cómo sonaba aquello, porque Elba era una niña pequeña, pero lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo no era normal. Dejó la chaqueta tirada en la cama sin hacer y dejó que su hija le arrastrase de la mano hasta la habitación del pequeño.
Lo encontraron con los ojos como platos, sin ser capaz de romper a llorar, como si el aire no le entrase en los pulmones. Decir que se asustó sería quedarse demasiado corto.
-Ponte los zapatos y algo encima -cualquier cosa, no hacía falta ni que se vistiera.
Agarró al niño con la ropa de dormir y descalzo, cogió las llaves de la casa y esperó a que Elba llegase a su lado para salir con paso vivo hacia el hospital. Tenía unos veinte minutos caminando. Stan se agarraba a él y boqueaba. Su respiración no parecía suficiente para su pequeño cuerpecito, que hervía en fiebre. Tras él, Elba intentaba mantener el ritmo, vigilada, cada poco, por su padre. Lo último que necesitaba esa noche era que se perdiera.
En el hospital todo parecía demasiado tranquilo. Lógico, dadas las horas, pues la mayoría estaría ya durmiendo. Irrumpió, con la cara desencajada, Stan bastante asustado y Elba pegada a su pierna.
-No se quede ahí parada -le gruñó a la enfermera-. Vaya a buscar al médico.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Por suerte para ambos, el beso de Hania había pasado totalmente inadvertido. Y era mucho mejor así, porque Clyven no hubiera sabido reaccionar en consecuencia. No estaba habituado a las muestras de cariño de personas ajenas y le costaba interpretarlas. Sabía que había personas para las que el contacto era algo natural y sin importancia, otras que, como él, necesitaban tener un rodaje para llegar a ese punto. Así que, como no sabía qué clase de persona era la señorita Doe, era mucho más sencillo para ambos que el beso se hubiera perdido en los sueños.
Stan había pasado la noche regular, pero cuando llegó su padre, acurrucado contra su pecho, recuperó unas cuantas horas de sueño, permitiendo al capataz hacer lo propio, al no tener que encargarse de Elba gracias a Hania.
-Buenos días, señorita Doe. Sí, gracias.
-¡¡Papá, papá!! Mira qué trenzas más bonitas me ha hecho la señorita.
-Preciosas -respondió escuetamente, ganándose a cambio una enorme sonrisa y un abrazo de la pequeña pelirroja. Se le enterneció el gesto.
-Papá, ¿puede quedarse la señorita a comer con nosotros?
El capataz buscó la mirada de Hania antes de responder. Una leve curvatura en el lado izquierdo de la boca le hizo las veces de sonrisa.
-Eso deberías preguntárselo a ella. Y darle las gracias por las trenzas. Ah, y preguntarle qué quiere comer si acepta quedarse.
Elba abrió los ojos cargados de emoción. ¡¡Hania iba a quedarse a comer!! Porque papá había dado permiso y seguro que ella decía que sí. Soltó a su padre y se acercó de nuevo a Hania.
-Señorita Doe... ¿Se queda a comer? -sonrió, con esos ojitos que parecían decir "no puedes negarte y lo sabes."
Sin molestarse en ponerse algo más decente que el pijama, Clyven comenzó a trastear por la cocina para preparar algo con lo que llenar los estómagos. Sin embargo, su despensa no tenía grandes manjares. Había legumbres, algunas frutas, algo de verdura.
Se asomó de nuevo a la habitación que mantenía a oscuras.
-Elba, a vestirte.
-Pero estamos leyendo un cuento.
-Ahora.
Tenía que salir a comprar algunas cosas para poder ofrecerle a Hania un plato decente. Ya bastante abuso le suponía dejarla encerrada en su casa, a cargo de Stan, como para dejarle también a Elba. Se llevaría a la niña con él, aunque sólo fuera para que llevase el pan.
Cogió un pantalón, una camisa y los zapatos y salió a vestirse a la habitación de los niños. Cuando volviera, intentaría dejar la sala también a oscuras para que Hania pudiera abandonar la alcoba con seguridad.
Stan había pasado la noche regular, pero cuando llegó su padre, acurrucado contra su pecho, recuperó unas cuantas horas de sueño, permitiendo al capataz hacer lo propio, al no tener que encargarse de Elba gracias a Hania.
-Buenos días, señorita Doe. Sí, gracias.
-¡¡Papá, papá!! Mira qué trenzas más bonitas me ha hecho la señorita.
-Preciosas -respondió escuetamente, ganándose a cambio una enorme sonrisa y un abrazo de la pequeña pelirroja. Se le enterneció el gesto.
-Papá, ¿puede quedarse la señorita a comer con nosotros?
El capataz buscó la mirada de Hania antes de responder. Una leve curvatura en el lado izquierdo de la boca le hizo las veces de sonrisa.
-Eso deberías preguntárselo a ella. Y darle las gracias por las trenzas. Ah, y preguntarle qué quiere comer si acepta quedarse.
Elba abrió los ojos cargados de emoción. ¡¡Hania iba a quedarse a comer!! Porque papá había dado permiso y seguro que ella decía que sí. Soltó a su padre y se acercó de nuevo a Hania.
-Señorita Doe... ¿Se queda a comer? -sonrió, con esos ojitos que parecían decir "no puedes negarte y lo sabes."
Sin molestarse en ponerse algo más decente que el pijama, Clyven comenzó a trastear por la cocina para preparar algo con lo que llenar los estómagos. Sin embargo, su despensa no tenía grandes manjares. Había legumbres, algunas frutas, algo de verdura.
Se asomó de nuevo a la habitación que mantenía a oscuras.
-Elba, a vestirte.
-Pero estamos leyendo un cuento.
-Ahora.
Tenía que salir a comprar algunas cosas para poder ofrecerle a Hania un plato decente. Ya bastante abuso le suponía dejarla encerrada en su casa, a cargo de Stan, como para dejarle también a Elba. Se llevaría a la niña con él, aunque sólo fuera para que llevase el pan.
Cogió un pantalón, una camisa y los zapatos y salió a vestirse a la habitación de los niños. Cuando volviera, intentaría dejar la sala también a oscuras para que Hania pudiera abandonar la alcoba con seguridad.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
— No se preocupe señor Clyven, cualquier cosa me viene bien, no soy exigente con la comida.— básicamente toda le sabía a ceniza, así que no le importaba que le cocinase un faisán con salsas sofisticadas o unas lentejas.
Mientras padre e hija se fueron a comprar algunas cosas, aprovechó para calentar agua y bañar a Stan en la tina. Había sudado de la fiebre y el baño le sentaría bien, cuando acabó lo dejó jugando con un trenecito de madera. El olor a jabón se extendió por la casa y como ella también había perdido calor decidió sumergirse en el agua y de paso limpiarse la quemadura del brazo, el sol la había rozado provocandole ampollas dolorosas. No podía morir de infección, pero era molesto. El calor del agua le hizo recuperar un poco el color de las mejillas y la sensación cálida la hizo sentir mejor. Se vistió de nuevo anudandose en el brazo una venda para no dejar a la vista la herida, no quería que los niños se preocuparan.
Recogió la habitación, haciendo la cama y doblando la ropa, colococando casa cosa en su sitio y acariciando con las yemas de los dedos el pijama de Clyven. Se llevó la prenda a la nariz inspirando el olor del capataz y cerrando los ojos. ese hombre despertaba en ella un apetito voraz y no tenía claro que fuera sólo ganas de morderle el cuello, la removía de una forma que se asustaba de pensarlo; por su mente se sucedían unas imágenes que si tuviera que contarlas en voz alta se avergonzaría.
Elba y Clyven regresaron de la compra bien pasado el mediodía, estupendo, porque sólo quedaban unas pocas horas para el anochecer y podría irse a casa de Héctor, alimentarse bien y no ser más un peligro para esa familia.
— Lamento mucho ser un estorbo, ni siquiera puedo ayudarles en la cocina porque la ventana no tiene cortina que la cubra...— le dijo a Clyven desde el fondo del pasillo donde la luz apenas llegaba. Se había recogido la melena con un lápiz para que no se le mojase en la tina. La silueta de Clyven se recortaba contra la puerta de la entrada, ese perfil tan masculino, con su gran manaza sujetando gentilmente la de la niña, y non podía dejar de pensar que quería algo así para ella. Que de ser humana habría sido absolutamente feliz en un hogar así, con dos pequeños a los que cuidar y un hombre fuerte y sereno al que adorar. Pero no lo era, y esas cosas las tenía prohibidas. El mismo Héctor había permanecido milenios solo. Assur había estado milenios solo y ahora se emparejaba con alguien que era igual de monstruosa que él, porque los humanos no estaban hechos para los vampiros, y ella intuía que en su caso acabaría siendo igual, sola por toda la eternidad o relacionándose sólo con los que eran como ella.
Regresó al cuarto y se sentó sobre la cama frotandose las manos, tratando inútilmente de preservar el calor en ellas, ya que Stan había corrido con su padre y su hermana y los oía cacharrear en la cocina.
Mientras padre e hija se fueron a comprar algunas cosas, aprovechó para calentar agua y bañar a Stan en la tina. Había sudado de la fiebre y el baño le sentaría bien, cuando acabó lo dejó jugando con un trenecito de madera. El olor a jabón se extendió por la casa y como ella también había perdido calor decidió sumergirse en el agua y de paso limpiarse la quemadura del brazo, el sol la había rozado provocandole ampollas dolorosas. No podía morir de infección, pero era molesto. El calor del agua le hizo recuperar un poco el color de las mejillas y la sensación cálida la hizo sentir mejor. Se vistió de nuevo anudandose en el brazo una venda para no dejar a la vista la herida, no quería que los niños se preocuparan.
Recogió la habitación, haciendo la cama y doblando la ropa, colococando casa cosa en su sitio y acariciando con las yemas de los dedos el pijama de Clyven. Se llevó la prenda a la nariz inspirando el olor del capataz y cerrando los ojos. ese hombre despertaba en ella un apetito voraz y no tenía claro que fuera sólo ganas de morderle el cuello, la removía de una forma que se asustaba de pensarlo; por su mente se sucedían unas imágenes que si tuviera que contarlas en voz alta se avergonzaría.
Elba y Clyven regresaron de la compra bien pasado el mediodía, estupendo, porque sólo quedaban unas pocas horas para el anochecer y podría irse a casa de Héctor, alimentarse bien y no ser más un peligro para esa familia.
— Lamento mucho ser un estorbo, ni siquiera puedo ayudarles en la cocina porque la ventana no tiene cortina que la cubra...— le dijo a Clyven desde el fondo del pasillo donde la luz apenas llegaba. Se había recogido la melena con un lápiz para que no se le mojase en la tina. La silueta de Clyven se recortaba contra la puerta de la entrada, ese perfil tan masculino, con su gran manaza sujetando gentilmente la de la niña, y non podía dejar de pensar que quería algo así para ella. Que de ser humana habría sido absolutamente feliz en un hogar así, con dos pequeños a los que cuidar y un hombre fuerte y sereno al que adorar. Pero no lo era, y esas cosas las tenía prohibidas. El mismo Héctor había permanecido milenios solo. Assur había estado milenios solo y ahora se emparejaba con alguien que era igual de monstruosa que él, porque los humanos no estaban hechos para los vampiros, y ella intuía que en su caso acabaría siendo igual, sola por toda la eternidad o relacionándose sólo con los que eran como ella.
Regresó al cuarto y se sentó sobre la cama frotandose las manos, tratando inútilmente de preservar el calor en ellas, ya que Stan había corrido con su padre y su hermana y los oía cacharrear en la cocina.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 11/02/2017
Localización : perdida entre las nieblas de su mente
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Elba protestó un poco, pero acabó por acompañar a su padre, agarrada a su mano, que envolvía completamente la de la niña, mucho más pálida y pequeña. Fueron a por pan y queso, a por carne y algo de verdura. No iba a ser un banquete como el que seguramente Hania estuviera acostumbrada a disfrutar en casa de su tío, pero era lo que podía permitirse dada la premura y sus escasas dotes culinarias.
Al regresar, Clyven mandó a Elba a jugar con Stan para centrarse en la cocina. Se quitó la chaqueta y se quedó en mangas de camisa, con éstas subidas hasta los codos. Se movía con seguridad en la cocina, no era un gran chef, pero se defendía lo suficiente como para alimentar bien a sus hijos. Sólo se escuchaba el sonido del cuchillo contra la madera de la tabla.
La voz de Hania le llegó como un susurro. Al principio le costó entenderla incluso, porque estaba bastante concentrado. Pero el timbre de la rubia atraía su atención sin remedio, como un canto de sirena.
-No se preocupe, señorita Doe. Usted ya ha hecho bastante por esta familia.
Su voz sonó bastante formal, casi como le hablaba en el orfanato, mientras daba órdenes a sus hombres. Pero cuando se giró para mirarla, con el pelo recogido y húmedo en los mechones rebeldes que habían escapado de su improvisado moño, el cuchillo que tenía en la mano se le escurrió hasta el suelo. Apartó la mirada al momento y se agachó a recogerlo. No debía ni mirarla...
Por suerte para él, el pequeño pelirrojo hizo su aparición y le supuso una oportuna distracción. Se le agarró a la pierna y le miró hacia arriba, con esos enormes ojazos, pidiendole un trozo de pan. Cortó el pico de un pellizco y se lo dio.
-Toma. Pero sólo esto, que luego no comes. Ve a jugar con Elba y haz caso a la señorita Doe.
Obedientes, los niños fueron a reunirse con Hania, ajenos a que en la cocina, en silencio, su padre daba gracias y maldecía al tiempo que estuvieran allí. Porque, de no estarlo, seguramente acabaría haciendo algo imprudente, osado e inapropiado. Algo como robarle un beso a la rubia.
Al regresar, Clyven mandó a Elba a jugar con Stan para centrarse en la cocina. Se quitó la chaqueta y se quedó en mangas de camisa, con éstas subidas hasta los codos. Se movía con seguridad en la cocina, no era un gran chef, pero se defendía lo suficiente como para alimentar bien a sus hijos. Sólo se escuchaba el sonido del cuchillo contra la madera de la tabla.
La voz de Hania le llegó como un susurro. Al principio le costó entenderla incluso, porque estaba bastante concentrado. Pero el timbre de la rubia atraía su atención sin remedio, como un canto de sirena.
-No se preocupe, señorita Doe. Usted ya ha hecho bastante por esta familia.
Su voz sonó bastante formal, casi como le hablaba en el orfanato, mientras daba órdenes a sus hombres. Pero cuando se giró para mirarla, con el pelo recogido y húmedo en los mechones rebeldes que habían escapado de su improvisado moño, el cuchillo que tenía en la mano se le escurrió hasta el suelo. Apartó la mirada al momento y se agachó a recogerlo. No debía ni mirarla...
Por suerte para él, el pequeño pelirrojo hizo su aparición y le supuso una oportuna distracción. Se le agarró a la pierna y le miró hacia arriba, con esos enormes ojazos, pidiendole un trozo de pan. Cortó el pico de un pellizco y se lo dio.
-Toma. Pero sólo esto, que luego no comes. Ve a jugar con Elba y haz caso a la señorita Doe.
Obedientes, los niños fueron a reunirse con Hania, ajenos a que en la cocina, en silencio, su padre daba gracias y maldecía al tiempo que estuvieran allí. Porque, de no estarlo, seguramente acabaría haciendo algo imprudente, osado e inapropiado. Algo como robarle un beso a la rubia.
Clyven- Humano Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 14/08/2017
Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
La comida desprendía un olor que en otro tiempo le resultaba delicioso, ahora sólo era agradable porque le contaba la historia de alguien que está preparando un obsequio con esmero, un acto cotidiano pero lleno de amor. Por eso le gustaba hacer galletas, porque eran un regalo, ponía en ellas su alma para luego regalarlas.
Aparecieron por la puerta con las bandejas de la comida, para los niños era una aventura comer en la alcoba, ya que Hania no podía salir de ella. Cuando vio sus caritas y los platos humeantes trató de sonreir, pero tenía por delante un buen reto. Menos mal que le pidió a Héctor que la enseñara a comer comida humana sin vomitar ni montar una escena. Se sentaron sobre la cama y Elba le explicó todos los pormenores del cocinado. La rubia tomó los cubiertos y realizó el acto reflejo de tomar aire, era la hora de la verdad. Cortó unos trozos y se los metió en la boca masticándolos y tragándolos, se concentró en que le supieran bien y le ordenó a su estómago que los dejase allí, al menos por un tiempo. Sonrió a la pelirroja.
— Está muy bueno, y estoy segura que es porque lo has hecho tú.— Miró de soslayo a Clyven, a ver si había notado algún gesto de tensión en ella; sus ojos siempre eran escrutadores, como si la atravesaran cada vez que la miraba. Se comió casi todo el plato, pero como era de tamaño medio, se excusó con que no era muy comedora, a la vista estaba por su delgadez. A continuación llegó el postre...¡Oh, no! ¿También tenía que comerse eso? tenía que hacer el esfuerzo, los niños estaban mirándola. Se metió un bocado entre los labios y puso los ojos en blanco.
— mmmmmm...está... buenísimo.— ¡madre del amor hermoso! que ese fuera el último plato, por favor. Internamente estaba dando gracias a Héctor por sus enseñanzas porque de no ser por él ya habría llenado el edredon de vómito sanguinolento. Retiraron los restos de la comida y fregaron los platos mientras la rubia hacía acopio de resistencia para guardar toda esa comida dentro de su cuerpo. Según le había dicho Héctor, se acababa desintegrando en cenizas. Cuando regresaron con ella alzó la vista hacia la pequeña familia y sonrió, a pesar del mal trago de la comida, habían comido juntos, como si fuerab lo normal.
— Señor Clyven, si quiere descansar un poco le hará bien, también a Stan, que aún está un poco caliente, yo puedo quedarme con Elba bordando un rato hasta que baje el sol y venga Alida.
Cuando la muchacha viniera a quedarse con los niños y Clyven se fuera a trabajar, ella podría regresar a la mansión y beber un poco de Tyler para no descontrolarse, además de curar su quemadura solar. Sabía que Johari estaba fuera en el carruaje, lo podía sentir, y en nada tocaría a la puerta para asegurarse de que saldría al anochecer. Todavía no había terminado de pensarlo y el ayudante de Héctor llamó al timbre.
— ¿La señorita Doe se encuentra bien? vengo a decirle que la esperaré aquí para cuando pueda salir.
Héctor sabía que estaba bien, se lo había dicho mentalmente, pero aún así, agradecía su preocupación y que mandase a alguien a por ella. Tenía mucho que hacer en el Orfanato, pero esa noche la cogería de descanso, no quería forzarse y acabar perdiendo el control. El olor de Clyven la estaba enloqueciendo de hambre y lo que no era hambre. Si los niños no estuvieran tenía serias dudas de lo que habría podido llegar a hacer. Dudas que la avergonzaban profundamente, porque no quería molestar al capataz, ni que se viera obligado a rechazarla por niñata impulsiva.
Aparecieron por la puerta con las bandejas de la comida, para los niños era una aventura comer en la alcoba, ya que Hania no podía salir de ella. Cuando vio sus caritas y los platos humeantes trató de sonreir, pero tenía por delante un buen reto. Menos mal que le pidió a Héctor que la enseñara a comer comida humana sin vomitar ni montar una escena. Se sentaron sobre la cama y Elba le explicó todos los pormenores del cocinado. La rubia tomó los cubiertos y realizó el acto reflejo de tomar aire, era la hora de la verdad. Cortó unos trozos y se los metió en la boca masticándolos y tragándolos, se concentró en que le supieran bien y le ordenó a su estómago que los dejase allí, al menos por un tiempo. Sonrió a la pelirroja.
— Está muy bueno, y estoy segura que es porque lo has hecho tú.— Miró de soslayo a Clyven, a ver si había notado algún gesto de tensión en ella; sus ojos siempre eran escrutadores, como si la atravesaran cada vez que la miraba. Se comió casi todo el plato, pero como era de tamaño medio, se excusó con que no era muy comedora, a la vista estaba por su delgadez. A continuación llegó el postre...¡Oh, no! ¿También tenía que comerse eso? tenía que hacer el esfuerzo, los niños estaban mirándola. Se metió un bocado entre los labios y puso los ojos en blanco.
— mmmmmm...está... buenísimo.— ¡madre del amor hermoso! que ese fuera el último plato, por favor. Internamente estaba dando gracias a Héctor por sus enseñanzas porque de no ser por él ya habría llenado el edredon de vómito sanguinolento. Retiraron los restos de la comida y fregaron los platos mientras la rubia hacía acopio de resistencia para guardar toda esa comida dentro de su cuerpo. Según le había dicho Héctor, se acababa desintegrando en cenizas. Cuando regresaron con ella alzó la vista hacia la pequeña familia y sonrió, a pesar del mal trago de la comida, habían comido juntos, como si fuerab lo normal.
— Señor Clyven, si quiere descansar un poco le hará bien, también a Stan, que aún está un poco caliente, yo puedo quedarme con Elba bordando un rato hasta que baje el sol y venga Alida.
Cuando la muchacha viniera a quedarse con los niños y Clyven se fuera a trabajar, ella podría regresar a la mansión y beber un poco de Tyler para no descontrolarse, además de curar su quemadura solar. Sabía que Johari estaba fuera en el carruaje, lo podía sentir, y en nada tocaría a la puerta para asegurarse de que saldría al anochecer. Todavía no había terminado de pensarlo y el ayudante de Héctor llamó al timbre.
— ¿La señorita Doe se encuentra bien? vengo a decirle que la esperaré aquí para cuando pueda salir.
Héctor sabía que estaba bien, se lo había dicho mentalmente, pero aún así, agradecía su preocupación y que mandase a alguien a por ella. Tenía mucho que hacer en el Orfanato, pero esa noche la cogería de descanso, no quería forzarse y acabar perdiendo el control. El olor de Clyven la estaba enloqueciendo de hambre y lo que no era hambre. Si los niños no estuvieran tenía serias dudas de lo que habría podido llegar a hacer. Dudas que la avergonzaban profundamente, porque no quería molestar al capataz, ni que se viera obligado a rechazarla por niñata impulsiva.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
El capataz no se percató de los esfuerzos de Hania por pasar la comida. En su mundo humano y corriente, ella no era más que una señorita de clase alta con una extraña afección en la piel. Tal vez intuyó que las palabras que le dedicaba a los niños eran en parte falsas y que el sabor de la comida no era tan delicioso como quería hacerles ver, por no herir sus sentimientos. Él también estaba comiendo los mismos platos y, si bien eran aceptables, desde luego no los calificaría como manjares.
Lo dejó correr, por los niños, que estaban encantados con la presencia de la rubia, y por la deferencia que ella estaba teniendo cuando, acostumbrada a los manjares que seguramente servirian en la mansión Fortier, se conformaba con aquella comida que él podia ofrecerle. Ja, soltó una carcajada sarcástica en su mente, seguramente lo que él servía como plato principal fuera peor que los restos que retiraban de su mesa habitualmente.
Sintió una punzada en la boca del estómago; la brecha entre ellos eran innegable. Hania se codeaba con la flor y nata de la sociedad parisina, estaba al frente de un orfanato que su tio construía sólo por darle el capricho, lucía vestidos bonitos, tenía la piel pálida y suave como la seda...
Y él solo era un viudo de clase media que se dejaba el lomo para sacar adelante a sus dos hijos pequeños, con las manos rudas y callosas, de piel curtida y poco cuidada... No estaba hacha la miel para la boca del asno. Y allí estaba claro que la rubia era la miel y él era el asno.
Dio gracias al cielo cuando vinieron a recogerla, porque tenerla allí todo el día, tan dulce, tan bonita, tan entregada a sus hijos, tan tierna y maternal, tan perfecta... le hervia la sangre y tenia que morderse la lengua para evitar morderla a ella, para no deslizar la mano entre esas telas y alcanzar su piel.
La ausencia de Hania en esas horas fue un bálsamo que le permitió retroalimentar la realidad. Sólo era una muchacha generosa, que por algún azar de la vida se había encariñado con sus hijos. Para ellos era una figura maternal que realmente necesitaban. Fin.
Fin de la historia.
O asi debería ser.
Pero como la vida era cruel y despiadada, volvía a ponérsela en los morros una y otra vez, con esa tierna sonrisa con la que llegaba a su puerta a preguntar por los niños, a pasar un rato con ellos. Esa noche se había acercado hasta allí para asegurarse de que Stan estaba totalmente recuperado y para hacerles compañía hasta la llegada de la niñera.
Por supuesto, la llegada de la niñera implicaba que Hania se dirigiría hacia el orfanato para vigilar el avance de las obras de acondicionamiento. ¿Y quién trabajaba en ese turno, en el mismo lugar, controlando a los hombres de la fundición Vollan mientras descargaban el material y se afanaban en colocar correctamente las vigas? Exacto. Él.
Gruñó contrariado, puesto que todo el camino hacia el orfanato iría en compañía de Hania. Todo el camino rumiando en su mente lo mucho que le gustaba esa mujer y lo lejos que estaba de su alcance. Bien, ¿podía empezar mejor la jornada?
Sí, podía. Podía llover. Esa fina llovizna que muchos llaman calabobos y que comenzó a caer cuando apenas llevaban un par de calles de camino al orfanato. Sin mediar palabras al respecto, el capataz se despojó del abrigo que llevaba y lo dejó caer pesadamente sobre los hombros de Hania, sin opción a réplica.
Lo dejó correr, por los niños, que estaban encantados con la presencia de la rubia, y por la deferencia que ella estaba teniendo cuando, acostumbrada a los manjares que seguramente servirian en la mansión Fortier, se conformaba con aquella comida que él podia ofrecerle. Ja, soltó una carcajada sarcástica en su mente, seguramente lo que él servía como plato principal fuera peor que los restos que retiraban de su mesa habitualmente.
Sintió una punzada en la boca del estómago; la brecha entre ellos eran innegable. Hania se codeaba con la flor y nata de la sociedad parisina, estaba al frente de un orfanato que su tio construía sólo por darle el capricho, lucía vestidos bonitos, tenía la piel pálida y suave como la seda...
Y él solo era un viudo de clase media que se dejaba el lomo para sacar adelante a sus dos hijos pequeños, con las manos rudas y callosas, de piel curtida y poco cuidada... No estaba hacha la miel para la boca del asno. Y allí estaba claro que la rubia era la miel y él era el asno.
Dio gracias al cielo cuando vinieron a recogerla, porque tenerla allí todo el día, tan dulce, tan bonita, tan entregada a sus hijos, tan tierna y maternal, tan perfecta... le hervia la sangre y tenia que morderse la lengua para evitar morderla a ella, para no deslizar la mano entre esas telas y alcanzar su piel.
La ausencia de Hania en esas horas fue un bálsamo que le permitió retroalimentar la realidad. Sólo era una muchacha generosa, que por algún azar de la vida se había encariñado con sus hijos. Para ellos era una figura maternal que realmente necesitaban. Fin.
Fin de la historia.
O asi debería ser.
Pero como la vida era cruel y despiadada, volvía a ponérsela en los morros una y otra vez, con esa tierna sonrisa con la que llegaba a su puerta a preguntar por los niños, a pasar un rato con ellos. Esa noche se había acercado hasta allí para asegurarse de que Stan estaba totalmente recuperado y para hacerles compañía hasta la llegada de la niñera.
Por supuesto, la llegada de la niñera implicaba que Hania se dirigiría hacia el orfanato para vigilar el avance de las obras de acondicionamiento. ¿Y quién trabajaba en ese turno, en el mismo lugar, controlando a los hombres de la fundición Vollan mientras descargaban el material y se afanaban en colocar correctamente las vigas? Exacto. Él.
Gruñó contrariado, puesto que todo el camino hacia el orfanato iría en compañía de Hania. Todo el camino rumiando en su mente lo mucho que le gustaba esa mujer y lo lejos que estaba de su alcance. Bien, ¿podía empezar mejor la jornada?
Sí, podía. Podía llover. Esa fina llovizna que muchos llaman calabobos y que comenzó a caer cuando apenas llevaban un par de calles de camino al orfanato. Sin mediar palabras al respecto, el capataz se despojó del abrigo que llevaba y lo dejó caer pesadamente sobre los hombros de Hania, sin opción a réplica.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Tras aquel día extraño había estado pensando sin cesar en lo ocurrido. Aunque trató de dormir, no paraban de sucederse imágenes en su mente: el perfil de Clyven dormido, el acero de sus ojos al vigilar a Stan, el cansancio que se reflejaba en las arrugas de su ceño fruncido, la ternura de sus labios cuando besaba la cabecita de sus hijos...y ese aroma que la enloquecía, le despertaba un hambre voraz y atenazaba su cuerpo bajo el ombligo. Se sintió mejor tras beber y descansar y por ese motivo decidió pasar a ver qué tal seguía el pequeño hasta que llegase la joven que los acompañaría durante la noche. Salieron al exterior y pensó que Clyven se dirigiría a la fundición, pero casualidades de la vida, esa noche trabajaban en el orfanato, así que caminaron unas cuantas manzanas hasta el imponente edificio que ya iba cobrando forma.
La lluvia los sorprendió y galantemente, el capataz la envolvió en su abrigo. Iba a decirle que no hacía falta, que ella por desgracia ya no sentía nada, sólo el frío perpetuo, y además no podía enfermar; pero eso era un tema que aún no podía hablar con él. ¿"Aún"? ¿es que quizás albergaba la esperanza de poder decírselo algun dia? no, no. Si lo hacía seguramente Clyven cogería a su familia y se alejarían de ella cuanto más lejos mejor.
— le... invitaría a un café, pero tendré que hacerlo yo y no sé si estará tan bueno. La cocinera está de vacaciones, se casa pasado mañana.— sabía que Clyven no era muy hablador, tampoco es que a ella le molestase el silencio, pero a veces se sentía mejor si hablaba y todo parecía normal y cotidiano.— a veces me pregunto cómo debe ser ese momento, cómo alguien se puede dar cuenta de que quiere pasar el resto de su vida con esa persona. Mi tío es viudo, como usted, y siempre dice que jamás amará a nadie como amó a su esposa. Quizás por eso no está interesado en matrimonios de conveniencia, ni para él ni para mi.— sin darse cuenta, estaba reflexionando en voz alta sobre cosas que probablemente al capataz le dieran igual.— lo siento...son boberías mías, seguramente a usted esto le suene a tonterías, yo... no sé mucho de estos temas, pero sí sé que no podría vivir toda mi vida al lado de alguien al que no amase. La vida es cruel y cada día puede ser el último ¿por qué malgastarlo asi? Cuando estoy con Elba, Stan y usted es como...sentir el sol en la cara.
Ups...estaba pisando terreno cenagoso. Desvió los ojos y se arrebujó en el interior del abrigo divisando la verja del orfanato. Atravesaron las puertas y se dirigieron a las cocinas donde la rubia se desprendió del abrigo con cierta pereza, le gustaba sentirlo encima, oliendo a Clyven y a polvos de talco. Puso la cafetera como recordaba que era, aunque no estaba muy segura y le acercó las dos piezas al capataz.
— ¿Me lo puede enroscar?.— en realidad ella tenía mucha más fuerza por su naturaleza vampírica pero nunca lo recordaba.
La lluvia los sorprendió y galantemente, el capataz la envolvió en su abrigo. Iba a decirle que no hacía falta, que ella por desgracia ya no sentía nada, sólo el frío perpetuo, y además no podía enfermar; pero eso era un tema que aún no podía hablar con él. ¿"Aún"? ¿es que quizás albergaba la esperanza de poder decírselo algun dia? no, no. Si lo hacía seguramente Clyven cogería a su familia y se alejarían de ella cuanto más lejos mejor.
— le... invitaría a un café, pero tendré que hacerlo yo y no sé si estará tan bueno. La cocinera está de vacaciones, se casa pasado mañana.— sabía que Clyven no era muy hablador, tampoco es que a ella le molestase el silencio, pero a veces se sentía mejor si hablaba y todo parecía normal y cotidiano.— a veces me pregunto cómo debe ser ese momento, cómo alguien se puede dar cuenta de que quiere pasar el resto de su vida con esa persona. Mi tío es viudo, como usted, y siempre dice que jamás amará a nadie como amó a su esposa. Quizás por eso no está interesado en matrimonios de conveniencia, ni para él ni para mi.— sin darse cuenta, estaba reflexionando en voz alta sobre cosas que probablemente al capataz le dieran igual.— lo siento...son boberías mías, seguramente a usted esto le suene a tonterías, yo... no sé mucho de estos temas, pero sí sé que no podría vivir toda mi vida al lado de alguien al que no amase. La vida es cruel y cada día puede ser el último ¿por qué malgastarlo asi? Cuando estoy con Elba, Stan y usted es como...sentir el sol en la cara.
Ups...estaba pisando terreno cenagoso. Desvió los ojos y se arrebujó en el interior del abrigo divisando la verja del orfanato. Atravesaron las puertas y se dirigieron a las cocinas donde la rubia se desprendió del abrigo con cierta pereza, le gustaba sentirlo encima, oliendo a Clyven y a polvos de talco. Puso la cafetera como recordaba que era, aunque no estaba muy segura y le acercó las dos piezas al capataz.
— ¿Me lo puede enroscar?.— en realidad ella tenía mucha más fuerza por su naturaleza vampírica pero nunca lo recordaba.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
-Estará delicioso -atajó.
Porque se lo iba a beber aunque fuera el peor brebaje del mundo, sólo por no ver un brillo triste en esos ojos claros. No podía evitarlo, la inocencia que reflejaban los ojos de Hania le provocaban una imperiosa necesidad de protección. Aunque no de la misma forma que le salía proteger a Elba; Hania ya tenía quien se encargara de eso. Era algo difícil de explicar, porque tampoco estaba enamorado de ella como lo había estado de Erin, pero sentia que podía llegar a quererla.
Ya la deseaba, aunque era consciente de que estaba fuera de su alcance. Quizás era que llevaba demasiado tiempo solo y centrado en sus hijos y de repente le surgían todos esos instintos. Pero era dueño de sus actos y sabía respetar los limites. Hania era una mujer preciosa, dulce y se habia encariñado con sus hijos. Además, era de algún modo su jefa actualmente, porque había contratado los servicios de Vollan y Vollan había delegado en él, así que era el capataz el encargado de hacer que todo se ajustara a los deseos de la rubia.
-Lo sabes -era así de simple, no podía explicarlo, porque no era bueno con las palabras o con los sentimientos, pero sí tenía eso claro. Se sabía, se sentía, era algo que le latía bajo la piel, que no atendía a razones sino que explotaba y se extiende por cada rincón de su ser-. Su tío tiene una posición lo suficientemente importante para permitirse pasar por encima de las conveniencias.
Y para permitírselo a ella, por supuesto. Pero eso no implicaba que él pudiera tener opciones con aquella mujer. Quizás no estaría avocada a un matrimonio acordado, pero estaba más que seguro de que tenía pretendientes con ofertas más interesantes que la que él pudiera llegar a hacerle, si se diera el hipotético caso de que eso pasara fuera de sus fantasías.
¿Qué podía ofrecer él a alguien como ella? Nada que mereciera la pena considerar.
Recuperó su abrigo y lo dejó sobre el respaldo de una silla para tener las manos libres. Apretó la rosca y se lo devolvió a Hania en silencio. Tampoco había mucho más que añadir, ya había empleado muchas palabras ese día.
Porque se lo iba a beber aunque fuera el peor brebaje del mundo, sólo por no ver un brillo triste en esos ojos claros. No podía evitarlo, la inocencia que reflejaban los ojos de Hania le provocaban una imperiosa necesidad de protección. Aunque no de la misma forma que le salía proteger a Elba; Hania ya tenía quien se encargara de eso. Era algo difícil de explicar, porque tampoco estaba enamorado de ella como lo había estado de Erin, pero sentia que podía llegar a quererla.
Ya la deseaba, aunque era consciente de que estaba fuera de su alcance. Quizás era que llevaba demasiado tiempo solo y centrado en sus hijos y de repente le surgían todos esos instintos. Pero era dueño de sus actos y sabía respetar los limites. Hania era una mujer preciosa, dulce y se habia encariñado con sus hijos. Además, era de algún modo su jefa actualmente, porque había contratado los servicios de Vollan y Vollan había delegado en él, así que era el capataz el encargado de hacer que todo se ajustara a los deseos de la rubia.
-Lo sabes -era así de simple, no podía explicarlo, porque no era bueno con las palabras o con los sentimientos, pero sí tenía eso claro. Se sabía, se sentía, era algo que le latía bajo la piel, que no atendía a razones sino que explotaba y se extiende por cada rincón de su ser-. Su tío tiene una posición lo suficientemente importante para permitirse pasar por encima de las conveniencias.
Y para permitírselo a ella, por supuesto. Pero eso no implicaba que él pudiera tener opciones con aquella mujer. Quizás no estaría avocada a un matrimonio acordado, pero estaba más que seguro de que tenía pretendientes con ofertas más interesantes que la que él pudiera llegar a hacerle, si se diera el hipotético caso de que eso pasara fuera de sus fantasías.
¿Qué podía ofrecer él a alguien como ella? Nada que mereciera la pena considerar.
Recuperó su abrigo y lo dejó sobre el respaldo de una silla para tener las manos libres. Apretó la rosca y se lo devolvió a Hania en silencio. Tampoco había mucho más que añadir, ya había empleado muchas palabras ese día.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
No podía decirle que su tio llevaba milenios solo a pesar de tener toda la fortuna del mundo y que él en cambio había conocido la felicidad con su mujer y sus hijos, algo que ellos tenían vetado como criaturas de la noche. Hizo el café y colocó unas pastas en un plato con una servilleta. Lo sirvió en unaz tazas, aunque ella apenas le daría un sorbo y se sentó frente a él manteniedo las manos en la loza para absorber su calor.
— A veces la vida nos arrebata las fuerzas. Pero luego nos da más razones para seguir adelante... Muchas veces lo que deseamos y lo que nos conviene no es lo mismo y yo me pregunto qué es mejor. Si hacer caso a la razón o al corazón.— sabía que no debería hablar con él, que no debería suspirar por él porque era humano y ajeno a su mundo, y así debería seguir, nadando en la ignorancia y siendo feliz con sus hijos, pero no podía evitarlo.— Señor Clyven, pronto las obras estarán acabadas y...no podré disfrutar de su compañía tan a menudo y... ni siquiera sé qué pretendía decirle...— se rascó la sien tratando de recuperar el hilo de sus propios pensamientos.— creo que...le echaré mucho de menos aunque... si usted quiere podría llevarle un café algun dia o... lo que quiera.
O besarle cuando esté dormido, o inspirar el dulce aroma que desprendía su piel y que le erizaba el vello, o imaginar en la oscuridad que su mano acaricia el corto cabello del capataz tendidos en la cama. Cerró los ojos un segundo tratando de espantar esas imágenes de su pensamiento. ¿Por qué no le decía ya que le gustaba? oh, no! se moriría de vergüenza en el acto. Él era un hombre curtido y sensato, serio, callado...y ella una cría con la cabeza llena de pájaros, a la par que un monstruo ávido de sangre.
— A veces la vida nos arrebata las fuerzas. Pero luego nos da más razones para seguir adelante... Muchas veces lo que deseamos y lo que nos conviene no es lo mismo y yo me pregunto qué es mejor. Si hacer caso a la razón o al corazón.— sabía que no debería hablar con él, que no debería suspirar por él porque era humano y ajeno a su mundo, y así debería seguir, nadando en la ignorancia y siendo feliz con sus hijos, pero no podía evitarlo.— Señor Clyven, pronto las obras estarán acabadas y...no podré disfrutar de su compañía tan a menudo y... ni siquiera sé qué pretendía decirle...— se rascó la sien tratando de recuperar el hilo de sus propios pensamientos.— creo que...le echaré mucho de menos aunque... si usted quiere podría llevarle un café algun dia o... lo que quiera.
O besarle cuando esté dormido, o inspirar el dulce aroma que desprendía su piel y que le erizaba el vello, o imaginar en la oscuridad que su mano acaricia el corto cabello del capataz tendidos en la cama. Cerró los ojos un segundo tratando de espantar esas imágenes de su pensamiento. ¿Por qué no le decía ya que le gustaba? oh, no! se moriría de vergüenza en el acto. Él era un hombre curtido y sensato, serio, callado...y ella una cría con la cabeza llena de pájaros, a la par que un monstruo ávido de sangre.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Probó el café. Normal. No diría que era el mejor que había probado, pero estaba bien. Tampoco era muy exigente con esas cosas. No probó las pastas de momento.
-La vida es dura -típico, tópico, pero verdad. La dejó seguir hablando, porque él no era hombre de muchas palabras y porque le gustaba la voz de la rubia. Tenía voz de cuentacuentos, de ésas que te transportan a escenarios mejores que el mundo real. Le gustaría oir de su boca cuentos en casa, observando desde un discreto rincón cómo sus hijos disfrutaban de la historia. Pero eso no sería posible, ni adecuado-. Nosotros también -la echarían de menos, sobre todo los pequeños. Aunque él también. Más de lo que quería reconocer, porque reconocerlo implicaba aceptar otras cosas. Cosas que no debían pasar.
Se tomó un momento para pensar y ocultó su gesto tras la taza al beber. La idea de Hania preparándole café cada tarde se le antojaba tentadora, pero no podía aceptar. No cuando eso implicaría tenerla cerca y eso podría llevarle a una situación comprometida.
Él era hombre, viudo, de clase media, no tenía los rígidos cánones sociales a los que se enfrenteba ella y por mucho que su tío le diera manga ancha, dudaba que él pudiera entrar por ella.
-No sé si sería apropiado. Usted tiene una reputación que mantener, señorita, y dudo que pasar tiempo en casa de un hombre viudo... No quisiera causarle problemas.
Demasiadas palabras juntas y todas cargadas de mentira, porque sus pensamientos gritaban justo lo contrario, que quería que le hiciera café, la cena, el desayuno y lo que fuera.
-La vida es dura -típico, tópico, pero verdad. La dejó seguir hablando, porque él no era hombre de muchas palabras y porque le gustaba la voz de la rubia. Tenía voz de cuentacuentos, de ésas que te transportan a escenarios mejores que el mundo real. Le gustaría oir de su boca cuentos en casa, observando desde un discreto rincón cómo sus hijos disfrutaban de la historia. Pero eso no sería posible, ni adecuado-. Nosotros también -la echarían de menos, sobre todo los pequeños. Aunque él también. Más de lo que quería reconocer, porque reconocerlo implicaba aceptar otras cosas. Cosas que no debían pasar.
Se tomó un momento para pensar y ocultó su gesto tras la taza al beber. La idea de Hania preparándole café cada tarde se le antojaba tentadora, pero no podía aceptar. No cuando eso implicaría tenerla cerca y eso podría llevarle a una situación comprometida.
Él era hombre, viudo, de clase media, no tenía los rígidos cánones sociales a los que se enfrenteba ella y por mucho que su tío le diera manga ancha, dudaba que él pudiera entrar por ella.
-No sé si sería apropiado. Usted tiene una reputación que mantener, señorita, y dudo que pasar tiempo en casa de un hombre viudo... No quisiera causarle problemas.
Demasiadas palabras juntas y todas cargadas de mentira, porque sus pensamientos gritaban justo lo contrario, que quería que le hiciera café, la cena, el desayuno y lo que fuera.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
¿Cambiaría algo que si le dijera que Héctor estaba deseoso de que pasase algo ya entre ellos? aunque la alentaba a tratarlo como una mascota, como un experimento, pero el caso es que no podía estar más de acuerdo. Escuchó sus pensamientos y no pudo evitar entristecerse. ¿A eso se reducía el problema? ¿a la diferencia de clases?
— lo que diga la gente...yo...— se sentó frente a él y tomó entre las manos una servilleta que dobló y desdobló de forma compulsiva, repitiendo el movimiento varias veces.— ... viví en una alcantarilla... tres años. Comía basura y sólo deseaba... morir. Que acabase el tormento y el miedo. Sé lo que murmuran de mi y de mi tio...cosas horribles que no son verdad...así que la gente dirá lo que quiera porque siempre es así, pero no me importa en absoluto. Esa gente no estuvo ahí para impedir que...— las manos comenzaron a temblarle recordando el ataque del orfanato de Saint Clemence. Los recuerdos se arremolinaban frescos en su mente, pero algun tipo de piloto automático conseguía que no contase la verdad completa.— los matasen a todos. La masacre del orfanato cinco años atrás...sólo yo sigo viva...Assur me recogió y después encontré a mi tio.— cerró los ojos con fuerza tratando de espantar esos recuerdos, la sensación de tener un agujero en el estómago y la cabeza dando vueltas, el hedor de la podredumbre de la alcantarilla y el tacto de su propia piel reseca y acartonada, pegada al hueso, más criatura que persona.— No me interesa la sociedad, ni sus fiestas, ni las meriendas...sólo... sólo quiero por una vez en mi vida saber lo que es sentirme... Disculpe.— Se levantó con cierta brusquedad porque notaba que empezaba a perder el control de sus emociones y cuando eso sucedía era peligroso. Salió afuera y el aire frío de la noche calmó la vorágine que se desataba en su cerebro, exhaló el aire retenido y se frotó los ojos.
Clyven estaba en lo correcto, esas cosas desataban escándalos, la gente era así de imbécil, y el que no se podía permitir en nigun caso perder su puesto era él. No debía encapricharse del capataz ni de esos niños, porque por mucho que deseara una vida sencilla, su vida sería de todo menos eso, ahora dirigía un orfanato y el hombre que la hacía suspirar tenía unas creencias férreas en la estructura social victoriana y mucho que perder si decidía nadar a contracorriente.
¿Pero cómo olvidarlo? ¿cómo sacarlo de su cabeza? eso era tan complicado como pedir que apagase su sed de sangre.Había memorizado cada uno de los gestos de Clyven que había presenciado, sabía cuantas arrugas se le marcaban alrededor de los ojos cuando se reía con ganas y eso sólo sucedía cuando estaba con sus hijos. Podría enumerar de memoria cuántas pecas tenía en el antebrazo derecho y si al atarse las botas hacía una lazada o dos. No conocía su cuerpo, al menos la parte que siempre iba cubierta y casi podía dibujarlo en su cabeza, pues lo había visto con todas sus camisas, unas más prietas que otras. Pero no podía tocarlo, estaba tan lejano como la luna a la que suspiraba Héctor y de este modo la tortura se hacía más dolorosa. Lo merecía por monstruo, porque debería haber muerto y no ser lo que era.
— lo que diga la gente...yo...— se sentó frente a él y tomó entre las manos una servilleta que dobló y desdobló de forma compulsiva, repitiendo el movimiento varias veces.— ... viví en una alcantarilla... tres años. Comía basura y sólo deseaba... morir. Que acabase el tormento y el miedo. Sé lo que murmuran de mi y de mi tio...cosas horribles que no son verdad...así que la gente dirá lo que quiera porque siempre es así, pero no me importa en absoluto. Esa gente no estuvo ahí para impedir que...— las manos comenzaron a temblarle recordando el ataque del orfanato de Saint Clemence. Los recuerdos se arremolinaban frescos en su mente, pero algun tipo de piloto automático conseguía que no contase la verdad completa.— los matasen a todos. La masacre del orfanato cinco años atrás...sólo yo sigo viva...Assur me recogió y después encontré a mi tio.— cerró los ojos con fuerza tratando de espantar esos recuerdos, la sensación de tener un agujero en el estómago y la cabeza dando vueltas, el hedor de la podredumbre de la alcantarilla y el tacto de su propia piel reseca y acartonada, pegada al hueso, más criatura que persona.— No me interesa la sociedad, ni sus fiestas, ni las meriendas...sólo... sólo quiero por una vez en mi vida saber lo que es sentirme... Disculpe.— Se levantó con cierta brusquedad porque notaba que empezaba a perder el control de sus emociones y cuando eso sucedía era peligroso. Salió afuera y el aire frío de la noche calmó la vorágine que se desataba en su cerebro, exhaló el aire retenido y se frotó los ojos.
Clyven estaba en lo correcto, esas cosas desataban escándalos, la gente era así de imbécil, y el que no se podía permitir en nigun caso perder su puesto era él. No debía encapricharse del capataz ni de esos niños, porque por mucho que deseara una vida sencilla, su vida sería de todo menos eso, ahora dirigía un orfanato y el hombre que la hacía suspirar tenía unas creencias férreas en la estructura social victoriana y mucho que perder si decidía nadar a contracorriente.
¿Pero cómo olvidarlo? ¿cómo sacarlo de su cabeza? eso era tan complicado como pedir que apagase su sed de sangre.Había memorizado cada uno de los gestos de Clyven que había presenciado, sabía cuantas arrugas se le marcaban alrededor de los ojos cuando se reía con ganas y eso sólo sucedía cuando estaba con sus hijos. Podría enumerar de memoria cuántas pecas tenía en el antebrazo derecho y si al atarse las botas hacía una lazada o dos. No conocía su cuerpo, al menos la parte que siempre iba cubierta y casi podía dibujarlo en su cabeza, pues lo había visto con todas sus camisas, unas más prietas que otras. Pero no podía tocarlo, estaba tan lejano como la luna a la que suspiraba Héctor y de este modo la tortura se hacía más dolorosa. Lo merecía por monstruo, porque debería haber muerto y no ser lo que era.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Echó mano para retenerla allí, para acabar de escuchar aquellas palabras que le sonaban demasiado hermosas para ser ciertas. Esperanza, rebeldía, quizás el atisbo de una oportunidad. Sabía que desearla no era apropiado, que todos saldrían lastimados si la situación se torcía, que él perdería el poco corazón que había sobrevivido a la muerte de Erin, que ella quedaría marcada para sociedad, que la repudiaría y ningún caballero la querría si él la deshonraba, los niños perderían aquella figura que habían adoptado como sustituta de una madre que les fue arrancada demasiado pronto.
Todo era demasiado complicado y, sin embargo, ahí estaba ese pensamiento, esa idea descabellada de que podría salir algo más de aquella conversación. Hania quería sentirse viva. Él... quizás era lo único que podía ofrecerle.
Intentó atraparla pero se le escapó como arena entre los dedos, dejándole una sensación extraña y un dilema en la cabeza. Podía apurar aquel café y volver al trabajo, olvidar ese instante de luz en la penumbra de su vida. Podía seguir adelante con su mediocre existencia, en una lucha constante donde no habia un mísero remanso de paz.
O podría arriesgarse y tomar aquello que veladamente se le ofrecía, si no había entendido aquella situación completamente al revés. Era un riesgo demasiado grande, uno que tenía muchas posibilidades de acabar mal, pero...
Apuró el café.
Se levantó y salió tras Hania. La observó unos segundos, casi etérea bajo la luz de la luna. Parecía un hada de ésas de los cuentos que a veces les leía a los niños. Por un momento pensó que, si la tocaba, estallaría en millones de diminutos cristales de colores.
Pero su mano, grande, ruda y morena, tocó la suavidad de la tela que cubría ese hombro, blanco como la nieve. ¿Sería su piel igual de suave que aquel tejido? Seguramente más. Deseó recorrer cada rincón. No debía, pero igualmente lo deseó.
-No tengo nada que ofrecerle, señorita Doe. Nada más allá de problemas.
Oh, pero había un pero subyacente, patente en el tono abierto de la frase. No tenía nada que ofrecer a una mujer como ella, que ya poseía todo. Nada salvo él mismo. Y esas ganas arrolladoras de besarla. Si había un Dios en el cielo, haría que se marchara, que no le mirase. Porque si le ponía al alcance esa boca de labios inocentes... Iba a enseñarle lo viva que podía sentirse con un simple beso.
Todo era demasiado complicado y, sin embargo, ahí estaba ese pensamiento, esa idea descabellada de que podría salir algo más de aquella conversación. Hania quería sentirse viva. Él... quizás era lo único que podía ofrecerle.
Intentó atraparla pero se le escapó como arena entre los dedos, dejándole una sensación extraña y un dilema en la cabeza. Podía apurar aquel café y volver al trabajo, olvidar ese instante de luz en la penumbra de su vida. Podía seguir adelante con su mediocre existencia, en una lucha constante donde no habia un mísero remanso de paz.
O podría arriesgarse y tomar aquello que veladamente se le ofrecía, si no había entendido aquella situación completamente al revés. Era un riesgo demasiado grande, uno que tenía muchas posibilidades de acabar mal, pero...
Apuró el café.
Se levantó y salió tras Hania. La observó unos segundos, casi etérea bajo la luz de la luna. Parecía un hada de ésas de los cuentos que a veces les leía a los niños. Por un momento pensó que, si la tocaba, estallaría en millones de diminutos cristales de colores.
Pero su mano, grande, ruda y morena, tocó la suavidad de la tela que cubría ese hombro, blanco como la nieve. ¿Sería su piel igual de suave que aquel tejido? Seguramente más. Deseó recorrer cada rincón. No debía, pero igualmente lo deseó.
-No tengo nada que ofrecerle, señorita Doe. Nada más allá de problemas.
Oh, pero había un pero subyacente, patente en el tono abierto de la frase. No tenía nada que ofrecer a una mujer como ella, que ya poseía todo. Nada salvo él mismo. Y esas ganas arrolladoras de besarla. Si había un Dios en el cielo, haría que se marchara, que no le mirase. Porque si le ponía al alcance esa boca de labios inocentes... Iba a enseñarle lo viva que podía sentirse con un simple beso.
Última edición por Clyven el Miér Mar 21, 2018 1:38 pm, editado 1 vez
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Los sueños eran una tortura. ¿Para qué tener la capacidad de soñar si luego no se podían cumplir? albergar esperanzas de tener una vida más o menos "normal" era destructivo, como bien le advirtió Assur, eso no podría pasar jamás y empezaba a comprender lo que significaban sus palabras "eres la vergüenza de tu raza superior". Sufría enormemente por un humano que bien podría morir esa misma noche de un infarto, o de accidente o quizás en dos semanas agotado por una disentería. La frágil vida humana que sólo tenía una certeza: que algún día moriría y ni siquiera podían elegir cuándo.
No se esperaba su tacto en el hombro, quemaba, abrasaba a su paso y la agitaba como una hoja al viento. Se giró para enfrentar las miradas, a veces más sinceras que las palabras, y descubrió en la de Clyven un puntito de esperanza, una brizna minúscula de ilusión. De la misma forma que ella, no se había permitido a si mismo desear nada para él, ser egoista por un miserable segundo en su vida, pero el momento de serlo acababa de presentarse fugaz y quizás efímero. O lo tomaba o lo dejaba, pero si no era entonces, no sería nunca.
— Tener problemas es pasar la noche en el calabozo por estar en el lugar equivocado; estar con usted es como pasear bajo la lluvia rumbo a casa donde la chimenea está encendida. Ojalá los problemas fueran siempre así.
Elevó su mano hacia la mejilla de Clyven que la miraba con esa intensidad contenida, como si fuera un cazador nocturno acechando, presto a saltar sobre una pieza importante. De haber tenido corazón en el pecho, estaría desbocado, latiendo sin control, y a pesar de ser extraño, su mente reproducía la sensación, realista, golpeando en sus sienes, acelerando el tiempo y deteniéndolo a la vez en una pausa expectante.
No se esperaba su tacto en el hombro, quemaba, abrasaba a su paso y la agitaba como una hoja al viento. Se giró para enfrentar las miradas, a veces más sinceras que las palabras, y descubrió en la de Clyven un puntito de esperanza, una brizna minúscula de ilusión. De la misma forma que ella, no se había permitido a si mismo desear nada para él, ser egoista por un miserable segundo en su vida, pero el momento de serlo acababa de presentarse fugaz y quizás efímero. O lo tomaba o lo dejaba, pero si no era entonces, no sería nunca.
— Tener problemas es pasar la noche en el calabozo por estar en el lugar equivocado; estar con usted es como pasear bajo la lluvia rumbo a casa donde la chimenea está encendida. Ojalá los problemas fueran siempre así.
Elevó su mano hacia la mejilla de Clyven que la miraba con esa intensidad contenida, como si fuera un cazador nocturno acechando, presto a saltar sobre una pieza importante. De haber tenido corazón en el pecho, estaría desbocado, latiendo sin control, y a pesar de ser extraño, su mente reproducía la sensación, realista, golpeando en sus sienes, acelerando el tiempo y deteniéndolo a la vez en una pausa expectante.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Ojalá los problemas fueran siempre así.
El mundo estalló en millones de pedazos en un instante que pasó ante sus ojos muy lentamente, como si fuera eterno. La sensación de ver pasar la vida por delante cuando se estaba a punto de morir debía de ser muy similar a aquella. ¿Cómo iba a mantener la cordura? ¿Cómo iba a resistir la tentación cuando ésta le miraba con esos enormes ojos cargados de dulzura, cuando le hablaba con esa voz inocente? La tierra se abría bajo sus pies y notaba que caía a un abismo sin retorno.
Cerró los ojos un momento al sentir el tacto de los dedos pequeños y fríos contra la mejilla, rogando por que fueran una ilusión, por que, al abrirlos, Hania no estuviera frente a él y ese roce no fuera otra cosa que el viento de la noche parisina.
Pero no.
Allí estaba ella, preciosa, inalcanzable, con esos labios que le hacían desear pecar una y mil veces. Aunque hacerlo implicara meterse en problemas. Un hombre como él, con una dama como ella... No había futuro. Y, sin embargo, la tenía frente a él, mirándole a los ojos con la intensidad de una muda promesa, de estar los dos en la misma página, aunque fuera una página prohibida a ojos del mundo.
Incapaz de mantener la firmeza por más tiempo, Clyven dio un paso al frente, acercándose aún más a Hania, tanto que sus cuerpos se rozaban. Atrapó la mano de la joven con la suya, obligándola a quedarse donde estaba, contra su mejilla. La otra voló tras la rubia, atrapándola en un posesivo abrazo, demasiado apretado para lo que las altas esferas francesas considerarían decoroso. Se inclinó hacia ella, liberando la mano que tenía atrapada para llevar la propia a su nuca. Si iba a jugarse el futuro, haría que mereciera la pena.
Su boca encontró por fin la de Hania, como un nómada sediento que encuentra un oasis de agua fresca en el árido desierto. Contuvo la respiración sin ser verdaderamente consciente de que lo hacía, tal vez temiendo que la frágil figura de cristal que se le antojaba Hania se rompiera bajo su toque. Sus labios, secos y cortados por el frío, acariciaron los de la muchacha apenas un instante antes de que su lengua invasora quisiera tomar posesión del pequeño espacio al que se había reducido el universo.
No supo cuánto duró ese beso, ni le importaba. Mas al separarse, la retuvo allí, pegada a su cuerpo, dejando que sintiera el pulso acelerado bajo su piel, su respiración agitada, el sutil aroma de la atracción.
-Debería pedir formalmente a su tío permiso para visitarla.
El mundo estalló en millones de pedazos en un instante que pasó ante sus ojos muy lentamente, como si fuera eterno. La sensación de ver pasar la vida por delante cuando se estaba a punto de morir debía de ser muy similar a aquella. ¿Cómo iba a mantener la cordura? ¿Cómo iba a resistir la tentación cuando ésta le miraba con esos enormes ojos cargados de dulzura, cuando le hablaba con esa voz inocente? La tierra se abría bajo sus pies y notaba que caía a un abismo sin retorno.
Cerró los ojos un momento al sentir el tacto de los dedos pequeños y fríos contra la mejilla, rogando por que fueran una ilusión, por que, al abrirlos, Hania no estuviera frente a él y ese roce no fuera otra cosa que el viento de la noche parisina.
Pero no.
Allí estaba ella, preciosa, inalcanzable, con esos labios que le hacían desear pecar una y mil veces. Aunque hacerlo implicara meterse en problemas. Un hombre como él, con una dama como ella... No había futuro. Y, sin embargo, la tenía frente a él, mirándole a los ojos con la intensidad de una muda promesa, de estar los dos en la misma página, aunque fuera una página prohibida a ojos del mundo.
Incapaz de mantener la firmeza por más tiempo, Clyven dio un paso al frente, acercándose aún más a Hania, tanto que sus cuerpos se rozaban. Atrapó la mano de la joven con la suya, obligándola a quedarse donde estaba, contra su mejilla. La otra voló tras la rubia, atrapándola en un posesivo abrazo, demasiado apretado para lo que las altas esferas francesas considerarían decoroso. Se inclinó hacia ella, liberando la mano que tenía atrapada para llevar la propia a su nuca. Si iba a jugarse el futuro, haría que mereciera la pena.
Su boca encontró por fin la de Hania, como un nómada sediento que encuentra un oasis de agua fresca en el árido desierto. Contuvo la respiración sin ser verdaderamente consciente de que lo hacía, tal vez temiendo que la frágil figura de cristal que se le antojaba Hania se rompiera bajo su toque. Sus labios, secos y cortados por el frío, acariciaron los de la muchacha apenas un instante antes de que su lengua invasora quisiera tomar posesión del pequeño espacio al que se había reducido el universo.
No supo cuánto duró ese beso, ni le importaba. Mas al separarse, la retuvo allí, pegada a su cuerpo, dejando que sintiera el pulso acelerado bajo su piel, su respiración agitada, el sutil aroma de la atracción.
-Debería pedir formalmente a su tío permiso para visitarla.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
El corazón de Clyven batía furioso y acelerado y ella lo sentía en su propia cabeza retumbar como un tambor golpeado por algún gigante del Olimpo. Los segundos discurrían agónicos, a cámara lenta, como si quisieran retrasar ese momento eternemente y en un instante su mente deseó que no se parase el tiempo, que no le jugasen esa mala pasada ahora que estaba tan cerca de pasar lo que tantas veces había deseado.
Su mano la arrastró contra el cuerpo del capataz y la otra se enredó en su nuca, como si la envolviese una red que jamás la dejaría caer al vacío, vacío que sentía en su ombligo y en su pecho instantes antes de juntar los labios con los del humano. Había saboreado los labios de Héctor y de Assur, pero era muy distinto, esta vez era como si fuera la única vez que hubiera besado a alguien, todo parecía encajar, su inseguridad desapareció y reclamó más segundos al tiempo para saborearlos, sin separarse de él, arrugando entre sus dedos la pechera de la camisa. Tenía pánico de descontrolarse por la sed, de probar el sabor de la piel de Clyven y volverse una bestia sanguinaria, pero eso sencillamente no estaba sucediendo, tan sólo la había invadido el calor de golpe, coloreando sus mejillas y despertando otras sensaciones en su cuerpo que intuía por dónde iban, aunque en ese momento no serían saciadas, ya tenía mucho que digerir.
Las palabras del capataz resonaron casi huecas en sus oídos, abriéndose paso hasta esa parte del cerebro que todavía no se había quedado petrificada aunque funcionaba al ralentí, y algo hizo "click". Hania salió de ese estado de estupor para reir suavemente, sin apartar los labios más que unos milímetros de los Clyven.
— Debería... mi tío se lo dará y...yo creo que debería dejar de llamarle de usted, aunque se me va ahacer raro.— Su tío se iba a descojonar vivo, pero era algo que delante del humano no haría; al cerrarse la puerta sería otro cantar...
Allí parados en la puerta de la cocina, el tiempo se había detenido y no importaba nada más. Apoyó la cabeza contra su pecho y rodeó con los brazos su cintura, cerró los ojos un instante suspirando. Parecía que las alcantarillas no habían existido nunca, que el dolor, la sed y la locura jamás hubieran pisado su cuerpo, era como si acabase de dejar atrás toda esa vida infame para despertar a una nueva donde la luz venía de la mano de ese hombre y esos niños. ¿Esto quería decir que a partir de ahora podía abrazarlo cuando quisiera? ¿y besarlo? ¿y cogerlo de la mano? Le entró cierto vértigo y se apretó más contra él.
— se...Clyven...— iba a decir señor Clyven, pero se frenó a tiempo para no decirlo. Su nombre sonaba tan bien dicho sin las barreras del trato formal.— siento desde ya cualquier problema que vaya a causarte...pero...ha sido el mejor beso de mi vida.
Su mano la arrastró contra el cuerpo del capataz y la otra se enredó en su nuca, como si la envolviese una red que jamás la dejaría caer al vacío, vacío que sentía en su ombligo y en su pecho instantes antes de juntar los labios con los del humano. Había saboreado los labios de Héctor y de Assur, pero era muy distinto, esta vez era como si fuera la única vez que hubiera besado a alguien, todo parecía encajar, su inseguridad desapareció y reclamó más segundos al tiempo para saborearlos, sin separarse de él, arrugando entre sus dedos la pechera de la camisa. Tenía pánico de descontrolarse por la sed, de probar el sabor de la piel de Clyven y volverse una bestia sanguinaria, pero eso sencillamente no estaba sucediendo, tan sólo la había invadido el calor de golpe, coloreando sus mejillas y despertando otras sensaciones en su cuerpo que intuía por dónde iban, aunque en ese momento no serían saciadas, ya tenía mucho que digerir.
Las palabras del capataz resonaron casi huecas en sus oídos, abriéndose paso hasta esa parte del cerebro que todavía no se había quedado petrificada aunque funcionaba al ralentí, y algo hizo "click". Hania salió de ese estado de estupor para reir suavemente, sin apartar los labios más que unos milímetros de los Clyven.
— Debería... mi tío se lo dará y...yo creo que debería dejar de llamarle de usted, aunque se me va ahacer raro.— Su tío se iba a descojonar vivo, pero era algo que delante del humano no haría; al cerrarse la puerta sería otro cantar...
Allí parados en la puerta de la cocina, el tiempo se había detenido y no importaba nada más. Apoyó la cabeza contra su pecho y rodeó con los brazos su cintura, cerró los ojos un instante suspirando. Parecía que las alcantarillas no habían existido nunca, que el dolor, la sed y la locura jamás hubieran pisado su cuerpo, era como si acabase de dejar atrás toda esa vida infame para despertar a una nueva donde la luz venía de la mano de ese hombre y esos niños. ¿Esto quería decir que a partir de ahora podía abrazarlo cuando quisiera? ¿y besarlo? ¿y cogerlo de la mano? Le entró cierto vértigo y se apretó más contra él.
— se...Clyven...— iba a decir señor Clyven, pero se frenó a tiempo para no decirlo. Su nombre sonaba tan bien dicho sin las barreras del trato formal.— siento desde ya cualquier problema que vaya a causarte...pero...ha sido el mejor beso de mi vida.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Se rió.
Una risa grave y ronca que podía notar vibrar en su pecho. No eran carcajadas estridentes, ni sonoras, ni una risa abierta y llamativa. Era más bien un sonido ahogado, a medio disimular. Ése que se hacía cuando uno no quería reírse, pero no podía evitarlo, cuando la risa venía provocada por la felicidad, más que por la diversión.
-Vaya, gracias.
La abrazó contra su cuerpo un poco más, pegando los labios a su pelo. En su cabeza, se repetía una y otra vez que era una locura, que no podía acabar bien, pero que le daba igual, que quería hacerlo, que quería intentarlo, que Hania merecía el esfuerzo, que los niños la adoraban y que a él le gustaba y creía que podía llegar a quererla muchísimo.
-La semana que viene -que en realidad empezaba en un par de días-, el día que creas conveniente, iré a hablar con tu tío. Quiero que sepa que mis intenciones son honestas.
Porque las deshonestas tampoco era necesario especificárselas, suponía que se haría una idea. Por suerte, los niños eran aún lo suficientemente pequeños como para que las explicaciones no fueran demasiado complicadas.
-Deberia volver al trabajo. -Se separó de ella, pero mantuvo una de sus manos agarrada, para elevarla y darle un beso en el dorso-. Volveré para despedirme como es debido.
Una risa grave y ronca que podía notar vibrar en su pecho. No eran carcajadas estridentes, ni sonoras, ni una risa abierta y llamativa. Era más bien un sonido ahogado, a medio disimular. Ése que se hacía cuando uno no quería reírse, pero no podía evitarlo, cuando la risa venía provocada por la felicidad, más que por la diversión.
-Vaya, gracias.
La abrazó contra su cuerpo un poco más, pegando los labios a su pelo. En su cabeza, se repetía una y otra vez que era una locura, que no podía acabar bien, pero que le daba igual, que quería hacerlo, que quería intentarlo, que Hania merecía el esfuerzo, que los niños la adoraban y que a él le gustaba y creía que podía llegar a quererla muchísimo.
-La semana que viene -que en realidad empezaba en un par de días-, el día que creas conveniente, iré a hablar con tu tío. Quiero que sepa que mis intenciones son honestas.
Porque las deshonestas tampoco era necesario especificárselas, suponía que se haría una idea. Por suerte, los niños eran aún lo suficientemente pequeños como para que las explicaciones no fueran demasiado complicadas.
-Deberia volver al trabajo. -Se separó de ella, pero mantuvo una de sus manos agarrada, para elevarla y darle un beso en el dorso-. Volveré para despedirme como es debido.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Asintió a su petición de hablar con Héctor y lo dijo sin pensar.
—El lunes estará bien.— Porque ¿para qué tendría que esperar más si el lunes podía solucionarlo? Cualquiera diría que le corría prisa, y en parte así era... no fuera que Clyven cambiase de opinión en dos o tres días.
Tomó su mano y la besó con delicadeza, diciéndole que debía regresar a trabajar pero que volvería para despedirse como estaba mandado. Lo siguiço con la mirada hasta que desapareció por el jardín y un rato más, embobada por lo que estaba sucediendo en su vida. ¿Eso había sido real? ¿de verdad había pasado y no era una alucinación de su mente enferma? Se volvió y retiró la taza de café...no, esa taza se la había bebido alguien y no era ella, era real. Había dicho que regresaría para despedirse...pero el despacho estaba arriba, después de unos intrincados pasillos, y ella tenía mucho que hacer...pero si regresaba y no estaba allí..¡ay dios! estaba tan nerviosa que no atinaba. Finalmente fregó la taza, la colocó en su estante y salió corriendo a recoger papeleos pendientes que bajó torpemente a la cocina. Se le desparramó la carpeta entera y tuvo que recogerlos del suelo, apilarlos, volverlos a ordenar y buscarles hueco, porque aqullo no era un despacho sino una cocina con un obrador y una mesita pequeña para el descanso de los cocineros.
Encendió allí una lámpara y se puso a devolver correspondencia pero sus trazos eran temblorosos porque no coneguía centrarse y cada 2 segundos miraba la puerta. "¡Venga ya, Hania! su turno acaba al menos en tres horas, no va a entrar aún..." pero la ilusión era una poderosa motivación que distraía sus ojos y sus manos. En ningun momento se le ocurrió pensar que "volver para despedirse" implicase que tuviera que esperar justo allí, que el capataz sería perfectamente capaz de encontrar el despacho.
—El lunes estará bien.— Porque ¿para qué tendría que esperar más si el lunes podía solucionarlo? Cualquiera diría que le corría prisa, y en parte así era... no fuera que Clyven cambiase de opinión en dos o tres días.
Tomó su mano y la besó con delicadeza, diciéndole que debía regresar a trabajar pero que volvería para despedirse como estaba mandado. Lo siguiço con la mirada hasta que desapareció por el jardín y un rato más, embobada por lo que estaba sucediendo en su vida. ¿Eso había sido real? ¿de verdad había pasado y no era una alucinación de su mente enferma? Se volvió y retiró la taza de café...no, esa taza se la había bebido alguien y no era ella, era real. Había dicho que regresaría para despedirse...pero el despacho estaba arriba, después de unos intrincados pasillos, y ella tenía mucho que hacer...pero si regresaba y no estaba allí..¡ay dios! estaba tan nerviosa que no atinaba. Finalmente fregó la taza, la colocó en su estante y salió corriendo a recoger papeleos pendientes que bajó torpemente a la cocina. Se le desparramó la carpeta entera y tuvo que recogerlos del suelo, apilarlos, volverlos a ordenar y buscarles hueco, porque aqullo no era un despacho sino una cocina con un obrador y una mesita pequeña para el descanso de los cocineros.
Encendió allí una lámpara y se puso a devolver correspondencia pero sus trazos eran temblorosos porque no coneguía centrarse y cada 2 segundos miraba la puerta. "¡Venga ya, Hania! su turno acaba al menos en tres horas, no va a entrar aún..." pero la ilusión era una poderosa motivación que distraía sus ojos y sus manos. En ningun momento se le ocurrió pensar que "volver para despedirse" implicase que tuviera que esperar justo allí, que el capataz sería perfectamente capaz de encontrar el despacho.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Siguiendo la lógica, Clyven acabó su turno, despidió a sus hombres y fue a hablar con la señorita Doe. El primer sitio al que fue a buscarla fue el más obvio, el despacho. Pero ahí no estaba. Supuso que había tenido algun asunto que atender relativo al orfanato y se paseó por los lugares donde estaban trabajando en las reformas y adecuaciones, a ver si la encontraba. Al no hacerlo, acabó volviendo a la cocina.
No comentó nada sobre por qué estaba allí, porque ella tendría sus motivos para elegir un lugar de trabajo u otro y él no le daba importancia a esos detalles. Además, agradecía la soledad que ese emplazamiento les proporcionaba tras el cambio de turno. Los que salían no irían allí, porque deseaban volver a sus casas. Los que entraban no acudirían hasta la hora de sus descanso.
-Hania -la llamó en voz baja para atraer su atención. Le sonaba raro pronunciar su nombre en voz alta cuando ella pudiera escucharle, porque a solas, hacía tiempo que su mente había borrado la formalidad-. Debería acompañarte a casa. Está amaneciendo -y no quería que tuviera problemas con esa extraña afección solar.
Y hubiera insistido hasta salirse con la suya, de no ser por el carruaje con espesas cortinas que ya la esperaba en la puerta y que su tío había mandado a buscarla, por si se veía en la necesidad de volver bajo los rayos del sol. También podía quedarse en el orfanato hasta que cayera de nuevo la noche, pero eso era su elección; Héctor sólo le daba facilidades.
Clyven debía, además, volver con los niños. Así pues, tomó a Hania en sus brazos una última vez para darle un beso que ya se creía con cierto derecho a disfrutar y se marchó de regreso a casa, para dormir unas horas antes de que los dos torbellinos pelirrojos que tenía en su vida le despertaran.
El lunes por la tarde, antes de entrar a trabajar, Clyven se encaminó a la mansión Fortier. Por el camino había ido dándole vueltas a lo que quería decir y cómo, a si sería o no capaz de conseguir convencer a un hombre que nadaba en la abundancia que lo que le llevaba allí era su sobrina, por sí misma, y no por la dote que la acompañaba.
Era un obrero, vivía bien y su sueldo le permitía algunas comodidades, pero no dejaba de ser de una clase bastante inferior a ellos, que poseían prósperos negocios y hasta se permitían crear una fundación y un orfanato con lo que les sobraba.
Se había vestido para la ocasión, con una de las dos camisas que reservaba para los domingos y ocasiones relevantes y la última chaqueta que había comprado. Por supuesto, tendría que pasar de nuevo por casa para cambiarse para el trabajo, pero quería causar una buena impresión en el tío de Hania y eso pasaba por ofrecer el mejor aspecto que pudiera.
Llamó a la puerta de la impresionante vivienda y se sintió de nuevo insignificante. ¿Qué hacía él allí? Debería marcharse por donde había venido y asumir que ese precioso sueño llamado Hania no era para él.
Aunque lo cierto es que nunca se le había dado bien eso de renunciar a lo que quería, por mucho que costase. Así que esperó a que le abrieran y que le llevaran a la biblioteca, donde el señor de la casa le recibiría en compañía de su sobrina.
Héctor le recibió con cordialidad, pero sin demasiada cercanía, muy en su papel, aunque Hania podría percibir cómo en su mente era todo diversión. Oh, sí, lo que estaba disfrutando con aquello.
Clyven le dedicó una breve sonrisa a Hania, como saludo, ya tendrían tiempo para más. Estrechó la mano de Héctor, con las clásicas frases protocolarias, y a la mínima oportunidad, fue directo al grano.
-Vengo a solicitar su permiso para visitar a su sobrina, para en un futuro y si ella acepta, pedir su mano.
No comentó nada sobre por qué estaba allí, porque ella tendría sus motivos para elegir un lugar de trabajo u otro y él no le daba importancia a esos detalles. Además, agradecía la soledad que ese emplazamiento les proporcionaba tras el cambio de turno. Los que salían no irían allí, porque deseaban volver a sus casas. Los que entraban no acudirían hasta la hora de sus descanso.
-Hania -la llamó en voz baja para atraer su atención. Le sonaba raro pronunciar su nombre en voz alta cuando ella pudiera escucharle, porque a solas, hacía tiempo que su mente había borrado la formalidad-. Debería acompañarte a casa. Está amaneciendo -y no quería que tuviera problemas con esa extraña afección solar.
Y hubiera insistido hasta salirse con la suya, de no ser por el carruaje con espesas cortinas que ya la esperaba en la puerta y que su tío había mandado a buscarla, por si se veía en la necesidad de volver bajo los rayos del sol. También podía quedarse en el orfanato hasta que cayera de nuevo la noche, pero eso era su elección; Héctor sólo le daba facilidades.
Clyven debía, además, volver con los niños. Así pues, tomó a Hania en sus brazos una última vez para darle un beso que ya se creía con cierto derecho a disfrutar y se marchó de regreso a casa, para dormir unas horas antes de que los dos torbellinos pelirrojos que tenía en su vida le despertaran.
El lunes por la tarde, antes de entrar a trabajar, Clyven se encaminó a la mansión Fortier. Por el camino había ido dándole vueltas a lo que quería decir y cómo, a si sería o no capaz de conseguir convencer a un hombre que nadaba en la abundancia que lo que le llevaba allí era su sobrina, por sí misma, y no por la dote que la acompañaba.
Era un obrero, vivía bien y su sueldo le permitía algunas comodidades, pero no dejaba de ser de una clase bastante inferior a ellos, que poseían prósperos negocios y hasta se permitían crear una fundación y un orfanato con lo que les sobraba.
Se había vestido para la ocasión, con una de las dos camisas que reservaba para los domingos y ocasiones relevantes y la última chaqueta que había comprado. Por supuesto, tendría que pasar de nuevo por casa para cambiarse para el trabajo, pero quería causar una buena impresión en el tío de Hania y eso pasaba por ofrecer el mejor aspecto que pudiera.
Llamó a la puerta de la impresionante vivienda y se sintió de nuevo insignificante. ¿Qué hacía él allí? Debería marcharse por donde había venido y asumir que ese precioso sueño llamado Hania no era para él.
Aunque lo cierto es que nunca se le había dado bien eso de renunciar a lo que quería, por mucho que costase. Así que esperó a que le abrieran y que le llevaran a la biblioteca, donde el señor de la casa le recibiría en compañía de su sobrina.
Héctor le recibió con cordialidad, pero sin demasiada cercanía, muy en su papel, aunque Hania podría percibir cómo en su mente era todo diversión. Oh, sí, lo que estaba disfrutando con aquello.
Clyven le dedicó una breve sonrisa a Hania, como saludo, ya tendrían tiempo para más. Estrechó la mano de Héctor, con las clásicas frases protocolarias, y a la mínima oportunidad, fue directo al grano.
-Vengo a solicitar su permiso para visitar a su sobrina, para en un futuro y si ella acepta, pedir su mano.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Desde esa noche en el orfanato y hasta el momento en el que sonó el timbre el lunes al caer el sol, Hania había estado en una nube, se despistaba con frecuencia, le hablaban y a veces ni se enteraba que lo estaban haciendo, hasta se le olvidaba comer, aunque eso no era precisamente una novedad. Sencillamente no podía creer que estuviera al fin pasando, que pudiera tener a Clyven así, de esa forma, tan cercana, pronunciando su nombre si el "señorita" delante. No podía aún creer que esos besos fueran suyos y solo suyos, que por fin el capataz se hubiera decidido a dejar atrás los mil "contras" que tenía aquello para fijarse el "pro". Flotaba, se sentía etérea, feliz y a la vez nerviosa, como si en su pecho anidasen un millón de hormigas.
Cuando lo vio entrar con su camisa y su chaqueta como aquella vez que fueron al circo no pudo evitar suspirar, lo veía tan tremendamente guapo que aún dudaba que estuviera allí. Héctor se había estado riendo por los rincones, soltando alguna que otra pulla que la rubia no acababa de entender, pero al menos le alegraba que el titán no estuviera reticente ni malhumorado, sino al revés.
Lo hicieron pasar a una sala donde Héctor recibía a la visitas con una copa en la mano. Uno de los sirvientes le ofreció otra a Clyven y otra a Hania, que bien sabían que no bebía, pero era el protocolo social. Tomaron asiento y la vampira creía que charlarían primero un poco sobre todo, sobre el orfanato, sobre los niños de Clyven...pero no, el capataz fue directo al grano y Hania casi se cayó de la silla cuando escuchó "y pedir su mano si ella acepta". ¿Pedir su mano? ¿pero en qué realidad podría suceder eso? sintió tan vértigo que palideció para luego incendiar sus mejillas de los nervios. Miró a Clyven sorprendida y despues a Héctor con gesto de "por favor, por favor, por favor...no digas que no".
Cuando lo vio entrar con su camisa y su chaqueta como aquella vez que fueron al circo no pudo evitar suspirar, lo veía tan tremendamente guapo que aún dudaba que estuviera allí. Héctor se había estado riendo por los rincones, soltando alguna que otra pulla que la rubia no acababa de entender, pero al menos le alegraba que el titán no estuviera reticente ni malhumorado, sino al revés.
Lo hicieron pasar a una sala donde Héctor recibía a la visitas con una copa en la mano. Uno de los sirvientes le ofreció otra a Clyven y otra a Hania, que bien sabían que no bebía, pero era el protocolo social. Tomaron asiento y la vampira creía que charlarían primero un poco sobre todo, sobre el orfanato, sobre los niños de Clyven...pero no, el capataz fue directo al grano y Hania casi se cayó de la silla cuando escuchó "y pedir su mano si ella acepta". ¿Pedir su mano? ¿pero en qué realidad podría suceder eso? sintió tan vértigo que palideció para luego incendiar sus mejillas de los nervios. Miró a Clyven sorprendida y despues a Héctor con gesto de "por favor, por favor, por favor...no digas que no".
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Observó al tío de Hania intentando disimular su nerviosismo. No era un trago fácil para nadie y menos para un hombre como él, poco dado a los sentimentalismos. No obstante, la rubia lo valía.
En esos días había barajado muchas opciones y hasta había estado a punto de echarse atrás. Pero luego había pensado en Hania, en no ver más esa sonrisa, en no poder besarla, en la forma tan estúpida en que la perdería... y había decidido que no, que prefería arriesgarse a que su tío intentara separarlos, a que le echara en cara que apuntaba demasiado alto, que no era consciente de su posición... Lo que fuera. Lo aceptaría.
Sin embargo, ese hombre sólo le miraba con una expresión que parecía divertida, como si se aguantara las ganas de reírse en sus narices. No tenía claro si era porque buscaba humillarle o qué. Frunció levemente el ceño, esperando su respuesta.
-Bien. Comprenderá que, dadas las circunstancias, me preocupen los motivos por los que se acerca usted a mi sobrina. -Clyven fue a responder, pero Héctor le cortó con un gesto de la mano-. No sería usted el primero que pone una oferta de matrimonio sobre la mesa y lo único que busca es una dote. Usted, además, tiene dos hijos que mantener y ese dinero supondría un desahogo.
-Soy perfectamente capaz de mantener a mi familia sin depender de su dinero, señor Fortier. Y no me agrada que se refiera a Hania como si fuera una moneda de cambio. Si estoy hoy en su casa es por ella, no por su dinero.
-Nos entenderemos bien, entonces -añadió el vampiro con una sonrisa-. Puede usted visitarla, previo aviso. E invitarla a pasear, a cenar o alguna velada. Con o sin sus hijos. Le hago responsable de su seguridad y su bienestar mientras esté con ella.
Clyven asintió ante esas condiciones, eran razonables.
En esos días había barajado muchas opciones y hasta había estado a punto de echarse atrás. Pero luego había pensado en Hania, en no ver más esa sonrisa, en no poder besarla, en la forma tan estúpida en que la perdería... y había decidido que no, que prefería arriesgarse a que su tío intentara separarlos, a que le echara en cara que apuntaba demasiado alto, que no era consciente de su posición... Lo que fuera. Lo aceptaría.
Sin embargo, ese hombre sólo le miraba con una expresión que parecía divertida, como si se aguantara las ganas de reírse en sus narices. No tenía claro si era porque buscaba humillarle o qué. Frunció levemente el ceño, esperando su respuesta.
-Bien. Comprenderá que, dadas las circunstancias, me preocupen los motivos por los que se acerca usted a mi sobrina. -Clyven fue a responder, pero Héctor le cortó con un gesto de la mano-. No sería usted el primero que pone una oferta de matrimonio sobre la mesa y lo único que busca es una dote. Usted, además, tiene dos hijos que mantener y ese dinero supondría un desahogo.
-Soy perfectamente capaz de mantener a mi familia sin depender de su dinero, señor Fortier. Y no me agrada que se refiera a Hania como si fuera una moneda de cambio. Si estoy hoy en su casa es por ella, no por su dinero.
-Nos entenderemos bien, entonces -añadió el vampiro con una sonrisa-. Puede usted visitarla, previo aviso. E invitarla a pasear, a cenar o alguna velada. Con o sin sus hijos. Le hago responsable de su seguridad y su bienestar mientras esté con ella.
Clyven asintió ante esas condiciones, eran razonables.
Clyven- Humano Clase Media
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Re: La voz del cuentacuentos. (Priv)
Héctor fue rotundo cuando le dijo al capataz que si iba buscando una dote se podía esperar sentado. Aunque el momento fue algo incómodo, Clyven también fue igual de rotundo con su respuesta y a Hania se le encogió el corazón muerto en el pecho. No podía dejar de pensar que por primera vez alguien la quería en su totalidad por ella misma...pero "en su totalidad" era en verdad un término incierto, porque Clyven no sabía su verdadera naturaleza.
Debería decírselo ahora que aún era pronto, pero si eso lo hacía recular... tenía mil dudas al respecto, porque quizás fuera más fácil que comprendiera que ella no era sólo unos colmillos cuando la conociese mejor.
Terminada la charla se levantaron y salieron por la puerta rumbo a algun lugar fuera de la mansión, a pasear o lo que quisieran porque...eran libres de hacerlo. La rubia exhaló el aire a modo de reflejo.
— ha sido...un poco... incómodo. Pero sé que dices la verdad y mi tío acabará por verlo.— Entrelazó los dedos con los del capataz y mientras salían por la verja se cruzaron con Tyler, el hombretón que solía darle sustento a Hania. Le hizo una pequeña reverencia y Hania le dijo un "adiós, Tyler" sin darle más importancia. Pero Clyven endureció el gesto de forma imperceptible y se afanó a aclarar.— Trabaja para mi tío, es uno de sus hombres de confianza.
Porque decirle que era su saco de alimento hubiera sido raro y macabro. No pudo evitar sonreir cuando vio el gesto serio de Clyven y se detuvo poniéndose frente a él y mirándolo con esos ojos enormes.
— ¿de verdad te preocupa que...? ¡oh! eso es...nadie se había preocupado por mi de esa forma...— alargó las manos para acariciar las mejillas del humano.—No podría fijarme en nadie que no fueras tú...si aún me cuesta no tartamudear al hablarte.
Se estrechó contra él en un abrazo cálido, siempre le habían reconfortado mucho más los abrazos que nada en el mundo, pero tampoco había por qué elegir ¿cierto? así que levantó la barbilla pidiendo un beso, porque ahora que podía, no iba a desperdiciar ninguna oportunidad, que más valía tener que desear.
Debería decírselo ahora que aún era pronto, pero si eso lo hacía recular... tenía mil dudas al respecto, porque quizás fuera más fácil que comprendiera que ella no era sólo unos colmillos cuando la conociese mejor.
Terminada la charla se levantaron y salieron por la puerta rumbo a algun lugar fuera de la mansión, a pasear o lo que quisieran porque...eran libres de hacerlo. La rubia exhaló el aire a modo de reflejo.
— ha sido...un poco... incómodo. Pero sé que dices la verdad y mi tío acabará por verlo.— Entrelazó los dedos con los del capataz y mientras salían por la verja se cruzaron con Tyler, el hombretón que solía darle sustento a Hania. Le hizo una pequeña reverencia y Hania le dijo un "adiós, Tyler" sin darle más importancia. Pero Clyven endureció el gesto de forma imperceptible y se afanó a aclarar.— Trabaja para mi tío, es uno de sus hombres de confianza.
Porque decirle que era su saco de alimento hubiera sido raro y macabro. No pudo evitar sonreir cuando vio el gesto serio de Clyven y se detuvo poniéndose frente a él y mirándolo con esos ojos enormes.
— ¿de verdad te preocupa que...? ¡oh! eso es...nadie se había preocupado por mi de esa forma...— alargó las manos para acariciar las mejillas del humano.—No podría fijarme en nadie que no fueras tú...si aún me cuesta no tartamudear al hablarte.
Se estrechó contra él en un abrazo cálido, siempre le habían reconfortado mucho más los abrazos que nada en el mundo, pero tampoco había por qué elegir ¿cierto? así que levantó la barbilla pidiendo un beso, porque ahora que podía, no iba a desperdiciar ninguna oportunidad, que más valía tener que desear.
Hania Doe- Vampiro Clase Baja
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