AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Huesos astillados
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Huesos astillados
No estaba segura de si echarse a reír o comenzar a inquietarse. El burdel era el único lugar de París que por alguna extraña razón había visitado más de una vez. La primera, fue resultado de un accidente. Ni si quiera sabía que se encontraba en la zona hasta que un tipo la abordó insistente, confundiéndole por una prostituta que todavía conservaba todos los dientes. Aquella noche tan solo era su tercera en París. A día de hoy se las había apañado para sobrevivir durante un mes y medio. Todavía desconocía el idioma, pero al menos ya era capaz chapurrearlo. En cuanto a sus habilidades de bruja, a pesar de haberlas olvidado, habían comenzado a acudir a ella de forma natural y, aunque todavía no las tenía bajo control, era capaz de realizar un par de trucos. Como el que estaba punto de llevar a cabo. Ser una muerta de hambre no era lo suyo y como encontrar trabajo sin conocimientos del idioma era imposible, tan solo le quedaba una opción: robar. Claro que se podría dedicar a la prostitución, pero era demasiado digna como para dejarse manosear por cualquier hombre carente de cariño.
Se detuvo junto a las puertas del Burdel con las pupilas en la nada. Para ser sinceros, ella también estaba falta de cariño, pero aquel era otro tema. Aquella noche estaba allí por una sola razón. Sin embargo, su propósito no era hurtar a cualquiera, sino a su agresor. Para asegurarse, había visitado el lugar las suficientes veces como para percatarse de que era un cliente recurrente.
Tsetsé se internó en el Burdel consumiendo su sombra en la nada mientras susurraba palabras extranjeras, desordenadas, invertidas, ocultas. El contorno de su figura se desdibujó y sus piernas se diluyeron en las paredes. La bruja escondió su presencia en el entorno que la rodeaba hasta que todos y cada uno de los allí presentes ignoraron su existencia. Los ojos ambarinos de la muchacha se clavaron en su victima. El hombre, ebrio como acostumbraba posó su mano en el trasero de una de las mujeres que hacían servicio aquella noche. Tsetsé lo siguió escaleras arriba hasta que se introdujeron en una de las habitaciones. Después, esperó. Aguardó hasta que los gemidos se alzaron. Sigilosamente, entró en el cuarto para rebuscar entre las prendas que descansaban en el suelo. Introdujo las manos en los bolsillos de los pantalones hasta hallar la cartera. Entonces sonrió para sí y la guardó en la manga de su vestido. Cuando se incorporó, la escena se desplegó ante sus ojos. El tipo parecía un cochinillo y los gemidos de la mujer eran dolorosamente falsos. Tal fue la escena que Tsetsé no pudo evitar soltar una carcajada ante la patética expresión que compuso él al alcanzar el clímax. Sin embargo su diversión la delató. Tanto la prostituta como su cliente giraron el rostro en su dirección y Tsetsé descubrió horrorizada que la ilusión que la había hecho esfumarse, había dejado de cubrirla. Al parecer, sus habilidades no se encontraban tan bajo control como hubiese deseado. Vio el reconocimiento en la expresión del hombre y el juramento en su boca. Aquella fue su señal para echar a correr.
Cruzó los dedos para conseguir alcanzar la salida sin que nadie se interpusiera en su camino.
Se detuvo junto a las puertas del Burdel con las pupilas en la nada. Para ser sinceros, ella también estaba falta de cariño, pero aquel era otro tema. Aquella noche estaba allí por una sola razón. Sin embargo, su propósito no era hurtar a cualquiera, sino a su agresor. Para asegurarse, había visitado el lugar las suficientes veces como para percatarse de que era un cliente recurrente.
Tsetsé se internó en el Burdel consumiendo su sombra en la nada mientras susurraba palabras extranjeras, desordenadas, invertidas, ocultas. El contorno de su figura se desdibujó y sus piernas se diluyeron en las paredes. La bruja escondió su presencia en el entorno que la rodeaba hasta que todos y cada uno de los allí presentes ignoraron su existencia. Los ojos ambarinos de la muchacha se clavaron en su victima. El hombre, ebrio como acostumbraba posó su mano en el trasero de una de las mujeres que hacían servicio aquella noche. Tsetsé lo siguió escaleras arriba hasta que se introdujeron en una de las habitaciones. Después, esperó. Aguardó hasta que los gemidos se alzaron. Sigilosamente, entró en el cuarto para rebuscar entre las prendas que descansaban en el suelo. Introdujo las manos en los bolsillos de los pantalones hasta hallar la cartera. Entonces sonrió para sí y la guardó en la manga de su vestido. Cuando se incorporó, la escena se desplegó ante sus ojos. El tipo parecía un cochinillo y los gemidos de la mujer eran dolorosamente falsos. Tal fue la escena que Tsetsé no pudo evitar soltar una carcajada ante la patética expresión que compuso él al alcanzar el clímax. Sin embargo su diversión la delató. Tanto la prostituta como su cliente giraron el rostro en su dirección y Tsetsé descubrió horrorizada que la ilusión que la había hecho esfumarse, había dejado de cubrirla. Al parecer, sus habilidades no se encontraban tan bajo control como hubiese deseado. Vio el reconocimiento en la expresión del hombre y el juramento en su boca. Aquella fue su señal para echar a correr.
Cruzó los dedos para conseguir alcanzar la salida sin que nadie se interpusiera en su camino.
Tsetsé Verte- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/05/2017
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Re: Huesos astillados
Llegar a Paris resultó ser un desfile de sensaciones, personas olvidadas e impacientes instantes que Hyun jamás estuvo a la disposición de enfrentar. De haber imaginado que aquella ciudad era excesivamente pintoresca y el destino de las bestias y los humanos mediocres hubiese finalizado los asuntos que le mantenían en Francia en cuanto arribó en la capital.
En esta ocasión era un personaje que creyó extinto quien dirigía sus pasos en tan clara y rutinaria noche. Sin pretender llegar a la paranoia sus ojos juraron ver aquella bruja en el burdel la noche de los colmillos con la vampira y Taeyang…, el mismo rostro y la expresión desesperada inundando su rostro parecían no haber cambiado en lo absoluto; sus pensamientos le repetían una y otra vez que no podía ser ella, tal como la primera vez que la reconoció en España algunos años atrás y logró engañarlo con lo que ahora ondeaba ser una falsa muerte. Sonrió macabramente incrédulo a las respuestas que una vez más le asaltaban. Le siguió en sumo sigilo, tras las sombras tal cual ha sido una de sus mejores habilidades desde que se vio forzado a vivir en este mundo. Se deleitó con el truco actuado por la muchacha y sin titubear la siguió escaleras arriba.
—Los sucios hábitos nunca mueren —dijo al verla desaparecer, dejándole tan solo un aura que seguir. Y se hubiese deleitado a un más de ser cuando vio caer el acto, frunció las cejas un tanto desconcertado, sin dudas era ella, sin dudas no tan poderosa como la recordaba al parecer. En medio de un aburrido suspiro entró en escena una vez la bruja emprendió a correr, arrancando los cuellos de los amantes al instante. Acto seguido resopló hastiado, no solía discriminar las bolsas de sangre que degustaba, en ocasiones le divertía elegir quien era digno de su apetitito mas en otras pocas lamentaba dejar un festín, ésta en particular disfrutó el crujir a los pequeños huesos como sinfonía tocada en el mejor de los teatros mas hubiese preferido quedarse a degustar a tan bajos amantes pues a pesar de todo habían pasado horas desde su última comida y no escatima en admitir que el rojo carmesí y la tibiez de la sangre contenía su encanto, uno que disfrutaba incluso antes de caminar entre el mundo de los muertos, después de todo, era una condición con la que contaba antes de ser llamado propiamente vampiro; su corazón nunca latió si de hechos se basaba.
Lamió el pequeño rastro de sangre en sus dedos y sin perder tiempo retomó la marcha tras el aura de la bruja. Debía confirmarlo con sus propios ojos. A pesar del infierno que sostenían los ojos de Tsetsé a su parecer, no desmentía el simple hecho de que lo macabro y torcido en sus trucos gozaban de su sincera atención y porqué no, quizá un tanto más de su deleite. Espero a que saliera del burdel y cuando la oscuridad fue suficiente, la luna alumbró en lo más alto y la calle estuvo lo bastante desolada se entremetió frente el camino de la joven hechicera.
—Tiempo sin verte querida, Tsetsé. Luces más viva y radiante de lo que imaginé —pausó un segundo, como quien contempla lo desconocido—….y desesperada, también.
En esta ocasión era un personaje que creyó extinto quien dirigía sus pasos en tan clara y rutinaria noche. Sin pretender llegar a la paranoia sus ojos juraron ver aquella bruja en el burdel la noche de los colmillos con la vampira y Taeyang…, el mismo rostro y la expresión desesperada inundando su rostro parecían no haber cambiado en lo absoluto; sus pensamientos le repetían una y otra vez que no podía ser ella, tal como la primera vez que la reconoció en España algunos años atrás y logró engañarlo con lo que ahora ondeaba ser una falsa muerte. Sonrió macabramente incrédulo a las respuestas que una vez más le asaltaban. Le siguió en sumo sigilo, tras las sombras tal cual ha sido una de sus mejores habilidades desde que se vio forzado a vivir en este mundo. Se deleitó con el truco actuado por la muchacha y sin titubear la siguió escaleras arriba.
—Los sucios hábitos nunca mueren —dijo al verla desaparecer, dejándole tan solo un aura que seguir. Y se hubiese deleitado a un más de ser cuando vio caer el acto, frunció las cejas un tanto desconcertado, sin dudas era ella, sin dudas no tan poderosa como la recordaba al parecer. En medio de un aburrido suspiro entró en escena una vez la bruja emprendió a correr, arrancando los cuellos de los amantes al instante. Acto seguido resopló hastiado, no solía discriminar las bolsas de sangre que degustaba, en ocasiones le divertía elegir quien era digno de su apetitito mas en otras pocas lamentaba dejar un festín, ésta en particular disfrutó el crujir a los pequeños huesos como sinfonía tocada en el mejor de los teatros mas hubiese preferido quedarse a degustar a tan bajos amantes pues a pesar de todo habían pasado horas desde su última comida y no escatima en admitir que el rojo carmesí y la tibiez de la sangre contenía su encanto, uno que disfrutaba incluso antes de caminar entre el mundo de los muertos, después de todo, era una condición con la que contaba antes de ser llamado propiamente vampiro; su corazón nunca latió si de hechos se basaba.
Lamió el pequeño rastro de sangre en sus dedos y sin perder tiempo retomó la marcha tras el aura de la bruja. Debía confirmarlo con sus propios ojos. A pesar del infierno que sostenían los ojos de Tsetsé a su parecer, no desmentía el simple hecho de que lo macabro y torcido en sus trucos gozaban de su sincera atención y porqué no, quizá un tanto más de su deleite. Espero a que saliera del burdel y cuando la oscuridad fue suficiente, la luna alumbró en lo más alto y la calle estuvo lo bastante desolada se entremetió frente el camino de la joven hechicera.
—Tiempo sin verte querida, Tsetsé. Luces más viva y radiante de lo que imaginé —pausó un segundo, como quien contempla lo desconocido—….y desesperada, también.
Hyun Seung- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 22/09/2016
Re: Huesos astillados
A ser posible, la próxima vez trataría de practicar un poco más antes de volver a hurtar de un pobre borracho. Eso, u ordenar sus prioridades, puesto que no era muy difícil de entender que debería de haber escogido marcharse antes de quedarse mirando aquella patética y grotesca escena. Ahora, gracias a su infantil comportamiento, corría escaleras abajo con el único propósito de escabullirse. Los viciosos desamparados que se agolpaban en el recibidor del burdel la miraron desconcertados. Tarde, se les ocurrió detenerla cuando se percataron de que debía de ser obstaculizada. Para cuando el primero de ellos quiso alargar la mano hacia Tsetsé, esta ya había cruzado las calles para repiquetear sus zapatos contra los adoquines del suelo. Se internó en los callejones de París, como húmedas cuevas a la espera de un mal menor. La muchacha los cruzó, giró y corrió hasta que al fin fue detenida. Tal era la velocidad con la que corrió que tuvo que aferrase a la pared y así no caer cuando paró sobre la suela de sus zapatos. Sus pestañas aletearon a centímetros de una clavícula ajena y sus agotados jadeos se arremolinaron contra el traje de un hombre. Sin levantar la vista, supo que no era quién la andaba persiguiendo, puesto que, de ser así, hubiese detectado su hedor a kilómetros de distancia. Y, a decir verdad, aquel tipo no olí precisamente mal. Además, ahora que se percataba de ello, desde su salida del burdel, no había vuelto a escuchar al hombre que la perseguía tras ella. Aquel debía de ser entonces una agente de la ley.
Dispuesta a reincorporarse y huir por el lado contrario, Tsetsé se irguió. Sin embargo, cuando alzó la mirada sus extremidades se volvieron de hormigón. Incapaz de moverse, contuvo el aliento y se atragantó en el rostro del desconocido. Desconocido… ¿Desconocido? La pesadez de sus pulmones le hizo saber que había algo incorrecto en aquella asunción. Las facciones del forastero se lo reafirmaron. Tsetsé alzó una mano, temblorosa, pero cuando estuvo a centímetros del rostro del tipo, no supo qué hacer con ella. Apenas le había rozado una mejilla que la electricidad la hizo retroceder con un jadeo ahogado. Su aura la atravesó, gélida y familiar. Sin embargo, no supo situar el grado de hostilidad llevaba consigo. Escondió la mano con la que le había rozado tras su espalda, la yema de sus dedos quemándole, como si hubiese estado tocando el hielo durante demasiado tiempo. Entonces él habló.
“Tiempo sin verte querida, Ametz. Luces más viva y radiante de lo que imaginé. Y desesperada, también.”
Ametz.
La escarcha secuestró su alma.
Ametz.
El tiempo retrocedió y le arrebató el equilibrio.
Ametz.
Su expresión se perdió en un mar de recuerdos inalcanzables. Cuando estiró los dedos hacia ellos, tan solo encontró sensaciones, duras, gélidas, sanguinolentas, placenteras, éxtasis, dolor… Todas inconclusas. Las dirigió al hombre que tenía frente a ella y no supo decir cual le correspondía. Pero sintió el peligro arremolinándose a su alrededor, una sensación que en otra ocasión le hubiese hecho correr como si no hubiera mañana. Pero en aquel instante, algo que dejaba la curiosidad en vergüenza, la estancó contra el suelo.
Su voz tembló cuando despegó los labios.
―¿Quién sois? ―musitó en un hilo de voz tan inaudible, que dudaba que el hombre lo hubiese escuchado de no haber sido un inmortal―. ¿Os conozco…?
Sabía la respuesta a esa pregunta, pero no supo el por qué. Una tormenta se avecinaba una tormenta saturada en los ojos del extraño. Tan solo él, sería el dueño de sus truenos y relámpagos.
Dispuesta a reincorporarse y huir por el lado contrario, Tsetsé se irguió. Sin embargo, cuando alzó la mirada sus extremidades se volvieron de hormigón. Incapaz de moverse, contuvo el aliento y se atragantó en el rostro del desconocido. Desconocido… ¿Desconocido? La pesadez de sus pulmones le hizo saber que había algo incorrecto en aquella asunción. Las facciones del forastero se lo reafirmaron. Tsetsé alzó una mano, temblorosa, pero cuando estuvo a centímetros del rostro del tipo, no supo qué hacer con ella. Apenas le había rozado una mejilla que la electricidad la hizo retroceder con un jadeo ahogado. Su aura la atravesó, gélida y familiar. Sin embargo, no supo situar el grado de hostilidad llevaba consigo. Escondió la mano con la que le había rozado tras su espalda, la yema de sus dedos quemándole, como si hubiese estado tocando el hielo durante demasiado tiempo. Entonces él habló.
“Tiempo sin verte querida, Ametz. Luces más viva y radiante de lo que imaginé. Y desesperada, también.”
Ametz.
La escarcha secuestró su alma.
Ametz.
El tiempo retrocedió y le arrebató el equilibrio.
Ametz.
Su expresión se perdió en un mar de recuerdos inalcanzables. Cuando estiró los dedos hacia ellos, tan solo encontró sensaciones, duras, gélidas, sanguinolentas, placenteras, éxtasis, dolor… Todas inconclusas. Las dirigió al hombre que tenía frente a ella y no supo decir cual le correspondía. Pero sintió el peligro arremolinándose a su alrededor, una sensación que en otra ocasión le hubiese hecho correr como si no hubiera mañana. Pero en aquel instante, algo que dejaba la curiosidad en vergüenza, la estancó contra el suelo.
Su voz tembló cuando despegó los labios.
―¿Quién sois? ―musitó en un hilo de voz tan inaudible, que dudaba que el hombre lo hubiese escuchado de no haber sido un inmortal―. ¿Os conozco…?
Sabía la respuesta a esa pregunta, pero no supo el por qué. Una tormenta se avecinaba una tormenta saturada en los ojos del extraño. Tan solo él, sería el dueño de sus truenos y relámpagos.
Tsetsé Verte- Hechicero Clase Baja
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Fecha de inscripción : 13/05/2017
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Re: Huesos astillados
Manos en ambos bolsillos del pantalón negro liso, aquel flequillo cubriendo su frente que tan solo indicaba haber despertado en uno de esos días en los que el pasado ejerce presión sobre sus hombros y algo más; pasado que ahora se materializa en un pequeño fragmento en la mirada confundida de quien alguna vez conoció cómo Ametz. La observa altivo, severo, incrédulo de que sea en realidad la misma hechicera desafiante que en más de una ocasión se dio el privilegio de sacarlo de quicio y merecer su atención.
Achica los ojos, arruga las cejas. La ve tambalearse y caer al suelo. Aquella mujer no generaba el más mínimo atisbo de compasión, no es que fuese él un hombre dadivoso de todas formas—. Oh, querida. Hago más que conocerte —se deja caer de cuclillas, sostiene el mentón de la muchacha obligándola a enfrentar su mirada con cierto extraño dejo de gentileza. Le recordaba con claridad—. De verdad no puede recordar nada —articula como si hablara con alguien más. Con quien sabe comparte cuerpo, que a find e cuentas, nunca le abandona.
¿Quién era esta mujer que pretendía ser la sombra de la impertinente, pero deslumbrante Ametz? Por razones que prefirió no indagar, sintió la urgencia de descubrir que maldición o quien había pasado con ella. Luce vivida en el recuerdo la muchacha traviesa, llevó acabo su pequeño truco de jugar a estar viva muy a la perfección, pero sabe que no es el caso, era diestra a la hora de practicar magia, tanto como para engañarlo a él que se burlaba de la vida misma.
Incredulidad le alberga al, por segundos, experimentar con sinceridad lo que parece ser lo que los ingenuos llaman piedad—. Curioso —dice tan pronto la sensación penetra. Sin embargo, no tarda en que el odio y resentimiento que ha cargado desde el día en que fue concebido se haga presente, recordando con firmeza que la mujer en su presencia tenía una deuda con él. Y siempre se aseguraba de borrar las cuentas pendientes. Tal cual ángel con disfraz de demonio, le ayuda a reincorporarse sobre sus pies. Lleva los mechones de cabello que retozan libres detrás de las orejas. Sonrisa cálida. Claro que sabe que sucede, no cómo, pero sin duda ha de usarlo a su favor.
—Soy un viejo amigo ¿No me recuerdas, Ametz? —sonrío con malicia entreviendo la perfecta dentadura que hace juego perfecto con el ámbar de sus ojos. Oh, esto será tan divertido. Acaricia el rostro de la muchacha sin poder creer su suerte. Ya se le escapó una vez, no tendría la misma suerte ahora que por primera vez el universo era lo suficientemente condescendiente como para enviarla justo frente a sus ojos, tan perdida en si misma; sufrir sin saber si merece castigo. Su idea de diversión.
No prestaría atención a las extrañas olas de amabilidad que arremetían contra él, las ignoraría. Era ya diestro a la hora de ignorar la extensión de vida que proveniente de su hermano que mantenía su existencia como tal.
La noche, el firmamento oscuro, las calles desiertas… Confabulaban en su empresa. La sujeta de la mano sin intensión a perderla de la vista —Tal veo, tenemos mucho de qué hablar ¿Qué tal si te invito un trago? —deja implícito, lo bastante claro para que la muchacha sepa que aquello no fue una propuesta. Era hora de jugar, si tanto aguardo el reencuentro, bien podría contenerse un poco más mientras presionaba la herida.
Achica los ojos, arruga las cejas. La ve tambalearse y caer al suelo. Aquella mujer no generaba el más mínimo atisbo de compasión, no es que fuese él un hombre dadivoso de todas formas—. Oh, querida. Hago más que conocerte —se deja caer de cuclillas, sostiene el mentón de la muchacha obligándola a enfrentar su mirada con cierto extraño dejo de gentileza. Le recordaba con claridad—. De verdad no puede recordar nada —articula como si hablara con alguien más. Con quien sabe comparte cuerpo, que a find e cuentas, nunca le abandona.
¿Quién era esta mujer que pretendía ser la sombra de la impertinente, pero deslumbrante Ametz? Por razones que prefirió no indagar, sintió la urgencia de descubrir que maldición o quien había pasado con ella. Luce vivida en el recuerdo la muchacha traviesa, llevó acabo su pequeño truco de jugar a estar viva muy a la perfección, pero sabe que no es el caso, era diestra a la hora de practicar magia, tanto como para engañarlo a él que se burlaba de la vida misma.
Incredulidad le alberga al, por segundos, experimentar con sinceridad lo que parece ser lo que los ingenuos llaman piedad—. Curioso —dice tan pronto la sensación penetra. Sin embargo, no tarda en que el odio y resentimiento que ha cargado desde el día en que fue concebido se haga presente, recordando con firmeza que la mujer en su presencia tenía una deuda con él. Y siempre se aseguraba de borrar las cuentas pendientes. Tal cual ángel con disfraz de demonio, le ayuda a reincorporarse sobre sus pies. Lleva los mechones de cabello que retozan libres detrás de las orejas. Sonrisa cálida. Claro que sabe que sucede, no cómo, pero sin duda ha de usarlo a su favor.
—Soy un viejo amigo ¿No me recuerdas, Ametz? —sonrío con malicia entreviendo la perfecta dentadura que hace juego perfecto con el ámbar de sus ojos. Oh, esto será tan divertido. Acaricia el rostro de la muchacha sin poder creer su suerte. Ya se le escapó una vez, no tendría la misma suerte ahora que por primera vez el universo era lo suficientemente condescendiente como para enviarla justo frente a sus ojos, tan perdida en si misma; sufrir sin saber si merece castigo. Su idea de diversión.
No prestaría atención a las extrañas olas de amabilidad que arremetían contra él, las ignoraría. Era ya diestro a la hora de ignorar la extensión de vida que proveniente de su hermano que mantenía su existencia como tal.
La noche, el firmamento oscuro, las calles desiertas… Confabulaban en su empresa. La sujeta de la mano sin intensión a perderla de la vista —Tal veo, tenemos mucho de qué hablar ¿Qué tal si te invito un trago? —deja implícito, lo bastante claro para que la muchacha sepa que aquello no fue una propuesta. Era hora de jugar, si tanto aguardo el reencuentro, bien podría contenerse un poco más mientras presionaba la herida.
Hyun Seung- Vampiro Clase Alta
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Re: Huesos astillados
El tiempo se detuvo, la tensión se atoró en sus huesos. Fue consciente de cada bocanada de aire, cada una más pequeña que la anterior como si con ello, pretendiera desaparecer, esfumarse, eludir a quién se encontraba frente a ella. Un pensamiento necio, puesto que las pupilas del desconocido estaban grabadas en su rostro. Y, sin embargo, no parecía mirarla a ella, sino a ella. No conocía a Tsetsé, sino a Ametz. Al monstruo. Y sí aquel tipo era amigo de ella, debería de andarse con pies de plomo.
Su convicción se evaporó cuando su tacto la sacó de su ensimismamiento, y la trasladó un trance diferente. La gentileza de sus dedos sobre su piel hizo florecer un anhelo nostálgico. Casi tierno. El contacto era un privilegio para ella. Y la aparente preocupación del inmortal, resultó suficiente para hacer que la muchacha inclinara el rostro, buscando el tacto de sus manos contra su mejilla. Fue su gentil porte lo que la atrajo hacia su trampa. Gustosa, Tsetsé se deslizó entre los colmillos del lobo y se introdujo en su boca.
Permitió que la ayudara a levantarse mientras negaba ante su pregunta. No, no lo recordaba. Y él sí. La curiosidad fue lo único que evito que saliera corriendo en aquel instante. Era su oportunidad de conocer sobre Ametz. Y contra más supiera sobre ella, más posibilidades tendría de vencerla, hacerla desaparecer, devolverla a los infiernos.
Detuvo un segundo el hilo de sus pensamientos para atender al silencio de su cabeza. El monstruo parecía inusualmente callado. Tsetsé siempre la podía sentir rondando su subconsciente, sin embargo, esta vez, incluso le hizo dudar de su existencia. Era como si quisiera huir, huir de quién tenía delante. Posó la mirada sobre el inmortal, tratando de leer los motivos por los cuales Ametz retrocedía. A decir verdad, el aura del inmortal era confusa, no sabía cómo interpretarla. Era eso, o simplemente sucedía que su juicio se estaba nublando ante las presentes expectativas del reencuentro…
De un viejo amigo…
──…Hyun… ─el nombre brotó de entre sus labios de forma natural. Como si siempre hubiese estado ahí ─. Así es como os llamáis… ¿no es así?
Lo miró confundida, perdida en su amnesia. Campanas de alarma sonaron en su cabeza y el monstruo hizo acto de presencia. La sintió demandando que callara y volvió a esfumarse. Tsetsé se llevó una mano a la frente.
Se dejó guiar. Las alarmas continuaron abrumandola, primitivas, ordenándola que se deshiciera del agarre del vampiro. Pero ella deseaba continuar disfrutando del tacto, aunque aquello la condenara. La soledad también podía ser mortal.
──Llamadme Tsetsé por favor ──musitó──. ¿Éramos…amigos?
Las preguntas se agolparon en su boca mientras caminaban. Pero tan solo una prevaleció:
──¿Seguimos siéndolo?
Trató de retirar la mano de la suya, caminando por el límite, testeando las aguas. Comprobando su reacción.
Su convicción se evaporó cuando su tacto la sacó de su ensimismamiento, y la trasladó un trance diferente. La gentileza de sus dedos sobre su piel hizo florecer un anhelo nostálgico. Casi tierno. El contacto era un privilegio para ella. Y la aparente preocupación del inmortal, resultó suficiente para hacer que la muchacha inclinara el rostro, buscando el tacto de sus manos contra su mejilla. Fue su gentil porte lo que la atrajo hacia su trampa. Gustosa, Tsetsé se deslizó entre los colmillos del lobo y se introdujo en su boca.
Permitió que la ayudara a levantarse mientras negaba ante su pregunta. No, no lo recordaba. Y él sí. La curiosidad fue lo único que evito que saliera corriendo en aquel instante. Era su oportunidad de conocer sobre Ametz. Y contra más supiera sobre ella, más posibilidades tendría de vencerla, hacerla desaparecer, devolverla a los infiernos.
Detuvo un segundo el hilo de sus pensamientos para atender al silencio de su cabeza. El monstruo parecía inusualmente callado. Tsetsé siempre la podía sentir rondando su subconsciente, sin embargo, esta vez, incluso le hizo dudar de su existencia. Era como si quisiera huir, huir de quién tenía delante. Posó la mirada sobre el inmortal, tratando de leer los motivos por los cuales Ametz retrocedía. A decir verdad, el aura del inmortal era confusa, no sabía cómo interpretarla. Era eso, o simplemente sucedía que su juicio se estaba nublando ante las presentes expectativas del reencuentro…
De un viejo amigo…
──…Hyun… ─el nombre brotó de entre sus labios de forma natural. Como si siempre hubiese estado ahí ─. Así es como os llamáis… ¿no es así?
Lo miró confundida, perdida en su amnesia. Campanas de alarma sonaron en su cabeza y el monstruo hizo acto de presencia. La sintió demandando que callara y volvió a esfumarse. Tsetsé se llevó una mano a la frente.
Se dejó guiar. Las alarmas continuaron abrumandola, primitivas, ordenándola que se deshiciera del agarre del vampiro. Pero ella deseaba continuar disfrutando del tacto, aunque aquello la condenara. La soledad también podía ser mortal.
──Llamadme Tsetsé por favor ──musitó──. ¿Éramos…amigos?
Las preguntas se agolparon en su boca mientras caminaban. Pero tan solo una prevaleció:
──¿Seguimos siéndolo?
Trató de retirar la mano de la suya, caminando por el límite, testeando las aguas. Comprobando su reacción.
Tsetsé Verte- Hechicero Clase Baja
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