El precio de la vida | privado

Un grito de puro júbilo dio inicio a la noche. Las tabernas abrieron sus puertas para que los marchitos pudieran remojar sus almas en nostalgia. Las putas en las esquinas y los ladrones al acecho. El corazón de París palpitaba enfermo por la podredumbre que se extendía por sus arterias húmedas, frías, pues el invierno se acercaba. Mis pasos seguían una rutina marcada por el hambre, ligeros a falta de peso en los bolsillos, e invisible en medio del jolgorio que el espíritu verde empezaba a empañar a cada transeúnte. Necesitaba hacer recaudación para poder caer en la misma tentación que ellos. Una botella de absenta, un poco de opio, cualquier cosa que me alejara de la miseria en la que vivía esclavo. Era consciente que más me valdría ahorrar dinero para un buen abrigo, pues aunque mi cuerpo fuera más fuerte que el de cualquier humano normal el duro invierno me doblegaba igual que a los demás. Sin embargo ahí estaba, perdido y soñando en un abrazo verde que me llevara directo al no pensar.

Vagabundeé durante el crepúsculo ejercitando mis ágiles dedos para sustraer algo de dinero de los bolsillos más despistados, e incluso vi a un par de clientes madrugadores. Por lo general no podía satisfacer a más de tres antes de llegar a sentir la falta de sangre, así que guardé al más delicado de ellos para el final. No éramos más que dos desconocidos intercambiando necesidades, no obstante había sido cliente fijo el suficiente tiempo para saber -aunque no a pies juntillas- que no debía temer el quedarme débil ante él. Jamás me hizo daño ni mostró intenciones de querer hacerlo, tal vez por ello lo mantuve a mi lado todo ese tiempo. Era un dinero seguro, sin riesgos, que calmaba un poco a mi consciencia perturbada por la mala vida que llevaba. No necesitábamos siquiera hablarnos para saber dónde sería el encuentro, pues cada noche sucedía en un mismo lugar para comodidad y anonimato de ambos.

Un piso desocupado. Vacío, comido por el tiempo. Un pequeño edificio en la zona más pobre de la ciudad donde ya nadie quería vivir. Era vivienda de nadie pero espacio de todos; la puerta nunca se cerraba. Putas, vagabundos y nosotros los jóvenes, todos usábamos aquel sitio cuando no queríamos ser vistos, o simplemente para resguardarnos del mal tiempo. No llevaba a ninguno de mis otros clientes ahí, era en sí una especie de lugar sacro para mí, una burbuja donde no sentir la amenaza de lo desconocido. La primera vez que lo llevé fue semanas después de nuestro primer intercambio, una vez empecé a estar seguro que no iba a traerme problema alguno. El por qué lo hice no lo sé, tal vez solo quería caer rendido y dormir largo y tendido una vez se fuera, sin tener que caminar débil por los callejones más oscuros.

Llegué antes de la hora establecida. Solía ir pronto ante mis clientes, cuanto antes terminara antes podría abrazar una botella de Hada Verde. El edificio seguía tan polvoriento como siempre, con los muebles más sencillos; parecía que una familia se hubiera ido en medio de la noche sin mirar atrás. El tiempo se detenía una vez cruzabas el umbral. Esperé tumbado en la mullida pero enmohecida cama del dormitorio, con un cigarrillo calmando la espera y la vista perdida en la luz que se filtraba por la ventana. Era hipnótico el bailar del polvo a contraluz. En mi cabeza danzaban sueños de una vida mejor, simples utopías que ayudaban a matar el tiempo. ¿Tardaría mucho mi cliente?

Si hay algo que marcase la rutina del vampiro, era el sol ocultándose en el horizonte, cuando el astro rey daba paso a la noche, su día comenzaba. Se vistió de forma más modesta, porque lo que iba a hacer esa noche prefería dejarlo para el anonimato más absoluto, prefería pasar inadvertido entre la ruidosa gente que conformaba la fauna nocturna de París. Había tenido mucha suerte con el acuerdo al que llegó para alimentarse, era un chico joven, de buen porte y que aceptó hacerlo porque quiso, pese a la compensación monetaria que había de por medio. Lo que más le costaba era encontrar gente dispuesta a eso, a dejarse morder por un vampiro, todos creían que se aprovecharía de ellos y no podía negar que muchos de sus congéneres lo hicieran, la naturaleza del vampiro era depredadora después de todo.

Tomó una bolsa con francos para pagar al muchacho, del que apenas sabía nada, desde que lo conociera sus transacciones fueron rápidas, hablaba poco y respetaba eso del chico. A parte de su pelo besado por el fuego, no conocía mucho más de él, se limitaba a beber y luego le dejaba cuando se cercioraba de que no corría ningún peligro, le gustaba ser precavido con esas cosas, si suponía una amenaza para su vida no se alimentaría. Se perdió entonces por las calles parisinas, el ambiente nocturno de las mismas se hacía notar a cada paso, jóvenes que buscaban beber en las tabernas cercanas, chicas apostadas en callejones con sus vestidos bien ceñidos, atrayendo hombres para sacarles unas monedas con sus encantos. Nada que el vampiro no conociese ya, pero si una imagen que no iba demasiado con su carácter, de todas las épocas vividas, aquella era una que daba importancia a los vicios en exceso.

El lugar de reunión era un piso abandonado que el chico propuso tras el primer encuentro, un antro lleno de polvo que ofrecía la intimidad necesaria para lo que tenía que hacer. Mantener el secreto de su naturaleza, no alarmar almas humanas que clamasen a los cuatro vientos que era el demonio al ver sus colmillos. En cu camino hacia este pasó por una pastelería, esta cerraba siempre al anochecer para poder tirar la menor cantidad de género posible y pensó que quizá podía llevarle algo de comer, para reponer fuerzas tras la donación. Sabía que un cuerpo humano se debilitaba cuando extraía sangre del mismo y ser amable no estaba nunca de más.

Se llevo un par, uno relleno de nata y otro de chocolate, perdiéndose ahora en la oscuridad, como  el depredador que era, hasta ver el piso. Subió a este sin dificultad y lo encontró allí, preguntándose cuanto llevaría allí esperando, si es que se sentía más seguro de esa forma. Dejó la caja en uno de los muebles polvorientos y cerró la puerta, caminando lentamente hasta situarse al lado del chico. -Buenas noches- Murmuró, le ofreció la mano a modo de saludo, caminando tras a eso a una de las ventanas que dejaban pasar luz natural a la estancia, se apoyó en esta. Lo haremos cuando estés listo, no tenemos prisa, también pararé cuando digas, como siempre, si ves que hago algo que te disguste siéntete libre de reprocharme.- Solía decir siempre algo parecido, no le gustaba meter prisa a los humanos, dejar que ellos llevasen un poco el control para darles más seguridad e incluso le mostró la bolsa de francos, como hacía siempre, ante todo era un vampiro de palabra. -Siento si te he hecho esperar, no te esperaba tan pronto, normalmente suelo ser de los que se adelantan.- Sonrió leve.

Una de las cosas que probablemente me hicieran confiar más en ese vampiro que en otros, era que no aparecía de la nada sin aviso. Mis otros clientes me provocaban siempre un escalofrío cuando súbitamente me los encontraba a mi lado, salidos de las mismas sombras, con la mirada hambrienta y poco tiempo que perder. Reconozco que yo mismo soy bien sigiloso, sin embargo no es algo buscado sino más bien una costumbre arraigada en mí desde bien pequeño, cuando lo último que deseaba era que alguien se fijara en mi presencia. Pero si algo me caracteriza por encima del silencio, es una poderosa curiosidad que sobrepasa cualquier deseo o pensamiento. Cuando me cruzo con algo que escapa de mi entendimiento o ante lo cual no tengo respuesta alguna siento una irrefrenable necesidad de poner fin a mi ignorancia. Y no diría que se trate de obtener más conocimientos, simplemente caprichos propios de un gato. Animal del cual no puedo ni quiero separarme.

-Buenas noches... - saludé más por inercia que por cortesía. Seguía estando a un vampiro, un poderoso ser que solo con la presión de sus dedos podría darme muerte rápida. Y, aunque mi vida no era un ejemplo de libro, me negaba a ponerle fin. - He venido antes de tiempo, no es problema... - susurré mirándole entre precavido y ansioso. Las dudas saltaban en mi mente como pulgas de circo y, como bien he dicho, por mucho respeto que tuviera a aquel ser no pude contener mi propia lengua cuando se movió dando voz a mis inquietas dudas. - ¿Por qué eres tan distinto a los demás?

En mi mente tal pregunta tenía todo el sentido del mundo. ¿Por qué era amable? ¿Por qué se tomaba tantas molestias en ser agradable para mí? No era la amabilidad típica del vampiro remilgado, parecía más bien que quisiera seguir siendo humano aunque la naturaleza dijera lo contrario. ¿Por qué incluso había traído comida? Y pude saberlo por mi bien afinado olfato y las tantas veces que me había paseado delante de las pastelerías. Tuve que hacer un enorme esfuerzo para controlar mis tripas y no dejarme en evidencia. Estaba hambriento, siempre lo estaba, mi cuerpo consumía más de lo que podía llegar a llevarme a la boca.

-Pagas por mi sangre, no me debes nada... No soy más que un chico de la calle, un cualquiera, y aún así tú, que tienes cientos de años, te tomas la molestia de ser cortés conmigo cuando ningún otro lo hace. ¿Por qué? ¿Qué te hace tan distinto a los demás? ¿Es que... buscas algo más de mí? - entrecerré los ojos con sospecha. Ya lo había pensado antes, pero quería analizar a consciencia su rostro una vez mi duda fue transmitida a sus oídos. En ese instante no tuve miedo de posibles represalias por mis formas tan directas, mi curiosidad era aún mayor que cualquier temor nacido de mi boca grande.

El intercambio de saludos se realizó como cabría esperar, le había gustado siempre la puntualidad, quizá pecaba un poco de eso, pero no era nada relevante, podía entender que hubiera querido llegar el primero por muchos factores, que a no ser que atentasen contra su vida no le importaban. Giró el rostro nada más escuchó la pregunta, mirándole mientras se pasa una mano por el pelo, no era la típica pregunta que le hacían los humanos u otras criaturas, lo normal era salir corriendo, atacar o chillar. -No sabría decirte, imagino que igual que no hay dos personas iguales esto se aplica a los vampiros. En mi caso yo elegí como quería ser de cara al mundo, que no me vieran como un depredador, fui humano una vez, cuando me convertí en esto me tuve que adaptar y aprender. Con el pasar de los años me ha quedado claro que no hay bestias, tan solo aquel vampiro, licantropo, cambiante, hechicero o humano que decide por propia voluntad serlo, sin hacer esfuerzos por controlar instintos y vivir bajo las leyes comunes que rigen la sociedad.- Se apartó de la ventana.

Escondía sin embargo mucho más, se conocía demasiado para saber lo que fue y como afectó a su vida y al mundo, si tenía que elegir entre dejarse llevar por las ansias, la sed, como le enseñó su "padre" acabaría sumiéndose en ese pozo de oscuridad de nuevo. Podía darle más detalles para tranquilizarle, pero sacar el tema de la inquisición no le placía en absoluto, prefería dejar su colaboración con ellos en secreto de momento, más que nada porque dicha colaboración se traducía en ser un condenado. También porque era la primera vez que hablaban tanto, entrar en ciertos temas se hacía incómodo por alguna extraña razón y Elián solía pagar a prostitutos para ello, para pasar un rato de compañía y hablar o escuchar historias, anécdotas. Pero claro, no era lo mismo hacerlo con esa clase de chicos que con el que tenía enfrente, sus negocios eran otros.

Duras palabras de una persona tan joven, cuya vida podría ser muy larga y llena de experiencias que la enriquecerían enormemente. Por norma general trataba a todos con respeto, el que creía que se merecían, por eso no entendió que lo dijese como si fuera lo más extraño del mundo. Aunque claro, no todas las personas eran así, había gente más cruel que reafirmaba su superioridad de distintas formas. Lo dices como si eso fuera malo... desde mi punto de vista, buscar a una persona que quiera voluntariamente donar sangre a cambio de un poco de ayuda de la que sea, no me parece que sea malo. Tampoco entiendo que digas que eres un cualquiera, entiendo que hay distintos estamentos en la sociedad, pero intento dar el mismo valor a cada vida, que hayas tenido la mala suerte de acabar en la calle o no tener tanto dinero como un noble no te hace un despojo. Si te tratase mal, solo contribuiría a esta sociedad clasista y me estaría faltando al respeto a mi mismo al ser como el resto de vampiros... te trataría con la misma cortesía aunque te dedicases a vender tu cuerpo en los burdeles, sin condenarte por ello.- dejó caer.

Pero antes de que pudiera mal pensar y en respuesta a sus preguntas, habló. -Lo que me hace tan distinto a los demás no lo se, eso deberán decirlo quienes me conocen, tendrán una visión objetiva de mi. Y no, no busco nada más de ti, no hay intenciones ocultas en esto... soy un vampiro, vivo de la sangre, pero no quiero matar humanos ni hacerles daño, si puedo encontrar alimento de una fuente que lo quiera lo haré, me ayudas mucho ofreciendo tu cuello y si puedo ayudarte por ello, lo haré.- Caminó hasta recortar distancia, apoyando su mano en el hombro del chico con suavidad, muy despacio, con una leve sonrisa en su rostro. -Y puedes poner las condiciones que quieras, lo que te haga esto más sencillo, puedo asegurarte que aunque intentases matarme no te haría daño, la violencia para mi debe aplicarse solo en casos muy necesarios. -Se apartó tras eso, para no incomodar en demasía al cambiante y señaló los pasteles. -Te traje algo de comer para cuando acabemos, por si te mareas por la pérdida de sangre. Y... si tienes más preguntas o inquietudes, adelante, responderé  con sinceridad a ellas.- quiso que supiese que no le importaba, quizá también para que terminase de relajarse, lo último que quería era dañarle.

La respuesta del vampiro a mi tan directa pregunta no me dejó del todo satisfecho. La falta de confianza que había entre nosotros hizo que viera su discurso como mera palabrería ensayada previamente, como el padre que trata de evitar hablar de temas profundos con su hijo y se limita a una sencilla explicación carente de conflicto, consiguiendo así que el niño se calle por un tiempo. La curiosidad seguía estando ahí, sin embargo decidí ser el chico bueno que acepta una verdad a medias porque, en el fondo, no estaba seguro de querer conocer todos los sombríos entresijos en la vida de aquel vampiro. El simple hecho de que hubiera cruzado la línea de la muerte y aún así siguiera andando ya era suficientemente perturbador. Y podría sumarle que, pondría la mano en el fuego, en algún momento de su nocturna existencia había matado, algo que yo no me había visto capaz de hacer ni bajo la amenaza de mi propia muerte. Toda vida es sagrada para mí, aunque algunos merezcan toda horrible condena imaginada.

La otra respuesta, no obstante, sí me hizo verle con otros ojos. Por lo general los chicos perdidos como yo solían tener carácter, no se dejaban rebajar por nadie; yo era la excepción a esa regla, el abandono por parte de mis padres hizo que despreciara mi propia existencia. El cainita no se había detenido a pensar su respuesta, lo cual me dio a pensar que era sincera y, si realmente pensaba así, estaba sin duda ante un vampiro muy distinto a los demás. Cualquier otro de mis clientes ya me habría cruzado la cara por insolente o simplemente me habría matado, per él no. Él estaba mostrando paciencia y saciaba la curiosidad de mis preguntas sin sutiles gestos faciales que revelaran cierto disgusto.

-Curioso... - susurré, sin dejar de mirarle fijamente con mis tristes ojos verdes.

Me inquieté en el mismo instante que se acercó a mí, tensándome cuando me puso la mano encima. Odiaba, odio, el contacto físico sobretodo con desconocidos. Supongo que me viene de la infancia, de cuando no era más que un gato pequeño y trataban de agarrarme para Dios sabe qué cosas, apenas lo recuerdo ya -mi mente debe haberlo bloqueado. Sin embargo, no me moví, el temor a las represalias de quitarle la mano de encima me dejaron brevemente paralizado. Tras la distancia respiré tranquilo y subí las piernas a la cama, sentándome a modo indio.

-Me gustan los pasteles - dije sin más, dejando ver que mi olfato estaba muy bien afinado. Barajé el resto de preguntas que danzaban por mi mente, pues no pensaba desaprovechar aquella oportunidad que me daba, e incliné la cabeza. - ¿Cuántos años tienes? No te ves mucho más mayor que yo, sin embargo tu aura es anciana. Vuestra eternidad es envidiable, ser eternamente joven es el sueño de cualquiera. Supongo que has matado alguna vez, así que no voy a preguntar por eso, pero ¿no pierdes nunca el control? Lo digo porque, aunque claramente es evidente que no valoro mucho mi vida, tampoco tengo intención alguna de morirme todavía. Hay muchas cosas que quiero ver y experimentar, no me gustaría que un día se te fuera la mano... - ¿Estaba pasándome de rosca? Tal vez, pero una vez di rienda suelta a mi lengua no hubo nada que la detuviera. - Algunos vampiros tienen algo que llaman esclavos de sangre, ¿tú no? ¿Ni un compañero eterno como tú para hacerte compañía? Porque os podría ofrecer mi sangre a ambos, es solo cuestión de comer un poco más...

El vampiro acostumbraba a hablar de algunas cosas con los prostitutos que contrataba en el burdel en momentos puntuales, pero no con desconocidos con los cuales no había intercambiado apenas palabras, como en el caso de ese chico pelirrojo. Al haberse dedicado exclusivamente a beber de su cuello y pagarle, no reparó nunca en la curiosidad que que este manifestaba, haciendo tantas preguntas y mirándole a la espera de obtener las respuestas de todas ellas. No dejaba de crecer la curiosidad en torno al muchacho, si bien siempre se alimentó de algunos prostitutos o chicos que aceptaron tras una charla, este ya vendía su sangre cuando lo conoció, a través de uno de sus clientes. Había sido y era, todo un descubrimiento para el inquisidor, esperaba que de esa noche pudiera al menos sacar su nombre, para no tener que estar llamando al pelirrojo chico o algún otro apelativo que en algún momento dado le pudiese molestar.

El vampiro captó el susurro del chico, acompañado por esa mirada suya que percibió algo diferente, no era la misma que podía ver en chicos de edades similares. Sus ojos verdes, bonitos, quedaban eclipsados por la expresión de rostro y Elián se preguntaba qué es lo que podía hacer que una persona tan joven luciese así. A su parecer, en ese encuentro estaba sacando más información que en todos los anteriores y se preguntó si era porque el chico estaba más relajado ahora que había visto que no era un peligro o porque quizá estaba haciendo algo diferente en esa ocasión. No se animaba a preguntarle nada aún, esperaría a que encontrase al contrario un poco más relajado y después de descubrir si le satisfacían las respuestas que le había dado, sin la certeza de que le creyese o no, los vampiros eran seres traicioneros y aunque el inquisidor se esforzaba por resultar una persona sincera, que le tacharan de manipulador o de mentiroso estaba a la orden del día.

Sintió algo de tensión cuando puso la mano en el chico, pero no le dio importancia, observando como este se sentaba tras retirarla de su hombro. Cuando dijo que le gustaban los pasteles sonrió, lo había captado, tenía buen olfato el chico, también agradeció el acierto de haberlos traído para después de alimentarse. No pasó mucho tiempo hasta que otra pregunta salió de sus labios y ante esa se sentó al lado del chico en el colchón, dejando una separación entre ambos. -La cifra exacta no la recuerdo, pero tengo más de cinco mil años, por eso ese aura que ves en mi. He vivido mucho y pocas cosas me sorprenden ya, pero la gente ven a un chico que aparenta unos treinta años, atascado en esa cifra eternamente, con sus más y sus menos.- La parte que mencionó de haber matado gente, no quiso ni mentarla, estaba muy claro que si que perdía el control o lo hacía hace mucho. Pero si le tranquilizaría, entendiendo que no quisiera morir por un arrebato del vampiro. -No te haré daño, no pierdo el control hace mucho, no es fácil que lo pierda, se deben dar circunstancias muy especiales para eso. Estás a salvo conmigo, no soy violento, no me aprovecharé de ti ni tendrás que vigilar tu espalda por miedo a que te ataque.- En eso su voz era firme,.

Lo siguiente que debía responder era más complicado, en cuanto a esclavos de sangre fue contundente con ello. -No, no los tengo ni los quiero, si analizas esa palabra... esclavo implica pertenencia, que le arrebate a una persona algo, ya sea su libertad u otras cosas y no es lo que quiero. Prefiero buscarme una solución como esta, pagándote por alimentarme.- En cuanto al tema compañero, su mirada se entristeció algo, recordó algunas parejas de su pasado y fue inevitable que se marcase en su rostro. Por desgracia, en esos momentos, siendo un condenado, no podía permitirse el lujo de crear un vínculo como ese, no cuando podía peligrar su vida si Elián hacía algo malo. -Estoy solo, siento no poder darte otro cliente.- Acabó entonces por mirarle, quería también saciar un poco de su curiosidad. -Tu pareces joven aún, ¿qué edad tienes?. Y encima metido en un trabajo tan peligroso, conozco a los de mi raza, ¿No temes que te puedan hacer algo?- Se pasó una mano por la nuca. -Me gustaría saber tu nombre, para poder dirigirme a ti, conocerte un poco mejor dentro de lo que te parezca cómodo para que no sea tan extraño cada encuentro.- No sabía si contestaría, pero al menos lo intentó.

Me sentí totalmente incapaz de imaginar una vida tan larga. Cinco mil años eran más de lo que mi limitada mente podía abarcar; incluso en ese tiempo, aún joven, empezaba ya a creerme un adulto con mucha vida a mis espaldas. Las palabras del vampiro, sin embargo, fueron el muro de realidad con el que topé. Me puse en su piel, siendo yo mismo, y la idea de pasarme varios miles de años en total soledad hicieron que sintiera cierto vértigo a la vida. ¿Podría yo soportar tanto tiempo sin volverme loco? Lo dudaba. Me auto convencía de que aquella soledad buscada era lo mejor que podía hacer para evitar un nuevo rechazo, otro abandono o pasar por dolores innecesarios, pero muy en el fondo solo deseaba encajar en algún sitio. Tenía la necesidad de confiar en alguien, de tener un hombro en el que apoyarme cuando todo se hacía cuesta arriba y el alcohol no era suficiente para mitigar la soledad auto impuesta. Hasta ese momento no lo había encontrado, pero no desesperaba. Cinco mil años me hicieron ver que aún tenía mucho tiempo por delante para encontrar a esa persona.

Mi forma de ver al vampiro cambió. Sus respuestas, acompañadas de una mirada que expresaba más que las palabras, y su experiencia me dieron un poco de esperanza. Tal vez, solo tal vez, el cainita podría llegar a comprenderme sin tratar de doblegarme. Decidí en ese momento darle el voto de confianza, no solo a él, si no a mí mismo.  - No eres en absoluto como el resto de vampiros que he conocido... - reiteré, mirándole fijamente con mayor curiosidad, pero también más sana, con menos desconfianza. Ya no creía a pies puntillas que ese cliente solo trataba de engañarme. En su mirada, así como en su aura, pude ver la certeza de sus palabras y la carencia de maldad. Tal vez... tal vez...

-Tengo veinte años... - respondí, hablando de mí por primera vez con alguien que no fuera alguno de los otros chicos perdidos con los que compartía calle o botella. - Le temo a otras cosas antes que a los vampiros... Puede que parezca indefenso, pero he aprendido a defenderme, pues he nacido y crecido en la calle. Soy un cambiante, aunque eso ya debes saberlo, y en caso de tener la más mínima sospecha simplemente me convierto y huyo. Es fácil para mí meterme en sitios pequeños... - no le revelé qué animal era para sentirme más seguro teniendo aún un pequeño as en la manga. Solo el tiempo diría si ese vampiro podría verme en alguna de mis formas animal.

-Tú eres Elián Alexius... - susurré, con una sonrisa fugaz cruzando mis labios. - He escuchado poco de ti, así que solo conozco tu nombre. El mío es Theron. Sin apellido, pues no he tenido padres ni he estado en un orfanato donde pudieran darme uno...

Me puse en pie y me dirigí al recibidor donde estaba el pastel que había traído, volviendo a la habitación con la caja de este ya abierta y mis dedos embadurnados en la crema. Comer ante un desconocido era otro pequeño acto de confianza. Vivir en la calle te enseñaba a esconder la comida, a consumirla en soledad antes de que otros igual de hambrientos aparecieran para arrebatártelo. Cierto que el vampiro no podía comer de ese pastel, pero muchas veces las costumbres se convierten en hábitos difíciles de perder. - Quisiera llevarme bien contigo porque eres el mejor cliente que tengo, por ello te pido que nunca me toques más de lo necesario mientras consumes de mí. Detesto el contacto físico... como habrás podido notar cuando me has puesto la mano encima antes.

No pudo discernir si aquellas palabras que le dedicó el humano eran un halago o o más bien una burla, al menos no hasta que le miró a los ojos y distinguió que no había nada de lo segundo. A esas alturas no sabía si ser diferente a los demás era una bendición o la mayor de las maldiciones, sus amistades eran muy reducidas entre los suyos porque no toleraban su trabajo, había matado muchos vampiros, no seguía las costumbres que poseían ni se deleitaba tanto con la sangre como cabría esperar. Pero su conciencia estaba tranquila, podía mirarse al espejo sin sentir que no era Elián, la humanidad en un vampiro se cuestionaba, el alma misma, si poseían o no al estar muertos, pensaba que siendo así, se ganaba al menos la aprobación de aquellos que dejó atrás hacía milenios.

Lo sorprendente fue que ese chico respondió a la pregunta inicial, ahora era el vampiro quien tenía la curiosidad escrita en sus ojos, asintiendo muy leve. Le parecía bastante joven para esa época, no se podía comparar a sus tiempos, donde ya sería adulto, y que hubiera arriesgado todo su futuro con esa edad, le preocupaba. Alegaba que era bueno defendiéndose y no lo pondría en duda, después de todo, ¿quién era él para negarlo?. Quizá supiera como apartar a un vampiro, más si era un cambiante y tenía esos recelos hacia todo el mundo, la desconfianza tenía un lado bueno, podía servir para prevenir que se aprovechasen o hiriesen. El lado malo venía de la soledad, aunque si lo miraba bien, no parecía disgustarle eso de estar por su cuenta, si que parecía un chico criado en las calles parisinas. -No llegarás a eso conmigo, pero me alegro que puedas zafarte de otros, es mejor no revelar nunca tus cartas para poder tener ese as bajo la manga.- No se le escapó que no mencionó nada que hiciese referencia a su forma animal, justo lo que debía hacer.

El vampiro quedó muy sorprendido de que conociese su nombre, el muchacho era inteligente,
conocía a sus clientes así que empezaba a tranquilizar al inquisidor, dudaba que fuera a tener problemas serios con otros clientes. Se quedó con el nombre cuando se lo dio a conocer, entendiendo que sin padres poco apellido tendría, estaba hecho a si mismo, era un superviviente nato. -Cualquier persona se asustaría de que supieran su nombre, pero veo que haces tus deberes, te gusta saber quien te paga.- Sonrió, dejando ver sus afilados e inmaculados colmillos, esos que iban a perforar su piel en algún momento de la noche. -Puedes llamarme Elián, evitemos los formalismos, así será mejor... No quiero que esto se convierta en algo solemne o demasiado rígido, que haya un mínimo de franqueza entre los dos, quiero que tengas la seguridad de poder decir cualquier cosa que cruce tu mente.- finalizó, le estaba dando todas las comodidades posibles, un entorno que controlase.

Le dejó apoderarse de los pasteles y estuvo de acuerdo con llevarse bien, por su parte el vampiro pretendía hacerlo, más si era su mejor cliente. También respetaría su espacio, comprendió que se extralimitó antes cuando tocó su hombro, un exceso de confianza quizá pero que para alguien que no soportaba tanto el contacto podía ser más invasivo. -Disculpa, no lo sabía, no volverá a pasar.- Quiso que le quedase claro, antes de acomodarse un poco más en ese lugar. -Tu come tranquilo y ten la seguridad de que me comportaré como tu mejor cliente, si al final de la transacción estás cómodo a mi me vale, eso indica que todo ha ido bien, que no te ha resultado violento... al menos no más de lo que es un mordisco.- Los cambiantes eran extraños, la inmensa mayoría detestaba a los vampiros, no los soportaban cerca, pero Theron era esa excepción que confirmaba la regla, ese chico que hacía de tripas corazón. Le dejó comer con tranquilidad, levantándose para ir a la ventana, apoyándose en el borde esta, dejando que la luz de la noche iluminase su silueta.

El hambre se notaba, pero no quiso forzar nada, no se alimentaba tan mal, podía comer casi todos los días así que nunca había prisas. -Normalmente las conversaciones fluyen con más facilidad en el entorno en el que me muevo, pero es porque todos son ricos que dicen y piensan los mismo, se rigen por modas y acaban resultando copias baratas de otros. Confieso que a tu lado me siento una momia, no se si podré hablar contigo de algo interesante o que no te parezca un aburrimiento. Dejé esos años de maravillosa juventud atrás hace mucho, ni siquiera tenía las comodidades ni los pasatiempos de este siglo.- Sonrío, descansando ahora la espalda en la pared al lado de la ventana, quedando iluminada la mitad de su rostro solo, la otra oscurecida por la habitación. -Dime, ¿hay algo más que ronde tu mente?- Era la primera vez en mucho tiempo que no pagaba por escuchar o por hablar.

-El mejor as que tengo bajo la manga es que la gente tiende a menospreciarme... No solo a mí, también a los demás chicos de la calle. Nos ven como lo que somos: jóvenes, perdidos, totalmente anónimos. Simples peones que nadie echaría en falta si desapareciéramos. Sin embargo hemos aprendido a protegernos, a sobrevivir. Hemos sufrido lo suficiente no solo para desconfiar de cualquiera, sino para volvernos unos temerarios. Porque ¿qué queda que pueda hacernos más daño del que nosotros mismos nos hacemos? - aún ahora no entiendo por qué le dije todo aquello, no era propio de mí hablar más de diez palabras seguidas y, no obstante, ahí estaba, recreándome en una explicación que nunca antes le había dado a nadie. Puede que solo lo hiciera para deshacerme de aquella expresión apenada que me dirigía Elián, porque si hay algo que no soporto por encima de todo es que sientan compasión por mí, o cualquier tipo de pena. Me hice a mí mismo, escapé de la muerte, y eso es lo único de lo que estaba orgulloso en aquella época.

-No creo que seas de los que se asustan porque sepan su nombre... Eres un vampiro, después de todo. Solo con la fuerza de tus manos podrías destrozarme sin siquiera pestañear - le miré con la cabeza inclinada, sin expresión alguna mientras recalcaba que estaba en clara desventaja ante él. - Prefiero llamarte Alex, si no te importa. Es evidente que no quieres destacar demasiado o no llevarías una vida tan... normal, si en mi cabeza eres Alex no habrá nadie que pueda identificarte como mi cliente si en alguna ocasión se me va la lengua. Aunque tranquilo, no es algo que suela ocurrir.

Asentí sin más a sus palabras, agradeciendo mudo que hubiera mutuo respeto. No quería demostrarlo, pero estaba absolutamente sorprendido por los modales y la forma de actuar de aquel cliente especial. Por norma no me hablaban, no hacían caso a mi norma de no tocar y terminaban golpeándome en varias ocasiones por simple diversión, como una especie de recordatorio de que ellos eran sin lugar a dudas quienes a fin de cuentas mandaban en aquel bizarro trato. No es que me sintiera aún seguro con Elián, pero sin duda podía relajarme un poco más que con los demás, al menos lo suficiente para comer ante él, algo que desde que tenía uso de razón solo hacía en soledad. Porque la calle era muy dura y, al estar rodeado de otros niños pobres como yo, era fácil recibir una paliza por el mendrugo de pan que uno tenía entre manos.

-Hay muchas cosas que rondan mi mente... Es lo que tiene ser joven y curioso.- dije mientras terminaba de relamerme los dedos manchados. Con el estómago lleno me sentí mucho mejor, más relajado incluso, y me apoyé hacia atrás en el colchón sobre mis codos. En ningún momento despegué la mirada de él, como he dicho aún no confiaba demasiado y prefería tenerlo vigilado. - Por ahora me has respondido a todo lo que te he preguntado... así que veo justo que yo haga lo mismo si tienes alguna duda. Aunque intuyo que debes tener hambre, normalmente me muerdes nada más nos encontramos, así que no te cortes, podemos hacerlo de una vez y así estaré más tranquilo. Aunque digas que no pierdes el control, prefiero asegurarme...

Apreté los labios y me acomodé, exponiendo mi níveo cuello para él. Esa zona es muy sensible, íntima incluso, algo que no me gustaba en absoluto en aquella época, sin embargo era consciente que era la parte favorita de todo vampiro que pisara la tierra. Tal vez porque la sangre fluye mucho más rápido por la cercanía al corazón. Pero para mí suponía demasiado contacto, por lo que solía cerrar los ojos y esperar que el momento sucediera rápido.