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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Ladislav Pekkus Miér Sep 13, 2017 12:49 am

Sólo ahí respiró de verdad, como si hasta entonces, y sin darse cuenta,
hubiera estado conteniendo la respiración; sólo ahí tuvo verdaderamente miedo y alivio al mismo tiempo.

Julio Cortázar


Sentía que le habían quitado parte del peso que llevaba sobre su pecho, aunque pronto se lo habían devuelto. Por primera vez en años, Ladislav Pekkus había vuelto a respirar con normalidad. Claro que solo habían sido cortas bocanadas, el alivio no era eterno sino que duró lo que dura un abrazo cargado de añoranza, se extendió tanto como los minutos que transcurrieron en aquella visita inesperada, pero salvadora. Sin embargo, ya habían pasado dos días -transcurría la segunda noche- y Ladislav confirmaba que el abrazo de Karishma lo había cambiado irremediablemente; él ya no era el mismo.

La tormenta azotaba con fuerza aquella zona de la ciudad. Los truenos hacían vibrar las paredes de la casa de Ladislav, el herrero, en las inmediaciones del puerto. Si se volteaba hacia la derecha, en su cama, pensaba en su hermana que, terca como era, había ido a trabajar a lomos del caballo de Lad. ¿Habría llegado con bien a la taberna que limpiaba por las madrugadas? En cambio, si se volteaba hacia la izquierda, si se ponía de cara al techo o boca abajo (y creía que incluso si se metía debajo de la cama), Ladislav pensaba en Karishma. Su recuerdo lo enloquecía, lo enardecía. Su mujer no había cambiado en lo absoluto, seguía siendo la misma, con la misma dulzura, con idéntico brillo en los ojos. Y su cuerpo… ¡la había encontrado más hermosa de lo que recordaba! ¡Qué bien le había sentado la maternidad! De solo recordar la tibieza de su cuerpo contra el suyo… Algunas veces, en el transcurso de aquellos dos días, Ladislav había tenido que recurrir a la autosatisfacción para aliviarse. El mero pensamiento de correr al encuentro de las prostitutas del puerto, para personificar a Karishma en alguna de ellas, le parecía una falta de respeto, un insulto. ¡Oh, su adorada gitana! ¿Por qué había aparecido así de repente? ¿Por qué se había ido?


“Porque tiene una vida, una feliz y lejos de mí”, se decía y la justificaba. Ella era valiente, mucho más de lo que él podría llegar a ser.

La lluvia no contribuía en lo absoluto a que los pensamientos dejasen de torturarle, pues siempre la asociaría con Karish. Tenían decenas de recuerdos juntos en días, noches y madrugadas de lluvia.
Ladislav acabó por ponerse en pie, repentinamente sentía frío por lo que buscaría una manta más de lana que poner sobre la cama. Su madre era muy buena tejedora y al mudarse a París él había cargado con algunos de los trabajos de Daria Pekkus porque nadie mejor que una madre para abrigar y, como ya no la tenía, necesitaba sentir sus manos al menos de esa forma.
Dormía con ropa ligera, a penas unos pantaloncillos largos, su torso siempre desnudo. Por eso era que se helaba, si tan solo tuviera el calor de Karishma…


“No sigas por ahí”, se dijo, ya cansado de necesitarla.

No tardó en dar con la manta tejida, la guardaba en uno de los muebles altos del pasillo. Su casa no era grande, ni por asomo, pero todo estaba bien sectorizado, Ladislav era un hombre tan ordenado que podría haber encontrado lo que se propusiese aún con los ojos cerrados.
Extendía el nuevo abrigo sobre la cama cuando un golpeteo frenético lo asaltó. Alguien sacudía su puerta a esas horas de la noche y, a juzgar por la insistencia, se trataba de una urgencia. Sin calzarse siquiera, Ladislav corrió hasta la entrada de la casa, que era también la entrada de la herrería –pues ésta se hallaba en la parte delantera de su hogar- y abrió sin preguntar nada.
Empapada, con su cabello hermoso pegado al rostro. Así la vio, así se reencontraron.


-Karishma –susurró, incrédulo aunque estuviese viéndola, y de manera inmediata abrió los brazos para invitarla a refugiarse en ellos.


Última edición por Ladislav Pekkus el Miér Abr 25, 2018 9:38 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Karishma Dom Nov 05, 2017 11:28 pm

Besó en la frente a sus hijos, y no pudo evitar que una lágrima mojara la mejilla de Baldev. Acomodó el cobertor sobre Maya. Se limpió los ojos y depositó un beso en los labios de su esposo, que dormía profundamente gracias a las hierbas que había colocado en su comida. Había tomado la decisión mucho antes de esa noche. La había tomado desde el momento en que había cruzado el umbral de la puerta de Ladislav. Volvería a él, porque no soportaba un minuto más lejos de su cuerpo, lejos de su alma. Había resistido todos aquellos años, intentando convencerse de que ya no lo quería y de que lo había dejado en el pasado. Pero el destino había tirado los dados y, nuevamente, sus caminos se habían cruzado. Karishma ya no era aquella niña enamorada, era una mujer que sabía lo que quería, o era lo que le gustaba creer. A Ladislav lo quería, lo adoraba, lo amaba, lo deseaba. El recuerdo de sus brazos cubriéndola se le había vuelto doloroso, y ya no lo soportaba más.

Se envolvió en una capa marrón, salió de la tienda que cobijaba a su familia y no miró atrás. Se alejó en el caballo a paso lento, hasta que las primeras gotas comenzaron a caer. Lo suficientemente lejos del campamento, espueleó al animal y se lanzó a la carrera. La tormenta y ella eran una sola, y se sintió como aquel cielo cargado de rayos, centellas, truenos y agua. La gitana también era tempestad. No había culpa, a pesar de que debía sentirla. Y tampoco vaciló un instante al bajarse del caballo, dejarlo a resguardo y atado, caminar hacia la puerta de Ladislav y tocarla con firmeza.

Cuando el brujo apareció y pronunció su nombre, Karishma entendió que estaba donde debía estar. Él era la armonía perfecta, y le sonrió emocionada. Tardó un instante en ir a él, no porque dudara, sino porque quiso guardar en su retina esa imagen, esa invitación. Las lágrimas que le bañaban el rostro serían imperceptibles gracias a la lluvia, pero sí que había diluvio en los ojos de la gitana. El tiempo se hizo demasiado largo, ella le sonrió como en antaño y en pequeños y frenéticos pasos estuvo cerca de él, dio un saltito, el abrigo cayó al suelo, y ella lo envolvió con sus piernas y sus brazos. Lo miró de cerca y una de sus manos le acarició la mejilla, con aquella barba tan hermosa…

Te amo, Ladislav Pekkus —susurró. —Y que tu Dios me perdone, pero no le permitiré que vuelva a alejarte de mí —y ya sin más nada que decir, lo besó. Sus labios se reencontraron, y no hubo dulzura en el gesto. Karishma no quería ternura, estaba demasiado enfadada y enamorada como para aceptar la suavidad de Ladislav. No quería que él tuviera tiempo de pensar en nada, porque si lo hacía, la rechazaría, y ella estaba segura de que no podría soportar algo semejante. Su lengua se abrió paso hasta tocar la del hechicero, y las terminaciones nerviosas de ambos órganos juntos, la hicieron estremecer. Volví a sentirse viva, volvía a tener esperanza.

Ya no quería nada más. Ya no había pasado hiriente, hasta su familia dejó de existir. Con el Sol vería qué le deparaba el camino. Solo ansiaba a Ladislav, y era lo único que importaba.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Miér Nov 15, 2017 8:13 pm

No estaba preparado para lo que aquella imagen desataría en él, tampoco para el impacto emocional que le produjo el volver a sentir el peso del cuerpo de Karishma sobre el propio. Aquello era hermoso y doloroso a la vez, porque había antecedentes y eran tristes. No, no estaba preparado para recibir sus caricias, para oír sus palabras, y por eso Ladislav Pekkus –el herrero fuerte y determinado, el hechicero poderoso- se largó a llorar como un niño. ¿Era felicidad? ¿Era dolor? No lo sabía, sólo le importaba que era Karishma la que se abrazaba a su cuerpo con desesperación, como si el encuentro de dos días atrás le hubiese provocado lo mismo que a él.

Quería decirle que él también la amaba, más que a todas las personas que había en su vida, más que a sí mismo. Quería contarle acerca de todas las noches en las que su mente se la recordaba en sueños, sueños ilusorios en los que ellos eran felices, en los que tenían un hijo hermoso al que le enseñaban con amor cómo era el mundo al que lo habían traído. Quería decirle todas las palabras que ya le había dicho pero que ella no había oído, pues las había pronunciado a solas, mirando el cielo y esperando que llegasen alguna vez a Karishma en forma de caricias. Quería preguntarle tantas cosas…

Correspondió a sus besos sin dejar que su mente dominase al cuerpo. Sin darle lugar a los reproches, sin permitirse pensar en que ella tenía una familia, un esposo al que amaba. Simplemente disfrutó de las caricias de su gitana amada, del contacto de sus bocas que se reencontraban anhelantes, como el sediento que al fin vuelve a sentir que el agua fresca entra en él.

Ladislav cerró la puerta –aún sosteniéndola- y se apoyó contra la fuerte y gruesa madera. Sintió las ropas húmedas de ella pegarse a su cuerpo desnudo, sintió sus manos recorrerlo y necesitó cortar el beso para poder mirarla a los ojos, aún en la penumbra de su herrería.


-Jamás, jamás en mi vida había visto algo más hermoso –le confesó y cerró los ojos para recrear la escena-. No quiero olvidarme nunca de lo bella que estabas hace un momento, bajo la lluvia y buscándome. Es lo mejor que me ha pasado en todos estos años, pensé que reencontrarte hace unos días sería lo mejor, pero no. Tenerte aquí conmigo ahora, así, es lo más bonito que me ocurre en mucho tiempo.

La gente siempre lo buscaba, pero era para que él le resolviese problemas, para que los ayudase. Karishma lo buscaba para decirle que lo necesitaba, para decirle que lo amaba, y esa era una diferencia hermosa tan hermosa como ella.

-Te he necesitado tanto, amor mío –le dijo-. Me gustaría creer que tú también a mí, que entiendes por lo que he pasado al estar sin ti –la recargó sobre sus brazos para que no resbalase de su agarre-. Gracias, gracias por ser valiente y volver a mí.

Volvió a besarla con desespero, acababa de redescubrir –porque no lo había olvidado, pero ahora volvía a sentirlo- que cuando se trataba de sus labios el hambre nunca se apagaba, siempre necesitaba más sin encontrar la sensación de saciedad.
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Mensaje por Karishma Mar Dic 05, 2017 10:29 pm

Cuando era pequeña, muy pequeña, había soñado con un amor diferente, así como el de sus padres. Su madre, que ya yacía entre los suyos, entre los católicos, había terminado enamorada de un hombre opuesto a todo lo que le habían enseñado. No le importaron los prejuicios, y cuando tuvo la libertad para irse y volver a sus padres, eligió quedarse y vivir ese amor. No había sido fácil, pero habían construido una bella familia. Karishma nunca quiso un matrimonio arreglado, no deseaba que alguien le dijera a quién debía amar y a quién darle hijos. Su espíritu indómito, libre, voraz, había anhelado un príncipe, que se transfiguró en Ladislav Pekkus. Jamás olvidaría la sensación que tuvo al verlo por primera vez. El mundo se paralizó, los planetas chocaron y tardó varios segundos en poder respirar. Se apegó a él, porque lo había soñado siempre, lo había estado esperando. Lo había amado aún sin conocerlo. Había logrado que él la viera como una mujer, y lo había visto irse sin mirar hacia atrás.

Ahora había vuelto a él, y aunque deseaba profundamente saber que no volvería a perderlo, algo muy profundo le dijo que sus caminos volverían a separarse. ¡Tuvo tanto miedo! Mientras Ladislav la besaba tras aquella confesión, no pudo contener las lágrimas y separó su boca de la de él. Escondió el rostro en el cuello ancho del hechicero, y comenzó a llorar amargamente. El cuerpo le vibraba en espasmos dolorosos. Se había jurado no llenar de melancolía aquel reencuentro, pero le fue inevitable. Ya no había rastros de la alegría momentánea, del valor que había acumulado a lo largo de esos días para tocar la puerta que la contenía y lanzar su suerte al vacío. Porque, como fuera, ella era la que salía perjudicada. Ella había abandonado su hogar, durmiendo a su marido con hierbas y arropando a sus hijos en un acto hipócrita. Pensó en que, si alguien se enteraba, la expulsarían y nunca más los vería. Y pensó, también, en que Ladislav tenía derecho a saber que Baldev era su hijo.

—Espera, espera… —susurró, con la voz acongojada. Había ido allí con otro objetivo, pero no podía callar. Karishma tenía un corazón sincero, y no podría construir nada en base a una mentira, al menos, no con él. Ya tenía suficiente con cargar el peso de aquello con su esposo, que se hacía el que ignoraba una obviedad, más por conveniencia que por afecto. Se querían, por supuesto, pero no había entre ellos amor. De hecho, su marido tenía muchas amantes, y ella también hacía la vista a un lado, porque no tenía derecho a reclamar, y tampoco interés en hacerlo. Karishma se separó unos centímetros y lo miró a los ojos, que la contemplaban con devoción. Le acarició la boca, ardiente e hinchada por el beso compartido. Debía ser fuerte.

—Debemos hablar, Ladislav. Quiero que sepas algo antes de que cometamos cualquier locura —con el dorso de la mano, le delineó la barba. —Aunque ya es suficiente locura esto que estoy haciendo —y sonrió con tristeza. —Debes bajarme y escucharme. Por favor —se le anudó el estómago. Esa verdad les pertenecía a ambos, y no podía negarle a Ladislav el saber que, de ese amor tan hermoso que compartían, había brotado una preciosa flor.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Dom Ene 14, 2018 8:06 pm

Pese a que el propio Ladislav Pekkus estaba conmocionado hasta las lágrimas con ese reencuentro cálido, sentir que Karishma lloraba lo llenó de pena. Ella, que estaba hecha para las risas, era dueña de una sonrisa capaz de iluminar la cueva más oscura. Era pecado hacer llorar a Karishma, pues esa mujer era pura alegría, todavía podía verla danzando entre los fogones y los acordeones gitanos. Oh, ese recuerdo…

-No llores, preciosa mía –le pidió en susurros porque necesitaba con desesperación poder contenerla, consolarla-. Estamos juntos, estamos siendo correspondidos, ¿qué te angustia?

Creía saber qué era, porque lo mismo le angustiaba a él: el tiempo perdido era una carga pesada sobre los hombros de cualquier mortal y de eso ellos tampoco podían escapar. ¡Cuánto más pesada sería la culpa! Oh, Karish… En cuando sus yemas le acariciaron, Ladislav aprovechó para besarlas. Se secó las lágrimas tímidas que habían llegado hasta su barba con una mano, mientras con el otro brazo seguía sosteniéndola, y le sonrió.

-Claro, pasa por favor y podremos hablar más cómodos –le dijo y tras devolverla al piso tomó su mano para guiarla al interior. Tenía una pequeña estufa, pero no estaba encendida por lo que debía ponerse en ello-. ¿Por qué no te quitas la ropa? Estás empapada y… -Se detuvo de pronto al notar lo mal que había quedado aquella sugerencia. Su rostro enrojeció, podía saberlo por el calor que le había subido a las mejillas-. Lo digo para que no te enfermes, claro. Mira, allí está la habitación de mi hermana. Puedes cambiarte allí, toma lo que necesites. Ella volverá por la mañana, trabaja limpiando un restaurante cuando este cierra.

Por la forma en la que ella se había puesto, por el tono de su voz, por las palabras que había elegido, Ladislav intuía que la conversación sería seria. Quería posdatarla todo lo que le fuese posible, no quería oír lo arrepentida que ella estaba de haberle buscado, no quería saber que se quería ir… Disfrutaría cada segundo con ella, solo imaginarla en su casa, como si fuese su esposa, ya lo emocionaba e ilusionaba como nada. Pero tenía que ser realista también, recordar que Karishma estaba casada y que con ese hombre había tenido dos hijos. ¿Qué podía hacer un viejo amor del pasado –que para colmo la había defraudado- contra un esposo y dos pequeños? Tenía que ser lo que siempre había sido: un hombre con los pies en la tierra, porque la ilusión podría destruirlo todo esa vez.

Se preocupó en encender el fuego, un fuego que podría calentar el cuerpo de Karishma, un fuego que podrían observar ambos abrazados como si fuesen dos enamorados que ven arder los leños en medio de un campamento gitano.
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Mensaje por Karishma Vie Mar 30, 2018 2:23 pm

Había añorado volver a abrazarlo y besarlo. Pero la realidad había superado ampliamente a la fantasía. Karishma jamás imaginó que volvería a sentirse tan viva, tan radiante, tan llena de felicidad. No importaba el motivo por el que había ido allí, al menos no por el momento, pero necesitaba, con total urgencia, tenerlo cerca, tocarlo, sentir su calor, su aroma. No quería separarse nunca más de Ladislav, quería huir de todos y vivir con él, regalarle una familia, risas, amor, compañía… Lo sintió solo, muy solo, a pesar de que allí también habitaba su hermana, esa muchacha de la que tanto había escuchado pero no tenía rostro. ¿Sería parecida a él? Imaginó lo contrariado que debía sentirse el hechicero de que ella trabajara de noche, de que no pasara la noche en casa como una buena mujer, pero también conocía el corazón noble de Ladislav, y de que, al fin de cuentas, él evitaría las discusiones y la aceptaría tal como era, llevando por dentro el peso de lo que creía correcto y de lo que en verdad pasaba. Karishma sabía que la realidad quemaba en las manos, y que esta daba por tierra con cualquier creencia, moral y educación.

Agradeció en un susurró el ofrecimiento del herrero, y no sin sentirse huérfana, se alejó de él y se encaminó hacia la habitación ajena. Había una vela encendida, y pensó en la gran irresponsabilidad que eso significaba. Se le paralizó la respiración por un instante, cuando repasó si había apagado las de sus hijos, y respiró con alivio al recordar que sí. Repasó con la mirada la sencillez de la morada, pero se percató de los toques femeninos, como el perfume dulzón–aunque no sabía distinguir de qué era-, las cortinas, el cobertor, el espejo y los objetos que había sobre la mesita. Sintió que invadía a Ivasmila, y temió desatar un conflicto entre hermanos si ella se llegaba a enterar de que una completa extraña había estado hurgando en sus cosas. A punto de regresar a la sala, un escalofrío le dijo que eso era una pésima idea, y se encaminó hacia el placard. Se secó con una toalla que vio colgada en la silla y eligió las prendas que consideró más sencillas, un vestido verde oscuro, que le quedó escasamente holgado, pues Karishma era demasiado menuda de hombros. Se paró frente al espejo y se peinó.

¿Qué estás haciendo? —se preguntó. Como no quiso escuchar su propia respuesta, volteó y salió de la habitación.

Del otro lado la esperaba Ladislav, que parecía haber encendido mil calderas y calentado aquel espacio solo para ella. La luz, que era tenue, le cambiaba levemente el color de ojos, que se tornaban más grisáceos. Él le sonreía, y ella no pudo evitar responderle de la misma manera. Caminó o, haciéndole honor a lo que sentía, flotó hacia él. Le acarició la barba y deseó, profundamente, que le acariciara todo el cuerpo con ella. No era una mujer que reprimiera sus pensamientos, por lo que dejó que la imaginación fluyera mientras apoyaba una mejilla en su esternón. Jamás terminaría de sorprenderse de lo alto, ancho y fornido que era. Le volvió a rodear la cintura con los brazos y supo que si moría en ese instante, moriría feliz. Recordó a lo que había ido, y Karishma era una mujer práctica, no le daría demasiadas vueltas a la cuestión.

Ladislav… —dijo, una vez que alzó el mentón y dirigió su mirada hacia él. —Necesito hablar contigo y necesito que me prometas que no vas a odiarme luego de lo que tengo para decirte —y ya no había en su voz la dulzura habitual, sino seriedad. Eran esos momentos en los que la gitana sentía lo mucho que había madurado.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Miér Abr 18, 2018 12:06 pm

Que estaba loco se decía. Que aquello no estaba bien. Que no podía prestarse a disfrutar de la mujer de otro. Intentaba verla así -como la mujer de su prójimo-, pero le costaba porque sabía que había sido suya antes que de nadie, pensaba en ella y no podía evitar pensar en él a la vez porque sus vidas estaban ligadas y ninguno de los dos podía negarlo. Aún así, sabía que Karishma era una mujer importante en su comunidad, que estaba casada y tenía dos preciosos niños. No podía permitirse fantasear con nada más, era locura y sería perjudicial para ella siquiera pensar lo mismo que pensaba Ladislav, ese herrero desgraciado que nada podía ofrecerle.

Sus negativos pensamientos –o más bien sensatos- desaparecieron cuando ella llegó, vestida con ropa ajena que no le hacía honor a su figura. Ladislav abrió los brazos tímidamente –culpa de lo que había estado pensando en los pasados minutos-, y la invitó a acariciarlo, a recibir su cariño, a fundirse ambos en un abrazos cargado de anhelos y de recuerdos. Besó su cabello perfumado, como siempre, con ese perfume que lo transportaba al pasado compartido. Acarició sus brazos delgados pero fuertes, deseando haber sido testigo de cómo con ellos cargaba a sus niños cuando eran recién nacidos. ¿Había, acaso, imagen más hermosa que la de una madre acunando a su bebé? Karishma…


-¿Cómo se encuentra tu hijo? Baldev, ¿es ese su nombre? ¿Cómo se encuentra su respiración?

La notaba tensa, asustada tal vez. Confiaba en que hablar de su hijo le diese algo de paz; claro que no lo preguntaba solo por eso, en verdad le interesaba la salud del muchachito, pero Ladislav sabía que estaría bien, tenía esa certeza.

-Karish, me preocupas. ¿Qué ocurre? ¿Alguien te ha hecho daño? ¿Tus pequeños están bien? ¿Tu esposo lo está? –preguntó lo último con una mezcla de sensaciones en el pecho-. Claro que no te odiaré, ¿qué dices? Mírame –le rogó y puso su mano suavemente en la mejilla femenina para que sus miradas siguiesen en contacto, para que ella no volviera a bajar el mentón-, ¿cómo podría yo odiarte? Soy tu Lad, Lad jamás odiaría a Karish. ¿Has olvidado nuestra luna? ¿Has olvidado todos los secretos que nos confiamos? ¿Has olvidado que siempre, sin importar lo que ocurra, yo seré tuyo? Nunca podría odiarte. Díme qué ocurre, te ruego.

Lamentó que su casa no fuese acogedora como esas que solía visitar él cuando algún esclavo lo buscaba desesperado asegurando que su amo o ama moría. Ellos tenían sillones mullidos en las habitaciones y pisos alfombrados… Ladislav solo tenía frías sillas de madera, hacia allí dirigió a Karishma y se sentó, invitándola a hacer lo mismo junto a él. En ningún momento el herrero soltó la delicada y amada mano de su gitana.
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Mensaje por Karishma Dom Sep 09, 2018 10:50 am

La nobleza de Ladislav la traspasaba y, de pronto, sintió que no merecía a un hombre como él en su vida. Pensó en que le había mentido durante varios años, a pesar de haber tenido la oportunidad de huir y explicarle su situación. A pesar de que había sido joven, si lo pensaba dos veces, tenía la posibilidad de elegir algo distinto para ambos. No importaba la comunidad; ahora, con la realidad ante sus ojos, se dio cuenta del miedo que tuvo en aquel momento que descubrió que estaba embarazada, y en cómo los hechos se precipitaron ante sus ojos, sin darle tiempo a moverse. Karishma se había mantenido estática y contemplativa de su propia existencia, y había permitido que su padre resolviera su situación, para poder culpar a alguien en el futuro. En aquella época, había tenido pánico por la reacción de Ladislav: la idea de que la rechazara o se quedara con ella por obligación la había llenado de interrogantes a los cuales no les encontraba respuesta. Simplemente, se entregó a la voluntad de su familia y dejó que la vida continuara sin su amor.

Ahora que estaba frente a él y con la verdad convertida en un nudo en su garganta, perdonó a aquella Karishma joven y aterrada. Ahora era toda una mujer, madre, y tenía el mismo terror del pasado, sólo que no era el abandono lo que la angustiaba, sino el rechazo. De pronto, ya no tenía palabras… Había caído en el mutismo absoluto, mientras la voz del hechicero retumbaba en su cabeza, que parecía a punto de estallar. Le permitió que la acompañase a sentarse y se permitió mirarlo. Seguramente, esa sería la última vez que aquellos ojos la observasen con amor y ternura, y quería disfrutarlos hasta el final. Siempre se había sentido especial bajo la mirada de Ladislav, y no quería que eso cambiara. Pero le debía contarle que Baldev era su hijo, ya no podría continuar sosteniendo aquella mentira.

La gitana negó con la cabeza ante las preguntas de su amado, y se soltó se su mano, sólo para acomodar una silla y ubicarle frente él. Inclinó levemente su cuerpo y estiró el brazo para acariciarle el rostro con una mano. Con el pulgar le delineó el mentón y los labios, y rezó para poder volver a besarlos alguna vez. Luego se acomodó, tensionada.

Todos estamos bien —aseguró, con la voz afectada. —Es de Baldev de quien quiero hablarte. De él y su historia. De nuestra historia —sintió que comenzaba a enredarse con las palabras. Le dolía el vientre, era un solo manojo de nervios. Sin darse cuenta, se estiraba los dedos, que se mantenían sobre su propio regazo.

Baldev es tu hijo, Lad —lo dijo con enorme tristeza y con un alivio que no había sentido jamás. —Discúlpame por venir con esto ahora, pero ya no podía vivir sin decírtelo. Mucho menos después de verlos interactuar —se secó las lágrimas que, indefectiblemente, rodaban por sus mejillas sonrosadas. —Baldev es tu hijo. Sí. Es nuestro hijo. Y me encantaría poder volver el tiempo atrás y cambiar las decisiones que tomé, pero nunca es tarde. Ahora puedo decírtelo, así puedes decidir qué hacer. Yo respetaré lo que tú quieras, aunque eso implique desaparecer por completo de tu vida —sonaba más entera, aunque por dentro, Karishma se había desintegrado con todas y cada una de las palabras que habían salido de su boca. Eran tiempos de hacerse cargo de sí misma y dejar de cargar con culpas que ya no le pertenecían.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Mar Sep 18, 2018 11:45 pm

Cuando Karishma había llegado esa noche, Ladislav no había imaginado nada de lo que estaba sucediendo, había creído que compartirían una noche de anécdotas o –en el mejor de los casos- una de pasión encendida por el reencuentro luego de tanto tiempo de añoranza. Definitivamente, nada lo había preparado para recibir una noticia semejante y por un momento le costó hasta respirar…

No podía ser cierto, no podía creerlo y a la vez deseaba tanto poder hacerlo… ¿Tenía un hijo con Karishma? ¿El niño hermoso y observador que había estado en su casa era suyo? Se puso en pie de un salto y se alejó varios pasos de ella, como si su presencia lo hiriese. Las lágrimas llegaron a sus ojos y lo avergonzaron, por eso escuchó el resto de lo que la mujer tenía para decir de espaldas, esperando reponerse del duro impacto.

¿Qué le dolía? Que ella le hubiera ocultado algo así, aunque ¿en qué momento podría habérselo dicho si él huyó como cobarde luego de quedarse con su dulce virginidad? ¿Podía culparla cuando era él quien se había ido de su vida? No sería justo hacer una cosa así, menos de parte de él que se enorgullecía de ser siempre un defensor de la justicia.


-¿Tengo un hijo? –le preguntó, cuando se sintió recuperado como para hablar-. Baldev, Baldev… que nombre hermoso –susurró, más para él que para ella-. ¿Baldev es mi hijo, Karishma?

Y ya no pudo hablar más, la voz se le quebró por la culpa, por el dolor de los años perdidos, por haber dejado sola a aquella mujer amada en algo tan duro como el parto. Lloraba de emoción, de ilusión, porque le había temido siempre a la idea de tener un hijo, creyendo que podía nacer con sus mismos dones y por ello estar condenado eternamente al peligro, pero ahora que era un hecho las cosas se sentían diferentes.

-Consuélame, Karishma –le pidió y tomó su mano para ayudarla a que se ponga en pie y luego abrazarla, inclinó su rostro para llorar en su hombro, aunque intentó hacerlo en silencio-. No tengo qué perdonarte, Karishma. Has hecho lo mejor que has podido. Tú debes perdonarme por no haberte elegido, por no haberme quedado contigo cuando podía hacerlo. Lo siento tanto, debes creerme porque en verdad lo siento.

No podía culparla a ella, y no lo haría, sino compadecerla por el miedo que de seguro había pasado, ¡si había quedado embarazada luego de haber estado solo una vez con él! Era una muchachita, ¿cuánto habría llorado por culpa de su abandono? A la luz de la revelación, Ladislav entendía algunas cosas, como el que ella estuviese casada. ¿Por qué no había podido formar él una familia con ella? ¿Por qué Dios lo había castigado con ese legado? Al menos por esa noche, Ladislav necesitaba ser egoísta y pensar que las personas necesitadas a las que había ayudado en esos años no eran tan importantes como Karishma y Baldev.

-Necesito saberlo todo –dijo y la soltó para mirarla a los ojos, se secó con fuerza los propios, usando la palma baja de su mano-. ¿Cómo es él? ¿Qué le gusta hacer? ¿Su padre... tu esposo, es bueno con él? ¿Se llevan bien?
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Mensaje por Karishma Lun Oct 08, 2018 7:18 pm

Con la certeza de que ya nada volvería a ser igual, Karishma resistió los instantes de silencio y esperó, con absoluto estoicismo, que Ladislav la echara como si se tratase de una leprosa. No podía culparlo si eso ocurría. ¡Cuán equivocada estaba! Aquel hombre tan amado era íntegro y noble como pocos, y a pesar del duro golpe que significaba la revelación que ella había soltado, nunca la juzgó, en ningún momento la rechazó. Abrazó la repentina paternidad, y lo hizo con aquel amor inmenso que él tenía dentro de su corazón, ese amor que era luz y guía para todos los que en su vida se aparecían. No debía sorprenderla que el hechicero, lejos de negarse a la idea de que aquel hermoso momento compartido había dejado la más maravillosa de las consecuencias, se emocionara y Karishma con él. Abandonó la máscara de bronce que le había cubierto el rostro y le permitió a las lágrimas lavar los años de silencio y soledad. No quería más mentiras en su vida, al menos, no ahora que se había reencontrado con el gran amor de su vida.

La gitana lo abrazó, le acarició la espalda mientras lo sentía llorar en su hombro. Con las uñas le dibujó objetos sin forma esperando que se tranquilizase. El impacto estaba siguiendo su curso, como el río que siempre busca encauzarse. ¿Cómo no iba a adorar a aquella criatura tan divina? Ladislav era la clase de hombre que ya no existía, y lo que ella sentía a su lado no tenía vuelta atrás. Hubiera sido más fácil no volver a verlo, simplemente, desaparecer… Pero no había podido. La fuerza que la arrastraba hacia él era tan poderosa como una tormenta, y estaba segura que ya no tendría paz de haberse esfumado de París. Tenerlo así, entre sus brazos, mientras le pedía perdón por haberse ido, la hizo pensar que estaba en el lugar que siempre había querido, que Pekkus era su hogar, y que donde él estuviera, ella se sentiría como en casa. Karishma también pudo llorar, y compartir las lágrimas con él le pareció uno de los momentos más preciosos de toda su vida. No quería soltarlo, quería quedarse así para siempre, hasta que los encontrase la muerte o el apocalipsis, pero junto a él, en él.

Te creo, mi amor. Te creo —pudo susurrar, y continuó acariciándolo, atesorando el contacto del cuerpo robusto de Ladislav, que la cubría por completo, que la absorbía —No debo perdonarte nada, pero si te tranquiliza, te perdono —concedió. Íntimamente, y aunque no lo admitiría nunca, estaba esperando que él se disculpara por haberla dejado. Pero eso lo reservaba para lo más profundo de su corazón.

Cuando Ladislav se separó, quiso rogarle que la envolviera de nuevo, que la apretara contra su pecho. Estaba tan segura de aquella forma, se sentía poderosa y tan feliz, que cierta tristeza le empañó el rostro por un instante. La descartó rápidamente, había algo mucho más importante entre ellos, algo que requería su atención.

Te contaré —y le sonrió. Antes de tomarlo de la mano y guiarlo hacia la silla, se puso en puntas de pie y le dio un beso casto y suave como el pétalo de una rosa. Karishma se sentó sobre sus rodillas, con un brazo le envolvió la nuca y con la mano libre le limpió las lágrimas. Sonrió, exultante por la cercanía y la intimidad. Tenía la alegría de la liberación, de haberse quitado de encima el terrible peso de la mentira. —Baldev nació el 6 de Julio de 1795. Hacía un calor infernal, pero el parto fue rápido. Siempre ha sido muy tranquilo y sensible, es tan inteligente… Mi madre... —la voz se le quebró por un momento— Mi madre tenía debilidad por él, y le estaba enseñando a leer y escribir —ella debía retomar esas lecciones, el pedido de Eloise era que instruyera a sus pequeños—. Le gustan mucho los animales, tiene adoración por su hermana. Y mi esposo… No es un mal hombre. Conoces a los gitanos, son muy violentos. Él no lo es, y nunca ha hecho diferencia entre Baldev y Maya, aunque nunca hablamos abiertamente de todo esto. Supongo que mi padre es el que hizo las aclaraciones al respecto —y se lo agradecía enormemente.

Baldev quedó encantado contigo —le confesó. —Me pidió volver a verte. Y Maya también. Esa chiquilla es increíble. No te imaginas lo unidos que son —se le notaba el orgullo que le inspiraban sus dos pequeños. —Pregúntame lo que quieras saber. Podría pasar días enteros hablando de mi hijo. De nuestro hijo —no esperó la emoción que la invadió al expresarse de ese modo.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Jue Oct 18, 2018 11:51 pm

Ah, Karishma… experta en consolar, en confortar, en acariciar. Tan hermosa, tan protectora y bella. Tenía los dos tipos de belleza en ella, la del cuerpo y la del alma. Su alma era preciosa. Ladislav absorbió su amor, ese que le regalaba al intentar envolverlo con sus brazos. El hechicero era demasiado grande, robusto, pesado y de espaldas anchas, pero así y todo ella lo abrazaba creyendo que lograría contenerlo entero… bueno, podía decirse que sí lo hacía, él se sentía amado.

-Deseé tanto esto –le confesó al oído, una vez más-. Soñé tanto con tu perfume, con tus abrazos y besos. Te he pensado tanto, Karishma.

La tenía sobre su regazo. El tiempo, la vida, había pasado para ambos, pero finalmente el momento había llegado y ellos volvían a estar juntos. Y tenían un hijo, un pequeño hermoso y lleno de vida.

Intentó recordar qué estaba haciendo él ese 6 de julio, justo cuando su hijo nacía, pero no lo logró. Quería saber más, ¿cómo había sido el parto? ¿Habría padecido ella de fiebre de la leche, un mal tan común entre las gitanas que amamantaban a sus hijos? ¿Qué palabra había dicho el niño cuando habló por primera vez? ¿A qué le temía su hijo? ¿Qué gustaba comer? Baldev, Baldev Pekkus… ese debería ser su nombre, pero su padre se había marchado, había dejado a su madre sola luego de tomar el tesoro de su virginidad en una noche preciosa, inolvidable, pero que había dejado un hijo como consecuencia, un inocente que ahora era afectado por las decisiones de ese hombre al que no podía llamar papá.


-Tu madre, que gran mujer… ¿Cómo están tus padres? –Baldev sabía leer y escribir, que hermosa noticia, su niñito debía ser muy inteligente-. ¿Baldev tiene amigos? ¿Es sociable? ¿A qué le gusta jugar? ¿Cuál es su apodo? Oh, lo siento –dijo y enterró su rostro en el pecho de ella-, son demasiadas preguntas, perdóname. Es que quiero saberlo todo –se justificó.

Su pequeño, que precioso era… lo había visto solo una vez y ya lo había notado protector de su hermana, devoto de su madre y muy responsable. Pequeño valiente… esos ahogos asustaban a cualquiera y allí había estado Baldev, negado a mostrar su miedo ante un desconocido que le pasaba su energía.


-¿Cómo está su respiración? ¿Le suele ocurrir eso de los ahogos? –le preguntó, preocupado por su pequeño.

Quería volver a verlo y la sonrisa reinó en su rostro cuando Karishma mencionó que el niño quería regresar a la herrería, pero no se atrevía a pedirle aquello a ella, podía traerle problemas con su esposo y eso era lo último que quería.


-Puedes traerlo cuando creas propicio, a los dos, por supuesto. Sinceramente, muero por verlo, por hablar con él y conocerlo… pero no quiero que tengas problemas, sé lo violentos que son los gitanos y aunque digas que tu esposo no lo es contigo, yo no quiero que te arriesgues, él no deja de ser gitano así como yo no dejo de ser herrero. La sensatez ante todo, te lo ruego, lo primordial es que estén siempre a salvo –parecía un sermón, algo contradictorio teniendo en cuenta que era medianoche y que él la tenía abrazada y sentada sobre su regazo.
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Mensaje por Karishma Mar Dic 18, 2018 8:10 pm

Nada de lo que había sucedido esa noche era lo esperado. Karishma, íntimamente, había ido con la intención de entregarse a Ladislav. Lo había ansiado en la soledad de aquellos años, cuando debía cumplir sus deberes como esposa, y todo se había acrecentado cuando se reencontraron. Necesitaba su cuerpo desnudo junto al del padre de su hijo, le urgía el contacto de sus manos enormes recorriéndola. Pero, luego de cómo habían decantado los acontecimientos, se dio cuenta que le daba pavor hacer el amor con el hechicero. Tal vez, porque creía que volvería a perderlo, que aquella historia se repetiría nuevamente, y ya no podría juntar, una vez más, los trozos de su corazón destrozado. Fue por ello que frenó sus impulsos y reprimió el deseo, que bramaba entre sus entrañas y la mantenía tan sensible, con la piel erizada constantemente ante el roce de su respiración, la posición en la que se encontraban, el timbre grave de su voz y la emoción de saber que aceptaba a Baldev como su hijo. A pesar de todo, se sintió afortunada.

Mi padre está muy triste. Mi madre ha muerto hace poco… —dijo, con visible dolor en el gesto. —Vinimos a París a entregarle el cuerpo a su familia para que le den cristiana sepultura. Creo que papá también quiere un sitio dónde llorarla —la vida le había quitado a su adorada progenitora, esa mujer elegante y occidental, que se había ganado el afecto de la comunidad gitana de su captor, a base de sonrisas y buenos gestos. A nadie admiraría tanto como a ella. Y también, le había devuelto a su gran amor. Las dos caras de una misma moneda.

Baldev no es muy sociable —continuó, secándose las lágrimas que nacieron ante el recuerdo de su madre. —Es un poco tímido, aunque también muy observador. Está muy pendiente de Maya, que sí es extremadamente amistosa —esa pequeña era un cascabel. —Ella es avasallante, lo abruma. Baldev suele estar leyendo, sí…le encanta leer —puso los ojos en blanco con una amplia sonrisa— y su hermana lo molesta hasta que logra captar su atención. He descubierto que nada me gusta tanto en la vida como escucharlos conversar y reír, parecen dos adultos. La mejor amiga de nuestro hijo es su hermana, son inseparables —finalizó, emocionada.

No quiso contarle a Ladislav que desde pequeño, Baldev había sido un niño muy enfermo y solitario, debido a sus dolencias, y que no había podido jugar demasiado o integrarse con los otros niños. Fue la llegada de Maya lo que lo llenó de vitalidad. No quería que él sintiera culpa por no haber estado presente, por haber desaparecido, lo quería despojar de todas esas sensaciones negativas, que sólo harían que la relación se enturbiase.

No ha vuelto a hacer un cuadro. Tú lo sanaste —le acunó el rostro con ambas manos y lo beso castamente. Lo miró a los ojos y le sonrió, y volvió a besarlo. Prolongó el contacto, incapaz de seguir conteniéndose. Se separó, agitada, y con el pulgar le acarició el labio inferior. —Huyamos —le suplicó. —Huyamos, Ladislav. Me llevaré a Baldev y Maya. Nos vayamos lejos de aquí, empecemos de nuevo, seamos una familia —escondió el rostro en su cuello y lo abrazó. Estaba angustiada, repleta de miedo de recibir una negativa.

Piensa en mi propuesta, por favor —susurró, incapaz de mirarlo. —Ni mis hijos ni yo somos felices. Y sé que tú tampoco lo eres. Nos amamos, ya no somos los jóvenes de antaño. Dejemos todo y desaparezcamos, nadie nos buscará —su marido encontraría rápidamente otra esposa más que le diera hijos, y nadie se ocuparía de encontrarla. O de eso se quería convencer.
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Mensaje por Ladislav Pekkus Mar Dic 18, 2018 9:24 pm

El tiempo era implacable, inmisericorde. Corría veloz sin importarle nada, sin oír los ruegos de nadie. Ladislav sentía mucho no haber estado junto a ella –cerca de ella- durante esos años que ya no podía recuperar, haberse perdido de momentos maravillosos, como el nacimiento de sus hijos, pero también de poderle ser un sostén para los tiempos de angustia. Ya nada podía hacer por el pasado perdido, sólo lamentarse.

-Lo siento mucho, era una mujer maravillosa. Muy inteligente –lo dijo con sinceridad, porque a pesar del paso de los años era eso lo que más recordaba de la madre de Karishma.

Quería decir algo más, pero se contuvo de hacerlo, lo juzgó inoportuno. No quería entristecerla más todavía; Karishma había sido muy valiente esa noche, más de lo que él podría ser jamás. ¿Qué mujer era esa que no temía a ser descubierta, que no se aterraba ante la idea del rechazo? Karishma era la mujer más fuerte que conocía, la más amada, la prohibida.


-He notado cómo es de unido a su hermana, me ha bastado con la única vez que los vi para darme cuenta que son inseparables, que se cuidan mucho entre ellos. –Ladislav sonrió ante lo que ella le compartía del pequeño, quería saber más todavía, quería conocerlo todo, haberlo visto con sus propios ojos, haber oído sus preguntas infantiles y vivenciado su crecimiento. Pero el tiempo, maldito enemigo. -¿Quién le ha enseñado a leer? ¡Qué maravilloso! ¡Qué inteligente! Ha salido a ti, yo siempre he preferido el fuego y el hierro antes que los libros.

Acercó su rostro al de la gitana, esperando ser bien recibido, deseando que fuera ella quien lo llenase de mimos. Y sucedió, Ladislav cerró los ojos para disfrutar de sus caricias, de esos besos con los que tantas noches había soñado. ¡Era real! ¡Estaba sucediendo todo aquello! Karishma lo besaba y él no estaba durmiendo. Tenía un hijo, el hijo de ella, y Ladislav no estaba soñando.

-Ha sido Dios, él sanó a tu hijo –la corrigió-. A nuestro hijo. Dios lo ha sanado a través mío, no fui yo.

La abrazó, creyendo que no había oído bien lo que Karishma decía, ¿huir? ¿Quiénes? ¿Ellos? Pero ella lo repitió y todo quedó claro y Ladislav, una vez más, igual que hacía varios años, se halló en una encrucijada. ¿A dónde podía huir si en todos lados Dios lo encontraría? ¿Huir con la mujer de otro hombre y con los niños que el gitano creía propios? Era huir con la mujer que amaba y que lo amaba también a él, era escapar con su hijo.

-¿Es lo que en verdad quieres? ¿Lo dicen enserio? –preguntó aquello solo por ganar algo de tiempo y acomodar así sus ideas, pues sabía que ella hablaba muy enserio. –Necesito pensar, acomodar cosas aquí… Si tuviera que darte una respuesta aquí y ahora, luego de las revelaciones que he recibido esta noche, te diría que sí. Que ya mismo partamos… pero sabes que no es así como deben tomarse las decisiones importantes, Karishma. Nada deseo más que tomar tu mano e ir a donde tú digas, pero ¿qué puedo darte? Nada tengo excepto esta herrería. Quédate entonces –propuso, y le besó los labios con embeleso antes de continuar hablando-, cuando el grupo de gitanos parta tú quédate aquí, en mi casa. Quiero que sea tu casa también.
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Mensaje por Karishma Dom Mar 03, 2019 10:14 pm

La respuesta de Ladislav, si bien era la esperada, la decepcionó. Karishma fantaseaba con la idea de que él, envuelto por la vorágine de los nuevos descubrimientos, realmente entendiera que estaban destinados a estar juntos. Pero, una vez más, el hechicero le demostró que el amor que se profesaban, no era suficiente para que la eligiera. Ni siquiera tener un hijo juntos lo era. Se maldijo por haber sido tan ilusa, por haber creído que las cosas entre ellos podían ser diferentes. Toda la amorosidad con la que había llegado y con la que había relatado la verdad que los concernía, se disipó a medida que él hablaba. Para la gitana, cada palabra que Lad emitía, era una daga que se le clavaba más y más hondo en el estómago. Ya no quería estar con él, se sentía muy ridícula e indigna, así como en el pasado. Una vez más, era esa chiquilla a la que su gran amor abandonó. Lo juzgó un cobarde, a pesar de admirarlo por sus cientos de virtudes, esas que lo convertían en un hombre maravilloso. Pero le faltaba la valentía para ir hacia sus sueños.

Me ha quedado claro, nuevamente, que no puedo competir contra Dios —dijo, antes de levantarse y pararse frente a él. A pesar de querer volver a su regazo, de cubrirlo con su cuerpo y amarlo hasta el amanecer, entendió que no sería más que la ramera de un herrero. Ella quería convertirse en su mujer, en su familia, no en la amante furtiva que estaba en pecado. Su Dios siempre lo vería, y ella no quería convertirse en María Magdalena. Tenía dos hijos que cuidar y un padre al que enorgullecer.

Hubiera juzgado un error venir, pero necesitabas saber que tenías un hijo, y para mí es un gran alivio habértelo dicho —en la voz se le notaba que estaba herida, con el corazón hecho añicos, destruida en su amor y, para qué negarlo, en su ego. Ya no era esa muchachita que aceptaba con resignación que el hombre con el que quería compartir la vida, optara una vez por tomar un camino que lo alejaba de ella.

Tu problema es que necesitas planear todo, que tienes miedo de vivir. Ladislav, te amo con mi vida entera, pero no puedo estar contigo si tú no quieres estar conmigo —se secó las lágrimas que le caían por el rostro. —Ojala, algún día, logres ver todo lo que te estás perdiendo. Y, ojala, ese día no sea demasiado tarde —se encogió de hombros.

Me iré, no intentes detenerme. No tengo nada que hacer aquí, a tu lado, contigo. Soy una mujer casada, yo represento todo lo que tu Dios quiere lejos de ti —quería lastimarlo, necesitaba hacerlo. Karishma estaba tan enojada que a punto estuvo de decirle que lo odiaba y salir corriendo de allí, pero no hubiera sido una actitud adulta. Se recordó que era una mujer hecha y derecha.

Lo único que quería que me dieras era tu amor, tu compañía, una familia juntos. No me importa tu herrería, no me importa lo que tengamos que hacer después. Yo te quiero a ti, te elijo a ti, pero no puedo hacer nada para que me quieras y me elijas —sonaba tan serena…

Karishma le dio la espalda, y a pesar del esfuerzo, salió a paso acelerado de allí. Corrió gran parte del camino, hasta que cayó en el barro, mientras lloraba con el alma quebrada, con su cuerpo contorsionándose entero. El amanecer la encontró sentada en la entrada de la carpa donde su marido e hijos descansaban, quitándose la mugre del cuerpo, peinándose y haciendo de cuenta que la vida debía continuar sin Ladislav, una vez más.
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