El precio del conocimiento [Lennart]

A pesar del tiempo que llevaba en París y con todas las experiencias a cuestas, no entendía que siguieran convenciéndolo para ir al mercado ambulante a vender sus cosas. No les caían bien a los parisinos, se notaba en sus ojos, en la forma que tenían de mirarlos que denotaba un desprecio claro, asco inclusive, no eran tolerados por un gran sector de la población y en parte era debido a la mala fama que los suyos cargaban, como un estigma impuesto por los más ricos, por aquellos que hacían las leyes y controlaban el orden. Puede que fuera miedo a lo desconocido, a unas costumbres muy diferentes cuyos valores iban para otras cosas que no fuera el dinero. El caso es que cuando miraban a un gitano ya lo tenían por sospechoso y eso contribuía de forma negativa a las ventas de cualquier producto artesanal que portasen.

Ese día no era muy diferente, iba con dos amigos, una bella mujer de ondulada cabellera, morena y de ojos verdes, que bailaba frente al puesto tocando una pandereta, con cascabeles atados a las muñecas y los tobillos para acompañar sus pasos. Su ropa era tan extravagante como la de su gente, colores vivos, dispares, faldas largas, blusas, pañuelos, todo era alegría y celebración mientras no hubiese luto. El segundo era un chico de apenas unos catorce años, este se encargaban de animar a la gente a venir a los puestos, el de pulseras artesanales, ungüentos y remedios naturales y el que tenía al lado Iulian. El suyo era más misterioso, se dedicaba a leer las cartas, una profesión muy digna y que pese a que tomasen lo que decía como patrañas o cuentos para no dormir, invenciones, él sabía que hablaba con la verdad.

La mesa que tenía puesta era simple, cuadrada, con dos sillas a cada lado, un pañuelo lila que hacía de tapete y poco más. La simpleza solía ser verdad, adornarlo no haría que ellos no sintiesen cierto rechazo a sus prácticas pero a todos los que pasaban los saludaba animado, demostrando que él no sería quien iniciaría hostilidades. Le preocupaban más las fuerzas de seguridad, que los tomasen por truhanes, aquellos de su gente que usaban sus trucos de manos para timar y no para entretener a los demás. Eran en parte el problema de su mala reputación, con que uno solo de ellos robase ya estaba perjudicando al resto. Suspiró y animó al chico a que se esforzase más, que pusiese su mejor sonrisa para atraer clientes. -Pulseras, ungüentos, no pierdan oportunidad en comprar artesanía romaní, tradicional, hecha a mano. También les podemos leer la buenaventura, Kavi, el vidente, aquel que puede arrojar luz sobre el futuro más reciente, Kavi, aquel que puede ver incluso más allá.- el chico se esforzaba y el gitano sonreía y manejaba las cartas con soltura, saludando.

No habían demasiados clientes pero tampoco es como si de normal los tuviesen. -Dile a tu hermana que baile un poco más, seguro que alguno atrae, y deberías haber traído la cabra, a los niños les gusta el animalillo.- Murmuró, dejando la baraja en su sitio y haciendo ahora trucos con un franco, entreteniendo a un niño que le miraba escondido tras la falda de su madre. Le logró sacar una sonrisa antes de que esta mirase mal al gitano y se lo llevase. Si pudiera trabajaría lejos de ciudades y pueblos, donde nadie le juzgase por ser lo que era, a veces era un poco pesado, pero no se podía permitir regresar a la caravana sin dinero para comer.