AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Argent versus Acer (privado)
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Argent versus Acer (privado)
Nací entre robles y hayas, una noche de luna llena que proclamaba la llegada del primogénito del alfa.
Mi madre aullaba a la luna mientas me paria ante la atenta mirada de la manada, yo tal y como marcaba las leyendas, nací en noche de eclipse, con lo cual pude ser sujeto durante unos minutos por los brazos humanos de mi madre.
Yo Acer, daría muerte y sepultura a la hija de la plata, esa que un día se arrancó la humanidad para en una clara traición a los que un día lucharon mano a mano con su linaje.
Su intentó fue frustrado, pues todos escapamos a los bosques, convirtiendo a nuestros niños en guerreros fieros, yo, el elegido pondría fin a su reinado y con el a todos los Argent que poblaran la tierra.
La hegemonía de los hijos de la luna pronto brillaría por encima de la de los cazadores que abanderaban con mentiras la necesidad de dar caza a unos monstruos de los que ellos un día fueron amigos.
Ellos nos convirtieron en lo que eramos, acorralándonos como animales salvajes cuando eran ellos los traidores, los monstruos.
El bosque de Brocelianda es un bosque mítico francés situado en el departamento de Ille.
Mi manada creció en ese lugar mágico, siempre vinculado con leyendas tan poderosas como la mía, no podía nacer en otro sitio el que un daría fin a la maldición que asolaba a los míos.
En Broceliande coinciden las leyendas más sobrecogedoras de las sagas célticas, donde todo un mosaico de sensaciones gravitan en el ánimo del viajero nada más entrar en este fascinante lugar. Los caballeros de la Mesa Redonda encontraron en Broceliande un decorado a la medida de su destino y de su búsqueda. Arturo, su legendario rey, les ordenó encontrar el más preciado cáliz sagrado: el Santo Grial, que, según la tradición oral, estaba oculto en estos bosques de la Bretaña gala.
Hace unos meses abandoné mi hogar, mi único destino, encontrarla, dar con esa escurridiza inmortal que sembraba la muerte entre los Acer a golpe de plata.
Atrás dejaba lo único que me importaba, pero eso es otra historia, pues yo nací, crecí y viví por un único motivo y desde luego no era disfrutar mi vida si no quitar la suya.
Su rastro me llevo meses encontrarlo, las afueras de la ciudad de París fue el lugar elegido por la vampiresa, ese seria el escenario que la vería sucumbir por fin ante un ser como yo. Postrada imploraría clemencia y entendería que los Acer siempre estuvimos por encima de la plata de su apellido.
Mi madre aullaba a la luna mientas me paria ante la atenta mirada de la manada, yo tal y como marcaba las leyendas, nací en noche de eclipse, con lo cual pude ser sujeto durante unos minutos por los brazos humanos de mi madre.
Yo Acer, daría muerte y sepultura a la hija de la plata, esa que un día se arrancó la humanidad para en una clara traición a los que un día lucharon mano a mano con su linaje.
Su intentó fue frustrado, pues todos escapamos a los bosques, convirtiendo a nuestros niños en guerreros fieros, yo, el elegido pondría fin a su reinado y con el a todos los Argent que poblaran la tierra.
La hegemonía de los hijos de la luna pronto brillaría por encima de la de los cazadores que abanderaban con mentiras la necesidad de dar caza a unos monstruos de los que ellos un día fueron amigos.
Ellos nos convirtieron en lo que eramos, acorralándonos como animales salvajes cuando eran ellos los traidores, los monstruos.
El bosque de Brocelianda es un bosque mítico francés situado en el departamento de Ille.
Mi manada creció en ese lugar mágico, siempre vinculado con leyendas tan poderosas como la mía, no podía nacer en otro sitio el que un daría fin a la maldición que asolaba a los míos.
En Broceliande coinciden las leyendas más sobrecogedoras de las sagas célticas, donde todo un mosaico de sensaciones gravitan en el ánimo del viajero nada más entrar en este fascinante lugar. Los caballeros de la Mesa Redonda encontraron en Broceliande un decorado a la medida de su destino y de su búsqueda. Arturo, su legendario rey, les ordenó encontrar el más preciado cáliz sagrado: el Santo Grial, que, según la tradición oral, estaba oculto en estos bosques de la Bretaña gala.
Hace unos meses abandoné mi hogar, mi único destino, encontrarla, dar con esa escurridiza inmortal que sembraba la muerte entre los Acer a golpe de plata.
Atrás dejaba lo único que me importaba, pero eso es otra historia, pues yo nací, crecí y viví por un único motivo y desde luego no era disfrutar mi vida si no quitar la suya.
Su rastro me llevo meses encontrarlo, las afueras de la ciudad de París fue el lugar elegido por la vampiresa, ese seria el escenario que la vería sucumbir por fin ante un ser como yo. Postrada imploraría clemencia y entendería que los Acer siempre estuvimos por encima de la plata de su apellido.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
No había transcurrido más de una semana desde su regreso a París. El último año de su inmortal existencia lo pasó rastreando el paradero de un asentamiento Acer a las afueras de un bosque en las tierras bajas de Italia. Era bien sabido que, como salvajes, los perros de acero buscaban cobijo en la espesura de la madre tierra. El clan principal, que residía en Francia —su tierra natal— se dedicaba a parir y a entrenar más de los suyos, en incansable preparación para una batalla que perpetuaría hasta su fin. Sin embargo, algunos de aquella estirpe habían migrado en grupos pequeños a otras regiones de Europa, en un desesperado intento por escapar al enfrentamiento de linajes. Una poderosa barrera mágica protegía y ocultaba a la manada de acero de los Argent: ninguno en cuya sangre fluyera la plata era capaz de localizarla o traspasarla. Por ende, desprotegidos del hechizo, Nymeria no tardó en encontrarles y mucho menos vaciló darles muerte, fiera y sin piedad.
Por lo menos veinte del linaje contrario perecieron durante su última arremetida en Italia. No asesinaba niños, pues tenía la eternidad de su lado para aguardar a que crecieran y le confrontaran; tampoco ancianos, una vez muertos los padres, los pequeños necesitarían guía y el tiempo mismo se encargaría de ellos en tanto volvieran a Francia, de resto, sin clemencia la inmortal arrasó con todo aquel que se opuso al filo de su espada. Hasta aquel día no conocía Acer que le hubiese aguantado el ritmo, e incluso con los ancestros susurrándole al oído que pronto conocería a quien fuera capaz de plantarle cara, nada le preocupaba. Le respaldaba su naturaleza, la magia y la energía de innumerables vidas, capturadas por la gema carmín que adornaba la empuñadura de su espada.
El acero era efímero pero la plata sería eterna. Ella era eterna.
Como hija pródiga regresaba a la tierra que le vio renacer, esta vez, a terminar por fin el trabajo que le fue asignado mil años atrás y al que consagró su existencia y su futuro, su eternidad. Una pequeña aldea a las afueras de París se presentó como el lugar más apropiado para su estancia, encontrando morada en la pequeña finca de una humilde familia campesina, cuyos integrantes vivían del trabajo de sus tierras y que, afables, le abrieron las puertas de su hogar sin tener que recurrir a la manipulación vampírica para persuadirlos de ello. Compadecida ante la sencillez de aquellos humanos, Nymeria optó por utilizarlos de coartada y no de alimento como lo había planeado; no obstante, era aquella una situación temporal, no tenía la costumbre de permanecer en el mismo lugar más de un par de días, a diferencia de los Acer, ningún hechizo ocultaba su ubicación y era consciente de que, más temprano que tarde, alguno de ellos le encontraría.
Aquella noche volvía a la finca tras una velada infructuosa en la búsqueda de un hechicero con poder suficiente suprimir el bloqueo mágico que le impedía encontrar el refugio de sus enemigos y exterminarlos de raíz. Refunfuñó todo el camino de vuelta, se sentía molesta, frustrada… era imposible encontrar un brujo decente en París, además, sed abrasadora le quemaba la garganta, había pasado día y medio sin alimentarse y su cuerpo ansiaba un buen trago de sangre de vena, caliente y fresca. Se relamió los labios y resopló, ese terrible apetito era su cruz a cargar y aparentemente la clemencia no era buena para el hambre.
Tan pronto como puso un pie en la propiedad supo que algo andaba mal. Arrugó la nariz ligeramente, olfateando con sutileza la suave brisa de verano que traía consigo una fragancia diferente a la fruta, la hierba y la esencia de los humanos que amables le resguardaron.
— Perro… — Un susurro entretenido se escapó de sus labios.
Su sonrisa se extendió maliciosa a su máxima amplitud. Desenvainó la espada del cinto y el rubí centelló en carmesí. A paso armonioso, la vampiresa avanzó hacia la entrada de la modesta residencia y de un empujón con la mano abrió de par en par la puerta que rechinó fuerte, haciendo eco hasta el fondo del pasillo. Entró sigilosa, mirando hacia todos lados, aferrándose con firmeza al arma, expectante de la ubicación de su enemigo. El aroma era cada vez más fuerte, si su corazón palpitara aún, quizá se hubiese estrellado con violencia contra su pecho, mas por el momento nada sintió. Viro hacia la derecha, en dirección al comedor, permaneciendo tras el umbral de la puerta cuando sus ojos se encontraron de frente con la familia, padre, madre, hijo e hija, sentados alrededor de la mesa, como en una noche de cena casual. Ladeó la cabeza y frunció el entrecejo. Se encontraban silentes y observándolos a detalle lucían temerosos, cohibidos por algo, de tal forma que incluso la niña temblaba con sutileza.
Recorrió el espacio con la mirada, escudriñando el lugar en busca del lobo para acabar con aquel juego por fin. Intentó usar su sentido auditivo, más los corazones de los humanos latían demasiado fuerte como para permitirle escuchar el del intruso. Dio un paso adelante y tan pronto como cruzó el umbral el filo del acero se interpuso en su camino apoyándose contra su cuello. Deslizó la mirada hasta la filosa hoja que centelló en su mirada y volvió a sonreír, volviendo entonces su atención hasta el hombre que sujetaba la sujetaba con fuerza. Sus pardos se enfrentaron a los egeos de su contrincante, que se anclaron violentos a los suyos en un instante de relativa calma.
— Acer, supongo… — Indagó despreocupada y sin borrar la sonrisa de su rostro — ¿Sabes que es bastante descortés asustar indefensos en su propio hogar?
El comentario no le hizo gracia, él no venía a conversar, venía a matarla, pero, por supuesto, después de mil años e incontables enfrentamientos ella había aprendido a tomárselo con más calma. Suspiró y con la yema del índice hizo a un lado el filo del arma.
— Vamos, lobo, esto es entre tú y yo, esta gente no tiene nada que ver — avanzó hacia la mesa donde los humanos, indefensos, anulaban su presencia. Ella les sonrió agradable, como si el licántropo no estuviese allí — Mírenme — Ordenó — Tan pronto como pongamos pie fuera de esta propiedad, olvidarán que alguna vez estuve aquí, lo que ha pasado esta noche y proseguirán con sus vidas cotidianas, como si nada hubiese sucedido.
Los presentes la observaron embelesados por la compulsión. Un gesto de complacencia surcó sus facciones y entonces, volvió a paso lento hacia el lobo, examinándolo de arriba abajo hasta quedar frente a él.
— ¿Qué? — Preguntó ante la expresión que se imprimió en las facciones del hombre como respuesta al “altruismo” de su acto. Por supuesto, era conocida por muchas cosas, mas ser noble no era una de ellas — Han sido buenos conmigo, merecen que sea una chica buena ¿pero contigo? contigo estoy a punto de ser realmente mala — su temple entre altivo y travieso buscaba provocarlo y que la furia contenida en su mirada se desatara al fin— ¿Dónde te gustaría morir? — Inquirió entretenida, mordiéndose el labio inferior
Por lo menos veinte del linaje contrario perecieron durante su última arremetida en Italia. No asesinaba niños, pues tenía la eternidad de su lado para aguardar a que crecieran y le confrontaran; tampoco ancianos, una vez muertos los padres, los pequeños necesitarían guía y el tiempo mismo se encargaría de ellos en tanto volvieran a Francia, de resto, sin clemencia la inmortal arrasó con todo aquel que se opuso al filo de su espada. Hasta aquel día no conocía Acer que le hubiese aguantado el ritmo, e incluso con los ancestros susurrándole al oído que pronto conocería a quien fuera capaz de plantarle cara, nada le preocupaba. Le respaldaba su naturaleza, la magia y la energía de innumerables vidas, capturadas por la gema carmín que adornaba la empuñadura de su espada.
El acero era efímero pero la plata sería eterna. Ella era eterna.
Como hija pródiga regresaba a la tierra que le vio renacer, esta vez, a terminar por fin el trabajo que le fue asignado mil años atrás y al que consagró su existencia y su futuro, su eternidad. Una pequeña aldea a las afueras de París se presentó como el lugar más apropiado para su estancia, encontrando morada en la pequeña finca de una humilde familia campesina, cuyos integrantes vivían del trabajo de sus tierras y que, afables, le abrieron las puertas de su hogar sin tener que recurrir a la manipulación vampírica para persuadirlos de ello. Compadecida ante la sencillez de aquellos humanos, Nymeria optó por utilizarlos de coartada y no de alimento como lo había planeado; no obstante, era aquella una situación temporal, no tenía la costumbre de permanecer en el mismo lugar más de un par de días, a diferencia de los Acer, ningún hechizo ocultaba su ubicación y era consciente de que, más temprano que tarde, alguno de ellos le encontraría.
Aquella noche volvía a la finca tras una velada infructuosa en la búsqueda de un hechicero con poder suficiente suprimir el bloqueo mágico que le impedía encontrar el refugio de sus enemigos y exterminarlos de raíz. Refunfuñó todo el camino de vuelta, se sentía molesta, frustrada… era imposible encontrar un brujo decente en París, además, sed abrasadora le quemaba la garganta, había pasado día y medio sin alimentarse y su cuerpo ansiaba un buen trago de sangre de vena, caliente y fresca. Se relamió los labios y resopló, ese terrible apetito era su cruz a cargar y aparentemente la clemencia no era buena para el hambre.
Tan pronto como puso un pie en la propiedad supo que algo andaba mal. Arrugó la nariz ligeramente, olfateando con sutileza la suave brisa de verano que traía consigo una fragancia diferente a la fruta, la hierba y la esencia de los humanos que amables le resguardaron.
— Perro… — Un susurro entretenido se escapó de sus labios.
Su sonrisa se extendió maliciosa a su máxima amplitud. Desenvainó la espada del cinto y el rubí centelló en carmesí. A paso armonioso, la vampiresa avanzó hacia la entrada de la modesta residencia y de un empujón con la mano abrió de par en par la puerta que rechinó fuerte, haciendo eco hasta el fondo del pasillo. Entró sigilosa, mirando hacia todos lados, aferrándose con firmeza al arma, expectante de la ubicación de su enemigo. El aroma era cada vez más fuerte, si su corazón palpitara aún, quizá se hubiese estrellado con violencia contra su pecho, mas por el momento nada sintió. Viro hacia la derecha, en dirección al comedor, permaneciendo tras el umbral de la puerta cuando sus ojos se encontraron de frente con la familia, padre, madre, hijo e hija, sentados alrededor de la mesa, como en una noche de cena casual. Ladeó la cabeza y frunció el entrecejo. Se encontraban silentes y observándolos a detalle lucían temerosos, cohibidos por algo, de tal forma que incluso la niña temblaba con sutileza.
Recorrió el espacio con la mirada, escudriñando el lugar en busca del lobo para acabar con aquel juego por fin. Intentó usar su sentido auditivo, más los corazones de los humanos latían demasiado fuerte como para permitirle escuchar el del intruso. Dio un paso adelante y tan pronto como cruzó el umbral el filo del acero se interpuso en su camino apoyándose contra su cuello. Deslizó la mirada hasta la filosa hoja que centelló en su mirada y volvió a sonreír, volviendo entonces su atención hasta el hombre que sujetaba la sujetaba con fuerza. Sus pardos se enfrentaron a los egeos de su contrincante, que se anclaron violentos a los suyos en un instante de relativa calma.
— Acer, supongo… — Indagó despreocupada y sin borrar la sonrisa de su rostro — ¿Sabes que es bastante descortés asustar indefensos en su propio hogar?
El comentario no le hizo gracia, él no venía a conversar, venía a matarla, pero, por supuesto, después de mil años e incontables enfrentamientos ella había aprendido a tomárselo con más calma. Suspiró y con la yema del índice hizo a un lado el filo del arma.
— Vamos, lobo, esto es entre tú y yo, esta gente no tiene nada que ver — avanzó hacia la mesa donde los humanos, indefensos, anulaban su presencia. Ella les sonrió agradable, como si el licántropo no estuviese allí — Mírenme — Ordenó — Tan pronto como pongamos pie fuera de esta propiedad, olvidarán que alguna vez estuve aquí, lo que ha pasado esta noche y proseguirán con sus vidas cotidianas, como si nada hubiese sucedido.
Los presentes la observaron embelesados por la compulsión. Un gesto de complacencia surcó sus facciones y entonces, volvió a paso lento hacia el lobo, examinándolo de arriba abajo hasta quedar frente a él.
— ¿Qué? — Preguntó ante la expresión que se imprimió en las facciones del hombre como respuesta al “altruismo” de su acto. Por supuesto, era conocida por muchas cosas, mas ser noble no era una de ellas — Han sido buenos conmigo, merecen que sea una chica buena ¿pero contigo? contigo estoy a punto de ser realmente mala — su temple entre altivo y travieso buscaba provocarlo y que la furia contenida en su mirada se desatara al fin— ¿Dónde te gustaría morir? — Inquirió entretenida, mordiéndose el labio inferior
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Una ligera llovizna moría sobre mis hombros antes de que aquella casona vieja y destartalada pero reconfortante por su calor humeante me diera cobijo en aquella noche en el que fallecería mi enemigo.
Escuché de sus labios la palabra perro, ladeé la sonrisa con aire engreído, los perros ladraban, mas yo mordía como un lobo.
Era tan fácil escuchar sus pasos buscando mi rastro que con maestría, oculto entre las luces y las sombras del prometedor fuego y en el mas extremo de los silencios me moví raudo hasta alcanzar la posición perfecta para que al adentrarse en la cámara donde la familia cenaba sumamente afectada por mi presencia, su cuello se encontrara con mi acero.
-hueles a muerto -fue mi saludo escupido con asco ante su incendiaria mirada.
Su sonrisa se curvo como si el duelo le resultara divertido, como si la maldición que nos anclaba a darnos caza fuera un juego y ambos no fuéramos solo eso, dos juguetes en manso del destino, de nuestras familias y nuestros apellidos.
-Las preguntas evidentes resultan estúpidas -aseguré sin ganas de conversar, mi idea se alejaba mucho de la de irnos de copas, solo quería ensartarla con mi espada y de paso, meterle una estaca en ese precioso pecho hasta verla reducirse a cenizas ante mis ojos -no acostumbro a dar mi nombre a aquel que va morir, las presentaciones son estúpidas dado el hecho que me ha traído ante ti.
Con un gesto aparté el filo de la hoja de su cuello, quería jugar a la buena samaritana y estaba en su derecho, nada tenia en contra de esos humanos, así que la dejé hacer ese numerito de magia sin inmutarme hasta que la morena regresó ante mi dispuesta según ella a matarme.
Casi me atraganto con la risa, de no ser porque ni me reí, ni me hacia gracia la altivez que ostentaba esa engreída.
-No me interesa porque los ayudas, ni me asusta que pretendas ser “mala” conmigo, es mas, dicho así me suena a que me azotaras mientras te pones cachonda...no es serio, te aconsejo que mejores tu repertorio, aunque para un burdel...que mas da...vas ha morir hoy así que olvida lo que te he dicho.
Le di la espada como si no la temiera en absoluto, la verdad es que así era, yo era el de la profecía, todo apuntaba a que llegaría su final esa noche y no el mío.
Caminé con paso firme hasta el exterior, fue allí cuando me detuve no para fijarme en ella si no en el cuarto menguante de la bella luna que nos contemplaba.
Me relamí los labios absorto por las historias que de ella había escuchado desde niño.
-¿Alguna petición antes de extinguirte Argent? -apunté sin mas desenvainando mi espada en un silbido que cortó el viento y que alzó el vuelo de una bandada de cuervos.
Escuché de sus labios la palabra perro, ladeé la sonrisa con aire engreído, los perros ladraban, mas yo mordía como un lobo.
Era tan fácil escuchar sus pasos buscando mi rastro que con maestría, oculto entre las luces y las sombras del prometedor fuego y en el mas extremo de los silencios me moví raudo hasta alcanzar la posición perfecta para que al adentrarse en la cámara donde la familia cenaba sumamente afectada por mi presencia, su cuello se encontrara con mi acero.
-hueles a muerto -fue mi saludo escupido con asco ante su incendiaria mirada.
Su sonrisa se curvo como si el duelo le resultara divertido, como si la maldición que nos anclaba a darnos caza fuera un juego y ambos no fuéramos solo eso, dos juguetes en manso del destino, de nuestras familias y nuestros apellidos.
-Las preguntas evidentes resultan estúpidas -aseguré sin ganas de conversar, mi idea se alejaba mucho de la de irnos de copas, solo quería ensartarla con mi espada y de paso, meterle una estaca en ese precioso pecho hasta verla reducirse a cenizas ante mis ojos -no acostumbro a dar mi nombre a aquel que va morir, las presentaciones son estúpidas dado el hecho que me ha traído ante ti.
Con un gesto aparté el filo de la hoja de su cuello, quería jugar a la buena samaritana y estaba en su derecho, nada tenia en contra de esos humanos, así que la dejé hacer ese numerito de magia sin inmutarme hasta que la morena regresó ante mi dispuesta según ella a matarme.
Casi me atraganto con la risa, de no ser porque ni me reí, ni me hacia gracia la altivez que ostentaba esa engreída.
-No me interesa porque los ayudas, ni me asusta que pretendas ser “mala” conmigo, es mas, dicho así me suena a que me azotaras mientras te pones cachonda...no es serio, te aconsejo que mejores tu repertorio, aunque para un burdel...que mas da...vas ha morir hoy así que olvida lo que te he dicho.
Le di la espada como si no la temiera en absoluto, la verdad es que así era, yo era el de la profecía, todo apuntaba a que llegaría su final esa noche y no el mío.
Caminé con paso firme hasta el exterior, fue allí cuando me detuve no para fijarme en ella si no en el cuarto menguante de la bella luna que nos contemplaba.
Me relamí los labios absorto por las historias que de ella había escuchado desde niño.
-¿Alguna petición antes de extinguirte Argent? -apunté sin mas desenvainando mi espada en un silbido que cortó el viento y que alzó el vuelo de una bandada de cuervos.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
— Yo estoy muerta, ¿cuál es tu excusa?
Se carcajeó entretenida ante las declaraciones del lobo, venenosas palabras que precedieron una salida altiva, dándole la espalda con aire engrandecido y siguiendo de largo como si no le importase en lo absoluto ser atacado. Aparentemente, el lobo carecía de instintos de supervivencia, así que era probable que aquel enfrentamiento fuese más sencillo de lo previsto. Se necesitaba más de un par de insultos para calar bajo su piel y al engreído talante que, como escudo, portaba su oponente, seguramente lo vería derrumbarse en tanto le tuviese de rodillas suplicando por clemencia. De cualquier forma, el perro no tenía por qué afanarse, si algo era cierto, su rostro se convertiría en lo último que contemplaría antes de morir; una buena vista, considerando las circunstancias.
— ¿Azotarte? — bufó — que poca imaginación tienes, yo estaba pensando en mi espada atravesándote el trasero, imaginé que te gustaría, ya sabes, ponerte en cuatro como buen perrito. — Se encogió de hombros sin perder la gracia que sobrevolaba su semblante.
Optó por seguir al lobo en silencio, observándole avanzar a paso firme sin inmutarse ante la ligereza de sus pasos que, coordinados, le acechaban desde atrás en búsqueda del espacio adecuado para llevar a cabo la batalla y terminar con aquel sinsentido de una buena vez. Un pequeño claro, ubicado en el lote adyacente a la finca donde se hospedaba, fue el lugar elegido por su contrincante. La aldea aún era área rural, poco concurrida y la distancia que separaba las propiedades variaba en hectáreas, haciendo de aquella zona un sitio conveniente para la ancestral confrontación.
El perro, jugando a ser humano, desenvainó la espada, asiéndola prepotente, elevándola al aire mientras una bandada de cuervos sobrevolaba sus cabezas en mal augurio, concediendo una atmósfera tensa y ominosa. La inmortal alzó la mirada cadenciosa, apreciando el vuelo de las aves que se alejaban presurosas del lugar, elevó las comisuras en una sonrisa traviesa y entonces volvió su mirada al lobo sin emoción. ¿Un último deseo?
— Sólo que comiences de una vez, me aburro.
Cumpliendo el papel de verdugo, el licántropo gruñó mostrándole los colmillos y sin vacilar un instante en llevar a cabo su petición, se lanzó furioso al ataque. La gema en la guarnición de la plata relució vibrante en carmín. Sus escleróticas se llenaron de sangre y las venas bajo sus ojos se marcaron oscurecidas. Giró la empuñadura del arma entre su mano y la elevó rauda para detener la arremetida en colisión de metales que resquebrajó de un tajo el silencio de la noche.
Nymeria retrocedió al ritmo de las acometidas del lobo que, a pesar de presentarse ansiosas y agitadas, no dejaban de ser certeras; no obstante, ella se limitó a eludir el acero con destreza y calma. La técnica de su contrincante no desmeritaba nada, era ágil, hábil, mejor que la de cualquier Acer que hubiese tenido oportunidad de enfrentar… pero ella tenía más de mil años, lo cual implicaba que existió siglos enteros antes de que la historia siquiera lo hubiese concebido, las batallas que había contendido sumaban un número infinitamente mayor a las lunas que aquel hombre había vivido e incluso con los ancestros murmurando en un rincón de su mente que procediera con cautela, la derrota era un término que no estaba dispuesta siquiera a imaginar.
Ambos metales cortaron el aire, ondeando fieros en letales movimientos, asestando directo a la piel ajena y fallando por tan sólo milímetros. Hasta el momento ni una gota de sangre había sido derramada pues, de lo contrario, el férreo aroma hubiese estimulado el brotar de sus colmillos. Hastiada de rehuir de los ataques del lobo, Nymeria atajó el letal acero con su filosa hoja plateada a un par de centímetros de su cuello. Sonrió ladinamente y enarcó una ceja desafiante; antes de que su oponente pudiese concretar su siguiente ataque, le hizo retroceder de una patada en el pecho, aprovechando el espacio para abalanzarse a la ofensiva en una ráfaga de oscilaciones que, esta vez, forzaron a su oponente a replegarse con prisa.
El pecho de su oponente se tensaba y distendía agresivamente, la humanidad tras la bestia jadeaba en claro signo de agotamiento, extenuación propia de los pulmones. La vampiresa, por su parte, absuelta de la necesidad de respirar, continuaba serena; había pasado un largo periodo de tiempo desde la última vez que su cuerpo reconoció cansancio. De un golpe seco en el acero, lo mandó a volar lejos del agarre del licano, procediendo a hostigarlo con el rápido vaivén de su espada, sin dejarle más opción que esquivarla a velocidad similar.
La plata fue obstaculizada por el tronco de un árbol. Aprovechando el inconveniente, el perro corrió en búsqueda de su arma y sin dar espera, una vez la blandió en su diestra, acometió violento contra ella. Nymeria forzó la empuñadura en un desesperado intento por liberar la hoja incrustada en la madera, mas al verse corta de tiempo, inclinó medio cuerpo evitando así el acero que feroz buscaba su cuello. Con la adrenalina ardiendo bajo el frío contacto de su piel, se irguió de golpe y en un nuevo intento, tras tirar con fuerza del mango de su espada, esta cedió al fin, justo a tiempo para frenar el metal que, de nuevo, se precipitaba hacia su piel.
— ¿Eso es todo lo que tienes lobito? — Inquirió ladeando la cabeza, curvando los labios en media sonrisa.
Una ligera pausa, sus espadas se mantuvieron cruzadas, suspendidas en el aire mientras sus rostros, arrogantes, se contemplaron con fijeza enardecidos por la contienda.
Se carcajeó entretenida ante las declaraciones del lobo, venenosas palabras que precedieron una salida altiva, dándole la espalda con aire engrandecido y siguiendo de largo como si no le importase en lo absoluto ser atacado. Aparentemente, el lobo carecía de instintos de supervivencia, así que era probable que aquel enfrentamiento fuese más sencillo de lo previsto. Se necesitaba más de un par de insultos para calar bajo su piel y al engreído talante que, como escudo, portaba su oponente, seguramente lo vería derrumbarse en tanto le tuviese de rodillas suplicando por clemencia. De cualquier forma, el perro no tenía por qué afanarse, si algo era cierto, su rostro se convertiría en lo último que contemplaría antes de morir; una buena vista, considerando las circunstancias.
— ¿Azotarte? — bufó — que poca imaginación tienes, yo estaba pensando en mi espada atravesándote el trasero, imaginé que te gustaría, ya sabes, ponerte en cuatro como buen perrito. — Se encogió de hombros sin perder la gracia que sobrevolaba su semblante.
Optó por seguir al lobo en silencio, observándole avanzar a paso firme sin inmutarse ante la ligereza de sus pasos que, coordinados, le acechaban desde atrás en búsqueda del espacio adecuado para llevar a cabo la batalla y terminar con aquel sinsentido de una buena vez. Un pequeño claro, ubicado en el lote adyacente a la finca donde se hospedaba, fue el lugar elegido por su contrincante. La aldea aún era área rural, poco concurrida y la distancia que separaba las propiedades variaba en hectáreas, haciendo de aquella zona un sitio conveniente para la ancestral confrontación.
El perro, jugando a ser humano, desenvainó la espada, asiéndola prepotente, elevándola al aire mientras una bandada de cuervos sobrevolaba sus cabezas en mal augurio, concediendo una atmósfera tensa y ominosa. La inmortal alzó la mirada cadenciosa, apreciando el vuelo de las aves que se alejaban presurosas del lugar, elevó las comisuras en una sonrisa traviesa y entonces volvió su mirada al lobo sin emoción. ¿Un último deseo?
— Sólo que comiences de una vez, me aburro.
Cumpliendo el papel de verdugo, el licántropo gruñó mostrándole los colmillos y sin vacilar un instante en llevar a cabo su petición, se lanzó furioso al ataque. La gema en la guarnición de la plata relució vibrante en carmín. Sus escleróticas se llenaron de sangre y las venas bajo sus ojos se marcaron oscurecidas. Giró la empuñadura del arma entre su mano y la elevó rauda para detener la arremetida en colisión de metales que resquebrajó de un tajo el silencio de la noche.
Nymeria retrocedió al ritmo de las acometidas del lobo que, a pesar de presentarse ansiosas y agitadas, no dejaban de ser certeras; no obstante, ella se limitó a eludir el acero con destreza y calma. La técnica de su contrincante no desmeritaba nada, era ágil, hábil, mejor que la de cualquier Acer que hubiese tenido oportunidad de enfrentar… pero ella tenía más de mil años, lo cual implicaba que existió siglos enteros antes de que la historia siquiera lo hubiese concebido, las batallas que había contendido sumaban un número infinitamente mayor a las lunas que aquel hombre había vivido e incluso con los ancestros murmurando en un rincón de su mente que procediera con cautela, la derrota era un término que no estaba dispuesta siquiera a imaginar.
Ambos metales cortaron el aire, ondeando fieros en letales movimientos, asestando directo a la piel ajena y fallando por tan sólo milímetros. Hasta el momento ni una gota de sangre había sido derramada pues, de lo contrario, el férreo aroma hubiese estimulado el brotar de sus colmillos. Hastiada de rehuir de los ataques del lobo, Nymeria atajó el letal acero con su filosa hoja plateada a un par de centímetros de su cuello. Sonrió ladinamente y enarcó una ceja desafiante; antes de que su oponente pudiese concretar su siguiente ataque, le hizo retroceder de una patada en el pecho, aprovechando el espacio para abalanzarse a la ofensiva en una ráfaga de oscilaciones que, esta vez, forzaron a su oponente a replegarse con prisa.
El pecho de su oponente se tensaba y distendía agresivamente, la humanidad tras la bestia jadeaba en claro signo de agotamiento, extenuación propia de los pulmones. La vampiresa, por su parte, absuelta de la necesidad de respirar, continuaba serena; había pasado un largo periodo de tiempo desde la última vez que su cuerpo reconoció cansancio. De un golpe seco en el acero, lo mandó a volar lejos del agarre del licano, procediendo a hostigarlo con el rápido vaivén de su espada, sin dejarle más opción que esquivarla a velocidad similar.
La plata fue obstaculizada por el tronco de un árbol. Aprovechando el inconveniente, el perro corrió en búsqueda de su arma y sin dar espera, una vez la blandió en su diestra, acometió violento contra ella. Nymeria forzó la empuñadura en un desesperado intento por liberar la hoja incrustada en la madera, mas al verse corta de tiempo, inclinó medio cuerpo evitando así el acero que feroz buscaba su cuello. Con la adrenalina ardiendo bajo el frío contacto de su piel, se irguió de golpe y en un nuevo intento, tras tirar con fuerza del mango de su espada, esta cedió al fin, justo a tiempo para frenar el metal que, de nuevo, se precipitaba hacia su piel.
— ¿Eso es todo lo que tienes lobito? — Inquirió ladeando la cabeza, curvando los labios en media sonrisa.
Una ligera pausa, sus espadas se mantuvieron cruzadas, suspendidas en el aire mientras sus rostros, arrogantes, se contemplaron con fijeza enardecidos por la contienda.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
“Sólo que comiences de una vez, me aburro.
Altiva la inmortal y en mi opinión con ganas de convertirse en ceniza me pidió con impaciencia que le baile comenzara.
Ladeé la sonrisa, nunca había que hacer esperar a una dama, así que bravo mientras ella se alzaba las enaguas me abalancé hacia su posición blandiendo mi espada.
Choque de metales que perturbó el silencio de la noche.
Ataques imparables que ella sorteaba como si fuera una araña escurriéndose por la seda de su madeja.
Mis colmillos rugían voraces, mis ámbar eran un desafió constante mientras sus rojos enmarcaba los gestos de la que al estar muerta no siente la guerra corriendo por sus venas.
Mis ataques agresivos, era una bestia enfrentando al enemigo, mas ella gozaba de la inmortalidad a su favor, mi técnica era perfecta, pero el diablo ,sabe mas por viejo que por sabio y esa era ella.
Su plata a punto de sajar mi piel en alguna arremetida, mas de nuevo yo tomaba la iniciativa haciendo danzar el acero entre mis dedos.
Una patada en el pecho marcó una pequeña tregua, ladeada su sonrisa cuando pasó a la arrepentida, mi pecho se alzaba violento ante su mirada, paré con gracia cada golpe de plata.
Pero en una de esas el acero voló como un cometa en la noche estrellada, rugí sin rendirme.
Su plata buscaba morder mi pecho, un árbol detuvo su arremetida cuando mi diestro movimiento evitó a su diestra, corrí veloz hacia mi acero y envainandolo me lancé a degüello dispuesto a hacerle perder la cabeza en cualquier momento.
Esquiva, su tronco se arqueo, evitando la mordida, mas antes de que volviera a arremeter, ella logró sacar la plata del tronco deteniendo el envite.
Nos miramos a conciencia, midiéndonos mutuamente, ella no estaba casada, parecía serena, pero mi frenesí ayudaba a mi cuerpo a arremeter con tino.
-No os preocupéis mi señora, apenas he empezado con el cordial saludo -dije de forma engreída, retomando el baile mientras los aceros chirriaban al ser acariciados por el arma ajena.
Tentación arrogante en las miradas de uno y otro.
-¿Que se siente sabiendo que tu familia tuvo que sacrificarte para poder vencer a la mía? Fría, inerte, sin sentimientos, metas o sueños, eres un arma que pronto no tendrá mas sentido que la de bañar los campos de polvo y cenizas.
Le aticé en el culo con la parte plana de la espada de forma burlona antes de embestir de nuevo de forma violenta, arremetida, tras arremetida, gruñendo como la bestia que se escondía tras mi piel humana, la luna llena hoy no me bendecía con su presencia pero de hacerlo esta pantomima hubiera acabado ya hace mucho tiempo.
Altiva la inmortal y en mi opinión con ganas de convertirse en ceniza me pidió con impaciencia que le baile comenzara.
Ladeé la sonrisa, nunca había que hacer esperar a una dama, así que bravo mientras ella se alzaba las enaguas me abalancé hacia su posición blandiendo mi espada.
Choque de metales que perturbó el silencio de la noche.
Ataques imparables que ella sorteaba como si fuera una araña escurriéndose por la seda de su madeja.
Mis colmillos rugían voraces, mis ámbar eran un desafió constante mientras sus rojos enmarcaba los gestos de la que al estar muerta no siente la guerra corriendo por sus venas.
Mis ataques agresivos, era una bestia enfrentando al enemigo, mas ella gozaba de la inmortalidad a su favor, mi técnica era perfecta, pero el diablo ,sabe mas por viejo que por sabio y esa era ella.
Su plata a punto de sajar mi piel en alguna arremetida, mas de nuevo yo tomaba la iniciativa haciendo danzar el acero entre mis dedos.
Una patada en el pecho marcó una pequeña tregua, ladeada su sonrisa cuando pasó a la arrepentida, mi pecho se alzaba violento ante su mirada, paré con gracia cada golpe de plata.
Pero en una de esas el acero voló como un cometa en la noche estrellada, rugí sin rendirme.
Su plata buscaba morder mi pecho, un árbol detuvo su arremetida cuando mi diestro movimiento evitó a su diestra, corrí veloz hacia mi acero y envainandolo me lancé a degüello dispuesto a hacerle perder la cabeza en cualquier momento.
Esquiva, su tronco se arqueo, evitando la mordida, mas antes de que volviera a arremeter, ella logró sacar la plata del tronco deteniendo el envite.
Nos miramos a conciencia, midiéndonos mutuamente, ella no estaba casada, parecía serena, pero mi frenesí ayudaba a mi cuerpo a arremeter con tino.
-No os preocupéis mi señora, apenas he empezado con el cordial saludo -dije de forma engreída, retomando el baile mientras los aceros chirriaban al ser acariciados por el arma ajena.
Tentación arrogante en las miradas de uno y otro.
-¿Que se siente sabiendo que tu familia tuvo que sacrificarte para poder vencer a la mía? Fría, inerte, sin sentimientos, metas o sueños, eres un arma que pronto no tendrá mas sentido que la de bañar los campos de polvo y cenizas.
Le aticé en el culo con la parte plana de la espada de forma burlona antes de embestir de nuevo de forma violenta, arremetida, tras arremetida, gruñendo como la bestia que se escondía tras mi piel humana, la luna llena hoy no me bendecía con su presencia pero de hacerlo esta pantomima hubiera acabado ya hace mucho tiempo.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
— ¿Así que no eres de los que se rinde fácil, ah? — Inquirió con diversión, situando más bien poca fuerza en el cruce de espadas que afiladas distanciaban sus rostros — Debes ser el primero de los tuyos. — Se mofó mordaz.
Nymeria deslizó el filo de su espada apartando la ajena y arrugó la nariz ante el sonido agudo emitido por la fricción de los metales. Incluso en acción tan simple como el roce de sus armas era posible apreciar lo terrible de aquel encuentro. La resonancia de plata contra plata era precisa, melodiosa, agradable al oído; la colisión de aceros, por el contrario, ocasionaba una sonoridad fuerte e intensa, mas no por ello dejaba de armonizar; sin embargo, el choque de acero y plata no iba más allá de ser ruido estridente, disonante y molesto, un estrépito que dejaba en evidencia que los suyos no eran instrumentos prestos a encontrarse. Aquel era un detalle de poca relevancia, pero después de mil años batiendo con diversidad de armas, había aprendido a afinar el odio.
Dio un paso atrás estudiando con su ocre mirada los movimientos del oponente, aguardando porque fuese este quien quebrara la inestable tregua que retenía a las armas de despedazar sus cuerpos. El desafío era palpable, incluso en la intangibilidad de sus miradas que, soberbias, se enfrentaban con determinación sin intención alguna a ceder… ni siquiera en aquel duelo silente. Caminaron en círculos a pasos recelosos atendiendo minuciosamente la posición del opuesto. Aunque sus aceros no se estrellaban violentos, si eran asidos con firmeza entre sus diestras y fueron certeras palabras las que reanudaron el encuentro, como leña al fuego que avivaba las flamas del reto.
— No te tomaba por todo un romántico — Se burló, enarcando las cejas en pretendida sorpresa — ¿Sueños? ¿metas? ¿sentimientos? — bufó — ¿Cuántos años tienes? ¿diez? Bienvenido al mundo real, Acer.
Una fugaz sonrisa se dibujó en sus labios antes de abalanzarse contra el lobo, ondeando su espada con violencia en agresivas arremetidas que dejaban claro estaba cansada ya de jugar. Los metales chispearon, chirrearon, balanceándose furibundos, incesantes, buscando con ansia la oportunidad de rasgar piel o atravesar carne. Rauda, ella avanzada ganando terreno, reduciendo el campo de acción de su contrincante. Hasta entonces se había esforzado por mantener la cabeza fría, un talante sereno, flemático que le permitiera defenderse con soltura y atacar con precisión, pero entre espadas oscilantes y corporeidades que se desplazaban exaltadas, como estallido de fuego pirotécnico, la adrenalina calo en sus huesos y se extendió bajo su piel. Era aquella una sensación extraña, ajena a lo que usualmente su cuerpo carente de vida experimentaba, quizá por hacer frente a una verdadera amenaza o quizá el furor de una verdadera batalla, como fuera, le agradaba.
Miradas encendidas, enardecidas por la adrenalina de la batalla, la opuesta en ámbar y la suya en carmín, analizaban entre embestidas el punto de quiebre del enemigo. El acero del lobo se elevó en un ángulo que buscaba tajar su garganta, mas esta vez, en vez de obstruir el camino del filo con su hoja, la vampiresa detuvo en el aire la acometida, sujetando con fuerza el antebrazo del licano.
— Aunque ahora que lo mencionas — Aprovechó la sorpresa para golpear fuertemente el rostro del lobo con el codo, de tal forma que logró hacerle tambalearse en reversa — Sí tengo una meta — Repitió la acción imprimiendo en ella mayor fuerza — Y es ver a todos los Acer caer… uno a uno — De un movimiento brusco, dislocó el brazo del lobo, haciéndole perder la espada y añadiendo a ello un tercer golpe, le empujó directo contra el tronco de un roble — Hasta el último — confesó entre dientes con la mandíbula tensa.
La inmortal se inclinó, levantó el arma del lobo, procediendo a acercarse a él a paso cadencioso, enfundando la plata y girando el acero ligero entre sus dedos.
— Ahora es tu turno, dime ¿Qué se siente ser el primero de tu familia en aguantar un asalto de más de cinco minutos? Todos caen como moscas en los primeros segundos.
Sus corrosivas palabras buscaban llevarlo al límite, cabrearlo y quizá, subliminalmente, incitarlo a que arremetiera de nuevo para poder sentir otra vez el ímpetu de la humanidad perdida corriendo presuroso por sus venas.
— Ya que has sido un buen perrito, dejaré que sucumbas bajo el filo del acero.
Elevó su diestra tenaz, dispuesta a dejarla caer sin piedad sobre el cuello del hombre; no obstante, no supo cómo ni cuándo, el lobo se las arregló para ensartarle una gruesa y punzante rama de madera en la parte alta del abdomen. De no ser por que alcanzó a reclinarse a tiempo, le hubiese astillado sin problema el corazón.
El vital líquido carmesí humedeció sus labios. Los relamió. Así que ese era el sabor de su propia sangre…
Nymeria deslizó el filo de su espada apartando la ajena y arrugó la nariz ante el sonido agudo emitido por la fricción de los metales. Incluso en acción tan simple como el roce de sus armas era posible apreciar lo terrible de aquel encuentro. La resonancia de plata contra plata era precisa, melodiosa, agradable al oído; la colisión de aceros, por el contrario, ocasionaba una sonoridad fuerte e intensa, mas no por ello dejaba de armonizar; sin embargo, el choque de acero y plata no iba más allá de ser ruido estridente, disonante y molesto, un estrépito que dejaba en evidencia que los suyos no eran instrumentos prestos a encontrarse. Aquel era un detalle de poca relevancia, pero después de mil años batiendo con diversidad de armas, había aprendido a afinar el odio.
Dio un paso atrás estudiando con su ocre mirada los movimientos del oponente, aguardando porque fuese este quien quebrara la inestable tregua que retenía a las armas de despedazar sus cuerpos. El desafío era palpable, incluso en la intangibilidad de sus miradas que, soberbias, se enfrentaban con determinación sin intención alguna a ceder… ni siquiera en aquel duelo silente. Caminaron en círculos a pasos recelosos atendiendo minuciosamente la posición del opuesto. Aunque sus aceros no se estrellaban violentos, si eran asidos con firmeza entre sus diestras y fueron certeras palabras las que reanudaron el encuentro, como leña al fuego que avivaba las flamas del reto.
— No te tomaba por todo un romántico — Se burló, enarcando las cejas en pretendida sorpresa — ¿Sueños? ¿metas? ¿sentimientos? — bufó — ¿Cuántos años tienes? ¿diez? Bienvenido al mundo real, Acer.
Una fugaz sonrisa se dibujó en sus labios antes de abalanzarse contra el lobo, ondeando su espada con violencia en agresivas arremetidas que dejaban claro estaba cansada ya de jugar. Los metales chispearon, chirrearon, balanceándose furibundos, incesantes, buscando con ansia la oportunidad de rasgar piel o atravesar carne. Rauda, ella avanzada ganando terreno, reduciendo el campo de acción de su contrincante. Hasta entonces se había esforzado por mantener la cabeza fría, un talante sereno, flemático que le permitiera defenderse con soltura y atacar con precisión, pero entre espadas oscilantes y corporeidades que se desplazaban exaltadas, como estallido de fuego pirotécnico, la adrenalina calo en sus huesos y se extendió bajo su piel. Era aquella una sensación extraña, ajena a lo que usualmente su cuerpo carente de vida experimentaba, quizá por hacer frente a una verdadera amenaza o quizá el furor de una verdadera batalla, como fuera, le agradaba.
Miradas encendidas, enardecidas por la adrenalina de la batalla, la opuesta en ámbar y la suya en carmín, analizaban entre embestidas el punto de quiebre del enemigo. El acero del lobo se elevó en un ángulo que buscaba tajar su garganta, mas esta vez, en vez de obstruir el camino del filo con su hoja, la vampiresa detuvo en el aire la acometida, sujetando con fuerza el antebrazo del licano.
— Aunque ahora que lo mencionas — Aprovechó la sorpresa para golpear fuertemente el rostro del lobo con el codo, de tal forma que logró hacerle tambalearse en reversa — Sí tengo una meta — Repitió la acción imprimiendo en ella mayor fuerza — Y es ver a todos los Acer caer… uno a uno — De un movimiento brusco, dislocó el brazo del lobo, haciéndole perder la espada y añadiendo a ello un tercer golpe, le empujó directo contra el tronco de un roble — Hasta el último — confesó entre dientes con la mandíbula tensa.
La inmortal se inclinó, levantó el arma del lobo, procediendo a acercarse a él a paso cadencioso, enfundando la plata y girando el acero ligero entre sus dedos.
— Ahora es tu turno, dime ¿Qué se siente ser el primero de tu familia en aguantar un asalto de más de cinco minutos? Todos caen como moscas en los primeros segundos.
Sus corrosivas palabras buscaban llevarlo al límite, cabrearlo y quizá, subliminalmente, incitarlo a que arremetiera de nuevo para poder sentir otra vez el ímpetu de la humanidad perdida corriendo presuroso por sus venas.
— Ya que has sido un buen perrito, dejaré que sucumbas bajo el filo del acero.
Elevó su diestra tenaz, dispuesta a dejarla caer sin piedad sobre el cuello del hombre; no obstante, no supo cómo ni cuándo, el lobo se las arregló para ensartarle una gruesa y punzante rama de madera en la parte alta del abdomen. De no ser por que alcanzó a reclinarse a tiempo, le hubiese astillado sin problema el corazón.
El vital líquido carmesí humedeció sus labios. Los relamió. Así que ese era el sabor de su propia sangre…
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Fiereza, nuestro encuentro era fuego, hielo, sangre y acero.
Hacia tiempo que no encontraba rival como esa, entre jadeos usaba la plata como una prolongación de su cuerpo.
Ella eral tal y sus palabras mordaces como el silbar del viento retumbaban gráciles en mis oídos motivándome aun mas.
-Será que soy un romántico apunté embistiendo contra ella de nuevo.
Ninguno reculaba, estridente el choque de plata y acero que delataba el odio que enfrentaba no solo a nuestros apellidos si no la raza que ostentosamente ambos.
Tomó mi antebrazo y de un codazo me hizo sangrar, gruñí al sentir el férreo sabor de mi propia sangre, pero después una risa macabra me invadió.
-Estoy vivo -dije sintiendo un dolor que posiblemente ella dejó de percibir hace tiempo -¿puedes tu decir lo mismo? -pregunté en tono burlón.
Repitió la acción hasta que mi brazo se quebró, la espada calló al suelo, rugí cuando mi espalda golpeó contra un tronco, mis ojos ámbar centelleaban al verla recoger mi espada con esa mueca de satisfacción creyendo la victoria a su favor.
De un tirón seco me recoloqué el brazo de nuevo en su lugar con claros gestos de dolor pero con ferocidad.
-Una lastima que no sea hoy el día que tus sueños se cumplirán -aseguré al sentir el filo cerca de mi cuello.
Rápido esquivé el arma y con una rama de madera que arranqué con voracidad busqué su maldito y putrefacto corazón para mandarla junto al resto de los Argent, al infierno, donde deberían estar.
La inmortal fue rápida, gracias a ese gesto atravesé su pecho rozando su corazón, pero no con suficiente tino como para convertirla en cenizas.
La joven parecía sorprendida, pero también disfrutar del un rival que no esperaba y que le presentaba contienda de igual a igual.
No me detuve, no hubo piedad, arranque rama tras rama lanzandolas hacia su cuerpo como si fueran lanzas de madera dispuestas a morder su carnaza.
Ella esquivaba sin darle tiempo a sacarse la rama de su pecho, podía leer el odio en su mirada, el dolor cada vez que las astillas acariciaban su corazón y a su vez una excitación extraña.
-Vamos inmortal ¿eso es todo cuanto sabes hacer?
Furibunda, rabiosa como un perro de presa volvió a lanzarse contra mi, su mano en mi cuello, nos miramos de frente unos instantes midiéndonos.
-¿Eres consciente de que el alba pronto hará su presentación estelar? -pregunté escupiendo cada una de esas palabras contra sus labios.
Hacia tiempo que no encontraba rival como esa, entre jadeos usaba la plata como una prolongación de su cuerpo.
Ella eral tal y sus palabras mordaces como el silbar del viento retumbaban gráciles en mis oídos motivándome aun mas.
-Será que soy un romántico apunté embistiendo contra ella de nuevo.
Ninguno reculaba, estridente el choque de plata y acero que delataba el odio que enfrentaba no solo a nuestros apellidos si no la raza que ostentosamente ambos.
Tomó mi antebrazo y de un codazo me hizo sangrar, gruñí al sentir el férreo sabor de mi propia sangre, pero después una risa macabra me invadió.
-Estoy vivo -dije sintiendo un dolor que posiblemente ella dejó de percibir hace tiempo -¿puedes tu decir lo mismo? -pregunté en tono burlón.
Repitió la acción hasta que mi brazo se quebró, la espada calló al suelo, rugí cuando mi espalda golpeó contra un tronco, mis ojos ámbar centelleaban al verla recoger mi espada con esa mueca de satisfacción creyendo la victoria a su favor.
De un tirón seco me recoloqué el brazo de nuevo en su lugar con claros gestos de dolor pero con ferocidad.
-Una lastima que no sea hoy el día que tus sueños se cumplirán -aseguré al sentir el filo cerca de mi cuello.
Rápido esquivé el arma y con una rama de madera que arranqué con voracidad busqué su maldito y putrefacto corazón para mandarla junto al resto de los Argent, al infierno, donde deberían estar.
La inmortal fue rápida, gracias a ese gesto atravesé su pecho rozando su corazón, pero no con suficiente tino como para convertirla en cenizas.
La joven parecía sorprendida, pero también disfrutar del un rival que no esperaba y que le presentaba contienda de igual a igual.
No me detuve, no hubo piedad, arranque rama tras rama lanzandolas hacia su cuerpo como si fueran lanzas de madera dispuestas a morder su carnaza.
Ella esquivaba sin darle tiempo a sacarse la rama de su pecho, podía leer el odio en su mirada, el dolor cada vez que las astillas acariciaban su corazón y a su vez una excitación extraña.
-Vamos inmortal ¿eso es todo cuanto sabes hacer?
Furibunda, rabiosa como un perro de presa volvió a lanzarse contra mi, su mano en mi cuello, nos miramos de frente unos instantes midiéndonos.
-¿Eres consciente de que el alba pronto hará su presentación estelar? -pregunté escupiendo cada una de esas palabras contra sus labios.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
No hubo tregua. Uno tras otro, alargados trozos de madera volaron en su dirección como proyectiles, cuya certera trayectoria no sólo buscaba dañar su carne sino incrustarse con mejor tino en el órgano que le mantenía viva. Su cuerpo se desplazó a velocidad sobrehumana evadiendo las improvisadas estacas, sin embargo, la que astillaba su pecho a unos centímetros de su corazón le dificultaba el movimiento. El dolor era punzante y en su tarea de eludir los continuos ataques del lobo no encontraba espacio para extraer la rama, cuya punta se adentraba cada vez hacia el vital órgano como resultado de la actividad de su cuerpo. Para entonces había olvidado lo qué era el dolor, cómo se sentía… convirtiéndose aquella en una noción perdida en el tiempo entre siglos de muerte, desolación, victorias vacías y un linaje que glorioso se mantenía en pie gracias a su labor.
Finalmente había encontrado uno que le plantara cara, alguien que representaba en partes iguales reto y amenaza; eso le gustaba, le revolvía las entrañas, le causaba dolor, temor, impaciencia… le hacía sentirse viva. La suya era un alma incandescente, vigorosa y tenaz atrapada en un cuerpo marchito e insensible. Resopló cabreada, sacudiendo las ridículas ideas que revoloteaban por su cabeza; que encontrara insano gusto en el enfrentamiento no implicaba que se hubiese olvidado de sus responsabilidades. Cuando llegara el momento lo mataría, a él y a toda su maldita línea. La eternidad era su comodín.
Una idea se germinó en su mente cuando el lobo se cansó de jugar tiro al blanco. Sus cuerpos permanecieron distanciados, el espacio que los apartaba era considerable. Ambos jadeaban, él por la extenuación de sus pulmones y ella por el punzón en medio de su tórax. Gruñó apretando los párpados y tensando la mandíbula en una clara muestra de dolor. Su mano, sutilmente temblorosa, alcanzó la madera que sobresalía entre su busto, tirando de ella con brusquedad hasta sacarla por completo. Un pequeño grito se escapó de sus labios, mas pronto este se distorsionó en una risa socarrona cuando el hombre le desafió venenoso, con palabras incisivas, provocándola, incitándola a arrancarle la vida de una buena vez.
No era prudente retomar el enfrentamiento de inmediato, en ese preciso instante la suya era una clara posición de desventaja. Se palpó el pecho con las manos, su orgullo era colosal, mas no era ninguna necia... mucho menos suicida; ciertamente, necesitaría comprar tiempo para reponerse y permitir a la herida sanar.
Ante las continuas pullas del lobo, por instinto, se precipitó irascible sobre él y lo sujetó del cuello, hundiendo sus dedos en la piel del enemigo, presionando con fuerza para impedir el paso del aire. El hijo de la luna, indomable, se inclinó hacia delante, gruñendo como si nada se le diera quedar falto de aire; irises encendidos en un ámbar radiactivo la desafiaron sin necesidad de palabras, sus violentos mares lo enfrentaron de vuelta, implacables y altivos, contemplándolo con pétrea mirada. Sus rostros permanecieron fijos, apartados por ínfima distancia, el halo fantasmal de sus narices rozó etéreo y entonces, mostrándole los colmillos fue que el lobo le advirtió sobre el alba, escupiendo las palabras contra su boca, entibiándole los labios con su fatigado aliento.
— Oh, por supuesto, el alba… — Respondió ella divertida, ladeando la sonrisa como si hubiera olvidado el asunto por completo.
¿El amanecer? ¿enserio? Hizo un esfuerzo inmenso por no estallar en carcajadas. El lobo era un iluso si no suponía que en mil años de existencia no habría encontrado ya solución para el inconveniente. Precisamente, en el anular de la mano con la que lo sostenía, llevaba un anillo de plata, adornado con una amatista hechizada que le permitía caminar bajo la luz del sol sin arder en llamas. Ensanchó la sonrisa; si la imaginación del licano no podía volar no le daría ella alas, de hecho... ¿Por qué no divertirse un rato con el perrito?
— Parece que tendremos que llevar esto a un lugar más oscuro — Apuntó ella con diversión, soltando el agarre que mantenía sobre el cuello del hombre, retrocediendo a paso cadencioso — Ve a buscar, perrito — Se mofó, tras lanzar el acero del enemigo tan lejos como la fuerza de su brazo se lo permitió— Veamos qué tan bueno eres para rastrear.
Sin decir más, a velocidad sobrenatural, la vampiresa se apresuró lejos del lugar.
Le tomó alrededor de unos diez minutos hallar el lugar indicado para asentarse, una taberna de mala muerte en la que sólo bandidos de igual calaña pondrían pie. Era una casucha vieja y descuidada, las ventanas tenían retazos de tela que impedían el paso de la luz y la madera del suelo crujía escandalosa ante el paso de cualquiera que caminaba sobre ella.
Una vez adentro todas las miradas recayeron sobre su cuerpo. Nymeria sonrió maliciosa. Menos de un minuto le llevó imponer compulsiones en los presentes, no sin antes drenar toda la sangre de uno de aquellos malandros. Se relamió los labios, degustando el ferroso sabor, ese caliente elixir carmesí le ayudaba a sanar con mayor rapidez. Entonces, ya sintiéndose mejor, tomó una botella de bourbon y se sirvió un trago del ambarino líquido, tomando asiento en una mesa al fondo del establecimiento mientras aguardaba por su contrincante.
La orden había sido clara. Tan pronto como el lobo pusiera un pie dentro, —pues evidentemente le encontraría— todos los rufianes conglomerados en el local arremeterían contra él. No era estúpida, si el hijo de la luna podía seguirle el ritmo a ella, deshacerse de aquellos hombres le sería tan sencillo como arrebatarle un dulce a un infante; sin embargo, quería jugar con el perro.
Finalmente había encontrado uno que le plantara cara, alguien que representaba en partes iguales reto y amenaza; eso le gustaba, le revolvía las entrañas, le causaba dolor, temor, impaciencia… le hacía sentirse viva. La suya era un alma incandescente, vigorosa y tenaz atrapada en un cuerpo marchito e insensible. Resopló cabreada, sacudiendo las ridículas ideas que revoloteaban por su cabeza; que encontrara insano gusto en el enfrentamiento no implicaba que se hubiese olvidado de sus responsabilidades. Cuando llegara el momento lo mataría, a él y a toda su maldita línea. La eternidad era su comodín.
Una idea se germinó en su mente cuando el lobo se cansó de jugar tiro al blanco. Sus cuerpos permanecieron distanciados, el espacio que los apartaba era considerable. Ambos jadeaban, él por la extenuación de sus pulmones y ella por el punzón en medio de su tórax. Gruñó apretando los párpados y tensando la mandíbula en una clara muestra de dolor. Su mano, sutilmente temblorosa, alcanzó la madera que sobresalía entre su busto, tirando de ella con brusquedad hasta sacarla por completo. Un pequeño grito se escapó de sus labios, mas pronto este se distorsionó en una risa socarrona cuando el hombre le desafió venenoso, con palabras incisivas, provocándola, incitándola a arrancarle la vida de una buena vez.
No era prudente retomar el enfrentamiento de inmediato, en ese preciso instante la suya era una clara posición de desventaja. Se palpó el pecho con las manos, su orgullo era colosal, mas no era ninguna necia... mucho menos suicida; ciertamente, necesitaría comprar tiempo para reponerse y permitir a la herida sanar.
Ante las continuas pullas del lobo, por instinto, se precipitó irascible sobre él y lo sujetó del cuello, hundiendo sus dedos en la piel del enemigo, presionando con fuerza para impedir el paso del aire. El hijo de la luna, indomable, se inclinó hacia delante, gruñendo como si nada se le diera quedar falto de aire; irises encendidos en un ámbar radiactivo la desafiaron sin necesidad de palabras, sus violentos mares lo enfrentaron de vuelta, implacables y altivos, contemplándolo con pétrea mirada. Sus rostros permanecieron fijos, apartados por ínfima distancia, el halo fantasmal de sus narices rozó etéreo y entonces, mostrándole los colmillos fue que el lobo le advirtió sobre el alba, escupiendo las palabras contra su boca, entibiándole los labios con su fatigado aliento.
— Oh, por supuesto, el alba… — Respondió ella divertida, ladeando la sonrisa como si hubiera olvidado el asunto por completo.
¿El amanecer? ¿enserio? Hizo un esfuerzo inmenso por no estallar en carcajadas. El lobo era un iluso si no suponía que en mil años de existencia no habría encontrado ya solución para el inconveniente. Precisamente, en el anular de la mano con la que lo sostenía, llevaba un anillo de plata, adornado con una amatista hechizada que le permitía caminar bajo la luz del sol sin arder en llamas. Ensanchó la sonrisa; si la imaginación del licano no podía volar no le daría ella alas, de hecho... ¿Por qué no divertirse un rato con el perrito?
— Parece que tendremos que llevar esto a un lugar más oscuro — Apuntó ella con diversión, soltando el agarre que mantenía sobre el cuello del hombre, retrocediendo a paso cadencioso — Ve a buscar, perrito — Se mofó, tras lanzar el acero del enemigo tan lejos como la fuerza de su brazo se lo permitió— Veamos qué tan bueno eres para rastrear.
Sin decir más, a velocidad sobrenatural, la vampiresa se apresuró lejos del lugar.
Le tomó alrededor de unos diez minutos hallar el lugar indicado para asentarse, una taberna de mala muerte en la que sólo bandidos de igual calaña pondrían pie. Era una casucha vieja y descuidada, las ventanas tenían retazos de tela que impedían el paso de la luz y la madera del suelo crujía escandalosa ante el paso de cualquiera que caminaba sobre ella.
Una vez adentro todas las miradas recayeron sobre su cuerpo. Nymeria sonrió maliciosa. Menos de un minuto le llevó imponer compulsiones en los presentes, no sin antes drenar toda la sangre de uno de aquellos malandros. Se relamió los labios, degustando el ferroso sabor, ese caliente elixir carmesí le ayudaba a sanar con mayor rapidez. Entonces, ya sintiéndose mejor, tomó una botella de bourbon y se sirvió un trago del ambarino líquido, tomando asiento en una mesa al fondo del establecimiento mientras aguardaba por su contrincante.
La orden había sido clara. Tan pronto como el lobo pusiera un pie dentro, —pues evidentemente le encontraría— todos los rufianes conglomerados en el local arremeterían contra él. No era estúpida, si el hijo de la luna podía seguirle el ritmo a ella, deshacerse de aquellos hombres le sería tan sencillo como arrebatarle un dulce a un infante; sin embargo, quería jugar con el perro.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
La muy zorra parecía tomarse a guasa mis palabras, ahora salio por patas veloz como la carcoma que todo lo daña en dirección hacia la parte mas espesa del bosque, si creía que esto terminaba aquí es que no me conocía.
Ladeé la sonrisa, rastrear era sin duda uno de mis dones, claro que con el reguero de sangre que dejaba la inmortal, hasta un cachorro seria capaz de dar con ella.
No tardé demasiado en cruzar de punta a punta aquel lugar para dar de frente con una taberna cochambrosa donde de seguro se juntaba la peor calaña. No tenia problemas en matarlos a todos si así ella lo quería, mi misión era acabar con el linaje Argent y pensaba hacerlo antes de la hora de comer.
Ladeé la sonrisa, mis pasos sonaron huecos cuando de una patada la puerta cedió con un estridente sonido metálico contra el suelo.
Los ojos de todos los tipos esos se clavaron en mis ambarinos, seguramente la tramposa, cansada de luchar había decidido que otros me cansaran antes de emprender la batalla.
-Que falta de modales, tengo el gaznate seco ¿no piensas invitarme a una copa antes? -pregunté hundiendo mis ojos en los centelleantes rojos.
Los primeros, los valientes y mas imprudentes se abalanzaron contra mi acero en mano, fue tan fácil como hundir mis garras en sus pechos y sacar de cuajo sus corazones, mas si quería un espectáculo iba a dárselo, los dejé caer aun palpitantes contra el suelo y con parsimonia me limpié la sangre de mis manso en sus camisas mientras mostraba los colmillos al resto desafiante.
El caso es que cuando estas dominado no puedes evitar cumplir tu mandato, seguramente se mearon encima sabiendo que yo era su ultimo día, mas aun así atacaron.
Sobre mi cabeza una bonita lampara de esas de araña, de un salto me encaramé a ella, con la pierna golpeé la mandíbula de uno, hasta partirsela mientras me balanceaba con la lampara lo suficiente para evadir a la chusma que bajo de mi cuerpo se congregaba y llegar directo hasta la mesa donde la Argent me esperaba sentada.
-¿me permite? -dije quitandole la copa de la mano hasta apurarla de un trago. Hundí mis ámbar en esos ojos lamidos por los naranjas tonos de la lumbre, mi aire engreído quedaba reflejado en ellos, así como la rabia que sentía por mi en ese momento.
Uno llegaba hasta donde yo estaba, le hundí el cristal que le rompí en la cara sacandole uno de sus saltones ojos.
El hombre cayó sollozando al suelo mientras dos mas lo pisoteaban para llegar a mi. Con mi garra arranqué a uno la traquea, al otro le metí la mano por las tripas despedazandolo.
-¿cuanto mas tiene que durar la carnicería? -le pregunté sin dar muestras de cansancio, - francamente...podría pasar así todo el día..pero tengo planes para comer, así que ¿podríamos darnos un poco de prisa?
Ladeé la sonrisa, rastrear era sin duda uno de mis dones, claro que con el reguero de sangre que dejaba la inmortal, hasta un cachorro seria capaz de dar con ella.
No tardé demasiado en cruzar de punta a punta aquel lugar para dar de frente con una taberna cochambrosa donde de seguro se juntaba la peor calaña. No tenia problemas en matarlos a todos si así ella lo quería, mi misión era acabar con el linaje Argent y pensaba hacerlo antes de la hora de comer.
Ladeé la sonrisa, mis pasos sonaron huecos cuando de una patada la puerta cedió con un estridente sonido metálico contra el suelo.
Los ojos de todos los tipos esos se clavaron en mis ambarinos, seguramente la tramposa, cansada de luchar había decidido que otros me cansaran antes de emprender la batalla.
-Que falta de modales, tengo el gaznate seco ¿no piensas invitarme a una copa antes? -pregunté hundiendo mis ojos en los centelleantes rojos.
Los primeros, los valientes y mas imprudentes se abalanzaron contra mi acero en mano, fue tan fácil como hundir mis garras en sus pechos y sacar de cuajo sus corazones, mas si quería un espectáculo iba a dárselo, los dejé caer aun palpitantes contra el suelo y con parsimonia me limpié la sangre de mis manso en sus camisas mientras mostraba los colmillos al resto desafiante.
El caso es que cuando estas dominado no puedes evitar cumplir tu mandato, seguramente se mearon encima sabiendo que yo era su ultimo día, mas aun así atacaron.
Sobre mi cabeza una bonita lampara de esas de araña, de un salto me encaramé a ella, con la pierna golpeé la mandíbula de uno, hasta partirsela mientras me balanceaba con la lampara lo suficiente para evadir a la chusma que bajo de mi cuerpo se congregaba y llegar directo hasta la mesa donde la Argent me esperaba sentada.
-¿me permite? -dije quitandole la copa de la mano hasta apurarla de un trago. Hundí mis ámbar en esos ojos lamidos por los naranjas tonos de la lumbre, mi aire engreído quedaba reflejado en ellos, así como la rabia que sentía por mi en ese momento.
Uno llegaba hasta donde yo estaba, le hundí el cristal que le rompí en la cara sacandole uno de sus saltones ojos.
El hombre cayó sollozando al suelo mientras dos mas lo pisoteaban para llegar a mi. Con mi garra arranqué a uno la traquea, al otro le metí la mano por las tripas despedazandolo.
-¿cuanto mas tiene que durar la carnicería? -le pregunté sin dar muestras de cansancio, - francamente...podría pasar así todo el día..pero tengo planes para comer, así que ¿podríamos darnos un poco de prisa?
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Cruzada de piernas, sentada tras una mesa en el fondo de aquel antro de mala muerte, aguardó Nymeria el arribo de su rival. El lobo se tardó más de lo que esperaba así que la copa que se había servido terminó tomándosela ella mientras este se dignaba a entrar en escena; Argent vs Acer, el espectáculo del siglo, uno que podía llegar a la ronda final sin espectadores mas no sin el estelar.
Perdió sus mares en el fondo de aquel ambarino líquido, todo aquello era ridículo, los siglos desperdiciados en el insulso enfrentamiento, el odio forjado en los hijos de dos legendarios linajes, dos que contendiendo juntos una vez conquistaron el mundo y más. La cierto era que guardaba sentimientos encontrados por los Acer, incluso si el tiempo sembró rencor en su corazón, las raíces nunca calaron tan profundo como para convertirse en odio; no los despreciaba, no como lo pregonaba o incluso como se suponía debía hacerlo, los únicos a quienes aborrecía con certeza eran los hechiceros que lanzaron sobre ellos la eterna maldición.
Algunas veces, cuando se concentraba, le era posible vislumbrar en su mente algunos retazos de su infancia. Apretó los parpados rememorando aquellas épocas inocentes, perdidas entre un milenio de horrores, presenciados y cometidos, que rondaban el infierno construido en su cabeza. Pudo verse a sí misma, sentada en el regazo de Viserion Acer, implacable contendiente, respetado comandante y en tiempos lejanos el mejor amigo de Daemion, su padre. En aquella tenue reminiscencia el hombre le sonreía afable mientras le aseguraba que algún día sería una gran guerrera y, aunque no se equivocaba, de haber conocido las futuras circunstancias de su florecimiento quizá entonces se hubiese guardado aquellas palabras.
Una sonrisa sutil se esbozó en su rostro cuando entre un oceano de memorias pescó otro recuerdo, esta vez en el patio de armas de su antiguo hogar, cuando el colega de su progenitor la entrenaba, la instruía… no compartían sangre, pero ese hombre había sido como un segundo padre y ella lo había amado como tal; no obstante, la candidez de aquel preciado momento se deformó en una trágica remembranza, en el filo del acero que se posó inestable en su cuello, en las manos temblorosas de su padre putativo, la duda que las removía cuando tuvo la oportunidad de asesinarla y en la plata, su plata, que reclamó la vida de ese que una vez consideró familia. Contempló su espada con melancolía, con sus tempestades fijas sobre el rubí que centellaba engarzado en la empuñadura. En las profundidades de aquella infernal gema descansaba el alma de su segundo padre, uno de los cientos que aprisionaba potenciando su poder.
Un estruendo que resonó en el interior del establecimiento le hizo despabilar cuando la puerta se vino abajo y tras ella emergió la silueta altiva de su contrincante, quien llevaba las facciones amoldadas en un gesto entre victorioso y petulante. Nymeria siguió los movimientos del rubio con sus constelaciones teñidas en carmesí y tan pronto como uno de los pies cruzó el umbral, todos los presentes, presas de su compulsión, se pusieron en pie en disposición a combatir al intruso. La mayoría de ellos, bandada de alcohólicos y adictos, estaban demasiado asustados como para proceder por su propia voluntad, mas estaban bajo su control así que no tenían otra opción
— Te tardaste — Se limitó a decir elevando sus orbes hasta las ajenas; dos pares de mares, unos de hielo y otros de fuego que chocaban violentos en un huracán. Entonces, altanero, tal y como lo había previsto, el licántropo indagó si no le daría de beber. De un único trago la inmortal vació su copa y ladeando la sonrisa ante la expresión en el rostro de su oponente procedió a llenarla de nuevo, tomándola entre sus manos mientras su índice circundaba el borde del recipiente — Tendrás que ganártela
No tuvo que decir más, los irises del hombre centellaron radioactivos y tan pronto como sus zarpas se asomaron y sus caninos brotaron, todo lo que la vampiresa vio fue muerte, entrañas y sangre. Con violencia barbárica el lobo desgarró pieles y arrancó órganos, mientras, a su paso los cuerpos caían inertes como muñecos de trapo. Sin moverse un ápice ella lo examinó a detalle en su cruenta labor; era un Acer de eso no había duda, mas ella podía apreciar en él una chispa de similitud a Viserion en su forma de batallar, su impecable técnica y el ardor de la guerra que fluía ardiente por sus venas. La única diferencia era que este sí la detestaba y era evidente en la forma que despachaba a aquellos pobres diablos para llegar a ella.
Entre el barullo pudo escuchar el agitado palpitar del corazón d enemigo, quien batallaba impetuoso sin mostrar signos de cansancio, mas sí de excitación. Podía verlo, incluso aunque no era evidente, aquel lobo disfrutaba ser dador de muerte. De un salto, el hijo de la luna se plantó frente a ella y de un manotazo le arrebató la copa, apurando el contenido de un sorbo largo. Nymeria sonrió complacida, mas la traviesa sonrisa que le surcó los labios no fue percibida por su opuesto ya que se encontraba demasiado ocupado arrancándole los ojos a otro pobre bastardo.
El plan funcionó tal como fue previsto, el perro se tenía demasiada confianza y aquella sería su perdición. Los humanos habían sido una buena distracción y la compulsión una prueba; tan dedicado se encontraba el lobo en la tarea que nunca advirtió el momento en el que ella vertió el contenido de un pequeño envase en la bebida que el ingirió; un potente veneno que, aunque no era letal, pues tenía planes para él, sí lo paralizaría por un día o dos... todo dependía de la cooperación de su organismo. Lo cierto era que había esperado por uno como él por un largo tiempo y no dejaría pasar la oportunidad.
El tóxico no surgió efecto de inmediato. Para cuando Acer se volvió hacia ella con aire entretenido se la encontró de frente, a escasos centímetros de distancia. La vampiresa le observó divertida, la acompasada respiración del lobo entibiaba sus labios. Inspiró profundo, él estaba cubierto de sangre y el ferroso aroma, como un estímulo a su naturaleza, le enturbió la mirada.
— La forma en la que has asesinado a esos hombres me prendió un poco — Bromeó, elevando sus comisuras, alzó su índice hasta la mejilla del licano, limpiando unas gotas del líquido carmesí de que se resbalaban por ella. Enarcó ambas cejas, llevándose la falange a la boca, degustando el elixir de vida con un pícaro mohín, entonces lo apartó de un empujón y giró la empuñadura de la espada entre sus manos — Terminemos con esto Acer, odiaría dejarte esperando.
Sus palabras sirvieron como una campanada, de nuevo, acero y plata chocaron con voracidad, filosas hojas que cortaron el aire en metálicos silbidos buscando tajar la carne ajena. Entre arremetidas y ofensivas ambos se turnaban, alguno que otro daño menor fue causado en parte y parte, mas como dignos contrincantes ninguno halló ventaja sobre el otro, ambos eran demasiado diestros, demasiado tenaces para dejarse vencer.
Una nueva embestida. El lobo ondeó el acero al aire y el filo colisionó con el suyo. Estáticas, las armas permanecieron en un espacio intermedio entre sus cuerpos; Acer presionaba con fuerza en su dirección y la vampiresa, apretando los labios, empujaba hacia el lado opuesto. Fue entonces cuando la ponzoña funcionó y, tras relajar la presión impuesta en la espada, entre gruñidos su oponente cayó al suelo, luchando en un vano intento por no ceder al efecto.
Al verlo desplomarse Nymeria enfundó la espada.
— Parece que no llegarás para la cena — Se mofó, inclinándose sobre él, tomándolo de la barbilla para asegurarse que la mirara. Estaba consciente, podía hablar, fruncir el entrecejo, gruñirle, rugir, insultarla si le venía en gana, pero más allá de eso no era mucho lo que podía hacer — Cambio de planes, perrito, replantea tu itinerario… estarás ausente un largo tiempo... pero si te portas bien te daré una galletita.
Sin decir otra palabra se levantó, arrastró consigo el cuerpo inmóvil de Acer fuera de la taberna y aunque anduvo sin rumbo por un par de minutos, finalmente avistó un carruaje en el camino. Una compulsión fue suficiente para deshacerse de los pasajeros y obligar al cochero a llevarla a la mansión de Bastien Argent —Quien, a decir verdad, no era santo de su devoción, pero sí era familia y por ende un mal necesario— a quien le pidió prestado su sótano especial. El cazador, con ese temple pétreo que siempre cargaba se negó a prestarle su mazmorra, pues, según él ya la tenía reservada para otro lobo; de eso no le dio detalles, pero en cambio la envió a la casa, un tanto menos ostentosa, de otro colega suyo, una que ostentaba un sótano semejante que serviría al propósito a la perfección: encadenar a su prisionero.
Perdió sus mares en el fondo de aquel ambarino líquido, todo aquello era ridículo, los siglos desperdiciados en el insulso enfrentamiento, el odio forjado en los hijos de dos legendarios linajes, dos que contendiendo juntos una vez conquistaron el mundo y más. La cierto era que guardaba sentimientos encontrados por los Acer, incluso si el tiempo sembró rencor en su corazón, las raíces nunca calaron tan profundo como para convertirse en odio; no los despreciaba, no como lo pregonaba o incluso como se suponía debía hacerlo, los únicos a quienes aborrecía con certeza eran los hechiceros que lanzaron sobre ellos la eterna maldición.
Algunas veces, cuando se concentraba, le era posible vislumbrar en su mente algunos retazos de su infancia. Apretó los parpados rememorando aquellas épocas inocentes, perdidas entre un milenio de horrores, presenciados y cometidos, que rondaban el infierno construido en su cabeza. Pudo verse a sí misma, sentada en el regazo de Viserion Acer, implacable contendiente, respetado comandante y en tiempos lejanos el mejor amigo de Daemion, su padre. En aquella tenue reminiscencia el hombre le sonreía afable mientras le aseguraba que algún día sería una gran guerrera y, aunque no se equivocaba, de haber conocido las futuras circunstancias de su florecimiento quizá entonces se hubiese guardado aquellas palabras.
Una sonrisa sutil se esbozó en su rostro cuando entre un oceano de memorias pescó otro recuerdo, esta vez en el patio de armas de su antiguo hogar, cuando el colega de su progenitor la entrenaba, la instruía… no compartían sangre, pero ese hombre había sido como un segundo padre y ella lo había amado como tal; no obstante, la candidez de aquel preciado momento se deformó en una trágica remembranza, en el filo del acero que se posó inestable en su cuello, en las manos temblorosas de su padre putativo, la duda que las removía cuando tuvo la oportunidad de asesinarla y en la plata, su plata, que reclamó la vida de ese que una vez consideró familia. Contempló su espada con melancolía, con sus tempestades fijas sobre el rubí que centellaba engarzado en la empuñadura. En las profundidades de aquella infernal gema descansaba el alma de su segundo padre, uno de los cientos que aprisionaba potenciando su poder.
Un estruendo que resonó en el interior del establecimiento le hizo despabilar cuando la puerta se vino abajo y tras ella emergió la silueta altiva de su contrincante, quien llevaba las facciones amoldadas en un gesto entre victorioso y petulante. Nymeria siguió los movimientos del rubio con sus constelaciones teñidas en carmesí y tan pronto como uno de los pies cruzó el umbral, todos los presentes, presas de su compulsión, se pusieron en pie en disposición a combatir al intruso. La mayoría de ellos, bandada de alcohólicos y adictos, estaban demasiado asustados como para proceder por su propia voluntad, mas estaban bajo su control así que no tenían otra opción
— Te tardaste — Se limitó a decir elevando sus orbes hasta las ajenas; dos pares de mares, unos de hielo y otros de fuego que chocaban violentos en un huracán. Entonces, altanero, tal y como lo había previsto, el licántropo indagó si no le daría de beber. De un único trago la inmortal vació su copa y ladeando la sonrisa ante la expresión en el rostro de su oponente procedió a llenarla de nuevo, tomándola entre sus manos mientras su índice circundaba el borde del recipiente — Tendrás que ganártela
No tuvo que decir más, los irises del hombre centellaron radioactivos y tan pronto como sus zarpas se asomaron y sus caninos brotaron, todo lo que la vampiresa vio fue muerte, entrañas y sangre. Con violencia barbárica el lobo desgarró pieles y arrancó órganos, mientras, a su paso los cuerpos caían inertes como muñecos de trapo. Sin moverse un ápice ella lo examinó a detalle en su cruenta labor; era un Acer de eso no había duda, mas ella podía apreciar en él una chispa de similitud a Viserion en su forma de batallar, su impecable técnica y el ardor de la guerra que fluía ardiente por sus venas. La única diferencia era que este sí la detestaba y era evidente en la forma que despachaba a aquellos pobres diablos para llegar a ella.
Entre el barullo pudo escuchar el agitado palpitar del corazón d enemigo, quien batallaba impetuoso sin mostrar signos de cansancio, mas sí de excitación. Podía verlo, incluso aunque no era evidente, aquel lobo disfrutaba ser dador de muerte. De un salto, el hijo de la luna se plantó frente a ella y de un manotazo le arrebató la copa, apurando el contenido de un sorbo largo. Nymeria sonrió complacida, mas la traviesa sonrisa que le surcó los labios no fue percibida por su opuesto ya que se encontraba demasiado ocupado arrancándole los ojos a otro pobre bastardo.
El plan funcionó tal como fue previsto, el perro se tenía demasiada confianza y aquella sería su perdición. Los humanos habían sido una buena distracción y la compulsión una prueba; tan dedicado se encontraba el lobo en la tarea que nunca advirtió el momento en el que ella vertió el contenido de un pequeño envase en la bebida que el ingirió; un potente veneno que, aunque no era letal, pues tenía planes para él, sí lo paralizaría por un día o dos... todo dependía de la cooperación de su organismo. Lo cierto era que había esperado por uno como él por un largo tiempo y no dejaría pasar la oportunidad.
El tóxico no surgió efecto de inmediato. Para cuando Acer se volvió hacia ella con aire entretenido se la encontró de frente, a escasos centímetros de distancia. La vampiresa le observó divertida, la acompasada respiración del lobo entibiaba sus labios. Inspiró profundo, él estaba cubierto de sangre y el ferroso aroma, como un estímulo a su naturaleza, le enturbió la mirada.
— La forma en la que has asesinado a esos hombres me prendió un poco — Bromeó, elevando sus comisuras, alzó su índice hasta la mejilla del licano, limpiando unas gotas del líquido carmesí de que se resbalaban por ella. Enarcó ambas cejas, llevándose la falange a la boca, degustando el elixir de vida con un pícaro mohín, entonces lo apartó de un empujón y giró la empuñadura de la espada entre sus manos — Terminemos con esto Acer, odiaría dejarte esperando.
Sus palabras sirvieron como una campanada, de nuevo, acero y plata chocaron con voracidad, filosas hojas que cortaron el aire en metálicos silbidos buscando tajar la carne ajena. Entre arremetidas y ofensivas ambos se turnaban, alguno que otro daño menor fue causado en parte y parte, mas como dignos contrincantes ninguno halló ventaja sobre el otro, ambos eran demasiado diestros, demasiado tenaces para dejarse vencer.
Una nueva embestida. El lobo ondeó el acero al aire y el filo colisionó con el suyo. Estáticas, las armas permanecieron en un espacio intermedio entre sus cuerpos; Acer presionaba con fuerza en su dirección y la vampiresa, apretando los labios, empujaba hacia el lado opuesto. Fue entonces cuando la ponzoña funcionó y, tras relajar la presión impuesta en la espada, entre gruñidos su oponente cayó al suelo, luchando en un vano intento por no ceder al efecto.
Al verlo desplomarse Nymeria enfundó la espada.
— Parece que no llegarás para la cena — Se mofó, inclinándose sobre él, tomándolo de la barbilla para asegurarse que la mirara. Estaba consciente, podía hablar, fruncir el entrecejo, gruñirle, rugir, insultarla si le venía en gana, pero más allá de eso no era mucho lo que podía hacer — Cambio de planes, perrito, replantea tu itinerario… estarás ausente un largo tiempo... pero si te portas bien te daré una galletita.
Sin decir otra palabra se levantó, arrastró consigo el cuerpo inmóvil de Acer fuera de la taberna y aunque anduvo sin rumbo por un par de minutos, finalmente avistó un carruaje en el camino. Una compulsión fue suficiente para deshacerse de los pasajeros y obligar al cochero a llevarla a la mansión de Bastien Argent —Quien, a decir verdad, no era santo de su devoción, pero sí era familia y por ende un mal necesario— a quien le pidió prestado su sótano especial. El cazador, con ese temple pétreo que siempre cargaba se negó a prestarle su mazmorra, pues, según él ya la tenía reservada para otro lobo; de eso no le dio detalles, pero en cambio la envió a la casa, un tanto menos ostentosa, de otro colega suyo, una que ostentaba un sótano semejante que serviría al propósito a la perfección: encadenar a su prisionero.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
La inmortal serena con aquella calma de poseer una eternidad a sus espaldas me miraba complacida con las pupilas dilatadas por la sangría que mis rápidos movimientos sobre aquellos desgraciados causaba.
Mi cuerpo bañado en carmesí la tentaba, le pedía que se alzara, no tenia tiempo para mas juegos, matarla era mi sino, me había preparado para ello desde el momento que con el último empujón de mi madre llegué a este mundo. Era el elegido, el que terminaría con la plaga Argent.
No me hizo esperar, se alzó de la silla con una misteriosa sonrisa que solo delataba lo engreída que era y lo pronto que caería.
-¿te he encendido? -deslicé mis ojos por su precioso cuerpo – no follo con muertos, lo siento.
Ella rugió furiosa por mi desplante, acero y plata se encontraron de nuevo con el característico sonido de las armas encontrándose.
Nuestros cuerpos rugiendo, nuestras miradas encendidas en rojo y ámbar respectivamente, dos bestias presas de la luna y la noche y de esa maldición que desde hacia siglos nos atenazaba.
Batallamos como guerreros, nuestras espadas en alto y ambos cuerpos tensos empujando para ganar terreo, para morder carne y acabar con la existencia del oro, pero mi vista se nublo en ese instante en el que el mundo empezó a dar vueltas, mis músculos se relajaron de un modo ilógico y apenas capaz de mantener el acero entre mis dedos, gruñí cayendo de rodillas al suelo.
-¡Me has envenenado, puta! -no pude reprimir el odio que si bien era cierto ya sentía, ahora se incrementaba por su falta de honor en la batalla, mas ¿que podía esperar de un parásito como la Argent que los representaba.
Rugí cuando tomó mi barbilla para de forma burlona asegurarme que iba a permanecer un tiempo lejos de todo lo que conocía.
-Ten cuidado zorra, los lobos aun sin cabeza pueden morder -dije con la voz entrecortada.
Todo me daba vueltas, abrí y cerré los ojos varias veces intentando centrar mi vista en la figuara de la vampiresa.
-vete al infierno -le dije al sentir sus manos levantándome de un tirón brusco.
Apenas era capaz de mantenerme en pie, mi brazo por encima de sus hombros, mis pies trastabillaban, me arrastraba, no sabia bien donde, mi cabeza caía, apoyando mi barbilla en el pecho.
Jadeé buscando la daga de acero de mi cinto, peor ni siquiera era capaz de alcanzarlo.
Iba medio inconsciente, me metió en un carro, se me cerraron los ojos, mis labios entreabiertos, mi cabeza apoyada contra el cristal.
No se donde bajaron, pero al parecer no era el ultimo destino pues de nuevo me montaron en el carro, llevaba tal colocón que ni siquiera sabia donde cojones estaba en ese momento y la oscuridad se apoderó de mi.
Abrí los ojos despacio, sacudí la cabeza, los dos brazos en cruz, encadenado a unos eslabones en una mazmorra fría de piedra gris. Un cepo en mi cuello me mantenía contra la pared, gruñí furioso intentando centrar mi mirada en la de esa mujer que sentada frente a mi con una silla se reía de mi estado.
-¿Tanto me temes? -rugí dando un tirón hacia adelante haciendo sonar esas cadenas metálicas que me sujetaban.
Mi cuerpo bañado en carmesí la tentaba, le pedía que se alzara, no tenia tiempo para mas juegos, matarla era mi sino, me había preparado para ello desde el momento que con el último empujón de mi madre llegué a este mundo. Era el elegido, el que terminaría con la plaga Argent.
No me hizo esperar, se alzó de la silla con una misteriosa sonrisa que solo delataba lo engreída que era y lo pronto que caería.
-¿te he encendido? -deslicé mis ojos por su precioso cuerpo – no follo con muertos, lo siento.
Ella rugió furiosa por mi desplante, acero y plata se encontraron de nuevo con el característico sonido de las armas encontrándose.
Nuestros cuerpos rugiendo, nuestras miradas encendidas en rojo y ámbar respectivamente, dos bestias presas de la luna y la noche y de esa maldición que desde hacia siglos nos atenazaba.
Batallamos como guerreros, nuestras espadas en alto y ambos cuerpos tensos empujando para ganar terreo, para morder carne y acabar con la existencia del oro, pero mi vista se nublo en ese instante en el que el mundo empezó a dar vueltas, mis músculos se relajaron de un modo ilógico y apenas capaz de mantener el acero entre mis dedos, gruñí cayendo de rodillas al suelo.
-¡Me has envenenado, puta! -no pude reprimir el odio que si bien era cierto ya sentía, ahora se incrementaba por su falta de honor en la batalla, mas ¿que podía esperar de un parásito como la Argent que los representaba.
Rugí cuando tomó mi barbilla para de forma burlona asegurarme que iba a permanecer un tiempo lejos de todo lo que conocía.
-Ten cuidado zorra, los lobos aun sin cabeza pueden morder -dije con la voz entrecortada.
Todo me daba vueltas, abrí y cerré los ojos varias veces intentando centrar mi vista en la figuara de la vampiresa.
-vete al infierno -le dije al sentir sus manos levantándome de un tirón brusco.
Apenas era capaz de mantenerme en pie, mi brazo por encima de sus hombros, mis pies trastabillaban, me arrastraba, no sabia bien donde, mi cabeza caía, apoyando mi barbilla en el pecho.
Jadeé buscando la daga de acero de mi cinto, peor ni siquiera era capaz de alcanzarlo.
Iba medio inconsciente, me metió en un carro, se me cerraron los ojos, mis labios entreabiertos, mi cabeza apoyada contra el cristal.
No se donde bajaron, pero al parecer no era el ultimo destino pues de nuevo me montaron en el carro, llevaba tal colocón que ni siquiera sabia donde cojones estaba en ese momento y la oscuridad se apoderó de mi.
Abrí los ojos despacio, sacudí la cabeza, los dos brazos en cruz, encadenado a unos eslabones en una mazmorra fría de piedra gris. Un cepo en mi cuello me mantenía contra la pared, gruñí furioso intentando centrar mi mirada en la de esa mujer que sentada frente a mi con una silla se reía de mi estado.
-¿Tanto me temes? -rugí dando un tirón hacia adelante haciendo sonar esas cadenas metálicas que me sujetaban.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Tras asegurarse de encadenar hasta al cuello a su impetuoso oponente, a propósito, en la zona más profunda, fría, y oscura de la mazmorra, Nymeria subió a la primera planta. Por supuesto, su naturaleza no hacía de ella santo de la devoción del colega de Bastien, de hecho, dudaba que el cazador gustara mucho de ella tampoco, sin embargo, este estaba al tanto de que su existencia jugaba un papel primordial en la supervivencia de su linaje y, el otro, no tenía más remedio que cumplir con la petición del conde, después de todo, la suya era una familia poderosa y ganarse a un Argent de enemigo no era una decisión inteligente… prueba de ello yacía prisionero en el sótano.
Nymeria pidió al hombre papel y pluma para escribir una carta. Él, con fingida amabilidad y una sonrisa igual de falsa curvándole los labios, le guio hasta el despacho en el segundo piso, colocando los materiales a su disposición y abandonando la estancia de inmediato. Había invertido más de quinientos años en rastrear el asentamiento de los Acer, un terreno en las profundidades del bosque de Brocelandia donde se escondían como cobardes, según la vampiresa, deshonrando la memoria de los temerarios guerreros que tenían por ancestros. Un poderoso hechizo resguardaba a los hijos de la luna de los verdugos de plata hacía poco menos de un milenio, era aquel un encanto tan antiguo y resistente que sólo pudo originarse con sacrificio de valor semejante.
Estaba segura de que era vasta la información que el lobo desconocía de su propia estirpe. A pesar de que fue la magia la que provocó el conflicto, irónicamente, ambas familias encontraron respaldo en la misma: Los Acer se escudaban a su línea tras una impenetrable barrera mágica y ella, en nombre de todos los Argent, tenía el auxilio de los de las sorginak y los aztiak, los ancestros que —por motivos poco agradables y completamente egoístas— velaban por la existencia de una de su propio linaje, quien —por fortuna o desgracia— pertenecía al círculo de los ocho herederos malditos, cuyos destinos fueron escritos desde épocas anteriores a la suya… épocas anteriores a Cristo. No obstante; después de un par de cientos de años como la guardiana de su línea, había comprendido al fin que la única forma de ser libre era encontrar la forma de destruir la protección y cortar el problema de raíz, incluso si aquello implicaba ir en contra de sus principios y dar muerte a cualquier Acer que cruzara su camino… sin distinciones.
Tras ardua e incansable investigación, el cómo romper el muro invisible que resguardaba a sus enemigos lo había resuelto hacía más o menos un lustro, mas la forma, la materia prima que necesitaba para contrarrestar el embrujo, era el algo que hasta ese momento le falta; Resultaba que la barrera había sido cimentada con la energía de una docena de Acers y, por tanto, únicamente canalizando la energía de varios de la misma clase podría derribarla. A ella le era imposible acercarse a más de uno de ellos sin verse obligada a masacrarlos y, aunque ya había intentado extraer la fuerza vital de alguno que otro de los lobos con quienes batalló a lo largo de su inmortal existencia, el vigor de un solo cuerpo nunca sería suficiente para lograr su cometido.
Desde el primer momento en que posó sus dos mares en el que ahora era su prisionero, supo que este era diferente. Nada le daba la certeza que canalizándole a él podría fracturar siquiera la defensa de los lobos de acero, mas el aura aquel hombre refulgía como ninguna otra, demostrando fortaleza superior a la de sus consanguíneos; de no funcionar su maquinación, el licántropo perecería, pero de hacerlo ella finalmente tendría un chance justo de conseguir libertad y victoria. Cualquiera que fuese el resultado… nada perdía con intentarlo.
Al terminar de redactar la carta, dobló la hoja en tres partes y la deslizó entre un sobre, sellándolo con cera caliente y la marca de su estirpe: una flor de lis. Una vez estuvo lista, llamó al colega de Bastien y le ordenó enviar a uno de los sirvientes a entregar la misiva. Ahora que ya tenía en su poder el conducto de energía, la regente de un aquelarre —quien le debía un favor o dos— llevaría a cabo el ritual.
Nymeria descendió a la mazmorra en compañía de una de varias doncellas que se encargaban de mantener impecable la mansión. El licántropo aún no había despertado, así que ella provechó la oportunidad para saciar el hambre que teñía escarlata su mirada, tomando a la moza con delicadeza de la muñeca y procediendo a insertar sus colmillos en ella, bebiendo el cálido y delicioso néctar de vida directo de la vena.
Fue entonces cuando Acer, con sus orbes centellando áureas, mostrándole los colmillos y escupiendo maldiciones, rugió y se removió con violencia entre las cadenas, en un acto digno de pataleta, haciéndole saber que había despertado de su hibernación más cabreado que nunca. La doncella respingó temerosa ante el repentino estruendo, pero Nymeria, afable la reconfortó permitiéndole retirarse, no sin antes pedirle que preparara algo de comer para su particular invitado. No tenía motivos para mostrarse tan hostil… después de todo, le necesitaba fuerte.
Una vez se encontró a solas con su enemigo, se volvió hacia él con una sonrisa incisiva, relamiéndose el tibio y carmesí elixir de los labios.
— Así que ricitos de oro ya despertó de su siesta — se mofó con mordacidad — supongo que es cierto… — Pudo apreciar como una mueca altanera se asomó en el rostro de su opuesto, cuando este creyó que admitía temerle — digo… eso de que perro que ladra no muerde —aclaró— vaya vocabulario el que tienes… ya perdí la cuenta de todas las veces que me llamaste “zorra” … ¡auch! — frunció sus facciones en un sarcástico mohín.
La vampiresa se puso en pie y, cruzada de brazos, a paso lento y cadencioso, caminó en dirección al hijo de la luna, quien, sacudiéndose violentamente entre los grilletes, le fulminaba con su ámbar radioactivo.
— Apuesto a que te gustaría que las miradas mataran —se burló de nuevo, situándose en un punto en el que el lobo podía acercársele, respirar su mismo aire si le venía en gana, pero por más que se esforzase no alcanzaría a tocarla— No puedes culparme ¿Qué tu mami nunca te advirtió no aceptar nada de extraños? — se carcajeó divertida — por otro lado… si pareces el tipo de hombre al que le faltaron abrazos en su infancia.
Al licántropo no le causaban gracia sus palabras, de hecho, cada vez parecía más enfurecido.
— Relájate, perrito. — ladeó la sonrisa con un deje altivo— seré sincera contigo y te diré la razón por la que estás aquí y no tres metros bajo tierra… la cosa es que necesito de tu ayuda para un hechizo — Por supuesto no le diría qué clase de hechizo o cuál exactamente. Reprimir ciertas verdades era necesario — Sabía que no cooperarías voluntariamente y supongo que hice un poco de trampa, pero te tengo una propuesta — una pausa, el lobo la observó inquisitivo— Haremos el hechizo, no es que tengas muchas opciones de todas formas, sin embargo, tómate esto como un tiempo muerto y una vez consiga lo que quiero, te libero y te doy justa oportunidad de asesinarme en duelo… sin trucos ¿Qué dices? — explicó encogiéndose de hombros sin perder el talante divertido — Puedes ladrarme, gruñirme e insultarme cuantas veces te dé la gana… seguimos siendo enemigos, pero de ti depende que esta sea una experiencia terriblemente mala o… solo mala.
Nymeria pidió al hombre papel y pluma para escribir una carta. Él, con fingida amabilidad y una sonrisa igual de falsa curvándole los labios, le guio hasta el despacho en el segundo piso, colocando los materiales a su disposición y abandonando la estancia de inmediato. Había invertido más de quinientos años en rastrear el asentamiento de los Acer, un terreno en las profundidades del bosque de Brocelandia donde se escondían como cobardes, según la vampiresa, deshonrando la memoria de los temerarios guerreros que tenían por ancestros. Un poderoso hechizo resguardaba a los hijos de la luna de los verdugos de plata hacía poco menos de un milenio, era aquel un encanto tan antiguo y resistente que sólo pudo originarse con sacrificio de valor semejante.
Estaba segura de que era vasta la información que el lobo desconocía de su propia estirpe. A pesar de que fue la magia la que provocó el conflicto, irónicamente, ambas familias encontraron respaldo en la misma: Los Acer se escudaban a su línea tras una impenetrable barrera mágica y ella, en nombre de todos los Argent, tenía el auxilio de los de las sorginak y los aztiak, los ancestros que —por motivos poco agradables y completamente egoístas— velaban por la existencia de una de su propio linaje, quien —por fortuna o desgracia— pertenecía al círculo de los ocho herederos malditos, cuyos destinos fueron escritos desde épocas anteriores a la suya… épocas anteriores a Cristo. No obstante; después de un par de cientos de años como la guardiana de su línea, había comprendido al fin que la única forma de ser libre era encontrar la forma de destruir la protección y cortar el problema de raíz, incluso si aquello implicaba ir en contra de sus principios y dar muerte a cualquier Acer que cruzara su camino… sin distinciones.
Tras ardua e incansable investigación, el cómo romper el muro invisible que resguardaba a sus enemigos lo había resuelto hacía más o menos un lustro, mas la forma, la materia prima que necesitaba para contrarrestar el embrujo, era el algo que hasta ese momento le falta; Resultaba que la barrera había sido cimentada con la energía de una docena de Acers y, por tanto, únicamente canalizando la energía de varios de la misma clase podría derribarla. A ella le era imposible acercarse a más de uno de ellos sin verse obligada a masacrarlos y, aunque ya había intentado extraer la fuerza vital de alguno que otro de los lobos con quienes batalló a lo largo de su inmortal existencia, el vigor de un solo cuerpo nunca sería suficiente para lograr su cometido.
Desde el primer momento en que posó sus dos mares en el que ahora era su prisionero, supo que este era diferente. Nada le daba la certeza que canalizándole a él podría fracturar siquiera la defensa de los lobos de acero, mas el aura aquel hombre refulgía como ninguna otra, demostrando fortaleza superior a la de sus consanguíneos; de no funcionar su maquinación, el licántropo perecería, pero de hacerlo ella finalmente tendría un chance justo de conseguir libertad y victoria. Cualquiera que fuese el resultado… nada perdía con intentarlo.
Al terminar de redactar la carta, dobló la hoja en tres partes y la deslizó entre un sobre, sellándolo con cera caliente y la marca de su estirpe: una flor de lis. Una vez estuvo lista, llamó al colega de Bastien y le ordenó enviar a uno de los sirvientes a entregar la misiva. Ahora que ya tenía en su poder el conducto de energía, la regente de un aquelarre —quien le debía un favor o dos— llevaría a cabo el ritual.
Nymeria descendió a la mazmorra en compañía de una de varias doncellas que se encargaban de mantener impecable la mansión. El licántropo aún no había despertado, así que ella provechó la oportunidad para saciar el hambre que teñía escarlata su mirada, tomando a la moza con delicadeza de la muñeca y procediendo a insertar sus colmillos en ella, bebiendo el cálido y delicioso néctar de vida directo de la vena.
Fue entonces cuando Acer, con sus orbes centellando áureas, mostrándole los colmillos y escupiendo maldiciones, rugió y se removió con violencia entre las cadenas, en un acto digno de pataleta, haciéndole saber que había despertado de su hibernación más cabreado que nunca. La doncella respingó temerosa ante el repentino estruendo, pero Nymeria, afable la reconfortó permitiéndole retirarse, no sin antes pedirle que preparara algo de comer para su particular invitado. No tenía motivos para mostrarse tan hostil… después de todo, le necesitaba fuerte.
Una vez se encontró a solas con su enemigo, se volvió hacia él con una sonrisa incisiva, relamiéndose el tibio y carmesí elixir de los labios.
— Así que ricitos de oro ya despertó de su siesta — se mofó con mordacidad — supongo que es cierto… — Pudo apreciar como una mueca altanera se asomó en el rostro de su opuesto, cuando este creyó que admitía temerle — digo… eso de que perro que ladra no muerde —aclaró— vaya vocabulario el que tienes… ya perdí la cuenta de todas las veces que me llamaste “zorra” … ¡auch! — frunció sus facciones en un sarcástico mohín.
La vampiresa se puso en pie y, cruzada de brazos, a paso lento y cadencioso, caminó en dirección al hijo de la luna, quien, sacudiéndose violentamente entre los grilletes, le fulminaba con su ámbar radioactivo.
— Apuesto a que te gustaría que las miradas mataran —se burló de nuevo, situándose en un punto en el que el lobo podía acercársele, respirar su mismo aire si le venía en gana, pero por más que se esforzase no alcanzaría a tocarla— No puedes culparme ¿Qué tu mami nunca te advirtió no aceptar nada de extraños? — se carcajeó divertida — por otro lado… si pareces el tipo de hombre al que le faltaron abrazos en su infancia.
Al licántropo no le causaban gracia sus palabras, de hecho, cada vez parecía más enfurecido.
— Relájate, perrito. — ladeó la sonrisa con un deje altivo— seré sincera contigo y te diré la razón por la que estás aquí y no tres metros bajo tierra… la cosa es que necesito de tu ayuda para un hechizo — Por supuesto no le diría qué clase de hechizo o cuál exactamente. Reprimir ciertas verdades era necesario — Sabía que no cooperarías voluntariamente y supongo que hice un poco de trampa, pero te tengo una propuesta — una pausa, el lobo la observó inquisitivo— Haremos el hechizo, no es que tengas muchas opciones de todas formas, sin embargo, tómate esto como un tiempo muerto y una vez consiga lo que quiero, te libero y te doy justa oportunidad de asesinarme en duelo… sin trucos ¿Qué dices? — explicó encogiéndose de hombros sin perder el talante divertido — Puedes ladrarme, gruñirme e insultarme cuantas veces te dé la gana… seguimos siendo enemigos, pero de ti depende que esta sea una experiencia terriblemente mala o… solo mala.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
De nuevo las cadenas retumbaron con fuerza ante su mofa, mi cabreo aumentaba por momentos y tal y como la droga empezaba a desaparecer de mi organismos, con mas fuerza las cadenas se movían violentas hasta el punto de que con cada tirón, los eslabones anclados a la pared de piedra cedian.
-Pocas son las veces que te he llamado zorra, aunque pronto voy a susurrarte esa palabra en tu oído -rugí volviendo a tirar entre rugidos de lo que me anclaba a la pared.
Pocas veces una bestia salvaje de mi calibre podía ser retenida por demasiado tiempo, bien era cierto que ella no era una inmortal normal, mas tampoco yo era corriente. Ambos representábamos en esencia las dos familias malditas por la luna y la noche, ambos eramos victimas y verdugos de nuestros ancestros y francamente hundir mis fauces en su yugular hasta que su cabeza rodara por el suelo acaba de convertirse, si es que antes no lo era, en mi única meta.
Ladeé la sonrisa al escuchar su insultante trato, si ella no me temía, bien podía demostrarle que yo a ella tampoco.
-Te ofrezco un trato infinitamente mas practico -di un nuevo tirón con una violencia inusitada, tal fue así ,que los eslabones se partieron dejando mi diestra liberada, mas no así mi cuello e izquierdo que anclados luchaban por zafarse del encierro.
-¡Corre! -rugí cuando mis ámbar en una amarillo radioactivo centellearon ante sus rojos.
Pude ver que no esperaba que un ser sin luna en el cielo lograra imprimir la fuerza suficiente como para liberarse de esos gruesos eslabones, mas yo no era un hombre cualquiera, en mi linaje estaba la clave del fin de los Argent y de mi mano vendría su muerte.
Sin darle tiempo a reaccionar, con destreza y una pericia digna del mejor de los guerreros, lancé las cadenas que una pendían de mi muñeca a modo de látigo y con maestría las enraicé al cuello de la inmortal.
Su rostro cambio de gesto, si antes la mofa copaba sus labios, ahora era sustituida por la incredibilidad, sus manos fueron directas a las argollas, mas de un tirón brusco la dama acabó a mi lado sintiendo como mi aliento mecía suave su pelo negro azabache.
-Los perros ladran, los lobos muerden -aseveré mostrando mis colmillos que salvajes se hundieron en su cuello afianzando allí un mordisco que bien podía a otro inmortal sajarle la vida al arrancarle la yugular, mas en este caso, ella también era dura y no tardé en sentir como su manso se abría paso por mi carne, abriendo mi esternón hasta alcanzar el raudo y feroz latido de mi corazón.
Ambos podíamos ser letales y mandar al otro al infierno, mas..la situación bien pedía una tregua o el fin de nuestra existencia.
Ninguno aflojo, mas ambos detuvimos por un instante nuestro ataque analizando las fatales consecuencias.
No temía a la muerte, mas a diferencia de ella algo si me ataba a este mundo, yo era padre.
-Pocas son las veces que te he llamado zorra, aunque pronto voy a susurrarte esa palabra en tu oído -rugí volviendo a tirar entre rugidos de lo que me anclaba a la pared.
Pocas veces una bestia salvaje de mi calibre podía ser retenida por demasiado tiempo, bien era cierto que ella no era una inmortal normal, mas tampoco yo era corriente. Ambos representábamos en esencia las dos familias malditas por la luna y la noche, ambos eramos victimas y verdugos de nuestros ancestros y francamente hundir mis fauces en su yugular hasta que su cabeza rodara por el suelo acaba de convertirse, si es que antes no lo era, en mi única meta.
Ladeé la sonrisa al escuchar su insultante trato, si ella no me temía, bien podía demostrarle que yo a ella tampoco.
-Te ofrezco un trato infinitamente mas practico -di un nuevo tirón con una violencia inusitada, tal fue así ,que los eslabones se partieron dejando mi diestra liberada, mas no así mi cuello e izquierdo que anclados luchaban por zafarse del encierro.
-¡Corre! -rugí cuando mis ámbar en una amarillo radioactivo centellearon ante sus rojos.
Pude ver que no esperaba que un ser sin luna en el cielo lograra imprimir la fuerza suficiente como para liberarse de esos gruesos eslabones, mas yo no era un hombre cualquiera, en mi linaje estaba la clave del fin de los Argent y de mi mano vendría su muerte.
Sin darle tiempo a reaccionar, con destreza y una pericia digna del mejor de los guerreros, lancé las cadenas que una pendían de mi muñeca a modo de látigo y con maestría las enraicé al cuello de la inmortal.
Su rostro cambio de gesto, si antes la mofa copaba sus labios, ahora era sustituida por la incredibilidad, sus manos fueron directas a las argollas, mas de un tirón brusco la dama acabó a mi lado sintiendo como mi aliento mecía suave su pelo negro azabache.
-Los perros ladran, los lobos muerden -aseveré mostrando mis colmillos que salvajes se hundieron en su cuello afianzando allí un mordisco que bien podía a otro inmortal sajarle la vida al arrancarle la yugular, mas en este caso, ella también era dura y no tardé en sentir como su manso se abría paso por mi carne, abriendo mi esternón hasta alcanzar el raudo y feroz latido de mi corazón.
Ambos podíamos ser letales y mandar al otro al infierno, mas..la situación bien pedía una tregua o el fin de nuestra existencia.
Ninguno aflojo, mas ambos detuvimos por un instante nuestro ataque analizando las fatales consecuencias.
No temía a la muerte, mas a diferencia de ella algo si me ataba a este mundo, yo era padre.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Decir que la maroma del lobo no le había tomado desprevenida hubiese sido una completa falacia. Mil años de existencia debían de ser suficiente para que una de su mismo estatus, envuelta en situación semejante, hubiese aprendido de desaciertos pasados y procedido de forma más astuta. Más sabe el diablo por viejo que por diablo; sin embargo ¿cómo iba a saber ella que no había de subestimar al enemigo, ni siquiera cuando este se encontrara en posición de desventaja? Desde que podía recordar siempre fue la guerrera más hábil, la más diestra, la más sagaz y por sobre todo, la más letal.
En aquel eterno milenio no encontró ni lobo ni hombre que llegase a su nivel. Uno a uno, todos sus enemigos sucumbieron fácilmente a su régimen de plata, por lo menos, todos hasta que apareció ese perro rabioso que había encadenado. No era más diestro guerrero que ella, pero eso no implicaba tampoco que fuese ella mejor. Se mantenían a la par, la balanza estaba equilibrada, en ambos costados se ponderaban pesos iguales, feroces, salvajes, peligrosos y sólo los pequeños detalles podrían hacer la diferencia.
Los ancestros auguraron la aparición de aquella bestia; susurros abstractos que la perseguían del alba al ocaso habían hecho eco en su cabeza durante considerable periodo de tiempo. Precaución, le pedían las ocho voces aglomeradas en su mente, etéreos presagios fantasmales de los hacedores de su destino, pero, sin importar cuán persistentes fueron tales advertencias, Nymeria, como obstinada y digna representante de su estirpe, optó por desestimarlas.
Los gruesos eslabones de acero se enroscaron en su cuello como una pitón que succiona la vida de su presa. Con fuerza sobrehumana, salida quién sabe de dónde pues el astro madre de todos los lobos no custodiaba los cielos en ese preciso momento, el lobo tiró de la cadena haciéndole perder el equilibrio hasta que las piernas le flaquearon y su menudo cuerpo quedó pegado contra el de él. Un instante de quietud. Las tibias y agitadas exhalaciones del hombre removían su castaña cabellera y rugiendo por lo bajo, ajustaba cada vez más el mortal estrujón de la férrea cadena.
Nymeria se llevó las manos al cuello como acto reflejo, removiéndose con violencia entre los brazos del lobo en un vano intentando zafarse. Sus ojos se tiñeron escarlata y sus colmillos se alargaron, realmente no necesitaba respirar, pero ella, como muchos de su misma especie que añoraban la humanidad perdida desde el inconsciente, inhalaba y exhalaba como cualquier mortal; una reacción poéticamente involuntaria a la que se encontraba tan acostumbrada que, a la hora de su ausencia, la sintió como real. Si bien era cierto que disfrutaba de la contienda con uno que fuese merecedor de titularse contrincante, de igual forma le disgustaba pues este no sólo le llevaba al borde del abismo sino le hacía sentirse como una jodida aficionada.
Los afilados caninos del licántropo perforaron la piel de su garganta aferrándosele con ahínco a la yugular. Ella rugió de dolor, pero esta vez su fiero instinto de supervivencia le llevó a ensartarle la mano en la cavidad toráxica, abriéndose paso entre la carne en busca de ese corazón que palpitaba violento, salvaje y provocador, fuente de todo el ímpetu, las emociones, y por supuesto la vida de ese terrible ser.
Fieros ambos guerreros buscaron la muerte del otro más ninguno de los dos llegó a paladear la victoria sin verse obligado a contemplar el más grande sacrificios. Se detuvieron. Sus miradas se buscaron, violentos mares de fuego y peligrosas esferas de lava se enfrentaron, se retaron, se examinaron. Era evidente que él no quería morir, lo realmente sorprendente era que ella tampoco.
Nymeria se relajó entre los brazos del lobo, más no le apartó la zarpa del órgano vital, pues él no se mostró dispuesto a aflojar la tarascada, sin embargo, tampoco continuó presionando.
— En todo… este tiempo… ¿te has… preguntado si soy… la persona…correcta a la cuál odiar? — Articuló con dificultad, casi ahogándose en los borbotones de sangre que se escapaban caudalosos de su cuello. El lobo aflojó lo suficiente como para que pudiera hablar sin atragantarse. Las últimas palabras no se le niegan ni al enemigo, supuso — La familia…. no termina en sangre no… se limita... a ella, pero en familias como las nuestras… es la sangre nuestro... legado y… nuestra… condenación — Masculló. El sofocante hálito de las exhalaciones del lobo se filtraba en los recovecos de su oído, a él la boca se le llenaba de su elixir de vida y ella podía sentir el ajeno abrigando su gélido tacto— Hacemos… lo que debemos hacer…. para sobre…vivir… y aunque te creas justo… y te creas bueno… no eres mejor que yo… en esta guerra no hay buenos — Dejó que su cabeza reposara sobre el hombro de su enemigo. Se encontraba exhausta, era verdad, mas aún no lo suficiente como para desistir de su labor. Una sonrisa incisiva curvó sus labios, aún conservaba más de un as bajo la manga — aunque debo admitir… que tienes buenos…. trucos sucios ¿sabes… cuál es… el problema? — Lo miró de soslayo, sus palabras se teñían con un deje de mofa — Los míos son mejores.
Su mirada se centró en el lobo y no bastó con más de un par de segundos para que este comenzase a sentir el influjo de su milenario poder. No gustaba de infligir dolor pues aquello consumía gran parte de su energía y requería bastante concentración, mas en ese preciso momento el poder que le concedió el tiempo se presentaba no sólo como su mejor, sino como su única opción. Poco a poco la terrible sensación que escoció en el cuerpo del rubio lo forzó a soltarla, una aflicción millones de veces más terrible que esa que asaltaba a los licántropos en noches de luna llena, cuando todos y cada uno de los huesos de sus cuerpos se quebraban y reacomodaban para dar forma a la bestia; un dolor forjado en el noveno círculo de averno, uno que doblegaría al mismísimo lucifer. Un hombre cualquiera no hubiese resistido más de un par de segundos sin entrar en paro cardiaco, pero su oponente, como el buen espécimen que era, lo aguantó más de lo que hubiese podido nadie antes de desplomarse y retorcerse sobre el suelo.
— Ya llegará la hora de batallar lobo, pero primero lo primero.
De un fuerte golpe en la cabeza Nymeria lo noqueó y para cuando este volvió a despertar, ya tenía encima el lobo otro nuevo, grueso y poco reluciente par de grilletes que limitaban sus movimientos mucho más que el par anterior. La camisola la tenía entreabierta y la misma moza que había alimentado a la vampiresa, pasaba una toalla húmeda sobre el pecho del lobo, limpiando la profunda herida que poco a poco cerraba.
La inmortal sostenía un trapo empapado en sangre contra su cuello mientras, rebuscaba entre las páginas de un antiguo libro, ayudándose de la tenue luz de un pequeño farol, que le permitía distinguir las palabras mejor entre la oscuridad de aquella mazmorra. Cuando se percató del lobo removiéndose entre las cadenas, Nymeria cerró el libro de golpe e hizo todo a un lado, el dibujo de un eguzkilore relucía en la portada del ejemplar.
— Margot, ven aquí, no quiero que este hombre te arranque la cabeza de un mordisco.
La doncella desistió de su labor obedeció y se acercó a la vampiresa, ofreciéndole la muñeca para que bebiese del cálido néctar que se paseaba calmo por su torrente. Nymeria negó con la cabeza y fijó sus esferas celestes en las orbes pardas de la señorita, dispuesta a compelerle. Era cierto que debía alimentarse para sanar, pero ya había tomado demasiado de la mujer, podría matarla.
— Vuelve arriba y olvídate de todo lo que has visto aquí.
La mujer, forzada por el impulso, abandonó de nuevo el sótano. Verdaderamente no le hacía ninguna gracia tener que matar, lo hacía por que debía, sin miramientos, era su deber y si no mataba ella, entonces la matarían; sin embargo, el remordimiento de todo el daño causado siempre residía allí, como un peso invisible sobre ella.
Nymeria se acercó al lobo, se había cansado ya de los juegos, si intentaba pericia semejante a la anterior le ensartaría una jeringa con acónito. Un tanto prevenida Nymeria retomó la tarea de la moza y continuó limpiando la herida que sobresalía en el pecho del licántropo, mas no coloco ningún esmero en ello, sólo deseaba molestarlo.
— Sólo por si quieres intentar algo, tengo muchos pares bonitos de cadenas para probar contigo.
En aquel eterno milenio no encontró ni lobo ni hombre que llegase a su nivel. Uno a uno, todos sus enemigos sucumbieron fácilmente a su régimen de plata, por lo menos, todos hasta que apareció ese perro rabioso que había encadenado. No era más diestro guerrero que ella, pero eso no implicaba tampoco que fuese ella mejor. Se mantenían a la par, la balanza estaba equilibrada, en ambos costados se ponderaban pesos iguales, feroces, salvajes, peligrosos y sólo los pequeños detalles podrían hacer la diferencia.
Los ancestros auguraron la aparición de aquella bestia; susurros abstractos que la perseguían del alba al ocaso habían hecho eco en su cabeza durante considerable periodo de tiempo. Precaución, le pedían las ocho voces aglomeradas en su mente, etéreos presagios fantasmales de los hacedores de su destino, pero, sin importar cuán persistentes fueron tales advertencias, Nymeria, como obstinada y digna representante de su estirpe, optó por desestimarlas.
Los gruesos eslabones de acero se enroscaron en su cuello como una pitón que succiona la vida de su presa. Con fuerza sobrehumana, salida quién sabe de dónde pues el astro madre de todos los lobos no custodiaba los cielos en ese preciso momento, el lobo tiró de la cadena haciéndole perder el equilibrio hasta que las piernas le flaquearon y su menudo cuerpo quedó pegado contra el de él. Un instante de quietud. Las tibias y agitadas exhalaciones del hombre removían su castaña cabellera y rugiendo por lo bajo, ajustaba cada vez más el mortal estrujón de la férrea cadena.
Nymeria se llevó las manos al cuello como acto reflejo, removiéndose con violencia entre los brazos del lobo en un vano intentando zafarse. Sus ojos se tiñeron escarlata y sus colmillos se alargaron, realmente no necesitaba respirar, pero ella, como muchos de su misma especie que añoraban la humanidad perdida desde el inconsciente, inhalaba y exhalaba como cualquier mortal; una reacción poéticamente involuntaria a la que se encontraba tan acostumbrada que, a la hora de su ausencia, la sintió como real. Si bien era cierto que disfrutaba de la contienda con uno que fuese merecedor de titularse contrincante, de igual forma le disgustaba pues este no sólo le llevaba al borde del abismo sino le hacía sentirse como una jodida aficionada.
Los afilados caninos del licántropo perforaron la piel de su garganta aferrándosele con ahínco a la yugular. Ella rugió de dolor, pero esta vez su fiero instinto de supervivencia le llevó a ensartarle la mano en la cavidad toráxica, abriéndose paso entre la carne en busca de ese corazón que palpitaba violento, salvaje y provocador, fuente de todo el ímpetu, las emociones, y por supuesto la vida de ese terrible ser.
Fieros ambos guerreros buscaron la muerte del otro más ninguno de los dos llegó a paladear la victoria sin verse obligado a contemplar el más grande sacrificios. Se detuvieron. Sus miradas se buscaron, violentos mares de fuego y peligrosas esferas de lava se enfrentaron, se retaron, se examinaron. Era evidente que él no quería morir, lo realmente sorprendente era que ella tampoco.
Nymeria se relajó entre los brazos del lobo, más no le apartó la zarpa del órgano vital, pues él no se mostró dispuesto a aflojar la tarascada, sin embargo, tampoco continuó presionando.
— En todo… este tiempo… ¿te has… preguntado si soy… la persona…correcta a la cuál odiar? — Articuló con dificultad, casi ahogándose en los borbotones de sangre que se escapaban caudalosos de su cuello. El lobo aflojó lo suficiente como para que pudiera hablar sin atragantarse. Las últimas palabras no se le niegan ni al enemigo, supuso — La familia…. no termina en sangre no… se limita... a ella, pero en familias como las nuestras… es la sangre nuestro... legado y… nuestra… condenación — Masculló. El sofocante hálito de las exhalaciones del lobo se filtraba en los recovecos de su oído, a él la boca se le llenaba de su elixir de vida y ella podía sentir el ajeno abrigando su gélido tacto— Hacemos… lo que debemos hacer…. para sobre…vivir… y aunque te creas justo… y te creas bueno… no eres mejor que yo… en esta guerra no hay buenos — Dejó que su cabeza reposara sobre el hombro de su enemigo. Se encontraba exhausta, era verdad, mas aún no lo suficiente como para desistir de su labor. Una sonrisa incisiva curvó sus labios, aún conservaba más de un as bajo la manga — aunque debo admitir… que tienes buenos…. trucos sucios ¿sabes… cuál es… el problema? — Lo miró de soslayo, sus palabras se teñían con un deje de mofa — Los míos son mejores.
Su mirada se centró en el lobo y no bastó con más de un par de segundos para que este comenzase a sentir el influjo de su milenario poder. No gustaba de infligir dolor pues aquello consumía gran parte de su energía y requería bastante concentración, mas en ese preciso momento el poder que le concedió el tiempo se presentaba no sólo como su mejor, sino como su única opción. Poco a poco la terrible sensación que escoció en el cuerpo del rubio lo forzó a soltarla, una aflicción millones de veces más terrible que esa que asaltaba a los licántropos en noches de luna llena, cuando todos y cada uno de los huesos de sus cuerpos se quebraban y reacomodaban para dar forma a la bestia; un dolor forjado en el noveno círculo de averno, uno que doblegaría al mismísimo lucifer. Un hombre cualquiera no hubiese resistido más de un par de segundos sin entrar en paro cardiaco, pero su oponente, como el buen espécimen que era, lo aguantó más de lo que hubiese podido nadie antes de desplomarse y retorcerse sobre el suelo.
— Ya llegará la hora de batallar lobo, pero primero lo primero.
De un fuerte golpe en la cabeza Nymeria lo noqueó y para cuando este volvió a despertar, ya tenía encima el lobo otro nuevo, grueso y poco reluciente par de grilletes que limitaban sus movimientos mucho más que el par anterior. La camisola la tenía entreabierta y la misma moza que había alimentado a la vampiresa, pasaba una toalla húmeda sobre el pecho del lobo, limpiando la profunda herida que poco a poco cerraba.
La inmortal sostenía un trapo empapado en sangre contra su cuello mientras, rebuscaba entre las páginas de un antiguo libro, ayudándose de la tenue luz de un pequeño farol, que le permitía distinguir las palabras mejor entre la oscuridad de aquella mazmorra. Cuando se percató del lobo removiéndose entre las cadenas, Nymeria cerró el libro de golpe e hizo todo a un lado, el dibujo de un eguzkilore relucía en la portada del ejemplar.
— Margot, ven aquí, no quiero que este hombre te arranque la cabeza de un mordisco.
La doncella desistió de su labor obedeció y se acercó a la vampiresa, ofreciéndole la muñeca para que bebiese del cálido néctar que se paseaba calmo por su torrente. Nymeria negó con la cabeza y fijó sus esferas celestes en las orbes pardas de la señorita, dispuesta a compelerle. Era cierto que debía alimentarse para sanar, pero ya había tomado demasiado de la mujer, podría matarla.
— Vuelve arriba y olvídate de todo lo que has visto aquí.
La mujer, forzada por el impulso, abandonó de nuevo el sótano. Verdaderamente no le hacía ninguna gracia tener que matar, lo hacía por que debía, sin miramientos, era su deber y si no mataba ella, entonces la matarían; sin embargo, el remordimiento de todo el daño causado siempre residía allí, como un peso invisible sobre ella.
Nymeria se acercó al lobo, se había cansado ya de los juegos, si intentaba pericia semejante a la anterior le ensartaría una jeringa con acónito. Un tanto prevenida Nymeria retomó la tarea de la moza y continuó limpiando la herida que sobresalía en el pecho del licántropo, mas no coloco ningún esmero en ello, sólo deseaba molestarlo.
— Sólo por si quieres intentar algo, tengo muchos pares bonitos de cadenas para probar contigo.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
“En todo… este tiempo… ¿te has… preguntado si soy… la persona…correcta a la cuál odiar?”
Sus palabras entraron suaves en el pabellón de mi oído, apenas una caricia susurrada que si bien no me hizo aflojar el bocado si meditar esa y la consecución de palabra entrecortadas que aflojando ligeramente la presión sobre mi corazón iba pronunciando.
Me desangraba, con su mano ahí metida, no cerraba mi herida y moriríamos ambos si este duelo no terminaba, quizás así debería ser ¿acabaría con nosotros la maldición de los Acer y Argent?
Ninguno había pedido su destino, mas sin duda nos había sido impuesto con tino y lo llevábamos a cabo sin remordimientos ¿cuantos Acer habían caído bajo sus afilados colmillos? Podía ser muchas cosas, peor pese a como su cabeza ahora se recostaba suave en mi hombro, no era un inocente criatura merecedora de segundas oportunidades ¿era mejor yo? No, era tan hijo puta como ella, mi vida se había basado en dar muerte a los Argent, para eso nací, para eso fui adiestrado y si este era el final de mi camino me sentía orgulloso de arrastrarla conmigo al infierno mas árido y caluroso.
-Para estar muriéndote -dije entre jadeos sin aflojar el mordisco, por lo que mi voz sonó ahogada y entre dientes -hablas mucho.
Mas lo que no imaginaba es que la inmortal, que sabia mas por vieja que por sabia guardaba un maldito as en la manga, uno que no dudó en usar y que aunque bien podía de haberlo sabido acabar tirando de su yugular hasta sacarla del sitio y hacer que se desangrara con la cabeza fuera, esta logró que un punzante dolor me quebrara, grité y de haber podido hubiera llevado mis manos a mi cabeza.
Sus ojos se clavaron pérfidos en los míos sintiéndose libre y lo ultimo que recuerdo es esa mirada escarlata que delataban lo que disfrutaba viendo el dolor en mis propias carnes y un golpe seco en la cabeza que llevó mi barbilla contra el pecho.
Mis parpados se abrieron pesados, apreté los dientes por el dolor, había perdido mucha sangre y mi cuerpo tardaba en regenerarse, necesitaba alimentarme, una joven limpiaba mi herida con paños y agua hervida con cuidado de no hacerme daño.
Elevé mis dos estrellas encontrándome con la vampiresa, sentada, con su cuello cubierto por una gasa, sus mordaces palabras no tardaron en copar la sala, reclamaba la atención de la doncella que me sanaba y sin mas la despachó escaleras arriba.
-¡Vete al infierno! -rugí al ver como se acercaba con sus sibilinos movimientos y esa sonrisa ladeada que delataba su superioridad sobre el resto de las razas.
Tomó el paño y lo llevó a mi vientre que se contrajo ante la rudeza de sus actos al seguir limpiando mi piel.
Rugí con los colmillos fuera, soltando un par de bocados al aire pues las nuevas argollas me impedían todo movimiento.
Las cadenas tensas delataban mi ira y ella disfrutaba viendo mi poder pese a que estaba agotado ,sediento y hambriento.
-Te mataré -dije como respuesta a su amenaza -soy el fin de tu existencia, da igual que te creas vencedora de esta gesta, el final sera solo uno, tu cabeza rodando por este suelo.
Mis palabras sonaban entrecortadas, en ocasiones mis ojos se achicaban peor mi orgullo me mantenía firma, con los pies anclados en el suelo y una sonrisa altiva pintada a fuego en mi boca mientras el mentón elevado delataba que moriría luchando porque así era como me habían educado.
-Llega el fin de la era Argent ¿estas preparada para verlos desde el infierno?
Sus palabras entraron suaves en el pabellón de mi oído, apenas una caricia susurrada que si bien no me hizo aflojar el bocado si meditar esa y la consecución de palabra entrecortadas que aflojando ligeramente la presión sobre mi corazón iba pronunciando.
Me desangraba, con su mano ahí metida, no cerraba mi herida y moriríamos ambos si este duelo no terminaba, quizás así debería ser ¿acabaría con nosotros la maldición de los Acer y Argent?
Ninguno había pedido su destino, mas sin duda nos había sido impuesto con tino y lo llevábamos a cabo sin remordimientos ¿cuantos Acer habían caído bajo sus afilados colmillos? Podía ser muchas cosas, peor pese a como su cabeza ahora se recostaba suave en mi hombro, no era un inocente criatura merecedora de segundas oportunidades ¿era mejor yo? No, era tan hijo puta como ella, mi vida se había basado en dar muerte a los Argent, para eso nací, para eso fui adiestrado y si este era el final de mi camino me sentía orgulloso de arrastrarla conmigo al infierno mas árido y caluroso.
-Para estar muriéndote -dije entre jadeos sin aflojar el mordisco, por lo que mi voz sonó ahogada y entre dientes -hablas mucho.
Mas lo que no imaginaba es que la inmortal, que sabia mas por vieja que por sabia guardaba un maldito as en la manga, uno que no dudó en usar y que aunque bien podía de haberlo sabido acabar tirando de su yugular hasta sacarla del sitio y hacer que se desangrara con la cabeza fuera, esta logró que un punzante dolor me quebrara, grité y de haber podido hubiera llevado mis manos a mi cabeza.
Sus ojos se clavaron pérfidos en los míos sintiéndose libre y lo ultimo que recuerdo es esa mirada escarlata que delataban lo que disfrutaba viendo el dolor en mis propias carnes y un golpe seco en la cabeza que llevó mi barbilla contra el pecho.
Mis parpados se abrieron pesados, apreté los dientes por el dolor, había perdido mucha sangre y mi cuerpo tardaba en regenerarse, necesitaba alimentarme, una joven limpiaba mi herida con paños y agua hervida con cuidado de no hacerme daño.
Elevé mis dos estrellas encontrándome con la vampiresa, sentada, con su cuello cubierto por una gasa, sus mordaces palabras no tardaron en copar la sala, reclamaba la atención de la doncella que me sanaba y sin mas la despachó escaleras arriba.
-¡Vete al infierno! -rugí al ver como se acercaba con sus sibilinos movimientos y esa sonrisa ladeada que delataba su superioridad sobre el resto de las razas.
Tomó el paño y lo llevó a mi vientre que se contrajo ante la rudeza de sus actos al seguir limpiando mi piel.
Rugí con los colmillos fuera, soltando un par de bocados al aire pues las nuevas argollas me impedían todo movimiento.
Las cadenas tensas delataban mi ira y ella disfrutaba viendo mi poder pese a que estaba agotado ,sediento y hambriento.
-Te mataré -dije como respuesta a su amenaza -soy el fin de tu existencia, da igual que te creas vencedora de esta gesta, el final sera solo uno, tu cabeza rodando por este suelo.
Mis palabras sonaban entrecortadas, en ocasiones mis ojos se achicaban peor mi orgullo me mantenía firma, con los pies anclados en el suelo y una sonrisa altiva pintada a fuego en mi boca mientras el mentón elevado delataba que moriría luchando porque así era como me habían educado.
-Llega el fin de la era Argent ¿estas preparada para verlos desde el infierno?
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Nymeria ladeó la sonrisa, no en gesto de mofa mas genuinamente entretenida por la necedad del lobo que, con mirada refulgente, el mentón elevado y un temple altivo como sólo lo podía portar él, escupía una amenaza tras otra, advertencias que, si bien podían entenderse amenazantes, no terminaban de hacer juego con la posición en la que él se encontraba en aquel preciso momento.
No enunció palabra, simplemente desatendió las insolentes palabras del licántropo —que para entonces comenzaban a escucharse bastante cómicas, pero no por ello merecedoras de mayor atención— mientras remojaba de nuevo el paño entre el agua caliente y, con mayor cuidado que en su intento anterior, le repasó con este la piel, terminando de limpiar los residuos de sangre seca que le circundaban la herida en el pecho.
Entre gruñidos el hijo de la luna dejo escapar mil y una maldiciones. Lo cierto era que el discurso sobraba, ella era capaz de escuchar el irascible palpitar del corazón ajeno, el violento fluir de la sangre por su torrente sanguíneo, e incluso, tenía la impresión de poder capturar el aroma del desprecio que guardaba por ella. Un odio bien infundido, debía admitir, uno que hablaba por sí mismo.
Poco importaba cuantas veces le reiterara lo mucho que la detestaba y cuan dispuesto se encontraba a asesinarla, cualquier descortesía que le espetara ella ya la habría conocido con antelación.
Ser observadora era una de las razones por las que había sobrevivido tanto tiempo.
— ¿Hay alguna forma en el infierno en la que hagas silencio? — Bufó exasperada — Lo sé, lo sé… — Declaró sin más, sosteniendo una pequeña aguja entre el índice y el pulgar, mientras su mano opuesta ensartaba una hebra por el pequeño orificio de esta— Sé que, si alguien habrá de asesinarme, ese serás tú, Acer — Sólo hasta que logró finalizar la labor en la que se había dispuesto volvió la atención a su opuesto, cuyo desconcierto ante su manifiesto curvó una pequeña sonrisa en sus labios— ¿Qué? ¿Esperabas que te replicara? ¿Qué usara la carta de “tengo mil años y no puedes matarme”? — Se carcajeó entretenida y se encogió de hombros— No será sencillo, pero quizá, sólo quizá, tu existencia sí signifique el fin de la mía… ya lo veremos, perrito — Muy despacio inclinó su rostro hacia delante y al encontrarse a escasa distancia fijó sus celestiales y azuladas orbes sobre los mares violentos del lobo— Pero sólo para que quede claro, no te lo pondré fácil —Susurró aproximándose cada vez más, sin retirar un instante el peso de su mirada de la ajena, deteniéndose sólo cuando la punta de su nariz friccionó etérea con la de su enemigo. Era un desafío — El odio que sientes por mí ahora no será nada en comparación a lo que sentirás cuando termine contigo.
Sin dignarse a pronunciar otra palabra, completamente silente, la vampiresa desinfectó el metal permitiendo que se calentara entre la pequeña flama de una vela y acto seguido se dedicó a suturar la herida de su antagonista, zurciendo con minucioso cuidado la carne abultada y abierta. Evidentemente la naturaleza del hombre se encargaría de curar la lesión en corto lapso, mas el remiendo ayudaría a mantenerlo todo en su debido lugar, sobre todo si el engreído lobo persistía en desgastar fuerzas en vanos intentos de escapar.
Por supuesto, el hijo de la luna no hizo de la suya una tarea sencilla. Cuando por fin terminó, ella le abrochó la camisa e inmediatamente se apartó, regresando a la banca desde la que custodiaba a su prisionero para disponerse a ojear el libro con el eguzkilore en la portada. En cualquier otra situación a la inmortal poco y más bien nada le hubiese importado el bienestar de sus enemigos, mas para el correcto desarrollo de sus planes a este no sólo lo necesitaba vivo y coleando sino también sano y salvo, de aquello dependía el éxito.
Desgraciadamente tanto él como su energía vital eran imprescindibles.
Tras un par de minutos en los que ignoró por completo al licano, Margot regresó a la mazmorra con un plato de comida. Nymeria se levantó, recibió la bandeja, le agradeció a la doncella e inmediatamente la despachó. Lógicamente la comida era para el preso pues a ella no le entraba nada que no fuera un buen trago de sangre caliente.
— Voy a aflojar tus cadenas para que puedas comer, pero si yo fuera tu no intentaría nada. Ya debe ser suficientemente humillante el estar encadenado, no imagino como se ha de sentir tener que ser alimentado.
Él resoplaba, gruñía y renegaba.
— Si no comes ¿de dónde vas a sacar las fuerzas para matarme, huh? — ladeó la cabeza, contemplándolo entretenida
No enunció palabra, simplemente desatendió las insolentes palabras del licántropo —que para entonces comenzaban a escucharse bastante cómicas, pero no por ello merecedoras de mayor atención— mientras remojaba de nuevo el paño entre el agua caliente y, con mayor cuidado que en su intento anterior, le repasó con este la piel, terminando de limpiar los residuos de sangre seca que le circundaban la herida en el pecho.
Entre gruñidos el hijo de la luna dejo escapar mil y una maldiciones. Lo cierto era que el discurso sobraba, ella era capaz de escuchar el irascible palpitar del corazón ajeno, el violento fluir de la sangre por su torrente sanguíneo, e incluso, tenía la impresión de poder capturar el aroma del desprecio que guardaba por ella. Un odio bien infundido, debía admitir, uno que hablaba por sí mismo.
Poco importaba cuantas veces le reiterara lo mucho que la detestaba y cuan dispuesto se encontraba a asesinarla, cualquier descortesía que le espetara ella ya la habría conocido con antelación.
Ser observadora era una de las razones por las que había sobrevivido tanto tiempo.
— ¿Hay alguna forma en el infierno en la que hagas silencio? — Bufó exasperada — Lo sé, lo sé… — Declaró sin más, sosteniendo una pequeña aguja entre el índice y el pulgar, mientras su mano opuesta ensartaba una hebra por el pequeño orificio de esta— Sé que, si alguien habrá de asesinarme, ese serás tú, Acer — Sólo hasta que logró finalizar la labor en la que se había dispuesto volvió la atención a su opuesto, cuyo desconcierto ante su manifiesto curvó una pequeña sonrisa en sus labios— ¿Qué? ¿Esperabas que te replicara? ¿Qué usara la carta de “tengo mil años y no puedes matarme”? — Se carcajeó entretenida y se encogió de hombros— No será sencillo, pero quizá, sólo quizá, tu existencia sí signifique el fin de la mía… ya lo veremos, perrito — Muy despacio inclinó su rostro hacia delante y al encontrarse a escasa distancia fijó sus celestiales y azuladas orbes sobre los mares violentos del lobo— Pero sólo para que quede claro, no te lo pondré fácil —Susurró aproximándose cada vez más, sin retirar un instante el peso de su mirada de la ajena, deteniéndose sólo cuando la punta de su nariz friccionó etérea con la de su enemigo. Era un desafío — El odio que sientes por mí ahora no será nada en comparación a lo que sentirás cuando termine contigo.
Sin dignarse a pronunciar otra palabra, completamente silente, la vampiresa desinfectó el metal permitiendo que se calentara entre la pequeña flama de una vela y acto seguido se dedicó a suturar la herida de su antagonista, zurciendo con minucioso cuidado la carne abultada y abierta. Evidentemente la naturaleza del hombre se encargaría de curar la lesión en corto lapso, mas el remiendo ayudaría a mantenerlo todo en su debido lugar, sobre todo si el engreído lobo persistía en desgastar fuerzas en vanos intentos de escapar.
Por supuesto, el hijo de la luna no hizo de la suya una tarea sencilla. Cuando por fin terminó, ella le abrochó la camisa e inmediatamente se apartó, regresando a la banca desde la que custodiaba a su prisionero para disponerse a ojear el libro con el eguzkilore en la portada. En cualquier otra situación a la inmortal poco y más bien nada le hubiese importado el bienestar de sus enemigos, mas para el correcto desarrollo de sus planes a este no sólo lo necesitaba vivo y coleando sino también sano y salvo, de aquello dependía el éxito.
Desgraciadamente tanto él como su energía vital eran imprescindibles.
Tras un par de minutos en los que ignoró por completo al licano, Margot regresó a la mazmorra con un plato de comida. Nymeria se levantó, recibió la bandeja, le agradeció a la doncella e inmediatamente la despachó. Lógicamente la comida era para el preso pues a ella no le entraba nada que no fuera un buen trago de sangre caliente.
— Voy a aflojar tus cadenas para que puedas comer, pero si yo fuera tu no intentaría nada. Ya debe ser suficientemente humillante el estar encadenado, no imagino como se ha de sentir tener que ser alimentado.
Él resoplaba, gruñía y renegaba.
— Si no comes ¿de dónde vas a sacar las fuerzas para matarme, huh? — ladeó la cabeza, contemplándolo entretenida
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
La inmortal parecía incluso divertida con toda mi palabrería, las maldiciones que de mi boca salían la llevaban a ladear la sonrisa mientras escurría el trapo mojado por el agua tibia y con una delicadeza mas propia de la de una novia o una madre limpió mi piel manchada de sangre seca.
Gruñí mostrandole los dientes moviéndome para dificultarle la tarea.
-¡Quita tus putas manos muertas de mi cuerpo! -rugí desafiante con unos amarillos radioactivos que reflejaban sus dos mares calmos e indiferentes.
Lejos de contradecirme, aseguró saber que si alguien le daría muerte sería yo, mas lo hizo de un modo tan absurdo que sentí se reía en mi cara y me trataba como un niño o un loco o sendas cosas para que guardara silencio.
Su rostro atajó la distancia, cadenciosos su aliento golpeó mis labios mientras sus palabras rozaban mi boca dejandome claro que no había terminado esta gesta, una evidencia pues mientras mi corazón latiera buscaría el modo de arrancar el suyo, inerte, muerto y frio.
Lancé mi rostro hacia delante, mas lejos de un intento de besarla, mis colmillos crecieron y tres mordiscos sonaron al aire. Las cadenas quedaron tensas, ruido metálico que como un latigazo retumbó en la estancia. La Argent reculo divertida solo el tiempo suficiente como para comprobar que no estaba dispuesto a ceder en nada.
Mas de nuevo continuó con su ardua tarea de enhebrar, desinfectar los objetos con los que me daría sutura.
-¡No me toques puta! -dije contrayendo el vientre mostrandole los dientes. Sus dedos fríos acariciaron mi musculatura y sin pensarlo hundió la punta del acero y atravesó mi carne de parte a parte de la herida uniéndola con el hilo. Se tomó su tiempo, como si estuviera bordando y por mas que yo me retorcía rugiendo ella no perdió la concentración en ningún momento.
Acabado su trabajo se limpió las manos llenas de carmesí y volvió a la mesa, justo a tiempo de que su sirvienta trajera alimento que intuí y ella confirmó era para mi.
-Trata de dármelo y te quedaras sin mano -aseguré en un desafió para nada velado.
De nuevo nuestras miradas se encontraban, ella me necesitaba fuerte y sano para aquel plan que quisiera se llevara entre manos, pero yo no era tan necio como para ceder mi voluntad a su placer, no comería, aprovecharía el menor descuido para darle el maldito golpe de gracia.
-Aflójame las cadenas -la reté ensanchando la sonrisa.
Nymeria volvió a acercarse a mi, como si empezara a disfrutar teniéndome como mascota allí atado.
-Te aseguro mujer, que no veras un nuevo anochecer.
Gruñí mostrandole los dientes moviéndome para dificultarle la tarea.
-¡Quita tus putas manos muertas de mi cuerpo! -rugí desafiante con unos amarillos radioactivos que reflejaban sus dos mares calmos e indiferentes.
Lejos de contradecirme, aseguró saber que si alguien le daría muerte sería yo, mas lo hizo de un modo tan absurdo que sentí se reía en mi cara y me trataba como un niño o un loco o sendas cosas para que guardara silencio.
Su rostro atajó la distancia, cadenciosos su aliento golpeó mis labios mientras sus palabras rozaban mi boca dejandome claro que no había terminado esta gesta, una evidencia pues mientras mi corazón latiera buscaría el modo de arrancar el suyo, inerte, muerto y frio.
Lancé mi rostro hacia delante, mas lejos de un intento de besarla, mis colmillos crecieron y tres mordiscos sonaron al aire. Las cadenas quedaron tensas, ruido metálico que como un latigazo retumbó en la estancia. La Argent reculo divertida solo el tiempo suficiente como para comprobar que no estaba dispuesto a ceder en nada.
Mas de nuevo continuó con su ardua tarea de enhebrar, desinfectar los objetos con los que me daría sutura.
-¡No me toques puta! -dije contrayendo el vientre mostrandole los dientes. Sus dedos fríos acariciaron mi musculatura y sin pensarlo hundió la punta del acero y atravesó mi carne de parte a parte de la herida uniéndola con el hilo. Se tomó su tiempo, como si estuviera bordando y por mas que yo me retorcía rugiendo ella no perdió la concentración en ningún momento.
Acabado su trabajo se limpió las manos llenas de carmesí y volvió a la mesa, justo a tiempo de que su sirvienta trajera alimento que intuí y ella confirmó era para mi.
-Trata de dármelo y te quedaras sin mano -aseguré en un desafió para nada velado.
De nuevo nuestras miradas se encontraban, ella me necesitaba fuerte y sano para aquel plan que quisiera se llevara entre manos, pero yo no era tan necio como para ceder mi voluntad a su placer, no comería, aprovecharía el menor descuido para darle el maldito golpe de gracia.
-Aflójame las cadenas -la reté ensanchando la sonrisa.
Nymeria volvió a acercarse a mi, como si empezara a disfrutar teniéndome como mascota allí atado.
-Te aseguro mujer, que no veras un nuevo anochecer.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Imaginaba que para entonces ya tendría que haberle quedado claro a su enemigo que, de querer verle cabreada realmente, necesitaría mucho más que escupirle un par de palabras soeces a la cara o, por lo menos, poner empeño en ampliar el repertorio. Nymeria tenía más de mil años, por supuesto sabía mejor que dejar que la injuria calara bajo su piel. En su larga existencia le habían llamado de muchas formas, en su mayoría poco amables, pero los insultos lo único que le causaban era gracia, los retos, por otra parte, no se los tomaba a la ligera; la sangre no mentía, era una Argent y por mucha paciencia que ostentara nunca sería suficiente como para desestimar la altivez propia de su linaje.
Ladeó las comisuras de sus labios, colocó la bandeja con el plato de comida, aún humeante, sobre una pequeña banca y se volvió de nuevo hacia el licántropo, aproximándose hacia él cadenciosa. No formuló palabra alguna, sólo se le plantó enfrente, mientras él tiraba de las cadenas, removiéndose con fuerza en un vano intento de ensartarle las garras en la piel. Si llegaba a hacerle un rasguño, sería por que ella se lo había permitido. Curvó una sonrisa con un deje de sorna y dio un nuevo paso hacia él, esta vez el filo de las zarpas alcanzaba a rasguñarle la piel, pero él con los irises encendidos como dos gigantes rojas, no daba tregua a su desafío.
Un último paso bastó para que el aire que distanciaba sus cuerpos se extinguiera completamente, por supuesto, él no vaciló un instante en atravesarle la carne, incrustando las garras profundo y con furia con la intención de causar el mayor daño posible permitido la extensión de los eslabones engarzados de acero que le aprisionaban las extremidades. Nymeria frunció sus facciones en un gesto sutil de dolor que rápidamente desapareció de su rostro y en cambio, se limitó a retener al perro del cuello para que no le mordiera de nuevo.
— Tienes el hocico demasiado grande — Afirmó con desdén, un susurro que acarició los labios ajenos con la fricción fantasmal de sus palabras — Pero eso no va a funcionar conmigo
El hijo de la luna no tardó en espetarle lo mucho que la detestaba, dejándole en claro también el desagrado que le causaba y lo repulsiva que encontraba la exigua distancia que se oponía entre ambos, mas pronto la mirada le traicionó el discurso cuando las orbes ambarinas reposaron fugazmente sobre sus labios e inmediatamente Nymeria pudo apreciar cuánto se odió a sí mismo por ello.
Aún más airado que antes por el instintivo desliz, las zarpas rasgaron violentas su carne, pero una vez el gesto de aflicción que arrugó sus facciones desapareció tras un gesto traviesa extendió su divertida curvatura, con velocidad sobrehumana la vampiresa agarró las cadenas que a él le sostenían los brazos, las haló y las usó para rodearle a él el pescuezo, quedando las manos del lobo —Empapadas de su sangre— sobre el propio cuello, casi como si se estuviese ahorcando a sí mismo. Nymeria tiró los eslabones de acero con fuerza, ciñéndolos cada vez mas contra la piel de su enemigo, estrujándole la garganta mientras este jadeaba falto de aire, con el rostro enrojecido y las tempestades vidriosas y desorbitadas.
— Escúchame bien Acer, por que esto lo diré una vez y sólo una vez— Aseveró tensando la mandíbula — subestimas mi paciencia ¿quieres las cosas por las malas? está bien por mí, así que si lo que ha sucedido hasta ahora no te ha incentivado a cooperar ¿qué opinas de esto? — Escupió cada palabra como veneno, templando las cadenas, imprimiendo un tanto más de presión sobre ellas— Te voy a usar para derribar el hechizo que protege el escondrijo de tu estirpe y, cuando lo haga, voy a entrar y voy a matarlos a todos—Rugió con el furor del momento ardiendo tras su gélido cuerpo — Mueras o no, voy a salirme con la mía pero ese estúpido plato de comida hace la diferencia para ti, pues o bien mueres y nadie que se interpone en mi camino o bien vives y lo hacemos más dinámico — El lobo parecía estar a punto de perder el conocimiento, entonces ella liberó la tensión de las férreas cadenas, apartándose mientras este cayó de rodillas al suelo, tosiendo y respirando con fuerza en busca de aire — Quizá logres salvar a alguien.
Siempre supo que llegaría ese momento, pero ningún milenio podría prepararla para ello. Lo que no quería admitir era que parte de sí persistía en mantener al licántropo con vida pues necesitaba que alguien se interpusiera en su camino. Hacía lo que debía, pero no por ello encontraba gozo en su deber. Sí, era verdad, acabaría con ese sinsentido de una buena vez, pero ¿a qué costo? Su victoria se cimentaría en la muerte de inocentes y lo que más pesaba en su conciencia eran las vidas de los niños que masacraría, esos pequeños seres cuyo único delito cometido era el apellido que portaban. Era un monstruo, lo admitía, pero no ese tipo de monstruo.
En ese momento el sirviente a quien había enviado con la misiva ingresó en el mazmorra y se aproximó hasta ella, dándole horrorizado un vistazo al lobo encadenado, antes de susurrar un par de palabras a su oído. La regente había respondido con otra carta. Con disimulo el hombre deslizó el sobre hasta su mano e inmediatamente se retiró. Nymeria, con las manos ligeramente temblorosas rompió la envoltura y desdobló la hoja, deslizando sus celestiales esferas raudas por las palabras.
La contestación era positiva, al amanecer, la hechicera asistiría con algunos integrantes de su aquelarre y realizarían el ritual. La vampiresa suspiró y tras dejar la carta a un lado, tomó la bandeja con la comida, la colocó en el piso y dándole con el pie un empujoncito, la deslizó hacia el lobo.
— Será mejor que empieces a comer.
Ladeó las comisuras de sus labios, colocó la bandeja con el plato de comida, aún humeante, sobre una pequeña banca y se volvió de nuevo hacia el licántropo, aproximándose hacia él cadenciosa. No formuló palabra alguna, sólo se le plantó enfrente, mientras él tiraba de las cadenas, removiéndose con fuerza en un vano intento de ensartarle las garras en la piel. Si llegaba a hacerle un rasguño, sería por que ella se lo había permitido. Curvó una sonrisa con un deje de sorna y dio un nuevo paso hacia él, esta vez el filo de las zarpas alcanzaba a rasguñarle la piel, pero él con los irises encendidos como dos gigantes rojas, no daba tregua a su desafío.
Un último paso bastó para que el aire que distanciaba sus cuerpos se extinguiera completamente, por supuesto, él no vaciló un instante en atravesarle la carne, incrustando las garras profundo y con furia con la intención de causar el mayor daño posible permitido la extensión de los eslabones engarzados de acero que le aprisionaban las extremidades. Nymeria frunció sus facciones en un gesto sutil de dolor que rápidamente desapareció de su rostro y en cambio, se limitó a retener al perro del cuello para que no le mordiera de nuevo.
— Tienes el hocico demasiado grande — Afirmó con desdén, un susurro que acarició los labios ajenos con la fricción fantasmal de sus palabras — Pero eso no va a funcionar conmigo
El hijo de la luna no tardó en espetarle lo mucho que la detestaba, dejándole en claro también el desagrado que le causaba y lo repulsiva que encontraba la exigua distancia que se oponía entre ambos, mas pronto la mirada le traicionó el discurso cuando las orbes ambarinas reposaron fugazmente sobre sus labios e inmediatamente Nymeria pudo apreciar cuánto se odió a sí mismo por ello.
Aún más airado que antes por el instintivo desliz, las zarpas rasgaron violentas su carne, pero una vez el gesto de aflicción que arrugó sus facciones desapareció tras un gesto traviesa extendió su divertida curvatura, con velocidad sobrehumana la vampiresa agarró las cadenas que a él le sostenían los brazos, las haló y las usó para rodearle a él el pescuezo, quedando las manos del lobo —Empapadas de su sangre— sobre el propio cuello, casi como si se estuviese ahorcando a sí mismo. Nymeria tiró los eslabones de acero con fuerza, ciñéndolos cada vez mas contra la piel de su enemigo, estrujándole la garganta mientras este jadeaba falto de aire, con el rostro enrojecido y las tempestades vidriosas y desorbitadas.
— Escúchame bien Acer, por que esto lo diré una vez y sólo una vez— Aseveró tensando la mandíbula — subestimas mi paciencia ¿quieres las cosas por las malas? está bien por mí, así que si lo que ha sucedido hasta ahora no te ha incentivado a cooperar ¿qué opinas de esto? — Escupió cada palabra como veneno, templando las cadenas, imprimiendo un tanto más de presión sobre ellas— Te voy a usar para derribar el hechizo que protege el escondrijo de tu estirpe y, cuando lo haga, voy a entrar y voy a matarlos a todos—Rugió con el furor del momento ardiendo tras su gélido cuerpo — Mueras o no, voy a salirme con la mía pero ese estúpido plato de comida hace la diferencia para ti, pues o bien mueres y nadie que se interpone en mi camino o bien vives y lo hacemos más dinámico — El lobo parecía estar a punto de perder el conocimiento, entonces ella liberó la tensión de las férreas cadenas, apartándose mientras este cayó de rodillas al suelo, tosiendo y respirando con fuerza en busca de aire — Quizá logres salvar a alguien.
Siempre supo que llegaría ese momento, pero ningún milenio podría prepararla para ello. Lo que no quería admitir era que parte de sí persistía en mantener al licántropo con vida pues necesitaba que alguien se interpusiera en su camino. Hacía lo que debía, pero no por ello encontraba gozo en su deber. Sí, era verdad, acabaría con ese sinsentido de una buena vez, pero ¿a qué costo? Su victoria se cimentaría en la muerte de inocentes y lo que más pesaba en su conciencia eran las vidas de los niños que masacraría, esos pequeños seres cuyo único delito cometido era el apellido que portaban. Era un monstruo, lo admitía, pero no ese tipo de monstruo.
En ese momento el sirviente a quien había enviado con la misiva ingresó en el mazmorra y se aproximó hasta ella, dándole horrorizado un vistazo al lobo encadenado, antes de susurrar un par de palabras a su oído. La regente había respondido con otra carta. Con disimulo el hombre deslizó el sobre hasta su mano e inmediatamente se retiró. Nymeria, con las manos ligeramente temblorosas rompió la envoltura y desdobló la hoja, deslizando sus celestiales esferas raudas por las palabras.
La contestación era positiva, al amanecer, la hechicera asistiría con algunos integrantes de su aquelarre y realizarían el ritual. La vampiresa suspiró y tras dejar la carta a un lado, tomó la bandeja con la comida, la colocó en el piso y dándole con el pie un empujoncito, la deslizó hacia el lobo.
— Será mejor que empieces a comer.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 24/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
La Argent se acercó a mi desafiante, no sin antes dejar apoyado el plato de comida humeante en un borde y ladear esa sonrisa que con gusto le borraría de un maldito zarpazo.
Gruñí observando su cadencioso movimiento de caderas, si algo pretendía dejarme claro es que no me temía, si algo pretendía mostrarle yo, es que la mataría, era un lobo, una bestia y ella una sanguijuela inmunda, Acer contra Argent, la batalla eterna, hijo de la luna contra oscuridad absoluta.
Una paso mas y estuvo a mi alcancé, no dude, no pregunté mis garras se hundieron en su carnaza y por un instante pude ver en ese ser un ápice de placer, mas la vampiresa no se rindió, lejos de eso retorció las cadenas engarzandola a mi cuello y llevando mis manos a esta este me desafió escupiendo contra mi boca las palabras mas mordaces.
Fueron sus labios rozando mi boca los que lograron hacer destellar mis ámbar, era una mezcla de odio, rabia y de algún modo, de deseo.
Me repugne mi mismo por ello y no dudé en rugir mordaz diciéndole cuanto la detestaba en ese momento.
Mis palabra sonaron como música para sus oídos, pues su sonrisa se ladeo en una muestra divertida y sin aflojar el agarre me dejó claro sus planes, me necesitaba para bajar las murallas mágicas que protegían a mi familia de ellos.
-Nunca lo permitiré -rugí furiosos salpicando su rostro con babas plagadas de ira, solo era ante ella eso, un perro rabioso capaz de morder, de destrozarla y en eso no se equivocaba.
Puede que se pesara que trataba con un lobo corriente, mas se equivocaba, si pensó por un momento que pondría a los míos en juego se equivocaba, mi mente voló de inmediato hasta mis bosques, hasta ese lugar protegido por la magia de generaciones de rujas.
Mi hija, allí estaba ella, la niña por la que hacía todo esto, para terminar con una maldición que la concadenaba a muerte como a los otros, no consentiría que le pusiera un dedo encima y antes de que lograra su objetivo yo mismo acabaría con mi vida, pero no aun, no todavía.
Me ahogaba, mis ojos se abrían como platos mientras mi cuerpo se amorataba y mi rostro enrojecía, labios entreabiertos tratando de encontrar unas migajas de aire que no existían y solo con su ultima frase soltó las cadenas.
Di unas bocanadas de aire como un pez fuera del agua, ojos amarillos radioactivos que la contemplaron con fijeza.
La esclava le dio una maldita carta, ladeé la sonrisa fijando mis ojos en los suyos, le temblaba el pulso, no todo lo tenia tan seguro, había algo en ella, algo que fallaba, quizás se llamaba debilidad y yo daría con ella en cualquier momento.
-Esta bien, comeré -sentencie intentando ser mas listo que ella, tenía que conseguir ventaja y no iba a conseguirlo amordazado a aquella maldita pared.
-Te ayudaré, pero a cambio dejaras vivir a mi hija...
Tenia que hacerla creer que cedía, que podía usarme a cambio por supuesto de salvar algo que quería y en parte podía verse en mi mirada verdad y desesperación pues no era mentira, mi hija existía, la mentira residía en que no vendería al resto de niños que por mis bosques corrían, claro que eso ella lo desconocía.
Gruñí observando su cadencioso movimiento de caderas, si algo pretendía dejarme claro es que no me temía, si algo pretendía mostrarle yo, es que la mataría, era un lobo, una bestia y ella una sanguijuela inmunda, Acer contra Argent, la batalla eterna, hijo de la luna contra oscuridad absoluta.
Una paso mas y estuvo a mi alcancé, no dude, no pregunté mis garras se hundieron en su carnaza y por un instante pude ver en ese ser un ápice de placer, mas la vampiresa no se rindió, lejos de eso retorció las cadenas engarzandola a mi cuello y llevando mis manos a esta este me desafió escupiendo contra mi boca las palabras mas mordaces.
Fueron sus labios rozando mi boca los que lograron hacer destellar mis ámbar, era una mezcla de odio, rabia y de algún modo, de deseo.
Me repugne mi mismo por ello y no dudé en rugir mordaz diciéndole cuanto la detestaba en ese momento.
Mis palabra sonaron como música para sus oídos, pues su sonrisa se ladeo en una muestra divertida y sin aflojar el agarre me dejó claro sus planes, me necesitaba para bajar las murallas mágicas que protegían a mi familia de ellos.
-Nunca lo permitiré -rugí furiosos salpicando su rostro con babas plagadas de ira, solo era ante ella eso, un perro rabioso capaz de morder, de destrozarla y en eso no se equivocaba.
Puede que se pesara que trataba con un lobo corriente, mas se equivocaba, si pensó por un momento que pondría a los míos en juego se equivocaba, mi mente voló de inmediato hasta mis bosques, hasta ese lugar protegido por la magia de generaciones de rujas.
Mi hija, allí estaba ella, la niña por la que hacía todo esto, para terminar con una maldición que la concadenaba a muerte como a los otros, no consentiría que le pusiera un dedo encima y antes de que lograra su objetivo yo mismo acabaría con mi vida, pero no aun, no todavía.
Me ahogaba, mis ojos se abrían como platos mientras mi cuerpo se amorataba y mi rostro enrojecía, labios entreabiertos tratando de encontrar unas migajas de aire que no existían y solo con su ultima frase soltó las cadenas.
Di unas bocanadas de aire como un pez fuera del agua, ojos amarillos radioactivos que la contemplaron con fijeza.
La esclava le dio una maldita carta, ladeé la sonrisa fijando mis ojos en los suyos, le temblaba el pulso, no todo lo tenia tan seguro, había algo en ella, algo que fallaba, quizás se llamaba debilidad y yo daría con ella en cualquier momento.
-Esta bien, comeré -sentencie intentando ser mas listo que ella, tenía que conseguir ventaja y no iba a conseguirlo amordazado a aquella maldita pared.
-Te ayudaré, pero a cambio dejaras vivir a mi hija...
Tenia que hacerla creer que cedía, que podía usarme a cambio por supuesto de salvar algo que quería y en parte podía verse en mi mirada verdad y desesperación pues no era mentira, mi hija existía, la mentira residía en que no vendería al resto de niños que por mis bosques corrían, claro que eso ella lo desconocía.
Mëtztli Acer- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 27/09/2017
Re: Argent versus Acer (privado)
Enarcó una ceja, más sorprendida que confundida por el repentino cambio de parecer del lobo. Afiló sus orbes argentadas y las centró sobre las astronómicas esferas de su oponente, que se fijaban en ella de vuelta con un destello de desesperación, siendo esta quizá última emoción que esperaba capturar en él. Parecía que el pequeño discurso le había servido de incentivo para cooperar pues decía estar dispuesto a ayudar a la causa si le perdonaba la vida a su hija. Nymeria deslizó sus irises oceánicos hacia la carta y la contempló con detenimiento mientras meditaba la situación.
Por más que una parte de ella se inclinaba a creerle, desafortunadamente su razón se lo impidió. Lo había examinado minuciosamente y la verdad, sí había logrado ver a través de aquella cáscara de arrogancia, violencia y odio ese tipo de angustia que sólo puede existir en un padre cuando peligra la vida de su progenie. No pudo evitar sentir una pizca de empatía por la derrotada figura de aquel titán pues alcanzaba a divisar en él un reflejo de sí misma, sin embargo, quizá por ese mismo motivo sabía que no podía fiarse de él.
Los mil trescientos años que llevaba de existencia no habían sido en vano, de prueba y error había vivido y de sus equivocaciones había aprendido; la única certeza que sólo podía confiar en sí misma. A quién tenía en frente era un lobo y también un hombre, un guerrero y también un padre, mas por encima de todo aquello era su enemigo y aquella era la guerra. Acer podía ser muchas cosas, pero no lo tomaba por uno de esos hombres que cedían así de fácil. Sangre llamaba más sangre en un ciclo sin fin y por mucho que quisiera marcar la diferencia no había nada que pudiese hacer al respecto.
Resopló con resignación, sus ojos se desplazaron de nuevo al lobo, quien la contemplaba expectante a una respuesta. Su mandíbula se tensó, sus dedos presionaron el papel que sostenía.
— Deja ya de mirarme como un cachorro herido, Acer que a este paso voy a terminar sobándote la cabeza y diciéndote que eres un buen muchacho. — Bufó irritada y señaló la bandeja junto a él — Come.
La vampiresa tomó asiento en la banca y retomó la lectura del grimorio, perdiendo su mirada entre las antiguas páginas del ejemplar, lejos de la presión de las celestiales esferas de su enemigo. Fue entonces cuando el lobo tomó el plato y dio un par de bocados a la comida. Nymeria le dio un vistazo sutil con el rabillo del ojo, por la forma en la que comía dedujo que sí tenía hambre después de todo. Cuando él se percató de que lo observaba ladeó una sonrisa ladina. Así como ella se había tomado su tiempo para analizarlo, aparentemente él había hecho lo mismo con ella. Exasperada, gruñó por lo bajo, cerró el libro de golpe y lo dejó a un lado.
— ¿Cuál es tu nombre? — Inquirió. Él entrecerró los ojos despistado por la pregunta pero ella mantuvo una expresión severa. Lo preguntaba enserio, así que aguardó en silencio hasta que él le dio respuesta — Bien, ¿cuál es el nombre de tu hija? — él frunció el entrecejo, ella se encogió de hombros — ¿Está la niña con su madre?
Su pequeño cuestionario no parecía ser del agrado del licántropo, aun así, Nymeria esperó a que le respondiera y se levantó, cruzada de brazos, dando un par de pasos cortos hacia adelante.
— Yo también tuve una hija — Dijo al fin, tratando de anular cualquier rasgo de emoción en su voz o expresión en su rostro— Hace mucho tiempo, justo antes de que iniciara esta guerra, justo antes de convertirme en lo que soy ahora — En el rostro de su enemigo leía un aire de desconcierto, quizá por que no comprendía el por qué de su historia, o quizá porque le sorprendía, como fuera, ella prosiguió— Todavía recuerdo la primera vez que la tuve entre mis brazos, tan frágil e inocente. Era preciosa. — Hizo una pequeña pausa— La segunda y última vez que la sostuve, fue ochenta y tres años después ella daba su último respiro. Se fue como una guerrera, con un montón de cicatrices en su cuerpo y todo un legado por delante... pero a duras penas podía reconocerme. Ochenta y tres años y ni un solo día logré pasar con ella, el tiempo la consumió y yo solo estuve allí para verla extinguirse.
Las comisuras de sus labios se ladearon sutilmente en una sonrisa ironica, no era feliz, tampoco triste, sólo estaba allí.
— Hay una razón por la que te he contado esto, Acer y antes de que te hagas suposiciones, no, no es para ganarme tu simpatía o por que crea que ahora somos colegas —Aseveró cortante, elevando el mentón con altivez— Lo he hecho por que quiero que entiendas el motivo por el que no puedo perdonar la vida de tu hija. —Las orbes de su enemigo se encendieron en ámbar radioactivo, ella no esperaba menos— Mi deber es asegurar la continuidad de mi linaje y desgraciadamente eso implica acabar con el tuyo. Si crees que me gusta la idea te equivocas, pero he sacrificado mucho por ello y no puedo permitir que sea en vano.
En su temple existía rastro alguno de duda o arrepentimiento, mas su semblante pétreo era tan solo la fachada tras la que se ocultaba, si su mano no temblaba al asesinar no era porque le disfrutara, sino porque era su responsabilidad y ya se había resignado a ello. Mëtztli gruñó y mandó el plato a volar por los aires, que dio contra una pared y se resquebrajó en mil pedazos. La inmortal rodó los ojos.
— Yo no puedo salvarla pero tú si puedes — Aclaró. Al escuchar sus palabras el hijo de la luna detuvo en seco su frenesí de rabia— para cuando el ritual acabe gran parte de tu energía vital habrá sido absorbida… si te puedes mantener en pie será un milagro. Yo no me voy a detener, así que si tu hija te importa tanto como creo que lo hace, entonces sacarás fuerzas de donde no las tienes, llegarás a ella antes de que yo lo haga y te la llevarás tan lejos que no exista forma en el infierno en la que pueda encontrarlos — El hombre la miraba estupefacto, seguramente ese era un giro que no se esperaba — Ya has desperdiciado mucho tiempo conmigo, será mejor que aproveches lo que te queda de tiempo con ella. Eso es lo mejor que puedo hacer por un enemigo.
Por más que una parte de ella se inclinaba a creerle, desafortunadamente su razón se lo impidió. Lo había examinado minuciosamente y la verdad, sí había logrado ver a través de aquella cáscara de arrogancia, violencia y odio ese tipo de angustia que sólo puede existir en un padre cuando peligra la vida de su progenie. No pudo evitar sentir una pizca de empatía por la derrotada figura de aquel titán pues alcanzaba a divisar en él un reflejo de sí misma, sin embargo, quizá por ese mismo motivo sabía que no podía fiarse de él.
Los mil trescientos años que llevaba de existencia no habían sido en vano, de prueba y error había vivido y de sus equivocaciones había aprendido; la única certeza que sólo podía confiar en sí misma. A quién tenía en frente era un lobo y también un hombre, un guerrero y también un padre, mas por encima de todo aquello era su enemigo y aquella era la guerra. Acer podía ser muchas cosas, pero no lo tomaba por uno de esos hombres que cedían así de fácil. Sangre llamaba más sangre en un ciclo sin fin y por mucho que quisiera marcar la diferencia no había nada que pudiese hacer al respecto.
Resopló con resignación, sus ojos se desplazaron de nuevo al lobo, quien la contemplaba expectante a una respuesta. Su mandíbula se tensó, sus dedos presionaron el papel que sostenía.
— Deja ya de mirarme como un cachorro herido, Acer que a este paso voy a terminar sobándote la cabeza y diciéndote que eres un buen muchacho. — Bufó irritada y señaló la bandeja junto a él — Come.
La vampiresa tomó asiento en la banca y retomó la lectura del grimorio, perdiendo su mirada entre las antiguas páginas del ejemplar, lejos de la presión de las celestiales esferas de su enemigo. Fue entonces cuando el lobo tomó el plato y dio un par de bocados a la comida. Nymeria le dio un vistazo sutil con el rabillo del ojo, por la forma en la que comía dedujo que sí tenía hambre después de todo. Cuando él se percató de que lo observaba ladeó una sonrisa ladina. Así como ella se había tomado su tiempo para analizarlo, aparentemente él había hecho lo mismo con ella. Exasperada, gruñó por lo bajo, cerró el libro de golpe y lo dejó a un lado.
— ¿Cuál es tu nombre? — Inquirió. Él entrecerró los ojos despistado por la pregunta pero ella mantuvo una expresión severa. Lo preguntaba enserio, así que aguardó en silencio hasta que él le dio respuesta — Bien, ¿cuál es el nombre de tu hija? — él frunció el entrecejo, ella se encogió de hombros — ¿Está la niña con su madre?
Su pequeño cuestionario no parecía ser del agrado del licántropo, aun así, Nymeria esperó a que le respondiera y se levantó, cruzada de brazos, dando un par de pasos cortos hacia adelante.
— Yo también tuve una hija — Dijo al fin, tratando de anular cualquier rasgo de emoción en su voz o expresión en su rostro— Hace mucho tiempo, justo antes de que iniciara esta guerra, justo antes de convertirme en lo que soy ahora — En el rostro de su enemigo leía un aire de desconcierto, quizá por que no comprendía el por qué de su historia, o quizá porque le sorprendía, como fuera, ella prosiguió— Todavía recuerdo la primera vez que la tuve entre mis brazos, tan frágil e inocente. Era preciosa. — Hizo una pequeña pausa— La segunda y última vez que la sostuve, fue ochenta y tres años después ella daba su último respiro. Se fue como una guerrera, con un montón de cicatrices en su cuerpo y todo un legado por delante... pero a duras penas podía reconocerme. Ochenta y tres años y ni un solo día logré pasar con ella, el tiempo la consumió y yo solo estuve allí para verla extinguirse.
Las comisuras de sus labios se ladearon sutilmente en una sonrisa ironica, no era feliz, tampoco triste, sólo estaba allí.
— Hay una razón por la que te he contado esto, Acer y antes de que te hagas suposiciones, no, no es para ganarme tu simpatía o por que crea que ahora somos colegas —Aseveró cortante, elevando el mentón con altivez— Lo he hecho por que quiero que entiendas el motivo por el que no puedo perdonar la vida de tu hija. —Las orbes de su enemigo se encendieron en ámbar radioactivo, ella no esperaba menos— Mi deber es asegurar la continuidad de mi linaje y desgraciadamente eso implica acabar con el tuyo. Si crees que me gusta la idea te equivocas, pero he sacrificado mucho por ello y no puedo permitir que sea en vano.
En su temple existía rastro alguno de duda o arrepentimiento, mas su semblante pétreo era tan solo la fachada tras la que se ocultaba, si su mano no temblaba al asesinar no era porque le disfrutara, sino porque era su responsabilidad y ya se había resignado a ello. Mëtztli gruñó y mandó el plato a volar por los aires, que dio contra una pared y se resquebrajó en mil pedazos. La inmortal rodó los ojos.
— Yo no puedo salvarla pero tú si puedes — Aclaró. Al escuchar sus palabras el hijo de la luna detuvo en seco su frenesí de rabia— para cuando el ritual acabe gran parte de tu energía vital habrá sido absorbida… si te puedes mantener en pie será un milagro. Yo no me voy a detener, así que si tu hija te importa tanto como creo que lo hace, entonces sacarás fuerzas de donde no las tienes, llegarás a ella antes de que yo lo haga y te la llevarás tan lejos que no exista forma en el infierno en la que pueda encontrarlos — El hombre la miraba estupefacto, seguramente ese era un giro que no se esperaba — Ya has desperdiciado mucho tiempo conmigo, será mejor que aproveches lo que te queda de tiempo con ella. Eso es lo mejor que puedo hacer por un enemigo.
Nymeria Argent- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 24/09/2017
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