Bestia versus Cazador {Privado}

Decir que Annabel era exactamente la misma de hace tan solo un par de semanas atrás no sería algo completamente exacto, aunque tampoco se podría afirmar que hubiese dado un giro completo que había puesto su vida de cabeza. No, de hecho, su vida transcurría exactamente de la misma manera, sus inclinaciones y sus pasiones seguían siendo las mismas, el mero ímpetu que le permitía continuar respirando y que mantenía la sangre corriendo por sus venas no se había alterado. Su camino la guiaba hacia el inquisidor del cual debía vengarse, y sabía perfectamente que no descansaría hasta tomar la retribución que anhelaba sin que en ello le temblase la mano.

Su instinto le indicaba que estaba cerca de encontrarle la pista, y por ello continuó siguiéndola, con la misma precisión que muestra la araña al tejer la red, la cual, aunque hermosa, hace perecer a su futuro alimento. La venganza nutría a la loba, alimentaba su alma y su ser, pero había algo que en ocasiones volvía a su mente. Tratábase de una frase que a pesar de haber sido escuchada hace unas semanas, volvíase constante, tornándose entonces en un pensamiento que aunque de buenas a primeras pudiera parecer sencillo, abría un resquicio que por primera vez le conducía a un posible camino en el que pudiera existir una disposición a considerar un más allá de todo aquello, un después.

Deseo que lo consigas. Y una vez llegado el momento, que seas capaz de ver el siguiente objetivo. Tales habían sido las palabras que le dirigiera Baldassare y eran esas palabras las que por momentos asaltaban su mente.

Era sin embargo una mujer bastante empecinada y dirigida como estaba en sus motivaciones, relegaba ese pensamiento, guardándolo en alguno de los múltiples compartimientos que suelen conformar la psique femenina.  

En su corazón aún transpiraba el dolor de la pérdida, a pesar de todo el tiempo transcurrido, aún recordaba como era su vida con François y aún anhelaba volver a ella, pero ese era un deseo que jamás se cumpliría, y había aprendido que únicamente los tontos caminan por la vida viviendo con engañosas esperanzas y expectativas. Para Annabel, cualquier vida en armonía había quedado atrás hace ya dos años.

Salió esa noche, inquieta, observando a la luna que se presentaba en cuarto menguante. Faltaba poco para la llegada de la luna llena, pero no era esa la noche en que aquello ocurriría. Avanzaba en pleno bosque, y en medio de la nocturna calma, su persona se fundía con el entorno.

Era una licántropa después de todo, la naturaleza lo sabía, y por eso se constituía en su aliada, entregándole las pequeñas pistas de lo acontecía en ella, estructuradas en olores y sonidos. Detúvose entonces abrúptamente, sus cejas se arquearon. Acababa de escuchar algo, o a alguien más bien. No tuvo ni siquiera que parpadear dos veces antes de que su sobrenatural rapidez moviese sus pies para ocultarla detrás del tronco de un árbol. Allí aguardó, apelando a sus sentidos.

El aroma de un ser humano invadió sus fosas nasales. En su boca se dibujó una media sonrisa. Solo un tonto andaría a mitad de la noche en medio del bosque. Un tonto o un desquiciado. A veces, como en esa ocasión se presentaban en este tipo de lugares, desafiando el follaje verde al cual no pertenecían, al menos no como ella. No dijo palabra aún, simplemente esperó, el mortal no estaba hecho de piedra por lo que no tardaría en moverse de nuevo.