AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Orfeo ed Euridice → Privado
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Orfeo ed Euridice → Privado
Pues bien, se había tenido que quedar en París más de lo que había planeado. Tan pronto su meta de ir a la Ciudad Luz y regresar a Berlín se vio alterada, envió una misiva a un subordinado suyo para que se hiciera cargo de los casos que tenía pendientes. La mayoría iban viento en popa, no debía tener ningún problema para darles continuidad; le dijo también que, en caso de que se presentara algo extraordinario, tomara dinero de la caja fuerte y fuera de inmediato a verlo. Le adjuntó la dirección del Hotel des Arenes, donde se estaba quedando. Confiaba en el joven abogado, como para que no tomara dinero a manos llenas y lo desfalcara. Aún así, quería regresar a la ciudad donde se había instalado hace años, pero ¿qué le quedaba? El asunto de los von Achenbach aún no quedaba cerrado.
Fue así decidió distraer la mente por un rato. Hacía tiempo que no acudía a ningún concierto de ninguna índole, a pesar de su conexión con la música. Y es que su habilidad para desmenuzar las notas en una melodía a veces era más una carga que una bendición. Eso sí, evitaba como la peste los conciertos de oboe, el instrumento que él mejor dominaba, así se evitaba corajes.
La compañía de ópera de París era buena, eso le habían dicho, así que se atrevió a comprar una entrada para esa noche, el estreno de Orphée et Eurydice después de varios años de no haber sido montada en la ciudad. Su asiento estaba en uno de los balcones, aunque para su desgracia, no estaría solo. Sólo esperaba que sus acompañantes no hablaran mucho. A pesar del amor-odio que tenía con la música en general, quería disfrutar de la obra en calma.
Llegó temprano y un acomodador lo guió hasta la galería. Una vez ahí, Akiva le dio una propina y el joven mozo se marchó. El lugar aún estaba vacío. Su asiento era el más cercano al escenario, así que fue hasta ahí y aguardó.
Las luces se apagaron, la gente dejó de cuchichear y Akiva se quedó muy atento al telón, que seguía abajo. Iba a comenzar, y seguía solo, eso era buena señal. Quizá aquellos que compraron boletos antes no habían podido ir. Se escuchó la batuta del director golpear contra el atril y dar la indicación para comenzar.
Como si hubiera estado coordinado, en ese mismo momento, un haz de luz llegó desde atrás. Akiva se giró levemente para ver qué pasaba, y se trataba del acomodador de nuevo, que abrió la puerta y que ahora llevaba a sus compañeros de balcón. Bueno, resultó que sí habían podido ir, después de todo. El sueco no se detuvo a mirar a quien quiera que entrara por ahí, volvió a dirigir su mirada al frente, y sólo soslayó cuando sintió que alguien se sentaba a su lado. No dijo, ni hizo nada, en el escenario, Orfeo, con su voz de alto castrato, ya cantaba sobre su amada Eurídice.
Última edición por Akiva Alfvén el Mar Nov 28, 2017 10:44 pm, editado 1 vez
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 06/11/2016
Localización : París
Re: Orfeo ed Euridice → Privado
Apenas tenía relación con sus compañeras de servidumbre, tan solo hacía su trabajo y se mantenía alejada de todo el mundo; prefería estar sola –como bien sabían todos- leyendo. Fue en uno de sus paseos al mercado cuando pudo comprar, con las monedas que la sobraban, un cuadernillo con la obra que se iba a representar en la ópera. A veces hacían eso para todos aquellos que no se podían permitir una entrada para disfrutarlo y así era como Raven conseguía nuevas historias que devorar. Esa en concretó la cautivó, la intensidad del amor, el rechazo y la lucha de sus personajes volvió a hacerla soñar con quizás encontrar a alguien que la amase y poder escapar de la prisión en la que llevaba desde los doce años. En el mismo minuto en que acabó de leer el cuadernillo de la obra el ama de llaves se acercó a ella con un sobre perfectamente estirado, -los señores estaban invitados a la ópera esta noche pero van a salir de la ciudad, se libre aunque sea sólo por una noche criatura-, no se lo podía creer. Con las manos temblorosas recogió el sobre descubriendo dos entradas para esa misma noche, para el estreno de Orphée et Eurydice, -gracias…-, tan solo ese escueto agradecimiento fue capaz de pronunciar. Volvería a sentirse libre, podría disfrutar de una ópera, lejos de aquella maldita casa y sus señores, de sus raptores.
Sin mediar más palabra con ella, el ama de llaves –a sabiendas de los problemas de Raven para relacionarse con los demás- la ayudó a asearse y prepararse para aquella noche. No podía ir vestida con la ropa que a diario llevaba, nadie quedaría indiferente al ver a una sirvienta en uno de los palcos de la ópera… Sin embargo, si ponía en práctica los modales que la enseñaron de niña, cuando aún vivía a cargo de sus padres los condes de Falkland e iba apropiadamente vestida, pasaría por toda una dama. Si bien no solía sonreír mucho, salvo cuando estaba ensimismada en sus lecturas, esa noche al verse en el espejo tuvo que hacerlo. Se recordó a su madre, a lo hermosa que estaba en las fiestas que daban en el palacio y de las que ella huía. Sabía que debía regresar antes del mediodía del día siguiente por lo que podría disfrutar sin problemas de la ópera.
Llegó justa de tiempo y la gente ya caminaba a toda prisa para encontrar sus asientos antes de que la obra diera comienzo. No quería perderse nada así que buscó a uno de los empleados para que la indicase cuál era su palco. Se quedó de piedra al ver a un hombre allí sentado, la fallaron las rodillas y tuvo que sujetarse a su asiento por puro miedo de que fuera su señor o un amigo de este –pues la iluminación era muy tenue dado que había empezado el primer acto-. Tuvo el impulso de salir corriendo de allí pero era tarde para eso, así que se sentó con el corazón latiendo a una velocidad vertiginosa tratando de aparentar una tranquilidad inexistente. -Buenas noches-, apenas un susurro escapó de sus labios antes de girarse a “disfrutar” del primer acto.
Sin mediar más palabra con ella, el ama de llaves –a sabiendas de los problemas de Raven para relacionarse con los demás- la ayudó a asearse y prepararse para aquella noche. No podía ir vestida con la ropa que a diario llevaba, nadie quedaría indiferente al ver a una sirvienta en uno de los palcos de la ópera… Sin embargo, si ponía en práctica los modales que la enseñaron de niña, cuando aún vivía a cargo de sus padres los condes de Falkland e iba apropiadamente vestida, pasaría por toda una dama. Si bien no solía sonreír mucho, salvo cuando estaba ensimismada en sus lecturas, esa noche al verse en el espejo tuvo que hacerlo. Se recordó a su madre, a lo hermosa que estaba en las fiestas que daban en el palacio y de las que ella huía. Sabía que debía regresar antes del mediodía del día siguiente por lo que podría disfrutar sin problemas de la ópera.
Llegó justa de tiempo y la gente ya caminaba a toda prisa para encontrar sus asientos antes de que la obra diera comienzo. No quería perderse nada así que buscó a uno de los empleados para que la indicase cuál era su palco. Se quedó de piedra al ver a un hombre allí sentado, la fallaron las rodillas y tuvo que sujetarse a su asiento por puro miedo de que fuera su señor o un amigo de este –pues la iluminación era muy tenue dado que había empezado el primer acto-. Tuvo el impulso de salir corriendo de allí pero era tarde para eso, así que se sentó con el corazón latiendo a una velocidad vertiginosa tratando de aparentar una tranquilidad inexistente. -Buenas noches-, apenas un susurro escapó de sus labios antes de girarse a “disfrutar” del primer acto.
Raven G. Wallace- Esclavo de Sangre/Clase Alta
- Mensajes : 93
Fecha de inscripción : 16/10/2017
Re: Orfeo ed Euridice → Privado
Giró el rostro levemente, tratando de no despegar mucho la mirada del escenario, pero al soslayar a su nueva compañera, lo que sucedía ahí abajo pasó a segundo plano. No sólo fue la belleza de la chica la que llamó su atención, sino que siendo tan joven y mujer, estuviera sola en un evento de esa índole. No supo si sería cosas de franceses, pero en el Sacro Imperio era sumamente raro, y mal visto, que las mujeres tuvieran agencia, poder de decisión, autonomía. Él, por su lado, lo encontraba encantador, y más que eso, admirable también. La mujer con la que estuvo a punto de casarse era así, precisamente, alguien capaz de elevarse por encima de las leyes de los hombres. Sonrió con ese encanto que le había servido de escudo durante años, cuando su compromiso se vio anulado.
—Buenas noches —saludó de regreso y miró hacia atrás. Sólo ellos dos ocupaban el balcón, y eso era conveniente—. ¿Es usted de por aquí? —continuó en voz baja—, disculpe, es que yo no y aún no entiendo la sociedad francesa. —Rio de manera ronca. Los galos le parecían muy libertinos para algunas cosas, y demasiado conservadores para otras. En el escenario, Orfeo y un coro se lamentaban por Eurídice.
Ah! se intorno, dans ce bois!
La obra continuó, para su fortuna, todos los instrumentos estaban bien afinados. Nadie más entendía eso que sucedía con él cuando escuchaba una nota fuera de su lugar. Él no lo había pedido, había nacido con esa odiosa habilidad, misma que había querido ignorar por años, al no dedicarse a la Música, y sí a las Leyes. Se inclinó al frente y recargó los brazos en la baranda del balcón, con el programa en las manos, las luces de la puesta en escena se reflejaron en sus fanales azules, como los de sus hermanos, y padres, y prácticamente todo mundo en su natal Suecia. Se sintió cómodo con la desconocida, quizá porque le recordó a Maike, con todo y que ésta le había roto el corazón.
—Akiva Alfvén —se presentó, girándose de nuevo hacia ella y estirando la mano—, un placer, señorita…, ¿sabe? No es común ver damas solas en la ópera, ¿puedo preguntar la razón? No se sienta comprometida, si no quiere decirme está bien. Es sólo que lo encuentro admirable —habló de nuevo con un tono bajo de voz, para que sólo ella lo escuchara y no interrumpir a nadie más.
En el escenario, Cupido ya había hecho acto de presencia, informando a Orfeo que tendría que ir al Inframundo, para recuperar a su amada. Aunque la atención de Akiva estaba en la chica, su inesperada acompañante, que aún con las sombras del lugar reflejaba una beldad inigualable, pudo escuchar a la perfección el aria que el hijo de Venus y Marte cantaba para el héroe trágico de la obra.
Si les doux accords.
—¿Le gusta la ópera? ¿Viene a menudo? —continuó. Akiva usualmente lo haría para ver si lograba enredarse con la mujer en turno, no obstante, en esta ocasión era distinto, en verdad quería saber, no quería sentirse tan solo y tan fuera de lugar, quiso, por una maldita vez en su vida, tener una conexión real con alguien.
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
- Mensajes : 33
Fecha de inscripción : 06/11/2016
Localización : París
Re: Orfeo ed Euridice → Privado
Suspiró aliviada cuando su acompañante confesó no ser de París, y por su acento podía asegurar que tampoco francés. Era vergonzoso para ella relacionarse con los demás, si ya era tímida y distinta de pequeña, tras su rapto y los años de opresión a los que se había visto forzada no había sino empeorado; pero hizo un esfuerzo por ser cortés y no parecer una estúpida. -No monsieur, soy escocesa pero llevo casi toda mi vida viviendo aqui-, tenían ambos que hablar en un tono apenas audible para no molestar al resto de asistentes pero al estar cerca no tenían problemas para oírse. -¿Qué es lo que no entiende?-, ese comentario la extrañó particularmente, no veía diferencias tan marcadas entre su país natal y el actual. Estaba claro que ni la arquitectura ni la vestimenta eran iguales, la parisina era mucho más pomposa mientras que en Inglaterra todo era más sencillo, pero él no se había referido a eso sino a las gentes.
La sensación de libertad que estaba disfrutando era lo mejor que le había ocurrido en todos los años que llevaba en París. Jamás había podido salir de la casa, pertenecía a sus señores y ya se ocupaban ellos de hacerla sentir tan pequeña como podían. Sin embargo, esa noche se sentía especial de nuevo, sentía que podía charlar, disfrutar de una representación en la ópera y pasear sin temor a que nadie la castigase por ello, en casa tenía las espaldas cubiertas en el hipotético caso de que los señores llegaran antes de la hora señalada así que poco a poco fue relajándose en su asiento. Notó por el rabillo del ojo que el hombre también se sentía cómodo allí, no tenía nada que ver con quien gobernada su casa y era realmente agradable.
-Raven Wallace-, sonrió con la timidez que la caracterizaba y tendió su mano, ¿de verdad estaba relacionándose con alguien sin miedo? -¿De dónde es usted? Nunca había escuchado un nombre como el suyo-, si bien era tímida la curiosidad siempre reinaba en su mente y odiaba quedarse con la duda. -Bueno… lo cierto es que la explicación detallada no se la puedo dar, pero digamos que quien tenía las entradas no las iba a usar y aproveché la ocasión-, no le conocía de nada y aunque era agradable no iba a hablarle de su situación en la casa donde servía. Lo más probable en ese caso sería que denunciara a Raven a sus señores por desobediencia y todo acabaría peor aún para ella, por lo que intentaría pasar por una señorita de alguna familia que estuviera de viaje hasta la hora de regresar a su realidad. -Supongo que sí es extraño ver a una mujer joven asistir joven, pero igual de extraño es que lo haga usted, ¿no encontró quien quisiera acompañarlo? Me es difícil de creer-, si había conseguido ser amable no lo sabía pero estaba haciendo un esfuerzo gigante por entablar una conversación con él, sentirse cómoda no era algo que la pasase a menudo y quería de verdad disfrutarlo.
-Sí, me gusta mucho, tanto venir como leer las obras. Pero no tengo el tiempo que quisiera para ello-, lo de explicar su situación sin explicarla verdaderamente era difícil tarea pero parecía que estaba consiguiéndolo pues ninguna de sus respuestas alarmó a Akiva. El hecho de estar en uno de los mejores palcos de la ópera tenía sus ventajas y una de ellas era la constante atención de los jóvenes que se preocupaban de llevar bebidas, aperitivos o lo que los asistentes desearan. Y así fue en el momento en que el receso dio comienzo, la gente salía al hall o a los pasillos, pero ella prefirió quedarse en la seguridad de su balcón a salvo de miradas ajenas, -no bebo pero si no le molesta…-, le enseñó los cigarrillos que llevaba encima, -¿quiere?-, ofreció mientras ella se colocaba uno en la boquilla antes de encenderle. Tampoco era muy común que las mujeres fumasen, le había tocado el gordo a ese hombre si estaba interesado en rarezas de la sociedad.
La sensación de libertad que estaba disfrutando era lo mejor que le había ocurrido en todos los años que llevaba en París. Jamás había podido salir de la casa, pertenecía a sus señores y ya se ocupaban ellos de hacerla sentir tan pequeña como podían. Sin embargo, esa noche se sentía especial de nuevo, sentía que podía charlar, disfrutar de una representación en la ópera y pasear sin temor a que nadie la castigase por ello, en casa tenía las espaldas cubiertas en el hipotético caso de que los señores llegaran antes de la hora señalada así que poco a poco fue relajándose en su asiento. Notó por el rabillo del ojo que el hombre también se sentía cómodo allí, no tenía nada que ver con quien gobernada su casa y era realmente agradable.
-Raven Wallace-, sonrió con la timidez que la caracterizaba y tendió su mano, ¿de verdad estaba relacionándose con alguien sin miedo? -¿De dónde es usted? Nunca había escuchado un nombre como el suyo-, si bien era tímida la curiosidad siempre reinaba en su mente y odiaba quedarse con la duda. -Bueno… lo cierto es que la explicación detallada no se la puedo dar, pero digamos que quien tenía las entradas no las iba a usar y aproveché la ocasión-, no le conocía de nada y aunque era agradable no iba a hablarle de su situación en la casa donde servía. Lo más probable en ese caso sería que denunciara a Raven a sus señores por desobediencia y todo acabaría peor aún para ella, por lo que intentaría pasar por una señorita de alguna familia que estuviera de viaje hasta la hora de regresar a su realidad. -Supongo que sí es extraño ver a una mujer joven asistir joven, pero igual de extraño es que lo haga usted, ¿no encontró quien quisiera acompañarlo? Me es difícil de creer-, si había conseguido ser amable no lo sabía pero estaba haciendo un esfuerzo gigante por entablar una conversación con él, sentirse cómoda no era algo que la pasase a menudo y quería de verdad disfrutarlo.
-Sí, me gusta mucho, tanto venir como leer las obras. Pero no tengo el tiempo que quisiera para ello-, lo de explicar su situación sin explicarla verdaderamente era difícil tarea pero parecía que estaba consiguiéndolo pues ninguna de sus respuestas alarmó a Akiva. El hecho de estar en uno de los mejores palcos de la ópera tenía sus ventajas y una de ellas era la constante atención de los jóvenes que se preocupaban de llevar bebidas, aperitivos o lo que los asistentes desearan. Y así fue en el momento en que el receso dio comienzo, la gente salía al hall o a los pasillos, pero ella prefirió quedarse en la seguridad de su balcón a salvo de miradas ajenas, -no bebo pero si no le molesta…-, le enseñó los cigarrillos que llevaba encima, -¿quiere?-, ofreció mientras ella se colocaba uno en la boquilla antes de encenderle. Tampoco era muy común que las mujeres fumasen, le había tocado el gordo a ese hombre si estaba interesado en rarezas de la sociedad.
Raven G. Wallace- Esclavo de Sangre/Clase Alta
- Mensajes : 93
Fecha de inscripción : 16/10/2017
Re: Orfeo ed Euridice → Privado
Sonrió nada más como respuesta. No entendía muchas cosas a estas alturas y creyó que la pobre chica no tenía que pagar por sus disertaciones morales en ese momento. Algo en ella le recordó a sí mismo, y decidió no arruinar el peculiar encuentro, así que no dijo nada.
—Un placer, señorita Wallace. Es un interesante nombre: Raven. —Estrechó la mano ofrecida, demasiado maltratada, se dijo, para ser una señorita de alta sociedad, pero él qué iba a saber sobre la vida de la muchacha, no iba a pretender que un detalle como ese le iba a develar toda una verdad.
—Bueno, soy de Suecia, aunque el nombrescito es bíblico. —Rio y casi se le olvida que debía ser más discreto—. Aunque desde hace años resido en Berlín, así que también tenemos eso en común, estamos lejos de nuestros lugares de origen —comentó. Sonó como si el hecho le trajera mucha congoja y alegría a la vez, quizá porque así era en realidad; pocas veces se detenía a extrañar Estocolmo y a su familia, pero por más tiempo que pasara en Berlín, sabía que ese no era su hogar. Su verdadero hogar, si es que tal cosa podía existir para un hombre como él.
Alzó ambas cejas y boqueó un «oh» interesado, aunque Raven advirtió que no podía darle una versión completa de los hechos. Asintió después, con comprensión.
—Ya veo —dijo—. ¿Yo? Yo… estoy solo en la ciudad y encontré en esto un buen entretenimiento, por eso nadie me acompaña esta velada, bueno, ahora lo hace usted. No conozco mucho, sólo vine por negocios. —Las leyes eran su negocio—. Estoy esperando una respuesta y por ello mi estancia en la ciudad se ha alargado. —Le sonrió y se encogió de hombros. Cuando volvió a echar un vistazo al escenario y al público, el primer descanso había llegado.
Cuando volvió a mirarla, ella ya tenía el cigarrillo en la boca. Aceptó con amabilidad, no fumaba demasiado, pero esa noche se le antojó.
—Así que entonces le gusta el arte. —Se llevó el cigarro a la boca y dio la primera calada—. Espero no me lo tome a mal, señorita Wallace, pero me parece sumamente peculiar, en el mejor de los sentidos. Sola aquí, hablando de arte, compartiendo un cigarrillo. Eso es lo que no entiendo de los franceses, a veces parecen más avanzados que otras naciones con todo eso de las libertades, otras ocasiones son los más cerrados y prejuiciosos. Es decir, uno va a Escocia, por ejemplo, se sabe que las personas allá son flemáticas, o si te adentras en Suecia, todos son algo secos, lo atribuyo al clima, pero aquí… aquí uno no sabe qué esperar. Es divertido, pero me sigue confundiendo muchísimo —habló de manera meridiana y volvió a fumar, con el humo elevándose en ese balcón.
—Entonces… —Giró la vista al frente—. Si estas entradas se hubieran ocupado, ¿no habría venido? Uno pensaría que como fuera, usted goza de privilegios, si esto es algo que le gusta, quisiera creer que viene a menudo. —La soslayó, llevó el cigarro a su boca y ahí lo dejó un momento.
Respetaba el deseo de Raven de no revelarle las causas de su presencia ahí, pero era curioso (cuestionarse era indispensable para su trabajo), y lo peor que podía pasar era que ella no respondiera de plano, y entonces quizá, y al fin, dejaría el tema por la paz. Es que bastaba con verla para que mil preguntas se formularan en su cabeza, ¡era una anomalía en un mar de mediocridad! ¡Una mancha roja en un lienzo blanco! Sentía que era incluso menospreciarla si ocultaba ese genuino interés que sentía.
Akiva Alfvén- Humano Clase Alta
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Localización : París
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