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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Mout Sáb Nov 18, 2017 4:48 am

El cielo estaba negro, no oscuro, sino negro como el abismo más profundo. No había aquella noche estrellas en el firmamento, ni luna y la única luz que iluminaba los aposentos de Nefertiti era una vela, una sola, que oscilaba con el soplar de la brisa del desierto que se colaba por la ventana abierta. Había telas que ejercían de cortinas, pero las tenían corridas, porque a ellas les gustaba observar desde la cama como la ciudad se fundía con el horizonte cuando ya todos dormían y se apagaban los últimos candiles. Mout rodó sobre la cama, quedando encima de la perfecta mujer que era su amada, apartó un mechón azabache de su rostro y se perdió en sus hermosos ojos, incapaz de contener una sonrisa. -¿Qué tienes que me vuelves loca?- La pregunta fue formulada de manera retórica, pues la joven guardiana conocía perfectamente la respuesta. La consorte del faraón acarició de regreso la mejilla ajena, ahuecándola contra la palma de su mano de largos y finos dedos decorados con oro y pintura ritual. -No lo sé…- Le devolvió la sonrisa, acercando a continuación su rostro al foráneo para morderle el labio inferior. Rodaron de nuevo sobre las finas sábanas, ésta vez juntas, riendo como dos niñas en pleno juego. Mas la diversión duró poco y las puertas de la alcoba se abrieron con un fuerte golpe doble de ambas hojas.


Con ese estrépito despertó y, de haber sido humana, un sudor frío cubriría su frente, su cuerpo entero y le faltaría el aliento, hubiese olvidado cómo se respiraba por unos momentos; no había ocurrido nada aún en aquella visión, pero su mente conocía a la perfección lo que le seguía y era suficiente para tenerla en completa tensión. Y si bien un vampiro no necesitaba dormir, ni descansar, al menos cuando se había pasado tres mil años en letargo, Mout había adquirido una mala costumbre, pues sólo cuando se obligaba a cerrar los ojos podía ver de nuevo a su adorada Nefertiti. Se incorporó, despegando la espalda de la pared y buscó con la mirada, una con unos iris desdoblados, unas pupilas pequeñas y ligeramente alargadas, la muerte se podía ver reflejada en esos orbes, la muerte de un ser indefenso aquella noche, porque la sed venganza había renacido y, sin importar cómo, había que calmarla.

Dirigió sus pasos hacia una zona más habitada a aquellas horas de la noche, allí done se arremolinaban los hombres beodos y las mujeres de vida alegre. Conocía bien las costumbres parisinas a aquellas alturas y dónde localizar a sus víctimas. Por norma general se tomaba su tiempo en estudiar a los individuos y buscaba a los descendientes de quienes sacrificaron a su reina sin miramiento alguno, con plena crueldad, pero no siempre daba con alguno de aquellos seres inmundos, de vez en cuando había que conformarse con cualquiera. Pronto llegó a sus fosas nasales el aroma del alcohol, el griterío de las fulanas, las voces desmesuradas de los borrachos y el sonido de los puños de una pelea, algo con lo que ya estaba muy familiarizada.

Aguardó en una esquina no demasiado alejada, esperó a que alguno de esos hombres o mujeres se alejara del resto como una oveja descarriada, aunque allí todos lo eran, y en cuanto una joven prostituta con los senos al aire apareció riendo y mareada para encaramarse al muro y vomitar, la vampiresa la agarró de la nuca, clavando sus uñas sin medir la fuerza en la fina piel de porcelana de la muchacha y la sustrajo del lugar, arrastrándola entre gritos que allí nadie escuchaba, todos estaban sumidos en sus egoísmos y poco les importaba lo que a una ramera le pasara. Una vez más alejadas, no porque le importara que la encontraran, sino porque interrumpieran su pequeño juego, su momento de diversión; lanzó a la chica contra el suelo y ella, obviamente, se quejó, girándose a mirarla confusa y enojada. La momia se agachó junto a ella y la penetró con su mirada, sonriendo con una malicia desquiciante, inhumana. -¿Vas a gritar, ratoncito? Porque el gato está a punto de hacer contigo lo mismo que con el ovillo.- Se pasó la lengua por los afilados colmillos y de un tirón le arrancó el resto de la ropa. Estaba claro que del miedo que tenía la chica encima, se le había ido hasta la borrachera. Observó su cuerpo, las magulladuras de los clientes, la suciedad de su baja clase pintando sus pies y sus muslos. Entornó los ojos y la volvió a sujetar del cuello, pero esta vez por delante, alzándola por encima de su cabeza y dejando sus piernas colgando. Las uñas de la cortesana intentaron rasgar su piel y lo hicieron, pero a la egipcia nada le dolía, nada como aquello al menos. -Sigue luchando, bonita, así será más entretenido.- Con la mano libre sujetó una de las muñecas y la atrajo a su boca para morderla y chuparle algo de sangre. De inmediato la escupió y enfurecida clavó sus ocelos en la mirada de pánico de aquella rubia, proyectando en su mente un cúmulo de imágenes de tentáculos, de vísceras, de mutilaciones y destrucción. La humana empezó a gritar como una condenada, a llorar, a berrear, a dar patadas en el aire y a desgarrar la blanca piel de la inmortal. Ésta rio y la lanzó de nuevo, ésta vez contra un cúmulo de cajas de madera, algunas de ellas se astillaron y se rompieron algunas tablas con el fuerte impacto, amoratando aún más la dermis de la puta. -¿Creíste, por un solo momento, qué hoy sería tu último día?- Su voz se volvió más ronca, pero al mismo tiempo el volumen de ésta se elevó, haciendo temblar hasta las ventanas. -Ella tampoco…- Se le quebró el timbre por un segundo, pero no se detuvieron sus pasos descalzos sobre los adoquines ni tampoco se quebrantó su voluntad. Paró a poco más de un metro del cuerpo medio inconsciente de la muchacha y lo levantó sin tocarlo, como si unas cuerdas invisibles la sujetaran de las muñecas y los tobillos, y con un movimiento seco de cabeza de Mout, la desmembró.


Última edición por Mout el Jue Nov 23, 2017 10:29 am, editado 2 veces


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Mensaje por Lucifer Morningstar Miér Nov 22, 2017 4:35 pm

Despierta mi amor...

Astennu, vete...

Ellos ya vienen. Debes decidir...

Su propio reflejo le recibió al abrir los ojos. Como dos mundos paralelos, el mosaico de espejos que cubría el techo devolvía la imagen de cuanto había en el dormitorio. Todo vuelto del revés. La gran cama de dosel con sábanas rojas, elegidas especialmente para camuflar la sangre perdida durante sus habituales orgías carnales. Los muebles de noble secuoya hechos especialmente para él, que tenía más dinero del que se detenía a imaginar, y los adornos dorados aquí y allá para acabar de convertir su centro de descanso y diversión sexual en el propio de un rey. El del Infierno. Quien en esos momentos apartaba a un lado las voces que siempre le acompañaban en sueños.

Se puso en pie como si el aire le empujara suavemente y, desnudo, abrió el armario eligiendo las ropas para aquella noche en la que nada había planeado. Tal vez un paseo por el bullicioso centro; picotearía algo entre las rameras y más tarde buscaría a un par de bellezas que llevarse a casa para siempre. Las chicas malas eran su predilección, darles muerte tras el clímax era el mejor broche de oro para una noche perfecta. Se enfundó pantalón y chaleco negros, una camisa de manga ancha blanca -sin chorreras, pues el pijerío de aquella época no iba con él- y un abrigo de terciopelo azul por encima. En el dedo corazón el anillo de ónice que siempre llevaba consigo, así como su bastón cuya empuñadura era la cabeza de una serpiente.

Escuchó una vez decir que cada copo de nieve caído del cielo era distinto a los demás y no podía estar más intrigado. Pensaba en aquellos lugares gélidos donde nevaba a diario, en los miles y miles de copos que caían a cada hora. ¿Realmente eran todos ellos distintos entre sí? Resultaba asombroso incluso para aquel al que llamaban "Creador". No era más que una metáfora poético-filosófica -otra más dentro del gran abanico de explicaciones que trataban de buscarle a todo, a cada cual más retorcida- sobre los humanos y la identidad individual, una idea que derivaba en la misma conclusión: no importaba qué tan distintos se creyeran entre sí, todos terminaban del mismo modo. La ley de la naturaleza no hacía distinciones, cuando la muerte llegaba todos los copos de nieve se convertían en agua. En París no nevaba mucho, pero sí llegaban gentes de todos lados todo el tiempo. Cada noche resultaba un nuevo paseo por el intrínseco mundo del ser humano y su funcionamiento mental. Las tabernas e iglesias eran su mirador favorito, una ventana abierta al conocimiento. El alcohol y la religión tenían el curioso poder de hacer confesar al más duro de todos, por lo que una noche más se deslizó al amparo de la noche con sed de conocimiento.

El oído afinado y los pasos cortos, escuchando el latir de los corazones hasta dar con aquel cuyo ritmo era tan irregular como oscuros podrían ser sus pensamientos. El sonido le llevó hasta la agitación propia del miedo en un oscuro callejón donde una poderosa imagen captó su atención. Sin anunciar su llegada, se mantuvo en segundo plano observando la escena que transcurría ante sus ojos, tan malvada y perniciosa que de haber podido se habría sonrojado. Como buen diablo que era, supo paladear el toque de sadismo que la mujer insistía en remarcar, y como buen caballero esperó a que terminara con la pobre cortesana.

Y aplaudió.

Un aplauso sereno, sin esmerarse demasiado, una mísera muestra del agrado por lo presenciado. -Visto un rostro prestado para caminar entre humanos, mas mi aura es más negra que la caja que le aguarda a tal bella doncella. - Miró sin pena alguna el cuerpo inerte. - Lucifer es mi nombre. Así es, el mismísimo Rey del Averno soy. - Clavó su oscura mirada en la mujer, ganando un paso hacia ella. Una sutil sonrisa adornó su rostro al ver de más cerca su belleza. - No temas, no he venido a castigarte, por más infame que haya sido este último acto. - Señaló con un ademán de mano a la joven, eliminándola rápidamente de la ecuación. Ya no era más que un saco de carne aguardando los gusanos, nada por lo que perder el tiempo. - Solo quería darle las gracias, ma'am, por dejarme disfrutar de este fugaz momento de maldad. Y, tal vez, quisiera contarme qué alimenta con tanta fuerza el fuego de su ira, que destila incluso por la mirada.


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Mensaje por Mout Sáb Nov 25, 2017 6:50 am

La momia siempre estaba alerta, obviamente había sentido aquella presencia a sus espaldas, observando silenciosa la escena. Pero a ella poco le importaba, no tenía remordimientos ni miedos, le daba absolutamente igual que la acusaran, que la llevaran a la pira, que intentaran colgarla. En su cabeza sólo cabía una cosa, la venganza, y no descansaría hasta acabar con todos y cada uno de los descendientes de quienes mataron a su amada. Sabía que eran cientos porque procreaban como ratas, pero ella era inmortal, tenía toda la eternidad por delante y nada ni nadie se interpondría en la senda de su ira.

Cuando consideró terminada su laboral con la puta, y ni un segundo antes, giró la cabeza y por encima del hombro fulminó al intruso con la mirada. Supo de antes de ver su aura que era otro vampiro, porque lo olía. Y, sin embargo, a pesar de todo el odio contenido y de las ganas de seguir matando que tenía, aquel aplauso sosegado la confundió, fue nada, una fracción de segundo, pero suficiente para captar su interés y decidir postergar lo inevitable, que a ese inmortal también deseara matarle. Dio media vuelta sobre los talones, dejando que el resto de su cuerpo apuntara en la misma dirección que su vista y aguardó, paciente y silenciosa, atenta a las palabras que de aquellos labios brotaban. El tono era ostentoso, como la chaqueta que el vampiro portaba, y cada sílaba remarcaba más su personalidad o, al menos, la idea que él mismo creía que tenía de ella. Sonrió al escuchar el nombre de Lucifer y la descripción que se achacaba a sí mismo. Si, ciertamente, aquel individuo era quien proclamaba ser, la situación acababa de tornarse más interesante.

Ladeó la cabeza, momento en que se pudo escuchar un leve crujido, e hizo aparecer una pérfida sonrisa en sus prietos labios, que se negaban a mostrar los afilados y blanquecinos colmillos que ocultaba bajo dicha carnosidad. Sus pupilas mermaron, dilatadas hasta entonces por la excitación que sesgar una vida le provocaba. Despegó los belfos y, al hablar, su voz sonó sibilina, como si su lengua se interpusiera entre sus dientes en algunas sílabas. -Jamás pensé que conocería al mismísimo Rey del Averno en persona.- Dio un paso al frente, lento, dejando que sus pies desnudos sintieran la humedad del suelo y ascendiera por su fría piel, adhiriéndose. Entornó los ojos y sus irises parecieron bailar, estudiando la figura ajena que, poco a poco, estaba más cerca. -¿Cuál es el verdadero papel de Lucifer?- Inquirió, como si hablaran de una tercera persona, mas no omitiendo su presencia ni otorgando una entonación que dijera que negaba que él fuera quien mencionaba. Era una pregunta muy concreta que buscaba una contestación amplia. Si no quería castigarla, ¿por qué? ¿No era acaso ese el trabajo del Rey del Averno? Purgar almas, castigar con la eterna tortura a aquellos que habían pecado en su vida. Aunque claro, Mout, en cierto modo ya estaba muerta y ya sufría tormento cada vez que cerraba los ojos y descansaba la vista.

Terminó de acortar la distancia, no del todo, pero la suficiente como para que, de haber sido seres humanos normales, elegantes y cordiales, se dieran la mano. Repasó mentalmente lo que él le había cuestionado, paladeando con la lengua la sensación pastosa de la sangre amarga que la puta le había dejado. -La venganza tiñe mis noches y el día, lejos de apaciguarme u otorgarme reposo, sólo acrecienta mi sed.-


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Mensaje por Lucifer Morningstar Sáb Nov 25, 2017 4:44 pm

Arena. Nacidos en un océano de arena. Así llegaron los hijos de los dioses antiguos. El desierto era el útero en el que despertaron y que más tarde abandonaron. O eso creían ellos. Pues con el tiempo acabó instalándose en sus corazones. Secos, marchitos. No importaba si recordaban o no el pasado, el viento removía las dunas secando cada vez más el órgano que aún estando vivos dejaron de usar. Arena. Salada como la sangre, de la que se alimentaban tal vez buscando el pecho materno del que fueron arrancados. Los ecos de aquella tierra que parecía tan lejana resonaron en el vacuo interior del que se creía el rey de los avernos, justo en el momento que sus ojos se clavaron en el rostro de la mujer que tenía delante. Un latido estalló en su subconsciente, removiendo los pecados que los siglos habían enterrado bajo granulados montículos. Y sus ojos, más oscuros que el cielo con el que ella no dejaba de soñar, se tiñeron de un peligroso rojo fuego.

Un nombre le vino a la mente mientras, inmóvil y con una seriedad letal, observaba a la vampira. Un nombre que no comprendía a qué venía si no recordaba haberlo rezado jamás. Meretites. Lujuria hecha mujer. El desconcierto fue provocado por ella. Por su tono de piel que, incluso manchado por la muerte, recordaba el tostado de la arena. Por sus ojos, cuyas densas pestañas creaban un oscuro marco alrededor, igual que en los de él. Y el azabache de su melena, que solo traía recuerdos de muerte y pesar. Un pesar al que no encontraba lógica en el laberinto que los siglos habían transformado su mente.

La voz le despertó y volvió la tranquila oscuridad en sus ojos. El misterio que la cainita había creado seguía hormigueando en su cabeza, no obstante no se permitiría jamás mostrar debilidad alguna ante nadie. Él era el mismísimo ángel caído, el demonio al que nadie engaña.

-Dicen las escrituras que su función es castigar... - respondió con pasmosa calma, mostrando una sonrisa que inspiraría a la misma Mona Lisa. La sonrisa del que tal vez lo sabe todo. - Mas los libros han sido escritos por el hombre y este siempre miente y fabula. Mi función es observar y dejar que aquello que "Padre" les dio a los humanos, a diferencia de los animales, les aprisione y ahogue. La Culpa es el mayor infierno que uno pueda esperar. Y tú, querida, no cargas con ella.

La reciente cercanía entre sus cuerpos hizo latir de nuevo el recuerdo, demasiado débil todavía para darle importancia. Y como rey que era, se tomó el placer de alzar la mano y acariciar con los nudillos, de modo más suave que sábanas de algodón protegiendo a un recién nacido, el pómulo de la mujer sin borrar de su semblante la sonrisa bailarina que no auguraba nada bueno y que parecía esconder una mente muy traviesa. - ¿Por qué, querida, caes en un juego humano tan ordinario como es el impulso de venganza? Tienes al Tiempo de tu lado y la fuerza de un ejército, ¿por qué limitarse a perseguir lo que la Muerte se llevará tarde o temprano?

Nuevamente se tomó el privilegio de actuar sin consentimiento cuando se inclinó hacia ella rompiendo el pequeño abismo que les distanciaba. Robó un roce de sus labios, una acaricia aterciopelada con la punta de su sibilina lengua para recoger la sangre de la puta cuyo cuerpo solo podía esperar la llegada de los gusanos, que pronto disfrutarían del festín que tan grotescamente se les había servido en bandeja. La víctima no era más que una ramera cualquiera, sangre de la más rebajada casta, y aún así en los labios de la egipcia supo a néctar de los dioses.

-Cuéntame tu historia, querida hermana, pues mientras tú sufres por sed de venganza, yo la padezco por curiosidad. Déjame entender por qué llevas estas pesadas cadenas que te apresan y no te permiten ser la diosa que podrías ser...


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Mensaje por Mout Mar Nov 28, 2017 4:54 am

Durante unos segundos, que para inmortales como ellos no tenían valor alguno, le pareció que el vampiro frente a ella viajaba a otro lugar, a otro tiempo, algo que ella conocía bien, pues cada vez que cerraba los ojos, le ocurría lo mismo. Aún así, fue sólo una suposición, y aunque fuera cierta, ¿a ella qué le importaba lo que hiciera que los ojos del Rey del Averno titilaran de aquella manera? Ignoró lo ocurrido y esperó a que hablara, cosa que sucedió enseguida. Le escuchó entonces con atención, con cierta curiosidad incluso, pues era la primera vez que se cruzaba con un hombre como aquel, que en vez de juzgarla, aunque a ella le diera absolutamente lo mismo, aplaudía sus actos y, al mismo tiempo, se mostraba impasible, tranquilo, calmo. Mas al escuchar la referencia a la culpa, algo desdobló sus pupilas, un acuciante dolor en el recuerdo, pues cargaba ella con una muy grande, la de no haber podido salvar a su amada Nefertiti, pero lo ocultaba perfectamente tras el gigantesco sentimiento de ira que acarreaba allí a donde iba.

Sus ojos viajaron junto con la mano adversa, siguiendo el recorrido que ésta seguía al ascender, hasta posarse sobre su rostro. El tacto de ambos era frío, así que no sintió el asco repentino que, en más de una ocasión, había experimentado al ser rozada siquiera por un humano. Y aún sin esa sensación repulsiva, apartó la mano de su mejilla al pasar los dedos de su diestra bajo la muñeca ajena. -Porque no es suficiente con que mueran, deben sufrir como lo hice yo, como lo hizo ella.- El fulgor que brilló en los ocelos ambarinos de la momia, similar al fuego del infierno, irradiaba furia. El recuerdo de la muerte de la que había sido el único amor de Mout, el cómo acabaron con ella sin miramientos, como, aún con un hilo de vida, hicieron pedazos su cuerpo ante la mirada de la que era su concubina. Y, mientras su mente se sumía en aquella laguna oscura que era el pasado, uno que durante su letargo se había recreado como la más deliciosa pesadilla, no se percató de la cercanía repentina del rostro foráneo y hasta que la lengua sibilina del moreno rozó sus labios. No hizo aspavientos, no era ninguna niña y de allí de donde ella venía, los faraones siempre se tomaban aquel tipo de confianzas y muchas otras que, dadas las circunstancias, sí que no consentiría.

Dio medio paso atrás, buscando cierta distancia, prudente, elegante, necesaria. Ladeó la cabeza, estudiando la idea, la posibilidad de despegar de nuevo sus belfos y hablar, la oportunidad de contarle a alguien lo que sentía, lo que día tras día en su eterna inmortalidad, vivía. Hasta entonces sólo se había explayado con los muertos, pero con aquellos que no se movían, así que dejar que unos oídos la escucharan, sería una novedad, algo que, tal vez, no estaría tan mal. -Vayamos a otra parte, el olor de esta fulana me está empezando a desagradar.- Pasó junto al moreno y se encaminó hacia algún bar donde poder sentarse y charlar con más “normalidad”. Aunque deberían abandonar aquella zona, los beodos le daban dolor de cabeza, aunque fuera sólo algo que ella misma se inducía. Esperó que le siguiera, aunque vista su actitud, seguramente se situaría a su lado enseguida y así, los dos juntos se alejarían de aquellas callejuelas, de aquel barrio e ingresarían a uno algo más cuidado.


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Mensaje por Lucifer Morningstar Mar Dic 19, 2017 12:41 pm

La decadencia no producía alergia alguna en el diablo, sino todo lo contrario. Disfrutaba de la pobre y pudredumbre que infestaba las calles más retorcidas de la ciudad como el sibarita que apreciaría un buen cuadro. No le importaba lo más mínimo la suerte que corrieran los humanos, no eran en absoluto asunto suyo -al menos mientras siguieran vivos. De hecho, cuanta más miseria y autodestrucción tiñera la humanidad, más se regodeaba él. La causalidad del ser humano. Todas las esperanzas que Padre puso en aquel tan deseado "Paraíso" eran esfuerzo perdido, pues el ser que creó con tanto orgullo no era más que una constante decepción. Y aquello le agradaba tanto como le enfurecía: ellos, los seres celestiales, sus verdaderos hijos, habían sido apartados a un lado por ese virus llamado "hombre". Aún así, abandonó aquella escena de cruda realidad para acompañar a la mujer, movido por la curiosidad del que evita el aburrimiento a toda costa pues nunca trae nada bueno.

Dejó que fuera Mout quien elegiriera dónde continuar su charla, ya que para él cualquier sitio sería una nueva ventana por la que observar el regalo inmerecido, y se mantuvo en silencio manteniendo el paso a su lado como bien predijo ella. Había accedido a satisfacer sus ganas de saber, no era necesario añadir más palabrería innecesaria de camino al lugar.

Se deshizo del abrigo nada más llegar, observando con solemnidad cómo el dinero parecía enmascarar la realidad: que el mundo iba de cabeza a la destrucción. Los lamentos fueron sustituidos por falsa alegría. El hedor a muerte se ocultaba bajo una nube de perfume. Mientras en el exterior se luchaba contra la Muerte, allí dentro se era ajeno a ella, aunque llegara a todos por igual. Sonrió ante aquel teatro mientras tomaba asiento en una mesa donde nadie pudiera molestarlos, pidiendo una copa de vino por el simple placer de su color, puesto que el alcohol no haría nunca mella en él. - Tengo predilección por los adinerados - comentó con serenidad, sin prisa por llegar al tema que les había llevado hasta allí. Ninguno de los dos tenía problemas con el tiempo. - Cuando encuentran el Infierno saborean por primera vez el dolor y padecimiento que su acomodada posición les ha evitado en vida. Sus lamentos no terminan nunca, su llanto es el que más alto se oye. Aquel que tiene es el que más pierde...

Agradeció con una amplia sonrisa al camarero cuando les trajo las bebidas y dio el primer sorbo. Pequeño, dejando que la fruta corrompida acariciara su lengua. Tras lo que parecía un ritual, pero no era más que una ceremoniosa pausa, clavó sus negros ojos en la vampira una vez más, con la incertidumbre padecida en el callejón ya olvidada. - Estoy ansioso por escucharte hablar, querida.


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Mensaje por Mout Jue Dic 21, 2017 1:27 pm

Una vez en un barrio residencial en el que había menos gente deambulando por la calle, más calma y menos locales, la tensión que la momia portaba sobre sus hombros pareció menguar. Recordó un lugar que vio noches atrás en uno de sus paseos en busca de paz, cosa que nunca encontraba, pero que jamás dejaba de anhelar. Los pies de la vampiresa les llevaron directamente a un local poco concurrido donde, por algún motivo desconocido, no se permitía fumar. Aquel había sido el motivo principal que llamara la atención de la morena, ya que el olor del tabaco le solía desagradar, contrario al aroma más intenso del opio que le gustaba de más.

Una vez dentro, como ella no portaba nada de abrigo, fue directa a sentarse, ignorando las indicaciones de una joven muchacha, una mesera, que parecía querer guiarles a una mesa. N siquiera le dirigió la mirada, pasó completamente de ella, como si ni existiera. Tomó asiento donde quiso y aguardó a que su acompañante hiciera lo mismo. Levantó dos dedos para indicarle a la mujer que ella también quería vino, eso cuando al fin reconoció que estaba allí y no era una mera sombra. Se centró entonces en el hombre de ojos maquillados que la observaba y le contaba sobre sus predilecciones a la hora de alimentarse. A ella casi todos los seres humanos le resultaban repulsivos, así que había optado por alimentarse de cambiantes, puesto que los licántropos les resultaban casi veneno puro. -Yo detesto a los hombres.- No se refería a su sexo, sino a su condición mortal, inferior y débil. A su incapacidad para resistirse a las tentaciones, a los pecados, a los sobornos, a la soberbia… Aquellas cosas habían traído la muerte a su amada y tan sólo deseaba acabar con ellas. Sin embargo, se conformaría con aniquilar al linaje que había heredado la sangre de sus verdugos.

Ahora se les aproximó un camarero, seguramente la mujer se había acobardado y no deseaba volver a atenderles. A la egipcia no le importó lo más mínimo el cambio, todos seguían siendo meras ovejas. Ella dejó reposar su copa sin tocar, tal vez más tarde bebería. -Hace milenios, en Egipto...- Nada más empezar hizo una pausa, como si necesitara tomar aire, algo absurdo, puesto que ella no respiraba. -Hubo hombres que traicionaron a mi reina. La sacaron de la alcoba y la sacrificaron como si fuera una bestia.- Las imágenes se sucedían ante sus ojos de mirada perdida, como si pudiera presenciar de nuevo la escena, como si todo se repitiera. Sus palabras parecían cobrar vida y el timbre de su voz se afectaba a medida que narraba. -Aún recuerdo su mirada... Sus orbes oscurecidas por la rabia, sus últimas palabras que, en vez de gritos, fueron un susurro hacia mis oídos…-


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Mensaje por Lucifer Morningstar Dom Dic 31, 2017 10:41 am

Hubo un tiempo no muy lejano en el que él también odió a la humanidad por recibir tanta atención de Padre. Ellos, seres imperfectos tropezando una vez tras otra con la misma piedra, eran los protegidos. Y eso le llenaba de ira y celos. Hasta que aprendió que estaba muy por encima de tales pecados. Que él era el portador, no el que debía sufrir, y que tarde o temprano Él también se daría cuenta del error que había cometido, como ya había ocurrido en el pasado, tanto con Eva como con el Diluvio. Mout, ahí sentada a su lado, parecía un reflejo de lo que él mismo fue mil años atrás. Con la furia como compañera y la venganza en el horizonte. Eran todas esas cosas que tenían en común lo que hacían que la viera con ojos muy distintos. No era una vampira más -o un demonio, como él los llamaba-, el tormento que cargaba en su alma tenía un color muy conocido para él aunque estuviera enterrado en sus recuerdos, y la curiosidad iba creciendo conforme los detalles salían a la luz.

Egipto... No había vuelto a pisar aquella árida tierra desde... no recordaba cuándo. Conocía la historia, la cultura, las costumbres, pues todo salía en los libros que durante la eternidad fue devorando, pero no había ido jamás desde que se empezara a llamar Luz del Alba. Su solo nombre le provocaba una extraña y desconcertante tensión en la nuca que quiso apartar de inmediato dando un buen trago a su copa de vino. Su mano, siempre tan firme, parecía sufrir un ligero temblor que ocultó de inmediato bajo la mesa. No pensaba dejar a la vista debilidad alguna ante nadie.  

-Siempre me ha gustado una buena venganza, sin duda mejor que cualquier castigo. Aunque, mirándolo bien, son sinónimos uno del otro - sonrió, con los ojos clavados en ella sin ser consciente del análisis al que la estaba sometiendo. Había algo en aquel rompecabezas que no lograba entender, mas su mente se sentía atraída cual polilla a la luz. Porque así estaba Astennu, encerrado en una oscuridad con nombre de locura. - Desde el Génesis, la mujer siempre ha sido víctima del azote del hombre. Se os ha marcado como el eslabón más débil, cuando la realidad es que sois mucho más fuertes que ellos. Eva os enseñó a no resignaros y buscar el conocimiento sea cual sea el precio a pagar y eso os hace merecedoras de un orgullo puro. Es por ello que no me gustaría ver que perdieras la cabeza por esa venganza. Toma el puesto de tu amada y conviértete en reina.

Le llamaban el portador de luz, pero se sentía más como un susurrador. Él no empujaba al pecado, solo regaba lo que ya estaba sembrado. La responsabilidad de las consecuencias recaía únicamente en aquel que le escuchara, pues la elección estaba en sus manos.

-¿Cuáles fueron sus últimas palabras? - preguntó con curiosidad. De estar vivo su corazón, este retumbaría cual grupo de tambores en la selva más profunda. Mout era la cerilla capaz de encender la mecha que haría estallar su mente y poner patas arriba todo cuanto había creado hasta ese día. Y ni siquiera era consciente de ello.


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Mensaje por Mout Miér Ene 03, 2018 7:07 am

Sus orbes, que ya desde que se topara con el otro vampiro habían dejado de tener los iris desdoblados, ahora se veían claramente marrones, del mismo color con los que había vivido su mortalidad, aquellos rasgados de párpados finos que la delataban claramente como egipcia. Sin embargo, sus pupilas estaban sumamente dilatadas, oscureciendo su mirada, una que no estaba en el presente, ni entre los que respiraban. Sus ojos se encontraban en el pasado, sumidos en un recuerdo que la atormentaba, pero que, al mismo tiempo, era su único vínculo con su amada. Por mucho que lo intentara, sólo aquella noche se repetía en su cabeza, era incapaz de encontrar otro instante al que aferrarse, aquel era su castigo por haberla sobrevivido y su penitencia, sería la venganza.

Sólo las palabras del mismísimo Lucifer podían traerla de vuelta de aquel infierno con tonalidades de cielo. Empequeñecieron de nuevo aquellos puntos negros en el centro de sus coloreados ocelos. Giró el rostro a enfrentar el ajeno, sin percatarse del gesto que el diablo hacía al ocultar su mano. Ella, aunque ya estaba con él, seguía algo ida y le costaba centrarse en algo que no fuera la voz del guardián del inframundo. -No me interesa el poder.- El trono era algo que a la momia no le importaba lo más mínimo. Y si bien podría haberse expuesto al sol y terminar con su tormento, le había prometido a Nefertiti vengar su muerte, su asesinato, aquel sacrificio sinsentido, aquella atrocidad.

Llevó un dedo a la punta de su propia nariz e hizo ascender lentamente la yema hasta la frente, como si con ello intentara mitigar un dolor acuciante de cabeza que era imposible de eliminar. Aguardó varios segundos antes de hablar de nuevo, buscando responder a la pregunta que le había formulado, pero la que, a la vez, ella no deseaba contestar. El timbre de la voz de la vampiresa había cambiado, había dejado atrás la oscuridad, no porque aquellas palabras no la llevaran a un profundo abismo, sino porque sentía que al repetir lo que su amada había dicho, debía hacerlo con respeto y veneración. -Vive por mí...- Su corazón, aquel órgano marchito que ahora sólo ocupaba el mismo espacio que una aceituna en el pecho de la inmortal, parecía querer volver a latir, pero era imposible. Se clarearon sus iris, tornándose casi del color de la miel con pequeñas motas negras, mas no llegaron a dividirse como ocurriera en el callejón. Volvía a sentir aquella sed imposible de aplacar, recorriendo su garganta, sus venas, su ser al completo. Podía sentirla incluso trepar por su piel, aferrarse a la columna vertebral e intentar estrangular cada articulación de su cuerpo para instarla a cumplir aquella promesa que le había formulado al cuerpo inerte de la mujer más bella que jamás había existido.

-Los que porten la sangre de aquellos que, sin miramientos, llevaron a su muerte a Nefertiti, perecerán.- Sentenció, regresando a su tono habitual de voz, algo ronco, lento y con el acento que su origen le caracterizaba, pues a pesar de haber pasado los últimos años estudiando lenguas, jamás dejaría atrás aquello que la marcaba como lo que era, la fiel servidora de la consorte real de Egipto.


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Mensaje por Lucifer Morningstar Lun Ene 22, 2018 6:45 am

Su rostro fue desgarrado por una sonrisa cargada de sarcasmo ante la afirmación de la egipcia, dándose incluso el lujo de soltar el aire con sutil mofa. - No sé si sentirme ofendido porque tratas de engañarme, o reír ante el hecho de que no eres siquiera consciente de tus propios deseos... Por supuesto que te interesa el poder. Toda criatura, sea o no divina, siente ese deseo. Podríamos decir que es algo innato en todos nosotros... - movió la espalda acomodándola mejor en el respaldo y se cruzó de piernas, relajándose ante lo que parecía una larga conversación que cada vez disfrutaba más. - La búsqueda del poder no solo reside en someter a los demás mediante una corona de oro. Está el poder de la palabra, de una ideología... un pensamiento - la miró fijamente. - Tal vez no sea un trono lo que más deseas, pero sí imponerte ante aquellos que marcaron con sangre tu pasado, ese que pareces no ser capaz de olvidar aún con el paso de los siglos. Los sometes en cuerpo y alma con el poder que tienes y eso es indiscutible.

Dio un sorbo a la copa fijando de vuelta la mirada en aquellos que les rodeaban. Incluso el más sencillo de los hombres que ahí se encontraba usaba el poder para someter a su propia esposa e hijos. - Vive por mí... - repitió las palabras de la vampira con aire pensativo. Nuevamente se encargó de, con el tono más sereno y sutil, implantar la duda en ella. - ¿Crees realmente que estás haciendo honor a su último deseo? ¿Que estás disfrutando de una vida que a ella le fue arrebatada? Te fue pedido que aprovecharas la oportunidad y, en lugar de eso, eres esclava de tu propia venganza, condenada a revivir una y otra vez el mal recuerdo que os separó. Me pregunto si ella hubiera hecho lo mismo de estar en tu situación...

¿Y él? ¿Viviría siendo también esclavo de la venganza ciega de recordar quien realmente era? Sus historias eran muy similares. Distinta época, distintos cargos ostentados, pero aún así con un mismo trágico desenlace. El encierro al que fue sometido durante mil años había desfragmentado su mente hasta el punto de no reconocerse en las antiguas escrituras, sin embargo sus emociones, sus pensamientos, no estaban muy alejados del hombre que debería ser. Enmascarados tras la firme idea de que era el rey de los infiernos, el hijo desterrado del mismísimo Dios judío, sus ideales habían cambiado de dirección, mas seguían muy vivos en él. El rencor hacia un padre que no perdonó sus actos. El odio hacia una humanidad que no le permitió amar o vivir como él deseaba. Y el castigo de ser encerrado durante una eternidad en la más absoluta oscuridad, lejos de cualquier contacto con sus "hermanos". Lucifer solo era un traje que Astennu usaba para no retorcerse en el dolor de su pérdida. Y lo había llevado durante tanto tiempo que estaba adherido a su piel, incapaz de saber dónde terminaba uno y empezaba el otro.

Tal vez no fuera ya un hombre vengativo, pero sin duda era rencoroso.

-¿Cuáles eran sus deseos? - prosiguió con su magia. - ¿Qué lugares quería visitar? Crees que estás cobrando venganza por ella y poco a poco liberando tu pesar, mas todo lo contrario. Con cada cadena que liberas, aparece inmediatamente otra auto impuesta por tu búsqueda del siguiente descendiente. Jamás serás libre. Y, sin libertad, no podrás hacer honor a las últimas palabras de tu amada.


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Mensaje por Mout Miér Ene 24, 2018 11:51 am

La expresión de su rostro no cambió cuando el que tomaba asiento frente a ella parecía mofarse de su negativa al poder. Le escuchó hablar, divagar más bien, y enseguida se percató que había cambiado el modo en que hacía referencia a la palabra, únicamente con el propósito de quitarle la razón. A ella poco le importaba tener o no la verdad absoluta de su lado, nada era relevante en su existencia, excepto la venganza. -Si mi intención fuera, únicamente, la de someterlos, los tendría esclavizados hasta el día en que murieran de desnutrición, por agotamiento, a causa de alguna enfermedad o, sencillamente, de viejos.-

Se inclinó hacia delante, apoyando ambas manos con los dedos abiertos sobre la mesa. Sus pupilas e iris se empezaron a dividir de nuevo, otorgando un tono aún más lúgubre a sus palabras. -Mas lo que yo busco es darles caza, verles sufrir y arrebatarles la vida. Con algunos me tomo más tiempo y les hago lo mismo que ellos a mí: robo de sus corazones aquello que más aman, lo destrozo frente a sus miradas atónitas, aterradas. Y después de escucharles llorar, suplicar y desear mi muerte, entonces, sólo entonces, y porque yo no soy el monstruo que ellos fueron una vez, le pongo fin a su tortura.- No pretendía parecer una salvadora, porque obviamente no lo era, tampoco les regalaba nada, pues sabía que en el infierno les encontraría de nuevo, con la guardia baja, creyendo que ya habían pagado por sus pecados, que ya habían purgado sus almas. Y entonces se vengaría de nuevo, en ese momento iniciaría el verdadero tormento, aquel eterno y sin pausa, como un círculo vicioso en el que un infractor tras otro encadenarían sus marchas frente al potro de tortura de la momia. Y todo eso se podía ver en sus orbes como si fueran un espejo que mostrara el futuro y se lo estaba enseñando a Lucifer, aquel que decía reinar en los infiernos, aquel que, llegado el momento, podría ser testigo en vivo y en directo del final de su camino, la realización de su vendetta.

Cuando el contrario tocó el tema de Nefertiti, los ojos ambarinos de la dama se oscurecieron hasta volverse casi negros, fundiéndose con las pupilas, dilatándose hasta cubrir todo el glóbulo. Se convirtieron en dos pozos vacíos, dos agujeros al pasado, a un dolor que la hacía sentir aún viva. Sentía como si cada recuerdo le desgarrara piel y carne, se la comiera a bocados lentos y dolorosos, estirando de los músculos, royendo sus huesos. Sin embargo, Mout estaba muerta, tanto como su propia amada, pero con una única diferencia, ella aún se movía y podía dar caza a quienes arrebataron la belleza más perfecta de la faz de la tierra. -Ella me pidió algo que yo puedo cumplir. Nefertiti era mi alma, y la arrancaron de mi cuerpo. Era mi corazón, y tras abrirme el pecho lo sacaron y drenaron. Era mi vida, y la sesgaron.- Hizo una nueva pausa, dejando caer los pálidos párpados, ocultando aquella oscuridad que anidaba en su mente. -Así que dime, rey del infierno, ¿cómo se puede vivir sin alma, corazón ni vida misma? Es, literalmente, imposible.-


Última edición por Mout el Sáb Feb 10, 2018 12:04 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Lucifer Morningstar Miér Feb 07, 2018 12:58 pm

-Yo no tengo alma, mucho menos corazón, y me divierto bastante - rió entre dientes, como si quisiera remarcar el hecho de que todo cuanto sucedía, todo lo que se hablaba, siempre se lo tomaba desde el punto de vista del optimista. Él era el mismísimo rey de los infiernos, no había nada que temer; allá en la tierra su única función era entretenerse con el juego que el "buen" Dios dispuso para los humanos. A sus ojos, lo que hacía Mout era eternidad perdida, un valioso tiempo muy desaprovechado, pero también era consciente que no le haría cambiar de opinión fácilmente. - Te das cuenta que esa búsqueda de los herederos no tiene meta final, ¿no? La humanidad procede de Adan, Lilith y Eva, y cierto incesto con sus hijos Cain y Abel. Los lazos sanguíneos se esparcen igual que una enfermedad, es muy difícil, por no decir imposible, que logres acabar con todos los descendientes. Mientras buscas a unos aquí, otros más allá están procreado, y estos a la vez esparciéndose de nuevo. Cherrie, estás condenada a vagar eternamente...

Tras una rápida mirada a sus ojos oscuros, volvió la vista al frente recuperando la copa de vino que con tanta charla yacía abandonada sobre la mesa. Un recorrido visual por el local le hizo testigo de las féminas que parecían interesadas en su persona. Nada nuevo. Ya fueran sus ropas, el poder que desprendía o el atractivo que le caracterizaba, siempre despertaba miradas de lujuria alrededor. Y le encantaba... De no estar en buena compañía en ese instante, habría hecho que algunas se acercaran para divertirse un poco. Pero algo le decía que su tocaya no estaría tan de acuerdo. Mujer tan tensa no había conocido en vida. Se desabrochó un par de botones de la camisa acomodándose en la silla, cruzando una pierna sobre la otra en actitud relajada.

-¿Y qué más hace cherrie Mout a parte de cazar descendientes? Algo debe haber que la entretenga... - volvió a mirarla con la cabeza ligeramente ladeada. El índice de su mano derecha, cuya uña afilada prometía heridas profundas, se paseaba alrededor de la boca de la copa que aún seguía en su mano. El sonido que aquello provocaba solía poner nerviosos a los lobos y cambiantes y, aunque dudaba que un local de tal categoría fuera frecuentado por esas razas, sentía curiosidad por ver quién era el primero en saltar.


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Mensaje por Mout Lun Abr 02, 2018 10:29 am

Escuchó las palabras del supuesto rey del infierno que parecía ni inmutarse con el dolor que ella le había mostrado. Había implantado en la mente ajena la visión de su pérdida, el sentimiento de su sufrir y él, como el demonio que abanderaba ser, se mostró completamente impasible. Pero claro, ¿qué esperaba de hablar con alguien como ese ser? Cristalino como el agua se veía que no sería capaz de comprender jamás su pérdida, que por mucho que le preguntara y fingiera desear saber, se cerraba a conocer la verdad, pues las palabras solas no podían abarcar el peso que la momia cargaba sobre sus hombros.

La egipcia arrugó la nariz en una extraña muestra de desagrado que hacía mucho tiempo que no usaba, al menos, desde que Nefertiti muriera. -¿Y por qué debería importarme vagar eternamente? Soy inmortal, tiempo es lo único que tengo en abundancia.- Recuperó la copa de la mesa y le dio un primer tiento con el olfato, paseando el vidrio bajo sus fosas, aspirando levemente. Decidió regresarlo a su lugar, porque el aroma no le resultó apetecible.

No pensaba contárselo al vampiro, porque, a fin de cuentas, no era asunto suyo, pero ella ya sabía que los humanos se reproducían como conejos y que, tras los tres mil años que había pasado en letargo, los descendientes se contaban a cientos y miles. Pero ya había hecho sus indagaciones y encontrado varios mercenarios aquí y allá que eliminaran a las ratas menos problemáticas, aquellos que descendían de los que no causaron la muerte de su amada, pero que se quedaron mirando sin hacer nada. Esos también merecían conocer el fin de los días y viajar al territorio del hombre que tenía delante. Aquel que, supuestamente, regentaba con mano dura y una predilección retorcida por el sufrimiento, o eso se leía en algunos libros, al menos. Y con esa idea en mente, se decidió a preguntarle. -¿Qué te dedicas a hacer aquí arriba? ¿No deberías estar en el inframundo controlando las almas condenadas? Viéndolas sufrir, gozando con cada castigo que sentencias?- Ladeó la cabeza al inclinarse hacia delante, con movimientos sibilinos como los de una cobra. Su cuerpo osciló levente a un lado y a otro, instándole a contestar a su interrogante. Ya que él no le prestaba la atención que su causa merecía, que al menos le explicara por qué él no disfrutaba de su labor, una que, dada la sed venganza acumulada en Mout, se le antojaba como la mejor tarea habida y por haber en ese maldito mundo en el que se encontraban.


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