AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Deborah (Jinete del apocalipsis)
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Deborah (Jinete del apocalipsis)
Personalidad
“Porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso: ponerse de acuerdo, y dar su reino a la bestia, hasta que se cumplan las palabras de Dios.” Apocalipsis 17:17
Justo como le fue instruido por su padre putativo, Deborah se ha aferrado a la idea de que llegó a esta tierra para ser recipiente de un poder divino, un poder digno del Dios del primer testamento, ese Dios absoluto y destructivo que castiga con mano férrea y reina a través del miedo. Sin embargo, el tiempo, su magia oscura y el destino le convirtieron en amante del caos, no como aquella guerrera bíblica cuya misión suponía expiar el planeta de la depravación humana, sino como portadora de uno de los males que guiará el camino de los condenados a las profundidades del infierno; no como profeta de lo justo, sino como verdugo.
Siendo la menor de los cuatro huérfanos, Deborah creció mimada, tanto por sus hermanos como por el mismo Canicus. Tiende a encapricharse con facilidad y de la misma forma perder el interés. Está acostumbra a conseguir lo que quiere, cuando lo quiere y no conoce límites en cuanto a ello respecta. Es implacable, obstinada e impetuosa, nada le satisface por completo y por ello vaga en eterna búsqueda de saciar sus ansias: más desastre, más pasión, más muerte… mas nada parece suficiente, a excepción de sus hermanos.
Encuentra retorcido gusto en los juegos mentales, despertar el ansia más oscura de la víctima y esperar a que ello se convierta en su destrucción. Bien conoce que el hambre no se reduce a la acción de comer y que existe más de una clase de apetito: amor, dinero, poder… cualquiera que sea la necesidad, ella la convertirá en su arma.
Ama a su padre con fervor y que este hubiese retomado el hábito para darles caza a ella y sus hermanos, desequilibró su alma, despertando emociones que no era consciente de poseer. Desde la traición del inquisidor en ella se originó el hambre más tenaz de todas: necesidad de aprobación. A pesar de que sus sentimientos hacia la humanidad distan del odio, Deborah está dispuesta a erradicarla con su pecado, justo como se lo enseñó Canicus… quizá con la vana esperanza de que algún día pueda quererle de nuevo.
Justo como le fue instruido por su padre putativo, Deborah se ha aferrado a la idea de que llegó a esta tierra para ser recipiente de un poder divino, un poder digno del Dios del primer testamento, ese Dios absoluto y destructivo que castiga con mano férrea y reina a través del miedo. Sin embargo, el tiempo, su magia oscura y el destino le convirtieron en amante del caos, no como aquella guerrera bíblica cuya misión suponía expiar el planeta de la depravación humana, sino como portadora de uno de los males que guiará el camino de los condenados a las profundidades del infierno; no como profeta de lo justo, sino como verdugo.
Siendo la menor de los cuatro huérfanos, Deborah creció mimada, tanto por sus hermanos como por el mismo Canicus. Tiende a encapricharse con facilidad y de la misma forma perder el interés. Está acostumbra a conseguir lo que quiere, cuando lo quiere y no conoce límites en cuanto a ello respecta. Es implacable, obstinada e impetuosa, nada le satisface por completo y por ello vaga en eterna búsqueda de saciar sus ansias: más desastre, más pasión, más muerte… mas nada parece suficiente, a excepción de sus hermanos.
Encuentra retorcido gusto en los juegos mentales, despertar el ansia más oscura de la víctima y esperar a que ello se convierta en su destrucción. Bien conoce que el hambre no se reduce a la acción de comer y que existe más de una clase de apetito: amor, dinero, poder… cualquiera que sea la necesidad, ella la convertirá en su arma.
Ama a su padre con fervor y que este hubiese retomado el hábito para darles caza a ella y sus hermanos, desequilibró su alma, despertando emociones que no era consciente de poseer. Desde la traición del inquisidor en ella se originó el hambre más tenaz de todas: necesidad de aprobación. A pesar de que sus sentimientos hacia la humanidad distan del odio, Deborah está dispuesta a erradicarla con su pecado, justo como se lo enseñó Canicus… quizá con la vana esperanza de que algún día pueda quererle de nuevo.
Historia
Deborah nació un sofocante día de verano, justo cuando el sol de medio día resplandecía incandescente en su punto más alto. Su concepción fue producto del amorío de una esclava con su señor, un feudal acaudalado prometido a la entonces condesa italiana. Eran tiempos de sequía, de hambre y de arduo trabajo, una situación que no diferenciaba sexo ni condición, por lo que su madre laboró con dedicación hasta el último día del embarazo.
Fue parida con esfuerzo en medio de un extenso campo de trigo, terreno fértil del que brotaba cereal en abundancia mientras quienes lo cultivaban caían muertos por deshidratación o inanición en algún rincón de la propiedad de su amo.
La pequeña no alcanzó a llegar a los brazos de su madre. Tan pronto como la condesa se enteró del parto, careciendo del estómago necesario para ordenar la muerte de un bebé, decretó en cambio la sentencia de la madre. Deborah, con sólo un par de horas de existencia y ya huérfana —pues el padre jamás le reconocería como suya— fue enviada a un orfanato de la capital, donde años después le adoptaría un inquisidor con planes bastante peculiares.
Fue en una noche de muertos cuando el inquisidor Canicus perdió a toda su familia, mujer y dos preciosas niñas de doce y catorce años respectivamente. Cabría pensar que fue a manos de una criatura de las que cazaba habitualmente, pero no fue así, fue en el patio del monasterio de Les Claires, quemadas hasta ser reducidas a cenizas por parte de del Inquisidor general. Semanas antes, un lobo había mordido a su familia en un accidente fortuito y el inquisidor, aunque tenía firmes convicciones, no podía matar a su propia familia. Su fe se tambaleó y fue la propia Inquisición la que acabó con ellas, siguiendo las estrictas normas de la organización. Canicus lo perdió todo aquella noche, su familia, su cordura y la poca fe que aún resguardaba en la humanidad. Desapareció de Francia para viajar por Europa como un alma errante mientras rumiaba su venganza.
Pertenecía a la clase alta, con su dinero pudo establecerse finalmente a las afueras de Roma en una gran propiedad en la que cultivaban olivos y tenía mucho ganado. Adoptó a cuatro niños, dos chicos y dos chicas, pero no cuatro cualquiera. Su objetivo era claro, traer el Apocalipsis al mundo, ese que tantas veces había leído en su misal, en la Biblia que lo acompañaba cada noche. Los cuatro Jinetes del Apocalipsis algún día se alzarían en la Tierra sembrando el mal a su paso: Victoria, Hambre, Guerra y Muerte. Conocía suficientes sobrenaturales que le ayudarían en ese empeño, y así a la edad adecuada los dos varones, Guerra y Muerte serían convertidos por un licántropo y un Vampiro, mientras que Victoria y Hambre desarrollarían sus habilidades innatas como cambiante y bruja respectivamente.
Los cuatro niños huérfanos recibieron una educación letrada, entrenamiento en las armas y en las habilidades que el Inquisidor había aprendido de su larga carrera. Crecieron siendo una piña y aunque en realidad no les unía la sangre, sí lo hacía el poder eterno del que se convirtieron recipientes, las cuatro marcas oscuras del infierno, fraguadas en el principio de los tiempos, de la vida, de la tierra y que, desde el inicio, auguraron el fin.
El presagio estaba destinado a convertirse en cierto, sin embargo, aquel no era el tiempo correcto. Los niños crecieron bajo una estricta moral cristiana, aparentemente justa, determinada e inflexible, una que profesaba intenciones correctas mediante un evento radical, el acto de purificación universal en el que la depravación humana sería castigada en nombre de Dios y al que sólo almas dignas y corazones puros sobrevivirían, un suceso de proporciones colosales del que únicamente los hijos putativos del inquisidor podrían ser artífices.
No obstante, la ilusión de Caninus de un grupo de soldados sacros, cuya misión pretendía purgar la tierra de la vileza humana, se tergiversó con prontitud. El poder oscuro que desde niños les fue destinado degeneró sus almas durante el tiempo que permaneció incubado, desencadenando en ellos un conflicto entre los valores que les fueron inculcados y la influencia inicua que resguardaban en su interior. Su discernimiento se nubló y sin encontrar la fuerza para resistir la perversión que acarreaba semejante custodia, los jóvenes se convirtieron en aquello que se suponía debían erradicar.
Canicus, consciente del mal que por pura y física sed de venganza se atrevió a desencadenar al confundir los suyos con los deseos de su Dios, arrepentido de sus pecados y en búsqueda de redención divina, decidió retomar el hábito y darle caza a las criaturas que crio como sus hijos. Por su parte. arraigados a la doctrina instruida por su padre adoptivo, los huérfanos, ahora con la edad justa para despertar el caos —quizá con la mórbida idea de aprobación o de enorgullecer al hombre que los busca para darles muerte— empecinados en encender la llama que hará el mundo arder a sus pies, no guardan intención de descansar hasta llevar a cabo la purga.
Fue parida con esfuerzo en medio de un extenso campo de trigo, terreno fértil del que brotaba cereal en abundancia mientras quienes lo cultivaban caían muertos por deshidratación o inanición en algún rincón de la propiedad de su amo.
La pequeña no alcanzó a llegar a los brazos de su madre. Tan pronto como la condesa se enteró del parto, careciendo del estómago necesario para ordenar la muerte de un bebé, decretó en cambio la sentencia de la madre. Deborah, con sólo un par de horas de existencia y ya huérfana —pues el padre jamás le reconocería como suya— fue enviada a un orfanato de la capital, donde años después le adoptaría un inquisidor con planes bastante peculiares.
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Fue en una noche de muertos cuando el inquisidor Canicus perdió a toda su familia, mujer y dos preciosas niñas de doce y catorce años respectivamente. Cabría pensar que fue a manos de una criatura de las que cazaba habitualmente, pero no fue así, fue en el patio del monasterio de Les Claires, quemadas hasta ser reducidas a cenizas por parte de del Inquisidor general. Semanas antes, un lobo había mordido a su familia en un accidente fortuito y el inquisidor, aunque tenía firmes convicciones, no podía matar a su propia familia. Su fe se tambaleó y fue la propia Inquisición la que acabó con ellas, siguiendo las estrictas normas de la organización. Canicus lo perdió todo aquella noche, su familia, su cordura y la poca fe que aún resguardaba en la humanidad. Desapareció de Francia para viajar por Europa como un alma errante mientras rumiaba su venganza.
Pertenecía a la clase alta, con su dinero pudo establecerse finalmente a las afueras de Roma en una gran propiedad en la que cultivaban olivos y tenía mucho ganado. Adoptó a cuatro niños, dos chicos y dos chicas, pero no cuatro cualquiera. Su objetivo era claro, traer el Apocalipsis al mundo, ese que tantas veces había leído en su misal, en la Biblia que lo acompañaba cada noche. Los cuatro Jinetes del Apocalipsis algún día se alzarían en la Tierra sembrando el mal a su paso: Victoria, Hambre, Guerra y Muerte. Conocía suficientes sobrenaturales que le ayudarían en ese empeño, y así a la edad adecuada los dos varones, Guerra y Muerte serían convertidos por un licántropo y un Vampiro, mientras que Victoria y Hambre desarrollarían sus habilidades innatas como cambiante y bruja respectivamente.
Los cuatro niños huérfanos recibieron una educación letrada, entrenamiento en las armas y en las habilidades que el Inquisidor había aprendido de su larga carrera. Crecieron siendo una piña y aunque en realidad no les unía la sangre, sí lo hacía el poder eterno del que se convirtieron recipientes, las cuatro marcas oscuras del infierno, fraguadas en el principio de los tiempos, de la vida, de la tierra y que, desde el inicio, auguraron el fin.
El presagio estaba destinado a convertirse en cierto, sin embargo, aquel no era el tiempo correcto. Los niños crecieron bajo una estricta moral cristiana, aparentemente justa, determinada e inflexible, una que profesaba intenciones correctas mediante un evento radical, el acto de purificación universal en el que la depravación humana sería castigada en nombre de Dios y al que sólo almas dignas y corazones puros sobrevivirían, un suceso de proporciones colosales del que únicamente los hijos putativos del inquisidor podrían ser artífices.
No obstante, la ilusión de Caninus de un grupo de soldados sacros, cuya misión pretendía purgar la tierra de la vileza humana, se tergiversó con prontitud. El poder oscuro que desde niños les fue destinado degeneró sus almas durante el tiempo que permaneció incubado, desencadenando en ellos un conflicto entre los valores que les fueron inculcados y la influencia inicua que resguardaban en su interior. Su discernimiento se nubló y sin encontrar la fuerza para resistir la perversión que acarreaba semejante custodia, los jóvenes se convirtieron en aquello que se suponía debían erradicar.
Canicus, consciente del mal que por pura y física sed de venganza se atrevió a desencadenar al confundir los suyos con los deseos de su Dios, arrepentido de sus pecados y en búsqueda de redención divina, decidió retomar el hábito y darle caza a las criaturas que crio como sus hijos. Por su parte. arraigados a la doctrina instruida por su padre adoptivo, los huérfanos, ahora con la edad justa para despertar el caos —quizá con la mórbida idea de aprobación o de enorgullecer al hombre que los busca para darles muerte— empecinados en encender la llama que hará el mundo arder a sus pies, no guardan intención de descansar hasta llevar a cabo la purga.
Otros Datos
Poderes y Habilidades:
Habilidades innatas:
→ Hechicería: Habilidad para hacer que cosas sucedan, ya sean a favor o en contra de alguna persona, por medio de conjuros, hierbas y pociones. Esto incluye altos conocimientos de herbolaria que les permiten hacer también curaciones.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder les permite reconocer a licántropos y cambiantes cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida.
Poderes a elegir:
→ Reminiscencia: Poder para bucear en los recuerdos humanos de los mortales e inmortales.
→ Apatía: Capacidad para inducir estados negativos a los mortales.
→ Dominación: Capacidad para controlar la voluntad de otro mortal, obligándolo a hacer cosas sin que pueda evitarlo a pesar de resistirse.
Habilidades innatas:
→ Hechicería: Habilidad para hacer que cosas sucedan, ya sean a favor o en contra de alguna persona, por medio de conjuros, hierbas y pociones. Esto incluye altos conocimientos de herbolaria que les permiten hacer también curaciones.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder les permite reconocer a licántropos y cambiantes cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida.
Poderes a elegir:
→ Reminiscencia: Poder para bucear en los recuerdos humanos de los mortales e inmortales.
→ Apatía: Capacidad para inducir estados negativos a los mortales.
→ Dominación: Capacidad para controlar la voluntad de otro mortal, obligándolo a hacer cosas sin que pueda evitarlo a pesar de resistirse.
25
RomanA
Bisexual
Hechicera
Clase alta
Ocupación:Desatar el caos
DEBORAH
By Nymph"El hambre hace de cualquier hombre un ladrón"
Deborah- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 16/11/2017
Re: Deborah (Jinete del apocalipsis)
FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.
ANTES DE HACER CUALQUIER OTRA COSA, TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO/A DE CÓMO MANEJAMOS TODO EN ESTE SITIO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MALOS ENTENDIDOS. A CONTINUACIÓN TE DEJO LOS LINKS MÁS IMPORTANTES PARA QUE PUEDAS CONOCER LA INFORMACIÓN, Y SI DESPUÉS DE LEER SIGUES TENIENDO ALGUNA DUDA, PUEDES CONTACTARME A MÍ O A OTRO DE LOS ADMINISTRADORES; ESTAMOS PARA SERVIRTE.
¡QUE TE DIVIERTAS!
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CODE BY NIGEL QUARTERMANE
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